Capítulo 22

AL mediodía siguiente Noah estaba parado frente a su escritorio preguntándose cómo se le había complicado tanto la vida y si sabría afrontar tantos problemas juntos. Lo habían contratado, como rector interino de Mount Court sobre todo por su preparación administrativa; esperaba que esa preparación resultara suficiente.

Una cosa tenía clara: no pensaba renunciar. Eso fue lo que hizo doce años antes, cuando Liv lo humilló. Se alejó, se forjó una nueva vida, y en el proceso perdió a Sara. Esa vez no tenía la menor intención de perderla.

Y después estaba Mount Court. Lo que al principio le pareció un lugar horrendo se había convertido en una academia prometedora. Los mejores profesores destacaban como líderes y alentaban a los perezosos para que se esforzaran. Lo mismo sucedía con los chicos. Los alumnos de los primeros cursos tenían un nivel superior y, pese a que había muchas quejas por el nivel de exigencia, también había sonrisas. Por primera vez los estudiantes sabían qué se esperaba de ellos; conocían las reglas y lo que les sucedería si las quebrantaban. Y el hecho de que progresaran ratificaba los puntos de vista de Noah.

Y justo entonces aparecía Julie Engel y afirmaba que Peter Grace la había violado. Y se presentaba el padre de Julie en compañía de su abogado formulando amenazas grandilocuentes. Pero Peter Grace y su abogado se enfrentaban a ellos y les amenazaban con denunciarles por daños y perjuicios si la calumnia se difundía sin el apoyo de amplias evidencias. Eso le proporcionaba un poco de tiempo a Noah.

—Ya están aquí —anunció su secretaría desde la puerta.

Noah le hizo una seña con la mano. La secretaria se hizo a un lado para dar paso a cuatro chicas. Eran las amigas de Julie: Alicia, Deirdre, Tia y Annie. Para alivio de Noah, habían sido ellas las que habían pedido que las recibiera. De haber tenido que citarlas él corría el riesgo de que lo acusaran de manejar a testigos potencialmente hostiles. Pero en ese momento no era más que el rector de Mount Court que se mostraba accesible y recibía a algunas estudiantes.

Les hizo señas de que se sentaran mientras él se apoyaba en el borde del radiador.

—¿En qué puedo ayudaros? —preguntó, como si no lo supiera.

Tomó la palabra Alicia, que por lo visto era la portavoz del grupo.

—Nos hemos enterado de lo que ha pasado.

—¿Cómo?—preguntó Noah, simulando de nuevo ignorancia.

—Nos lo contó Julie. Dijo que no debía hacerlo y nos hizo prometer que no haríamos nada, pero estaba realmente angustiada. Dijo que usted no le cree. Pero nosotros lo vimos, señor Perrine. —Noah permaneció inmóvil.

—¿Qué visteis?

—La vimos con el doctor Grace.

—¿Y qué hacían?

—Se abrazaban. Fue en el hospital, delante de todo el mundo.

Noah hubiera lanzado un quejido de disgusto si no fuera porque confiaba en Paige, quien a su vez confiaba en Peter.

—¿Qué clase de abrazo fue?

Alicia parecía confusa; sin duda la pregunta la había tomado por sorpresa.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Deirdre.

—¿Fue un abrazo amistoso?

—¿Qué otra clase de abrazos hay?

—Hay abrazos apasionados, abrazos desesperados, abrazos de alivio, y abrazos victoriosos.

—Ellos cayeron uno en brazos del otro.

—Ajá —dijo Noah—, esa es exactamente la definición de un abrazo, pero lo que quiero saber es qué clase de abrazo visteis.

—Fue un abrazo —insistió Alicia, como si eso lo aclarara todo.

—Entonces, tal vez no hubiera nada malo en ese abrazo —señaló Noah—. Yo os abracé a vosotras, ¿os acordáis?, cuando logramos cruzar Knife Edge. Y nadie pensó que en ese abrazo había algo raro. ¿A alguna le pareció que yo trataba de aprovecharme de vosotras?

Alicia se puso colorada.

—No —contestó con rapidez.

—Pero, por la forma en que Julie y el doctor Grace se abrazaron, estáis seguras de que vivían una aventura. ¿Cómo lo sabéis? ¿Qué visteis que sugiriera apasionamiento? ¿Se besaron?

—Tal vez después.

—¿Pero visteis que se besaran?

—No.

—Y cuando se separaron, ¿se cogían de la mano?

Alicia buscó ayuda de las demás con la mirada, pero todas permanecieron en silencio.

—No —concedió. Pero enseguida agregó—: No podían hacerlo, todo el mundo los miraba.

—También cuando se abrazaron. Entonces ¿debo suponer que el abrazo que se dieron fue menos sugestivo que si se hubieran cogido de la mano? Bastante inocente, ¿verdad? —Al ver que Alicia no contestaba, agregó—: Está bien. Hablemos de palabras. ¿Se dijeron algo en el momento de ese abrazo? ¿Se hicieron alguna promesa? ¿Establecieron una cita para más tarde?

—Nosotras no lo oímos —dijo Tia—. Ya habíamos empezado a bajar por la escalera.

—Pero que no hayamos oído nada —aclaró Deirdre—, no quiere decir que no haya sucedido.

—Sin embargo, decidisteis creer que sucedió —observó Noah.

—Porque es lo que dice Julie.

Noah respiró hondo y se irguió.

—Bueno, yo digo que Julie se encuentra en graves problemas y quiere compartirlos con alguien. Así que señala al doctor Grace, que de paso tiene edad más que suficiente para ser su padre y que, además, nunca ha tenido problema para encontrar mujeres que se le acerquen más en edad. ¿Por qué iba a interesarse por una chica de dieciocho años?

—A los hombres les gustan las mujeres jóvenes.

—¿A todos?

—Bueno, a casi todos.

—¿Hablas por experiencia propia, Deirdre? ¿El doctor Grace alguna vez te ha hecho una insinuación?

—No.

—¿Y a ti? —le preguntó a Alicia, quien negó rápidamente con la cabeza—. ¿Y a ti? —les fue preguntando a las otras dos. Ninguna asintió.

—Y sin embargo sacáis la conclusión apresurada de que se insinuó a Julie.

—Ella dice que lo hizo.

—Y vosotras sois sus amigas, así que la apoyáis. Esa sería una buena actitud suponiendo que fuese la verdad. Pero si no lo es, el apoyo es inútil. Si Julie miente, vosotras saldréis malparadas. Si miente, los demás chicos lo sabrán y vosotras habréis hecho un verdadero papelón. Porque seguro que los chicos saben si Julie salía con otro estudiante o con alguien de su propio grupo durante las vacaciones de otoño, y es muy probable que sepan quién es el muchacho. ¿Creéis que él permitirá que el doctor Grace cargue con la culpa?

—Si confiesa que fue él, se meterá en problemas peores —dijo Annie. Pero enseguida se dio cuenta de que había cometido un error. Dirigió una mirada de susto a las demás, quienes hicieron todo lo posible por ignorarla.

Noah no se ensañó con ella. Si no conseguía que las otras le dieran un nombre, después conversaría a solas con Annie, que sin duda era la más vulnerable del grupo. Pero no pensaba atacarla allí mismo.

—El hecho es —dijo Noah, dirigiéndose a todo el grupo— que la cosa ya no tiene remedio. Julie está embarazada. Vosotras lo sabéis. El resto de los alumnos lo sabrá pronto, y empezarán los comentarios. —Él sabía cómo sucedían esas cosas. ¡Vaya si lo sabía!—. Estoy seguro de que pronto se convertirá en el tema de conversación principal, casi tanto como el lugar donde cada uno de vosotros iréis a esquiar durante las vacaciones de Navidad. Y la gente empezará a especular. Algunos pueden creer que el doctor Grace es un perfecto patán, pero él rechazará la acusación. Y si el asunto llega a los tribunales, su abogado os llamará a declarar como testigos y os hará las mismas preguntas que os acabo de hacer yo, y vosotras haréis el ridículo más espantoso. Porque, hoy en día, un abrazo entre personas que se conocen no significa que exista una relación amorosa. Puede haber habido cantidad de motivos para ese abrazo, todos completamente inocentes. Si alguna de vosotras presenció otra cosa, algo definitivo entre Julie y el doctor Grace, en ese momento o en cualquier otro, me gustaría saberlo. También me gustaría que me hablaseis de las relaciones que Julie ha tenido con muchachos de la academia. Podéis estar seguras de que se lo preguntaré a los profesores; ellos ven mucho más de lo que creéis.

—¿No sería mucho más simple que Julie abortase y terminara de una vez con el asunto? —preguntó Tia—. ¿Por qué es necesario nombrar a alguien?

—En teoría no es necesario nombrar a nadie; Julie, en ese caso, tendría que asumir sola la responsabilidad. Pero Julie ya ha nombrado a alguien y esa persona corre el riesgo de perder su clientela y su reputación. Yo quiero llegar a la verdad antes de que eso suceda. —Las miró por turnos—. ¿Alguna sugerencia respecto a quién es realmente el culpable? ¿Algún nombre que Julie pueda haber estado escribiendo en sus cuadernos? ¿Alguien con quien tal vez se encontrara en secreto en la choza junto al lago? ¿Creíais que lo ignoraba? —preguntó al ver que abrían los ojos asombradas—. En un tiempo también yo fui joven y ese habría sido el lugar que habría elegido para refugiarme de noche con mi chica. —Volvió a mirarlas una a una—. ¿Ninguna idea acerca de quién puede estar usando ahora la cabaña?

Si la tenían, no estaban dispuestas a compartirla con Noah.

—Entonces, permitidme que os diga una última cosa —concluyó Noah con suavidad. Consideraba que su trabajo también incluía la enseñanza de valores—. Los alumnos tenéis un código no escrito que exige no hablar de los compañeros. Eso, en algunas circunstancias, es encomiable. En otras, no. Esta es una de las circunstancias en que no lo es. Comprendería que hubierais guardado silencio si Julie no hubiera mencionado a nadie. Lo que sucedió entre Julie y esa otra persona fue algo privado. Si no quieren hablar, la decisión es de ellos. Pero lo más probable es que averigüemos de quién se trata y, cuanto más tarde en saberse, más duro le resultará a esa persona. —Dejó que asimilaran sus palabras antes de agregar—: Si calláis y os quedáis tan tranquilas mientras se ensucia el nombre del doctor Grace, seréis tan culpables como Julie.

Dio una palmada en el radiador y se encaminó al escritorio. Cuando empezó a estudiar los papeles que tenía sobre la mesa las chicas ya se habían ido. El momento no pudo ser mejor. Dos minutos después recibió la llamada del presidente de la junta directiva de la academia.

Roger Russell se había graduado treinta años antes en Mount Court, era un empresario de Nueva York y viajaba a Tucker todos los meses para asistir a las reuniones de la junta. Entre una reunión y otra, él y Noah hablaban por teléfono. Noah le tenía simpatía. Era un hombre razonable, realista respecto a los problemas de Mount Court y ansioso por resolverlos. Su personalidad proporcionaba equilibrio a la junta, ya que los otros integrantes eran mayores, más conservadores y exigentes. Si cualquiera de los otros hubiese sido presidente de la junta, tal vez Noah no habría aceptado el trabajo; lo que lo llevó a decidirse fue la petición personal de Roger.

En ese momento Roger volvía a pedirle algo.

—Por favor, dígame que lo que Clint Engel acaba de decirme no es cierto.

Noah estaba seguro de que Engel llamaría a Roger. Cuando los padres pagaban sumas tan elevadas por la educación de sus hijos, si tenían un problema y el rector de la institución no lo solucionaba siempre recurrían a quien se hallara por encima de él.

—Si le ha dicho que su hija está embarazada, es cierto.

—¿Y la ha dejado embarazada el médico de la academia?

—No, eso no es cierto.

—¿Está seguro?

—Razonablemente seguro. No conozco demasiado bien a ese hombre, pero sí conozco a una de sus socias, y ella avala su integridad. Parece que Julie se insinuó a Peter Grace. Le pidió que la fotografiara, y cuando él se negó, se enfureció. Ahora está embarazada y le hace falta un chivo expiatorio; es el momento ideal para la venganza. El verdadero padre podría ser cualquiera entre media docena de estudiantes mayores. Julie sale siempre con muchachos.

—Clint está lívido. Presente o no cargos contra el médico, le echa la culpa a la academia por falta de supervisión.

—¿Y usted? —preguntó Noah, para saber en qué aguas se movía.

—¡Por supuesto que no! Es imposible que la academia acompañe a los chicos al baño, ¡por el amor de Dios!, y es allí donde tienen lugar los contactos sexuales. En los internados hay sexo por todas partes, salvo quizá en los pocos colegios exclusivos para estudiantes de un solo sexo que todavía quedan. Y aun en ese caso, nunca se sabe. Bueno, ¿y cómo podemos llegar a la verdad?

—Dentro de unas horas me reuniré con los profesores más cercanos a Julie —explicó Noah—. Tal vez ellos sepan quién es el muchacho. O tal vez puedan averiguarlo. Si se tratara de un estudiante la cosa no sería tan... grave, porque se podría achacar a la irresponsabilidad de la juventud. Pero sería sumamente serio si se tratara de un hombre a quien la academia paga para que cuide del bienestar de sus alumnos.

Roger suspiró.

—En cualquiera de los dos casos el problema es serio. Yo trato de calmar a Clint, pero está sediento de sangre. Nos veremos mañana, aquí, en la ciudad. Asistirá nuestro abogado; entre los dos tal vez podamos convencer a Clint de que al hacer una escena la más perjudicada sería su hija.

—No me sorprende que la chica asegure que la violaron. El padre la puso entre la espada y la pared.

—Que es donde nos quiere colocar también a nosotros, Noah, y eso no me gusta. Mount Court por fin empezaba a levantarse. No estoy dispuesto a aceptar que retroceda por culpa de una cría irresponsable.

Noah trató de ser positivo.

—Tal vez todo se solucione. A lo mejor Julie se desmorona y confiesa que salía con alguien, en cuyo caso el padre sabrá que ha mentido. El colegio tendrá problemas solo en el caso de que Clint decida llevarnos a juicio.

—Esperemos que no lo haga —contestó Roger—. Y por muchos motivos. Usted ha hecho un trabajo notable en tres meses. Tenía la esperanza de poder convencerlo de que se quedara definitivamente en Mount Court.

En septiembre Noah ni siquiera habría considerado esa posibilidad. Es más, se le hubiera reído en la cara a Roger. Pero las cosas habían cambiado. Ahora tal vez le gustaría quedarse. Y por más de un motivo.

—Le prometí un año. Y como máximo cumpliré con ese año.

—Ha puesto en marcha programas excelentes, y quiero que continúen y que se les agreguen más. Si este asunto llega a los tribunales, eso resultaría imposible. La junta querrá distanciarse de usted y de todo lo que usted ha hecho, lo cual significará volver a lo que éramos antes de que se hiciera cargo del rectorado. Lo culparán tanto como al médico. No nos quedarán muchas alternativas si queremos que Mount Court salga lo más ileso posible de este escándalo.

Noah lo comprendía, era un hombre realista. Por desgracia, si se iba a causa de un juicio, no le resultaría fácil conseguir que lo nombraran rector de otra institución. Siempre le quedaba la posibilidad de volver a la Fundación, pero eso, no era lo que quería.

—Le informaré de lo que suceda mañana —dijo Roger—. Mientras tanto, le pido que me llame si se entera de algo. Tenemos que solucionar este asunto lo antes posible.

Noah sabía lo que Roger no había dicho. Aparte de minimizar los daños que a Mount Court le causaría el escándalo, estaba el asunto de contratar a otro rector. Si Noah no se quedaba, tendrían que entrevistar a otros interesados. Y el momento se acercaba con rapidez.

En cuanto colgó, recibió una llamada de Walter Gray, un integrante de la junta. A él también le había llamado Clint Engel, que era socio de su club de golf. Walter se mostró mucho menos comprensivo que Roger.

—¿Cómo es posible que haya sucedido esto? Creí que le habíamos contratado para enderezar las cosas, y resulta que una de nuestras alumnas ha sido violada por el médico de la academia...

—Ella alega que la violaron —aclaró Noah—, pero hasta ahora no se ha probado nada. El médico niega haber tocado a la chica.

—Bueno, miente.

—¿Qué pruebas tiene?

—Que ella está embarazada.

Noah permitió que lo absurdo de la acusación quedara pendiente en la línea durante un minuto, mientras él contenía el mal humor. Después dijo:

—Eso no demuestra que haya sido violada por nuestro médico; para el caso, también la podía haber violado su propio padre.

—¡Clint jamás tocaría a esa chica!

—Peter Grace asegura que él tampoco la ha tocado. De modo que ¿a quién hay que creer? El hecho concreto es que Julie es una mariposa. Puede haber estado con cantidad de muchachos, tanto aquí como en su casa.

—¿Y usted ejerce algún control sobre lo que sucede dentro del colegio?

Noah se defendió, no solo en ese momento, sino poco rato después, cuando lo llamó otro integrante de la junta, y luego cuando tuvo que atender a un tercero. En definitiva, esa tarde habló con cinco integrantes de la junta y con cuatro padres. Su secretaria acababa de irse cuando volvió a sonar el teléfono. Estuvo a punto de no atender, pero pensó que conversando por lo menos tranquilizaba a la gente. Cuantos más fueran los que hablaran con él, más serían los que conocerían los argumentos racionales. De modo que atendió el teléfono.

Era Jim Kehane, su conexión con Santa Fe.

—Me preguntaba si habrías pensado en la posibilidad de venir aquí el año que viene —dijo—. La oferta sigue en pie. Estamos empezando a organizar entrevistas con otros candidatos. Me gustaría concretar la tuya. Tal como están las cosas, eres nuestro primer candidato.

Noah tuvo ganas de decir: «Espera a enterarte de lo que ha sucedido aquí. Es posible que no sea tu primer candidato durante mucho tiempo». Pero en cambio contestó:

—Me interesa. —Tenía que mantener abiertas las opciones—. ¿Qué debo presentar?

—Por ahora lo único que necesitamos es tu currículo. Un par de cartas de recomendación tampoco vendrían mal. El resto, después. ¡Vaya, Noah, esta sí que es una buena noticia! Tenía miedo de que hubieras decidido quedarte en Mount Court. Supongo que por ahí todo andará bien, ¿no?

Noah consiguió contestar con una ambigüedad que no lo comprometía, pero colgó lo antes posible y enseguida abandonó su oficina. No quería atender más llamadas. Necesitaba reunirse con el encargado del internado de Julie.

Ese día, el último paciente de Paige fue una niña de tres años, la hija mayor de un matrimonio de la parte baja de Tucker. Sus padres pasaban por malos momentos. Uno trabajaba de día y el otro de noche para que Emily nunca se quedara sola. El padre, que fue quien la llevó al consultorio después de que la niña se pasara todo el día tosiendo, la había abrigado tanto para combatir el frío de diciembre que más que una criatura parecía un atadito de ropa. A Paige le pareció encantadora.

Paige le entregó al padre la receta que acababa de escribir y bajó a la niña de la camilla.

—Dele este jarabe cuatro veces al día, pero asegúrese de que ha comido algo antes. Manténgala caliente, que beba todo el líquido posible y si no observa ninguna mejoría llámeme dentro de dos días.

Como si supiera que la doctora iba a ayudarla, la pequeña Emily permaneció tranquila en brazos de Paige.

—¡Qué dulce es! —exclamó Paige, sonriendo, pero la sonrisa se borró de su rostro al pensar en cómo sería Sami a los tres años, y se le formó un nudo en el estómago. Se sentía bien mientras trabajaba y afrontaba un desafío mental, pero en los breves momentos en que dejaba volar sus pensamientos volvía a caer en la melancolía.

Abrazó a Emily, se la devolvió al padre y después de acompañarlos hasta la puerta volvió a refugiarse en su consultorio. Poco rato después Peter y Angie se reunieron con ella.

—¿Alguna novedad? —le preguntó Angie a Peter.

Él meneó la cabeza, extenuado. Paige sospechó que concentrarse debía de costarle tanto como a ella.

—El padre de Julie todavía no ha presentado cargos en mi contra, pero no sé cuánto tiempo podremos retenerlo. Ella sigue insistiendo en que fui yo.

—¿Te lo ha dicho a la cara? —preguntó Angie.

—No. Aunque traté de que lo hiciera. Se lo pregunté directamente en la oficina de Perrine, pero el abogado del padre se interpuso y me acusó de acosarla. Si Julie continúa acusándome y no se presenta ninguna otra persona, solo es cuestión de tiempo que vayan a la policía. Me acusarán de violación y será su palabra contra la mía. —Miró a Paige—. Me parece que la cosa pinta muy mal.

Paige se llevó las manos a la boca y quiso contradecirlo, pero no pudo. La sobrecogía pensar el daño que una acusación de violación podía llegar a hacerle a Peter, a Mount Court... y al consultorio, la única entidad sólida alrededor de la cual giraba toda su vida.

—¿Qué va a hacer Julie respecto al bebé? —preguntó Angie.

—A mí no me lo va a decir —contestó Peter con sequedad. Miró a Paige—. ¿Tú te has enterado de algo?

Paige negó con la cabeza.

—El padre se la ha llevado a Nueva York para que la vea un ginecólogo.

—¿Creéis que abortará? —preguntó Angie.

Paige no tenía la menor idea.

—Aborte o no —dijo Peter—, las pruebas de ADN demostrarán que la criatura no es mía. Mi abogado está redactando un escrito en el que exige que si hubiera un aborto se les haga una prueba al tejido fetal. Si no lo hicieran, estarían destruyendo evidencias. Ojalá hubiera una prueba tan concluyente para el asunto de la violación.

—Pero Julie nunca se quejó ante nadie —dijo Angie—. Nunca apareció con magulladuras ni con cardenales.

Peter lanzó un gruñido.

—¿Cómo iba a decirle a Paige que su socio acababa de violarla?

—¡Por supuesto que se lo podría haber dicho!

—Pero alegará que no pudo. La imagino en la oficina del fiscal de distrito, vistiendo la ropa más recatada del mundo e interpretando el papel de inocente.

—Pero si nadie le vio ninguna marca...

—Por definición, la violación es tener sexo con una mujer en contra de su voluntad, aunque no queden marcas.

—Pero algunas marcas la ayudarían a probar su caso. Si no puede probar que la forzaron y si los análisis demuestran que el bebé no es tuyo, el caso de Julie es poco creíble.

—No subestimes a Julie —aconsejó Peter—. Eso es lo que hice yo hasta que salió con esta acusación. Es una putita muy astuta. Dirá que la violé mientras ella salía con algún otro y que con toda honestidad creyó que el crío era mío. No retirará la acusación de violación. Está furiosa conmigo porque no consiguió conquistarme. —Bufó—. Debería sentirme halagado.

—¡Peter! —lo amonestó Angie.

Peter se pasó una mano por la nuca.

—Julie jamás admitirá que mintió. Es tozuda y orgullosa. Es desafiante. Y le tiene terror a su padre. —Las miró—. Este asunto no pinta nada bien. Solo es cuestión de tiempo, pero antes o después se correrá la voz y entonces el consultorio sufrirá las consecuencias. Tal vez debería renunciar antes de que eso sucediera.

Paige, que había estado escuchando muda y aterrorizada a la vez, dejó caer las manos.

—No.

Angie dijo lo mismo.

—Os pido que lo penséis —invitó Peter con un dejo de burla hacia sí mismo—. Tal vez este sea el momento más generoso de mi vida. No recibiréis una oferta mejor.

—No.

—No.

—¿Y si me condenan y nuestros pacientes se van a otra parte?

—¿Adónde quieres que vayan? —preguntó Angie—. Somos los mejores pediatras de los alrededores.

—Sí, el único fallo de ese razonamiento es que tú estarás en Nueva York, a miles de kilómetros de distancia.

—Eso todavía no es definitivo.

—Lo que sí es definitivo es que Paige estará aquí. ¿Qué dices tú, Paige? Eres la que más puede perder.

—Y Cynthia —señaló Angie—. Ella es inocente de todo este lío.

—Vosotras sois todas inocentes; aquí el malvado soy yo. Bueno, Paige, ¿qué dices?

Paige trataba de concentrarse, pero la tristeza, el temor y la pesadumbre se lo ponían difícil. Y algunas imágenes insistentes la perturbaban: un colegio en el desierto, Noah, Nonny y Sami, Angie en Nueva York, Mara pudriéndose en la colina que daba a la ciudad.

Para su espanto, se le llenaron los ojos de lágrimas. Trató de ocultarlas estudiándose los dedos.

—Yo... —se aclaró la garganta—, no me parece justo que suceda esto en este momento. ¡Maldición, no es justo! —Respiró hondo para tranquilizarse y levantó la mirada—. Tú te has encontrado a ti mismo, Peter, después del accidente, con Kate Ann y todo, y ahora peleas contra Jamie Cox como hubiera peleado Mara. Y tú también, Angie. Tú no mereces esto en este momento. No te quedaste quieta ni abandonaste cuando las cosas se pusieron mal en tu casa. Luchaste.

—Corrí un riesgo del corazón —dijo Angie—. A veces son necesarios.

«Un riesgo del corazón.» Como la conexión profunda de Mara.

A Paige de nuevo se le empezó a cerrar la garganta. Después de aclarársela, dijo:

—Y ganaste. En tu casa la situación ha mejorado. Si decides mudarte o no, la elección debes tomarla tú. No hay derecho a que te veas obligada a irte porque una mentira ahuyenta a tus pacientes. —Miró al uno y al otro. Ambos habían recorrido un largo camino desde la muerte de Mara. ¿Y ella? Ella estaba haciendo tiempo porque le faltaba el coraje necesario para actuar.

—¿Paige? —preguntó Angie en voz baja.

Le faltaba el coraje para tomar decisiones, pero si esperaba, perdería, fracasaría. Igual que Mara.

—Yo no quiero ninguna renuncia —dijo con repentina decisión—. Nada de renuncias.

—¿No preferirías que habláramos de esto después?

Ella se enjugó las lágrimas y negó con la cabeza.

—Tengo que volver a casa a ver a Sami. —Sus ojos húmedos, pero de mirada firme, se encontraron con los de Peter—. ¡Nada de renuncias! Lucharemos.

Cuando Angie llegó a su casa la encontró desierta. Por lo general a esa hora Ben ya había llegado, sobre todo en los últimos tiempos.

Además de haberse puesto de acuerdo en discutirlo todo, decidieron que tratarían de coordinar sus horarios. Angie le avisaba de a qué hora llegaría del trabajo y él se esforzaba por estar en la casa cuando ella llegaba. No era exactamente la espontaneidad que tenían a los veinte años, pero la realidad era que ya no tenían esa edad; ambos superaban los cuarenta. La espontaneidad era más difícil, pero eso no significaba que no pudieran hacer cosas excitantes aunque tuvieran que planearlas más.

Ben no le había dicho que alguna obligación lo mantendría alejado de casa hasta tan tarde. Angie empezaba a preocuparse cuando oyó llegar el coche de su marido. Corrió a la puerta trasera para recibirlo, pero Ben no llegaba solo, sino con Dougie.

—¡Qué fiesta! —Los abrazó a ambos y enseguida percibió que Dougie parecía un poco alicaído—. ¿Hay algún problema?

—Se enteró de lo de Peter —explicó Ben—, me pareció que le haría bien estar un rato en casa para que pudiéramos hablar del asunto.

Angie apretó el brazo de su marido, agradecida. Era lo que hubiera hecho antes de que Ben la acusara de ahogar a su hijo.

Condujo a Dougie hasta la mesa y le ofreció su asiento habitual.

—Los chismes corren a la velocidad de la luz. ¿Qué andan diciendo del pobre Peter?

—Que violó a Julie. Pero yo no lo creo, mamá. Conozco a Peter; no es esa clase de tipo.

Angie se sentó junto a su hijo.

—¿Y los demás lo creen?

—Están convencidos de que es cierto. Y algunos exageran, y no creas que son solo las chicas. Dicen que es un pervertido. Que le gustan los chicos. No quieren que se les vuelva a acercar. Yo les digo que están locos, pero no me escuchan. Es como, si gozaran con la excitación que todo esto significa.

Angie miró a Ben, sentado al otro lado de la mesa.

—Dougie es muy perceptivo.

—¿Y está desilusionado? —preguntó Ben.

Era un temor que Angie compartía.

—No los juzgues con demasiada dureza —le aconsejó a Dougie—. No conocen a Peter como tú. Simplemente reaccionan contra todo lo que se ha convertido en la noticia del día. Pero tienes razón al defender a Peter; él afirma que es inocente, y le creo.

—Pero si ninguno de los chicos permite que se les acerque, significa que se acabó su trabajo en Mount Court. Y no es justo.

—No, no es justo. Pero tal vez la situación cambie. Lo único que necesitamos es que alguien se anime a decir con quién salía Julie.

—Alguien es el padre de su bebé —acotó Ben—. Necesitamos saber quién es.

Dougie los miró, primero a uno y enseguida al otro.

—No me miréis a mí, yo no sé quién es. Ni siquiera conozco a Julie Engel. Solo os cuento lo que dicen los chicos.

—¿No hablan más que de Peter? —preguntó Angie—. ¿No comentan nada respecto a Julie?

—Mis amigos tampoco la conocen, mamá. Es una de las mayores.

—Tu madre lo sabe —dijo Ben—, pero supuso que si oíste comentarios sobre Peter, bien podrías haber oído algo sobre Julie.

—No. Solo sobre Peter. Me indigna que lo llamen pervertido. Es amigo nuestro y socio de mamá. Tampoco habla muy bien de ti que tu socio en el consultorio sea un pervertido.

—Peter no es un pervertido —aseguró Angie. Pensó en las cartas que Paige encontró y en lo que decían, y sintió que a Mara no le importaría que compartiera una de ellas—. ¿Sabías que él y Mara estaban enamorados?

Dougie abrió mucho los ojos.

—¿En serio?

Angie asintió.

—Entonces ¿por qué no se casaron?

—Supongo que no estaban preparados para compartir sus sentimientos con otras personas. Si Mara hubiera vivido, tal vez con el tiempo se habrían casado.

—¡Mara se pondría furiosa si oyera las historias que se cuentan en el colegio!

—Tienes razón —admitió Angie.

—Estaría allí mismo, defendiéndolo —acotó Ben—. Por eso es una gran cosa que tú estés allí, porque puedes hacerlo en su lugar.

—Yo no puedo hacer mucho—murmuró Dougie—. Lo defiendo, pero todos me atacan o me hacen callar.

—¿Has empezado a sentirte incómodo en el colegio?

—Todo el tiempo no, solo cuando se habla del tema.

De repente a Angie le impresionó la voz de su hijo. Era más grave que antes. Todavía no veía rastros de barba, pero ya llegaría. Estaba creciendo.

—Te gusta estar interno, ¿verdad? —preguntó.

—Sí.

—¿Y si...? —empezó a decir ella, pero se interrumpió para mirar a Ben, luego prosiguió—: ¿Y si nosotros no viviéramos tan cerca? ¿Seguirías sintiéndote cómodo como interno?

Dougie se puso en guardia.

—No sé. ¿Por qué lo preguntas?

Angie lamentaba haberlo mencionado. Debería haber esperado hasta que ella y Ben hubieran hablado a fondo. Tenía que haber sido Ben el que planteara el asunto delante de Dougie. Se le había escapado por costumbre, pensando que lo que le preocupaba tanto debía preocupar igualmente a Ben. Pero lo cierto era que de nuevo había tratado de orquestar las cosas.

Dirigió una mirada de silencioso arrepentimiento a Ben, pero él no parecía molesto. Al contrario, retomó el hilo de los pensamientos de Angie.

—Tu madre te lo pregunta porque hemos pensado que a mí me haría bien tener una jornada más completa. Ahora termino de trabajar temprano y después ya no sé qué hacer. Tú estás en Mount Court y tu madre en el consultorio, así que me aburro. Por eso —añadió después de respirar hondo— hemos analizado la posibilidad de mudarnos a algún lugar más cerca de la ciudad.

—¿De qué ciudad? —preguntó Dougie con desconfianza.

—De Nueva York.

—¡Pero Nueva York está muy lejos!

—Bueno —agregó Ben con tono satisfecho—, existe la posibilidad de que decidamos no mudarnos. —Miró a Angie—. Hoy he estado hablando con algunas personas en Dartmouth, y les gustó la idea de que tuviera una cátedra allí; les gustó mucho.

El rostro de Angie se iluminó.

—¿En serio? ¡Eso sería bárbaro!

—Por ahora no son más que conversaciones, pero enseguida supieron quién era yo. Y suponen que los estudiantes también lo sabrán. Y tenías razón, Angie. Podría combinar mi cátedra con la de ciencias políticas o con la de arte.

—Pero Hanover no es Nueva York —repuso ella.

—No, pero tampoco es Tucker.

—Pero yo creí que querías poder estar todos los días con tus colegas periodistas.

—Tal vez esto sea más interesante, y sin duda es un desafío mayor. Suponiendo que se dé.

—Se dará. —Angie tenía plena confianza—. Eres demasiado bueno para que no salga.

Ben se encogió de hombros y frunció los labios de una manera que a Angie le emocionó.

—Me parece que lo lógico es estudiar esto a fondo antes de decidir mudarnos. Si no resultara, siempre estaríamos a tiempo de considerar la otra posibilidad. Pero una mudanza es la alternativa más desgarradora. Aquí en Tucker te has ganado el respeto de todo el mundo. No sería justo obligarte a renunciar a todo eso.

Angie pensó que de haber estado solo lo habría abrazado, pero enseguida se dio cuenta de que lo que acababa de pensar era una tontería, de manera que rodeó la mesa y, parándose a sus espaldas, lo abrazó.

—Tienes un padre excelente, Douguie —dijo, con la mejilla apoyada contra la de Ben.

—Tienes una madre, excelente —agregó enseguida Ben, sonriendo—. Por mí estaba dispuesta a renunciar a todo lo que conquistó aquí.

Dougie parecía confundido.

—¿Estáis... estáis bien?

—Muy bien —respondió Angie—. Se me ocurre una gran idea. ¿Por qué no pasamos por casa de Peter...? —Se interrumpió. Volvía a tratar de organizado todo, los viejos hábitos tardan en morir.

—¿Por qué no pasamos por casa de Peter —terminó de decir Ben— para que él te asegure personalmente que no es un pervertido? Después podríamos cenar los tres juntos en la posada antes de llevarte de vuelta al colegio. ¿Te gusta la idea?

Peter no estaba en casa. Se encontraba en el Hospital General de Tucker, en la sala 3-B, con Kate Ann. Terminaban de comer la última de tres bandejas de comida china..., con palillos; Kate Ann nunca los había usado antes, pero aprendió a manejarlos con pasmosa velocidad.

—Lo has hecho muy bien —la alabó Peter con satisfacción.

Ella se ruborizó.

—Tenía hambre —confesó.

—Eso es porque estás trabajando mucho. —Tenía al departamento de terapia física dedicado a entrenarla, y aunque no había reacción en sus piernas, el resto del cuerpo aprendía a compensarlas—. Pero es bueno para ti, Kate Ann. Lo sabes, ¿verdad?

Ella asintió.

—Sí, lo sé.

—Lo dices con resignación. —Le tocó una mejilla—. ¿Qué pasa?

—Nada.

—¿Estás segura?

Ella volvió a asentir, pero a los pocos instantes hizo un movimiento negativo con la cabeza. De repente parecía más pequeña —Kate Ann tenía esa manera de encogerse cuando se asustaba—y su voz también se convirtió en un susurro.

—Dicen que pronto podré volver a casa.

—Tienen razón.

—Pero mi casa no está, preparada para una... para una...

—Habrá que adaptarla. No es difícil.

—Pero yo no me lo puedo permitir...

—Tenemos un buen abogado que se encarga del caso.

—Pero aunque gane el juicio, será dentro de un tiempo.

—Es cierto —admitió Peter. Se llevó las bandejas, y sacudió algunos granos de arroz que habían quedado sobre la sábana. Después se sentó en el borde de la cama y trató de actuar con indiferencia, como si lo que iba a decir se le acabara de ocurrir, en lugar de haber estado estudiándolo durante muchos días—. ¿Y si adaptase mi casa? Podrías vivir allí.

Kate Ann abrió los ojos, horrorizada.

—¿Tu casa? ¡No! ¡No podría!

—¿Por qué no? —preguntó Peter.

—Porque es tu casa, ya has hecho demasiado por mí.

—No lo creas, siempre he sido bastante egoísta.

—Lo has hecho todo por mí.

—Y al hacerlo, he ganado muchísimo. Tú me has abierto los ojos, Kate Ann. Eres la primera persona con quien he sido realmente generoso.

—Pero los chicos a quienes atiendes...

—Sus padres pagan mis servicios. Es así como yo he visto la vida desde que volví a Tucker a practicar medicina: la gente me debe dinero, respeto, admiración, adoración. Yo sentía que me era debido, después de todo lo que sufrí durante la infancia. Y demostraba que era un tipo grande y triunfador, a pesar de que no me sentía ni grande ni triunfador. Pero tú viviste la misma infancia de mierda que viví yo y no sientes que nadie te deba nada. Justamente por eso es tan bonito poder darte. Además —dijo con una extraña timidez mientras le tomaba una mano—, me gustas. Eres una persona sincera y responsable.

—Pero siempre enredo las cosas.

—Eso quiere decir que eres un ser humano, no un aparato mecánico.

—No le caigo bien a la gente.

—Te puedo asegurar que a mí me caes bien, y también le caíste bien a mi familia el día de Acción de Gracias.

La mirada de Kate Ann era de tremenda tristeza.

—No sabía qué decir.

—Pero te comportaste con mucha dignidad.

—Sí, pero eso fue un solo día. Si viviera en tu casa, tendría que ser así todos los días.

Peter sonrió. Kate Ann podía ser insistente. También podía ser cándida, aunque eso era producto de muchos años de creer lo que la gente decía de ella.

—¿Por qué crees que he estado viniendo a verte todas las noches?

—Porque estás en el hospital.

—Error. Eres a la única persona a quien paso a ver por la noche. Piensa en lo fácil que me sería si para verte solo tuviera que volver a casa.

—Pero...

—Pero ¿qué?

—¿Tú querrías eso?

—Si no lo quisiera no te lo estaría pidiendo. En realidad —dijo, recordando el horror de todo lo vivido ese día—, es muy posible que en este trato yo me esté quedando con la mejor parte. —Le estudió la mano, tan frágil, que tenía en la suya—. Verás, tengo un problema.

Enseguida Kate Ann dijo:

—No te disculpes. Yo no espero nada, y menos aún alguna clase de sentimiento.

—Pero es que el sentimiento existe —dijo él, y se animó a levantar la vista—. Me gustas mucho, Kate Ann.

—Pero... pero... no es posible que quieras tenerme cerca todo el tiempo. Tú amas a Mara. —Habían conversado largamente sobre Mara. Peter le había contado casi todo a Kate Ann. Muchas noches seguían hablando hasta después de las horas de visita; para Peter no era un problema; era médico.

—La amaba —la corrigió él—. En pasado. Mara ha muerto. Ya no puede hablarme. No puede hacerme sonreír. Se ha ido, Kate Ann. Tal vez una parte de mi ser siempre la siga amando, pero no es la parte que está viva y mira hacia el futuro.

—Pero tú necesitas estar con gente.

—Tú eres gente.

—Con mujeres.

—Tú eres mujer.

—Ya sabes a qué me refiero —murmuró ella, y parecía tan desalentada que Peter se inclinó y le besó la frente. Los ojos de Kate Ann reflejaron de inmediato el impacto que le produjo ese beso.

—Esto ha sido por ser tan buena —dijo Peter, y respiró hondo—, y por hacer que me sienta bien en un momento en que el resto de mi mundo está a punto de derrumbarse. —Entonces le contó lo de Julie.

—¿Ella dijo eso?

Peter asintió.

—Y si lo mantiene, mi reputación se derrumbará.

—Pero... ese día yo la vi abrazarte.

—¿Qué día?

—El día en que me la presentaste. Estabas allí, en la puerta, y ella se te acercó por detrás y te rodeó con sus brazos. Tú los apartaste y le dijiste que no lo volviera a hacer.

—¿Tú oíste eso?

Kate Ann asintió.

—Después la trajiste aquí y le sugeriste que me trajera cualquier cosa que yo necesitara. Eso no le gustó.

—No —dijo Peter con un suspiro de alivio—. No le gustó. Pero ¿en serio recuerdas eso?

Kate Ann volvió a asentir.

Peter sonrió.

—¡Esa sí es una buena noticia, Kate Ann! Una excelente noticia. Hace un rato les dije a Paige y a Angie que si Julie se salía con la suya el consultorio se iría al demonio. Ella declara que yo la deseo. Es su palabra contra la mía. Ninguno de los dos tiene pruebas. Pero si tú estás dispuesta a declarar acerca de lo que viste, bueno, eso sería un principio. —No podía dejar de sonreír. Kate Ann la silenciosa, Kate Ann la rarita, su Kate Ann, acudía al rescate.

Estaba impaciente por contárselo a Paige.