Diecisiete

—Creo que he cometido un error.

Esas no eran las primeras palabras que Clay quería oír después de pasar veinticuatro horas en la cárcel. Y menos en boca de Grace.

Se sentó en la silla que tenía asignada en el cuarto pequeño y sin ventanas destinado al encuentro con los abogados y miró a su hermana.

—Tienes muy buen aspecto. ¿Cómo está la niña?

—Bien. ¿Me has oído?

—¿Lauren se ha ido a casa contigo?

Grace le dedicó una mueca de impaciencia.

—Sí. Ella está bien y yo estoy bien. El clima está inusitadamente cálido. Oye, no tenemos mucho tiempo. ¿Puedes hacer el favor de centrarte en el motivo de mi visita?

Él estiró las piernas ante sí.

—Tienes una niña recién nacida, no deberías estar haciendo esto ahora.

—Tú tampoco.

—Yo no tengo elección.

—Y yo no me voy a quedar disfrutando de Lauren mientras tú estás encerrado —ella enarcó una ceja con aire retador—. ¿Podemos hablar del problema?

—¿Qué hay que decir? Tú intentarás mover el juicio a otro lugar donde tenga más probabilidades. El otro bando no querrá, pero el juez es tío de la alcaldesa Nibley y ganarán ellos. Y tú tendrás que luchar para meter algún jurado que no esté a favor de condenarme antes de haber oído los testimonios o visto las pruebas y...

—He contratado a Allie para que me ayude a investigar.

Clay cerró los ojos y los apretó con el pulgar y el índice. Vale, aquél era el error.

—¿En qué estabas pensando?

—Quería que una persona capaz e inteligente estuviera de tu parte.

—Cierto que no hay muchas donde elegir, pero siempre quedan los desconocidos. ¿Profesionales que se contratan?

—Ella es una profesional.

Clay quería recordar a Allie tal y como la había visto en la cabaña, no la quería mezclada en el lío que se estaba cociendo. Si unía fuerzas con su hermana, su padre no se lo perdonaría nunca. Y mucha gente del pueblo tampoco.

—No me importa. No quiero que se mezcle en esto.

—Demasiado tarde. Ya está mezclada.

—¡Ah, vamos, Grace!

Ella levantó una mano.

—Déjame terminar. Cuando vino a casa anoche, tanto Madeline como mamá...

—¿Mamá? —repitió él—. Grace, mamá no es lo bastante fuerte para enfrentarse a esto ahora. Tienes que decirle que todo saldrá bien y excluirla de todas las conversaciones que no sean completamente optimistas.

—Ya lo sé. Pero cuando te detuvieron, me costó mucho impedir que fuera a confesar a la comisaría.

—Eso sólo conseguiría meternos en líos a todos.

—Ya se lo expliqué. Pero está frenética. Tengo que incluirla.

Clay se movió nervioso en la silla. No le gustaba estar encerrado. Antes ya estaba limitado, pero al menos tenía su trabajo, sus coches y algún viaje ocasional al pueblo. Allí sentía que no tenía una oportunidad de defenderse.

—Supongo que Madeline tampoco te dejará que la excluyas a ella.

—Por supuesto que no. Las dos están preocupadas por ti. Tienen que sentir que están ayudando.

—Lo cual sólo hace que tu trabajo sea más duro.

—¿Cuándo ha sido fácil lidiar con nuestro pasado?

Él suspiró.

—Cierto.

Se abrió la puerta y un agente asomó la cabeza.

—¿Todo bien, señora?

—Sí.

El hombre sonrió.

—Avíseme si le da algún problema.

—¡Lárguese! —dijo Clay.

El brillo de los ojos del agente sugería que iba a responder, pero Grace se interpuso entre ellos.

—Por favor, eso no ayuda.

—Más vale que su cliente vigile sus palabras —dijo el agente. Pero cerró la puerta.

Grace esperó unos segundos.

—Madeline cree que podrá ayudar.

Su hermanastra había sido su salvadora y su peor enemiga. Lo defendía con calor contra todos los que implicaran que había hecho algo malo. Su lealtad y la de Jed Fowler eran lo que había impedido que acabara antes en la cárcel. Pero Madeline era también una de las personas que no dejaba de buscar, que no dejaba que nadie olvidara. Gracias a ella, y a los Vincelli, las sospechas lo seguían continuamente, y probablemente lo seguirían siempre con juicio o sin él.

—¿De qué modo puede ayudar?

—Piensa poner un anuncio en el periódico ofreciendo una recompensa por cualquier información que lleve a la detención del hombre que te disparó.

—¿Quién pagará la recompensa?

—Kennedy.

Clay la miró.

—¿Y qué dicen los padres de Kennedy a eso?

—No se lo hemos preguntado, no nos importa. Ahora eres familia de Kennedy.

Clay movió la cabeza.

—Ese hombre hará cualquier cosa por ti.

Ella sonrió al fin.

—Sí, pero esto lo hace por ti.

—O sea que el equipo de mi defensa consiste en una ex ayudante del fiscal del distrito con una niña recién nacida, mi madre, una hermanastra que no puede saber la verdad y una policía a la que hice que despidieran.

—Por el momento.

—Es un gran equipo.

—Es mejor de lo que crees. Allie es una gran aliada.

—Lástima que tengas que despedirla —dijo él.

Grace se pasó un dedo por el labio inferior.

—Sé que es arriesgado incluirla, pero...

Él se inclinó hacia delante.

—¿Arriesgado? Es idiota. ¿Quieres vencer esos cargos o encerrarme de por vida?

—Clay, ella seguirá escarbando aunque no unamos fuerzas. Cuando mamá y Madeline se marcharon anoche, me contó lo de la nota que dejaron en la cabaña y que encontró la gorra de Jed cerca de allí.

—¿Jed? Eso tiene que ser un error.

—No lo es.

—Pero Jed no me dispararía. Y no tenía razones para dejarle esa nota a Allie.

—Ella cree que es un montaje.

—¿Y qué puede ganar nadie incriminando a Jed?

—Es un modo de confundir la verdad, de despistar al que busque al verdadero culpable. Y la persona que te odia a ti, probablemente tampoco quiere mucho a Jed. Después de todo, su insistencia en que nuestro padrastro no vino a casa aquella noche es lo que te ha salvado de ir antes a la cárcel.

—Eso y que no tienen pruebas físicas —señaló Clay con sequedad.

—Ahora ya no se trata de pruebas. Se trata de ajustar cuentas.

Clay suspiró. Se volvería loco si lo enviaban a la cárcel. Podía soportar casi cualquier cosa menos estar encerrado.

—Lo sé.

—Allie cree que nuestros oponentes pueden intentar presionar a Jed, decirle que no lo perseguirán por intento de asesinato si declara contra ti.

Clay frunció el ceño. No sabía por qué Jed había sido tan bueno con ellos, pero el mecánico tenía que saber más de lo que había pasado aquella noche de lo que había dicho siempre. De no ser así, no habría intentado confesar cuando sacaron los huesos del perro, que Clay había dejado allí adrede después de mover el cuerpo de Barker al sótano.

—Nunca hemos tenido una relación muy cercana con Jed, ni siquiera sabemos por qué nos ha defendido. Lo cual lo convierte en un signo de interrogación. No podemos predecir lo que hará.

Grace jugó con el boli que había dejado en la mesa un momento antes.

—Allie dijo otra cosa que me preocupa.

—¿De qué se trata?

—Preguntó a mamá si Jed la había visto con otro hombre.

Clay se puso en pie alarmado.

—¿Por qué preguntó eso?

—Cree que Jed lleva años admirando a mamá en secreto.

—Nosotros sospechábamos lo mismo.

—Cierto. Pero escucha esto. Ella cree que nos irá bien... a menos que Jed se sienta ofendido con ella por alguna razón.

Clay paseó por la pequeña habitación.

—¿Allie ha dicho que haya podido pasar eso?

—No, pero le está dando vueltas.

Clay murmuró un juramento y movió la cabeza. Poco sabía Allie que Irene sí se había visto con otro hombre... su padre. Eso le iba a doler. Él lo veía venir y se sentía impotente para detenerlo.

—Esto va de mal en peor, ¿no crees?

El sonido del móvil despertó a Allie de un sueño profundo. Lo buscó a tientas y estuvo a punto de tirar la lámpara de la mesilla. Hasta que no oyó a su hija correr hacia ella, no se dio cuenta de que lo había dejado en la cocina y Whitney se lo acercaba.

Se frotó los ojos, rodó hacia el borde de la cama y se asustó al ver que había mucha luz.

—¿Llegamos tarde?

—¿Para qué? —preguntó Whitney.

—Para la escuela.

Su hija se echó a reír.

—Es sábado, tonta. Los sábados no hay escuela.

—Cierto. Menos mal —Allie tomó el teléfono y lo tapó con la mano para preguntar a Whitney qué hacía.

—Viendo dibujos animados —la niña salió corriendo a la sala.

Allie la observó salir y se acercó el teléfono al oído.

—¿Sí?

—¿Allie?

Era su madre.

—Hola, ¿qué hay?

—¿Por qué no me despertaste cuando recogiste a Whitney anoche?

—No quería molestarte.

—No me habría importado.

—No había necesidad.

—Pero así habríamos podido hablar.

Su padre estaba en casa y Allie no había querido despertar a nadie.

—Podemos hablar ahora, ¿no?

—Supongo. ¿Cómo estáis? ¿Tenéis comida suficiente?

—Estamos bien.

—Puedo ir a comprar comestibles hoy y así no tendré que preocuparme tanto por vosotras. Puede que tardes algo de tiempo en encontrar trabajo.

Allie pensó en el encargo que había aceptado. Sabía que a su madre no le gustaría, pero no veía que tuviera sentido intentar ocultarlo.

—En realidad, tengo un trabajo —dijo.

—¿En serio? Maravilloso. ¿Dónde?

Allie reprimió un gemido.

—Voy a ayudar a Grace con el caso de Clay.

Siguió un silencio. Allie apretó el teléfono con fuerza, pero se negaba a ser la primera en hablar.

—Es una broma, ¿verdad? —dijo al fin Evelyn.

—No.

—Allie, ¿no crees que esa obsesión tuya con Clay Montgomery ha ido ya demasiado lejos?

—¿Obsesión?

Su madre no hizo caso.

—Ahora les toca a los tribunales decidir su destino.

—¿Cómo pueden llegar a la conclusión acertada si no tienen los hechos, madre?

—¿Qué hechos? Tú eres buena inspectora, pero ni siquiera tú has podido encontrar nada nuevo.

—No puedo rendirme. Alguien intentó matarlo. Lo que ocurre aquí no es tan evidente como algunos quisieran creer.

—Tú sabes que fue Joe el que disparó a Clay, así que recupera tu trabajo y ve a por él. Se lo merece. Pero olvídate de Clay.

—No estoy convencida de que fuera Joe.

—Pues deberías estarlo. Hace unos minutos he estado en el Piggly Wiggly y he oído decir a Cindy Eastman, la ex mujer de Joe, que cree que él tiene tu pistola. Dice que pasó a pedirle un dinero que le debe y vio algo que parecía una pistola en su casa.

—¿Y por qué no informó de ello?

—Entre esos dos ha habido muchos problemas. Y ella está rehaciendo su vida; no se quiere meter en esto.

—¡Nadie quiere! Pero lo que está pasando es una farsa. Toda la gente que siempre ha ido a por Clay empieza a tener ventaja y yo no voy a permitir que ni los Vincelli ni ningún otro utilicen la ley en provecho propio porque sienten antipatía personal por él.

—¿Es que no ves lo que hace Clay? —preguntó Evelyn—. ¿Crees que te ha dedicado sus atenciones porque le gustas?

Allie se sintió demasiado ofendida para responder de inmediato.

—A Clay no le gusta nadie —continuó su madre—. Te está utilizando. Sabe que necesita aliados sólidos y quiere tu apoyo con la esperanza de que puedas salvarlo. Y no le importa si te arruina la vida en el proceso.

—Eso no es cierto. Clay no le lame el culo a nadie por ninguna razón. Ni siquiera me quiere en su vida. Me dijo... —pero no tenía sentido explicárselo a su madre. La gente de Stillwater quería un chivo expiatorio y había encontrado al candidato perfecto—. Olvídalo.

—Piensa en la cantidad de mujeres con las que se ha acostado —dijo Evelyn—. Tú sólo eres una conquista más. Una conquista calculada porque ahora, además de conseguir lo que quería de ti en la cabaña, lo vas a ayudar.

Allie colgó el teléfono. Sabía que no estaba bien; su madre era su último apoyo. Pero estaba tan enfadada, que no pudo evitarlo.

—¿Mami? —llamó Whitney.

—¿Qué, cariño?

—¿La abuela te ha preguntado si puedo quedarme esta noche con ella?

Allie no sabía qué decir.

El teléfono volvió a sonar. Allie contestó en lugar de responder a su hija.

—¿De verdad eliges a Clay antes que a tu familia? —preguntó su madre.

Allie maldijo en silencio.

—Claro que no.

—Si ayudas a los Montgomery, será lo que hagas. Tu padre lo tomará como una afrenta personal y, aunque yo he intentado permanecer neutral, esto me obligará a ponerme de su parte. ¿Te das cuenta de eso? Tengo que ser leal a mi esposo.

—Esto no es sólo cuestión de lealtad. Necesito el trabajo.

—Si no fueras tan terca, podrías volver a trabajar con tu padre.

Trabajar en el Departamento de Policía le daría mucha más estabilidad. Tendría ingresos fijos y otras ventajas que no tendría ayudando a Grace. Y tenía que pensar en Whitney. La responsabilidad por su hija y la presión emocional que afrontaría por parte de todo el mundo hacían infinitamente más fácil hacer lo que sugerían sus padres.

Excepto porque a nadie parecía importarle resolver el caso. Querían castigar a alguien por la desaparición de Barker para que los Vincelli quedaran satisfechos y todos siguieran con su vida. Y a diferencia de su madre y hermanas, Clay era desafiante, rabioso. De hecho, la profundidad de la rabia que lo embargaba asustaba a veces. Eso hacía que fuera fácil para algunos creer que era capaz de un crimen así. Pero a Allie le importaba la verdad.

O tal vez sólo le importaba Clay.

—No puedo —dijo.

—¿Ni siquiera por Whitney?

Allie suspiró.

—Me aseguraré de que no le falte de nada.

—Pero ella nos quiere. Abrir una grieta entre nosotros y tú le hará daño a ella.

—Mamá, ni siquiera sabemos lo que le pasó a Barker. ¿Tú no crees que Clay merezca un juicio justo?

Su madre alzó la voz.

—Tiene a su hermana para defenderlo. Ella nunca ha perdido un caso.

—Nunca ha tenido tanto en juego ni se ha enfrentado a algo así.

—Deja que se ocupe ella. Le irá bien sin ti.

—Tengo que hacer lo que creo que es lo correcto —insistió Allie.

Hubo un largo silencio.

—¿Seguro que es tu conciencia lo que intentas seguir? —preguntó Evelyn. Y esa vez fue ella la que colgó el teléfono.

—¿Mamá? —gimió Whitney, perdiendo la paciencia—. ¿Por qué no me contestas?

Allie dejó el teléfono en la mesilla.

—Perdona, cariño. Esta noche no puedes quedarte en casa de la abuela. Había olvidado que ya tenía otros planes.

—¡Pero acaba de preguntármelo! íbamos a hornear galletas.

—¿Quieres que pregunte si tu amiga Emily puede pasar la noche con nosotras?

—¿Y qué pasa con la abuela? —preguntó Whitney.

—Quizá puedas ir la semana que viene.

Pensó en lo que había dicho su madre de la pistola. ¿Cindy creía haberla visto en casa de Joe? Teniendo en cuenta que Joe tenía motivos para disparar a Clay y carecía de coartada, la policía podría establecer causa probable para conseguir una orden de registro. Pero tal y como estaba la situación, sabía que no podría convencer a su padre de que lo intentara. Ni él ni nadie irían contra los Vincelli en aquel momento.

Y eso implicaba que tenía que hacer algo personalmente, y tenía que hacerlo rápido... antes de que Joe se librara de las pruebas.

—¿Whitney? —llamó.

—¿Qué, mami?

—Vamos a ver si puedes quedarte tú en casa de Emily mejor, ¿vale?

Dale estaba en el cobertizo donde guardaba las herramientas y miró su reloj. Acababa de terminar de cortar el césped. Era parte de su rutina del sábado por la mañana, una rutina que normalmente lo relajaba; pero ese día estaba ansioso. Irene habría recibido ya las flores y normalmente respondía inmediatamente cuando le regalaba algo. Esperaba que siguiera esa costumbre, pues necesitaba verla. Si podían estar juntos aunque sólo fuera una vez más, sería más fácil lidiar con todo lo demás que ocurría en su vida. Su alejamiento de Allie, las interferencias de los Vincelli y la alcaldesa en su trabajo, el disparo en la cabaña...

Se secó las manos en una toalla de papel que echó a la papelera colocada al lado de la puerta, sacó el móvil del bolsillo y marcó el número del buzón de voz que había establecido para que lo usara ella.

Tal y como esperaba, tenía un mensaje.

Pulsó el número uno para escucharlo, pero la voz de su esposa sonó a sus espaldas.

—¿Por qué tardas tanto?

Se volvió y vio a Evelyn de pie en el umbral. Sintió tentaciones de cerrar el teléfono y guardárselo en el bolsillo, pero Evelyn confiaba tanto en él que no era particularmente cotilla. E Irene empezaba a mencionar las «hermosas rosas».

Hizo una seña a Evelyn de que guardara silencio.

—Estoy comprobando el buzón de voz por si me necesitan en la comisaría —mintió, con el corazón latiéndole con fuerza a causa de la culpa.

Evelyn siempre era muy respetuosa con sus deseos, pero ese día ignoró su petición de silencio.

—Tengo que ver al reverendo Portenski —dijo—. Volveré en unos minutos.

Obviamente, se sentía desgraciada. Dale le habría preguntado qué le ocurría, pero Irene le estaba diciendo cuánto lo amaba, cuánto ansiaba estar con él y cómo pensaba quitarse el camisón de lencería que le había comprado él la próxima vez que estuvieran juntos.

En lugar de detener a Evelyn, Dale respiró aliviado cuando la vio alejarse y marcó el número de Irene.

—¿Diga?

—Soy yo.

—¿Cómo es que me llamas ahora? Tú sueles estar en casa el sábado por la mañana.

—Evelyn ha salido.

—Gracias por las flores. Y por la nota. Necesitaba la nota más que ninguna otra cosa.

—Quiero hacer el amor contigo.

—¿Ahora?

Si hubieran tenido tiempo, él lo habría hecho. Pero la cabaña estaba lejos y, de todos modos, después de lo ocurrido, no se atrevía a llevarla allí. Su hotelito favorito de Corinth no estaba tampoco lo bastante cerca para una cita rápida.

—Pronto. Me dará algo que esperar con alegría.

—Yo no quiero esperar —le suplicó ella—. Te necesito ahora.

Dale tenía miedo de que cambiara de idea si no organizaba algo en los próximos días.

—Supongo que podríamos vernos esta noche, pero no sé adonde podemos ir que sea seguro, querida.

—Tienes la casa de invitados.

Dale estaba desesperado, pero no loco.

—Allí no.

—Vamos. No nos verá nadie.

—Está al lado de mi casa.

—No, no es verdad. Está al lado del estanque. Ni siquiera se ve desde la casa. Me has dicho muchas veces que te gustaría instalarme allí.

Aquello era soñar despierto y ella lo sabía. ¡Pero podía ser tan infantil! Dale probó otra línea de razonamiento.

—Eso no sería divertido. Me daría un infarto del estrés.

Ella empezó a llorar.

—Si tan mala soy para ti, olvídalo. Olvídalo todo...

—Irene, basta —le suplicó él—. Deseo tanto tocarte que no puedo pensar en otra cosa, pero... —de pronto tuvo una idea—. Espera. ¿Y en la granja?

—¿La granja? —repitió ella.

—Ahora está vacía, ¿no? Puedo ir por la parte de atrás y esconder el coche en el establo.

—No. Molly llega esta tarde al pueblo. Ha adelantado el viaje por lo de Clay. Está alquilando un coche en Nashville en este momento.

—¿Y se quedará en la granja?

—Es posible. Siempre se queda con Clay.

—Pero él no está allí. Ella no se quedará sola en la granja.

—Eso es verdad. Y estará deseando ver a la niña de Grace. Supongo que se quedará con ella. Pero esperan que yo pase la velada con ellas.

—Puedes escaparte. Di que te duele la cabeza y que te quieres acostar temprano.

—Pero alguien puede ver luz en la granja.

—No encenderemos ninguna luz. Tú también puedes esconder tu coche en el establo.

Irene no contestó.

—Es perfecto —le suplicó él—. Está cerca y es un lugar apartado. ¿Adónde más podríamos ir?

—Pero Clay está en la cárcel...

—No por mucho tiempo. Grace lo sacará.

Sabía que Irene asumiría que se refería a sacarlo para siempre cuando él sólo hablaba de salir bajo fianza. Pero no quería ser más específico; ella estaba ya muy preocupada por su hijo.

—A él no le gustará —dijo ella.

—¿Qué daño puede hacerle eso?

Hubo un silencio.

—No sabe lo nuestro, ¿verdad?

—Por supuesto que no —repuso ella en el acto.

—Bien. Entonces nos vemos allí esta noche.

—¿Qué le dirás a tu esposa?

—Le diré que uno de mis hombres se ha puesto enfermo y tengo que ocupar su puesto.

—¿A qué hora?

—A las diez.

Irene suspiró.

—Si eso es lo que quieres...

—Es lo que quiero. Y trae el camisón del que hablabas en el mensaje.

Los bultos del colchón barato se clavaban en la espalda de Clay, que miraba la litera situada encima de él. Por suerte, la cárcel del condado estaba casi vacía, así que no tenía compañero de celda, por lo que, de momento, sólo interrumpía sus pensamientos el carcelero que le llevaba las comidas.

Y sus pensamientos giraban casi siempre en torno a Allie. Y a su hijita. Ambas estarían mejor si ella no intentaba ayudarle. El hecho de que estuviera dispuesta a colocarse enfrente de toda la gente a la que conocía y quería por ayudarle a él hacía que Clay anhelara cosas que no podía tener. Y odiaba la idea de que la trataran mal, cosa que seguramente ocurriría si seguía poniéndose de su lado.

Si él estaba encerrado, no podría protegerla. Ella probablemente lo entendía así, pero él dudaba de que entendiera lo importante que era para él que estuviera bien. No quería arrastrarla en la caída con él.

Decidió que aquello era lo peor de estar en la cárcel. No la falta de comunidades, sino la impotencia. No podía hacer nada por asegurar la felicidad de la gente que amaba y, después de tanto tiempo, no sabía vivir para otra cosa.

—Espero que Grace haga lo que le he dicho —murmuró.

Le había pedido que dijera a Allie que se buscara un empleo de verdad, que él no quería tener nada que ver con ella. De no ser así, Allie no escucharía. Y el dolor momentáneo que podían causarle esas palabras sería mucho más amable que arruinarle la vida. Que se reconciliara con su familia, volviera a la comisaría y buscara un padre apropiado para Whitney. Un hombre que pudiera darle todo lo que Clay no podía.

Se imaginó por un momento siendo ese hombre. Llegando de la granja para dormir con ella por la noche. Ayudando a criar a su hijita. Dejando a Allie embarazada de más hijos.

Recordó la hijita de cara sonrosada de Grace y el modo en que Lauren había vuelto la minúscula boca hacia él cuando le había tocado la mejilla. Tener a la niña en brazos le había enseñado lo que era importante en la vida. Muchos hombres daban por sentado su derecho a tener una familia; no sabían cómo la desearían si no pudieran tenerla.

Pero independientemente de su futuro, Clay quería una buena vida para Allie. Sin embargo, presentía que Grace no entregaría su mensaje. Su hermana era más fuerte ahora que nunca, tenía más confianza en sus decisiones. Por alguna razón, pensaba que la participación de Allie podía cambiar mucho las cosas.

Grace se emplearía a fondo en su defensa y, si Allie podía ayudarla en el empeño, la incluiría le gustara a él o no.