Capítulo 9

Sentada en el suelo, con la cara en las manos y tratando de entender lo que había ocurrido, Rebecca no se dio cuenta de que Randy había entrado en su casa hasta que habló.

—Dime que el que acabo de cruzarme por la calle no era mi mejor amigo —dijo desde la puerta abierta.

Rebecca levantó la cabeza. La compañía de su cuñado era lo último que necesitaba en ese momento.

—No lo sé, no lo he visto.

—Alto, rubio y conduciendo como si lo persiguiera el diablo. Y creo que iba desnudo. ¿Te suena?

—No —repitió ella, tratando de terminar con aquel interrogatorio—. Randy, no quiero discutir, vale. A lo mejor Josh tiene una nueva novia que vive por aquí, no tengo ni idea. Y ahora, ¿vas a ayudarme o no?

Randy no parecía muy convencido,

—Randy, estoy completamente vestida, en medio de una mudanza, y estoy prometida. ¿No puedes tener un poco más de confianza en mí?

Por fin Randy asintió.

—Sí, y tienes tantas ganas de casarte que no vas a estropearlo todo, claro. No se te ocurriría liarte con ningún otro tío.

—Ni ahora ni nunca —le aseguró ella.

—Vale —aceptó su cuñado por fin—. ¿Dónde hay que llevarlo todo?

—Esta caja va a…

Unos golpecitos en la puerta abierta llamaron su atención.

—Hola, preciosa —dijo Booker entrando—. ¿Estás lista para venir a vivir conmigo?

Randy dejó la caja que estaba a punto de levantar y se incorporó, mirando a Rebecca.

—¿Decías?

A Rebecca le dio un vuelco el estómago.

—Has llegado en el momento más oportuno —dijo a Booker.

 

—Eh, adivina qué me han contado. Esta te va a encantar.

Sorprendido por la repentina intrusión de su hermano en la silenciosa cuadra donde estaba cepillando a uno de sus caballos, Josh dio un respingo y se incorporó.

—¿Qué te han contado?

—Rebecca Wells se va a vivir con Booker Robinson.

—¿Qué?

Para Josh fue como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago. Todavía no se había recuperado de la gripe de la noche anterior, pero hasta entonces se había sentido mejor.

—Sólo a Rebecca se le imaginaría acostarse con otro tío cuando se casa dentro de seis semanas —continuó Mike—. A su padre seguro que le da un infarto, si es que no se lo ha dado ya. ¿Te imaginas? Tener una hija que…

Mike continuó hablando sobre los rumores que corrían por el pueblo, pero Josh no podía concentrarse en sus palabras. Estaba tratando de recordar partes de la conversación con Rebecca, recordando todas las oportunidades que tuvo ella de decirle que su nueva casa era la de Booker T. Robinson. Incluso cuando le preguntó adonde se mudaba, ella se limitó a responder «al quinto pino».

—¿Te pasa algo? —preguntó Mike observando preocupado a su hermano—. Pensé que te sorprendería pero…

Josh dejó el cepillo. Al margen de que tuviera una tregua con Rebecca o no, no quería que viviera con Booker Robinson. No la quería cerca de Booker. Y desde luego él no iba a ser el idiota que la ayudara con la mudanza.

—Vamos —dijo—. Tenemos que hacer una cosa.

 

—Has tenido que mencionárselo a mi cuñado —se quejó Rebecca a Booker, mientras los dos veían la televisión en el sofá de la casa de su abuela, agotados después de la mudanza.

—No sabía que era un secreto —dijo él—. ¿Qué pensabas hacer, desaparecer sin decir nada?

—No exactamente, pero pensaba decírselo dentro de un par de días.

—Te he ahorrado la molestia —dijo él encogiéndose de hombros.

Rebecca puso los ojos en blanco.

—Gracias. Tu abuela dice que mi padre ya ha llamado cuatro veces.

—Si hablas con él, seguro que deja de llamar.

Rebecca no estaba lista para hablar con su padre. Ya había tenido bastantes situaciones difíciles por un día. Primero Josh, después Randy…

—Buddy también ha llamado hace un rato. Cuando me ha oído la voz no se ha quedado un poco extrañado —dijo Booker—. ¿Le has dicho que soy homosexual o algo así?

—No le he mentido. Aunque no estaba demasiado encantado con mi decisión. Dice que será mejor que en el futuro le cuente mis planes, y que la comunicación es clave de toda relación.

Booker sonrió y se rascó la cabeza.

—Me parece que no tiene mucha testosterona.

—No es el típico macho, si es lo que te imaginabas. Es un hombre tierno y discreto, que traerá a mi vida el equilibrio emocional que necesito.

—¿Lo dices porque le da miedo comprometerse?

—No tiene miedo de comprometerse.

—Ha pospuesto la boda tres veces, Rebecca. No hace falta ser psicólogo para ver que se lo está pensando.

—Para nada. Lo que pasa es que está muy unido a su familia y quiere que todos vengan a la boda.

—Seguro que es el niño bonito de mamá.

Rebecca se incorporó en el sofá.

—Deja de ser tan negativo, Booker. Cuando lo conozcas, seguro que te cae bien.

—Rebecca, tu padre al teléfono otra vez —los interrumpió la voz de la abuela Hatfield.

Para ser una anciana menuda de menos de metro sesenta, con el pelo canoso, la piel translúcida y huesos frágiles, la mujer tenía un buen vozarrón. Rebecca se puso en pie.

—Justo estaba saliendo por la puerta, Hatty —dijo—. ¿Te importa decirle que he tenido que ir a mi antigua casa a terminar de recoger las cosas?

—Pero son casi las diez, querida. ¿Estás segura de que quieres ir ahora?

¡Sí! Rebecca querías lavarse las manos de todo su pasado y concentrarse en lo nuevo. Y no quería tener que levantarse pronto por la mañana a terminar de recoger sus cosas. No tenía que trabajar hasta las diez.

—Me temo que son cosas importantes —le dijo—. Dile que pasaré por su despacho mañana a la hora de comer.

Hatty no dijo nada. Rebecca dio un golpe a Booker con la rodilla.

—¿Quieres venir conmigo?

—No especialmente —dijo él—. Estoy cansado.

Ahora que tenía de nuevo un compañero de piso, Rebecca detestaba tener que ir sola.

—Si me acompañas, mañana te invito a un helado —sugirió ella con una sonrisa.

Como resignado a su destino, Booker apagó el televisor, tiró el mando al sofá y se puso en pie.

—Cuando te dije que podrías vivir aquí no me imaginaba que fueras tan pesada —refunfuñó.

Rebecca le dedicó una encantadora sonrisa.

—Sin mí estarías más aburrido que una ostra.

—No me vaciles, sólo porque seas la única persona de este pueblo a la que puedo tolerar, además de esa monada de Katie.

—Katie sólo tiene veintitrés años —exclamó Rebecca.

—Es mayor de edad desde hace cinco —dijo él siguiéndola a la puerta de la casa y a su coche.

—No creo que te haga mucho caso—dijo Rebecca—. Lleva una eternidad colgada del hermano mayor de Josh Hill.

—¿El hermano mayor? ¿No has dicho que sólo tiene veintitrés años?

Rebecca abrió las puertas del coche, se sentó al volante y buscó un suéter en el asiento de atrás.

—Así es.

—¿Y cuántos años tiene el hermano de Josh?

—Pues calculo que… treinta y seis —la música sonó a todo volumen en los altavoces en cuanto puso el motor en marcha.

—Trece años de diferencia. Le deben de gustar los hombres maduros —dijo Booker con una complacida sonrisa—. Como yo, por ejemplo.

Rebecca no pudo evitar una carcajada.

—Buena suerte.

Pasaron los quince minutos siguientes discutiendo sobre qué emisora de radio escuchar, música country o rock de garaje. Booker seguía tratando de buscar algo especialmente repulsivo cuando Rebecca aparcó en la entrada de su anterior casa de alquiler.

—No me lo puedo creer —murmuró mirando al césped de la entrada con perplejidad.

—Esto sí, esto es música —dijo Booker al encontrar una emisora de guitarras chirriantes y alguien gritando al micrófono.

—La llave. Tenía que haber insistido en que me devolviera la llave —siguió murmurando Rebecca.

—¿De qué estás hablando?

Por fin Booker levantó la cabeza y miró hacia fuera. Y se le cayó la mandíbula a los pies.

—¿Qué es esto?

—Mis muebles —gimió ella—. Todo lo que Josh me ayudó a llevar al guardamuebles. Tenía la copia de la llave de mi trastero, y el muy cerdo lo ha vuelto a traer todo aquí.

 

Era tarde pero Rebecca no podía dormir. Estaba preocupada por los muebles, que seguían en el jardín de su antigua casa de alquiler, y furiosa.

—Te vas a enterar, Josh Hill —masculló por enésima vez, paseando por la sala de estar de la casa como un gato enjaulado.

Por suerte Booker y su abuela estaban durmiendo, por lo que estaba sola con sus pensamientos, y por fin decidió llamar a Buddy.

—Hola, cariño —le dijo él.

—¿No duermes? —preguntó ella.

—No, estaba en Internet. Mirando juegos nuevos, ya sabes.

—¿Has encontrado algo interesante?

—Pues la verdad, sí. En una página de astrología que me dijo mi madre. Iba a mandártela, pero ya que has llamado te la leeré.

—¿Qué es? —preguntó ella.

—La prueba de que estamos hechos el uno para el otro.

—Oh. ¿De verdad?

Eso sonaba muy bien. Y era exactamente lo que Rebecca necesitaba en ese momento.

—Escucha, se titula Lo que atrae a la mujer Escorpio, y dice: «El tipo de hombre que te gusta parece inescrutable y posee un carisma y un magnetismo que insinúan pasión y ardiente sexualidad».

¿Ardiente sexualidad?

—Sigue —dijo Rebecca.

Era evidente que Buddy todavía no había llegado a la parte que se refería a él.

—«Eres tenaz y bastante posesiva —continuó él—, y buscas las mismas características en un hombre. Una sutil lucha de poder puede ser un aspecto seductor de la atracción. Los hombres que parecen misteriosos o aparentan tener oscuros secretos te intrigan y te atraen. Con frecuencia te gustan los hombres poderosos o peligrosos…».

—¿Poderosos? —dijo ella.

— Bueno, yo lo interpreto como seguros de sí mismos. Como yo, ¿no te parece?

—Oh, sí, claro, podrías ser tú —dijo ella, que no sabía que más decir. Hasta el momento no había mencionado ninguna de las características de Buddy—. Sí, tú eres… —carraspeó— misterioso, supongo.

—Pues escucha esto. «Si tienes Marte en Escorpio, tendrás pasiones fuertes y rezumarás un magnetismo sexual que atrae sobre todo a otros Escorpio».

—¿Se puede saber por qué me lees eso? —preguntó ella, con la voz un poco chillona—. Tú no eres Escorpio.

Rebecca no sabía si ella tenía a Marte en Escorpio o no, pero Josh Hill era el único Escorpio que conocía. Claro que era una información que no pensaba nunca compartir con Buddy. Su prometido no entendería jamás su relación ni su pasado con Josh.

—Me has interrumpido en lo mejor —dijo él—. Escucha: «Eres una seductora nata y te sientes especialmente excitada por la descarnada energía sexual de un hombre apasionado».

Rebecca se sentó. Tenía los ojos abiertos pero no veía nada. ¿No se había equivocado de número? ¿No sería Josh gastándole una broma?

—¿Lo ves?, eres una seductora —oyó la voz de Buddy.

—Oh —dijo ella—. Y tú eres el hombre con descarnada energía sexual.

—Por supuesto.

¿Entonces por que imaginó la cara de Josh mientras Buddy le leía aquella tontería?

—Después de leer una cosa así —continuó Buddy—, el dinero extra que voy a gastar para ir al aniversario de tus padres es dinero bien gastado, ¿eh?

Rebecca respiró profundamente y trató de tomar cierta perspectiva. Sólo era un horóscopo. No significaba nada.

—Tengo muchas ganas de verte, Buddy —dijo—. Pero estoy agotada. Mejor hablamos mañana.

—Adiós, mi preciosa seductora.

Rebecca sacudió la cabeza y colgó. ¿Por qué diablos le había leído aquello? ¿No se daba cuenta de que ninguna mujer lo describiría como sexualmente apasionado? ¿Ni misterioso? Buddy tenía muchas cualidades y sería un excelente esposo, pero la pasión sexual no estaba entre sus fuertes. Ni tampoco ninguna de las otras características que le había leído.

La culpa era de Josh. Si no se hubiera puesto enfermo la noche anterior, obligándola a darle un masaje, no imaginaría su cara y su cuerpo cada vez que oía el término «deseo sexual»…

Rebecca sacó la guía telefónica y buscó el número del rancho donde Josh vivía con su hermano. No le hacía ninguna gracia lo que había hecho con sus muebles, y quería que lo supiera.

El teléfono sonó al menos veinte veces antes de que alguien respondiera, pero Rebecca se dio cuenta enseguida de que era Josh.

—¿Diga?

Rebecca abrió la boca para decir algo de los muebles, pero en realidad en la cabeza sólo tenía aquel ridículo horóscopo.

«Si tienes Marte en Escorpio, tendrás pasiones fuertes y rezumarás un magnetismo sexual que atraerá sobre todo a otros Escorpio».

—¿Diga? ¿Quién es?

Rebecca titubeó. Aún medio dormido Josh resultaba de lo más sexy.

—Tú no tienes energía sexual —le espetó de repente ella, sin poder contenerse—. Ni una pizca. Ni eres tenaz ni posesivo, bueno sí, a lo mejor eres tenaz y posesivo, pero no eres seductor, y no me atraes. De hecho…

—¿Rebecca?

—¿Qué?

—De lo otro no tengo ni idea, pero aquí hay energía sexual de sobra —dijo él—. Cuando quieras pasar de tu prometido y averiguar cuánto, pásate por aquí.

Furiosa y frustrada, Rebecca apretó los puños.

—¡No me acostaría contigo aunque fueras el último hombre de la tierra! —exclamó, y colgó.

 

—¿Quién era? —preguntó Mike en la puerta del dormitorio de Josh, con los pelos de punta hacia un lado.

Josh se echó a reír y colgó el teléfono.

—Rebecca. Quería darnos las gracias por ayudarla con la mudanza.