Capítulo 10



Afueras de Brooklyn, Nueva York, 03:26 (14 horas, 33 minutos, 9 segundos para la explosión)

 

Julie inclinó su cuello y miró a la asustada muchacha a lo ojos. Hacía unos minutos que la puerta de la vivienda había sonado cerrándose. O eso quería pensar.

Nadie podía asegurarle que la casa estaba libre de peligros, lo que sí estaba claro es que no iba a quedarse encerrada en ese armario apestoso de por vida. Necesitaba salir y comprobar que todo estaba en relativo orden.

Aunque de sobra sabía que todo bien no iba a estar.

Todavía albergaba la duda de quién coño había entrado, lo que no cuestionaba era el porqué.

Eso le preocupaba en exceso, sobre todo si sabía que la causante de todo ese alboroto estaba justo enfrente de ella, con la boca tapada.

Antes de salir a echar un vistazo necesitaba tranquilizar a la muchacha. Prefería enfrentarse a mil terroristas que eso.

La miró a los ojos. Aunque la situación no le era favorable, trató de utilizar su mirada para transmitir una falsa calma a la adolescente. Recordó cómo durante su tedioso entrenamiento en la CIA fue una de las que mejor dominaba dicha técnica cuando la aprendieron en clase. Aunque nunca la había utilizado en la vida real.

La joven la miraba con los ojos muy abiertos, a pesar de la oscuridad del lugar en la que sólo un fino haz de luz entraba a través de un orificio del armario, Julie pudo distinguir el intenso azul de los ojos de Danielle.

No se sintió demasiado bien al pensar que esa chica era realmente guapa, era una adolescente y no podía tener tales pensamientos. 

Danielle no pestañeaba, estaba aterrada por el miedo. Aquello no estaba dando resultado.

Julie sabía que si hablaba podían delatar su posición en caso de que todavía hubiera alguien en la casa, pero comprendió que no le quedaba más remedio que hacerlo.

Antes de hablar, obligó con su cuerpo a Danielle a acuclillarse. De ese modo puede que conservaran la vida. Si alguien disparaba, por lógica lo haría a la altura del pecho, quizá pudieran sobrevivir así.

Una vez agachadas, Julie susurró:

—Antes de nada, estoy aquí para protegerte. No tengo tiempo de explicaciones. Lo primero es asegurarme de que no hay nadie, lo segundo, comprobar qué ha pasado. Veré si tu familia está bien, pero necesito que esperes aquí sin hacer ruido. Si lo haces, ambas estaremos en serio peligro. ¿Me has entendido?

Julie sujetaba tan fuerte la cabeza de Danielle que esta no pudo asentir, por lo que optó por pestañear dos veces. Había visto en muchas películas que eso se hacía así.

La agente comprendió el gesto de la joven, ahora sólo esperaba que fuera real y no las pusiera en peligro.

Julie comenzó a soltar paulatinamente a Danielle. Esta última agradeció sobremanera el volver a sentir el aire llegar con plenitud a sus pulmones. Un último gesto de la agente indicó a esta que no se moviera.

Con extremo cuidado comenzó a correr la puerta del armario. Cuando se habían introducido no había hecho ruido, esperó volver a tener esa suerte.

La tuvo.

Salió echando mano a su arma. Había tenido que actuar tan rápido con la adolescente que no le había dado tiempo a guardarla bien en su sobaquera. Pegó su cuerpo a la pared, cerró los ojos por un momento para acompasar su respiración con los latidos de su corazón, que poco a poco iban bajando de frecuencia. Hacía mucho que no actuaba, demasiado para un agente de la CIA. Desde el incidente apenas había tenido misiones, y las que había tenido eran de poca monta.

Al tener ese pensamiento notó cómo su ritmo cardíaco comenzaba a aumentar de nuevo. Otra vez los recuerdos le asaltaron, impidiendo siquiera que pudiera mover las piernas del lugar. Necesitó abrir los ojos para comprobar el lugar en el que estaba, que ahora mismo se encontraba en Brooklyn llevando a cabo una misión de vital importancia para el país. Suspiró de la forma más silenciosa que pudo, aquello se le estaba yendo de las manos. No había peor momento para que el trauma de siempre le golpeara con fuerza.

Parecía que volvía a recuperar el control, aunque más lento de lo que le hubiera gustado en un principio.

Volvió a repetir el proceso de relajación, arma en mano. 

Una vez conseguido, sin despegar la espalda de la pared, comenzó a acercarse a la puerta. Necesitaba asomarse para ver cuál era la situación en el pasillo. Tensó sus brazos para estar dispuesta a reaccionar si se le requería y comenzó a asomar su cabeza poco a poco. Primero miró al lado derecho del pasillo, en dirección al fondo de la vivienda.

Nada.

Luego lo hizo en la otra dirección, hacia la salida.

Había un cuerpo tirado en el suelo, como esperaba.

Ahora quedaba saber si era de la persona que entró poco después que ella, ya que le había parecido oír mientras estaba escondida a duras penas la puerta de nuevo, poco antes de sonar el disparo. Antes de revisar el cuerpo, necesitaba cerciorarse de que estaba sola y, sobre todo saber qué había pasado con la familia de la joven. Comenzó a andar hacia su derecha, muy despacio y asegurando cada paso que daba. Con todo el cuidado del mundo se asomó en cocina, salón y baño. Todo despejado. 

Quedaban las dos habitaciones, eso le aterraba.

Prefirió empezar por la de los padres, lo que hubiera pasado en ellas le serviría para prepararse para lo que hubiera en la de de los hijos pequeños.

Accedió a ella sigilosamente. Ambos estaban tumbados en la cama, sin aparentes signos de violencia. Respiraban.

Eso hizo que ella soltara un suspiro inconsciente.

Se acercó hasta el padre, le pareció raro que durmiera plácidamente. Cuando se acercó y olió ligeramente su boca, comprendió el porqué.

Cloroformo.

Sin más acudió hacia la habitación de los más pequeños. Al entrar comprobó cómo tanto la niña de ocho, como el niño de dos también dormían ajenos a lo que había pasado. Olió las bocas de ambos, el pequeño no había inhalado el compuesto, dormía de forma natural. La niña sí.

Aunque en más o menos una hora los efectos desaparecerían y despertarían con somnolencia, mareos e incluso con un estado depresivo, al menos estaban vivos. 

Y al parecer el autor del disparo se había largado.

Julie asomó rápidamente la cabeza dentro de la habitación de Danielle y echó un vistazo rápido a la mesa de ordenador que había frente a ella. Faltaba el dichoso aparato, como esperaba.

Ahora quizá su mayor problema era qué hacer con el cuerpo de quien fuera que estuviese tirado en el suelo y, sobre todo qué hacer con la familia. Cuando despertaran sabrían que algo iba mal al no estar la hija mayor, además de que no podía perder el tiempo limpiando la sangre que salpicaba toda la mayor parte de la entrada de la casa.

Enseguida encontró la solución. Extrajo su móvil y abrió la aplicación segura de comunicación vía SMS entre miembros de la CIA. Seleccionó los dos nombres, escribió  concisas indicaciones, claras, adjuntó una posición de GPS y tocó el botón de enviar. Clarks e Higgings se encargarían de limpiarlo todo y de mantener a la familia «dormida». Tenía suerte de que dos de los mejores miembros de la agencia para esas labores, vivieran en Nueva York.

A los pocos segundos recibió un escueto: «Ok»

Una cosa menos.

Antes de dirigirse hacia el cadáver, fue a la cocina y agarró el primer paño que encontró. Una vez lo tuvo fue hacia la entrada.

Se agachó para ver más de cerca el rostro del muerto. No parecía americano, eso complicaba las cosas. Se fijó en su oreja, parecía que había sido cosida no hacía demasiado, pues estaba bastante roja, como si fuera muy reciente. Su vista se fue sin remedio hacia el enorme machete de supervivencia que colgaba de su cinturón. Estaba lleno de sangre.

¿Se había cargado a alguien por el camino? ¿Quién coño era? ¿Por qué quien fuera que estuviera dentro de la casa le había disparado? Eso arrojaba la posibilidad de que fueran de dos bandos distintos, lo que no le hacía gracia alguna. Con tanta gente buscando lo mismo, aquello no podía acabar bien. 

Había demasiadas preguntas sin respuesta, pero no tenía tiempo ni siquiera para plantearlas. Con el paño tapó la cara del difunto, había que sacar a la muchacha de la vivienda y cuanto menos viera, mejor. Aunque si fijaba un poco su vista hacia la puerta podría ver los pedazos de materia gris que habían quedado pegados a la misma mezclados con el rojo elemento.

Sintió algo de nauseas, aunque esta vez estuvo segura que no era causa del alcohol, quizá la adrenalina segregada se había encargado de los últimos restos que le quedaban en sangre.

Volvió hacia la habitación en la que estaba Danielle, todavía dentro del armario. Abrió la puerta del mismo. La joven estaba sentada en el suelo, con las rodillas frente a su pecho y con las manos cubriendo su cabeza.

Estaba muerta de miedo.

—No temas, soy yo. 

La muchacha se destapó la cabeza y miró a Julie.

—Tenemos que marcharnos, tengo que ponerte a salvo. Tu familia no ha sufrido daño alguno, duerme. He ordenado a unos compañeros que vengan a ocuparse de ellos. Estarán bien y no sabrán nada de lo que ha ocurrido, al menos de momento. He de advertirte de algo un poco duro: hay un cadáver en la entrada de tu casa. No puedo decirte quién es, pero no parece que fuera un amigo. Por cierto, mi nombre es Julie.

Danielle abrió los ojos todavía más, fue incapaz de decir una palabra. 

—Alguien quiere lo que has descubierto —prosiguió la agente—. No dudo en que vuelvan a por ti, es por eso que debemos desaparecer. ¿Me comprendes?

Danielle asintió sin tener muy claro nada de lo que estaba ocurriendo. Todo había sucedido demasiado deprisa. No había tenido tiempo de asimilar nada.

Julie tendió su mano a la adolescente. Esta dudó unos instantes si tomarla o no. Algo le decía que confiara en aquella chica, que parecía tenerlo todo bajo control. Había otro algo que le decía que no debía confiar en nada ni en nadie. Optó por la primera opción.

Con la ayuda de la joven se puso en pie. Comprobó que le costaba andar, las piernas no le respondían como de costumbre. Quizá fuera la mezcla de miedo con el rato que había permanecido inmóvil.

—Voy a pedirte algo —comentó Julie antes de salir de la habitación—: Cierra los ojos, ciérralos muy fuerte y no los abras hasta que yo te lo diga. No es necesario que veas el cadáver. Yo te guiaré.

Dannie no lo pensó ni un solo instante. Obedeció a la agente de inmediato.

Esta última tomó su mano y guió a la joven por el pasillo, evitando que pisara sangre ni ningún desagradable resto.

Cerró con mucho cuidado la puerta de la vivienda al salir, tratando de no hacer ruido.

—Está bien, tengo el coche aparcado ahí abajo. Es un viaje un poco largo, tendrás tiempo de explicarme bien qué has hecho, jovencita, para enfadar a tanta gente.

Danielle no pudo ni contestar, tan solo agachó la cabeza. No podía quitarse de la cabeza el mensaje que había descifrado gracias a Némesis.

Bajaron por las escaleras, era lo más rápido. Al salir a la calle Julie fue directa hacia su vehículo. Justo antes de entrar, su teléfono emitió una vibración.

Era un mensaje de la NSA.

Aeropuerto LaGuardia, hangar 20. Piloto Frankie. 

Julie sonrió. 

—¡Genial! —Exclamó—, tenemos un vuelo directo. Podré ponerte a salvo antes.

Danielle no sonreía. Demasiadas emociones en muy poco tiempo.

Y las que quedaban por venir.