Capítulo 19
La luz del porche se encendió y Rebecca se incorporó. Era como un faro en medio de la noche, pero no estaba segura de que la llevara a puerto seguro. Lo que sí sabía era que Josh estaba dentro. Lo había seguido desde el pueblo media hora antes, con mucho cuidado de no ser descubierta. Y después de llevar media hora debatiéndose entre acercarse a la puerta o no, ya había decidido volver a casa cuando la maldita luz del porche se encendió, haciéndola dudar.
No podía evitar recordar la conversación con Mary en la peluquería. ¿Y si tenía razón? ¿Y si la ruptura de Josh no era más que un caso de pánico pasajero? Mary parecía muy segura de que Josh volvería con ella, y además contaba con el apoyo de todo el pueblo. Todo lo contrario que ella.
Rebecca se frotó la nariz. Ahora las noches eran más frías y deseó haberse puesto una cazadora de más abrigo.
Debería volver a casa…
Puso el coche en marcha, pero antes de salir a la carretera vio que algo había cambiado en la casa. Las cortinas de la cocina estaban descorridas y Josh estaba allí de pie, con las manos en las caderas, mirándola. Retándola.
Tal y como sospechaba, Josh había encendido la luz por una razón. Comunicarle que sabía que estaba allí.
La vergüenza que debería haber sentido al ser sorprendida espiando al objeto de su fascinación se desvaneció al mirarlo. Y por mucho que intentó mantener los resentimientos del pasado, se dio cuenta de que se habían desvanecido, y que en su lugar había emociones más profundas contra las que ya no podía hacer nada. Josh Hill le gustaba con locura.
Y no sólo para una noche.
Respirando profundamente, apagó el motor, salió del coche y se acercó a la casa.
Josh le ahorró las molestias de llamar. En cuanto ella pisó el primer escalón del porche abrió la puerta de par en par. Después la miró, esperando.
—¿Y bien?
No pensaba ponérselo fácil. Rebecca miró a su coche y pensó en una rápida retirada. Pero aparcó la idea cuando él salió y se lo impidió.
—Oh, no. De eso nada, cobardica.
—Yo no soy una cobarde —protestó ella. Josh la sujetó por los hombros.
—Si no eres una cobarde di lo que has venido a decir y olvídate de salir corriendo.
Pero Rebecca no iba a ninguna parte. De repente lo supo con la misma certeza que sabía que el sol saldría por la mañana. Rodeando el cuerpo masculino con los brazos, deseó que Josh la besara y se olvidara de las palabras, pero cuando intentó distraerlo con un beso, él la apartó.
—Primero tienes que decírmelo.
Rebecca lo miró, sin entender cómo podía estar tan enamorada sin saberlo.
Josh pareció suavizarse un poco. La besó varias veces en la frente, la sien y las mejillas, y se detuvo junto a sus labios.
—No oigo nada, Rebecca.
—Estoy… dispuesta a arriesgar —murmuró ella.
—¿Arriesgar qué? —insistió él con la boca muy cerca de la suya.
Cuando él le frotó la nariz con la suya, Rebecca contuvo el aliento y sintió que todo su orgullo y sus temores se desvanecían.
—Arriesgarlo todo —reconoció ella—. Me gustas demasiado.
Josh sonrió y la abrazó.
—Así me gusta —rió él—. No ha sido tan difícil, ¿verdad? Y cada vez será más fácil.
—¿No esperarás que diga esas cosas continuamente? —preguntó ella deslizando las manos bajo la camisa masculina.
Por fin Josh la besó, fuerte y apasionadamente.
—Claro que sí. Y estoy seguro de que algún día me dirás que me quieres —le susurró al oído hundiéndole las manos en el pelo—. Me lo dirás una y otra vez cuando te haga el amor, justo antes de arrancarte gritos de placer. Aunque conociéndote, eso llevará un tiempo —añadió con una sonrisa.
—Espero que no te refieras a lo de los gritos de placer.
—No, me refiero a lo de «te quiero».
—Oh, me parece muy bien. Puedo esperar a que lo digas tú primero —dijo ella, buscándole los labios y fundiéndose con él en otro apasionado beso.
Por fin Josh se apartó para mirarla, y rió mientras le recorría con el pulgar la curva de la mandíbula, en una caricia tan posesiva y tan tierna que Rebecca creyó estar soñando. Josh la estaba acariciando, el hombre a quien estaba segura de odiar con toda su alma.
—Ese día puede llegar antes de lo que crees. Ya estoy medio enamorado de ti —dijo él—. Puede que lo haya estado siempre.
Rebecca lo miró y parpadeó. Quería capturar aquellas palabras y guardarlas dentro de su corazón.
—Repite eso.
Josh se echó a reír y le dio una significativa palmadita en el trasero.
—Ya lo has oído. Ahora ve a mi habitación y quítate la ropa. Quiero ver ese tatuaje.
Rebecca contemplaba a Josh mientras dormía. Dios, qué guapo era. Y cómo lo quería. Tanto que dolía. Tanto que la aterraba. ¿Y si despertaba por la mañana y se daba cuenta de que había cometido un error?
Aunque Josh sabía perfectamente quién era ella cuando le hacía el amor. Se lo había dejado muy claro más de una vez. Le había besado la garganta y el lóbulo de la oreja mientras murmuraba que nunca había deseado tanto a una mujer como la deseaba a ella. Y antes de llevarla al clímax, disminuyó el ritmo hasta el punto de volverla casi loca de frustración.
—Mírame —le había ordenado.
Cuando ella había abierto los ojos, Josh le había dicho que aquél era su castigo por todo lo que le había hecho, y después continuó excitándola lenta y tortuosamente hasta llevarla al clímax, y cuando la oleada de placer por fin se derramó por todo su cuerpo lo hizo con tanta intensidad que no pudo recriminarle nada.
Rebecca sonrió con satisfacción al recordar a Josh temblando de placer al borde de su orgasmo. En ese instante final, sus miradas se encontraron y los ojos de Josh se llenaron de una emoción muda que la hizo sentirse femenina y poderosa a la vez. Josh la deseaba. La deseaba con toda su alma. Y no sólo eso. Josh conocía cada detalle de su pasado, y eso no parecía importarle.
Rebecca se volvió para verle la cara en la oscuridad, temiendo dormirse por miedo a despertar y que todo fuera totalmente diferente. Por la mañana Josh tendría que enfrentarse a su hermano, a su familia y a todo el pueblo. Por la mañana tendrían que tomar una decisión sobre si aquella noche se podía volver a repetir.
—¿En qué estás pensando? —murmuró Josh.
—En nada —mintió ella.
Josh estiró una mano y le recorrió la cara con el pulgar.
—Yo estoy pensando que eres preciosa —dijo él.
Rebecca intentó no sonreír, no entregar más de su corazón, pero era demasiado tarde. Ya no le quedaban defensas. Estaba total e inequívocamente enamorada, y no sabía si eso terminaría siendo algo bueno.
—¿No te parece gracioso? —dijo ella.
—¿El qué?
—Que estemos aquí desnudos juntos después de todo por lo que hemos pasado. Yo soy la que dije a todo el instituto que tenías un miembro viril de siete centímetros, ¿te acuerdas?
Josh sonrió.
—Sí, pero eran sólo los juegos preliminares.
—¿Y mañana?
—¿Qué pasa mañana?
—Eso digo yo, ¿qué pasa mañana?
—Mañana pienso encontrar la manera de convencerte de que me prepares el desayuno… desnuda — dijo él—. Pero aún tenemos unas horas para abrir el apetito, y pienso aprovechar cada minuto —la rodeó con los brazos, rodó encima de ella y la besó—. ¿Ya estás lista para decirme que me quieres? —susurró apoyando la frente en la de ella.
—Claro que no —negó ella, a pesar de que su corazón estaba gritándolo como loco.
—Qué pena —dijo él—. Supongo que voy a tener que seguir tratando de convencerte.
—No lo conseguirás —insistió ella.
Josh lamió un pezón que ya estaba totalmente duro.
—Veremos lo que dices dentro de cinco minutos.
Rebecca estaba sentada a la mesa de la cocina, cubierta únicamente con una camiseta de Josh, los labios hinchados de sus besos y el pelo despeinado.
«Así es como me gusta más», pensó Josh, tratando de concentrarse en el desayuno y no en ella. Habían hecho el amor varias veces durante la noche, y todavía tenía ganas de llevarla de nuevo a la cama.
—El desayuno está casi listo. ¿Quieres más zumo de naranja?
Rebecca negó con la cabeza.
Josh dio la vuelta a las tortitas.
—Espero que tengas hambre. Aquí hay comida para un regimiento.
Rebecca no contestó.
Sin entender por qué se había quedado tan callada de repente, Josh la miró y la vio con la mirada perdida en la ventana.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada.
—Venga, Beck. No te creo. ¿Qué pasa?
Rebecca cruzó los brazos y lo miró con el ceño fruncido.
—Con Mary siempre salíais a desayunar. Es evidente que no te importaba que te vieran con ella.
—Tampoco me importa que me vean contigo.
—¿Y por qué quieres desayunar aquí en vez de ir a Jerry's?
Josh sacó el beicon de la sartén para que no se quemara.
—Eh, tus conclusiones son un poco precipitadas para un día, ¿no crees? Además, pensé que sería más divertido prepararte el desayuno, —dijo—. Cierto que no soy muy buen cocinero, pero el desayuno es lo único que no me sale mal. Y así no tendrías que vestirte —añadió bromeando para animarla un poco.
Pero no funcionó.
—¿No te importaba que Mary se vistiera?
—No.
—¿Por qué no? ¿Porque querías salir con ella y que os viera todo el mundo?
—No.
—¿Entonces por qué?
Josh suspiró. No estaba especialmente ansioso por analizar sus actos. Pero lo que sabía era que llevar a Mary a desayunar a Jerry's marcaba definitivamente el fin de su rato juntos y le permitía empezar a trabajar.
—No lo sé —dijo él poniendo el beicon en un plato y cascando un par de huevos, que echó a la sartén—. No me la imaginaba en la cocina de mi casa mirándome mientras le preparaba un desayuno. Supongo que no quería que se sintiera demasiado cómoda en casa.
Rebecca lo estudió unos momentos.
—Yo estoy en la cocina de tu casa mirándote mientras me preparas el desayuno —repitió ella—. Incluso me he puesto una camiseta tuya.
—Lo sé —dijo él — . Y lo más alucinante es que me encanta.
Después de desayunar, Rebecca volvió a casa. Se alegró al ver que no había nadie y, después de arreglarse, fue a trabajar. A las once y media en punto, la puerta de la peluquería se abrió y apareció Booker con su abuela.
—Tengo hora —declaró la abuela Hatfield, como si esperara que Rebecca sacara a la señora Londonberry del sillón de una patada y la atendiera a ella.
Booker miró a Katie con cierta intensidad, y ésta le dio la espalda y empezó a rebuscar en los cajones.
Rebecca notó la tensión entre ellos, pero estaba demasiado preocupada para pensar en eso.
—¿Qué tal la noche? —preguntó Booker a Rebecca desabrochándose la cazadora y acercándose a ella.
Rebecca se aclaró la garganta y miró a su alrededor, para ver si alguien los escuchaba.
—Bien —murmuró.
—¿Sólo bien? —preguntó el con una maliciosa sonrisa.
La señora Londonberry dejó la revista que estaba hojeando y los miró.
—¿Qué pasó anoche? ¿Me he perdido algo?
—No pasó nada —dijo Rebecca.
Pero Hatty debía de llevar el audífono a todo volumen porque de repente dijo en voz bien alta:
—Algo debió de pasar, porque en casa no has dormido.
Ashleigh, la nueva peluquera que había empezado a trabajar para ocupar el puesto de Rebecca tras su boda, se volvió hacia ella.
—Eh, Rebecca, ¿ya estás saliendo con otro? ¿Tan pronto? —le preguntó con una sonrisa y un guiño.
Rebecca no quería decir nada. Quería esperar a ver qué pasaba con Josh antes de que todo el pueblo empezara a hablar de ellos.
—Claro que está saliendo con alguien —soltó la abuela Hatty a grito pelado—. Ese chico tan mono, Josh Hill. Booker me dijo que está loco por ella. Que lo tiene loquito dijiste, ¿verdad, Booker?
En la peluquería se hizo un tenso silencio.
—Muchas gracias —murmuró Rebecca a Booker.
—Imposible —exclamó la señora Londonberry—. El chico de los Hill se va a casar con la hija de Barb y Gene, Mary. Ayer mismo me dijo Barb que estaba segura de que se casarían en Navidad.
—¿No se ha enterado? —dijo Ashleigh recogiendo unas cajas del suelo—. Han roto.
—Sí, han roto porque Josh está loco por Rebecca —repitió la abuela, como si no hubiera quedado bastante claro la primera vez.
—Pero Josh y tú nunca os habéis llevado bien —dijo Katie volviéndose hacia Rebecca, aunque sin poder evitar mirar a Booker—. ¿Es verdad?
—Josh y yo somos… sólo amigos —dijo Rebecca encogiéndose de hombros.
—Yo no paso la noche con mis amigos —puntualizó Ashleigh.
Rebecca cerró los ojos consciente de que ahora jamás podría evitar que los rumores corrieran como la pólvora por todo Dundee. Nadie creería que Josh la prefería a Mary. ¡Cómo se burlarían de ella! Y quedaría como una idiota, sobre todo ahora, que ya no estaba segura de si lo ocurrido la noche anterior tenía el significado que había pensado en el momento. El tiempo que había estado con Josh había sido demasiado perfecto.
—Me dijo que Buddy estaba buscando un caballo para criar —musitó Katie, como hablando consigo misma—, ¿Por eso vino a cortarse el pelo?
Rebecca dejó las tijeras en su bandeja y suspiró.
—No. No hay que exagerar nada —dijo—. Mary me dijo que Josh volvería con ella. Así que no es lo que pensáis.
—¿Entonces qué es? —preguntó Mona.
A Rebecca también le gustaría tener la respuesta. Josh dijo que sólo se acostaría con ella si eso significaba algo. Y la había tratado como si sintiera algo por ella. De hecho, le había dicho algunas cosas preciosas. Lo que no sabía era si él iba en serio o les decía lo mismo a todas sus conquistas.
—Pues—
Afortunadamente en ese momento sonó el teléfono y Rebecca salió disparada a descolgar, agradecida por la inesperada interrupción.
—¿Rebecca? —dijo Delaney al otro la de la línea en cuanto descolgó.
—Sí, Delaney, ¿qué pasa?
—Es el momento. Las contracciones aún no son muy fuertes, pero ya nos vamos. ¿Vas a venir al hospital?
Rebecca no se lo pensó dos veces.
—Por supuesto, ¿estás bien?
—Sí.
—Nos vemos allí.
Rebecca colgó y después de pedirle a Ashleigh que se ocupara de sus dientas y decirle a Booker que volvería tarde, salió de la peluquería.