Capítulo 14
Rebecca estudió a Booker por encima de la taza de café. Era más de medianoche, pero no estaba preparada para volver a casa.
—Y dime, ¿cuáles son tus planes para el futuro? —le preguntó.
Booker se encogió de hombros.
—Terminar de pintar el garaje de mi abuela.
—¿Y después?
—Seguro que mi abuela tiene algo más.
—No puedes trabajar para ella eternamente. Tarde o temprano tendrás que conseguir un trabajo —dijo Rebecca—. ¿Qué clase de trabajo te gusta?
—Me gustaría tener un taller mecánico. Se me dan muy bien los motores. Estaba a punto de comprar uno en Milwaukee, pero… —Booker se encogió de hombros.
—¿Qué? —insistió Rebecca.
—Mi abuela me llamó diciendo que no se encontraba muy bien y… —Booker sonrió—, yo me lo tragué. Pero es mayor. Alguien tiene que cuidar de ella.
—¿Y tus padres?
—Están demasiado ocupados con sus vidas.
O sea que Booker había dejado a un lado sus sueños para cuidar de su abuela. Sin duda, eso sorprendería a mucha gente, a su padre entre ellos.
—Por eso tienes tanta paciencia con ella —dijo Rebecca—. Estás aquí porque quieres.
Booker no respondió.
—¿Y cuando ella muera volverás a Milwaukee?
—No lo sé —dijo él—. Quizá monte un taller aquí. Sólo tenéis el de Lionel y su hijo y son unos chapuzas.
—¿Y dónde aprendiste tanto?
Booker dejó la taza en el plato y la miró a los ojos.
—En la cárcel.
Rebecca jugueteó con el asa de su taza.
—Eso se ha comentado —dijo ella—. ¿Qué hiciste?
La puerta se abrió y Rebecca vio entrar a Randy, el marido de Greta, seguido de Jeffrey Stevens, el otro bombero de Dundee. Los hombres llegaban sudorosos y enfundados en sus uniformes de trabajo, pero Rebecca desvió la mirada, cruzando los dedos para que su cuñado no la viera. No tenía ganas de hablar sobre el último incendio en el campo.
—Drogas. Cuando tenía veinte años me detuvieron por vender crack. En aquella época estaba hecho polvo —respondió Booker.
—Pero has cambiado.
—Ni me drogo ni me relaciono con gente que se droga.
Rebecca echó otro azucarillo en el café para tener algo que hacer con las manos.
—¿Cómo fue en la cárcel?
—Lo suficientemente horrible como para no querer volver.
Rebecca hubiera continuado preguntando de no haber oído a Jeff hacer un comentario al cocinero que atrajo su atención. Algo sobre el incendio de un coche.
—No ha quedado nada del coche —estaba diciendo Randy sentado frente la barra.
—¿Lo sabe Josh? —preguntó Judy, la camarera.
—Sabe que se ha quedado sin todo terreno. Aunque no sabe cómo pasó.
—Un coche no se incendia sin motivo —dijo el cocinero.
Rebecca sintió un estremecimiento que le recorrió toda la columna vertebral.
—¿Qué coche? —preguntó, olvidando que no quería que Randy la viera.
Su cuñado se volvió a mirarla y al ver a Booker con ella frunció el ceño, pero respondió.
—El todo terreno de Josh Hill ha quedado reducido a cenizas.
¿El mismo todo terreno en el que se había fumado un cigarrillo hacía un par de horas?
—Nadie sabe qué lo ha provocado —continuó Randy—, pero había una lata de gasolina en la parte de atrás. Josh la llevaba llena para los quads y se le olvidó bajarla. Creo que ése ha sido el motivo.
—¿Estás diciendo que el coche se ha incendiado por combustión espontánea? —preguntó ella.
—No con este frío —dijo Jeff con escepticismo—. Ha tenido que haber alguna chispa.
Rebecca trató de recordar qué hizo con la colilla. Sí, la lanzó al aire encendida y no tenía ni idea de dónde había caído. Quizá en la parte de atrás del todo terreno …
Oh, Dios. Abrió la boca para preguntar si el incendio pudo ser causado por un cigarrillo, pero Booker la interrumpió apretándole la mano.
—Lo sentimos mucho —dijo a Randy y Jeff—, pero Rebecca y yo tenemos que irnos. Es tarde y llevamos aquí un mucho rato, ¿verdad, Judy?
En el coche, Booker se volvió a mirarla con expresión sería.
—Ni una palabra de esto—dijo él leyéndole los pensamientos—. Teniendo en cuenta tu pasado y tu reputación, nadie creerá que ha sido un accidente, y yo soy un ex convicto, mi credibilidad está por los suelos. Así que no se te ocurra decir nada. El seguro de Josh le pagará un coche nuevo y se acabó.
Rebecca aporreó la puerta de Delaney siguiendo prácticamente el mismo ritmo que el de los latidos de su corazón.
—Laney, ábreme, soy yo.
Después de volver a casa con Booker, Rebecca se había metido en la cama tratando de dormir, pero al no conseguirlo se levantó, se puso unos vaqueros y un suéter y salió, con la esperanza de hablar con la única persona con la que siempre podía contar. Delaney.
Después de mandar a su marido a la cama, Delaney hizo pasar a Rebecca a la cocina y la obligó a sentarse en la mesa mientras ella preparaba un par de tazas de té.
—¿Qué ocurre, Rebecca?
Con la cabeza baja, Rebecca echó sal sobre la mesa y empezó a dibujar círculos con un dedo.
—He quemado el todo terreno de Josh.
Delaney se volvió hacia ella todo lo rápidamente que pudo dado su avanzado estado de gestación y se llevó una mano al pecho.
—¿Que has hecho qué?
—Ha sido sin querer. Josh ha llamado a Buddy y le ha contado todas las cosas horribles que he hecho. Y Buddy ya no quiere fijar una fecha para la boda —empezó Rebecca. Levantó la cabeza para mirar a su amiga y apretó los puños—. Y me he sentido tan impotente, y frustrada, y furiosa que… Ya sé que no tenía que haber ido a su casa, lo sé, pero no tenía ninguna intención de quemarle el coche.
Delaney limpió los granos de sal de la mesa con la bayeta y los echó al fregadero.
—¿Puedes explicarme exactamente cómo ha ocurrido?
Rebecca le contó cómo salió corriendo hacia casa de Josh, con la intención de enfrentarse a él, y lo inútil que le pareció una vez llegó al rancho. Cuando terminó de explicarle cómo había lanzado descuidadamente al aire la colilla encendida, Delaney la miró con preocupación.
—Cierto que Josh no tenía derecho a hacer lo que hizo. No puedo creer que se metiera en tu vida privada de esa manera, pero no creo que la policía se muestre tan comprensiva contigo.
—Cuando llamó a Buddy, seguro que no le contó todo lo que él me ha hecho a mí a lo largo de los años —murmuró Rebecca—. Y ¿por qué tuvo que llamarlo? —preguntó poniéndose en pie y yendo hasta la ventana de la cocina.
Allí cruzó los brazos y miró hacia el exterior, totalmente a oscuras.
—Eso es lo que no entiendo —dijo Delaney—. ¿Por qué ha tenido que entrometerse de repente?
—No lo sé, hace años que no nos hemos hecho ninguna pifia el uno al otro.
—La última vez fue cuando le robamos el coche y lo dejamos con Cindy en pelotas bañándose en el río —dijo Delaney.
Rebecca sonrió al recordar la noche que encontraron el coche de Josh aparcado cerca del arroyo y con las llaves puestas. Probablemente su novia de entonces, Cindy, y él, se estaban bañando en el río, o algo más. Fuera como fuera, era una oportunidad demasiado tentadora para dejarla pasar.
—Eso fue hace nueve años —dijo.
—Pero no fue el último contacto que tuviste con él —le recordó Delaney.
Rebecca descruzó los dedos, demasiado nerviosa, y empezó a juguetear con el borde del suéter.
—Pero no hice nada malo —dijo—. No sé qué me pasó, pero perdí el juicio y casi le arranqué la ropa del cuerpo y le supliqué que me tomara. No sé por qué eso iba a ponerle furioso.
—Ni idea —dijo Delaney apoyándose en la encimera—. Sólo sé que desde aquella noche tú estás distinta.
—¿Cómo?
—Menos volátil, más reflexiva. Y ya no aireas a los cuatro vientos lo mal que te llevas con Josh. ¿Puedo saber por qué te fuiste del Honky Tonk con él?
—Ya lo sabes, estaba borracha —respondió ella, paseando de un lado a otro de la cocina.
—Pues para estar borracha recuerdas muy bien lo que pasó.
Rebecca tendría que estar sorda para no oír el escepticismo en la voz de su amiga.
—El verano pasado no tiene nada que ver con ahora —dijo ella, cambiando rápidamente de tema de conversación.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—Vale —Delaney alzó las palmas en señal de rendición—. ¿Y qué vas a hacer ahora?
Rebecca se detuvo una vez más delante de la ventana de la cocina.
—Necesito un cigarrillo.
—Tranquila. Pronto se te pasará.
Pero lo que no pasaría sería la obligación moral que tenía de reconocer lo que había hecho.
—No es más que un coche, ¿no? —dijo por fin—. Se lo pagaré.
Delaney la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Y cómo piensas pagarlo? ¿Firmándole un cheque por valor de treinta mil dólares a cargo de tu abultada cuenta bancada? ¿O crees que Buddy debería colaborar también cuando os caséis?
Si es que se casaban.
—En parte también es su culpa —declaró Rebecca—. No tenía que haberlo creído. Tenía que haberme defendido. Pero ahora duda de que yo vaya a ser una buena esposa.
La voz de Rebecca se entrecortó en la última frase y la actitud de Delaney se ablandó.
—Venga, Beck, a Buddy pronto se le pasará.
—¿Por qué tuvo que llamarlo? —protestó Rebecca. Muy a su pesar, fue incapaz de ocultar el dolor en su voz—. ¿Por qué iba a quemarle el coche, Delaney? ¿Qué más da? Lo único que quería era empezar desde cero, sin nada que me recordara el pasado, pero ya veo que es imposible. Ni siquiera con Buddy.
—¡No digas eso! Tienes muchas cosas que ofrecer al mundo. No dejes que sus opiniones te hundan, ni las de Buddy —le aseguró Delaney con énfasis—. No sé por qué tuvo que llamar Josh a Buddy, pero eso es problema suyo. Tú puedes ser todo lo que quieras, al margen del pasado y de lo que la gente piense de ti.
Rebecca cerró los dedos y se clavó las uñas en la palma.
—No, no es cierto. Porque acabo de demostrar que la gente tiene razón, ¿no? Soy una desgracia de persona, y las cosas que me pasan a mí no les pasan a la gente normal, sólo a las malas personas como a mí. Ni siquiera sirvo para ser una buena esposa, ni tampoco una buena amiga. Llevé a Booker conmigo, lo que significa que pude meterlo en problemas. Y me merezco seguir trabajando de peluquera en este pueblo perdido de Dios hasta que me muera de vieja —dijo.
Y sintiéndose más hundida que nunca y necesitando estar sola para poder tranquilizarse, Rebecca se fue.
Eran las tres de la madrugada y el olor a humo seguía flotando en el aire cuando Rebecca se detuvo frente a la casa de Josh. Las luces estaban apagadas y el lugar parecía tranquilo. El único indicio de lo sucedido era el todo terreno carbonizado a un lado del sendero que conducía a la vivienda.
Armándose de valor, Rebecca se obligó a acercarse hasta la puerta y llamar.
La luz se encendió y Rebecca rápidamente se ocultó entre las sombras a la vez que la puerta se abría.
—¿Vuelves a prender fuego a la casa? —preguntó Josh, enfundado tan sólo en un par de vaqueros.
Rebecca se arrebujó en el abrigo de lana, deseando que se la tragara la tierra, pero era consciente de que por encima de todo tenía que aceptar las consecuencias de sus actos y disculparse.
—Supongo que… —Rebecca se aclaró la garganta— que ya sabes que he sido yo.
Josh cruzó los brazos y se apoyó en el marco de la puerta. Rebecca sabía que tenía que estar muerto de frío, descalzo y sin camisa, pero no la invitó a entrar ni le pidió que esperara mientras él se ponía algo encima.
—Sé que has sido tú, y no me sorprende ni un pelo.
—Ya —dijo ella—. Bueno, he venido a… —de repente sintió que no tenía aire—. A decirte que te lo pagaré.
—¿Sí? —preguntó él sin ocultar su perplejidad. Asomando la cabeza por la puerta, Josh miró a su alrededor como si esperará una emboscada de un momento a otro—. ¿Qué es lo que estás tramando? ¿Me estás tendiendo otra trampa?
Rebecca sacudió la cabeza negativamente.
—No tengo dinero para pagártelo todo ahora, pero te puedo pagar… —Rebecca titubeó, sabiendo que la cantidad que podía ofrecerle sonaría ridícula, pero se obligó a decirlo porque era lo mejor que podía hacer—. Trescientos dólares al mes.
«Por lo menos no volveré a fumar. No tendré dinero para comprar chicles, y mucho menos tabaco», pensó.
Josh se quedó sin saber qué decir.
—A ver si lo he entendido bien —dijo por fin—. ¿Te haces responsable de destruir mi todo terreno y me vas a pagar trescientos dólares al mes?
Rebecca hundió las manos en los bolsillos y asintió.
—Puede pasar por un hecho fortuito —dijo él.
—Fue sin querer—dijo ella.
Él alzó una ceja mirándola con evidente escepticismo.
—Sé que no me crees, pero no quiero dar explicaciones. Yo me hago responsable, es todo lo que necesitas saber.
—Lo habría pagado el seguro.
—Si lo investigan quizá no.
—No hay testigos y dudo que queden huellas dactilares en el coche.
—¿Qué quieres decir?
—Que podrías haberte librado de ésta.
—Lo sé.
Josh se rascó la cabeza.
—¿Entonces qué haces aquí?
Demostrarse a sí misma que no era como él creía, que no era como todo el pueblo creía. Pero ésa era la parte más difícil, la parte que había ensayado tantas veces en el trayecto hasta el rancho.
—He venido a disculparme. No me gusta nada lo que le contaste a Buddy, pero no tendría que haber venido y…
Dios, ¿tenía que decirlo? Josh se merecía quedarse sin todo terreno. El siempre lo había tenido todo, por no hablar de la admiración y el afecto de todo el pueblo. Era sexy, muy atractivo y besaba como el mismísimo diablo. Y ahora además era rico, mientras ella apenas lograba sobrevivir trabajando en la peluquería. Rebecca sabía que siempre viviría bajo su sombra. Incluso su padre lo prefería a la joven desgarbada que era incapaz de hacer nada bien…
Josh esperó. Estaba perplejo pero sentía curiosidad y le dio el tiempo que necesitaba, a pesar de que el frío le estaba poniendo la carne de gallina.
Levantando la barbilla, Rebecca lo miró a los ojos.
—Lo siento —dijo.
Y se pasó una mano por la cara porque tenía la vista tan nublada que apenas podía distinguir los parterres del sendero. Después se apresuró a meterse en el coche y largarse de allí.