Siete
Clay dedicaba la mayoría de los fines de semana y veladas a trabajar en los coches antiguos que restauraba en el antiguo establo. Era una ocupación solitaria, pero casi todas sus actividades lo eran. No le importaba estar solo. No tenía prisa por acabar un coche y en general disfrutaba del cambio de ritmo.
Ese día, sin embargo, no era él mismo. Se sentía aburrido, preocupado. Sus pensamientos se iban hacia Allie una y otra vez. Al principio intentó convencerse de que sólo estaba buscando el mejor modo de neutralizar el peligro que representaba, pero a media tarde estaba ya dispuesto a admitir que sus deseos no se debían a esa motivación, pues, por una vez en su vida, no pensaba en el pasado.
Quería invitarla a cenar, salir con ella como si no albergara oscuros secretos, como si fuera como todos los demás hombres.
Se limpió las manos grasientas en una toalla y empezó a guardar las herramientas. No tenía sentido seguir trabajando en el Jaguar porque no hacía progresos, pues no hacía más que recordar las expresiones de la cara de Allie la noche anterior y repetirse que ella no querría salir con él.
Pero había una razón para que sí quisiera: que todavía quería hablar de Barker. Y si pensaba que podía darle algún detalle nuevo, saldría con él. Pero Clay se mostraba reacio a tender un cebo tan irresistible. Quería que ella accediera porque quería estar con él. Era así de sencillo... o de complicado.
—¿Clay? ¿Dónde estás?
Reconoció la voz de su hermana y sacó la cabeza del establo. Grace estaba en los escalones del porche trasero con el abultado vientre perfectamente delineado por el vestido. Una nueva vida. A Clay le fascinaba su embarazo, le gustaba oírle hablar con entusiasmo del bebé. Su esposo la seguía con la mirada a todas partes; Heath y Teddy se pegaban a ella a la menor oportunidad.
El anhelo por las cosas que de verdad importaban en la vida se hizo tan fuerte dentro de Clay, que se quedó momentáneamente sin aliento. En el resplandor del sol de la tarde de mediados de mayo, no le resultaba difícil imaginar a otra mujer de pie donde estaba ahora Grace. Una mujer que lo esperaba embarazada de su hijo.
—¿Qué pasa? —preguntó su hermana.
Clay sacudió la cabeza para despejarse y caminó hacia ella. No podía llevar una esposa a la granja, conquistar su corazón y dejarla luego sin marido si se sabía la verdad.
—Nada. ¿Cómo está el bebé?
—Bien. Creciendo, como puedes ver. Me siento como un alce.
—Estás más hermosa que nunca.
Ella sonrió.
—¿Eso es sincero?
—¿Te mentiría yo? —sonrió él—. Además, ¿cómo no voy a pensar que eres hermosa? Te pareces muchísimo a mí.
Ella le dio un puñetazo juguetón en el brazo y se sentó en el columpio del porche.
—¿Quieres un refresco? —preguntó él.
Ella llevaba el pelo moreno recogido en una coleta, pero algunos mechones caían sueltos por la cara y enmarcaban unos ojos tan azules como los de él.
—No, gracias. Hace poco que he comido.
Clay tenía que lavarse, pero le llevaría tiempo quitarse toda la grasa y decidió esperar a que Grace se marchara.
Se sentó a su lado.
—¿Dónde están los chicos?
—Han ido de pesca con su padre una última vez antes de que llegue su hermanita.
—¿Y si te pones de parto antes de que vuelvan?
—No están lejos, sólo han ido al estanque Hatfield. Y Kennedy lleva un busca —Grace se quitó las sandalias, se sentó encima de los pies y apoyó la cabeza en el hombro de él.
—Te vas a ensuciar —le advirtió Clay.
—No me importa.
Cerró los ojos y dejó que él la balanceara. Clay la miró. Al menos su hermana era feliz. ¿Cuántos años había sufrido porque él no había podido cuidar bien de ella?
—No sabía que Kennedy tenía un busca.
—Se lo compró la semana pasada por si fallaba el móvil. Tengo que llamar a los dos en cuanto sienta contracciones.
Clay soltó una risita y siguió moviendo el columpio.
—No olvidarás llamarme en cuanto llegue el pequeño, ¿verdad?
—Claro que no.
—¿Ya tenéis el nombre?
—Si es niña, se llamará Lauren Elizabeth.
—Bonito. Pero yo predigo un chico.
Ella sonrió y se incorporó sentada.
—Entonces se llamará Isaiah Clayton.
Él la miró sorprendido.
—¿Por mí?
Grace le pasó la mano por el agujero del codo.
—Si no te importa.
—¿Por qué?
—Porque eres un buen hermano.
Clay sintió un nudo en la garganta que le impedía hablar.
Se balancearon un momento en silencio. Luego ella le dio un codazo.
—Me han dicho que Allie McCormick busca a papá.
Él asintió.
—Es un alivio que no sepa nada que nos pueda perjudicar.
Clay la miró, pero no dijo nada. Se alegró de que Irene no se lo hubiera contado a Grace, pues era mejor no preocuparla en su estado.
—Sí, es un alivio —dijo.
—¿Crees que lo encontrará?
Clay se miró las manos grasientas.
—Ya lo ha encontrado.
Grace puso los pies en el suelo para parar el balanceo.
—¿Dónde está?
—En Alaska.
—¿Y qué hace allí?
—Ha vuelto a casarse.
La expresión de ella mostró por un momento su antigua vulnerabilidad. La mención a Lucas sin duda le había traído malos recuerdos.
Clay le apretó una mano con la suya sucia.
—No vale la pena sufrir por él —dijo con suavidad.
La sonrisa de ella parecía forzada, pero asintió con la cabeza.
—¿Allie ha venido ya a curiosear por aquí?
—Ha estado aquí, pero no por Barker.
—Te refieres a lo que pasó con Beth Ann.
Él hizo una mueca.
—¿Hay alguien que no esté enterado?
Ella se echó a reír y Clay, aliviado, se relajó en el asiento.
—Le va diciendo a todo el mundo que quieres un hijo, ¿sabes? —preguntó ella, limpiándose la grasa de la mano en la camiseta sucia de él.
—No lo sabía. Pero eso es una locura.
Grace lo miró.
—¿Lo es?
—Claro. Ni siquiera estoy casado.
—Te muestras casi tan interesado por este bebé como Kennedy.
—¿Y por qué no? Soy su tío.
—Tal vez sea hora de que empieces a pensar en asentarte y tener hijos.
Los dos sabían que nadie estaba más asentado que él. A menos que quisiera ir a la cárcel, no podía moverse de allí. Y sería estúpido casarse. Pero sabía que a Grace le dolía reconocer las limitaciones de su situación, así que le siguió la corriente.
—Estoy seguro de que, cuando conozca a la mujer apropiada, lo sabré.
—No dejes que lo que pasó te impida hacerlo —dijo ella con fiereza.
¿Cómo no iba a dejar que se lo impidiera? No podía fingir que no tenía los restos de su padrastro enterrados en el sótano.
—No te preocupes; estoy bien así.
Ella miró en dirección al establo. Clay había arrancado los pesebres para hacer sitio a su taller de coches, pero sabía que aquél era el sitio que peores recuerdos tenía para Grace. En un extremo estaba el despacho del reverendo, donde Barker solía preparar sus sermones. También era donde había atado a Grace y...
Clay hizo una mueca; no podía pensar en eso. Habían dejado el despacho intacto durante dieciocho años, como si pensaran que él podía volver un día, hasta que el verano anterior, Grace había perdido un día los estribos y lo había destrozado. Después de eso, Clay había guardado en cajas las cosas del reverendo y se las había pasado a Madeline, pero el despacho vacío seguía pareciendo diabólico y él nunca entraba allí.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Tomó la mano de Grace y la encontró fría.
—Me he encontrado con el reverendo Portenski en la farmacia —dijo ella.
—No sabía que lo conocías.
Grace no iba nunca a la iglesia.
—Nos hemos visto por el pueblo. Normalmente no me mira y yo no le presto atención. Supongo que cree que no vale la pena salvar mi alma o que perdería el tiempo si lo intentara. Pero esta vez...
—¿Qué?
—Se ha acercado a mí con una expresión muy rara en la cara.
—¿Qué clase de expresión?
—Como de dolor y remordimientos o... No estoy segura.
—¿Y qué te ha dicho?
—Que Dios lo sabe todo y su ira destruirá a los malvados.
Clay se puso inmediatamente a la defensiva.
—Eso no parece propio de él —dijo—. Cuando empecé a ir a la iglesia de nuevo hace unos meses, se empeñó en hacer saber a todos que estaba encantado de tenerme allí. Creo que algunas personas, como Joe, querían convencerlo de que no me dejara participar, porque echó un sermón bastante apasionado en el que decía que no le tocaba a él juzgar, que eso era cosa de Dios.
—Pero no me ha dado la impresión de que me culpara a mí. Casi era como si intentara decirme que Barker sería castigado por sus pecados.
Clay se puso tenso.
—¿Crees que lo sabe?
—Sí.
—¿Pero cómo es posible? Registramos la iglesia y empaquetamos personalmente todo lo que había en las habitaciones privadas de Barker. Las fotos no estaban allí. Supongo que las quemamos todas.
—No.
Habían tenido antes esa discusión. Aunque a Grace le costaba mucho hablar de aquello, siempre mantenía que tenía que haber más. El fetichismo de Barker incluía la cámara y ella afirmaba que le había hecho cientos de Polaroids.
—¿Y dónde las escondía?
—No lo sé, pero creo que Portenski las ha encontrado.
—Y si es así, ¿por qué no ha dicho nada? ¿Por qué no las ha usado para llevarnos a juicio? Las fotos serían un motivo importante.
—También revelan que Barker era un monstruo. Quizá Portenski compadece a la chica de trece años de esas fotos.
Grace hablaba como si la chica de trece años fuera una desconocida. Clay se preguntó si ése era su truco para afrontar aquello, distanciarse de la niña que había sido.
—Me ha dicho que, si decido volver a la iglesia, le gustaría verme en su congregación —murmuró ella—. Que Dios puede curar todas las heridas.
—¿Qué has dicho tú?
—Le he dicho que nunca volveré a poner los pies en una iglesia y menos en ésa.
—¿Y qué ha contestado?
—Ha asentido como si lo comprendiera y se ha marchado.
Clay, al igual que ella, había dejado de asistir a la iglesia después de lo que ocurrió con Barker. Había intentado fingir que no necesitaba religión en su vida, pero las creencias y rituales eran una parte importante de su educación y no podía negárselas a sí mismo indefinidamente. A un nivel racional, podía reconocer que un predicador podía ser malo sin que la doctrina que enseñaba lo fuera. Eso era lo que le había hecho volver. Pero sus sentimientos a veces eran más fuertes que él y se marchaba en mitad de un sermón si una palabra o una frase le recordaban a Barker. El tipo de hipocresía que su madre, sus hermanas y él habían presenciado podía cambiar a una persona y, una vez que se perdía la inocencia, no se podía recuperar.
Grace se tocó el vientre y un asomo de sonrisa reemplazó la expresión atormentada de un momento antes.
—¿Te ha dado una patada? —preguntó Clay.
—Más bien se ha dado la vuelta. Si tuvieras las manos limpias, te dejaría sentirlo, sé cuánto te gusta.
—¿Quién dice que me guste? —se burló él.
—Puedes engañar a otros, pero a mí no —se rió ella—. ¿Seguro que Beth Ann no es la mujer indicada para ti?
—Segurísimo.
—Quiero que encuentres a alguien a quien quieras, Clay. Quiero que encuentres a alguien y seas tan feliz como yo.
Sus palabras sinceras lo conmovieron.
—Deja de preocuparte por mí —gruñó.
—No puedo evitarlo. Me preocupo por ti, por Molly, por Madeline, por mamá. Sobre todo por mamá.
—De mamá me encargo yo.
Grace enarcó las cejas.
—¿En serio? ¿Y por qué acaba de decirme que se va fuera el fin de semana?
Clay parpadeó.
—Es broma, ¿verdad?
—¡Ojalá!
—¿Con el jefe McCormick?
—Dice que se va sola, pero tú y yo sabemos que eso es muy improbable.
—Si viviera aquí conmigo, no pasaría eso.
—No podía soportar vivir aquí —Grace hizo una mueca—. No sé cómo pudo aguantar tanto tiempo. Ni cómo lo haces tú.
Clay tampoco se habría quedado en la granja si hubiera tenido elección. Pero era su deber cuidar de su madre y hermanas y quedarse allí era el único modo de hacerlo.
—Quizá no sería divertido tenerla aquí siempre, pero podría impedir que se metiera en líos.
—Los dos estáis mejor viviendo por vuestra cuenta.
Clay pensó que seguramente su hermana tenía razón. No sabía si podría soportar vivir de nuevo con su madre; se había acostumbrado demasiado a estar solo en la granja.
—¿Cómo se va a escapar el jefe McCormick de su esposa este fin de semana?
—No tengo ni idea. ¿Cómo lo hace habitualmente?
Clay movió la cabeza.
—¿Por qué mamá no me hace caso?
—Seguro que quiere, pero sencillamente, no puede.
—¿No puede?
—Yo no podría renunciar a Kennedy aunque mi vida dependiera de ello.
—Kennedy es tu marido. Dale está casado con otra mujer.
Grace se alisó el vestido.
—No digo que mamá haga bien, digo que nunca ha estado tan enamorada y que por eso le resulta duro hacer el sacrificio.
—¿Está más enamorada de él de lo que estaba de nuestro padre?
—El jefe McCormick es todo lo que papá no era. Responsable, firme, pragmático.
—No es un hombre tan encomiable. Está engañando a su esposa.
—Esa parte no tiene nada de admirable, pero es comprensible... hasta cierto punto. Mamá es varios años más joven y mucho más atractiva que Evelyn. El sexo es nuevo y vuelve a ser excitante.
—A su edad, es más cuestión de ego que de sexo —dijo Clay—. Seguro que el poder conquistar a mamá le hace sentirse como un hombre.
—Y mamá por fin ha encontrado a alguien que le hace sentirse especial.
—Pero eso no tiene futuro. Imagínate el escándalo si se entera la gente.
—Sería terrible —asintió ella—. Lo siento por Kennedy. A veces me pregunto si sabía dónde se metía al casarse conmigo.
—No digas eso. Tiene suerte de estar contigo.
—Espero que piense eso cuando se sepa lo de mamá.
—Lo dices como si eso fuera inevitable.
—Ya sabes lo difícil que es guardar un secreto en este pueblo.
—¿Kennedy lo sabe?
—Sí. Me pareció justo advertirle —Grace se levantó y le dio un beso en la mejilla—. Gracias, hermano. Intentaré convencer a mamá de que no se vaya este fin de semana.
—Buena suerte.
Ella se detuvo en los escalones.
—Por cierto, Molly va a venir para el parto.
—Será un placer verla. No ha venido desde Navidad.
—Sale con alguien. ¿Te has enterado?
—No. ¿Crees que esa relación tiene futuro?
—Lo dudo. Sólo le interesan hasta que empiezan a pedir compromiso y entonces los deja —Grace sonrió—. Me pregunto de dónde lo habrá sacado.
—De mí no —contestó él.
—Si tú lo dices... —se burló ella.
—¿Grace?
—¿Qué?
—¿Tú querrías hablar con papá si tuvieras la oportunidad?
Ella no vaciló ni un momento.
—No —respondió. Y se alejó.
Cuando llegó la llamada de Lucas Montgomery, Allie estaba en la comisaría revisando la carpeta de Barker. Whitney estaba también allí, coloreando cerca de su mesa. Su padre no se había pasado por allí ese día, afortunadamente. No habían hablado desde el desayuno y todavía no estaba preparada para hablar con él.
Por suerte, él no trabajaba los sábados. Otros dos agentes, Grimsman y Pontiff, estaban de servicio patrullando la zona.
—Agente McCormick —dijo al teléfono.
—Soy Lucas Montgomery.
—Gracias por llamarme.
—De nada. ¿En qué puedo servirle?
—Como ya le dije a su esposa, soy de Stillwater, un pueblo de...
—Sé de dónde es —repuso él—. Y sé por qué me llama. Pero no creo que pueda ayudarla. Mi esposa me ha dicho que tiene algunas preguntas en relación con la desaparición de un hombre al que no he conocido nunca.
Allie creyó percibir un rastro de resentimiento en sus palabras.
—Se trata del segundo marido de su ex mujer, señor Montgomery.
—Me temo que nunca lo conocí. No he hablado con Irene desde que me marché.
—¿Ni una vez?
—Ni una vez.
—¿Entonces no sabe que su familia ha soportado muchas sospechas y dudas en relación con la desaparición de Lee Barker?
—No, no lo sé. Lo que sé es que Irene es una mujer que no haría daño a nadie. Es todo lo que puedo decirle y, si esperaba otra cosa, lo siento.
—No esperaba otra cosa, señor Montgomery. Sólo investigo los hechos.
—¿No es un poco tarde para investigar?
—¿Cómo dice?
—Supongo que después de diecinueve años...
—¿Diecinueve años? —lo interrumpió Allie.
Hubo un silencio.
—Hace ese tiempo que me marché —dijo él al fin.
—Pero usted se fue cuando Clay sólo tenía diez años.
—No estoy seguro de eso.
—¿No recuerda cuántos años tenía su hijo?
—No exactamente.
—Hace veinticinco años. Un chico de dieciséis es muy diferente a uno de diez.
—Supongo que he perdido la cuenta.
—¿Y es una coincidencia que los diecinueve años que ha mencionado se correspondan exactamente con la fecha en la que desapareció el reverendo Barker?
—Ya le he dicho que no sé nada del reverendo Barker.
—Entonces es aún más sorprendente que haya adivinado la fecha de su desaparición, ¿no cree?
Hubo una pausa.
—Oiga, se equivoca usted. Como ya le he dicho, Irene no haría daño a nadie. Es una buena mujer.
Sin embargo, él la había abandonado.
—¿Es posible que sepa usted más de lo que dice, señor Montgomery?
—¿Me está llamando embustero?
Allie se preguntó por primera vez si él podía tener algo que ver con la desaparición de Barker. ¿Había vuelto, encontrado a otro hombre en su lugar y lo había matado? Eso explicaría que hubiera desaparecido tanto tiempo.
Aquella idea suponía un alivio para ella. Prefería que fuera el padre de Clay a que fuera Clay.
—Sólo hago mi trabajo —contestó—. ¿Puede decirme dónde estaba la noche que desapareció el reverendo?
—Sí, tengo una coartada firme. Así que no intente cargarme su muerte.
Allie apretó con fuerza el auricular.
—Yo no he dicho que esté muerto.
No hubo respuesta.
—¿Señor Montgomery?
—Después de tanto tiempo, supongo que es fácil presuponer eso, ¿no le parece? Y en cualquier caso, yo llevo veinte años en Alaska y no puede probar que haya salido nunca de aquí. No hay billetes de avión, billetes de tren ni recibos de gasolinera.
—¿Y no ha vuelto nunca a ver a sus hijos?
Hubo un silencio.
—¿Necesita que hable más alto? —preguntó ella.
—La oigo bien.
—¿Y?
—No he vuelto, ¿vale?
—Pues, por lo que a mí respecta, eso es un crimen tan grande como cualquier otro —sabía que no le correspondía a ella juzgarlo, pero su experiencia con el rechazo de Sam hacia Whitney y lo que había percibido en Clay la noche anterior la impulsaban a hacerlo.
—Váyase al diablo —dijo él. Y colgó.
Allie devolvió el auricular a su sitio. No se había mostrado muy profesional con la llamada y lo sabía. Pero lo había pillado mintiéndole, de eso estaba segura. Ahora sólo le quedaba descubrir por qué.
Whitney la miró.
—¿Era papá, mami?
—No. Era alguien muy parecido a él.