Catorce
Llamaron mucho antes de lo que esperaba Jasmine. Pensaba que los Fornier le concederían unos minutos a solas. Pero no hubo suerte. Seguramente querían preguntarle qué había motivado el divorcio de sus padres, o si se había acostado con Romain y cuándo. No podían dejarla en paz, ¿no? Era pedir demasiado.
Jasmine ignoró la primera llamada. Pero enseguida sonó otra.
—¿Jasmine?
Era Romain. Jasmine sintió la tentación de decirle que se fuera. Necesitaba rehacerse y componer otra sonrisa. Pero la tentación de enfurecerse con él por haberla llevado allí era aún más fuerte. Con esa idea en mente, se limpió las lágrimas, abrió la puerta y lo dejó entrar.
—¿Estás bien? —preguntó él, cerrando la puerta a su espalda.
—Tu familia es un asco —dijo ella.
Él se quedó mirándola un momento.
—No voy a decirte que no. Pero... ¿estás segura de que se trata de mi familia?
Ella quería evitar aquel tema: era un golpe demasiado directo.
—¿Por qué les has dejado? —susurró ásperamente.
—¿Dejarles?
—¡Que me frieran a preguntas!
—Son las preguntas que hace la gente todos los días, Jasmine. ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas? ¿A qué se dedican tus padres? Así es como se conoce a la gente.
—¡Ellos no tienen por qué conocerme!
—Yo tenía tantas ganas como ellos de oír tus respuestas. ¿Tan terrible es?
—¿Querías oírme mentir sobre el motivo por el que estoy aquí?
Él se pasó una mano por el pelo.
—No, eso no. Me refería a lo demás.
—¿Y qué sentido tiene?
Romain se quedó mirándola sin responder.
—¿Y bien? —insistió ella.
—Sé que prácticamente ronroneas cuando te susurro al oído; que tienes una sonrisa distinta cuando te digo lo preciosa que eres, una sonrisa que deja claro que te gusta oírlo, aunque no te lo creas del todo. Sé que habrías disfrutado del viaje en moto si no hubieras estado tan empeñada en no disfrutarlo. Y nunca olvidaré la mirada que se te pone cuando te...
—Basta —ella levantó una mano. Su corazón ya se había acelerado—. No sabes nada de mí, Romain. Nada.
—Exacto. Sé cosas que casi nadie sabe. Y, sin embargo no sé por qué dejaste a tu marido, o por qué no quieres ver a tu padre, o por qué hablar de la Navidad hace que te pongas a llorar.
—Porque ésas no son las cosas de las que se habla en una relación superficial.
Romain tomó sus manos y le acarició los nudillos.
—Ya te he dicho que sentía lo que dije esta mañana.
Aunque Jasmine intuía que no estaba acostumbrado a pedir disculpas, parecía tan sincero que costaba no perdonarlo. Pero ése era el problema con personas como Romain: que a veces se mostraban malhumoradas e incluso ofensivas, y a veces eran de un encanto irresistible.
Además, no podía perdonarlo, o volvería a liarse con él.
—Por lo que a mí respecta, podemos ser amigos. No te guardo rencor —mintió.
—Podrías decirlo como si de verdad te lo creyeras —la sonrisa infantil que le lanzó parecía suplicarle que lo hiciera... y estuvo a punto de echar por tierra la determinación de Jasmine.
—Lo de anoche me pareció increíble, ¿de acuerdo? Nunca había tenido una experiencia así. Cómo deseaba, cómo me tocaste...
—Ahora empezamos a entendernos —dijo él, y Jasmine no pudo evitar reírse.
—No he acabado. Me gustó lo que pasó, pero a ti te dio miedo, hizo que intentaras apartarte de mí, dejarme al margen. Está bien, no pasa nada. Estoy dispuesta a dejarlo correr. No vine a Luisiana a liarme contigo, ni con nadie. Pero dime por qué has tenido que traerme a cenar a casa de tus padres.
Romain la agarró por la barbilla y le hizo levantar la cabeza para mirarla a los ojos.
—Estás aquí porque sabía que no volvería a verte si te dejaba marchar.
Ella parpadeó, perpleja.
—¿Y no es eso lo que quieres?
—No.
—Pero en cierto modo me odias.
—No te odio —dijo él.
—Pero tampoco te gusto.
—Ahora mismo no me gusta nadie. Ni siquiera yo mismo —pasó el pulgar por su labio inferior, y todos los nervios del cuerpo de Jasmine comenzaron a estremecerse, ansiando su contacto—. Pero te deseo —afirmó con un murmullo ronco—. De eso no hay duda.
Cuando la besó. Jasmine se dijo que debía apartarse, ponerle fin a aquello inmediatamente, pero eso era lo último que quería. Se repetía «Un segundo más... Sólo un segundo más», hasta que le rodeó el cuello con los brazos y se besaron tan apasionadamente como si no hubieran hecho el amor ya dos veces.
—¿T-Bone?
Fue la voz de su madre la que por fin los obligó a separarse. Por suerte, Alicia lo llamaba desde el fondo del pasillo, no desde el otro lado de la puerta.
—Que conste que a mí tampoco me gustas tú —susurró Jasmine, respirando trabajosamente. Podía haber puntualizado que no le gustaba el efecto que surtía sobre ella, pero prefirió dejar las cosas así.
—Aun así, te haría el amor aquí mismo, en el cuarto de baño de mis padres, si creyera que puedo salirme con la mía —contestó él, y salió.
Jasmine pasó el resto de la cena intentando evitar cualquier contacto con Romain. Le desagradaba conversar con Susan y Tom, pero Alicia y Romain padre le caían bien, y los niños de Susan eran adorables. Le ofrecían algo en lo que concentrarse, algo que no despertara en ella una oleada de emoción inexplicable en la que se mezclaban el deseo y el miedo a cometer un error que podía cambiar el rumbo de su vida. Confiaba en que la familia de Romain no hubiera notado la tensión que había entre ellos, pero sabía que Susan, al menos, los observaba tan atentamente que sin duda se había dado cuenta.
Después que lavaran los platos, Jasmine decidió hacer unas cuantas llamadas antes del postre. Aunque rara vez pasaba la Navidad con sus padres, se sentía obligada a desearles felices fiestas. Y Skye y Sheridan estarían preguntándose por qué no tenían noticias suyas.
—¿Hay algún teléfono desde el que pueda hacer un par de llamadas de larga distancia? —le preguntó a Alicia al colgar el paño que había usado para secar los platos de la cena—. Ayer me robaron el bolso y ahora mismo no puedo pagároslas, pero prometo mandaros un cheque antes de que llegue la factura.
Alicia le pasó un brazo por los hombros y la apretó suavemente.
—La factura no me preocupa, cielo. Te llevo al despacho de mi marido. Allí podrás hablar tranquilamente.
Romain estaba viendo un partido de fútbol con su padre. Jasmine se asomó a la habitación y le dijo que iba a llamar por teléfono; luego siguió a su madre por el pasillo.
Alicia la condujo a un despacho en el que había una mesa, dos butacas antiguas pero cómodas con un velador entre ellas y una pared cubierta de estanterías llenas de libros.
—Puedes usar ese teléfono —la madre de Romain señaló la mesa—. Te avisaré cuando vayamos a tomar el postre.
—Gracias.
Alicia se disponía a salir de la habitación, pero al llegar a la puerta se volvió.
—Me alegra mucho ver a mi hijo con una mujer tan agradable.
Jasmine sabía lo que quería decir. Estaba cansada de ver sufrir a Romain y la llenaba de satisfacción verlo mostrar algún interés por la vida corriente. Seguramente confiaba en que la visita de Jasmine marcara el comienzo de un cambio radical. Pero ello sólo hizo que Jasmine se sintiera peor por las mentiras que había contado. Estaba dando falsas esperanzas a Alicia. Y sumiendo a Romain más aún en el pasado, en lugar de ayudarlo a restañar sus heridas. En cuanto volviera a Sacramento, tendrían suerte si Romain no estaba peor que antes.
—Es un hombre muy fuerte. Se recuperará —dijo intentando convencerse a sí misma tanto como a Alicia.
—Tiene buen corazón, un corazón bueno de verdad. Si pudieras... darle una oportunidad.
Jasmine sabía lo que estaba sugiriendo Alicia: tiempo, paciencia y amor. Pero no estaba dispuesta a ofrecerle su corazón a Romain: era un riesgo demasiado alto. Siempre elegía a hombres que no entrañaran ningún peligro, hombres tranquilos, ecuánimes, acomodaticios. Hombres que no tuvieran que luchar cada día con arrebatos de cólera. Después de lo que había pasado con sus padres, necesitaba esa clase de seguridad. Pero eso no podía explicárselo a la madre de Romain sin revelarle el verdadero motivo por el que estaba en Luisiana, de modo que se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza.
Cuando Alicia se marchó, Jasmine exhaló un profundo suspiro, se dejó caer en la silla de detrás del escritorio y levantó el teléfono. Pensaba darse un pequeño respiro llamando primero a sus amigas.
Skye contestó al tercer pitido de la línea.
—¿Diga?
—Soy yo.
—¡Jasmine! Llevo todo el día intentando localizarte.
—Feliz Navidad —dijo ella.
—Feliz Navidad. Pero me tenías preocupada. ¿Dónde estás?
Jasmine oía a David de fondo. Parecía estar justo detrás de Skye, susurrándole palabras de amor mientras le besaba el cuello.
—En Mamou.
—Espero que no estés pasando la Navidad sola en un hotel.
—No. Estoy... en casa de un amigo.
La suave risa que se oyó al otro lado de la línea no tenía nada que ver con la conversación.
—Para, Dave —dijo Skye. Él murmuró algo que sonó sexy y cariñoso, tan íntimo que Jasmine sintió envidia de su relación.
—¿Ya has hecho amigos? —preguntó Skye, volviendo a concentrar su atención en ella.
—Bueno, es un conocido, más que un amigo —no sabía por qué se había sentido obligada a añadir aquello.
—¿Seguro?
—No saques conclusiones precipitadas. Está relacionado con mi investigación.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta y cinco o treinta y seis, más o menos.
—Casi como tú.
—¿Y?
—Debe de ser encantador, si te ha llevado a su casa por Navidad.
También la había llevado a la cama y eso no lo convertía en un dechado de virtudes. Pero Jasmine no veía razón para confesarle a su amiga que había cometido aquel error.
—Ha tenido la amabilidad de invitarme a cenar con su familia. Nada más.
—Entonces, ¿está casado?
—Me refiero a sus padres. Es viudo.
Hubo una pausa, como si Skye intentara descifrar su tono de voz.
—¿Hay alguna chispa entre vosotros dos? —preguntó por fin.
—No, ninguna —contestó Jasmine, pero tuvo que sonreír. Seguramente nunca había dicho una mentira mayor. Romain era el único hombre que había conocido que la hacía preguntarse si de verdad existía la combustión espontánea—. ¿Por qué lo preguntas?
—La falta de detalles es un poco sospechosa. Si no pasara nada, me habrías contado cómo lo has conocido y qué tiene que ver con la investigación.
—No pasa nada.
Otra pausa. Pero, al final, Skye pareció creérselo.
—Es un poco decepcionante, pero supongo que es lo mejor —dijo—. Me encantaría que conocieras a alguien, pero no que te mudaras al otro lado del país. Te echaría demasiado de menos. Y sin ti no podríamos seguir adelante con El Último Reducto.
—No voy a conocer a nadie en el poco tiempo que esté aquí.
—¿Te gustó mi regalo? —preguntó Skye, cambiando de tema.
—No lo sé. Lo dejé en casa, con el de Sheridan. Había pensado que podíamos quedar cuando vuelva para hacer una cena navideña, aunque sea con retraso.
—Buena idea. ¿Cuándo vuelves?
Jasmine supuso que Dave se había distraído con otra cosa, porque ya no le oía.
—Aún no lo sé.
—Ojalá estuvieras aquí —dijo Skye—. La Navidad no es lo mismo sin ti. Estos últimos cincos años hemos estado solas.
Jasmine sintió un nudo en la garganta.
—Sí, a mí también me gustaría estar allí.
—¿Has recibido el dinero que te mandé?
—Aún no. Lo recogeré cuando vuelva a Nueva Orleans.
—Imagino que la policía no ha encontrado tu bolso.
—No. Y dudo que lo encuentren.
—Es lo más probable, pero estaría bien que lo recuperaras.
Jasmine iba a preguntarle si había tenido noticias de Sheridan cuando se fijó en un trozo de papel arrugado que había en la papelera. Al mirar una segunda vez, comprobó que estaba escrito con letras grandes y rojas. Jasmine se estremeció al verlo.
—¿Jasmine?
Inclinándose para alcanzarlo, Jasmine lo sacó de la papelera.
—Tengo que colgar —masculló.
—¿Ya?
A Jasmine le temblaba la mano cuando alisó la carta. Parecía estar escrita con sangre, como la nota que había recibido. Sólo que ésta decía: «Me rio dE Ti».
Eso era todo, pero al rebuscar en la papelera, Jasmine descubrió el sobre que acompañaba a la nota. Al igual que el paquete que había llegado a su casa, tenía matasellos de Nueva Orleans, pero no llevaba remite. El nombre del destinatario, escrito en tinta azul, había sido trazado una y otra vez, lo cual también le resultaba familiar.
—Romain Fornier —leyó.
—¿Qué has dicho? —preguntó Skye, pero un ruido hizo que Jasmine se girara hacia la puerta.
—No creo que eso vaya dirigido a ti —dijo Tom.
—Jasmine, contéstame —estaba diciendo Skye.
—Ya te llamaré —colgó mientras Tom se acercaba con la mano tendida.
—¿Puedo?
Jasmine no pensaba entregarle lo que había encontrado.
—No —dijo, guardándoselo detrás de la espalda.
Las cejas de Tom se alzaron hacia su pelo engominado.
—Parece que te interesa mucho el correo de mi suegro. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo estás de vacaciones en Luisiana —sonrió, pero el tono de su voz inquietó a Jasmine—. ¿Por qué no me dices qué haces de veras aquí?
Teniendo en cuenta la carta, Jasmine decidió revelarle el verdadero motivo de su viaje.
—Mi hermana desapareció hace dieciséis años. Y debido a un misterioso mensaje muy parecido a éste, he venido a averiguar qué le ocurrió.
—Entonces, eres policía.
—No. Especialista en perfiles psicológicos criminales.
—Un trabajo fascinante —dijo él, pero no parecía sorprendido.
—A veces.
—¿Y qué pinta Romain en todo esto? Aparte del hecho de que por fin ha encontrado a alguien que ha resucitado su libido.
Ella ignoró la segunda parte. No sólo era una grosería por parte de Tom afirmar algo así, sino que su tono sugerente la ponía nerviosa.
—Todavía no lo sé.
—¿Él también ha recibido una nota? ¿Está intentando convencer a la policía de que reabra el caso de Adele?
—Él no ha recibido nada —o ya se lo habría dicho—. No creo que la persona que envía esas cartas sepa dónde encontrarlo. Por eso ha mandado esto aquí —levantó la carta arrugada—. Según Romain, no hay ningún vínculo entre el secuestro de Adele y el de mi hermana. Él intenta dejar el pasado atrás.
—Pobre Romain —dijo Tom chasqueando la lengua.
—No lo dices con mucha compasión.
—No es de los que inspiran compasión.
—¿Ni siquiera después de lo que le ha pasado? Es tu cuñado.
—Sé quién es, créeme. Tiene una sombra muy alargada —se acercó a la ventana y miró fuera—. Va a llover —comentó.
—¿Por qué no te gusta Luisiana? —preguntó ella.
—No me siento cómodo aquí. La familia de Susan siempre me está juzgando.
Jasmine no respondió. Lo que hubiera hecho Tom no era asunto suyo. Pero por lo que había dicho Romain y por el interés que había demostrado Tom por ella durante la cena, parecía prestar más atención de la debida a otras mujeres.
—No crees que Moreau matara a Adele, ¿verdad? —dijo, volviéndose para mirarla.
No era una pregunta.
—Digamos que estoy abierta a la posibilidad de que fuera otra persona —respondió Jasmine.
—Y estás aquí para encontrar al verdadero asesino.
—Obviamente tú también estás abierto a esa posibilidad.
—Esas cartas lo sugieren, claro está. Ha habido otras, ¿sabes? Yo también recibí una. Ese tipo está inundando a toda la familia con ellas, intentando dar con Romain.
«Intentando dar con Romain». Pero ¿por qué le interesaba tanto provocar a Romain?
—¿Cuándo empezaron a llegar?
Se oyeron pasos que se acercaban y Tom levantó una mano para pedirle que guardara silencio. Era Travis. Se dieron cuenta porque llamó a uno de sus hermanos.
La puerta no estaba cerrada del todo. Travis no pareció verlos y pasó de largo camino del cuarto de baño. En cuanto su hijo desapareció, Tom cerró la puerta para que nadie les oyera.
—La nuestra llegó hace un mes, después de Acción de Gracias. Mis suegros también recibieron una por esas mismas fechas. La que tienes en la mano llegó ayer. El viejo se llevó un disgusto tremendo —añadió—. Creo que confiaba en que la primera fuera una broma pesada y en que esto se... diluyera.
Ninguno de ellos quería creer que el asesino de Adele siguiera suelto, y Jasmine sabía por qué.
—¿Lo sabe Romain?
Tom hizo una mueca.
—Claro que no. Alicia prácticamente amenazó con desheredar a Susan si decía una sola palabra.
—Tal vez tema que Romain vaya a por otra persona.
—No es por eso. No puede ser.
—¿Por qué no?
—Porque Alicia no cree que Romain matara a Moreau. Nadie en la familia lo cree, ni siquiera yo.
Jasmine parpadeó, sorprendida.
—Pero el tiroteo está grabado. ¿Cómo es posible que no lo creáis?
Tom se acercó a la mesa y recogió una fotografía de Romain de pequeño. Sujetaba una caña de pescar y estaba junto a un pez más grande que él.
—Pescó esa cosa a los diez años —dijo Tom, dándole la foto—. Impresionante, ¿eh?
—Una buena pieza, sí —dijo ella. ¿Adonde quería ir a parar Tom?
—Romain siempre fue el mejor en todo —suspiró audiblemente—. Es duro competir con un tipo así.
Jasmine había percibido que el matrimonio de Susan y Tom no era perfecto. Ahora se preguntaba hasta qué punto hacía agua.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no sé a quién apoyar. Ahora que ha caído de su pedestal, yo parezco más digno de admiración y mi mujer no está comparándome con él constantemente. Casi me da miedo que se recupere.
—Y sin embargo eres consciente de que ésa es una actitud egoísta y mezquina. Supongo.
La sonrisa agria de Tom indicaba que lo sabía muy bien.
—Veo que entiendes mi dilema.
Jasmine dejó la fotografía en su sitio.
—Romain es tu cuñado, no tu rival.
—Aun así, daría cualquier cosa porque Susan tuviera tan buena opinión de mí como la tenía antes de su hermano.
—Engañándola no vas a conseguirlo —Jasmine sabía que se estaba metiendo donde no la llamaban, pero no pudo resistirse. Y ellos le habían hecho muchas preguntas personales.
Tom se enderezó el cuello del polo.
—Lo sé, pero el daño ya está hecho. Susan no me perdonará nunca por mis... —su sonrisa se volvió sardónica— indiscreciones. Y a veces la tentación es irresistible. No sé si alguna vez podré fiarme de mí mismo. Está bien vivir una fantasía durante una temporada, sentir que para otra persona eres un dios, aunque no dure.
Y la ira y los celos que sus veleidades amorosas despertaban en Susan demostraban que su mujer seguía queriéndolo. De modo que la compensación era doble.
—Piensa en ti, por ejemplo —continuó él.
—¿En mí?
—Eres tan atractiva que no podría resistirme.
—Porque crees que estoy con Romain. Esa es la tentación. Quieres convencerte de que eres tan deseable como él.
—¿Y lo soy?
Jasmine sabía que Tom no hablaría así si no hubiera bebido demasiado, así que decidió eludir el tema de su complejo de inferioridad. Seguramente, él se avergonzaría cuando estuviera sobrio.
—Tú estás casado —contestó en tono tajante.
—Pero si no lo estuviera, tampoco importaría, ¿verdad?
Ella ignoró la pregunta y formuló otra.
—¿Sabías que el registro en casa de Moreau había sido ilegal?
—No.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo.
—Pearson Black insiste en que no fue él quien pasó esa información a la defensa. Cree que podrías haber sido tú.
Tom se llevó una mano al pecho.
—¿Yo? ¿Cómo iba a pasar información que no tenía? No estuve allí esa noche.
—Pero hubo varios policías. Alguno de ellos pudo contártelo.
—No me lo contó ninguno. Y si lo hubiera sabido, no lo habría divulgado. Yo quería a Adele. Quería que atraparan a su asesino, y en aquel momento creía que era Moreau quien la había matado.
—Hasta que empezaron a llegar las cartas.
—Hasta que empezaron a llegar las cartas —repitió él.
—Si tu mujer no cree que Romain apretó el gatillo y mató a Romain, ¿qué es lo que le reprocha?
—¿Te has acostado con Romain? —preguntó él.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Eso es un sí.
—¿Qué te parece si respondes a mi pregunta?
Él se rió suavemente.
—Eres tenaz, eso hay que reconocerlo.
—¿Vas a decírmelo?
Tom suspiró y se encogió de hombros.
—Por no haber impugnado los cargos que pesaban contra él, por haber ido a la cárcel cuando podría haberlo evitado si lo hubiera intentado, por haberse alejado de ella a pesar de que siempre estuvieron muy unidos.
Jasmine sabía que seguramente esto último era lo que más le dolía.
—¿Por qué está tan convencida de que no mató a Moreau? Entiendo que se resista a admitirlo, pero si el incidente está grabado...
—¿Has visto la cinta? —Tom se sentó al borde de la mesa y cruzó los brazos.
—No, pero he hablado con alguien que sí la ha visto y no parecía tener ninguna duda. Era un caso clarísimo: un padre poseído por la pena que busca venganza. Y Romain sabía usar un arma.
—Sabe usar muchas armas. Pero él no lo hizo —afirmó Tom.
—He visto a hombres menos imprevisibles que Romain actuar así —dijo Jasmine.
—Romain nunca pierde el control.
Lo había perdido mientras hacían el amor. Había olvidado su ira y su dolor. Había dejado de lado todas sus preocupaciones y simplemente había vivido. Jasmine sospechaba que esa libertad le resultaba tan ajena que había intentado destruir la felicidad que había sentido después.
—El dolor puede trastornar a cualquiera.
—Tal vez. Pero mi mujer iba andando a su lado cuando salieron del juzgado. Lo vio todo.
Jasmine se acercó un poco a él. De pronto se le había acelerado el corazón.
—¿Y?
—Asegura que fue el detective Huff quien disparó.
¿Podía ser cierto?
—Si tiene razón, ¿por qué no dijo nada Romain?
—Para serte sincero, no creo que recuerde exactamente lo que pasó. Estaba aturdido por las emociones. Pero no se habría arriesgado a herir a un transeúnte sólo para desahogar su dolor. No conoces muy bien a Romain, si le crees capaz de eso.
—¿Le dijo Susan lo que vio?
—Claro. Le imploró antes, durante y después del juicio. Yo era casi invisible en esa época. Salvar a su hermano era lo único que le importaba.
Jasmine habría apostado a que fue entonces cuando comenzaron los deslices de Tom. En cierto modo, todo tenía sentido, por triste y terrible que fuera.
—¿No quiso escucharla?
—No.
—¿Qué le decía a Susan?
—Que había deseado matar a ese cabrón, y que eso en sí mismo lo convertía en culpable.
—Si fue Huff quien disparó, ¿por qué no lo dijo?
Tom se quitó una mota de polvo de los pantalones.
—Es evidente, ¿no?
Jasmine supuso que sí, aunque esperaba más de Huff.
—¿Y el móvil?
—También es evidente. Después de la humillación y el bochorno del juicio, sabía que iba a perder su trabajo por culpa de ese pervertido, y estalló. Y cuando todo el mundo dio por sentado que era Romain quien había disparado, posiblemente le entró el pánico por lo que había hecho.
—Hasta el punto de dejar que Romain cargara con las culpas.
—No creo que Huff quisiera que las cosas salieran así, que lo tuviera todo planeado. Pero Romain se lo puso fácil haciendo lo que hace siempre.
—¿Que es...?
—Echarse sobre los hombros la carga más pesada.
—Pero ¿por qué iba a hacerlo en este caso?
—Yo creo que, para él, era lo único que tenía sentido. Estaba pidiendo justicia y, gracias a Huff, la había obtenido... junto con la certeza de que Moreau no volvería a hacer daño a ninguna niña. Estaba satisfecho, aliviado, incluso agradecido. Al menos la muerte de Moreau zanjaba el asunto. Si tenía que ir a prisión, sólo sería dos años. Pero si daba un paso adelante y decía que había sido Huff, y podía demostrarse, el detective sería condenado a cadena perpetua.
Aquello también tenía sentido, aunque fuera triste.
—Quiero ver la cinta —dijo Jasmine—. ¿Sabes de alguien que tenga una copia?
—Romain. Susan debió de hacer cincuenta copias. Y le estuvo mandado una cada semana durante un año.
Jasmine se preguntó si habría guardado alguna.
—¿Me estás contando todo esto porque quieres a tu cuñado... o porque lo odias? —preguntó.
—Un poco por ambas cosas, supongo —Tom se frotó la barbilla perfectamente tersa—. ¿Vas a decirles a los demás por qué estás aquí?
—No veo necesidad de disgustarles el día de Navidad, ¿tú sí?
—No. No la veo.
Tal vez no estaba tan borracho como ella pensaba. Con una sonrisa, alargó la mano para tocarle el brazo.
—Olvida el pasado y sé el padre y el marido que puedes ser —dijo.
Una llamada a la puerta interrumpió la conversación antes de que él pudiera responder.
—¿Tom?
Era Susan. Jasmine bajó la mano y se volvió a tiempo de ver que la hermana de Romain abría la puerta.
—¿Me buscabas? —preguntó él.
Jasmine notó que Tom esperaba lo peor, pero si la hermana de Romain se enfadó al verlos juntos, no lo demostró.
—Vamos a tomar el postre.
Tom lanzó a Jasmine una sonrisa misteriosa.
—Cuando Romain está cerca, tarda más en venir.
—Por amor de Dios, es Navidad —siseó Susan.
Jasmine tenía pensado sopesar la información que le había dado Tom y dejarlo así... de momento. Aunque sabía que tendría que hablarle a Romain de las notas, parecía preferible dejar que la familia disfrutara de la cena en paz. Pero no podía perder la oportunidad de oír lo que opinaba Susan sobre el tiroteo. Ni de decirle de qué habían estado hablando Tom y ella en privado.
—¿Qué viste ese día en la escalinata del juzgado? —preguntó.
Susan clavó la mirada en su marido.
—Es una especialista en perfiles psicológicos de criminales y está investigando la desaparición de su hermana —explicó él.
—¿Lo sabe Romain? —preguntó ella.
—Sí.
—Entonces no querrá que te cuente lo que vi.
—¿Por qué?
—Porque ya no tiene sentido. Ya ha pagado el precio. ¿Para qué meter a Huff en un lío? Eso es lo que diría.
—Pues yo diría que es importante porque vosotros y yo sabemos que podría haber matado a quien no debía.
Una sombra cruzó el semblante de Susan.
—Eso es lo que me angustia —dijo—. Pero Romain me hizo prometer que no hablaría de eso con nadie.
A Jasmine le pareció extraño, pero admirable que Susan siguiera siendo leal a Romain a pesar de su distanciamiento.
—Dime solamente dónde puedo conseguir una copia de la cinta.
Susan la miró fijamente. Luego desapareció y volvió unos minutos después con un disco en la mano.
—Aquí tienes —dijo, y salió, llevándose a su marido con ella.
Cuando sus pasos se alejaron por el pasillo, Jasmine rodeó la mesa y se sentó al borde de la silla.
—Menuda Navidad —masculló, y, puesto que todo iba de mal en peor, decidió llamar a su padre.