Capítulo 5
—¿Para qué voy a querer ver a Booker Robinson? —preguntó Delaney.
—Porque es un viejo amigo —dijo Rebecca sujetándose el teléfono entre el hombro y la oreja y volviéndose para contemplar su reflejo en el espejo de su dormitorio. Aquella noche quería estar guapa; necesitaba estar guapa. Después de los últimos días, necesitaba recuperarse emocionalmente.
—Mío no —le recordó Delaney.
Rebecca se volvió para verse el trasero en el espejo. ¿No le hacían muy gorda aquellos vaqueros? Mejor sería que se pusiera los pantalones de tela negros, los de tiro bajo, los que dejaban ver el tatuaje que se hizo el día que cumplió treinta años. Aunque no tenía intenciones románticas con Booker, su viejo amigo era del tipo de hombre que sabía apreciar una mariposa rosa tatuada bajo el ombligo de una mujer.
—No lo entiendo —continuó Delaney—. ¿Por qué has quedado con él?
Porque Buddy había vuelto a retrasar la fecha de la boda, sus padres no querían invitarla a la fiesta de su aniversario, y Josh… bueno, Josh también tenía parte de culpa. Aunque aún no sabía por qué.
—Mucho mejor que quedarme sola en casa, ¿no crees?
—En tu caso sí, pero no en el mío, con un embarazo a cuestas de siete meses.
—Venga, Delaney. Hace tiempo que no vamos a ninguna parte. Tráete a Conner al Honky Tonk a tomar algo. Puedes estar en la cama a las doce.
—Lo pensaré —dijo, aunque por el sonido de la voz parecía estar bostezando—. ¿Qué tal te ha ido con Josh esta mañana?
—Bien. Ha venido, le he cortado el pelo, mi padre se ha pasado para ponerme de mal humor para el resto del día, y nada más.
—Bueno, tranquila. Dentro de unas semanas ni te acordarás de su existencia. Buddy y tú estaréis casados y viviendo felizmente en Nebraska.
—Hm, me temo que no. Espera un momento —dijo Rebecca y alejó el teléfono un momento para ponerse el suéter. Era un suéter negro y ceñido, con manga tres cuartos y ligeramente por encima de la cintura, lo que permitía lucir al máximo el corte del pantalón. Y el tatuaje—. Buddy ha vuelto a retrasar la boda. Quiere que venga su tía abuela, y ella no puede venir hasta enero.
Rebecca concentró su atención en el pelo. Le gustaban las mechas rubias que se había dado, aunque el corte que le había hecho Katie, muy corto y muy moderno, no le dejaba muchas opciones para peinárselo. Se dio un poco de espuma y se lo arregló con los dedos.
—Pero ibas a celebrar tu cumpleaños en Cancún durante la luna de miel.
—Supongo que tendré que hacer otra cosa —dijo ella con cierta resignación—. Lo único que me gusta es que podré estar aquí cuando des a luz, aunque aparte de eso, no me ha hecho ninguna gracia.
—Dale un ultimátum —sugirió Delaney.
—Lo he pensado, créeme.
—¿Y?
—Que a lo mejor me manda a freír espárragos. Y entonces tendré que pasarme el resto de mi vida viviendo en este pueblo que cada día soporto menos.
Delaney suspiró al otro lado de la línea.
—No seas exagerada. Podrías conocer a alguien, o irte a vivir a una ciudad grande. Si Buddy no está tan convencido como debería, más vale que lo averigües ahora.
—No, gracias. Ahora prefiero ir a tomar una cerveza con Booker.
—Eso es eludir el problema.
—Pues lo eludo. Necesito salir de casa. Llevo los últimos fines de semana sentada en el sofá, hablando con Buddy por teléfono. O mandándole correos por Internet, o en el Messenger. No puedo pasar cuatro meses más así.
—Pero sigo sin entender que salgas con Booker —insistió Delaney.
Rebecca abrió el zapatero.
—Tranquila. Sigo estando prometida. Además, no estaría bien acostarme con alguien sólo para cabrear a mi padre, ¿no crees? —dijo—. ¿Qué me pongo, zapatos planos o tacones?
—¿Cómo es de alto Booker?
—Más o menos como yo.
—Perfecto. Ponte las botas altas de tacón de aguja. Así le dejarás bien claro quién lleva la fusta.
Rebecca sacó un par de zapatos planos y se los puso.
—No creo que eso le intimide. Al revés, seguramente le gustará.
—Oye, si no te casas hasta enero, ¿qué harás con la casa? —preguntó Delaney— ¿No se te acaba el contrato de alquiler?
—Sí. Tendré que hablar con el señor Williams para ver si me lo renueva.
—Lo dudo mucho, Beck. Su hijo lleva un par de semanas viviendo en su casa con su mujer y los dos monstruitos que tienen de hijos. Creo que les ha prometido la casa en cuanto tú te vayas.
—No es verdad —exclamó Rebecca sin poder creer su mala suerte.
—En serio. Se lo oí comentar en el banco a Lisa.
—Lo que significa que tengo que encontrar otra casa —dijo Rebecca dejándose caer en la cama.
—Si quieres puedes venir con nosotros al rancho —le ofreció Delaney.
—Seguro que a Conner le encantaría —dijo Rebecca, echándose unas gotas de perfume detrás de las orejas, en la garganta y en el ombligo.
—No le importaría —le aseguró su amiga.
—No, gracias. Todavía no estoy tan mal como para irme a vivir con mi amiga recién casada.
—Sólo sería temporal…
—Tranquila, ya se me ocurrirá algo.
Pero no en ese momento. Mejor dejarlo para el día siguiente. Al día siguiente buscaría una solución. De momento sólo quería olvidar sus problemas y salir a bailar por primera vez en meses.
—Bueno ¿vas a venir o no?
—¿En serio que vas a ir?
—Claro. ¿Por qué crees que te he llamado?
—Entonces no puedo permitir que vayas sola —dijo Delaney poniéndose seria.
—No voy sola. Voy con Booker —le recordó Rebecca.
—Precisamente. Estaré allí dentro de una hora.
En cuanto Rebecca colgó, el teléfono sonó de nuevo y ella lo miró con desconfianza. Ignorar una llamada de teléfono iba contra su carácter, pero no quería hablar con Buddy, ni con su padre, ni con ninguna de sus hermanas. Mientras se debatía entre responder o no, oyó la voz de Buddy en el contestador.
—¿Beck? ¿Estás ahí? ¿Estás enfadada conmigo? ¿Qué pasa? No me has llamado. Creía que lo habíamos aclarado todo, pero si estás enfadada por lo de la boda, podríamos adelantarla un par de semanas. Hablaré con mi tía. Llámame, ¿vale? —y colgó.
—¿Un par de semanas? Vaya, qué detalle por tu parte, Buddy —gruñó ella, y fue a ponerse la chaqueta.
Cuando ya tenía el bolso en la mano, llamó a Booker.
—Ahora salgo.
—Nos vemos allí —dijo él y colgó.
—¡Oh, cielo santo! ¿La habéis visto? —exclamó Mary, estirando el cuello para ver por encima de la gente—. Tiene un tatuaje debajo del ombligo.
—No puede ser. ¿Un tatuaje? ¿De qué? —sentada frente a Josh, Candance hizo apartarse a su acompañante, Leonard Green, para ver la pista de baile.
—Parece una mariposa. Está con Booker Robinson —respondió Mary—. Sé que lleva unos días aquí. Lo vi el otro día en su moto.
—Me lo dijiste —dijo Candance.
Mary los observó durante unos momentos en silencio.
—¿Creéis que se acuestan juntos?
Josh había tratado de ignorar la conversación, igual que trató de ignorar a Rebecca desde el momento que ésta apareció por la puerta del Honky Tonk, pero no pudo aguantarse más.
—No —dijo—. No se acuesta con él.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Mary.
Candance apretó los labios con escepticismo.
—Pues tiene toda la pinta de que sí —aseguró.
—Creía que estaba prometida —dijo Leonard.
—Lo está —dijo Mary—, pero de ella no me extrañaría nada. Le gustan los moteros, ¿no os acordáis? —todos asintieron con la cabeza—. Además, su prometido no es de por aquí, así que tampoco se enteraría.
Josh apretó la mandíbula y dejó la cerveza sobre la mesa.
—No se acuesta con Booker. De hecho, hasta esta mañana no sabía que Booker había vuelto. ¿No podéis dejarla en paz de una vez?
Mary frunció el ceño al oír la impaciencia en la voz de su novio.
—¿Qué te pasa, Josh? Creía que Rebecca no te caía bien.
—Tengo mejores cosas que hacer que pasarme la tarde cotilleando de Rebecca Wells —dijo él—. Estoy harto de oír hablar de ella como si fuera la encarnación del mismísimo diablo. No es tan mala.
Candance arqueó las cejas.
—¿No?
—No. Para empezar, es la persona con más agallas que he conocido.
Mary y Candance intercambiaron una mirada.
—Lo que tú digas, Josh —dijo Mary.
—En serio. ¿Os acordáis cuando estábamos en séptimo y Buck Miller no paraba de meterse con Howie Wilcox?
—Candance y yo todavía estábamos en el colegio.
—Yo sí —dijo Leonard—. Buck siempre se estaba metiendo con el pobre Howie.
—Y con todo el mundo —continuó Josh—. Un día, en gimnasia, el entrenador nos hizo correr dos kilómetros. El pobre Howie estaba tan gordo que apenas podía andar medio kilómetro, mucho menos correr, y Buck no paraba de insultarlo, diciéndole que era la única persona que conocía con más michelines que el Hombre Michelín.
Leonard asintió.
—Sí, me acuerdo.
—Rebecca lo oyó todo y decidió que ya era suficiente. Dejó los libros, se plantó delante de Buck y le dijo que cerrara el pico si no quería que se lo cerrara ella.
—¿En serio? —dijo Candance—. Buck era uno de los chicos más fuertes del instituto.
—¿Y qué pasó? —quiso saber Mary acercando la silla a la mesa.
—Buck empezó a empujarla y a decirle que se metiera en sus asuntos, pero ella lo empujó también. Y en cuestión de segundos se enzarzaron en una pelea de antología.
Mary soltó una carcajada.
—No puede ser verdad —exclamó divertida—. ¿Y cómo terminó todo? ¿Ganó ella?
—No, Buck le dio una buena paliza. Por defender a Howie el Gordo.
—¿Ella y Howie eran amigos?
—No que yo sepa —dijo Josh—. Howie no tenía amigos.
—¿Y por qué no lo dejó cuando vio que Buck podía con ella? —preguntó Leonard, extrañado—. Sólo tenía que llamar al director.
—Rebecca no se rendía. Continuaba intentando pegarle una y otra vez. Hasta que un profesor los separó, y los dos fueron expulsados. Siempre me he sentido un poco avergonzado de mí mismo por lo que pasó —reconoció Josh.
—¿Por qué? Tú no hiciste nada —le aseguró Mary.
—Precisamente —dijo el—. Porque no hice nada. Deje que una chica defendiera a Howie y se ganara una buena paliza por ello.
—Nadie hizo nada —recordó Leonard—. Sólo teníamos doce años, y todo el incidente nos sorprendió bastante.
A Josh lo dejó boquiabierto. Incluso ahora recordaba la escena a cámara lenta, a pesar de que todo sucedió muy deprisa. A pesar de todo, tendrían que haber hecho algo.
Levantándose, Josh dejó a Mary y sus amigos y se acercó a la sinfonola. Por él, se iría del Honky Tonk en ese mismo momento, pero sabía que a Mary le encantaba quedar con sus amigos en el bar del pueblo hasta bastante tarde, como si siguieran estando en el instituto. A veces se preguntaba si era consciente de que ya no eran estudiantes en plena adolescencia.
Josh miró a la lista de canciones para tratar de apartar de su mente la imagen de Rebecca después de la pelea con Buck. Con una blusa rota y sucia, la nariz sangrando y el pelo enmarañado, Rebecca continuó amenazando a Buck con el puño cerrado y gritando mientras un profesor la apartaba a la fuerza.
—Déjalo en paz, ¿me oyes?
No había nadie como Rebecca. Nadie.
Josh miró a Mary y de repente la vio como lo que era, una mujer totalmente anodina, aburrida y tradicional, con el mismo estilo de vestir conservador que todas sus amigas, algo que hasta ahora a él no le había parecido mal. Sin embargo, en aquel momento deseó que Mary se hiciera un tatuaje. Probablemente lo deseó porque sabía que Mary no se lo haría. Pero si no un tatuaje, algo que demostrara que era capaz de hacer algo diferente, atreverse a ser un individuo, y no un conjunto de rasgos y creencias aprobados por las masas. Cielos, estaba saliendo con una mujer totalmente homogeneizada.
Josh hundió las manos en los bolsillos. No, no estaba siendo respetuoso ni justo con ella. Sólo estaba reaccionando a lo ocurrido aquel día. Por culpa de la tregua que le había pedido el alcalde Wells, Rebecca aparecía de nuevo en su órbita, y él no lo había aceptado bien. Ahora, después de estar meses sin verla aparte de cruzarse con ella muy de vez en cuando por la calle, había estado sentado en la peluquería durante más de media hora, con los senos femeninos a la altura de sus ojos mientras ella le pasaba los dedos por el pelo. Y ahora estaba allí, en el Honky Tonk, tan sensual y sugerente como la recordaba. El tatuaje era atrevido y muy sexy y le recordó el verano anterior. En ese momento deseó tener por fin la satisfacción de hacerle el amor, de oírla gritar de placer entre sus brazos.
Pero era sólo por motivos competitivos, por el deseo de conquistar, se recordó él. Nada más. Sólo quería ganar a la única mujer que lo había dejado plantado.
Mary era una mujer atractiva, agradable y una buena madre para su hijo Ricky, y él era muy afortunado por tenerla, se recordó. Josh conocía al menos a media docena de hombres que ocuparían gustosos su lugar.
Entonces ¿por qué no podía dejar de mirar a Rebecca?
Rebecca se alegraba de haber salido. Hacía meses que no se sentía tan libre de preocupaciones. El sonido de la música resonaba en todo el local y la hacía moverse al ritmo de la música. La margarita que estaba tomando la ayudó a relajarse y ya no sentía la urgente necesidad de casarse y dejar Dundee. Buddy quedaba muy lejos y Booker era el compañero perfecto para su estado de ánimo.
Su amigo bailaba, hablaba, se reía y razonaba sobre la vida en términos increíblemente sencillos. Mientras esperaban la llegada de Delaney y Conner, Rebecca le contó que Buddy había vuelto a retrasar la fecha de la boda y él le dio la misma respuesta que tenía para todo:
—Mándalo al infierno.
Bien, aquella noche Rebecca estaba mandando al mundo entero al infierno. Tirando de Booker y guiñando un ojo a Delaney, que estaba sentada junto a Conner, le dijo:
—Vamos a bailar otra vez.
Booker la siguió a la pista de baile. Rebecca podía ver a Josh sentado junto a Mary y la amiga de ésta, Candance, con alguien que no conocía. Pero su presencia no le incomodó. De hecho, el corte de pelo que le había hecho le quedaba fantásticamente bien, y ella estaba orgullosa de su pequeña obra de arte. Aunque tampoco era para tanto, Josh siempre estaba guapo.
—Por si te interesa, Josh Hill está sentado ahí —le dijo ella a Booker.
—¿Por qué iba a interesarme?
—Hace mucho que no lo ves.
Booker la hizo girar y miró hacia la mesa de Josh.
—Por lo que veo, no ha cambiado mucho —dijo—. ¿Y ésa que está con él no es Mary, la capitana de las animadoras? ¿Es su mujer?
—No —lo informó Rebecca—, aunque llevan unos meses saliendo.
Booker continuó llevándola por la pista de baile y la echó hacia atrás sujetándola con el brazo.
—Por mí se pueden ir los dos al infierno —dijo Booker—. Nunca me han caído bien y me temo que el sentimiento es mutuo.
A Rebecca le gustaba la filosofía de Booker, aunque no estaba segura de que fuera el mejor modelo de imitación. Por suerte, Delaney estaba allí para ayudarla a controlar sus instintos más salvajes. Para Delaney, Booker era como el temible lobo feroz del cuento, y no estaba dispuesta a que su amiga se convirtiera en el primer cerdito. Y ése era el motivo por el que no se iba, a pesar de que debería estar en la cama y su marido Conner parecía más aburrido que una ostra.
—Pues si Josh sale con Mary ¿por qué no deja de mirar hacia aquí? —preguntó Booker.
—¿Qué? —replicó Rebecca.
—Me gustaría saber por qué ese Josh no deja de mirarte.
—No lo sé. No me había dado cuenta.
—¿Ha pasado algo entre vosotros alguna vez?
—Entre nosotros han pasado muchas cosas.
—Me refiero a si os habéis liado alguna vez.
—No —mintió ella, pensando que lo del verano anterior era una excepción que no merecía ser mencionada.
—Pues le gustas, tía. Le gustas mucho.
Rebecca puso los ojos en blanco y se echó a reír.
—De eso nada. Me odia, que no es lo mismo.
—Sólo te digo lo que veo. Si no quieres, no tienes que creerme.
Booker tenía que equivocarse. Seguramente Josh lo estaba mirando a él. A excepción de Rebecca, nadie en el pueblo estaba especialmente contento por su vuelta.
—¿Qué te parece Conner? —le preguntó Rebecca mirando al marido de Delaney.
—Es majo, supongo —dijo Booker—. Delaney sigue estando buenísima. Lástima que esté casada.
—A veces yo pienso lo mismo —reconoció Rebecca con un mohín—. Me alegro por ella, pero echo de menos que ya no podamos vivir juntas. Y ahora que se me ha acabado el contrato de alquiler, voy a tener que mudarme a una casa nueva sola, si es que la encuentro.
—No te vayas a vivir sola —dijo Booker—. Vente al rancho con mi abuela y conmigo.
Rebecca se echó hacia atrás para mirarlo a la cara.
—¿Qué? ¡Estás loco! No puedo hacer eso.
—¿Por qué no? En la casa hay sitio de sobra y a la abuela le encantaría tener otro par de manos que poner a currar.
—¿Haciendo qué?
—Ya sabes, tareas de la casa. Limpiar el jardín, lavarle el coche, preparar la cena de vez en cuando.
—No me importa ayudar —dijo Rebecca—. Me gustaría volver a vivir con gente. Llevo más de cinco meses viviendo sola con el teléfono.
—Hablaré con mi abuela y te llamaré.
—Estupendo —Rebecca sonrió.
Como recurso provisional, la casa de la abuela Hatfield era el lugar perfecto. Quizá su suerte estaba empezando a cambiar.
O quizá estaba vendiendo su alma al diablo a cambio de un techo para dormir, se dijo mirando a Booker.