LOS PERSONAJES PRINCIPALES

El personaje de Jonatán Peachum no puede ser clasificado en la designación genérica de "usurero". Él no tiene para nada en cuenta el dinero. A él, que duda de todo aquello que pueda despertar una esperanza, también el dinero le parece un medio de defensa absolutamente inadecuado. Es, sin duda, un pillo, y un pillo en el sentido del viejo teatro. Su delito consiste en la idea que se hace del mundo. Esta idea, en su monstruosidad, es digna de ser ubicada junto a los crímenes de cualquier otro delincuente; sin embargo, él, al considerar la miseria como una mercadería, no hace más que seguir "la accidentada marcha de los tiempos". He aquí un ejemplo práctico: Cuando Peachum, en la primera escena, se hace dar dinero por Filch, no lo guarda en la caja, se lo pone simplemente en el bolsillo del pantalón: ni éste ni otro dinero podría salvarlo. Es indicio de escrupulosidad, demostración de una total ausencia de esperanza, el hecho de no tirarlo abiertamente. Peachum no puede tirar absolutamente nada. No pensaría distinto frente a un millón de chelines. Según su concepto, todo es insuficiente, sea su dinero (y todo el dinero del mundo) como su cabeza (y todas las cabezas del mundo). Esa es también la razón por la cual no trabaja; pero va de un lado al otro de su negocio, con el sombrero en la cabeza y las manos en los bolsillos, sólo atento a controlar que nada se pierda. Ningún ser que esté realmente angustiado puede trabajar. No es mezquindad de su parte atar la Biblia al atril con una cadena, por temor a que se la roben. No toma jamás en consideración a su yerno, sino cuando lo lleva a la horca: ningún valor personal de ninguna especie podría determinarlo jamás a una actitud distinta frente al hombre que le ha sustraído su hija. Los restantes delitos de Mackie Navaja sólo tienen interés para él en cuanto le dan pretexto para despacharlo. En lo que se refiere a su hija, ella es para él como la Biblia: nada más que un medio. El efecto de todo esto no es tanto repelente cuanto desconcertante, sobre todo si se piensa a qué grado de desesperación se necesita haber llegado para retener, de todas las cosas del mundo, sólo aquella pequeñísima porción que esté en condiciones de salvar a un hombre de la ruina.

La actriz que interprete el papel de Polly Peachum hará bien en estudiar lo que se expone más arriba acerca de las características del señor Peachum: es su hija.

El bandido Macheath debe ser presentado por el actor que lo interprete como un fenómeno burgués. La predilección de la burguesía por los bandidos tiene su origen en el erróneo prejuicio de que un bandido no puede ser un burgués. Este juicio desciende en línea directa de este otro: un burgués no puede ser un bandido. ¿No existe, entonces, ninguna diferencia? Sí, un bandido a veces no es un vil. El concepto de "pacífico", inseparable del burgués que va al teatro, es ratificado por la aversión del hombre de negocios Macheath por el derramamiento de sangre, siempre que la buena marcha de los negocios no lo haga indispensable. La limitación al mínimo, la racionalización del derramamiento de sangre, es un principio comercial: en caso de extrema necesidad, Macheath da prueba de excelentes condiciones de esgrimista. El bien sabe qué es lo que le debe a su celebridad: cierto romanticismo, cuando uno se preocupa de difundirlo, resulta beneficioso para aquella racionalización. Macheath pone la más estrecha atención en que todas las acciones audaces -o, por lo menos, aptas para despertar temor- de sus satélites, se le atribuyan a sí mismo, y, como un profesor universitario, no tolera que sus ayudantes firmen ningún trabajo. Con las mujeres, su éxito no es tanto el del buen mozo, sino el del hombre que tiene una buena posición. Dibujos originales ingleses referentes a la Beggar's Opera lo presentan como un hombre de unos cuarenta años, rechoncho pero vigoroso, con una cabeza parecida a un rabanito, un poco calvo, pero no sin dignidad. Es un hombre reposado, enteramente privado de humour; su solidez se manifiesta en el hecho de que él endereza sus miras comerciales más que hacia los salteamientos a mano armada, hacia la explotación de sus subordinados. Con las autoridades se halla en buenas relaciones, aunque esto le cueste bastante, y eso no solamente por motivos de seguridad personal: su sentido práctico le hace comprender la estrecha unión que existe entre su propia seguridad y la seguridad de aquella sociedad. Una iniciativa contra el orden público, similar a la que Peachum amenaza llevar a efecto contra la policía, horrorizaría a Macheath. Sus relaciones con las señoras de Turnbridge requieren, sin duda -desde su propio punto de vista -, un justificación; pero para excusarlas es suficiente el carácter especial de sus actividades. De estas relaciones puramente comerciales él se ha valido ocasionalmente con intención recreativa, a la que lo autorizaba, en cierta medida, su calidad de soltero; pero, en lo que corresponde a este aspecto íntimo, él aprecia las visitas que, metódicamente y con pedantesca puntualidad, cumple en un lupanar de Turnbridge, sobre todo porque constituyen hábitos, y justamente el cultivar y multiplicar los hábitos representa poco menos que el principal ideal de su existencia burguesa.

Con todo, en ningún caso el intérprete de Macheath deberá basarse en las visitas a una casa de tolerancia para la caracterización de su personaje. Se trata de uno de los no raros, pero siempre inexplicables casos de satanismo burgués.

Para satisfacer sus exigencias sexuales, Macheath prefiere, naturalmente, las ocasiones que le permiten conseguir al mismo tiempo ciertas ventajas de carácter doméstico; elije, para eso, mujeres que no estén del todo desprovistas de medios. En el matrimonio, él advierte una garantía para su actividad. Por menos que se quiera, su profesión le obliga, inevitablemente, a algunas temporarias ausencias de la capital, y sus subalternos son muy poco dignos de confianza. Cuando mira hacia el futuro, nunca se ve colgado de una horca; sino pescando junto a un tranquilo estanque de su propiedad.

Brown, el jefe de policía, es una figura muy moderna. Oculta en sí una doble personalidad: el hombre es muy distinto al funcionario. Y él vive no a pesar de esa incongruencia, sino gracias a ella. Como hombre no se prestaría jamás a lo que, como funcionario, entiende es su deber. Como hombre no podría (ni debiera) matar una mosca… Su cariño por Macheath es, pues, absolutamente puro; los beneficios económicos que le reporta no pueden hacerlo sospechoso: la vida, se sabe, todo lo ensucia.