Veinte

Clay estaba en pie al lado de la pista de baile tomando una cerveza. Era tan agradable estar fuera de la cárcel que no le habría importado no moverse de allí en toda la noche. Molly había ido al pueblo a ver a la niña de Grace, pero ésta y Lauren se habían acostado pronto y Clay se había llevado a su hermana pequeña a bailar.

En ese momento, la visita al salón de billar parecía una buena idea. Molly se divertía con un vaquero que acababa de mudarse a Stillwater.

Clay sonrió observándola. Le gustaba su risa y conversación animada por muchas razones, principalmente porque tenían poco que ver con el pasado. Ella era la menos afectada de la familia por el asunto de Barker. Había sido muy pequeña entonces y no había entendido lo que su padrastro le había hecho a Grace, sólo sabía que había habido una pelea y un terrible accidente y que habían tenido que encubrirlo porque no podían arriesgarse a que se llevaran a su madre a la cárcel, pues, sin Irene, los habrían separado y llevado a casas de acogida.

Clay apoyó un hombro en la pared y tomó un trago de cerveza. Menos de dos años atrás, Molly le había dicho que aquella noche había sido para ella más un mal sueño que ninguna otra cosa.

La vio ahora mirándolo por encima del hombro del vaquero con el que bailaba y levantó la cerveza en un gesto de saludo.

Ella lo llamó con la mano, pero él negó con la cabeza. No le interesaba bailar. Sus preocupaciones estaban lejos de haber terminado. Sólo había salido en libertad bajo fianza, le esperaba un juicio y, desde el descubrimiento de su aventura con Dale McCormick, Irene se había encerrado en su dúplex y se negaba a salir. Según Madeline, ni siquiera había ido a trabajar.

Clay iría a verla para consolarla, pero estaba enfadado porque hubiera vuelto con McCormick y empeorado así la situación para todos. Y había hecho daño a Allie...

Hizo una mueca. También quería hablar con ella, pero no podía. ¿Cómo iba a esperar que se olvidara de él y siguiera con su vida si no dejaba de llamarla?

—Hola, Clay. Tienes buen aspecto.

Helaina, una mujer con la que había salido en otro tiempo, se había acercado a él.

Clay asintió con la cabeza, pero nada más. No quería alentarla a quedarse.

—Me sorprende verte por aquí —insistió ella.

—¿Por qué? —él levantó la botella—. Me vendrá bien disfrutar de una cerveza mientras todavía pueda, ¿no?

Ella se acercó más; le recordó a un gato que quisiera frotarse contra él.

—¿Crees que te van a encerrar?

—Creo que lo van a intentar.

Ella hizo un mohín.

—Pues sería una gran pérdida para las mujeres.

Él enarcó una ceja y ella respondió con una sonrisa provocadora.

—Tomar una cerveza está bien, pero hay otras cosas que deberías hacer mientras tienes la oportunidad —murmuró.

El hecho de que quizá pronto se viera privado del placer de una mujer, hacía que Clay anhelara el sexo más que nunca. Pero no con Helaina. Deseaba a Allie... tanto que soñaba con ella casi todas las noches.

—Gracias, pero he venido con mi hermana.

—¿No es lo bastante mayorcita para volver a casa sola?

—No sería muy amable por mi parte dejarla, ¿no crees?

Helaina se encogió de hombros.

—Tienes mi número.

Clay fue a decir algo, pero no llegó a hacerlo. Se había abierto la puerta y acababa de entrar Allie. Llevaba una bonita falda por encima de las rodillas, botas de cowboy y un suéter marrón ceñido. E iba sola.

Helaina siguió su mirada.

—¿Qué pasa? No me digas que sigues con ella.

—No estoy con nadie.

Quería, por el bien de Allie, que cesaran los rumores. Pero ella lo había visto y se acercaba a él.

—¿Podemos salir fuera? —preguntó cuando llegó—. Quiero hablar contigo un momento.

Clay sabía que Helaina estaba pendiente de todas sus palabras.

—Esta noche no.

Allie parpadeó sorprendida.

—Disculpa, pero no te estoy invitando a bailar. Esto es importante.

Él hizo una mueca.

—No puede ser importante. No hay nada entre nosotros.

—¡Oh! —exclamó Helaina.

Allie ni siquiera la miró.

—¿Qué es lo que intentas probar? Estoy haciendo lo posible por ayudarte.

—No te necesito —contestó él con toda la indiferencia de que fue capaz—. En ningún aspecto.

Allie respiró con fuerza. Clay se sentía fatal. Se odiaba por decir aquello; era la mentira más grande que había dicho nunca, pero no veía otra alternativa. En cuanto había salido de la cárcel, le había dejado un mensaje diciéndole que se buscara otro empleo. Ella le había contestado con otro en el que declaraba que no pensaba dejar su caso tuviera o no otro empleo.

El único modo de conseguir que dejara de intentar salvarlo era convencerla de que él no se lo merecía.

Ella lo miró de hito en hito un momento y él intentó mostrarse lo más despreocupado posible. Pero fue la risa de Helaina lo que pareció ser la última gota.

Los ojos de Allie se llenaron de lágrimas, pero levantó la barbilla y habló con claridad.

—Lo que tú digas —y se alejó.

Cuando Allie se abría paso entre la multitud, el dolor le hacía difícil respirar. Varias personas intentaron pararla. Se detuvo a hablar con algunas y respondió mecánicamente a sus saludos, pero lo veía todo borroso. Grace le había dicho que Clay creía que el que le había disparado lo había hecho para evitar que lo identificara, así que había vuelto a la cabaña y hablado con todos los dependientes de gasolineras y de las tiendas de carretera que había en el camino. Ralph Ling, que trabajaba en una gasolinera justo antes del desvío al lago, tenía cosas interesantes que decir, ¿pero qué podía hacer ella si Clay se negaba a escuchar?

Sus palabras le habían hecho daño. Y las miradas de rabia que le lanzaban algunas personas no ayudaban mucho.

Cuando llegó al aparcamiento, echó a andar hacia su coche. Ella sólo quería saber que Clay no iría a la cárcel por un crimen que no había cometido. Y quería...

Sí, quería algo más que eso. Lo quería a él. Era inútil negarlo.

Intentó abrir la puerta del coche, pero una mano de hombre se cerró sobre la suya antes de que pudiera hacerlo.

Clay había intentado dejar marchar a Allie. Había permanecido inmóvil viéndola alejarse y luego se había vuelto con intención de ir a la barra a pedir otra cerveza. Pero una vez en marcha, había seguido andando y, cuando quiso darse cuenta, estaba en el aparcamiento y corría para alcanzarla.

—Lo siento —susurró cuando ella lo miró—. Lo siento mucho.

Los ojos de Allie expresaban confusión y dolor, y aquello fue demasiado para él. Se dijo que tenía que explicárselo, que conseguir que se alejara. Pero no pudo hablar.

En vez de eso, la besó en los labios.

—No te convengo, Allie —murmuró.

Pero siguió besándola, hasta que se dio cuenta de que tenían que buscar un lugar más privado y la llevó a un pequeño cobertizo donde el dueño del salón de billar guardaba el cortacésped y herramientas del jardín.

Cerró la puerta e insertó una hoja fina de sierra en el pestillo para que no pudieran abrirla desde fuera. Luego sentó a Allie en un duro estante y le subió las manos por la falda con ansia.

Ella dio un respingo y abrió las piernas; y el cuerpo de él respondió instantáneamente.

—Por la noche no puedo dormir anhelando tocarte —susurró—. Te deseo más de lo que he deseado nunca a nadie.

La sintió moverse y un segundo después se encendió la luz. Ella había encontrado la cadenita que encendía la bombilla que colgaba del techo.

—Quiero verte hacerme el amor —susurró—. Esta vez quiero ver tu cara, tu cuerpo, todo.

Clay llevó la mano de ella a sus pantalones y contuvo el aliento mientras ella desabrochaba los botones. Ella no dejó de mirarlo a los ojos hasta que terminó. Luego bajó la vista... y Clay pensó que nunca había visto una sonrisa más sexy.

—¿Puedes venir a mi casa? —susurró Clay.

Allie estaba cubierta por una fina capa de sudor y se sentía débil a causa del placer. Estaba medio desnuda y todavía tenía las piernas en torno a la cintura de él.

—Tengo que ver a Whitney. Si mi madre y ella están bien y no pasa nada raro, iré. Un rato.

Él se puso los pantalones y empezó a ayudarla a vestirse.

—Esto es una locura —dijo—. Los dos nos vamos a llevar una decepción terrible y lo sabes.

Ella le apartó el pelo de la frente con ternura.

—Sólo sé que estoy enamorada de ti.

Él se encogió como si le doliera oírselo decir.

—No quiero que estés enamorada de mí. No quiero sentir el dolor de echarte de menos y no quiero que lo sientas tú. No tengo nada que ofrecerte. ¿Es que no lo entiendes?

—Sólo te pido que me quieras tú también.

—¿Y de qué sirve eso? —preguntó él con amargura—. ¿Crees que vamos a poder estar juntos? No. Yo voy a ir a la cárcel.

—Todavía no estás allí —repuso ella con terquedad.

Clay se pasó una mano por el pelo.

—Seamos sinceros. Tú eres policía. ¿Cuántas probabilidades tengo?

—No lo sé —repuso ella—. Pueden pasar muchas cosas durante el juicio.

Él se abrochó los pantalones con impaciencia.

—Estás evitando la realidad.

—Estoy siendo optimista —ella terminó de vestirse y se bajó la falda.

Clay la tomó por la barbilla.

—Allie, si no te alejas de mí y te arreglas con tus padres, ¿cuál será tu situación si voy a la cárcel? ¿Crees que voy a tolerar que la gente de aquí te trate mal por quererme? ¿Que voy a ser responsable de que riñas con todas las personas que te importan?

—Quizá no me quede aquí —contestó ella—. Pero dondequiera que vaya, te estaré esperando.

Una expresión atormentada cubrió los ojos de él. Allie creyó ver lágrimas en ellos.

Él apagó la luz antes de que pudiera estar segura.

Cuando Allie llegó a la granja, fue Molly la que le abrió la puerta. Allie se sentía un poco tonta apareciendo allí a la una y media de la mañana, pero a la hermana menor de Clay no pareció extrañarle nada.

—Entra. Clay está en la cocina preparando huevos y beicon.

Allie asintió.

—Huele muy bien.

Siguió a Molly a la cocina.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —le preguntó cuando Clay les tendía ya un plato a cada una.

—Vuelvo el domingo.

—¿Qué te parece la niña?

—Es preciosa. Sólo me gustaría...

—¿Qué?

—Que Clay y Grace no tuvieran que preocuparse del juicio. Que yo tampoco tuviera que preocuparme.

—Todo irá bien —repuso Allie.

Comieron un rato en silencio. Cuando terminó, Molly llevó su plato al fregadero y lo enjuagó.

—Creo que es genial que lo apoyes así —dijo.

—Gracias.

Cuando terminaron de comer, Clay dejó sus platos en la encimera y le tomó la mano.

—Estoy cansado. Vámonos a la cama mientras todavía me queda algo de energía.

Allie resistió su intento de tirar de ella hacia las escaleras.

—Tengo que irme.

—¿De verdad?

—De verdad. Pero quería que habláramos un momento antes.

—Podemos hablar arriba en la cama —dijo él esperanzado.

Ella se echó a reír.

—Yo estaba pensando aquí en la sala.

—Os dejo solos —intervino Molly—. Estoy agotada.

—Buenas noches —dijo Allie.

Clay se sentó a su lado en el sofá, estiró las piernas y entrelazó las manos detrás de la cabeza.

—¿De qué se trata? —preguntó.

—¿Conoces la gasolinera que hay justo antes de salir de la autopista para ir a la cabaña?

—Sí. Paré allí. Fue donde compré los preservativos que usamos.

—¿Y viste a alguien a quien reconocieras?

Clay arrugó la frente.

—No. He repasado cada segundo de aquella noche. Solamente recuerdo que el dependiente murmuró que un hombre había dejado sangre en el suelo. Pero quienquiera que fuera se había ido ya cuando llegué yo.

—¿No lo viste?

—A lo mejor nos cruzamos, pero no presté atención. Estaba ocupado discutiendo conmigo mismo.

—¿De qué?

—Sabía que no debía acostarme contigo —sonrió él—. Pero no quería llegar sin estar preparado por si la tentación resultaba demasiado fuerte.

Ella se echó a reír.

—Pues menos mal que fuiste preparado.

—Sigo estando preparado —repuso él.

Allie deseaba subir con él, pero sabía que se sentiría muy avergonzada delante de Molly por la mañana.

—Es mejor que me vaya a casa.

—A Molly no le importa.

—Lo sé, pero...

—No te preocupes. ¿Qué has descubierto en la gasolinera?

—El dependiente, Ralph Ling, recuerda que llegó un hombre a medianoche con la mano goteando sangre y se metió en el baño a lavarse.

Clay le tomó una mano.

—¿Y te dijo quién era el hombre?

—No lo había visto nunca.

—¿Y por qué sangraba?

—Le dijo a Ling que había parado a un lado de la carretera para que hiciera pis el perro, pero se le había soltado la cadena, el perro había salido corriendo por el bosque y él se había caído al perseguirlo.

—¿Se había caído en el bosque o se había cortado el brazo al romper la ventanilla de tu coche?

—Exacto.

—¿Ling le vio la herida?

—Me temo que no.

Clay le frotó la muñeca con el pulgar.

—¿Y el perro? ¿Vio al perro?

—Ling vio marcharse al hombre y dice que, a menos que fuera un perro muy pequeño, iba solo. Además, dice que el hombre se portaba de un modo raro.

—¿En qué sentido?

—Llevaba la gorra de béisbol muy calada y cuando se acercó al mostrador a comprar tiritas, se la bajó todavía más y apartó la cara como si temiera que hubiera una cámara de seguridad.

—¿Y había una cámara? —Clay se puso en pie—. Dime que lo grabaron.

—Ling cree que sí, pero reciclan las cintas y no sabe si habrán grabado ya encima. Y aunque la encuentre, necesitará el permiso del dueño para dármela.

—¿Cuándo sabrás algo de él?

—Me ha llamado justo antes de que fuera a buscarte esta noche. Tengo que recogerla mañana por la tarde.

Clay se frotó la nuca.

—¿Los del Departamento del Sheriff no han hablado con Ling?

—Me parece que no hacen nada por encontrar al hombre que te disparó. Básicamente se lo están dejando a mi padre.

—¿Cortesía profesional?

—Algo así.

Él se acercó a la ventana y miró la noche.

—Pues ahora me alegro. Prefiero que tengamos la cinta nosotros que ellos. ¿Se lo has dicho a Grace? —preguntó sin volverse.

—No. La he llamado antes, pero ha saltado el contestador. Luego te he llamado a ti y me ha pasado lo mismo. Pero he visto tu coche delante del salón de billar.

—Ella se alegrará —dijo él.

—Esto puede ser importante para todos nosotros.

Clay suspiró.

—Es tarde. Tienes que irte a casa.

Ella asintió y él la acompañó hasta el coche. El calor se hacía más intenso a medida que avanzaba junio y, con él, la opresiva humedad. Pero a Allie le gustaba el olor a tierra mojada y jazmín que la rodeaba en la granja.

—Esto es bonito, ¿verdad?

—Mejor que la cárcel —repuso él. Le puso una mano en el brazo—. ¿Cómo llevas el tema de tu padre?

—¿Con tu madre?

—Sí.

—Tú lo sabías, ¿verdad? Ya lo sabías la noche que te conté mis sospechas.

Él asintió.

—Intenté pararlo, pero... algunas personas no pueden esquivar una pared de ladrillo aunque la vean acercarse.

¿Era ella una de esas personas? Clay había intentado advertirle de que no se enamorara de él.

—Conozco esa sensación —dijo.

Él la miró.

—Todavía no es tarde.

—¿Me tomas el pelo? Era ya tarde la noche que Beth Ann llamó desde aquí.

Clay movió la cabeza.

—Llámame cuando llegues a casa para que sepa que estás bien.

—Lo haré.

—¿Quieres venir a cenar mañana por la noche? —preguntó él.

—Bien.

—Y tráete a Whitney.

Allie tragó saliva. Mientras mantuviera a Whitney alejada de Clay, la vida de su hija permanecería relativamente intacta pasara lo que pasara. Pero si la llevaba a la granja y dejaba que lo conociera...

Abrió la boca para decir que lo pensaría. Pero sabía que él la estaba poniendo a prueba para ver si sus promesas iban en serio y no pudo resistir el brillo de esperanza de sus ojos.

—Por supuesto —contestó.

—Seré bueno con ella —prometió él solemnemente—. Eso lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Buenas noches —le dio un ligero beso en la mejilla y esperó a que se sentara al volante antes de cerrar la puerta.

Allie se alejó pensativa. Clay parecía estar abriéndose a la relación. ¿Había sido temeraria al hacer las declaraciones que había hecho y haberle dado esperanza?

Y sin embargo, los dos merecían luchar por lo que sentían, ¿no?

Respiró hondo. Ya no podía cambiar nada. Él le importaba demasiado para intentarlo siquiera. Rezó por que no fuera una equivocación incluir a Whitney en su relación con Clay.