Capítulo 12
Le había ganado. Había ganado a Josh Hill. Y la sensación era fantástica. Entonces, ¿por qué le daba otra oportunidad, y por qué arriesgaba cuatrocientos dólares?
Porque ganar una vez no era suficiente. Quería ganarle una y otra vez hasta tener la total certidumbre de que era mejor que él en algo.
—Saca tú esta vez —le dijo Rebecca.
La sonrisa de Josh dejó claro que había entendido perfectamente el motivo del gesto: mostrarle su confianza en ganar de nuevo la partida. Y el dinero.
La partida fue más o menos como la anterior, con Rebecca manteniendo una pequeña ventaja en todo momento. Estaba a punto de ganar, apenas quedaban unas bolas, cuando entró su padre. Hacía un rato que el grupo de música había dejado de tocar y seguramente sus hermanas y su madre estaban esperando que fuera a ayudar a recoger.
—¿Me necesita mamá? —preguntó ella cuando su padre se metió entre el grupo de espectadores y apareció a su lado.
—Cuando termines.
—Dile que voy enseguida.
Pero su padre no se fue. Apoyó los nudillos en el borde de la mesa y estudió las bolas.
—¿Quién gana?
Rebecca, que había estado a punto de tirar, titubeó. No quería jugar contra Josh delante de su padre. No le importaba jugar contra ninguna otra persona, pero recordaba perfectamente la expresión de su padre cuando Josh le ganaba en algo. A veces incluso lo felicitaba dándole unas palmaditas en espalda, prueba evidente de que prefería que ganara él.
—Ella —dijo Josh.
—¿No me digas? —dijo el padre sorprendido.
Rebecca estiró el cuello. Untó la punta del palo de billar con la tiza y estudió la mesa. Estaba demasiado tensa para respirar, pero todo el mundo estaba expectante y tenía que terminar.
Rebecca respiró profundamente, se secó las palmas de las manos en los pantalones y se colocó para tirar. Entonces apuntó con el palo, tiró y falló.
—¿Cómo has podido fallar eso? —exclamó su padre—. Ese tiro estaba chupado.
Rebecca tampoco entendía cómo lo había fallado. Era un tiro prácticamente seguro, al cien por cien. Pero de repente se puso nerviosa. Parpadeó, asintió, se recogió el pelo detrás de las orejas y permaneció con los ojos clavados en la mesa.
Josh preparó el tiro y consiguió meter la bola seis. A Rebecca se le hundió el corazón al verla entrar en el agujero. Ahora sólo quedaba la negra.
— Ya te ha ganado —dijo Doyle, en tono asqueado—. Te lo he dicho una y otra vez, tienes que mantener la mano firme. Si sigues jugando así nunca ganarás una partida.
Rebecca no respondió. No importaba que hubiera ganado la partida anterior, ni casi todas las partidas de la noche. Ésa era la partida que su padre estaba viendo, lo que significaba que era la única partida importante.
Josh calculó el tiro, que no era difícil. Un rebote en el extremo izquierdo y la negra se metería limpiamente en el agujero de la derecha. Fácil. Partida ganada.
Josh miró a Rebecca y a su padre antes de tirar. La bola negra rebotó en el lateral izquierdo y se dirigió en línea recta hacia el agujero de la esquina. Rebecca estaba tan segura de que iba a entrar que casi dejó el palo y empezó a sacar el dinero. Pero la bola no entró. Se detuvo al borde mismo del agujero.
Mary gimió y Billy Joe murmuró:
—Dios, casi la tenía.
Booker miró a Rebecca y sonrió. «Ahora es la tuya», le dijo con los ojos. «Puedes ganar».
Con un ligero asentimiento de cabeza, Rebecca metió la última bola a rayas en un agujero lateral, y después hizo lo mismo con la negra, apenas rozándola con la bola blanca.
—He ganado —dijo, mirando aliviada y esperanzada a su padre—. He ganado a Josh.
—Sí, ya. Ve arriba, tu madre te necesita —fue la respuesta de su padre, que en lugar de felicitarla se dio media vuelta y se fue.
—Que valor, llevar a Booker a la fiesta de aniversario de sus padres —dijo Mary sentada junto a Josh en el todo terreno.
Mary no había parado de hablar desde que subió al coche. Josh sólo la estaba escuchando a medias, hasta que la oyó mencionar a Booker y Rebecca.
—Son amigos —dijo él.
—Amigos y amantes, seguramente —lo corrigió ella.
—¿Quieres dejarlo ya? —dijo Josh, frunciendo el ceño—. Booker ha estado toda la noche detrás de Katie. No creo que Rebecca y él sean amantes.
—Seguro que no le importan los tríos —insistió Mary con malicia, volviéndose a mirarlo.
—No lo creo —dijo él, con la sospecha de que la experiencia sexual de Rebecca era mucho menor a la que le achacaba su reputación, reputación a la que él también había contribuido con falsos comentarios e insinuaciones.
—Se fue con aquel motero —le recordó Mary.
Josh detuvo el coche en un semáforo. Johnny Red. Ni siquiera un Ángel del Infierno pudo con ella, pensó él, lo que seguramente demostraba que él era afortunado de que ella no se sintiera tan atraída por él como a veces él lo estaba por ella. Aunque la lógica y las pruebas no siempre ayudaban. Y menos en momentos como aquél en su casa…
—Además, se ha ido a vivir con Booker estando prometida a otro hombre —continuó Mary—. ¿Y has visto la cara de Doyle? Creía que le iba a dar un ataque.
A Josh le preocupaba más la expresión de su padre cuando Rebecca ganó la partida. Una expresión que no reflejaba el placer ni el orgullo que esperó ver en él al fallar el último tiro a propósito. Josh habría pagado gustoso cuatrocientos dólares por ver al padre de Rebecca alegrarse al ver ganar a su hija, pero ni una sonrisa, ni una felicitación salió de sus labios.
Lo peor era que ahora entendía menos que nunca sus sentimientos por ella. En ocasiones, el temor a que ella sufriera lo hacía reaccionar de la forma más ridícula, como intentar que se sintiera a gusto en casa de sus propios padres o perder una apuesta de cuatrocientos dólares.
Parte de él quería ser su amigo, pero todo él quería ser su amante, y el poco sentido común que le quedaba le advertía que no debía ser ni uno ni lo otro.
—Por no hablar de cómo se están aprovechando de la tía Hatty —continuó Mary, encendiendo la calefacción del coche—. Ya es bastante que Booker se aproveche de su abuela, pero ahora Rebecca también.
—¿Cómo sabes que se está aprovechando de ella? —preguntó Josh, sintiendo la irritación que a veces lo asaltaba cuando estaba con Mary.
—No creo que estén pagando alquiler.
—Eso no lo sabes —dijo él bajando la ventanilla. No podía soportar el aire caliente que salía por los ventiladores del coche—. De todos modos, Rebecca sólo estará allí unas semanas, hasta la boda.
Era un alivio pensar que Rebecca no tardaría en casarse. Así terminaría la extraña atracción que sentía por ella. Además después de la boda se mudaría a Nebraska y pronto podría olvidar lo ocurrido entre ellos aquella noche del verano anterior. Y todo lo demás.
Quizá cuando ella se fuera podría comprometerse con Mary y…
—¿Qué? —dijo cuando se dio cuenta de que Mary estaba callada y lo observaba con detenimiento.
—¿Por qué la defiendes tanto? —preguntó ella—. Nunca os habéis llevado bien.
—No la defiendo, sólo que no quiero seguir hablando de ella.
—Ah. Entonces supongo que tampoco querrás saber de lo que me he enterado hoy en la fiesta.
Josh detuvo el coche delante de la casa de los padres de Mary, donde ella vivía desde su divorcio con su hijo Ricky.
—Si son más conjeturas sobre su vida sexual, no —dijo él.
—No. Es sobre la boda.
—No quiero saberlo —mintió él, aunque en el fondo se moriría de curiosidad.
—Vale —dijo ella. Se inclinó hacia delante y lo besó antes de salir del todo terreno—. Buenas noches.
—Buenas noches.
—Llámame en cuanto llegues a casa —dijo ella.
—Te llamaré mañana —dijo él, y bajando del todo la ventanilla se alejó.
Sin embargo apenas había recorrido la mitad de camino hasta su casa cuando sacó el móvil y la llamó.
—Vale, me rindo, ¿qué es eso de la boda de Rebecca?
—Oh, ya veo que a ti también te pica la curiosidad —dijo ella sonriendo y prolongando el suspenso.
—Un poco —reconoció él.
—Han retrasado la fecha.
—¿Cómo lo sabes?
—Delaney se lo estaba contando a Conner mientras bailaban, y Candance lo ha oído. Por lo visto Rebecca estaba esperando a decírselo a sus padres hasta después de la fiesta de aniversario.
Josh recordó las palabras de Doyle en la peluquería y supo que al padre de Rebecca no le haría ninguna gracia. Para él, Buddy era el único hombre dispuesto a casarse con su hija, y su única manera de poner definitivamente punto y final a sus obligaciones paternales con su difícil hija menor.
— ¿Y para cuándo han fijado la nueva fecha? —preguntó él.
¿Hasta cuándo tendría que seguir encontrándose con Rebecca por todo el pueblo?
—Candance no ha dicho nada —dijo Mary—. ¿Quieres venir y vemos una película?
—Esta noche no —dijo él—. Estoy cansado.
—¿Mañana entonces?
—Vale.
Josh colgó y, sintiendo un repentino estremecimiento, subió la ventanilla. ¿Qué pasaba con la boda de Rebecca? Ya era la tercera vez que retrasaban la fecha. ¿Acaso Buddy no quería casarse con ella?
Quizá su prometido se había dado cuenta de lo que todo Dundee sabía: que jamás podría dominarla. Por lo que le había dicho Doyle, Buddy era demasiado blando para Rebecca. Quizá por fin el joven había abierto los ojos a la realidad.
¡Pero Buddy tenía que casarse con ella, y cuanto antes! Sólo así podría él continuar con su vida, sin correr el peligro de perder la cabeza y tomar la peor decisión de su vida: empezar a salir con ella.
Josh abrió el teléfono móvil y llamó a Katie Rogers. Sus madres eran íntimas, y desde pequeña fue como una hermana para él, aunque no tenía mucho contacto con ella, así que lo que quería pedirle iba a sonar un poco raro.
—Hola, Josh, ¿qué hay? —preguntó Katie al descolgar.
—¿Sabes el número de teléfono de Buddy, el prometido de Rebecca? —preguntó él directamente.
—Oh, él ha llamado algunas veces a la peluquería, sí, o sea que estoy segura de que el número estará en algún duplicado del cuaderno de mensajes. ¿Por qué?
Josh frenó y aparcó el coche.
—¿Tienes llave de la peluquería?
—Sí, todas tenemos llave. Nos turnamos para abrir y cerrar. ¿Por qué? —volvió a preguntar Katie.
—Por nada. ¿Puedes reunirte conmigo allí? —Josh encendió la luz interior del coche y miró el reloj. Era casi medianoche.
—Ahora.
Tras una pausa al otro lado del teléfono, Katie habló:
—Puedo —dijo—, pero no pienso ir a ningún sitio hasta que me digas qué le piensas hacer a Rebecca esta vez.
—Tranquila, Katie. No tiene nada que ver con Rebecca —le aseguró Josh—. Esta tarde en la fiesta alguien ha comentado que Buddy está buscando un buen caballo como semental, y he pensado en llamarlo.
—Oh, vale —dijo Katie, un poco decepcionada de que no fuera algo más jugoso—. Yo tardo cinco minutos en llegar. ¿Dónde estás?
Josh metió una marcha y dio la vuelta al coche para regresar por donde acababa de venir.
—Yo estoy allí en diez. Espérame.
—¿Quién es? —preguntó Buddy con voz adormecida, a pesar de que eran casi las doce de mediodía.
—Josh Hill. Es posible que Rebecca haya mencionado mi nombre —dijo Josh, de pie junto a la puerta del establo principal de su rancho, sujetando el teléfono con el hombro mientras se quitaba los guantes.
Aunque tenía por costumbre relajarse un poco los domingos, Josh ya llevaba seis horas trabajando y preparando el lugar para las yeguas que empezarían a llegar al rancho en noviembre. Tenía ganas de llamar a Buddy desde el amanecer, pero consciente de que no todo el mundo tenía sus mismos horarios, había decidido esperar. Evidentemente, no había esperado lo suficiente.
—No creo —dijo Buddy—. Tu nombre no me suena y tampoco eres el tío con el que está viviendo.
—No, ése es Booker.
Que Rebecca no hubiera mencionado nunca su nombre a su prometido fue un ligero golpe a su vanidad, pero en el fondo era mejor así. Si Buddy no sabía nada de él no sospecharía sus motivos.
—Dentro de unas semanas es el cumpleaños de Rebecca, y algunos hemos pensado en prepararle una fiesta sorpresa e invitarte a ti también —continuó Josh.
—¿Qué día sería? —preguntó Buddy.
Josh había pensado tanto en su principal objetivo, eliminar a Rebecca de su círculo de conocidos lo antes posible, que no llevaba el plan tan meditado como debería y se vio obligado a improvisar.
—Oh, el primer viernes de noviembre —dijo.
—Bueno, yo tengo un billete de avión para el miércoles siguiente.
—Pues cámbialo.
—No puedo. Mi madre está aquí.
—Que venga contigo.
—No, no sería una buena idea —Buddy soltó una incómoda risita—. No está muy encantada con la boda. Aunque no conoce a Rebecca, cree que yo no estoy preparado para el matrimonio.
Cielos, ¿no tenía veintiséis años? Cualquiera pensaría que ya era mayorcito.
—En ese caso podemos dejar la fiesta para el viernes siguiente, que ya estarás aquí.
—Eso me vendría bien.
La conversación había llegado a un punto en que Josh debía despedirse quedando en volver a llamarlo para ultimar los detalles, pero siguió hablando.
—Así que tu madre piensa que lo de la boda puede ser un error, ¿eh? —preguntó Josh con cierta curiosidad.
—Sí. Ya sabes cómo son las madres.
Josh sabía cómo era su madre y, aunque la adoraba, nunca permitiría que ella se interpusiera en su matrimonio. Si es que encontraba alguna vez una mujer con quien deseara casarse.
—¿Es muy protectora?
—Bastante, pero no retrasé la fecha de la boda por eso —le confesó Buddy—. Pensé que sería mejor ahorrar un poco más de dinero. Y mi tía abuela tiene muchas ganas de venir, pero no puede venir hasta enero.
—¿Tu tía abuela? —repitió Josh.
—Sí, nunca ha estado en Idaho y pensó que sería una buena oportunidad para conocer el estado.
—Oh.
Buddy pasó del tema de su tía abuela a hablar de planes de ahorro y desgravaciones fiscales, después de ahorrar en alquiler y por fin de dar tiempo a su madre para hacerse a la idea. Pero cada nueva excusa sonaba más débil que la anterior.
Y cuanto más escuchaba aquella ridícula sarta de excusas infantiles más convencido estaba Josh de que Doyle Wells tenía razón. Buddy y Rebecca no estaban hechos el uno para el otro. Al contrario. Rebecca era una yegua llena de vitalidad y de energía mientras que Buddy no pasaba de un mulo de carga que apenas podía arrastrar las patas. Josh no se imaginaba a Rebecca con alguien tan… anodino.
— Oye, detesto decirte esto porque Rebecca y yo somos amigos desde hace años —dijo Josh—, pero quizá tu madre tenga razón. Quizá deberías conocer un poco mejor a Rebecca antes de dar un paso tan importante.
Josh apenas daba crédito a sus palabras. Si Buddy decidía esperar, quizá no se casara con Rebecca. Si no se casaba con Rebecca, Josh podría intentar seducirla, y si lo conseguía, podría terminar enamorándose de ella. Y si se enamoraba de ella, entonces estaría totalmente en sus manos y él entregaría su corazón a la única mujer que estaría encantada de pisotearlo a conciencia antes de devolvérselo.
Pero no se la imaginaba con aquel tipo.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Buddy, alerta.
—Rebecca es… —Josh buscó la palabra correcta— diferente. Hay que saber cómo llevarla.
Por lo visto la honestidad en su voz hizo mella en Buddy porque éste dejó de fingir que no estaba preocupado.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, es muy temperamental. Probablemente ya sabes cómo era de niña.
—No, no lo sé. Nunca habla mucho de su pasado.
Josh sonrió al ver la gran oportunidad que acababa de caerle encima.
—¿No te ha hablado de cuando casi incendió el instituto?
—No.
—¿Ni de cuando le rompió la nariz a Gilbert Tripp?
— ¿Le rompió la nariz? ¿A un hombre?
Riendo al recordar el moratón que cubrió la cara de Gilbert durante tres largas semanas, Josh empezó a narrar a Buddy algunas de las tropelías cometidas por su futura esposa, y ya no pudo parar. Le contó todas las locuras que Rebecca había hecho y después hizo una lista de todas las razones por las que alguien como Buddy nunca sería feliz con alguien como Rebecca. Por fin, cuando terminó, se sintió embargado por una inexplicable sensación de satisfacción que no tenía nada que ver con sus planes originales. Había llamado a Buddy para convencerlo de que se casara con Rebecca, no de que cancelara definitivamente su boda. Pero cualquiera que se dejara convencer para no casarse con Rebecca no aguantaría mucho a su lado.
—Eh, ¿has terminado ya?
Rebecca estaba cerrando con llave la puerta de la peluquería y al oír la voz de Booker levantó la cabeza y lo miró. Para ser domingo habían tenido bastante trabajo, sobre todo por la mañana.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendida al verlo esperándola en su moto.
—Venía a ver si quieres gastar algo del dinero que ganaste en la fiesta de aniversario en unas cervezas en el Honky Tonk —dijo él.
—Te doy veinte pavos y vas tú —dijo ella—. Yo prefiero irme a dormir. Estoy muy cansada.
—Venga, son sólo las siete. Nos tomamos una cerveza y me cuentas qué dijo tu familia de lo de la boda. Desde el salón no te oía muy bien.
Rebecca arqueó una ceja.
—¿Estabas escuchando? —preguntó ella—. ¿Y por qué no me lo preguntaste anoche cuando volvimos a casa?
—Me di cuenta de que no fue muy bien cuando Greta salió furiosa un momento antes que tú. Además, no te habría gustado oír mi opinión.
Rebecca no estaba preparada para oír la opinión de nadie. Todavía no.
—En el Honky Tonk ya lo sabrá todo el mundo —dijo ella—. Esperaré una semana a pasarme por allí.
—A nadie le importa lo de tu boda, cielo.
Puede, pero seguía existiendo el riesgo de encontrarse con Josh. Por mucho que le hubiera ganado al billar la noche anterior, no fue más que un juego. Y un par de partidas de billar no cambiarían nada. Su padre todavía sabía cómo hacerle a Josh sentirse inferior, y a casi todo el mundo.
—No, gracias. Me voy a casa —dijo ella.
—Qué aburrido —protestó Booker.
—Quizá para ti.
— Pues entonces vamos a cenar.
—No tengo hambre —respondió ella.
—O a dar una vuelta en la moto.
—No, gracias.
—Ya veo que sólo quieres volver a casa —accedió él—. Entonces, ¿qué te parece si alquilamos una película?
Rebecca se dio cuenta que no iba a librarse de él tan fácilmente.
— Vale —aceptó por fin—. Sígueme hasta el videoclub.