Doce

La lluvia golpeaba el tejado de la cabaña y Allie se acurrucaba al lado del fuego. Había tapado la ventana con una manta para que no la vieran desde fuera y arrastrado la estantería hasta detrás de la puerta. No era un plan perfecto, pero sin coche ni modo de pedir ayuda, no podía hacer mucho más, aparte de confiar en que la leña seca durara hasta por la mañana y que el ladrón que le había hecho una visita se hubiera ido definitivamente.

Los ruidos de fuera la ponían nerviosa. Ramas que golpeaban las paredes de la cabaña, la lluvia que caía con insistencia en el tejado; hasta el crujir del fuego hacía que le resultara difícil determinar si oía a alguien moverse fuera.

Se decía que era improbable. Si la persona que le había robado la pistola hubiera tenido intención de hacerle algo, ya lo habría hecho. Teniendo en cuenta su aislamiento, era una presa fácil. Probablemente el visitante sólo había querido entregar un mensaje.

Pero aunque sabía eso, no podía relajarse.

Cerró los ojos para concentrarse mejor en diferenciar los ruidos, pero eso no le sirvió de mucho, pues la traicionaban los nervios y no sabía cuáles eran reales y cuáles imaginados.

Le sudaban las manos con las que sujetaba un cuchillo de la cocina, pero no lo soltaba. Intentó ocupar su mente pensando quién podía haber escrito la nota.

¿Podía ser Clay?

Pero él era demasiado listo para escribir una nota que lo colocaría en una posición peor de la que ya estaba. Y le había dicho que no fuera sola a la cabaña. ¿La habría alentado a ir con alguien si hubiera planeado robarle la pistola y darle un susto de muerte?

Probablemente no. Tenía que ser otra persona. Alguien que quería hacerle creer que era Clay.

¿Joe Vincelli? ¿Su padre u otro miembro de la familia? ¿Beth Ann?

Oyó la puerta de un coche y se quedó paralizada. Quizá estaba a punto de descubrirlo.

Se levantó y se apretó contra la pared escuchando el sonido de pasos que se acercaban. Quienquiera que fuera no podría entrar por la puerta, pero sí podía romper un cristal de la ventana.

Llamaron con fuerza a la puerta.

—¿Allie? ¿Estás ahí?

¡Clay! Reconoció su voz y estuvo a punto de llamarlo, pero tenía miedo de haber hecho el tonto al confiar en él. ¿Se había dejado engañar por su atractivo?

Era posible. Todo era posible. Por el momento dudaba de sí misma y dudaba de todos.

—Allie, abre la puerta. ¿Qué le ha pasado a tu coche? ¿Por qué está rota la ventanilla?

El picaporte giró. Unos tentáculos de miedo apretaban todos los músculos de la joven, y, sin embargo, su primer instinto era dejarlo entrar. Combatió ese instinto.

—¡Allie, contesta! ¿Estás bien?

Si Clay hubiera querido hacerle daño, había tenido su oportunidad la semana anterior.

Su reacción no era lógica, pero el miedo casi nunca lo es. El miedo le decía que, si bajaba las defensas y se equivocaba, él podía matarla, enterrarla en el bosque y volver al pueblo como si nunca hubiera salido de la granja. Y ella simplemente desaparecería. Igual que Barker. Justo como prometía la nota.

Oyó que Clay se acercaba a la ventana. ¿La rompería?

Esperó con el corazón golpeándole con fuerza, preguntándose si tendría que defenderse del hombre con el que había empezado a tener fantasías.

Pero cuando volvió a oír su voz, se alejaba hacia el río, probablemente en busca del retrete con la esperanza de encontrarla allí.

—¡Allie!

El viento transportaba su voz y el nombre resonaba entre los árboles, mezclándose con el jaleo del viento y la lluvia. Debía de estar empapado.

Si no era responsable de lo ocurrido esa noche, ¿qué hacía allí?

Tenía que pensar; necesitaba despejarse. No podía creer que Clay hubiera matado a Barker, al menos no intencionadamente. Y no podía creer que fuera a hacerle daño a ella. Confiaba en él.

¿Lo suficiente como para apostar su vida y abrir la puerta?

Recordó la humillación que había captado en él cuando le pidió que se quitara la camisa la noche que Beth Ann lo acusó de asesinato. Bajo aquel exterior de dureza, Clay era un hombre bueno. Su instinto le había dicho eso desde el principio, y tenía que fiarse de su instinto.

Respiró hondo, dejó el cuchillo y empezó a empujar la estantería. Pero entonces oyó una maldición apagada justo fuera de la cabaña, demasiado cerca para ser Clay. Éste seguía gritando su nombre cerca del río. ¿La persona que le había robado la pistola seguía allí? Y de ser así, ¿por qué?

El rostro de Joe, rabioso y vengativo, pasó por su mente. La única respuesta que se le ocurría era que aquello era una trampa. Sin duda Beth Ann había convencido a Joe, y a medio pueblo más, de que Allie jamás encerraría a Clay aunque él se lo mereciera. Tal vez Joe se había cansado de esperar justicia y decidido hacerla él. Joe, su padre y su hermano habían pescado a veces con su padre, así que conocían la cabaña. Era posible que Joe hubiera atraído a Clay allí con falsedades.

Y si era eso lo que ocurría...

Allie sintió un nudo en el estómago. Si era eso, ella había dejado que Clay se metiera en una trampa.

Tenía que advertirle inmediatamente. Pero había tardado un cuarto de hora en colocar la estantería detrás de la puerta y ahora no podía moverla en unos segundos.

Tiró la mitad de los libros al suelo y empujó con todas sus fuerzas.

—¿Allie? —Clay seguía llamándola.

—¡Para! ¡Agáchate! —gritó ella con pánico y frustración.

Pero sabía que no podía oírla. Los segundos parecían durar horas mientras movía la estantería centímetro a centímetro.

Al fin consiguió abrir la puerta lo suficiente como para deslizarse por ella.

—¡Clay!

Su camioneta estaba aparcada justo delante. A pesar de que no tenía la linterna, ella pudo ver que le habían pinchado dos ruedas.

Alguien que no quería que saliera de allí. Lo cual la asustó más que ninguna otra cosa.

—¡Clay, agáchate! ¡No digas ni una palabra! —gritó.

Echó a correr tras él. Pero era demasiado tarde. Antes de recorrer cinco pasos, oyó un disparo y luego un respingo a su izquierda. Después alguien corrió por el bosque a su derecha.

El tiempo pareció quedarse inmóvil hasta que la joven oyó que un motor se ponía en marcha no lejos de allí. El que había disparado huía. No intentó seguirlo, sabía que no lo alcanzaría; pero lo que la mantenía clavada al sitio era que habían disparado a Clay y ella lo había oído caer.

El olor acre de la tierra llenaba el olfato de Clay que, tumbado en el suelo, parpadeaba contra la lluvia que le caía en la cara. ¿Qué había pasado? Estaba buscando frenéticamente a Allie cuando había oído un disparo y algo, seguramente una bala, lo había tirado al suelo.

¿Le habían disparado? Por surrealista que pareciera, era la única explicación. Quería creer que el disparo había sido un accidente, pero recordaba a Allie gritando, intentando avisarle.

¿Qué sucedía? Recordó la ventanilla rota del coche de ella. Allie no estaba segura. Tenía que levantarse.

Pero el brazo...

Reprimió un gemido e intentó ver qué le ocurría. Le dolía y quemaba. La cabeza también le dolía, pero tenía que llegar hasta Allie. La persona que le había disparado podía ir a por ella.

—¿Allie? —llamó. Pero le pareció que el nombre no salió de sus labios, que gritaba sólo en su cabeza.

—¿Clay? Contesta si puedes, por favor. ¿Clay? Ayúdame a encontrarte.

Era ella la que llamaba. Le suplicaba, lo buscaba, pero él no podía contestar. ¿Por qué?

El rayo de una linterna pasó entre los árboles. Ella se acercaba.

Maldijo el blanco que creaba su luz. Tenía que apagarla, huir... esconderse.

Apretó los ojos con fuerza e intentó despejarse la cabeza. ¿Se había desmayado al caer al suelo?

—Allie, vete de aquí —dijo. Las palabras sonaban quebradas, pero al menos esa vez oyó su voz y, con un esfuerzo, pudo gritar más alto—: ¡Vete de aquí! ¿Me oyes? Fuera.

—¡Clay! —gritó ella, echando a correr.

—¡Aquí no! —aulló él.

Recuperaba lentamente sus facultades. Se sentó en el suelo y se agarró al árbol para levantarse. Se sintió mareado, pero combatió la sensación. Ella no le hacía caso. Corría hacia él.

—Allie...

Pero ella estaba ya allí, ayudándolo a soportar su peso mientras lo examinaba a la luz de la linterna.

—¿Estás herido?

Clay quería hacerle de escudo por si llegaba otra bala en la misma dirección, pero no tenía apenas movilidad; ni siquiera estaba seguro de poder mantenerse en pie sin la ayuda de ella.

—El brazo.

La luz de la linterna subió y Allie dio un respingo. Había visto la sangre caliente y pegajosa que él sentía empapar su ropa. Pero cuando ella habló, lo hizo con voz tranquila.

—No parece muy grave.

Clay sabía que lo decía para tranquilizarlo, pero él tenía otras preocupaciones en ese momento.

—El que ha hecho esto puede seguir por aquí...

—No, lo he oído marcharse. Tenemos que llevarte a la cabaña —dijo ella con urgencia en la voz.

—¿A la cabaña? Vámonos de aquí.

—No podemos —contestó la joven—. No tenemos vehículo.

En cuanto Allie sacó a Clay de la lluvia, le ayudó a quitarse la ropa mojada. Tenía miedo de que entrara en shock si no conseguía calentarlo. Estaba completamente empapado y tenía las pupilas dilatadas.

—¿Tienes un móvil? —preguntó.

—No.

—No importa. Te pondrás bien —repitió ella una y otra vez.

No sabía a quién intentaba convencer, si a él o a sí misma; no sentía tanta confianza como pretendía aparentar.

—¿Te duele mucho? —preguntó.

—No —dijo él.

Allie sabía que mentía, pero decidió seguirle la corriente.

—Me alegro. Eso es bueno —tapó su cuerpo desnudo con las mantas y revisó los armarios en busca de algo que pudiera ayudarles.

Localizó un botiquín de primeros auxilios que tenía al menos quince años. Por suerte, el frasco de ibuprofeno que encontró a continuación estaba casi nuevo.

—Tómate alguno de éstos —le puso cuatro pastillas en la mano—. Espero que te ayuden con el dolor.

Él tragó las pastillas sin agua y sin discutir. Se miró el brazo.

—No parece que sea muy grave —dijo. Trozos de tierra y hierba se pegaban a la sangre que manchaba el bíceps, y un chorrillo limpio salía de un pequeño agujero en el deltoides. ¿La bala estaba todavía dentro? Aquello dio náuseas a Allie, cosa que la sorprendió, porque había lidiado con asesinatos difíciles y consideraba que tenía un estómago fuerte. Pero eso era distinto. Clay no era un extraño.

Allie limpió la sangre con un paño de cocina porque no tenía otra cosa. Salió más sangre, así que hizo presión hasta que la hemorragia casi se detuvo. Veía dónde había entrado la bala y, al inclinarse, vio también con alivio el orificio de salida. Había atravesado el músculo.

—No me digas que te vas a desmayar —murmuró él.

—No, pero me alegro de ver que tienes un orificio de salida en la parte de atrás del brazo. Si no te doliera tanto, podrías girarte para verlo tú mismo.

Él hizo una mueca.

—Voy a aceptar tu palabra.

—La hemorragia parece controlada.

—Me alegra oírlo.

Ella le ató el paño de cocina alrededor del brazo para mantener presión en la herida.

—Enseguida vuelvo.

—¿Adónde vas?

—Al río a por agua.

—No. No quiero que salgas. Métete debajo de las mantas antes de que pilles una neumonía.

Allie enseguida pensó en el cuerpo desnudo de él. Sabía que lo que decía Clay era práctico. Les quedaba muy poca leña seca y tenían que mantener el calor como fuera. El shock probablemente impedía que a él le subiera la temperatura del cuerpo aunque estaba seco y tapado con las mantas. Pero antes tenía que lavarle la herida, pues era imposible saber cuántas bacterias había encontrado al caer en el barro.

Además, no podía meterse en la cama con la ropa mojada y le daba apuro desnudarse. Se sentía demasiado atraída por Clay. De haberse tratado de un extraño, podría haber reaccionado a la necesidad de la situación sin sentirse tan nerviosa y excitada.

—Lo haré en cuanto la lave —dijo.

—¿Hay algún antiséptico?

—No. Necesito agua.

—Ya lo harás por la mañana.

Allie tenía tanto frío que apenas sentía los dedos de las manos ni de los pies; pero sabía que era importante que hiciera todo lo posible por las heridas de Clay.

—Espera. Ya estoy mojada, así que éste es el mejor momento.

—Ven aquí —repitió él con terquedad.

Allie sacó las llaves de la furgoneta del bolsillo de los vaqueros de él. Quería ver si había algo en el vehículo que pudiera serles útil. Tomó un cazo y salió corriendo.

El viento y la lluvia le azotaban la ropa y el pelo. Registró la camioneta, que estaba tan limpia como su casa. En la guantera sólo encontró pañuelos de papel, los papeles del coche, una navaja y una caja de preservativos.

Evidentemente, había ido preparado. Aunque no para que le dispararan.

Pensó en intentar salir de allí a pesar de las ruedas pinchadas, pero no podía correr el riesgo de que se quedaran atascados en el barro en mitad de ninguna parte y no podía perder un tiempo valioso corriendo por allí en busca de otras cabañas cuando ni siquiera sabía si habría alguna ocupada. Por lo menos allí tenían un lugar caliente y una cama.

Corrió al río y llenó el cazo. Cuando volvió, encontró a Clay acurrucado, temblando y luchando por entrar el calor. La idea de que estuviera entrando en estado de shock la asustó de tal modo que se olvidó del agua, se desnudó y se secó lo mejor que pudo. El colchón crujió bajo su peso.

—¿Clay?

—¿Hum?

Ella quería atraerlo hacia sí, pero hasta que no entrara en calor, sólo conseguiría robarle el poco calor que había generado él.

—¿Estás bien? —preguntó; empezó a frotarse los brazos y las piernas para acelerar el proceso.

—Hum.

En cuanto se atrevió a tocarlo, Allie arregló el paño de cocina a modo de venda y se abrazó a su cuerpo. Ya no le importaba la desnudez ni nada que no fuera hacer que se sintiera mejor.

—Sienta muy bien —murmuró él unos minutos más tarde.

—¿Puedes dormir? —preguntó ella.

Él no contestó. Allie temió que el dolor fuera demasiado para él, pero, unos minutos después, parecía haber mejorado. Su pulso parecía fuerte y su pecho empezó a subir y bajar con un ritmo regular.

—Gracias a Dios —susurró ella; y rezó para que no empeorara durante la noche.

El dolor del brazo despertó a Clay antes de que amaneciera. No recordó inmediatamente por qué le dolía, pero sabía que no estaba solo. Una mujer lo abrazaba por detrás; apretaba sus pechos pequeños y firmes en su espalda, tenía las piernas dobladas debajo de las nalgas de él y su aliento le cosquilleaba en el cuello. Pero lo que más le llamó la atención fue la mano. Ella lo tenía abrazado por la cintura y lo sujetaba contra sí, aunque ahora que su cuerpo se había relajado en el sueño, la mano colgaba peligrosamente cerca del...

Él se movió preguntándose qué narices ocurría.

—¿Estás bien? —murmuró ella adormilada.

Allie McCormick. Al oír su voz, lo recordó todo. La ventanilla rota, el bosque, el miedo por ella. El disparo.

—Estoy bien —contestó.

Se volvió a mirarla. En la chimenea había todavía ascuas, pero no se veía mucho. Percibían más sus otros sentidos. El calor que emanaba de su cuerpo, la sensación de las piernas de ella entrelazadas con las suyas, su aroma en la almohada.

—¿Clay? —susurró ella.

Tendió el brazo y su mano encontró el estómago de él. Clay pensó que retrocedería entonces y buscaría una excusa para salir de la cama.

Pero no lo hizo. Sus dedos se acercaron al brazo herido.

—¿Seguro que estás bien?

—Segurísimo —también estaba seguro de otras cosas, como de la testosterona que fluía por sus venas.

—Me alegro —la mano se movió despacio por su pecho como si quisiera explorar sus contornos.

Clay cerró los ojos con fuerza y se obligó a no reaccionar. Ella simplemente se aseguraba de que estaba bien o estaba medio dormida y no sabía lo que hacía. De otro modo, no lo estaría tocando de un modo tan... erótico. Tenía que darse cuenta de que, cuanto más se acercara a él, más se alejaría de su familia y amigos.

La mano de ella subió por su cuello y le acarició la mejilla con un gesto tan tierno que a Clay se le encogió el estómago de anhelo. Pero no podía responder. Un beso o un gemido receptivo por parte de ella y estaría perdido.

Respiró hondo y luchó por mantener su autocontrol, pero entonces el pulgar de ella rozó su labio inferior y él no pudo evitar seguir su contorno con la lengua.

El suspiro de ella lo llenó de deseo y se introdujo el pulgar en la boca hasta el fondo.

La cama se movió al acercarse más ella.

—Me tenías muy preocupada —susurró.

Clay sintió las puntas de sus pechos en el torso y estuvo a punto de atraerla hacía sí con el brazo sano, pero se contuvo. Tenía que pensar en ella y en el daño que le haría aquello.

Pero ella no se detuvo. Le pasó los dedos por el pelo y él pudo sentir su aliento en el cuello.

Clay yacía dividido entre lo que sabía que debía hacer y lo que quería. Por lo menos tenía que advertirle. En su cartera había un preservativo de la caja que había comprado en la gasolinera, pero, si hacían el amor, no quería que ella se arrepintiera luego, no quería sentirse responsable de ese arrepentimiento.

—¿Allie?

—¿Qué?

Los pezones de ella rozaron su pecho y la reacción subsiguiente fue tan poderosa que le obligó a guardar silencio. Su determinación de controlarse le impedía extender el brazo para tomar lo que ella le ofrecía, pero no podía apartarla, sobre todo porque ella parecía algo dudosa, como si temiera que a él no le interesara.

—¿Puedes volver a dormir? —preguntó la joven.

—No.

—¿Te estoy... molestando?

—En absoluto.

Allie pareció aliviada, pero eso no ayudó a la situación de él. No podía pensar en nada que no fuera la suavidad de su piel; quería bajar la cabeza y meterse un pezón en la boca mientras la acariciaba por todas partes, suscitando las respuestas que anhelaba en ella.

No quería que después la despreciaran por haber estado con él, pero el placer de su mano era demasiado intenso para apartarla. Y luego ella le pasó la lengua por el labio inferior y todas las células de su cuerpo respondieron. Ansiaba moverse con decisión y agresividad, colocarla de espaldas y besarla al tiempo que se hundía en ella... y olvidar todas las razones por las que no debía hacerlo. Pero abrió simplemente los labios y rozó la lengua de ella con la suya.

Allie se abrazó a él. Pero lo que estaban haciendo no podía ser bueno para ella. Él no podía ser esposo y padre, y ella tenía una hija.

—¿Clay? —preguntó ella.

El temblor de su voz denotaba que la respuesta de él no había apagado su inseguridad por completo.

Él no contestó. Si le decía lo que sabía que era la verdad, tendría que ponerla en práctica. Y no estaba seguro de cuánto tiempo podría dudar entre el sí y el no.

Al fin se apartó.

Sintió la vergüenza y la confusión de ella y se odió por ello, ¿pero qué podía hacer? Rechazar sus avances era el menor de dos males, sobre todo porque eso la alentaría a mantener las distancias en el futuro.

Guardaron silencio unos minutos que parecieron horas.

—Lo siento —dijo ella al fin—. Sé que te duele mucho.

Clay estaba demasiado excitado para que le importara la herida del brazo. Habría tenido que estar inconsciente para no desearla.

—No es el dolor.

Ella no dijo nada.

—No quiero que la gente que conoces y quieres te miren a ti como me miran a mí —explicó él, porque no podía permitir que pensara que se había puesto en ridículo.

Allie tardó un momento en contestar.

—Tú te has acostado con otras mujeres de Stillwater.

—Ninguna como tú.

—¿Qué significa eso?

—Tú eres diferente. Y lo sabes. Eres policía, eres una de ellos.

—También soy una mujer.

—Tú tienes otras expectativas.

—¿O sea que me haces un favor?

—Lo intento.

Hubo una pausa.

—No sé si soy capaz de apreciar eso ahora —dijo ella—. Cuando te dispararon, yo...

No terminó, pero él captó la preocupación de su voz. El disparo la había alterado, la había impulsado a querer tranquilizarse del modo más primitivo posible.

Clay respiró hondo.

—Para mí no es fácil negarme —admitió—. Es mucho más difícil de lo que imaginas.

El dedo de ella trazó una línea por sus pectorales y bajó hasta el estómago.

—¿Cómo de difícil?

—Mucho —gruñó él, pero no se movió; se quedó muy quieto.

—Quizá eso debería decidirlo yo.

El dedo había llegado a su ombligo. Se movía despacio, dándole tiempo para que la detuviera; pero Clay no lo hizo. El corazón la latía con fuerza a medida que ella se acercaba más y más a... Y luego la mano de ella se cerró en torno a su pene y supo que sería inútil intentar resistirse.

La atrajo hacia sí con el brazo bueno.

—Cometes un error —dijo, y la besó en la boca con fuerza.

—Menos mal que tú lo vales —contestó ella. Y hundió la cara en el cuello de él mientras Clay la hacía temblar con la mano buena.