Catorce

El jefe McCormick apagó los faros y permaneció sentado mirando la granja donde vivía Clay Montgomery. No sabía si hacía bien en ir allí, y menos a esas horas. Después de lo ocurrido en la cabaña, temía que una discusión pudiera volverse violenta. Pero el mensaje de que Clay quería verlo había llegado a través de Irene, lo cual le preocupaba bastante. Ella casi nunca mencionaba a su hijo y la mayor parte del tiempo Dale se las arreglaba para fingir que ella sólo tenía una relación lejana con el asunto de Lee Barker.

¿El mensaje implicaba que ella le había contado a Clay su aventura?

Esa idea lograba que se le acelerara el pulso. Las circunstancias eran ya bastante malas; no necesitaba más problemas. Aunque le aliviaba no tener que seguir escondiéndose, no podía dejar de pensar en Irene y la echaba de menos. La alcaldesa no dejaba de presionarlo e insinuaba que su trabajo correría peligro si no acusaba a alguien de la muerte del reverendo Barker.

Y su esposa lo había llamado para decirle que Allie y Whitney se habían marchado.

Pero él no había tenido más remedio que actuar. No podía permitir que se relacionara con Clay Montgomery. ¿Qué clase de marido podía ser éste? Si iba a la cárcel, con razón o sin ella, ¿dónde dejaría eso a Allie y Whitney? Además, teniendo en cuenta su aventura con Irene, sería un tonto si juntaba a las dos familias, pues antes o después saldría la verdad. Y él no podía permitir eso. Estaba encaprichado de Irene, la deseaba mucho, pero no la amaba como amaba a su esposa.

Salió lentamente del coche preguntándose cómo había dejado que su vida llegara hasta ese punto. Nunca había planeado tener una aventura. Se había encaprichado de Irene viéndola en el Dos Hermanas, donde solían almorzar los dos.

Habían empezado por mirarse a hurtadillas, pasado luego a las sonrisas y después a empezar a salir a la vez para caminar juntos. Incluso después de que ella le diera su teléfono, él había tardado dos semanas enteras en reunir el valor para llamarla. Pero al final no había podido resistirse a pesar de que ella podía estar mezclada en el caso Barker.

Ese caso no había parecido tan importante entonces. La investigación llevaba años cerrada y Dale no creía que volviera a abrirse. Además, cuanto más conocía a Irene, más fácil le resultaba ignorar el tema de Barker. La mujer que conocía jamás haría daño a nadie a propósito.

Lo cual no significaba que no pudiera encubrir a Clay.

Sonó su móvil. El número de la pantallita indicaba que era su esposa.

—¿Diga?

—¿Dale?

—¿Qué?

—Es tarde. ¿Dónde estás? ¿Por qué no has llamado?

—Estoy ocupado.

—¿Con qué?

—Papeleo.

—Normalmente avisas si no vas a venir a cenar.

—Perdona, estaba... distraído.

Desde que Irene había roto la relación, había bajado la guardia, principalmente porque se sentía fatalista con todo aquello. Si metía a Clay en la cárcel por el asesinato de Barker, ¿qué impediría a Irene contar su aventura a todo el mundo? Ella no tendría nada que perder y probablemente querría venganza.

—Acabo de llamar a comisaría —dijo Evelyn—. Me han dicho que te has ido hace veinte minutos.

—Estoy patrullando. Iré enseguida.

—Has dicho que estabas con papeles.

—Y he estado.

Hubo una pausa.

—¿Has intentado llamar a Allie?

—No.

—¿Lo vas a hacer?

Dale se frotó las sienes con la esperanza de aliviar el dolor de cabeza que empezaba a crecer detrás de los ojos.

—No.

—¿Por qué?

—Ella sabe por qué.

—Dale...

—No quiero hablar de ello.

Si Allie podía alejarse de ellos tan fácilmente por alguien como Clay Montgomery, no se merecía la ayuda que le habían ofrecido.

Evelyn vaciló, pero retrocedió. Dale sabía que volvería a la carga más tarde, pero agradecía el aplazamiento.

—Pareces cansado —dijo ella—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien.

Pero no era cierto. Además de estar enfadado con Allie, estaba decepcionado consigo mismo y añoraba a Irene. ¿Cómo había podido dejar que su obsesión por otra mujer nublara tanto su buen juicio?

—La cena está esperando. Vuelve pronto —dijo Evelyn.

Dale pensó en el puñado de guisantes y el pescado a la plancha que probablemente encontraría en su plato y añoró las cenas de bistec a la luz de las velas que había disfrutado con Irene en una pequeña ciudad cerca de allí.

—Iré en cuanto pueda.

Colgó y se acercó a la granja. No podía ver el interior, pero imaginó que Clay lo miraba y se estremeció. Tal vez Irene no fuera capaz de hacer daño a nadie intencionadamente, pero su hijo sí. En opinión de Dale, Clay era capaz de casi todo.

La puerta se abrió antes de que llegara y apareció el hijo de Irene. El sonido de la televisión llegaba desde otra habitación.

—Adelante —dijo Clay.

—Hablaremos aquí —murmuró Dale—. ¿Qué quieres?

—Quiero hacer un trato.

—Yo no hago tratos.

—Éste le va a interesar.

—¿Por qué?

Clay se metió las manos en los bolsillos. Llevaba una camisa de manga larga que impedía que Dale pudiera verle la herida. Su modo de moverse no sugería que estuviera sufriendo, pero Clay era un tipo duro. Dale sentía que lo observaba.

—Tiene que ver con Allie —dijo Clay al fin.

Dale sintió que se le erizaba el vello de los brazos. Odiaba la idea de que ese hombre oscuro y misterioso, ese hombre peligroso, tuviera algo que ver con su inteligente y atractiva hija. Él no había invitado a Allie a volver a Stillwater para eso.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó entre dientes.

—Vuelva a contratarla...

Dale achicó los ojos.

—¿Crees que puedes decirme lo que tengo que hacer?

—... y le doy mi palabra de que no continuaré la relación.

Dale enarcó las cejas.

—¿Algo más?

—Eso es todo —repuso Clay—. Ni castigos ni tonterías. Arreglen su relación y trátela como si ella no me hubiera conocido y no tendrá que preocuparse de que vuelva a tocarla.

—Muy bien —dijo Dale inmediatamente.

La sonrisa de Clay se hizo más cínica que de costumbre.

—Sabía que llegaríamos a un acuerdo. Gracias por venir —dijo.

Y cerró la puerta.

Dale permaneció un momento atónito. Clay no había dicho nada de Irene. ¿Significaba eso que no lo sabía?

Pero por supuesto que no lo sabía. Un hombre como Clay utilizaría esa información para mejorar su posición. No le habría dado a él lo que quería sin pedir nada a cambio.

Dale sintió que la tensión de sus hombros disminuía. Volvió al coche y silbó todo el camino hasta su casa. Quizá sobreviviría a las semanas siguientes después de todo.

Allie no se sentía a gusto en su nueva casa. No había tenido ocasión de desempaquetar muchas cosas y no estaba cómoda tumbada en el suelo en un saco de dormir, aunque tuviera a Whitney al lado. Su madre no dejaba de llamarla para pedirle que lo pensara bien y volviera a casa. Hasta su hermano había llamado desde Arizona para ver si podía ayudarlos a Dale y a ella a arreglar sus diferencias. Y, para colmo, cada vez que oía el más mínimo ruido, se incorporaba a mirar la casa de Jed Fowler.

Aquel hombre le daba escalofríos. Su camioneta llevaba horas aparcada en el camino de entrada y, sin embargo, la casa permanecía a oscuras desde la caída de la noche. ¿Qué hacía cuando volvía a casa del trabajo? ¿Cenar y meterse en la cama? ¿Encendía velas en la parte de atrás en vez de encender las luces?

Allie se levantó y caminó sin rumbo por la pequeña casa de dos habitaciones. Estaba tomando nota de lo que había que limpiar y organizar. Por suerte, su madre le llevaría muebles de la casa de invitados por la mañana, pero ella quería ir a la cabaña. No había podido ir ese día porque alguien de la Oficina del Sheriff estaba ya investigando. Habían llamado para tomarle declaración y le habían dicho que también se pondrían en contacto con Clay. También le habían dicho que habían encontrado la bala y el casquillo.

El agente que había hablado con ella parecía bastante competente, pero para Allie el incidente era demasiado personal para dejar su resolución en manos de otra persona.

Un golpe sordo la llevó a la ventana. Seguramente sería un gato o un mapache, pero su activa imaginación le sugería que podía ser la puerta del coche de Jed.

¿Estaría levantado?

Miró las ventanas oscuras de él, pero el ruido de un coche atrajo su atención, y no era el coche de Jed. El coche patrulla de su padre bajaba por la calle.

—Genial —murmuró.

No le apetecía otro enfrentamiento, pero esperó a que él llegara a la puerta y la abrió antes de que tocara el timbre para que no despertara a Whitney.

—¿Te ha llamado Clay? —preguntó él, aparentemente sorprendido.

Clay no la había llamado, pero sí había hablado con Madeline, quien había prometido llevarle al día siguiente una cama que tenía en su garaje, puesto que Evelyn sólo podía prestarle una.

—No sé de qué me hablas. ¿Tenía que llamarme? —preguntó, fingiendo que no le importaba que no lo hubiera hecho.

—No, no —él se sacudió algo de tierra del pantalón—. ¿Por qué no estás durmiendo?

—¿Por qué no lo estás tú?

—He estado haciendo control de daños —repuso él.

—¿Qué quieres? —preguntó ella con brusquedad.

Su padre jugueteó con el cinturón.

—He cambiado de idea —dijo al fin—. Puedes trabajar en la comisaría. Pero sólo como ayudante personal mía.

Allie lo miró sorprendida.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Si quieres trabajar, ésas son las condiciones. Y da gracias. Es la primera vez que ofrezco un trabajo a una persona a la que he despedido antes.

—Yo no recuerdo que hayas despedido nunca a nadie —Allie pensó en Hendricks—. Ni a los agentes que lo merecen.

—Esto es Stillwater.

Ella se frotó la frente.

—Lo sé muy bien.

—¿Y bien? Lo tomas o lo dejas.

—No.

Allie cerró la puerta y permaneció entre las cajas que llenaban su nueva sala de estar, frustrada consigo misma, con su padre y con toda la situación.

Whitney tosió y se movió en sueños, intentando apartar el saco de dormir. Allie, temerosa de que pillara bronquitis como el año anterior, cruzó la habitación para subir la calefacción. Sería mala suerte que Whitney enfermara, pero se las arreglarían sin la oferta de Dale.

Estaba a punto de volver a tumbarse para intentar dormir cuando llamaron a la puerta. Al parecer, su padre no se había ido todavía.

Allie reprimió una maldición y se acercó a la puerta.

—¿Sí?

El murmuró algo que ella no pudo oír.

—No te oigo.

—Deja de ser una tonta testaruda.

—¿Ahora soy una tonta testaruda? Creía que era una perra en celo.

Él pareció algo avergonzado.

—Esta mañana me he dejado llevar.

—No me digas.

Él frunció el ceño.

—Pero tú no tenías que haberte acostado con Clay. Ya se ha corrido la voz por todo el pueblo. ¿Crees que le va a ayudar que la gente piense que no eres objetiva con él cuando todos esperaban que al fin averiguaras la verdad?

Allie sabía que eso no ayudaría a nadie. Por eso se sentía tan mal.

—Tienes razón y lo siento, pero ya no soy policía, así que no te causaré más problemas.

—¡Maldita sea, Allie! Vale, tú ganas. Puedes volver a tu trabajo de antes. Pero no te acerques a Clay Montgomery.

Allie necesitaba dejar de ver a Clay, al menos hasta que se calmaran las cosas. Y como no la había llamado, asumía que él había llegado a la misma conclusión. Pero eso no implicaba que pensara trabajar para su padre. Ya había cruzado demasiadas líneas y no podía ser imparcial en la investigación que la alcaldesa pedía que hicieran.

—No puedo, papá. No te ayudaría nada. Creo que es mejor que me quede al margen de esto.

Él arrugó la frente.

—Es un empleo. ¿Qué hay de Whitney? ¿Cómo la vas a mantener?

—Me las arreglaré.

—Es mi nieta.

—Ella estará bien.

Se miraron. Allie estaba tan inmersa en la situación que al principio no se percató de que Jed Fowler asomaba la cabeza en la casa de enfrente y, cuando sintió que los observaba, no pudo estar segura de que no fuera su imaginación. La farola estaba demasiado lejos para saber qué era lo que miraba.

—Tengo que dormir —dijo.

—¿Eso es todo? ¿No vas a volver? —preguntó su padre.

—No voy a volver.

—Como quieras —dijo Dale. Y se alejó hacia el coche.

El reverendo Portenski intentaba no mostrar su preocupación mientras escuchaba a Evelyn McCormick. Normalmente disfrutaba de sus visitas. Compartían libros, debatían sobre la naturaleza de Dios o planeaban temas relacionados con la iglesia.

Pero esa vez ella había ido a verlo llorando.

—No sé qué hacer, reverendo. Dale puede ser estricto, pero siempre ha sido un buen padre.

—De eso no hay duda.

—Y yo no me quejo.

—Claro que no.

—Pero me temo que lo que ha hecho empuje a Allie a los brazos de Clay. Sin nuestra influencia, ¿qué se lo va a impedir?

Portenski adoptó una expresión de comprensión, pero su mente pensaba en las fotos que había devuelto al agujero que había debajo de la tarima. Esas fotos constituían un motivo poderoso para asesinar. Allie, como agente de policía, lo sabría al instante. Si era que las veía alguna vez.

¿Se daba cuenta de con quién flirteaba? ¿Sabía que arruinaba la relación con sus padres por un hombre que podía acabar en la cárcel? Los Vincelli presionaban para que ocurriera precisamente eso.

—Siempre ha sido una buena chica —seguía diciendo Evelyn—. Dale ha ido demasiado lejos.

—¿Qué piensa Dale de todo esto?

—Admite que dijo cosas de las que no se enorgullece.

—Entiendo.

—Si hubiera esperado a más tarde, cuando hubiéramos podido hablar con calma con ella, la situación habría sido distinta. Ella tendría que haberse avenido a razones. Todos sabemos lo que ha hecho Clay.

Portenski no contestó a ese comentario.

—Clay gusta a las mujeres.

—Es un hombre atractivo, pero teniendo en cuenta su pasado...

—¿Ha roto su relación con Beth Ann? —preguntó Portenski.

—Eso me han dicho.

—Y ahora se ha fijado en Allie.

—Eso parece.

—Lo más probable es que el romance sea breve —musitó él, con la esperanza de convencerse también a sí mismo. No le gustaba tener la pieza perdida de un puzzle. No le gustaba sentir esa responsabilidad sobre sus hombros. No podía mostrar las fotos y no podía no mostrarlas.

—Pero hasta en una relación breve pueden ocurrir muchas cosas —argüyó Evelyn—. Destruirá la reputación de ella y la enemistará con la mayoría de nuestros amigos —bajó la voz—. ¿Y si se queda embarazada?

Portenski se estremeció. Siempre había apreciado mucho a la joven.

—Allie es muy sensata; seguro que comprende los peligros.

—Normalmente estaría de acuerdo, pero su divorcio fue muy duro. Está muy vulnerable.

—Entiendo.

—¿Cree que debo decirle a Dale que vaya a verla otra vez?

—¿Irá? ¿Hay alguna posibilidad de que los dos puedan arreglar esto solos?

Evelyn retorció el kleenex que tenía en la mano.

—Tendría más confianza en eso si no fueran tan parecidos. Ahora que están en punto muerto, se pueden quedar así siglos.

—¿Por qué no hablas tú con ella?

—Lo he intentado. Le he pedido que vuelva a casa por el bien de Whitney, por mí, por ella. Danny también la ha llamado. Y estoy preocupada por Whitney, pues ha tenido un resfriado terrible toda la semana. Pero Allie no quiere saber nada.

—¿Cómo se las arregla económicamente?

—Con sus ahorros, supongo. Le he ayudado a amueblar la casa, pero no me deja que les compre comida.

—¿Te dejará ver a Whitney?

—Sí, y me quedaré con ella cuando Allie encuentre trabajo, pero he tenido que insistir en ello.

—¿Dónde piensa trabajar?

—Está probando con el Departamento de Policía de Iuka.

—¿Podrá hacerlo sin una recomendación de Dale?

—Estoy segura de que usará su prestigio en el Departamento de Chicago.

Portenski se frotó la barbilla, intentando decidir el mejor modo de proceder.

—¿Estás segura de que todavía ve a Clay?

—Hace menos de una semana que Dale los sorprendió juntos en la cabaña. Y son ciertos los rumores de que estaban... en una relación íntima —las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—Quizá su discusión con vosotros dos le haya abierto los ojos.

Evelyn soltó una risita amarga.

—No. En todo caso, la ha vuelto más decidida a seguir su camino. Dale prácticamente la ha arrojado en brazos de Montgomery.

Portenski se levantó de la silla y dio la vuelta a la mesa. Se detuvo en la esquina.

—Evelyn...

—¿Sí?

—¿Me avisarás si continúa la relación?

Ella vaciló.

—¿Qué va a hacer usted?

Portenski apartó la vista y sonrió.

—Voy a rezar por ella.

Evelyn asintió y se levantó para partir.

—Bien. Por supuesto. Gracias, reverendo.

Portenski le dio una palmadita en el hombro cuando se despidieron en la puerta y volvió lentamente a su mesa. No podía permitir que hicieran daño a un miembro de su rebaño por algo que había ocurrido en el pasado; no si él tenía el poder de prevenirlo.

Se sentó en la silla y cerró los ojos. Sabía el efecto que tendrían las fotos en Grace, Clay, Irene, Madeline y, sobre todo, en su querida iglesia. El engaño y las perversiones de Barker pondrían a prueba la fe de toda la congregación.

Pero Allie era hija de una buena amiga, una buena mujer.

Quizá ése era el modo que tenía Dios de comunicarle su voluntad.

Allie aparcó y salió del coche. Aquél era su quinto viaje a la cabaña de pesca de su padre en otros tantos días, pero la vista de la casita seguía evocando en ella recuerdos de Clay y del tiempo que habían pasado allí. Aunque no necesitaba mucho para provocar esos recuerdos, pues apenas podía pensar en otra cosa. En especial cuando la casa quedaba en silencio por la noche... Pero no había vuelto a tener noticias suyas.

Se dijo que era mejor así e intentó concentrarse en lo que había ido a hacer allí... terminar de registrar la escena del crimen. Pero, por si acaso, se detuvo a comprobar los mensajes de su móvil nuevo. Había arreglado la ventanilla del coche, pero las llaves, el bolso y el móvil antiguo no habían aparecido. Y, por desgracia, la pistola tampoco.

Tenía tres mensajes. El primero era de su madre.

—Allie, por favor, no sé por qué eres tan terca. Por Jo menos múdate a la casa de invitados. Piensa que sería mucho más fácil para...

Allie la cortó en mitad de la frase. No volvería a su casa bajo ningún concepto.

Pasó al segundo mensaje, que era de Madeline. Le decía que había añadido varios muebles más a su colección y le preguntaba si sabía ya quién le había disparado a su hermano.

El último mensaje era de Hendricks en respuesta a una llamada que ella le había hecho antes. A Allie le resultaba paradójico que precisamente Hendricks fuera ahora más amable con ella que sus demás ex compañeros de trabajo. Se mostraba más curioso que ofendido por la traición de ella a los poderes fácticos de Stillwater.

—Nadie ha traído tu bolso. Lo siento. Espero que hayas anulado las tarjetas de crédito y cambiado las cerraduras. Y, por lo que he oído, el sheriff no tiene ninguna pista sobre quién disparó a tu amiguito.

La palabra «amiguito» hizo fruncir el ceño a Allie. No debía hacerse ilusiones, Hendricks tampoco estaba de su parte. Nadie lo estaba. Ahora que se había aliado con Clay, no podía ir por la calle sin que alguien la mirara mal. Era de esperar, claro... pero dolía.

—Bienvenida a la vida que conocen los Montgomery —murmuró para sí.

—Tu padre no querría que te contara esto —proseguía Hendricks—, pero ya que lo preguntas, la bala y el casquillo eran de una Glock de nueve milímetros, por lo que seguramente se trata de tu pistola. Pero el que disparó debía de saber lo que hacía porque no dejó ninguna prueba que pudiera decirnos algo que no sepamos ya.

A Allie no le sorprendió eso. Tampoco había encontrado huellas en la nota. El que la había sacado de la impresora había usado guantes.

—Avísame si necesitas algo. Esto no es lo mismo sin ti.

La joven frunció el ceño. El tono engañosamente amistoso de Hendricks no era sincero, pero para ella tampoco era lo mismo. Le gustaba el trabajo policial y no había tenido respuesta al currículo que había enviado a Iuka. Pero era demasiado tarde para volver a su trabajo anterior y, además, no soportaba las presiones políticas que se daban en la comisaría de Stillwater.

Guardó el teléfono en el bolso, dejó la bolsa de la cámara en el suelo y sacó la lente más cara. En los últimos cuatro días, había pasado el tiempo en el que Whitney estaba en la escuela examinando la zona centímetro a centímetro. Pero ella tampoco había encontrado nada. No había sangre donde habían roto la ventanilla de su coche, no había huellas reconocibles de neumáticos en el bosque ni rastro de su pistola ni hilos enganchados en la rama de un árbol ni huellas de pisadas ni nada de nada.

Se echó ambos bolsos al hombro y observó el claro una vez más. Subió luego la colina de detrás de la cabaña para mirar la escena al completo desde arriba. Algunas zonas a lo largo del río estaban tan llenas de maleza que no podía atravesarlas. Pero si el atacante había tirado algún objeto al río, como la pistola, ésta podía estar atrapada en una piedra, en una raíz, o haberse ido corriente abajo.

Si podía encontrar un sitio desde el cual hacer unas fotos, podía usar su potente lente para ver partes del río que estaban a medio kilómetro de distancia. Luego cargaría las fotos en su ordenador y las estudiaría con atención.

Sabía que había pocas probabilidades, pero no estaba dispuesta a rendirse. La persona que le había robado la pistola e intentado matar a Clay no respetaba su entrenamiento ni sus antecedentes.

Y ella cambiaría eso. Por su orgullo herido, pero, sobre todo, por lo que le habían hecho a Clay. Por muchas veces que se repitiera que era una tonta al interesarse por él, el recuerdo del tiro conseguía que se le helara la sangre.

—Pillaré al bastardo que lo hizo —prometió.

Se apoyó en una roca que sobresalía y enfocó la cámara. No era el mejor ángulo posible, pero no estaba mal. Hizo unas cuantas fotos y subió más arriba, Espantando los mosquitos de principios del verano.

Estaba subiendo a una roca grande para hacer más fotos cuando algo rojo le llamó la atención. Al principio lo descartó como algo no relacionado con el caso. Era altamente improbable que el atacante hubiera subido hasta allí desde el camino y la cabaña.

Pero un momento después, cuando pudo verlo bien, se dio cuenta de lo que era.