COSTAS MARINAS

Considerando, Probo1 que a menudo tú me has solicitado, [1] con toda tu alma y sentimiento, que pudieran conocer el emplazamiento del mar Táurico2, con una fiabilidad razonable, aquellos que se encuentran alejados en las zonas más remotas de la tierra3, he puesto gustoso manos a este trabajo [5] a fin de que tu deseo fuera viendo la luz en este poema4.

Pensé, verdaderamente, que en rigor no estaba bien, dada la edad que ya tengo, el no exponer a tu criterio el contorno de aquel país del que había yo tenido noticia por páginas antiguas y mediante una lectura muy profunda a lo largo [10] de toda mi existencia5. Pues creo que negar a otro lo que se posee, sin detrimento alguno, es típico de un inculto y [15] un rudo. A esto hay que añadir que tú eres para mí como un hijo, por amor y lazos de sangre. Pero ello no bastaría, si no supiera que que tú has devorado siempre, con ansia inagotable, los escritos y los tratados recónditos de los antiguos; [20] que eres de natural abierto, dotado de sensibilidad; que tu corazón siente una sed insaciable por tales materias y que guardas buena memoria, más que nadie, de lo que has aprendido. ¿Por qué habría de derrochar inútilmente los secretos de las cosas en un inconstante? ¿Quién se empecinaría en tratar temas profundos con alguien incapaz de seguirlos? Por lo tanto, muchas razones, muchas, Probo, me han impulsado [25] a satisfacer por completo lo que me habías solicitado tan insistentemente. Más aún, he considerado que desempeñaría la función de un padre, si con notable riqueza y profusión de datos mi musa diera a conocer tu deseo. Conceder lo pedido, en efecto, es propio de un hombre desprendido; [30] aumentarlo en cambio, colmándolo de un regalo añadido, es propio de un talante bondadoso y noble.

Me preguntaste, si recuerdas, cuál era el emplazamiento del mar Meótico. Sabía que Salustio6 lo había indicado y no [35] iba a negar yo que sus palabras han sido consideradas por todos de autoridad bien fundada. Por consiguiente, a la preclara descripción, en la que este narrador, de estilo y credibilidad vigorosos, brindó el contorno y el aspecto de los lugares casi como si estuvieran a la vista, con el peculiar [40] atractivo de su lengua, hemos añadido nosotros muchos datos, tomados de los comentarios de muchísimos otros autores.

Se encontrará aquí, pues, a Hecateo de Mileto7 y Helánico de Lesbos8; asimismo Fileo el ateniense9, Escílax de Carianda10; a continuación Pausímaco11, a quien engendró [45] la antigua Samos, incluso Damasto12, nacido en la noble Sige, y Bacoris13, originario de Rodas; también Euctemón14, conciudadano de la metrópolis ática; el siciliano Cleón15, el propio Heródoto de Turios16 y, por último, aquel que es la [50] gran lumbrera de la elocuencia, el ateniense Tucídides17.

Aquí por lo tanto, Probo, parte de mi corazón, tendrás todas las islas que se alzan por la llanura marina18, esto es, por ese llano que, tras las ensenadas formadas por el orbe [55] terrestre al abrirse como en un bostezo19, impele a Nuestro Mar20 desde el estrecho tartesio y el oleaje atlántico, hasta las tierras lejanas; asimismo, los golfos arqueados y los promontorios; cómo la costa se extiende en suave pendiente, cómo los macizos montañosos se adentran profundamente [60] en las olas y cómo famosas ciudades se ven bañadas por el mar; cuál es el nacimiento de los ríos más grandes, cómo los ríos prorrumpen en la vorágine del ponto y cómo las islas, con frecuencia, son abrazadas por esos mismos ríos; cómo los puertos arquean ampliamente sus seguros malecones; [65] cómo se rellanan las lagunas; cómo reposan los lagos; cómo los altos montes elevan sus riscos pedregosos; cómo el oleaje del turbulento mar, blanco de espuma, ciñe a los bosques.

Éste será, pues, el objetivo de nuestro trabajo: la exposición detallada del hondo mar de Escitia21 y el llano marino [70] del salado Euxino22, incluso islas, si es que alguna emerge en esa marmórea mar. El resto, por lo demás, ya lo hemos relatado más cumplidamente en aquel volumen que compusimos acerca de las costas y países del orbe terrestre23. Así, para que tengas una prueba paladina de estas mis fatigas y 75 trabajos, comenzaremos el relato de la presente obrita remontándonos un poco más arriba24. Tú atesora estas noticias en lo más profundo de tu corazón, pues se sustentan en la garantía de fidelidad de haber sido remotamente tomadas y obtenidas de otros autores.

Las tierras del extenso orbe se despliegan a lo largo y [80] ancho, mientras el oleaje se derrama una y otra vez en tomo al orbe terrestre25. Pero allí donde el hondo mar salado se desliza procedente del océano, de tal suerte que el abismo de Nuestro Mar se despliega ampliamente, se encuentra el golfo Atlántico26.

Aquí se halla la ciudad de Gadir, llamada antes Tarteso27. [85] Aquí están las Columnas del tenaz Hércules, Ábila y Calpe (ésta se encuentra a la izquierda del territorio mencionado; aquélla, próxima a Libia): retumban bajo el recio septentrión, pero aguantan firmes en su emplazamiento28.

[90] También aquí se alza29 el cabezo de un peñón sobresaliente (en los más antiguos tiempos lo denominaron Estrimnis30) y la encumbrada mole de su pico rocoso se orienta de pleno hacia el noto templado. A su vez, a los pies de la [95] aguja de este saliente, se abre para sus habitantes el golfo Estrímnico31, en el que se muestran las islas Estrímnides, que están muy separadas y son ricas en mineral de estaño y plomo32. Aquí se encuentra una raza de gran vigor, de talante [100] altanero, y de una habilidad eficiente, imbuidos todos de una inquietud constante por el comercio. Y surcan con sus pataches, aventurándose a largas distancias, una mar agitada por los notos y el abismo de un océano, preñado de endriagos33. De hecho, no saben ensamblar sus quillas a base [105] de madera de pino y tampoco, según es usual, alabean sus faluchos con madera de abeto, sino que, algo realmente sorpréndente, ajustan sus bajeles con pieles entrelazadas y a menudo atraviesan el extenso mar salado en estos cueros34.

Por otra parte, desde aquí hasta la Isla Sagrada35 (pues así la llamaron los antiguos) una nave tiene un trayecto de dos soles. Esta isla despliega en medio de las olas un amplio [110] territorio y la habita a lo largo y ancho la raza de los hiernos. Cercana, de nuevo, se extiende la isla de los albiones. Y los tartesios36 acostumbraban también a comerciar hasta los confínes de las Estrímnides. Incluso colonos de Cartago [115] y la población que habita por entre las Columnas de Hércules se acercaban a estos mares; sobre los cuales el cartaginés Himilcón37 asevera que podían ser atravesados en apenas cuatro meses, según él mismo relató haberlo comprobado mediante una navegación. Así, no hay vientos, en una amplia [120] zona, que impulsen al navío; así el líquido elemento de una llanura marina encalmada se inmoviliza en sus reinos. Se añadirá a ello que emerge entre las aguas abundante urchilla y que a menudo refrena la popa como si fuera maleza. No deja de decir también que por esta zona la superficie de [125] la mar no alcanza gran profundidad y que apenas un poco de agua cubre el fondo, que las bestias marinas recorren la mar por aquí y por allá, que los navíos se desplazan lentos y lánguidos entre monstruos que nadan por medio38.

[130] Si a partir de aquí alguien se atreve a forzar su esquife desde las islas Estrímnicas rumbo a las aguas del sector de la Licaonia39, donde la atmósfera se hiela, acaba llegando al territorio de los ligures40, desprovisto de habitantes, pues hace ya tiempo fueron depredados a manos de los celtas y [135] por los frecuentes combates. Entonces los ligures, desplazados a la fuerza, como con frecuencia guía la fortuna a algunos, llegaron a esos territorios que ahora poseen, cubiertos por lo general de zarzales terribles; estos parajes son pura pedriza y abruptas roquedas, y los picos de las montañas se [140] hunden amenazadores en el cielo. Y este pueblo huidizo vivió ciertamente durante mucho tiempo en las cárcavas de los peñascos, apartados de las olas, pues su miedo al salado mar provenía de aquel peligro primitivo. Tiempo después, la calma y el ocio, a la par que la seguridad, potenciando su [145] audacia, los persuadió a salir de sus encumbradas guaridas y a descender a zonas marinas.

Tras aquellas tierras41, sobre las que antes hemos hablado, de nuevo se abre una gran ensenada, que abarca una extensa llanura marina hasta Ofiusa42. Retrocediendo desde su litoral hacia el llano del mar Interno43, por donde dije antes44 que el mar, al que llaman Sardo, se adentraba en las [150] tierras, se emplean siete días de marcha a pie45.

Ofiusa presenta un flanco tan prominente hacia adelante, cuanto oyes que se extiende la isla de Pélope en tierras de los griegos46. Al principio se la denominó Estrimnis, y los [155] habitantes de estos lugares y campos eran los estrímnicos; posteriormente una plaga de serpientes puso en fuga a sus habitantes y logró que esta tierra quedara despojada hasta de su propio nombre47.

Se adentra a continuación hacia los abismos marinos el [160] cabo de Venus y la mar brama en tomo a dos islas48 deshabitadas por la escasez de espacio vital. El Ario se yergue luego imponente, destacándose hacia el desapacible septentrión; por otro lado, desde aquí hasta las Columnas del poderoso Hércules hay una travesía para las naves de cinco días49.

[165] Después, en plena mar, hay una isla, de abundante vegetación y consagrada a Saturno. Pero el vigor de su naturaleza es tal que, si alguien se acerca navegando hasta ella, al punto se encrespara la mar colindante con esta isla; ella [170] misma tiembla y salta toda su superficie, estremeciéndose profundamente, en tanto que, en el resto, la mar permanece silenciosa a la manera de un estanque50.

Acto seguido se yergue un promontorio hacia los aires de Ofiusa y desde el peñón Arvio hasta estos parajes hay un trayecto de dos días51. En cambio, la espaciosa ensenada [175] que se abre desde allí, se extiende en lontananza, siendo difícil de navegar en su totalidad con un solo viento; pues llegarás al centro si te arrastra el céfiro; el tramo que queda reclama al noto52.

Si a partir de allí alguien se dirige de nuevo a pie haciala costa de los tartesios, realizará el trayecto en apenas cuatro [180] días; si uno dirige sus pasos hacia Nuestro Mar y al puerto de Malaca, tendrá por delante una ruta de cinco soles53.

Luego se alza la mole del cabo Ceprésico54. Por debajo se extiende más lejos la isla llamada Acale55 por sus habitantes. Cuesta aceptar la leyenda que corre sobre esta isla [185] por lo sorprendente del hecho, pero, son tantos los testimonios, que bastan para confirmarlo. Dicen que en los aledaños de esta isla el abismo marino no presenta nunca el mismo cariz que el resto de la mar; de hecho, por doquier las olas poseen un resplandor semejante a la transparencia del [190] cristal y, por las profundidades de la marmórea mar, es verdad que las olas tienen un reflejo azulado. En cambio, allá, la superficie del mar está mezclada con un fango repugnante, según recuerdan los antiguos, y siempre se halla apelmazada como en torbellinos turbios de inmundicias56.

Los cempsos y los sefes dominan las colinas escarpadas [195] de las tierras de Ofiusa; cerca de éstos, el ágil lucio y la raza de los draganos asentaron sus hogares bajo el rigurosamente nevado septentrión57. Por otro lado se halla la isla [200] de Petanio58, hacia la parte de los sefes, y un ancho puerto59. Después, junto a los cempsos se encuentran los pueblos de los cinetes60. A continuación, el cabo Cinético61, en el que mengua la luz sideral y que se yergue a lo alto como el más remoto de la opulenta Europa62, se orienta hacia las aguas saladas del océano, plagadas de monstruos63.

[205] El río Ana64 corre allá por medio de los cinetas y surca sus vegas. Se abre nuevamente un golfo y el territorio se extiende curvándose hacia el mediodía65. Desde este río consignado se desgajan de repente dos ramales y su caudal, como en lenta formación, rechaza las aguas espesas del golfo [210] ya dicho (en efecto, aquí las profundidades son de puro y denso lodo). En esta zona se levanta a lo alto la cumbre de dos islas, la menor carece de nombre y a la otra una costumbre insistente la llamó Agónida66.

A continuación se halla el impresionante peñón Sagrado67, [215] erizado de peñascos y consagrado a Saturno; hierve la mar agitada y la costa despliega un frente rocoso. Aquí sus habitantes poseen cabrillas hirsutas y abundantes machos cabríos, que siempre andan vagando por un territorio cubierto de maleza; y producen unas cerdas muy alargadas y recias para su utilización en las tiendas de los campamentos [220] y las velas y capotes de los marinos68. Desde aquí hasta el río se ha dicho que hay un trayecto de un solo sol69; también aquí se halla el límite del pueblo de los cinetes.

El país tartesio confína con éstos y el río Tarteso70 baña [225] la comarca. Acto seguido se extiende el macizo consagrado al Céfiro, por lo que la cumbre de este peñón ha sido llamada Cefíride71. Pero en lo referente a sus altos picachos, se yerguen en la cima de su cresta; una gran mole se encarama [230] en los aires y una bruma, como remansada por encima, esconde permanentemente su cabezo nebuloso.

Toda la comarca que sigue es de terreno cubierto por completo de hierba; a sus habitantes se les ofrece una bóveda celeste nublada en su parte más alta, el aire espeso, una luminosidad diurna muy densa y un rocío copioso como el [235] de por la noche. Ninguna brisa, según es costumbre, logra entrar; ni un soplo de viento despeja la capa alta de la atmósfera: una perezosa calígine se echa sobre las tierras y el suelo se humedece ampliamente72. Si alguien rebasa con su nave el peñón del Céfiro y penetra en los torbellinos de [240] Nuestro Mar, se ve impulsado de inmediato por los soplos del favonio73.

A continuación, de nuevo un promontorio y un opulento santuario consagrado a la Diosa Infernal74, el fondo de una gruta recóndita y una entrada disimulada. En las cercanías hay una gran laguna, llamada Etrefea75; más aún, se dice [245] que estuvo antaño por estos parajes la ciudad de Herbo; que, consumida por los avatares de las guerras, al fin sólo dejó en este territorio su recuerdo y su nombre76.

Entretanto, acto seguido, corre el río Ebro77 y su Caudal fecunda los terruños. La mayor parte de los autores refieren que los iberos se llaman así justo por este río, pero no por [250] aquel río78 que baña a los revoltosos vascones. Pues a toda la zona de este pueblo que se encuentra junto a tal río, en dirección occidente, se la denomina Iberia. Sin embargo el área oriental abarca a tartesios y cilbicenos79. [255]

Después se halla la isla de Cartare80 y es una tradición con bastante fundamento el que la dominaron primero los cempsos; rechazados luego por la guerra con sus vecinos, se desperdigaron en busca de distintos asentamientos. Se yergue luego la mole del monte Casio y a partir de su nombre [260] la lengua griega llamó primero casítero al estaño81. Después sigue la prominencia de un santuario y, en lontananza, la fortaleza de Geronte, que lleva un antiguo nombre griego, pues hemos oído decir que en tiempos pasados a partir de ella se dió nombre a Gerión82.

[265] Aquí se encuentran las amplias costas del golfo tartesio83 y desde el río Ana, ya nombrado, hasta estos territorios las naves tienen un día de trayecto84. Aquí se halla la ciudadela de Gadir, ya que en la lengua de los cartagineses se llamaba Gadir a un lugar vallado. Esta misma ciudad fue [270] denominada primero Tarteso85, ciudad importante y rica en tiempos remotos; ahora pobre; ahora, empequeñecida; ahora, arrumbada; ahora, en fin, un simple campo de ruinas. Nosotros en estos parajes, excepto las ceremonias en honor [275] de Hércules, no vimos nada digno de admiración86. En cambio, tuvo tal poderío, incluso tal prestigio en épocas pasadas, si damos crédito a la historia, que un rey altanero, y el más poderoso de todos los que a la sazón tenía el pueblo maurusio, muy estimado por el emperador Octaviano, Juba, entregado siempre al estudio de las letras y alejado por el [280] mar que tenía en medio, se consideraba muy distinguido con el honor del duunvirato en su ciudad87.

Pero el río Tarteso88, fluyendo desde el lago Ligustino89, a campo traviesa, envuelve una isla90 de pleno con el [285] curso de sus aguas. No corre adelante por un cauce único, ni es uno solo en surcar el territorio que se le ofrece al paso, pues, de hecho, por la zona en que rompe la luz del alba, se echa a las campiñas por tres cauces; en dos ocasiones, y también por dos tramos, baña el sector meridional de la ciudad91. [290]

Por su parte, el monte Argentarlo se recorta sobre la laguna; así llamado en la Antigüedad a causa de su belleza, pues sus laderas brillan por la abundancia de estaño y, visto de lejos, irradia más luminosidad aún a los aires, cuando el [295] sol hiere con fuego las alturas de sus cumbres. Este mismo río, además, arrastra en sus aguas raeduras de estaño pesado y transporta este preciado mineral a la vera de las murallas92. A partir de aquí una extensa región se aleja de la 11anura [300] de aguas saladas, tierra adentro; la raza de los etmaneos la habita. Y después, por otro lado, hasta los labrantíos de los cempsos, se extienden los ileates sobre tierras fértiles; si bien las zonas marítimas las controlan los cilbicenos93.

[305] A la ciudadela de Geronte y al cabo del santuario, como hemos explicado antes, los separa la salada mar por medio; y entre altos acantilados se recorta una ensenada. Junto al segundo macizo desemboca un río caudaloso. Luego se yergue el monte de los tartesios, cubierto de bosques94.

[310] Enseguida se encuentra la isla Eritía, de extensas campiñas y, en tiempos pasados, bajo jurisdicción púnica; de hecho, fueron colonos de la antigua Cartago los primeros en asentarse en ella. Un estrecho separa Eritía de la ciudadela del continente en tan sólo cinco estadios95.

[315] Por donde se da el ocaso del día, hay una isla consagrada a Venus del Mar, y en la misma un templo de Venus, una ermita en roca viva y un oráculo96.

Cuando se viene desde aquel monte, que te había dicho resultaba temible por sus bosques, se halla un litoral de arenales en suave pendiente, en los que los ríos Besilo y Cilbo [320] derraman sus aguas97.

Después, hacia poniente, alza sus riscos soberbios el peñón Sagrado98. A esta zona, en tiempos pasados, Grecia la denominó Herma. La palabra Herma se refiere a un parapeto terrero, encarado de frente, y el lugar en sí fortifica el [325] estrecho por ambas bandas99. Otros, al contrario, lo llaman ruta de Hércules; pues, de hecho, se dice que Hércules allanó los mares, a fin de que quedara abierto un camino fácil para el rebaño que había apresado100. Más aún, la mayoría [330] de los autores afirman que aquella Herma estuvo primitivamente bajo jurisdicción de tierra libia. Y no se debe desdeñar la información de Dionisio, quien atestigua y enseña que Tarteso es el límite de Libia101.

En territorio de Europa se levanta el promontorio que, [335] ya lo señalé, sus habitantes llaman Sagrado102. Entre ambos lugares fluye una ligera lengua de agua, la cual antaño se llamó Herma o Camino de Hércules. Euctemón, habitante de la ciudad de Anfípolis, afirma que se extiende en una [340] longitud no superior a las ciento ocho millas y que ambas posiciones distan tres millas103.

Aquí están emplazadas las Columnas de Hércules, que hemos leído son consideradas como el extremo de uno y otro continente. Se trata en realidad de dos peñones parejos que sobresalen, Ábila y Calpe. Calpe se encuentra en territorio [345] hispano, Ábila en el de los maurusios, pues la raza púnica llama Ábila a aquello que constituye un monte alto en lengua bárbara, esto es, en la latina, como afirma el autor Plauto; y, por otra parte, Calpe se denomina en Grecia a aquello que tiene un aspecto ahuecado, con la pinta de un picacho redondeado104.

[350] Afirma también el ateniense Euctemón que no existen allí peñas, ni se alzan cumbres en ninguna de las dos partes; recuerda que entre las campiñas de tierra libia y la costa de [355] Europa se hallan dos islas105; dice que se las llama Columñas de Hércules; refiere que están separadas treinta estadios; que por doquier están cubiertas de bosques impresionantes y que son siempre inhóspitas para los marinos. Asevera, en efecto, que hay en ellas templos y altares a Hércules, que los bajeles extranjeros se dirigen allí para ofrecer sacrificios a este dios y se van apresuradamente, pues se tiene por impío demorarse en estas islas. Informa que la mar se mantiene tanto en los alrededores como en las cercanías con poquísima profundidad en una amplia área; que los navíos no pueden arribar cargados a estos parajes a causa del poco calado [365] de las aguas y por el espeso fango de la costa. Pero que si alguien tiene el firme propósito de aproximarse allá por el templo en sí, entonces nos informa de que ese tal pone proa hacia la isla de la Luna, librar de carga a la nave y, aun así, aligerada la lancha, apenas logra desplazarse sobre las saladas aguas.

En cambio, el tramo de oleaje agitado que se extiende [370] entre las Columnas, afirma Damasto que no llega a los siete estadios. Escílax de Carianda asegura que la corriente que hay entre las Columnas tiene la misma estensión que las aguas del Bósforo106.

Más allá de tales Columnas, por la parte de Europa, los [375] habitantes de Cartago tuvieron antiguamente caseríos y ciudades, aunque tenían la siguiente costumbre: la de construir naves de fondo muy llano, de modo que el esquife, más ancho, pudiese deslizarse por la superficie de una mar de muy poco calado107.

[380] Sin embargo Himilcón cuenta que desde estas Columnas hasta la zona occidental existe un abismo marino ilimitado, que la mar se extiende a lo ancho, que se despliega un salado mar. Nadie se aventuró en estas aguas, nadie metió sus [385] carenas en aquel llano marino, bien porque falten en alta mar auras que las impulsen, bien porque ningún soplo del cielo empuje la popa, o incluso porque la calina revista el aire con una especie de velo, bien porque la niebla oculte permanentemente el abismo marino y se mantenga un muy espeso nublado durante el día108.

[390] Se trata de aquel Océano que brama en lontananza alrededor del orbe inmenso, ése es el mar más grande. Este abismo marino rodea las costas, éste es el que surte al salado mar Interno, éste es el progenitor de Nuestro Mar; de hecho, [395] arquea desde fuera las aguas de numerosos golfos y la energía de sus profundidades se desliza dentro de nuestro universo. Pero nosotros te hablaremos de los cuatro más grandes109.

Así, la primera irrupción del océano en tierra firme es el fluctuante mar Hesperio y el salado mar Atlántico110; a continuación, el oleaje Hircano: el mar Caspio111; el salado mar [400] de los indios: el dorso del mar Pérsico112, y el abismo marino Arábigo113, ya bajo el cálido noto. A éste una antigua usanza lo llamó antaño Océano y otra costumbre lo denominó mar Atlántico114. El abismo de este mar abarca una amplia extensión y se alarga enormemente en confines imprecisos. [405] Por lo general, además, este salado mar se extiende tan poco profundo, que apenas llegael oleaje es aquí neutralizado por esta ova; las bestias nadan violentamente por medio de todo el [410] ponto y un a cubrir las arenas del fondo. Por otra parte, una urchilla copiosa rebosa sobre el abismo marino y pánico intenso mora en estas aguas a causa de los monstruos. El cartaginés Himilcón refirió en tiempos pasados que él lo había contemplado y comprobado personalmente en la superficie del océano. Nosotros te hemos transferido esta información, transmitida durante mucho tiempo [415] por los anales confidenciales de los púnicos115. Pero ya es hora de que mi pluma vuelva al objetivo anterior.

Por lo tanto, frente a la Columna Libístide, tal y como había dicho, se alza otra en territorio de Europa116. Aquí el [420] río Criso penetra en el hondo abismo marino117. Por el lado de allá y el de acá, habitan cuatro pueblos, pues en estos parajes se encuentran los arrogantes libifenicios; se hallan aquí los masienos; están también los reinos selbisenos, de campos feraces, y los ricos tartesios, que se extienden hasta el golfo Caláctico118.

[425] Además, próximos a éstos aparecen luego el macizo Barbecio119 y el río Malaca, junto con la ciudad del mismo nombre, que en el siglo pasado se llamó Menace120. Allá, bajo dominio de los tartesios, hay una isla frente a la ciudad, [430] consagrada desde antiguo por sus habitantes a Noctiluca121. En esta isla hay asimismo una laguna y un puerto seguro. La ciudadela de Menace se halla por encima. Hacia donde esta región se aparta de las olas, se yergue el monte Siluro122 con su alta cumbre.

A continuación sobresale una peña enorme123, que se [435] adentra en la profundidad de la mar. Una pineda, en otros tiempos frondosa, le dio nombre en griego; y el litoral se abaja hasta el santuario de Venus y el cabo de Venus124. Asimismo en esta costa se alzaron antaño numerosas ciudades y abundantes grupos de fenicios controlaron antes estos [440] lugares. En cambio, ahora, este territorio, ya solitario, despliega simples arenales inhóspitos y las campiñas, privadas de labriegos, se echan a perder y son un erial125. A partir del cabo recóndito de Venus puede contemplarse Herma126 en lontananza, en territorio libio, que antes he citado. La [445] costa se extiende aquí de nuevo, desprovista ahora de pobladores, en realidad, puros terrenos abandonados. Antiguamente también aquí se alzaron a la vista muchísimas ciudades y numerosos pueblos frecuentaron estos lugares. Después, el puerto Namnacio se arquea desde la profunda llanura marina, [450] próximo a la ciudadela de los masienos y al fondo de esta ensenada se alza con sus altas murallas la ciudad Masiena127.

Luego sobresale el promontorio de Trete128 y, al lado, se halla la insignificante isla Estróngile129. Acto seguido, en los [455] aledaños de esta isla, una laguna de enorme amplitud ensancha sus riberas130. Allá el río Teodoro131 (y no te sorprendas de oír en un paraje sin civilizar y bárbaro un nombre en la lengua de Grecia) desemboca lentamente. Los fenicios fueron [460] los primeros en habitar estos lugares.

De nuevo se extienden desde aquí arenales por la costa y tres islas132 circundan en toda su amplitud esta costa. Aquí en tiempos pasados estuvo la frontera de los tartesios133, aquí existió la ciudad de Herna134. El pueblo de los gimnetes se había aposentado en estos parajes135. Ahora, en cambio, [465]abandonado y desploblado desde hace tiempo, el río Alebo corre rumoroso sólo para sí136.

Tras todo esto, en medio del oleaje se halla la isla Gimnesia137, que traspasó este antiguo nombre a la población que la habitaba, hasta el cauce del río Cano138, que los regaba; y a partir de allí se extienden las islas Pitiusas, y las lejanas [470] siluetas de las islas Baleares139.

Enfrente, los iberos140 extendieron su poder hasta el macizo de Pirena141, situados espaciosamente a la vera del mar Interno. La primera de sus ciudades en levantarse es Ilerda142. [475] Después, la costa se extiende en yermos arenales. También aquí estuvo habitada en otro tiempo la ciudad de Hemeroscopio143 hoy ya tan sólo un campo deshabitado bañado por lánguidas aguas. Se levanta luego la ciudad de [480] Sicana144; así la llaman los iberos por el río cercano. Y no lejos de la separación de este río, el río Tirio rodea la ciudadela de Tiris145. Y por la parte en que la tierra se adentra lejos del mar, la región ofrece una extensa superficie cubierta [485] de maleza a lo largo y ancho. Allá los beribraces146, pueblo salvaje y feroz, vagaban en medio de abundantes rebaños de ganado; y, alimentándose a duras penas de leche y queso graso, sobrevivían al modo de las fieras.

[490] A continuación, el cabo de Crabrasia147 se destaca a lo alto y el litoral se prolonga desnudo hasta los límites de la despoblada Querroneso148. Por estas costas se extiende la marisma de Nácaras149; tal es, pues el nombre que la costumbre dio a esta marisma; y en medio de la laguna sobresale [495] una pequeña isla, fecunda en olivos y por ello consagrada a Minerva. En los aledaños hubo muchísimas ciudades: en efecto, aquí estuvieron Hilactes, Histra, Sarna150 y la insigne Tiricas151; nombre antiguo el de esta ciudadela y enormemente famosas fueron las riquezas de sus habitantes por las costas del mundo, pues, además de la fertilidad [500] de sus campos, merced a la cual la tierra cría ganados, viñas y los dones de la rubia Ceres, se transportan mercancías foráneas por el río Ebro.

Al lado, un monte puntiagudo152 alza su soberbio cabezo y el río Óleo153, surcando las campiñas cercanas, se desliza [505] por entre los dos picos de unas peñas. Enseguida, de hecho, el Selo154 (tal es el nombre antiguo de este monte) se remonta hasta las nubes excelsas. A su vera se hallaba, en [510] épocas pasadas, la ciudad de Lebedoncia155, ahora tan sólo un simple campo despoblado, lleno de madrigueras y cubiles de fieras.

Después de todo esto se despliegan unos arenales durante muchísimo trecho, por los que antiguamente estuvo la ciudadela de Salauris156 y en los que, también en otros tiempos, [515] existió la primitiva Calípolis157, aquella famosa Calípolis, que por la elevada y enhiesta altura de sus murallas y los remates de sus techos se alzaba a los aires; la que, con la amplia extensión de sus hogares, abarcaba por los lados una bahía siempre rica en peces. Luego, la ciudadela de Tárraco158 [520] y el deleitoso emplazamiento de las ricas Barcilonas159, pues allá un puerto despliega brazos seguros y la tierra está siempre irrigada por aguas dulces.

Después se extienden los rudos indigetes160; pueblo este [525] inculto, pueblo intrépido en la caza y habitante en guaridas. Luego, el cabo Celebándico161 alarga la mole de su silueta hasta entrar en la salada Tetis. Que aquí estuvo la ciudad de Cipsela162 es ya tan sólo un recuerdo, pues el escabroso suelo no conserva ningún vestigio de la ciudad primitiva. Allá se abre un puerto en un golfo enorme y el mar se mete anchamente en la tierra arqueada163.

Tras esto, se alarga la costa indicética, hasta el extremo de la sobresaliente Pirena164. Después de aquel litoral, que dijimos se extendía un trecho en ligera pendiente, se destaca [535] el monte Malodes165, donde entre las olas sobresalen dos escollos166 y sus dos cimas se alzan a lo alto de las nubes; en medio de ellos, por otra parte, se halla un puerto holgado y la llanura marina no está sometida a ningún viento; pues las cumbres de los peñones, con sus escolleras por delante, [540] ciñen a lo largo y ancho todos los flancos y entre los roquedales el abismo marino se resguarda tranquilo, reposa la mar, el piélago permanece inmóvil en su encierro.

Luego sigue la marisma de Tono167, a los pies de unos montes, y se alza el macizo del peñón Tononita168, a través [545] de los cuales el rumoroso río Anisto169 hace correr el caudal espumeante de sus aguas y corta el mar salado con su oleaje. Esto es lo que hay junto a las olas y las saladas aguas.

En cambio, todo el territorio que se aleja del profundo [550] abismo marino, lo poseyeron los ceretes y, antes, los duros ausoceretes170, que ahora, bajo el mismo nombre, son uno de los pueblos iberos.

Luego, en fin, el pueblo sordo171 habitaba en parajes intrincados [555] y se extendían hasta llegar al mar Interno, por donde se hallan las cumbres de Pirena, rebosantes de pinos; vivían en medio de guaridas de fieras, dominando en un amplio sector no sólo campiñas sino también el abismo marino. En los confines del territorio sordiceno se dice que en [560] otro tiempo hubo una ciudad172, en las laderas de Pirena, de hogares prósperos y que aquí los habitantes de Masilia173 iban y venían frecuentemente haciendo negocios. Pero hasta Pirene, desde las Columnas de Hércules, desde el abismo marino Atlántico y el límite de la costa del Céfiro, una nave rápida tiene una carrera de siete días174. [565]

Tras el macizo del Pirineo se extienden los arenales del litoral cinético175, a los que surca a lo largo y ancho el río Roscino176. Esta región pertenece, como hemos dicho, al territorio sordiceno. Aquí se extienden una laguna y un pantano de gran amplitud sin duda, al que sus habitantes llaman [570] Sordice177.

Aparte las aguas rumorosas de este enorme abismo marino (pues, a causa del amplio perímetro de sus extensas riberas, es frecuente que se agite bajo los vientos que lo baten), desde esta misma laguna brota el río Sordo178 y, de [575] nuevo, desde las desembocaduras de este río [***]179 Luego, la costa se curva por el profundo mar y el terreno forma hondonadas a causa del desgaste que sufre; comienza bruscamente un oleaje de más cuidado y se despliega la enorme [580] mole de un abismo marino, en el que se encuentran tres islas de gran envergadura y la mar se derrama por entre sus recias roquedas180.

Y no lejos de esta ensenada, se abre un segundo golfo de terreno quebrado y abarca con sus aguas profundas cuatro [585] islas (a todas ellas según una antigua costumbre se las llamó Piplas181 ). El pueblo de los elesices182 dominaba primitivamente estos lugares y la ciudad de Naro183 era la cabeza más importante de este reino fiero. Aquí el río Atago184 [590] irrumpe en el salado llano del mar. Y después, cerca de aquí, la laguna de Hélice185. Luego, una tradición antigua nos ha transmitido que aquí estuvo Besara186. Ahora, en cambio, el río Heledo187 y, asimismo ahora, el río Orobo188 serpean atravesando campiñas desoladas y montones de ruiñas, [595] señales de un florecimiento primitivo. Y no lejos de estos ríos, el Tirio189 desemboca turbulento en la profunda mar [***] Rumoroso el caudal [***]190 Jamás se levantan las volutas de las olas y la serenidad de Alcíona191 se tiende [600] permanentemente sobre el abismo marino.

La cima de esta roqueda se prolonga enfilada hacia aquella prominencia llamada Cándido192, como ya dije. Cerca se halla la isla Blasco193 y su territorio se alza del salado mar ofreciendo una figura redondeada. En tierra firme y entre [605] las cumbres de los macizos que se elevan, se despliegan a continuación las lomas de un suelo arenoso y se prolongan unas costas desprovistas de habitantes. Después, el monte Setio194 yergue esbelto su macizo, también cubierto de pinos. La cadena del Setio, alargando sus estribaciones, alcanza [610] al Tauro195, pues los indígenas llaman Tauro a un pantano cercano al río Orano196, cuyo cauce delimita el territorio ibero de los fieros ligies197. Aquí se encuentra la [615] ciudad de Poligio198, de caserío bastante escaso y con pocos habitantes.

Luego, la aldea de Mansa199, la ciudadela de Naustalo200 [620] y la ciudad [***] y en su planicie marina desemboca el río Clasio201.

En cambio, la región ciménica202 se aparta lejos de las aguas saladas, abarcando una gran extensión de terreno y cubierta de bosques; de frente se halla el que le da nombre, [625] un monte de lomas elevadas. El Ródano203 al fluir erosiona la raíz de sus estribaciones y sus aguas se deslizan errantes por entre el macizo rocoso de este imponente monte. Los ligures204 se diseminaron a lo lejos, desde la mole y pedriza de este macizo rocoso del Setio, hasta el oleaje del mar Interno.

[630] Pero este paraje casi reclama que te exponga explicaciones más amplias acerca del curso del Ródano. Tú procura soportar, querido Probo205, la lentitud interminable de mi pluma; pues te hablaré, en efecto, sobre el nacimiento de este río, sobre el deslizarse de sus turbulentas aguas errantes, [635] qué pueblos baña con sus aguas, qué provecho queda para la población ribereña y las diferentes bocas de sus desembocaduras.

Los Alpes206 yerguen su cresta nevada a las auras por el punto del nacimiento del sol y sus pendientes rocosas hienden los labrantíos de la tierra gala y por efecto de las tempestades [640] los vientos siempre son de ventisca. Ese río se derrama brotando desde la boca de una gruta abierta, con ímpetu feroz surca las campiñas y es navegable justo desde el nacimiento de sus aguas y su primera fuente207. En cuanto al lado por el que se yergue este macizo, que hizo nacer el [645] río, sus lugareños lo llaman Columna del Sol208, pues su cumbre se alza hacia las nubes tan alto que el sol del mediodía no puede verse desde la parte contraria del macizo, cuando se aproxima a los confines septentrionales para volver [650] a llevar la luz del día. Pues tú sabes que la opinión de los epicúreos209 fue la siguiente: que el sol no es abatido por el ocaso, que no penetra en ningún abismo marino, que no se esconde nunca, sino que recorre el universo, que sigue una trayectoria oblicua por el cielo, reanima las tierras, sustenta [655] con el pábulo de su luz todas las hondonadas, en tanto que a unas regiones concretas les es negada la antorcha resplandeciente de Febo; [Resi ***]210 Cuando el sol ha cumplido [660]la trayectoria del mediodía, cuando ha declinado su luz por la zona del Atlántico, para llevar su fuego a los remotos [665] hiperbóreos211 y desplazarse al orto aquemenio212, gira siguiendo una trayectoria curva hacia sectores determinados del espacio y rebasa la meta; y cuando niega su fulgor a nuestra mirada, la noche obscura cae rápida desde el cielo y unas tinieblas sombrías cubren al punto nuestro mundo. [670] Entonces, por el contrario, la luz nítida del día alumbra a aquellos que viven congelados en el septentrión, situado más arriba. A la inversa, cuando la sombra de la noche alcanza de nuevo a las Osas, nuestra especie entera vive un día espléndido.

Serpea el río desde su origen atravesando los tilagios, [675] los dalitemos, los sembrados de los clahilcos213 y la campiña leménica214 (palabras muy ásperas y todas chocantes al oírlas por primera vez, pero, sin embargo, no se te deben silenciar, dada tu aplicación y nuestro interés); se expande, [680] después, en diez meandros mediante el zigzagueo de sus aguas turbulentas; a continuación, se mete en una laguna profunda, según afirma la mayor parte de los autores; un enorme pantano, que una antigua usanza de Grecia denominó Acción215, distribuye sus aguas rápidas por la llanura de [685] esta laguna, y volviendo de nuevo a brotar y estrechándose a modo de los ríos, fluye acto seguido hacia las agitadas aguas del Atlántico, orientándose hacia Nuestro Mar y hacia occidente, y surca extensos arenales mediante cinco desembocaduras216.

Allá se levanta la ciudad de Arelato217, llamada Teline [690] en tiempos pasados, mientras la habitaban los griegos. Muchos motivos nos han impulsado a relatar largo y tendido curiosidades sobre el Ródano, pero nunca nuestro ánimo se doblegará hasta asegurar que este río delimita Europa y Libia, bien que el anciano Fileo218 diga que esto era lo que [695] creían sus habitantes. Despreciemos y burlémonos de esta ignorancia bárbara; y tildémosla con un calificativo apropiado. Una nave emplea en la travesía dos días con sus noches219.

A partir de aquí se halla la raza de los nearcos220, la ciudad [700] de Bergine221, los terribles salies222, la primitiva ciudadela de Mastrabala223, marismas, un promontorio que alza sus lomas, llamado Cecilistrio224 por sus habitantes. Y, en fin, la propia ciudad de Masilia225, cuyo emplazamiento es 705 como sigue: de frente se extiende una ribera; un camino226 apenas viable se abre entre las olas; el torbellino marino baña sus costados; una bahía arrulla a la ciudad y un oleaje extenso acaricia la ciudadela y su extendido caserío. La ciudad es casi una isla y la mano del hombre hizo que toda la [710] llanura marina inundara la tierra, y el esfuerzo tenaz de sus fundadores, con su talento, logró vencer ya en el pasado el contorno de estos parajes y el perfil natural de sus tierras. Si te agrada substituir estos nombres primitivos por estos otros recientes [***]227.