Capítulo 3

El conde abrió la puerta e Ivana estaba a punto de salir cuando se detuvo.

Ella lo miró y exclamó:

—¡Gracias, muchas gracias! Le estoy muy… agradecida.

Ella estaba tan bonita mientras hablaba que el conde se quedó mirándola.

De pronto, él cerró la puerta y declaró:

—¡No! He cambiado de opinión.

Ivana sintió como si se le paralizara el corazón.

—¿Ha cambiado de opinión? —tartamudeó ella—. ¿Quiere decir que… ya no podré… ayudarlo?

—Por supuesto que sí puede ayudarme —repuso el conde—, pero de una manera muy diferente.

Regresó a su escritorio y después de sentarse hizo sonar la campanilla.

Ivana lo siguió.

Sus ojos estaban llenos de ansiedad cuando se sentó en la silla que acababa de desocupar.

La puerta se abrió y apareció un soldado.

—¡Que venga el señor Wilson de inmediato! —ordenó el conde.

—Muy bien, milord.

El soldado se alejó pero Ivana seguía mirando al conde.

—No… no comprendo —dijo ella—. Por… favor… milord, déjeme hacer lo que… habíamos planeado.

Ella tenía la idea de que él la iba a mandar a otro departamento. Y quizá a trabajar con otra persona.

—¿Usted vino sola?

—No… como ya le dije traje conmigo a Nanny —respondió Ivana—. Ella me está esperando en un… coche de alquiler que… va a costar mucho dinero.

Pronunció las últimas palabras sin pensar y se sintió muy abochornada por si el conde había pensado que le estaba pidiendo dinero.

Sin embargo, al mismo tiempo, Ivana sabía que cada centavo que poseían era precioso.

Sería fatal gastar más de manera innecesaria.

El conde sonrió.

—Deseo hablar con su nana —dijo él—. ¿Quiere decirme cómo se llama?

—Es la… señora Tate —respondió Ivana—. Yo utilicé su apellido cuando traté de… ocultarme porque fue el primero que se me ocurrió.

La puerta se abrió antes que el conde pudiera responder y dio paso a un hombre de mediana edad.

—¿Me llamó, milord?

—Sí, Wilson —asintió el conde—. Afuera del edificio va usted a encontrar un coche de alquiler y dentro una mujer de mediana edad cuyo nombre es señora Tate. Pague el coche y traiga a la señora aquí.

—Muy bien, milord.

El señor Wilson cerró la puerta e Ivana dijo:

—Ahora me siento… muy mal porque casi le… pedí dinero, pero en realidad… nos queda muy… poco.

—Eso es algo que no le volverá a ocurrir —respondió el conde—. ¿Pero, no tiene familiares que pudieran cuidar de usted, señorita Sherard?

—La familia de mi madre vive en Northumberland —explicó Ivana—. Los parientes de papá son pobres y la mayoría tiene familias numerosas. Sin lugar a dudas ellos no me desean.

El conde asintió como si comprendiera.

Como se hizo el silencio, Ivana preguntó:

—Por favor, dígame… ¿por qué ha… cambiado de… opinión?

El conde pensó que podía muy fácilmente decirle que era demasiado bonita.

De pronto, se había dado cuenta de que sería criminal ponerla en una posición desprotegida como sirvienta pagada por un francés.

A menos que estuviera hecho de piedra, sin lugar a dudas el marqués se iba a sentir atraído por ella.

—He pensado en algo diferente —declaró él en voz alta—, y así las cosas resultarán mucho más fáciles para usted. Ya tiene bastantes problemas y yo no quiero darle más.

—Su señoría me está… salvando de mis… problemas —señaló Ivana—, pero mi padrastro no debe… encontrarme… nunca.

El terror había vuelto a aparecer en los ojos de la joven y el conde ofreció:

—Si lo hace yo haré todo lo que pueda por rescatarla. ¡Se lo prometo!

Ivana logró sonreírle.

—Espero que nunca… tenga que… recordárselo —repuso ella—, pero… lo que su señoría me acaba de decir resulta… muy reconfortante.

El conde sintió que era un error que Ivana se siguiera preocupando, Por lo tanto, comenzó a hablarle acerca del regimiento de su padre.

Le contó la valentía que todos los dragones mostraron en las batallas en las cuales habían participado.

Casi se sintió desilusionada cuando la puerta se abrió para permitirle el paso a Nanny.

—¡Ahí estás, querida! —exclamó ella—. Comenzaba a pensar que jamás te iba a encontrar.

—Me temo que mi oficina está bastante lejos de la puerta principal —terció el conde a manera de disculpa.

Él se puso de pie y cuando Nanny se acercó le extendió la mano.

—Estoy encantado de conocerla, señora Tate. Necesito su ayuda.

Nanny le estrechó la mano y le hizo una pequeña reverencia.

—Yo haré lo que pueda, milord —respondió Nanny.

El conde indicó otra silla frente a su escritorio y junto a la que ocupaba Ivana.

La muchacha pensó que Nanny tenía un aspecto muy respetable, con su sombrero y su vestido negros.

Éste tenía un solo detalle blanco en el cuello.

—Quiero que usted escuche lo que pienso hacer con Ivana, señora Tate —empezó a decir el conde con calma.

Nanny pareció un poco preocupada, pero escuchó con atención.

—No hace mucho —prosiguió el conde—, por sugerencia mía, la Oficina de Guerra compró una casita en la calle Reina Ana, no muy lejos de aquí. Ésta perteneció al Capitán Ian Ashley y cuando él murió en la guerra, su esposa me suplicó que la comprara.

—¿Por qué hizo eso? —preguntó Ivana.

—Porque ella es escocesa —explicó el conde—. Y quería regresar a su tierra natal en compañía de sus dos hijos.

Sonrió antes de añadir:

—El viaje a Escocia es muy caro, ya sea por carretera o por barco. Lo que nosotros le pagamos por la casa y su contenido no sólo le proporcionó suficiente dinero para el pasaje, sino que también aseguró que ella no regresara con las manos vacías al núcleo familiar.

—Fue usted muy bondadoso.

—No tengo que decirle —continuó el conde—, que el Capitán Ashley pertenecía a la Guardia de Dragones, al igual que su padre.

El debió pensar que Nanny se había sorprendido porque en seguida aclaró:

—La señorita Sherard ya me ha dicho que ustedes dos desean ocultarse. Por eso he decidido que ambas se vayan a vivir a la casa que le compramos al difunto Capitán Ashley.

El conde continuó diciendo:

—La señorita Sherard se convertirá en la hija del capitán y se llamará Ivana Ashley.

Nanny lanzó una pequeña exclamación de sorpresa, pero no habló.

—Usted se quedará con ella como dama de compañía y también sería conveniente que se cambiara el nombre. Como la señorita Ashley sé encuentra en condiciones económicas bastante difíciles después de la muerte de su padre, ha decidido tomar a un huésped en su casa. Ante tal situación yo le voy a enviar al Marqués de Souvenant.

—Entonces… ¡no voy a ser… una secretaria! —exclamó Ivana.

—Creo que para usted será más fácil hacer lo que yo le sugiero, pues así no tendrá que involucrarse demasiado con él. Usted será su casera.

Antes que Ivana pudiera responder, el conde se volvió hacia Nanny y le dijo:

—Usted comprenderá que como su dama de compañía nunca deberá dejar a la señorita Ashley a solas con el francés. Si él desea hablar con ella o invitarla a su habitación, usted deberá estar siempre presente.

—Comprendo, milord —contestó Nanny—. Eso me parece muy sensato y propio de un caballero como lo es su señoría.

—Gracias —dijo el conde—. Ésa es la manera como trato de comportarme. Ya le he explicado ampliamente a la señorita Ashley, que nunca se puede confiar en los franceses ni en la guerra ni en la paz.

—Eso es lo que he oído decir de esos «franchutes» —declaró Nanny con firmeza—. No se preocupe usted, milord. Yo cuidaré de Ivana.

—Sé que lo hará —dijo el conde—, y permítame decirle que es usted muy parecida a mi propia nana, quien todavía vive en mi casa de campo.

—Estoy segura de que ella crió a su señoría y le enseñó a comportarse como se debe —observó Nanny—, pues después dé todo, para eso es para lo que estamos aquí.

El conde rió.

—Me parece que usted hizo un buen trabajo con Ivana.

La voz de él cambió de entonación cuando prosiguió:

—Ahora, para continuar, haré que las lleven a la casa en este momento. Mañana tendrán a dos sirvientes a quienes ya he empleado antes y que son de confianza. Se trata de una pareja. La mujer cocinará y limpiará la casa y el hombre fungirá como mayordomo y valet para el marqués.

El conde hizo una pausa y después siguió explicando:

—Sería un error sentirse muy confiadas cuando estén solas. Sin embargo, ellos trabajan para la Oficina de Guerra y nosotros pagamos sus sueldos.

Nanny asintió para dar a entender que comprendía y el conde agregó:

—Voy a depositar doscientas libras a nombre de Ivana Ashley en el banco más cercano a la casa.

—¿Doscientas libras? —preguntó Ivana tan sorprendida que casi no podía creer lo que había escuchado.

El conde prosiguió como si ella no hubiera hablado:

—Eso servirá para pagar por cualquier cosa que se necesite en la casa y por la comida que ustedes le proporcionarán a su huésped. De aquí en adelante cada mes usted recibirá cien libras que incluirán el sueldo de la señora Tate, así como lo necesario para ustedes y para el marqués, como comida y otros menesteres.

Él pensó por un momento y después añadió:

—Yo me encargaré de que haya algo de vino en el sótano. Si las fiestas de él resultan demasiado extravagantes, hágamelo saber, y si necesitan más, yo lo pagaré.

—¡No puedo… creer todo esto! —exclamó Ivana—. ¡Parece… venido del cielo! Nanny no ha cobrado su sueldo hace seis meses.

—Tú no te preocupes por mí, querida —terció Nanny—. Yo estaré bien con tal de que ninguna de las dos pase hambre.

—Eso no sucederá —prometió el conde—, y entiendan que no deben economizar ni sentir que no pueden gastar dinero en ustedes mismas. Le estarán haciendo un gran servicio al país y nosotros estamos dispuestos a pagar por ello.

—¡Gracias… gracias! —repitió Ivana—. Nanny y yo… nos vamos a sentir muy… felices teniendo un… hogar propio.

—¿Podemos mudarnos de inmediato? —preguntó Nanny. Ivana recordó que su padrastro anunció que estaría ausente durante la comida y la cena. Eso significaba que tenían la tarde para hacer su equipaje y mudarse de Islington a la calle Reina Ana.

—Como ya les he dicho tendrán la casa para ustedes solas durante veinticuatro horas —concluyó el conde—. Les sugiero que hagan que ésta se vea lo más posible como si ustedes hubiesen vivido allí durante largo tiempo. Es muy importante que el marqués no sospeche nada anormal.

—Lo entiendo, milord —murmuró Nanny.

El conde era consciente de que Ivana lo estaba mirando con ojos brillantes.

—¡Todo esto es… demasiado bueno como para… ser cierto! —exclamó ella—. Pero… no comprendo por qué… cambió milord de manera de… pensar.

El conde pensó que sería un error decirle la verdad y sólo explicó:

—Considero que este nuevo plan hará más fácil que usted pueda hacer lo que yo le he pedido. Quizá el marqués hubiera considerado que usted no era tan eficiente secretaria como se decía…

Ivana estuvo a punto de protestar para decir que se consideraba muy competente.

De pronto, se dio cuenta de que el conde hablaba en son de broma.

—Entonces yo seré una dama ociosa —dijo ella—, y no haré nada más pesado que… arreglar flores.

—Eso me parece mejor —señaló el conde—, mas quizá su huésped tenga otras ideas. Sería conveniente si él organizara algunas cenas y la invita a estar presente. En esas ocasiones, la señora Tate puede fingir dolor de cabeza y retirarse.

—Eso puede dejarlo de mi cuenta, milord —respondió Nanny—. Conozco mi lugar. Pero al mismo tiempo no permitiré que la señorita Ivana se meta en problemas, como los que su señoría anticipa.

Los dos intercambiaron una mirada de comprensión antes que el conde dijera:

—Ahora voy a pedirle al señor Wilson que las lleve a la casa, y como ya le he prometido a la señorita Ashley nadie, excepto el Vizconde Palmerston, sabrá que ella no es la hija del difunto Capitán Ashley, quien murió peleando por su Rey y por su patria.

Hizo una pausa y continuó:

—El señor Wilson la llevará a usted y a la señora…

—Bell —repuso Nanny de inmediato.

Ivana comprendió que ella utilizaba el apellido de su sirvienta porque había sido el primero que le vino a la mente.

—… y a la señora Bell —terminó de decir el conde—, al número tres de la calle Reina Ana.

En seguida llamó al señor Wilson.

Casi de inmediato éste apareció.

—Wilson —dijo él—, como ya despidió al coche de alquiler, busque otro o pregunte si hay algún carruaje disponible para llevar a la señorita Ashley y a la señora Bell hasta su casa. La calle Reina Ana está muy cerca, así que si ocupamos un carruaje, éste no se ausentará por mucho tiempo.

—Lo haré, milord —respondió el señor Wilson.

El hombre habló de una manera que hizo suponer a Ivana que nada que se le pidiera lo iba a sorprender.

Infirió, además, que aunque el conde no lo había dicho, el señor Wilson era su secretario particular.

Quizá él conocía muchos de los secretos y asuntos privados de su señoría.

El conde se puso de pie y le tendió la mano a Ivana.

—Me alegro mucho de que haya venido a verme —dijo él—, y por supuesto, voy a enviarle a un huésped, tal como usted me lo ha sugerido. Es más, mañana llega una persona que pienso es el tipo que preferirá vivir en una casa cómoda en lugar de en un hotel.

—Muchas gracias por ayudarme —respondió Ivana.

Ella esperó estar representando su papel tan hábilmente como lo estaba haciendo el conde.

Éste estrechó la mano de Nanny y una vez más ella le hizo una pequeña reverencia.

Cuando salieron de la oficina, el señor Wilson se adelantó para mostrarles el camino.

Ivana se sorprendió al ver que no regresaban por el camino por el cual habían llegado.

El señor Wilson las condujo hasta la puerta lateral que estaba muy cerca.

Cuando salieron a la calle, Ivana vio que allí se encontraban estacionados varios carruajes particulares.

Ella supuso que ésta era la razón por la cual al conde le habían asignado la oficina que ocupaba.

Así, él no tendría que caminar mucho con su pierna lastimada. El señor Wilson se acercó al carruaje más próximo y habló con el cochero.

Éste accedió de inmediato a hacer lo que le podían.

El señor Wilson abrió la puerta y le indicó a Ivana y a Nanny que subieran.

Cuando lo hicieron, un lacayo que en esos momentos conversaba con otro cochero, vino corriendo y se subió al pescante.

Ivana apenas tuvo tiempo de darle las gracias al señor Wilson antes que se pusieran en camino.

—¡Debo decirte que te has levantado hoy con el pie derecho, Ivana! —exclamó Nanny.

—Eso mismo estaba pensando yo —estuvo de acuerdo Ivana—. Mis oraciones fueron escuchadas, Nanny. ¡Yo tenía miedo… mucho miedo… de que no encontráramos adónde… ir!

—Dios ha sido muy generoso con nosotras —repuso Nanny—. Yo también estuve rezando.

Y suspiró al decir:

—Ahora lo que tenemos que hacer es no fallarle a él.

—No debes olvidar que eres la Señora Bell —le advirtió Ivana con un toque de risa en su voz.

—Yo voy a insistir en lo mucho que lo extraño —dijo Nanny—, y diré la verdad, pues yo he añorado el no haber tenido un esposo…

Las dos rieron.

—Tenemos que ir a preparar nuestras maletas —observó Ivana.

—Lo sé —convino Nanny—, pero primero vamos a ver cómo es la casa. Después podremos alquilar un carruaje.

—Y ahora sí tendremos para pagarlo —observó Ivana—, con las doscientas libras que tenemos en el banco. Sin embargo, vamos a ir hasta Islington y después regresar, Nanny.

Nanny no habló y se limitó a abrir la mano.

Ivana miró y vio que allí estaba un billete doblado varias veces.

—¿Qué es eso? —preguntó ella.

—Es un billete de diez libras —anunció Nanny con sorpresa—. Me lo dio su señoría cuando me estrechó la mano. Nunca había conocido a un hombre más gentil y bondadoso.

—¡El piensa en todo! —Estuvo de acuerdo Ivana.

Aspiró profundo y añadió:

—¡Son diez libras, Nanny! ¡Ten mucho cuidado de no perderlas!

—Yo no nací ayer —objetó Nanny.

Y deslizó el billete en el bolsillo de su falda.

Pocos minutos más tarde llegaron al numero tres de la calle Reina Ana.

Ivana abrió la puerta con la llave que le entregara el conde.

Las dos entraron y la joven pudo ver que era una casita muy atractiva y parecida a la que su madre había alquilado en Islington.

Estaba bien amueblada y los cuadros, los espejos y los adornos, todavía estaban allí.

Las habitaciones mantenían el aire viciado, ya que todas las ventanas estaban cerradas.

Ambas lo inspeccionaron todo.

Ivana se dio cuenta de que allí, no sólo iban a estar cómodas sino que, además, podían hacer que el lugar resultara tan acogedor como lo había sido la casa que tenían en el campo.

Ivana escogió la habitación en la cual deseaba dormir. Nanny dijo que ocuparía la que estaba contigua.

—Yo obedezco las instrucciones de su señoría, Ivana —explicó ella—. ¡No voy a dejar que te apartes de mi vista ni siquiera por un momento!

—Bien sabes que deseo estar contigo todo el tiempo, mi querida Nanny —respondió Ivana—. Aquí estaremos a salvo. Sé que así será.

En ese momento pensaba en su padrastro y Nanny sugirió:

—Instalaremos al marqués lo más lejos posible de nosotras y eso es al final del pasillo.

Se trataba de una habitación agradable, pero no tan atractiva como la que Ivana seleccionara para ella.

Por un momento, Ivana se sintió culpable por esto.

Entonces se dijo que, siendo la dueña de la casa, no le iba a ceder su habitación a un huésped, por mucho que necesitara el dinero.

En la planta baja había dos habitaciones muy cómodas. Una era el salón. La otra había sido el estudio.

Era obvio que Ivana se quedaría con el salón.

Pensó que el marqués debería disponer del comedor aunque Nanny no estuvo de acuerdo.

Éste no era muy grande, pero podía acomodar a diez personas alrededor de la mesa.

—Su señoría dijo que el marqués quizá ofrezca algunas cenas. Nosotras no tenemos a nadie a quien invitar.

Nanny tuvo que reconocer que aquello era cierto.

Sin embargo, junto a la puerta principal había otra habitación pequeña.

Ésta no estaba muy bien amueblada.

Ivana pensó que quizá la habían utilizado como un cuarto de clases para los niños.

Mas ahora podía convertirse en un lugar perfecto para que Nanny y ella tomaran sus comidas.

—Ahora que ya hemos visto todo, excepto las habitaciones de la servidumbre —señaló Nanny—, cuanto más pronto nos vayamos a preparar nuestro equipaje, mejor. Me va a tomar mucho tiempo guardar todas las cosas que vamos a querer traer con nosotras.

—Sí, por supuesto —estuvo de acuerdo Ivana—, y yo deseo conservar lo que queda de los tesoros de mamá, aunque en realidad ya no hay muchos.

—Tú llévate lo que te guste, Ivana —dijo Nanny—. Puedes estar segura de que si hay algo que valga la pena, el señor Waring lo venderá en la mejor oportunidad.

Ivana no respondió.

Sentía un poco de temor.

Estaba segura de que cuando su padrastro descubriera que ella había desaparecido, se iba a poner frenético tratando de encontrarla, pues era mucha su desesperación por obtener el dinero que Lord Hanford le había ofrecido a cambio de ella.

Una vez más sintió miedo y deseos de llegar cuanto antes a Islington.

Cuanto más pronto regresaran a la casa en la calle Reina Ana, mejor.

Le pasó por la mente que quizá su padrastro regresara de forma intempestiva a cambiarse para la cena.

Quizá su instinto lo hiciera percatarse de que algo extraño estaba sucediendo.

Entonces se dijo que se estaba imaginando cosas y que disponían de tiempo suficiente para todo.

Es más, tenía que haberlo… para que Nanny y ella pudieran escapar.

* * *

Cuando Ivana y Nanny llegaron a la casa de Islington se encontraron con que, tal como lo esperaban, allí no había nadie.

La señora Bell, después de limpiar la cocina, se había marchado.

Antes de comenzar a hacer algo, Nanny insistió en que bebieran unas tazas de té.

Había también unos pastelillos que ella había hecho el día anterior.

Después de degustarlos, las dos comenzaron hacer su equipaje. Ivana se hizo cargo de su propia ropa mientras que Nanny se ocupaba de empacar la de la señora Sherard y también la suya. El conde había sido muy generoso con ellas.

No obstante, Ivana sentía que sería un error al gastarlo demasiado pronto.

Aquella oportunidad había llegado de manera muy difícil, pero también podría terminar inesperadamente.

Si ella descubría que el marqués era un agente de los enemigos de Inglaterra, entonces de seguro el conde iba a necesitar la casa para otra persona.

Además, no les iba a seguir dando lo que a ella le parecía una enorme suma de dinero.

«Debemos tener mucho cuidado», se dijo Ivana.

Pero al mismo tiempo era maravilloso saber que no iban a pasar carencias.

Ni tendrían la inquietud, como dijera Nanny, de que les quitarían hasta sus camas para pagar las deudas de su padrastro.

Ya se estaba haciendo tarde cuando Nanny anunció que ya no podía hacer mas.

Ya había empacado todo cuanto Ivana deseaba llevar consigo. También cuidó de empacar toda la comida disponible en una caja de cartón.

Ahora sólo faltaba llamar a un coche de alquiler para que las trasladara hasta la calle Reina Ana.

Nanny detuvo uno, cuyo cochero parecía ser un hombre agradable.

El hizo una exclamación ante la cantidad de cajas y baúles que tenía que llevar.

Cuando terminaron de subir todo ya casi no quedó lugar para acomodar a las dos pasajeras.

Es más, ambas llevaban cajas sobre las rodillas cuando el carruaje se puso en marcha.

Ivana miró hacia atrás para dirigir una última mirada a la casita donde había muerto su madre.

Ella nunca había sido feliz allí.

Desde el primer momento cuando se mudaron a ella, su padrastro comenzó a malgastar el dinero de su esposa.

Pero al mismo tiempo también había sido el hogar de Ivana. Al presente, no sólo era huérfana, sino también se había quedado sin hogar.

Entonces dijo que sería muy ingrato de su parte el sentirse amargada.

Dios había cuidado de ella y la auxilió cuando menos se lo esperaba.

A Él tenía que darle las gracias por no tener que estar en aquellos momentos esperando aterrada la llegada de Lord Hanford.

Ivana y Nanny llegaron frente a la casa ubicada en la calle Reina Ana.

Ya estaba oscureciendo, pero aún tenían mucho que hacer. Antes que nada, había qué arreglar las camas.

Mientras Nanny lo hacía, Ivana escondió los baúles. El cochero se limitó a dejarlos en medio del vestíbulo.

Sería un error que el marqués los viera ya que se suponía que ésa era la casa de Ivana.

—Tienes razón, querida —estuvo de acuerdo Nanny—. Mañana me voy a levantar muy temprano.

—No creo que él llegue a tiempo para el desayuno —opinó Ivana—, pero voy a guardar lo más que pueda.

Por fin las dos llevaron todo a sus habitaciones o al saloncito que Nanny e Ivana utilizarían como comedor.

—Estoy demasiado cansada como para desempacarlo todo —confesó Nanny—, y ésa es la verdad.

—Terminaremos todo mañana temprano —le prometió Ivana—, así que ahora vete a la cama, Nanny.

—Antes necesitamos comer algo —observó Nanny con energía. E insistió en que Ivana bajara con ella.

Se sentaron en la cocina y disfrutaron los huevos con tocino que Nanny preparó.

Bebieron unas tazas de té como lo hacían en todas las comidas. Ivana estaba demasiado cansada como para discutir.

Se limitó a comer todo lo que Nanny le sirvió y después caminó hasta la cama y se acostó.

Cuando se recostó sobre las cómodas almohadas pensó que su Ángel Guardián la estaba cuidando.

Además, de seguro que su padre estaría de acuerdo con que Ivana tratara de ayudar a Inglaterra.

Si el marqués realmente era un espía y ella lo desenmascaraba, de alguna manera sería como una venganza sobre los franceses por haberlo matado.

—¡Te extraño, papá… te extraño mucho! —exclamó Ivana en la oscuridad—. Nada fue igual después de que tú te fuiste a la guerra y yo estoy segura de que el corazón de mamá murió contigo.

En ese momento recordó cómo Keith Waring había entrado en sus vidas y había sacado a su madre de su profunda desolación.

Pero a la vez se había gastado todo su dinero.

Empezó a vender todo cuanto sus padres habían coleccionado y atesorado.

Era su deseo insaciable de dinero lo que había hecho que accediera a vender a su hijastra a un hombre cruel y malvado. «Ojalá se arrepienta y pague sus errores», pensó ella.

Le daba cierta satisfacción el saber que Waring se iba a sentir desconcertado cuando al despertar por la mañana se encontrara con que ni ella ni Nanny se encontraban en la casa y al imaginarlo sintió deseos de gritar de gusto.

Entonces recordó que su padrastro no iba a renunciar tan fácilmente a la idea de recibir tanto dinero.

Sin duda la iba a buscar.

Lord Hanford también la perseguiría, porque la deseaba. Ivana se estremeció a pesar de la tibieza de la cama.

Nanny y ella habían escapado por el momento.

Sin embargo, el temor de ser encontradas permanecería latente en ellas como la espada de Damocles.

—Por… favor, Dios mío, no permitas que… nos encuentren —rezó Ivana.

Aquélla era una oración que provenía de lo más profundo de su ser.