Capítulo catorce
Todavía estaban saliendo los primeros rayos de sol cuando Ellen ya estaba levantada. Terminó de colocar sus cosas en el baúl, se aseó y se vistió con un conjunto de falda y blusa con chaqueta, sencillo y cómodo para un largo viaje. Como era muy temprano y a esas horas no solía estar levantado el conde, bajó a desayunar. Tomó algo frugal y les pidió a los lacayos que bajaran su baúl y que lo dejaran en el vestíbulo. Mientras tanto, Ellen se dirigió a la biblioteca para recoger algunas cosas suyas que tenía allí.
En esos momentos, un carruaje llegaba a la finca. El mayordomo salió a recibirlo y cuando abrió la puerta, se bajó de él lady Ditton, Gwendolyn y la señorita Juliette.
—Buenos días, Cloney.
—Buenos días, milady. Lady Gwendolyn, es un placer verla aquí. Señorita Juliette, bienvenida.
El mayordomo, la tía, la hija del conde y su niñera entraron en la finca mientras los lacayos descargaban el equipaje.
—¿De quién es ese baúl, Cloney?
—De la señorita Cowen, milady.
—¿Viene o se va?
—Se va, milady, está esperando el carruaje en la biblioteca.
—Gracias, Cloney. Señorita Juliette, suba con Gwendolyn a su habitación para que se refresque y se cambie.
—Muy bien, milady.
Lady Ditton se dirigió a la biblioteca; entró y cerró la puerta tras ella.
—¡Lady Ditton! ¡Qué sorpresa!
—¡Hola, Ellen!
—No sabía que venía.
—Yo tampoco lo sabía. Gwen no ha parado de pedirme que viniésemos hasta que no tuve más remedio que complacerla.
—¿Ha venido Gwen también?
—Sí. Ahora está en su habitación.
—Iré a verla cuando termine de recoger esto.
—Ellen, ¿es cierto que se marcha?
—Sí.
—¿Por qué?
Ellen guardó silencio.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué le ha hecho mi sobrino?
—Nada, milady.
—No me lo creo. A usted le debe encantar estar aquí —dijo señalando alrededor—. Venga. Siéntese a mi lado —continuó, sentándose en una de las sillas. Ellen la obedeció.
Al otro lado de la biblioteca, detrás de las estanterías, Darenth se despertaba al oír hablar a alguien. Abrió los ojos y se asombró al comprobar que estaba en la biblioteca. Se miró a sí mismo y vio que llevaba la misma ropa que la noche anterior, aunque, por lo que podía ver, era de día. Prestó atención a las voces y descubrió que eran Ellen y su tía. Estaba a punto de avisar de su presencia cuando una pregunta de su tía le llamó la atención.
—Querida, dígame la verdad, ¿qué le ha hecho Duncan?
Tras unos segundos, Ellen contestó.
—Me ha pedido que me case con él.
—¿Y? No creo que huya por eso.
—No, no fue lo que me dijo, sino cómo me lo dijo.
—Me imagino que fue bastante arrogante.
—Sí. Mucho. Y no solo eso, lady Ditton. Me acusó de no poder casarse con alguna dama de la aristocracia y obligarlo a contraer matrimonio conmigo.
—¿Y es cierto?
—¡No! Es su sentido del honor lo que le obliga.
—¿Su sentido del honor? —inquirió frunciendo el ceño—. Niña, ¿ha pasado algo entre vosotros?
Ellen agachó la cabeza y no contestó.
—¡Válgame Dios! ¡Debéis casaros! ¡Él tiene razón!
—¡No! Me niego.
—Pero ¿por qué?
—Lady Ditton, él no me ama. Solo quiere casarse conmigo por su honor y por mi honra, y yo no estoy dispuesta a eso.
—¿Es que ya no lo amas, Ellen?
—Lady Ditton, me ha decepcionado mucho. Por supuesto que sigo amándolo, pero el daño que me ha infringido al llamar error a lo que había pasado entre nosotros y culparme de su futuro frustrado no se lo voy a perdonar —dijo con lágrimas en los ojos.
—Querida niña, no llores. No hagas caso a ese zopenco. Yo estoy segura de que él tiene sentimientos por ti, y si tú también, lo mejor es que os caséis.
—No, lady Ditton. Piense usted lo que quiera, pero que sepa que está en un error. La forma en que me ordenó casarnos me demostró su falta de amor.
—Déjame que hable con él.
—¡No! Milady, mis cuitas las lucho yo.
—Pues no te vayas.
—No puedo quedarme, no me pida eso. No tengo ganas de seguir viendo el ceño fruncido de su sobrino.
—Ellen, tú tienes redaños para enfrentarte a él. Si tú te vas ahora, a quién perjudicas será a Gwendolyn que lleva todo el viaje pensando en lo mucho que iba a disfrutar aquí junto a ti.
—¡Oh! Milady, me ha dado en dos de mis puntos flacos. La querida Gwendolyn y mi coraje y valentía.
—Eso es, Ellen. Demuestra quién eres.
—Está bien, lady Ditton, me quedaré unos días para pasarlos con Gwen, pero luego me iré.
—Gracias, Ellen. Gwen se pondrá muy feliz. Sube a verla y da orden para que lleven tu baúl a tu habitación.
La joven salió de la biblioteca seguida de lady Ditton.
Darenth se había quedado blanco al escuchar los reproches de Ellen, a la vez que su corazón palpitaba de alegría al escucharla confesar su amor por él. Según iba oyendo a la joven, se fue dando cuenta del error cometido al rememorar sus palabras y sus formas. Había sido un arrogante pretencioso y no le extrañaba el enfado de Ellen. Había pasado el día más maravilloso de su vida gracias a ella y se lo había hecho pagar así. Cuando la oyó llorar, casi no pudo reprimirse y salir corriendo a postrarse a sus pies para declararle su amor como se merecía y no esa palabrería estúpida que le había soltado y que había conseguido apartarla de él. Ahora debía reconquistarla si quería recuperarla. Después de las palabras que había oído, sabía que le iba a costar, pero él no iba a cejar en su empeño. Iba a hacer todo lo necesario para conseguirlo.
Darenth subió corriendo a su habitación, se dio un baño y se vistió con rapidez. Cuando bajó a desayunar, el comedor estaba vacío, así que tomó una taza de té rápidamente y subió a ver a su hija. En la sala de juegos estaba Gwen con Ellen.
—¡Papá! —gritó cuando vio a su padre en la puerta, y salió corriendo hacia sus brazos extendidos para darle un fuerte abrazo.
Duncan no pudo evitar desviar su mirada hacia Ellen. Era preciosa. Llenó sus pulmones de aire y lo expulsó con fuerza. La amaba y tenía que demostrárselo antes de decírselo.
—¡Hola, cariño! ¡Cuánto me alegro de verte! —exclamó con voz tierna a su hija—. ¿Has desayunado?
—Sí, papá. La tía Margaret y yo hemos desayunado por el camino.
—¿Y tú, Ellen? ¿Has desayunado? —le preguntó con suavidad.
—Sí, ya lo hice —afirmó con sequedad.
—Estupendo. Cambiaos las dos de ropa. Poneros un traje de montar. Nos vamos los tres a cabalgar un rato. —Se dirigió hacia su hija—: ¿Qué te parece, cariño?
—¡Me encanta! ¡Sí!
—Lo siento, yo no puedo.
—¿Por qué no, señorita Cowen? A mí me gustaría mucho —inquirió, con tristeza, la niña.
—Vale, está bien. —No pudo evitar complacerla. La niña no tenía la culpa de nada.
—Tú montarás conmigo, en Pretencioso, Gwen, ¿te parece bien?
—¡Sí! Me gusta montar a Pretencioso. Va más rápido que mi poni —afirmó la niña con una carcajada.
—Bien. Pues busca a la señorita Juliette y que te cambie de ropa.
—¡Bien! —gritó mientras echaba a correr.
Ellen comenzó a caminar en dirección hacia la puerta.
—Ellen… perdóname.
La joven siguió andando.
—Ellen, por favor…
Ellen se giró para mirarlo.
—Mira, Duncan, preferiría que no mencionases el tema. Tú ya me dijiste lo que pensabas, y yo lo asumo. No hay más que hablar.
—Ellen, por favor, dame otra oportunidad. Olvida lo que te dije.
—Lo veo muy difícil, casi imposible.
—No te pido que me perdones inmediatamente. Solo te pido que me permitas demostrarte que estoy arrepentido. Fui arrogante y pretencioso, lo sé. No era lo que pretendía, pero me salió lo que en el fondo soy, solo que tú no te lo merecías.
—No te prometo nada. Me lo pensaré.
—Me conformo con eso. Por ahora…
Ellen salió de la sala de juegos.
Duncan se dejó caer en una de las sillas de la sala. Se frotó la cara con las manos. Tenía que hacerle una demostración de amor que la convenciese. Algo que la impresionase. Tenía que idear algo.
Cuando bajó después de ponerse el traje de montar, ni Gwen ni Ellen estaban todavía por allí, así que se fue al comedor a tomar algo más consistente de desayuno. Tras elegir lo que le apetecía del aparador, se sentó a la mesa y cogió el periódico mientras comenzaba a comer. Llevaba un rato leyendo cuando le llamó la atención una noticia. Cuando acabó de leerla, algo se estaba gestando en su cabeza. Se fue a su despacho, escribió una carta para el duque de Crawley e hizo que la enviaran inmediatamente. Si todo le salía bien, Ellen se iba a llevar una grata sorpresa.
En ese momento, bajó Ellen con su traje de montar verde. Duncan se la quedó mirando. Los recuerdos del día anterior se agolparon en su mente. Él le había quitado ese traje y la había visto gloriosamente desnuda. Pudo detectar un sonrojo en las mejillas de Ellen, por lo que supuso que a ella le habían venido las mismas imágenes que a él. Gwen bajó trotando por la escalera, interrumpiendo ese momento de intimidad.
—Papá, ¿me dejarás llevar las riendas de Pretencioso?
—Claro que sí. Hoy me llevarás tú a mí un rato, ¿te parece bien?
—¡Sí! Verás qué bien lo hago. Señorita Cowen —dijo dirigiéndose a la joven—, voy a ser la mejor amazona del mundo.
—No lo dudo, Gwen. Seguro que será así.
Cuando Duncan puso sus manos en la cintura de Ellen para ayudarla a montar a Pizpireta, ella sintió un escalofrío en todo su cuerpo. Una vez que había acomodado a Ellen sobre la yegua, a él le costó quitar sus manos de su talle.
El conde izó a su hija al semental, y luego se subió él. Colocó a su hija entre sus piernas, la sujetó con sus brazos y le cedió las riendas.
—Vamos, cariño. Ya puedes azuzar a Pretencioso.
Durante aproximadamente una hora, fueron recorriendo los caminos aledaños a la finca. Gwendolyn parloteaba sin parar implicando en la conversación a los dos adultos. Ellen se dio cuenta de que Duncan, aprovechando que estaba su hija, intentaba que ella le hablase, y pese a que él se dirigía a ella con dulzura, ella le respondía con brusquedad, demostrándole claramente que prefería no conversar con él, aunque Duncan se había hecho el firme propósito de no desistir.
A la hora de la comida, sucedió lo mismo. Duncan se dirigía a ella con muy buenos modales y sin altanería, forzándola a responderle al estar presentes su hija y lady Ditton. Ella intentaba evitarlo dirigiéndose siempre a Gwendolyn o a la tía abuela del conde. Al terminar, Gwendolyn se fue con su niñera, y Ellen se disculpó para retirarse a su cuarto.
—Tía, me gustaría hablar con usted, pasemos a la salita.
—Yo también contigo, por eso no me he retirado todavía.
Se sentaron en sendos sillones, uno junto al otro, en cuanto entraron en la salita.
—Permítame que hable yo primero y así le evitaré explicaciones.
—Dime pues.
—Tía, yo estaba en la biblioteca cuando usted y Ellen han hablado esta mañana. Lo oí todo.
—¡Vaya! Pues sí que me ahorras explicaciones. Ahora te toca darlas a ti.
—Lo sé, tía. Explicaciones a usted y a Ellen. Solo que usted quiere oírlas y Ellen no.
—Ya llegará el día. Primero ha de pasársele el enfado que tiene por culpa tuya y al cual me uno. Realmente, Duncan, estoy muy disgustada contigo. Antes de venirte aquí, te hice prometer que te ibas a comportar con Ellen y que la ibas a cuidar como un tesoro, y has hecho todo lo contrario.
La anciana iba enojando el tono según hablaba, enfatizando sus acusaciones mientras agitaba su bastón.
—Tiene razón, tía. Lo he hecho todo muy mal. Empezando por aprovecharme de ella, por supuesto. Me arrepentí enseguida, tía, pero ya estaba hecho. Cuando hablé con ella, solo pretendía plantear lo sucedido y la solución de una manera práctica.
—¡Ya sabía yo que tenía que haber venido con vosotros! Todo esto no habría pasado.
—Tía, no me martirice.
—No te mereces menos. Pero ¿tú te crees que es forma de exponérselo a una joven enamorada?
—Yo no sabía los sentimientos de ella hacia mí.
—No sabía que eras tan ciego, muchacho. Aparte de que es increíble que tú pienses que una mujer como Ellen se fuese a entregar por libertinaje y no por amor.
—Ese fue mi primer pensamiento, pero luego me entraron dudas. Es igual, tía, diga lo que diga, ponga la excusa que ponga, no puedo ocultar que me comporté como un arrogante pretencioso con ella.
—Está bien que lo reconozcas. ¿Vas a reconocer algo más?
—¿A qué se refiere, tía? —preguntó elevando la ceja.
—Tus sentimientos por ella.
Duncan se pasó las manos por la cara, elevó la mirada hacia lady Ditton.
—Tía, pues claro que la amo. Con todo mi corazón. Fue el principal motivo por el que le pedí en matrimonio.
—Darenth, no se lo pediste. Se lo ordenaste y, encima, le diste a entender que ella había fastidiado tu futuro.
Ufff, cuando su tía lo llamaba Darenth… peligro. Estaba realmente enfadada.
—Vale, vale, eso ya lo tenemos claro. Ahora, lo que quiero es que me ayude a recuperarla.
—Lo tienes muy difícil.
—Lo sé, por eso necesito su ayuda.
—Por ahora, gracias a mí, todavía sigue aquí.
—Ya. Lo oí y se lo agradezco.
—Pero ¿qué vas a hacer para recuperarla? Está muy decepcionada. ¿Le has dicho que la quieres?
—No, tía, no se lo he dicho y por ahora no se lo puedo decir porque sé que no lo creería. Mi plan es primero demostrarle que estoy arrepentido de lo que le dije e intentar conquistarla con pruebas, no con palabras. Pero para eso necesito su colaboración —insistió.
—¿Cómo te puedo ayudar?
—Necesito que cada vez que proponga algo, alguna actividad o lo que sea que nos incluya a Ellen y a mí, me apoye para que ella acepte.
—Ya entiendo. Está bien, lo haré.
—Gracias, tía. También me gustaría que intentara convencerla para que vuelva a trabajar conmigo en la biblioteca.
—Lo intentaré y no solo por ti, sino por ella. Sé que a Ellen le gusta mucho y estoy segura de que lo echa de menos.