Cuatro

—Estás ahí.

Allie se giró para ver a Hendricks en el umbral de la puerta del cuarto almacén frotándose la enorme barriga como si tuviera indigestión. A la joven no le hubiera sorprendido que fuera así, pues él comía más que nadie a quien conociera y en ese momento tenía una mancha de grasa en el cuello de la camisa.

Él se apoyó en la jamba de la puerta con los pulgares metidos en el cinturón.

—¿En qué trabajas? —preguntó.

Era bastante evidente, pues Allie estaba sentada en el suelo con los papeles del caso Barker esparcidos a su alrededor, pero Hendricks no era famoso por su razonamiento deductivo.

—Estoy buscando pistas en el caso Barker —repuso ella.

—¿Pistas? —él hizo una mueca—. ¿Por qué? Ya sabemos quién lo hizo.

—¿Ah, sí? —preguntó ella con sorna.

Él reaccionó rascándose la cabeza, donde su pelo rubio se había reducido a tres o cuatro mechones.

—Tú le tomaste declaración a Beth Ann.

—¿Y tú puedes probar que dice la verdad?

—Que no podamos probar que lo hizo Clay, no significa que no lo hiciera —contrarrestó él.

Allie había oído ese argumento en boca de casi todo el pueblo, pero no podía aceptarlo en un compañero policía.

—Puedes sospechar todo lo que quieras, pero eso no significa nada hasta que recojas pruebas. Sin ellas, no tenemos caso.

—Las pruebas están en alguna parte. Simplemente, aún no hemos encontrado el hilo que deshaga la madeja.

—Por eso repaso esto, para intentar ver si hemos pasado algo por alto.

Él sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la frente. Fuera hacía fresco, pero él siempre sudaba con profusión.

—Tu padre dijo que no quería que siguiéramos con el caso Barker.

Allie sacó un montón de papeles de la caja que tenía delante.

—No quiere que pierda mucho tiempo con él y no lo hago.

Su padre se había ido sin darle ninguna misión y la noche estaba tranquila. No veía ningún problema en trabajar un poco en aquello. Había prometido respuestas a Madeline y sabía que ésta llamaría pronto para preguntarle por sus progresos. Madeline solía llamarla una vez a la semana como mínimo.

Además, Allie sabía que, si no hacía algo, se quedaría dormida como Hendricks. Llevaba en pie desde que Whitney la despertara a las dos y media de la tarde y estaba agotada, pero les debía a los contribuyentes ponerse a trabajar y creía que el mejor modo de usar su entrenamiento era con el caso Barker.

No sabía por qué su padre había decidido quitarle prioridad al caso, sobre todo porque antes sí había estado decidido a resolverlo. A menudo había criticado a su predecesor por haber estropeado la investigación original y sostenía que, si se hubiera hecho correctamente, hacía tiempo que tendrían ya respuestas.

¿Por qué, entonces, no hacerlo correctamente en aquel momento?

—¿Has encontrado algo que no sepamos ya? —preguntó Hendricks.

—No mucho —repuso ella.

En realidad, sentía curiosidad por el informe que sostenía en ese momento. Según el agente Farlow, el agente cuyo puesto había ocupado ella porque él se había trasladado a Tennessee, el sobrino del reverendo Barker había encontrado la Biblia de bolsillo que el reverendo llevaba consigo a todas partes. Eso había sido en julio del año anterior y la Biblia había sido entregada a Madeline, pero Joe afirmaba que la había encontrado en una zona de acampada de Pickwick Lake e insistía en que Grace la había enterrado allí.

Los archivos confirmaban que Kennedy Archer había alquilado una parcela en la zona de acampada aquel mes. Kennedy había admitido que Grace había estado allí con él, pero tanto Grace como él habían negado saber nada de la Biblia. Curiosamente, Joe había acampado con ellos una noche y, aunque Kennedy y él habían sido amigos antes, ahora se señalaban mutuamente con el dedo. Joe decía que era Grace la que había escondido la Biblia y Kennedy sugería que la había enterrado Joe con intención de incriminar a Grace.

Allie entendía que Kennedy sintiera tentaciones de mentir para proteger a la mujer que amaba, pero también comprendía que Joe pudiera caer en la tentación de fabricar pruebas contra los Montgomery, pues estaba seguro de que eran los responsables de la muerte de su tío y quería verlos castigados. Pero nadie había visto la Biblia desde la desaparición del reverendo. Si la tenía Joe, ¿de dónde la había sacado?

Anotó que tenía que pedirle a Madeline que le dejara echarle un vistazo.

—¿Qué escribes? —preguntó Hendricks.

Allie pensó que, si no le hacía caso, tal vez se marchara. Pero no tuvo esa suerte. Su silencio sólo sirvió para animarlo a agacharse y leer por encima del hombro de ella.

—Si... Joe... encontró... la... Biblia... en... la... zona... de... acampada... como... dice... ¿cómo... sabía... dónde... buscar? —leyó despacio—. ¿Dónde... más... pudo... encontrarla? ¿Quién... la... tiene... ahora?

—Hendricks, ¿no tienes...?

—Yo puedo contestarte a eso —la interrumpió él—. Grace tomó la Biblia del reverendo Barker cuando Clay lo mató, tal y como dice Joe.

—¿Y por qué la guardó tanto tiempo antes de decidirse a enterrarla? Era ayudante del fiscal del distrito. ¿No crees que sabía que no debía aferrarse a algo que podía suscitar tantas sospechas si la sorprendían con ello?

—Tal vez la estaba cambiando de escondite —repuso él—. Como intentó hacer con el cuerpo del reverendo.

—No hay pruebas de que intentara mover ningún cuerpo —le recordó Allie.

—¿Y qué crees que hacía en la granja en plena noche con una linterna y una pala?

—Según ella... —Allie pasó unos papeles hasta que encontró el que buscaba y citó textualmente—. «Después de oír a tanta gente acusar a mi madre y a mi hermano de haber matado a mi padrastro, al fin decidí ver por mí misma si estaba enterrado detrás del establo».

—Sí, claro.

—Es normal que no quisiera hacerlo en pleno día para que nadie supiera que había empezado a dudar de su familia. Además, si su familia se hubiera enterado de lo que planeaba, la habría detenido. Tiene sentido.

—Me da igual. No me lo creo.

Allie tampoco estaba segura de creérselo, pero no iba a sacar las mismas conclusiones precipitadas que todos los demás. Cuando partía de nociones preconcebidas, a menudo pasaba por alto las pistas más sobresalientes de un caso. Eso era algo que había aprendido del modo más duro, cuando perseguía a un violador en serie de Chicago y estaba tan segura de tener al sospechoso, que había confundido a sus compañeros y dejado escapar al verdadero culpable, al que habían tardado luego dos años en encontrar.

—No podemos probar que miente —dijo—. De hecho, en este momento no podemos probar nada. Joe marcó el punto donde cavaba Grace, la policía llevó una excavadora allí y solo encontró los restos de un perro de la familia que había muerto de viejo antes de que desapareciera Barker.

—Yo estaba allí y te digo que, en cuanto encontramos huesos, Grace estaba segura de que se trataba de Barker. Tenías que haberla visto. Casi se desmaya cuando sacamos el cráneo de la tierra.

—Puede que pensara que eso probaba que alguien de su familia había matado a su padrastro. Ella dice que pensaba que se trataba de él —Allie dejó el informe en el suelo de cemento—. A muchas personas las asustaría enterarse de que están emparentadas con un asesino.

—Yo creo que ella ya sabía que lo había hecho su hermano y tenía miedo de que lo pillaran.

Allie estiró las piernas ante sí porque empezaba a tener calambres de mantenerlas cruzadas.

—¿Y por qué no encontrasteis restos humanos?

—Porque Clay movió el cuerpo antes de que llegáramos allí, por eso.

—¿Clay os estaba viendo cavar?

—Sí, señora. Nadie entra en su propiedad sin que él lo sepa. Y más vale que tengas permiso; puede ser peligroso pillarlo por sorpresa.

Allie lo miró con interés.

—¿Parecía nervioso? ¿Asustado como Grace?

—¿Cómo voy a saberlo? Ese hombre es de piedra.

Allie recordó las sutiles muestras de vulnerabilidad que había visto en Clay la noche anterior, la vergüenza, la rabia y el resentimiento. Había intentado flirtear con ella para disminuir la incomodidad que sentían los dos, así que no era insensible.

—Es tan humano como todos nosotros —dijo.

—No, no lo es. Podría ponerle una pistola entre los ojos y me retaría a disparar. Nunca he visto a un hijo de perra más duro.

Clay era duro, sí. Allie sospechaba que la vida lo había hecho así. ¿De qué otro modo habría podido sobrevivir a las dudas constantes, las sospechas, la rabia y la animosidad que había combatido tantos años? Se preguntó por qué no se había ido lo más lejos posible de Stillwater. ¿Qué lo mantenía allí? ¿La granja? En su calidad de esposa de Barker, había pasado a Irene cuando el reverendo desapareció. Y cuando Clay se graduó en la universidad, ella se la pasó a él. Allie no sabía qué acuerdo tendría con su madre y sus hermanas con respecto a la propiedad, pero seguro que podía venderla, pagarles su parte si era que tenían alguna y comprar otra tierra donde nadie hubiera oído hablar del reverendo.

—¿Por qué crees que se ha quedado aquí? —inquirió.

—¿Y adonde más iba a ir? —preguntó Hendricks.

—Tiene que haber pueblos donde le darían la bienvenida. Es joven, fuerte, atractivo. Si no tuviera la desaparición del reverendo Barker pendiendo sobre su cabeza, sería como cualquier otra persona.

Hendricks se secó el sudor que le cubría la frente.

—Supongo que se queda porque tiene familia aquí.

Allie se preguntó por qué no habían buscado todos otro hogar. Molly, la más joven de los hermanos, se había ido en cuanto terminó el instituto y, según Madeline, ahora diseñaba ropa en Nueva York. Grace también se había marchado, pero había vuelto y ahora estaba casada con Kennedy Archer. Seguramente no volvería a irse, pues Kennedy era dueño del banco junto con su padre y no querría abandonar el negocio familiar, dejar a sus hijos sin raíces y dejar a sus padres. Su padre acababa de superar un cáncer. Pero Clay e Irene nunca habían intentado marcharse. Cuando él regresó de la universidad, ella se trasladó al pueblo y le dejó que se hiciera cargo de la granja.

—¿Sabes algo de la historia de Clay? —preguntó.

—¿No están todos los datos en esos papeles?

Algunos sí estaban. Pero la policía de Stillwater no había investigado a muchas personas desaparecidas ni muchos asesinatos y los informes no eran tan detallados como podían haber sido.

—Hay pocos datos. Dónde nació y poco más —dijo.

—Nació en Booneville, ¿verdad?

Allie asintió.

—Mi hermana pequeña estaba en su clase cuando llegó aquí. Dice que sacaba buenas notas hasta que se hizo más mayor.

—¿Las notas empezaron a bajar antes o después de la desaparición del reverendo?

—Mary Lee me dijo que había sido sobre esa época, pero nunca lo comprobé.

—¿Y su padre biológico? —preguntó ella.

—Creo que se largó.

El informe sobre Clay decía lo mismo, pero poco más.

—¿Alguien ha intentado localizar al señor Montgomery?

—No que yo sepa. ¿Por qué?

La joven se encogió de hombros, pero, para su sorpresa, Hendricks adivinó lo que pensaba.

—¿Crees que Clay también se lo cargó?

Ella levantó los ojos al cielo.

—No soy ningún genio, pero adivino que Clay era entonces muy joven.

—¿O sea que estabas pensando en Irene? —preguntó él—. Por supuesto —dio una palmada, como si acabaran de resolver el caso—. Ahora sé por qué te pagaban tanto en Chicago. Dudo de que nadie más haya pensado en eso.

Probablemente porque ella era la única persona de Stillwater lo bastante cínica como para considerarlo. Los policías que trabajaban con su padre no habían conocido al tipo de criminales odiosos con los que había lidiado ella.

—Vale la pena investigarlo —dijo con lentitud.

—Claro. Tiene sentido —asintió Hendricks—. Si el padre de Clay estuviera vivo, habría aparecido en algún momento. Los Montgomery llevan en Stillwater por lo menos veintitrés años. Pero nadie lo ha visto nunca. Curioso, ¿verdad?

Si el padre de Clay estaba muerto y las circunstancias que rodeaban su muerte eran sospechosas, Allie tenía que investigar esa coincidencia. Pero Hendricks se estaba entusiasmando más de lo que prometía una probabilidad tan pequeña.

—No necesariamente. Puede haber muchas razones por las que no lo hayamos visto, así que no te lances —le advirtió—. Es probable que el señor Montgomery esté vivito y coleando en otro estado.

—Cierto —dijo él; pero era obvio que no la escuchaba y prefería sacar conclusiones—. Si pillamos a Irene por un asesinato, la pillaremos por el otro. Es brillante.

—Hendricks —ella se levantó y lo agarró del brazo para que entendiera que hablaba en serio—. Es una posibilidad remota, así que no se te ocurra esparcir el rumor.

—¿Quién, yo? —él movió una mano en el aire—. No diré ni una palabra.

Pero menos de un día después, una mujer se acercó a Allie en el Piggly Wiggly y le preguntó si Irene Montgomery era una asesina en serie.

Al reverendo Portenski le temblaba la mano con la que retiró la tabla del suelo en un rincón de la vieja iglesia. Respiró hondo y metió la mano en el agujero. Había encontrado aquel hueco por accidente casi una década atrás un día en el que movía muebles y hacía reparaciones en el edificio, y lo había lamentado desde entonces.

¡Si al menos Dios le hubiera hecho saber lo que debía hacer con lo que había encontrado! Mientras intentaba decidirlo, había devuelto a su sitio la pesada mesa que ocultaba la tabla suelta del suelo e intentado olvidar su existencia, olvidar lo que había debajo. Pero en las oscuras horas silenciosas de la noche, cuando las presiones del día empezaban a disiparse, recordaba el contenido oculto de ese escondite, que le hacía conjurar imágenes que hubiera deseado no ver.

Después de diez años, estaba cansado de remordimientos, de la preocupación y la indecisión. Era hora de hacer algo. Sacó la bolsa de papel del agujero y caminó al pequeño despacho de la parte trasera de la iglesia tan deprisa como le permitían sus articulaciones artríticas.

En la amplia habitación ardía un fuego. No era tan pobre como podía indicar aquel despacho. Podía haberse permitido algo más elegante, pero no tenía esposa ni hijos a los que hacer sentirse cómodos y prescindía de todo lo que no fueran las posesiones físicas más necesarias. Ansiaba conocimientos e iluminación y creía que la inteligencia era la auténtica gloria de Dios. Por eso gastaba en libros todo su dinero, menos el que dedicaba a la iglesia y su rebaño. Los libros cubrían tres paredes de la casa, en estantes de madera hechos por él.

Era un sacrilegio llevar aquello a esa habitación. Allí habitaban las palabras de los hombres más grandes que habían vivido nunca, filósofos y teólogos famosos. Pero el calor devorador de las llamas le daba la bienvenida.

Portenski se acercó más y extendió la mano para echar la bolsa al fuego.

Pero no pudo. Por mucho que quisiera proteger a la iglesia y la fe de sus parroquianos, no podía, en conciencia, destruir lo que había encontrado. Tampoco podía llevarlo a la policía. Había esperado demasiado. Además, hacerlo no cambiaría nada. Era demasiado tarde.

Lo cual lo devolvía al punto en el que había estado los diez últimos años: era el guardián de un secreto que no podía contar ni guardar.

Se sentó con pesadez en la silla, abrió despacio la bolsa y sacó varias fotos Polaroid.

Como penitencia, se obligó a mirarlas y vomitó.

Su madre lo llamaba.

Clay se cubrió la cara con el brazo y miró el camino que rodeaba el gallinero, el granero y el establo. La vio corriendo hacia él con un vestido rojo, un elegante sombrero y tacones de aguja.

—Quédate ahí, ya voy yo —gritó Clay, y dejó caer la pala. Llevaba toda la mañana limpiando las zanjas de riego y el ejercicio conseguía que la camiseta de manga larga se le pegara al cuerpo a pesar de que hacía un día templado.

—¿Te has enterado? —gritó su madre antes de que llegara hasta ella.

Clay se preparó para lo peor.

—¿Qué ocurre?

—Allie McCormick está buscando a Lucas.

—¿Lucas?

—¡Tu padre, Clay! ¿No recuerdas el nombre de tu padre?

Él se limpió el sudor de la frente con la manga. Claro que recordaba el nombre de su padre; simplemente ya no pensaba nunca en él, tenía otras preocupaciones. Pero en otro tiempo había anhelado la presencia de su padre... hasta el punto de casi ponerse enfermo.

—¿Por qué lo busca?

—¡La gente dice que yo lo maté! ¿Te imaginas? Probablemente esté tan vivo como tú y como yo, y sea mucho más rico.

Clay levantó una mano.

—Vale, frena un poco. ¿Por qué le interesa Lucas a Allie? Él no tiene nada que ver con el reverendo Barker, con Stillwater ni con nada. Nunca ha estado aquí.

—Cree que soy una viuda negra. Me lo ha dicho la señora Little.

La señora Little era la dueña de la boutique en la que trabajaba Irene cinco días a la semana. Aunque los Little se habían mostrado reacios con su amistad al principio y seguían manteniendo la relación a un nivel básicamente profesional, eran más amables con Irene que las demás personas del pueblo.

—O sea que lo está buscando —Clay se encogió de hombros—. Deja que lo haga. Cuanto más tiempo pase ocupándose de Lucas, menos se ocupará de Barker.

—¿Pero y si lo encuentra?

—A lo mejor le puede pedir toda la pensión alimenticia que te debe.

Irene hizo una mueca.

—Deja de hacerte el gracioso. Nunca veré un centavo de él y tú lo sabes. Y no quiero su dinero.

Clay no entendía por qué estaba tan afectada.

—¿Qué es lo que te preocupa exactamente?

—Si lo encuentra, puede que lo traiga aquí. No quiero eso.

—No nos molestará; no después de tantos años.

—Puede verlo como una oportunidad de arreglar las cosas. Especialmente contigo. Tú eras el más mayor. Eras el que mejor conocía.

Clay se sacudió algo de tierra del pantalón. Su padre no había vuelto nunca. Ni siquiera por él. Era una herida que probablemente no cicatrizaría nunca. Pero se negaba a regodearse en la autocompasión.

Además, intuía que allí había algo más.

—¿Crees que yo le daría la bienvenida?

—Tú adorabas el suelo que pisaba.

Su madre tenía razón. Lucas Montgomery había sido su héroe. Era el hombre que el día de paga los llevaba al pueblo a comprar helados. El hombre que bailaba el vals con Irene por la cocina o fingía que la espumadera era un micrófono para hacerles reír a todos. El hombre que sostenía a Molly en sus rodillas hasta que se dormía y luego la acostaba. La vida de Clay había sido mejor y más completa cuando él estaba cerca. En eso no podía mentir.

Pero cuando Clay tenía sólo cinco o seis años, Lucas había dejado de ir por casa de modo regular; había empezado a quedarse fuera dos o tres días seguidos y habían empezado las peleas. Clay todavía podía oír a su madre suplicándole que dejara de beber y hablándole de las facturas y de sus deberes como padre. Lucas contestaba que aquello no tenía que ver con la bebida, que todavía era un hombre joven y tenía mucha vida que vivir y muchos lugares que ver.

—Y no puedo hacer eso encadenado a una mujer y tres niños —terminaba.

Clay al principio simpatizaba con su padre. Era su madre la que se equivocaba, la que intentaba decirle que no podía divertirse. Ella tenía la culpa de que él ya no pasara tanto tiempo allí. Luego Lucas los abandonó del todo y Clay se vio obligado a crecer de la noche a la mañana. Y cuando entró a trabajar en la tienda de ultramarinos ganando menos de la mitad de lo que le habrían pagado como adulto, comprendió que era su madre la que de verdad lo quería.

En ocasiones se sentía culpable por haberle echado la culpa aquellos años.

—No hay nada que temer —dijo en ese momento—. No quiero tener nada que ver con él.

—Es culpa suya, ¿vale? Todavía viviríamos en Booneville de no ser por él.

—Lo sé —contestó Clay.

Cuando se marchó Lucas, dejó a su madre tan pobre que estuvo a punto de perder a sus hijos. Carecía de estudios y no podía ganar bastante para darles de comer. Clay recordaba un verano en el que sólo habían comido copos de avena. Y cuando el reverendo Barker le pidió matrimonio, ella aceptó principalmente por desesperación. Todos lo sabían. Clay sospechaba que hasta Barker lo entendía así. ¿De qué otro modo habría conseguido una mujer mucho más joven y atractiva que él?

Al menos Irene había ido a la relación decidida a ser buena esposa, a aprovechar al máximo lo que consideraba una segunda oportunidad. Clay recordaba que trataba a Madeline, la hija del reverendo, igual que a Grace y a Molly; recordaba que a él le decía que el reverendo podía no ser muy atractivo ni hacerles reír, pero que tenía sus prioridades claras. Era un hombre de Dios y al fin serían una familia completa y feliz. Poco sabía ella que su vida sólo haría empeorar desde entonces.

—Habla con Allie, convéncela de que deje de hacer eso —dijo Irene.

Clay espiró hondo.

—¿Por qué? Deja que haga lo que quiera y no hagas caso. Si reaccionas, pensará que ha dado en el clavo y pondrá más empeño aún.

—¡Pero yo no quiero que lo haga! Tienes que explicarle cómo lo pasamos cuando se marchó Lucas. Decirle que no se moleste con él.

—Mamá, lo que dices no tiene sentido. Si papá no nos ha buscado ya, ¿por qué crees que lo va a hacer ahora? Y aunque lo haga, para mí no supondrá ninguna diferencia y estoy seguro de que Grace y Molly piensan lo mismo. No tienes nada que perder.

Ella apretó las manos con fuerza.

—Eso no es cierto.

Clay achicó los ojos.

—¿Por qué dices eso?

—Me llamó una vez —confesó ella.

—¿Cuándo?

—Poco después de que muriera Lee.

—¿Cómo te encontró?

—Todo el mundo en Booneville, incluido su primo, sabía que me había casado con un reverendo y trasladado a Stillwater. No creo que fuera difícil.

Clay se pasó una mano por el pelo.

—Vale, te llamó una vez. ¿Por qué es eso tan importante?

—Estaba en mi momento más bajo, Clay. Al borde de una depresión nerviosa. Grace estaba... ya sabes cómo estaba Grace después de lo que le hizo ese bastardo. Se había alejado de nosotros dos. Y Molly era una niña confusa. Sólo te tenía a ti y tú tenías dieciséis años.

Clay sintió que la adrenalina corría por sus venas.

—Dime que no lo hiciste.

—Clay, lo necesitaba. Me avergüenza admitirlo, pero estaba tan desesperada que le supliqué que volviera.

A él se le oprimió el pecho.

—¿Cuánto le contaste?

—Todo. Tenía que hablar con alguien, dejar salir el dolor. Me iba a explotar la cabeza si no lo hacía. Y pensé que, si sabía lo que nos pasaba y lo injusto que era todo, me apoyaría y sería el hombre que yo siempre había querido que fuera. ¿Cómo iba a oír lo que le había ocurrido a su hija y no estar a su lado?

La ansiedad casi impedía hablar a Clay.

—¿Qué te dijo?

—Prometió venir. Estaba viviendo en Alaska, dijo que era hermoso y que nos llevaría allí con él.

Clay dejó caer la cabeza entre las manos.

—Aunque hubiera cumplido esa promesa, no podríamos habernos ido —dijo—. Tú lo sabías. Y tampoco podemos ahora. En cuanto vendiéramos la granja, entraría la policía con permiso del nuevo dueño y registrarían cada centímetro.

—Puede que él lo comprendiera así —musitó ella.

—¿Por qué?

—Porque no volví a saber de él.

Clay miró en la distancia, por encima de los campos de algodón. ¿Qué iba a hacer? Si Allie encontraba a su padre y empezaba a interrogarlo, era imposible saber lo que diría Lucas. Y una vez que se conocieran los detalles de la muerte de Barker, no sería difícil probarla. La policía encontraría su coche en la cantera, donde lo había llevado Clay. Pedirían otra orden judicial para buscar sus restos y esa vez no se irían con las manos vacías. Clay había echado cemento sobre el suelo de tierra del sótano, pero eso no los detendría.

—¿Y si se lo ha dicho a alguien? ¿Y si se lo dice a Allie?

—Juró que no lo diría.

Como si aquello sirviera de algo.

—¿Puedes hacer que el jefe McCormick pare a su hija? —preguntó él.

—No. Ni siquiera pronuncia mi nombre delante de ella.

—¿Qué narices cree él que le pasó a Barker? ¿Te lo ha preguntado alguna vez?

—No. No hemos hablado de eso. Creo que no quiere saberlo.

Clay apretó la mandíbula.

—¿Has tenido noticias de él últimamente?

—Me llamó ayer.

—¿Qué te dijo?

—Que me echa de menos.

—¿Le dijiste que se ha terminado?

Su madre no contestó.

—¡Mamá!

—No pude. Era la primera vez que hablábamos en más de una semana. Pero lo haré, lo prometo —añadió—. Tú haz que Allie deje de buscar a Lucas, ¿vale? Tienes que impedir que lo haga.

Clay se frotó la mandíbula.

—¿Qué puedo hacer yo?

—Se siente sola —musitó su madre.

Él la miró.

—Espero que eso no signifique lo que creo que significa.

Ella se enderezó el sombrero.

—Tú gustas a las mujeres. Puedes conseguir gustarle a ella. Incluso puedes hacer que se enamore de ti si quieres. Una mujer hará lo que sea por amor.

—No —repuso él—. Por supuesto que no. No jugaré con su corazón.

—Pero ella es atractiva y...

—¡No!

—Vale, no llegues tan lejos. Sólo... sé amable con ella, invítala a salir alguna vez. Quizá disfrutes de su compañía, nunca se sabe. Podrías hacer cosas peores que acabar con una mujer como Allie.

Clay no podía creer lo que oía.

—¿Te has vuelto loca? ¿Cuánto crees que tardaría ella en adivinar mis intenciones?

—Es mejor tenerla como amiga que como enemiga —replicó ella—. Tú no te niegas a tener una amiga más, ¿verdad?

Él no contestó.

—Vamos. Madeline dice que es muy simpática.

Su madre no necesitaba convencerlo de eso. Sabía ya que Allie era una buena persona. Desde luego, con él había sido justa a pesar de los prejuicios que afrontaba por parte del resto de la comunidad.

—No sé —dijo.

No se imaginaba haciéndose amigo de un policía en ninguna circunstancia. Había pasado demasiados años evitándolos. Pero había un dicho muy sabido: «Ten a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca todavía». Cuanta más información tuviera sobre la investigación, mejor podría proteger a su familia y a sí mismo.

—No me gusta —dijo.

—¿Podemos permitirnos no hacer nada y confiar en la suerte? —preguntó Irene.

No, no podían.

—Clay —su madre le tocó el brazo.

—¿Qué?

—Tenemos que hacer lo que podamos.

Tenía razón. No podía ignorar que Allie tenía entrenamiento y determinación para sacar a la luz lo que habían conseguido ocultar hasta entonces. Quizá debiera pasar algo de tiempo con ella e intentar neutralizar ese peligro.

—De acuerdo —dijo con un suspiro.

Su madre sonrió, al parecer aliviada, como si creyera que él sólo tenía que mover un dedo para que Allie se olvidara de Lucas y de Barker. Problema resuelto.

Pero no era tan sencillo.