Capítulo 21

—¿Tienes hambre?

La respuesta automática de Rebecca fue negar con la cabeza, pero enseguida se dio cuenta de que apenas había comido en todo el día y estaba desfallecida.

—Un poco.

—¿Qué quieres comer? —preguntó él entrando en la cocina de su casa y yendo hacia la nevera. La abrió y miró al interior—. ¿Una tortilla?

—Vale.

Mientras Josh sacaba los huevos, el queso, las cebollas y los champiñones de la nevera y los llevaba a la encimera, Rebecca se sentó a la mesa de la cocina.

—¿Vamos a hablar de lo que acaba de pasar? —preguntó ella.

—No hay nada que hablar —dijo él—. Has pensado que había algo entre Mary y yo, pero no es lo que parecía. Eso es todo.

—Eso no es todo.

—¿Hay más? —preguntó él sonriendo mientras empezaba a cortar la cebolla.

Rebecca tenía un montón de preguntas, sobre el comentario de «nuestra casa», el hecho de echársela al hombro como si le perteneciera, y algunas más, pero lo pensó mejor y prefirió dejar los asuntos serios para otro momento. Además, era su cumpleaños.

—Supongo que no —dijo.

Josh rompió los huevos en un cuenco, echó un pellizco de sal y empezó a batirlos.

—Bueno, cuéntame lo de la niña de Delaney y Conner —dijo él mezclando todos los ingredientes antes de echarlos a la sartén.

El chisporroteo de los huevos en la sartén junto con el olor a comida era reconfortante y Rebecca se sintió perfectamente a gusto sentada en la cocina de Josh y dejándose cuidar por él.

—Ha sido realmente maravilloso. Nunca había visto nada así, Josh —confesó con los ojos brillantes a pesar del cansancio—. Tan pronto estaba riendo como llorando, y a ratos muy preocupada por Delaney. No sabes las ganas que me han entrado de fumar, pero me he aguantado. Y después, cuando ha nacido la niña y la he tenido en mis brazos, he sentido un anhelo tan fuerte que apenas podía…

Al ver la expresión de perplejidad en el rostro de Josh, Rebecca calló.

—¿Qué? —dijo notando que empezaban a arderle las mejillas.

—¿Un anhelo tan fuerte que apenas podías… qué? —insistió él.

Rebecca trató de buscar algo que restara importancia al deseo implícito en sus palabras. Quería que las cosas con Josh fueran más despacio. Antes de dejarle ver su lado más emotivo y vulnerable tenía que aprender a confiar en él. Pero sus emociones y sentimientos eran tan intensos y estaban tan a flor de piel que no se podían disimular. Además, tampoco se le daba bien.

—Que no podía respirar —terminó.

Josh retiró la sartén del fuego, dejó la espátula y se acercó a ella. Allí se agachó delante de ella.

—¿Quieres tener un hijo, Beck? —le preguntó mirándola a la cara.

Rebecca asintió. Sí, quería un hijo. Quería tener un hijo con él. Quería formar una familia con él.

—¿Puedes esperar a que estemos casados? —preguntó él tomándole ambas manos.

—¿Casados? Sólo llevamos juntos un día.

—Nos conocemos prácticamente de toda la vida, y yo no necesito más tiempo —le aseguró—. ¿Y tú?

—No, yo tampoco.

 

Cuando sonó el teléfono, Rebecca pensó que era el reloj del horno de Hatty. En sueños lo apagó una y otra vez, pero el ruido no paraba. De repente se hizo un silencio y se acurrucó contra el hombro de Josh. Estaba a punto de dormirse de nuevo cuando alguien aporreó la puerta de la habitación.

—¿Josh? ¿Está Rebecca contigo?

Era Mike.

—Sí, estoy aquí —dijo ella incorporándose y retirándose el pelo de la cara. Después sacudió a Josh, todavía dormido a su lado—. Es tu hermano.

Josh se desperezó y se incorporó apoyándose sobre los codos.

—¿Qué pasa? —preguntó, a la vez que pegaba a Rebecca contra él y hundía la cara en el hueco de su garganta.

—Es Booker al teléfono —respondió Mike.

Josh descolgó el teléfono de la mesita y se lo entregó a Rebecca.

—Es tu querido Booker —refunfuñó.

—¿Celoso? —sonrió ella.

—¿Cómo lo sabes?

Si no dejaba de darle la razón, no iban a poder discutir nunca, pensó ella con el teléfono en una mano y acariciándole el pelo con la otra.

—¿Qué pasa?

—Llamo para avisarte. Tu familia te está buscando. Han hablado con Delaney y saben que dejaste el hospital anoche, así que están a punto de llamar a la policía estatal y a todos los depósitos de cadáveres de Boise —la informó su amigo—. Temen que hayas terminado con el coche en alguna cuneta, y no iba a decirles que estabas durmiendo con Josh.

—Bien hecho —dijo ella hundiendo de nuevo los dedos entre los cabellos de Josh—. Los depósitos de cadáveres, ¿eh? Hm, eso no tiene buena pinta.

—¿Qué no tiene buena pinta? —murmuró Josh.

—Mis padres creen que he desaparecido —dijo ella, aunque no sonaba especialmente preocupada.

Desde luego tenía cosas mejores en qué pensar.

—Oye ¿qué vas a hacer para tu cumpleaños? —preguntó Booker.

Josh la besó en la sien y le tomó un seno en la palma de la mano, con la clara intención de distraerla. Y que dejara de hablar con Booker de una vez.

—Creo que vamos a ir de compras —respondió ella cerrando los ojos y disfrutando de las caricias de Josh.

—¿Quiénes?

—Josh y yo.

—¿Un regalo de cumpleaños?

—No, un anillo de compromiso.

—¿No me digas?

Rebecca sonrió recordando algunos momentos especialmente intensos de la noche anterior con Josh.

—Te digo.

Y después de recordarle que le debía un regalo de cumpleaños, Rebecca colgó y llamó a la casa de sus padres para asegurarles que estaba bien. Después de tranquilizar a Fiona, Rebecca miró a Josh. Éste le guiñó un ojo sin dejar de acariciarla, dándole fuerzas para lo que les tenía que decir.

—Me caso —dijo por fin.

—¿Qué?

—Que me caso.

Su madre titubeó un momento.

—Escucha, hija, no sé si ese matrimonio es una buena idea. Tu padre y yo hemos hablado, y no creemos que Buddy sea un buen marido para ti. No sé, si al menos quisiera venirse a vivir aquí… pero creemos que no sería bueno para ti dejar a tus amigos y tu familia —explicó su madre atropelladamente, cada vez más nerviosa—. Si te vas, no nos veremos nunca, ni podremos conocer a nuestros nietos y…

—Tranquila, mamá —la interrumpió Rebecca—. No voy a marcharme a Nebraska.

Su madre quedó en silencio.

—Bueno, eso es… un alivio. Al menos.

—Sí, para mí también —dijo ella—. ¿A qué hora cenamos hoy?

—A las cinco. Y voy a preparar tus platos favoritos, estofado de carne y tarta de chocolate.

—¿Puedo llevar un invitado?

—¿Booker? —preguntó su madre, dejando muy claro que no le hacía ninguna gracia.

—No, mi prometido.

—Oh —el tono de su madre cambió al instante—. Claro. Será un placer volver a ver a Buddy. Doyle quiere hablar con él y decirle unas cuantas cosas.

—Bueno, eso ya lo veremos —dijo Rebecca.

—¿Vamos a anunciarlo hoy? —preguntó Josh colgando el teléfono.

—He pensado que es un buen momento. Toda mi familia estará reunida por mi cumpleaños.

—Entonces más vale que movamos el trasero. Quiero que tengas el anillo.

—Es jueves. ¿No tienes que trabajar? —preguntó Rebecca.

—Eso es lo bueno de trabajar con tu hermano —dijo él—. Hoy, que se ocupe él. Me lo debe, por todos los días que ha estado en McCall.

—Eh, vosotros dos, ¿queréis desayunar? —gritó Mike desde la cocina.

—Chico, menuda suerte de hermano —dijo Rebecca.

—No tanta como la que tengo yo contigo —dijo él abrazándola.

Un momento después gritó a su hermano que desayunara sin ellos.

 

Josh respiró hondo al aparcar delante de la casa de los Wells y miró a Rebecca.

—¿Estás bien? —preguntó mientras ella recorría con los ojos los coches aparcados delante de la casa.

El mono volumen azul de Randy y Greta estaba detrás del coche de Doyle y Fiona, y el rojo de Delia y Brad estaba un poco más adelante junto al todo terreno de Carey y Hillary.

—Están todos aquí —dijo Rebecca sonriéndole, aunque con menos confianza en sí misma de la que le gustaría.

—Sólo son tu familia —le dijo él—. No pasa nada, ¿vale?

—Vale.

—¿Estás lista?

—Lista.

Rebecca bajó del coche y se dirigió con pasos firmes hacia la casa.

—Eh, ¿a qué viene tanta prisa? —preguntó él echando a correr tras ella.

—Quiero terminar con esto cuanto antes.

José la sujetó de la mano y la volvió despacio hacia él.

—Eh, tranquilízate y dime qué es lo que te pasa.

—No se lo van a creer. Y menos mi padre.

—Tenemos la prueba.

Josh le alzó la mano y le enseñó el anillo de oro con un diamante mucho más grande que el que ella había elegido en principio.

—Seguro que intentan convencernos de que no lo hagamos —dijo ella, mirándolo con incertidumbre—. Nos dirán que lo nuestro no puede funcionar, ya lo verás, y yo…

—Por suerte, no son ellos los que tienen que decidir.

Rebecca se mordió el labio inferior. Josh se inclinó y la besó, moviéndose deprisa porque ya oía cómo se abría la puerta principal de la casa y sabía que no les quedaba mucho tiempo a solas.

—Te quiero —le susurró, porque era verdad.

Por primera vez en su vida sentía que podía entregar todo su corazón. Rebecca no sería la mujer más fácil del mundo, eso ya lo sabía, pero también sabía algo más: no podía vivir sin ella.

Una vacilante sonrisa cruzó el rostro de Rebecca al mirar del anillo a él.

—Yo también te quiero.

Josh sabía que a ella todavía le costaba expresar abiertamente sus sentimientos y que prefería evitarlo, pero sólo necesitaba un poco de tiempo y apoyo para aprender a confiar plenamente en él.

—Creía que habías dicho que no me lo dirías nunca —le provocó él.

La sonrisa de Rebecca se hizo más picara.

—Tú lo has dicho primero.

—¿Rebecca? —gritó su padre bajando al primer escalón del porche—. ¿Ése que está contigo es Josh Hill?

—A menos que Buddy haya crecido medio metro desde la última vez que lo vi, ése no es el tío de Nebraska —dijo Randy saliendo a la puerta con el resto de la familia.

—Sí que es Josh —se maravilló alguien.

—¡Dios, ahora sí que lo he visto todo! —exclamó Randy.

Rebecca deslizó una mano para agarrar la de Josh y tiró de él hacia delante. Estaba mucho más tranquila que un momento antes y Josh se sintió orgulloso de tener aquel efecto en ella. El suyo sería un buen matrimonio. Cuidaría de Rebecca, y ella, bueno, cuidaría de que sus vidas fueran de lo más emocionante.

—Quiero presentaros a mi prometido —les dijo a todos. Y después estiró la mano para enseñarles el anillo.

Un coro de «aaaeeehhh» y «oooeeehhh» resonó a la vez que todos abrían las bocas con perplejidad y empezaban a sonreír divertidos y con los ojos brillantes.

—¿Qué ha pasado con Buddy? —preguntó su padre.

Josh se encogió de hombros.

—Tenía razón. No era el hombre que ella necesitaba.

Doyle mordisqueó un palillo mientras los contemplaba pensativo. Después apartó el palillo a un lado y le preguntó a Josh:

—¿Crees que podrás con ella?

—¿Conoce a alguien que pueda hacerlo mejor que yo?

Doyle se rascó la cabeza.

—Ahora que lo dices, supongo que no —admitió, y continuó mordisqueando el palillo—. ¿Qué van a decir tus padres?

—Que digan lo que quieran.

Doyle aceptó la respuesta sin comentario, y Josh tuvo la certeza de que era la respuesta adecuada.

—Necesita una mano fuerte.

—Lo sé.

Los ojos de Doyle se iluminaron y su mirada pareció suavizarse al mirar a su hija.

—Aunque tengo que reconocer una cosa.

—¿Qué? —preguntó Josh.

—Que Rebecca merece la pena.

Rebecca debió de escuchar sus palabras porque padre e hija intercambiaron una mirada cargada de significado. Abriéndose paso entre las mujeres que rodeaban a su hija, Doyle abrazó a Rebecca. Era el abrazo más burdo que Josh había visto, pero era un comienzo. Rebecca sonrió.

Por suerte, no oyó el siguiente comentario de su padre.

—Pero con una es suficiente. Reza para que no os salga una hija como ella.

Fin