INTRODUCCIÓN
1. LA DESCRIPCIÓN DE AVIENO Y SUS CORRESPONDENCIAS CON LA DE DIONISIO DE ALEJANDRÍA
El poema, una traducción de la Periegesis de Dionisio de Alejandría1, llamado después Periegeta, consta de 1.394 hexámetros dactilicos donde se compilan conocimientos geográficos, físicos y políticos, en realidad de tiempo de Dionisio (¿época de Adriano?), pero ampliando un tanto el original2 —en 206 versos; el griego tiene 1.185 hexámetros, por lo que podría decirse que mantiene unos límites comedidos—. De hecho, frente a su actitud, más libre, en los Fenómenos, en la Descripción parece que su traducción pretende ser más exacta —tal vez porque aquí no contaba con otras versiones latinas anteriores; Prisciano lo traduciría después—. Como en el caso de los Fenómenos de Arato, estableceremos las correspondencias entre la Descripción de Avieno y la obra de Dionisio y el esquema permitirá advertir que, como las Costas, corresponde perfectamente al estilo de los Periplos, si bien lo sobrepasa: acaba por ser un esquema de geografía descriptiva:
2. LA TRADICIÓN GEOGRÁFICA GRIEGA Y ROMANA. REPRESENTACIONES ICONOGRÁFICAS
También para entender mejor la Descripción y las Costas hay que comprender el carácter de los conocimientos geográficos que había en la Antigüedad y cuando Avieno decidió traducirlas. Como ciencia, la geografía no fue propiamente independiente nunca, pues estuvo ligada, ya desde sus orígenes a la historia, a la astronomía, a la filosofía y hasta a la literatura. La propia palabra —del griego gê, «tierra», y gráphein, «delinear», mejor que «escribir»—, alude a sus comienzos como un bosquejo o dibujo de la tierra conocida y su relación con la población, lo que los mismos griegos llamaban oikuménē. Pretendía un estudio razonado y científico de la Tierra y sus características relacionado con la vida del hombre, esto es, el aspecto de la superficie frente al interior, que pertenecía ya a otra ciencia, la geología3. La geografía tan sólo se interesaba por la meteorología, la hidrografía y la oceanografía, la orografía (el estudio, sin profundizar en ello, del relieve terrestre de los macizos montañosos considerados como ejes), la etnografía y antropología, sin desdeñar las referencias botánicas y zoológicas ni los apartados regionales. Su desarrollo, un resumen de siglos de esfuerzos y aportaciones4, podría dividirse en tres grandes etapas.
Los comienzos de la geografía pre-homérica, o micénica, y homérica se limitaron a conocimientos escasos y centrados en el ámbito griego del Mediterráneo, y estuvieron muy ligados a una formulación a base de leyendas mitológicas del tipo de los viajes de Ulises, el periplo de los Argonautas, etc. En rigor, el motor que pone en marcha la geografía griega, como tal, es el proceso de colonización (entre el 800 y el 600 a. C.), que comenzó hacia el oeste, por el Adriático, la desembocadura del Po y el golfo de Tarento; luego, Sicilia, desde donde saltaron al sur de la Galia —Marsella y un cúmulo de pequeñas factorías—; de aquí, a la costa hispana, donde Emporion (Ampurias) y Rosas serían la cabeza de puente de una helenización de todo el litoral oriental hasta contactar con Tarteso5. Una vez en este punto, toparon con los intereses cartagineses y los proyectos griegos de exploración se tomaron entonces hacia las costas y países del Mediterráneo oriental. Importante, por sus repercusiones, es la singladura que hacia el 520 a. C. realizó el cartaginés Himilcón por el Atlántico norte en búsqueda de minerales, estaño en particular; largo viaje tras el cual se establecieron unas rutas comerciales estables con las tierras nórdicas, productoras de estaño, como Avieno recoge6. No fue, sin embargo, el único caso de exploración7. De esta actividad durante dos siglos se deriva que los capitanes griegos puedan ser considerados como pioneros en el desarrollo geográfico en cuanto que fueron acumulando datos, en principio puramente técnicos, para su seguridad en la mar y su mejor recuerdo: rasgos y marcas de la costa, cabos, ensenadas, desembocaduras de ríos, montañas, etc.; en resumen, toda la línea o perfil de la costa. Una variada serie de datos, ampliada progresivamente con observaciones etnográficas, que acabó por generar unos informes con caracteres ya literarios, pues fueron versificados con intenciones didácticas para su mejor memorización: los Periplos o «singladuras en tomo (a la costa)», de los que se conservan varios de los muchos que se redactaron: el de Eutímenes, hacia el 530 a. C.; el de Hannón, por Asia y África; el Periplo del mar Interior de Escílax de Carianda; el del Pseudo-Escílax, que redactó otro sobre el Mediterráneo y el Ponto Euxino, etc.8.
La formación de la geografía como ciencia corresponde a los jonios, que la relacionaron con la filosofía. El primero en intentar trazar un mapa de la Tierra habitada, la oikuménē, parece haber sido Anaximandro de Mileto, en la primera mitad del s. VI, constituyéndose después en eje de la investigación cómo representar con exactitud el mundo conocido en un mapa o un globo. A Hecateo de Mileto se le considera su fundador (hacia el s. V a. C.), al darle forma literaria con su Periegesis sobre Europa y Asia. Fueron los filósofos y científicos jonios los que plantearon el presupuesto de la esfericidad de la tierra9 —demostrado cuando Aristóteles lo formuló científicamente, junto con el principio de la atracción, el factor que mantenía el equilibrio del cosmos10—, que antes se consideraba como un disco o placa que flotaba en el agua, totalmente rodeada por el océano y habitada de manera proporcionada —esta es su primera representación, de origen pre-indoeuropeo—; se creó así la geografía física. A mediados del s. v a. C. Heródoto, aunque desde el punto de vista de un historiador, revisó toda la geografía jonia, clasificando la oikuméne en continentes y regiones: su concepción geográfica es la descripción de zonas espaciales combinadas con observaciones etnográficas. Para él un geógrafo no sólo tiene que reseñar itinerarios, sino también describir poblamientos, características del clima, etc. —el espacio físico relacionado con el hombre—. El último representante de esta geografía jonia fue otro historiador, Éforo, que, en la segunda mitad del s. IV a. C., le reservó los libros IV y V de su Historia. El ya citado Eudoxo de Cnido planteó la relación entre la astronomía y la geometría-cartografía, componiendo una Descripción de la Tierra.
La época helenística supuso la segunda etapa. Piteas redactó una Descripción de la Tierra o Sobre el Océano, después de una exploración que, hacia el 330, realizó desde Gibraltar hacia el norte (Irlanda, Gran Bretaña, etc.), con un cúmulo de datos e informaciones de importancia. Tras las campañas de Alejandro los griegos comenzaron a internarse por África y Asia. Con Dicearco, a fines del s. IV a. C., cobró cuerpo la geografía de base matemática: su Descripción de la Tierra, que revisó la cartografía conocida, calculó la medición del globo terrestre a partir de métodos astronómicos y geométricos. Eratóstenes en sus perdidas obra11, conocidas por medio de Estrabón, a pesar de sus cálculos astronómicos para determinar la latitud, chocó, como todos, con el problema de las longitudes. Pero fue el que dio al término geografía, antes reservado para los proyectos cartográficos, el sentido actual de la palabra.
La tercera y última fase vendría representada por la geografía descriptiva o corografía, merced a la ampliación de conocimientos sobre Occidente que supuso la expansión romana, junto con nuevos contactos con la India y el lejano oriente a través de rutas comerciales. El astrónomo Hiparco redactó una Memoria contra Eratóstenes, de la que se conservan tan sólo fragmentos en Estrabón; aportó un rigor científico general, sobre todo en el cálculo de la latitud y longitud; dividió el perímetro terrestre en 360°; determinó el valor del grado de meridiano en 700 estadios, y clasificó las zonas terrestres por la duración de los días, a base de siete climas12, etc., de manera que podría considerarse el eslabón más importante en la cadena científica. El historiador Polibio (208-126 a. C.), que, acompañando a Escipión Emiliano, recorrió Italia, Galia, la costa africana e Hispania, incluyó todas sus detalladas observaciones geográficas sobre ella en su Historia (libro XXXIV). Recogió, también, las mediciones de las costas del Mediterráneo13 y recopiló todos los datos concretos que pudo sobre cada zona. Asimismo fue importante para España Artemidoro de Éfeso (hacia el 100 a. C.), que recorrió la Península, desde Gades al cabo de San Vicente, el norte de África y otras zonas del Mare Nostrum. Quiso renunciar a las graduaciones astronómicas para fijarse sólo en mediciones itinerarias, con datos etnográficos y descriptivos de ciudades y costas, y datos de navegantes, continuando el género literario de los Periplos, para enlazar con la geografía romana. Posidonio (hacia 135-50 a. C.), que visitó también España (Gades), Galia e Italia, compuso una Continuación a Polibio y un Sobre el Océano, conservados sólo fragmentariamente en Estrabón. Llevó a cabo una medición de la Tierra; elaboró una teoría de las mareas, y estudió los movimientos sísmicos y los volcanes —por lo que se le considera el fundador de la vulcanología—. Pero, en particular, se dedicó al estudio de la red hidrográfica, del sistema montañoso y del perfil costero de España. Consideraba la red viaria como un eje vital que correlacionaba y vertebraba ciudades y poblaciones: describió la ruta de Italia a Gades —la antigua Vía Domicia, luego reparada y rebautizada como Vía Augusta—, y observó que toda estructura de civilización podía ser alterada mediante la acción bélica. Del también citado Ptolomeo cabría destacar su cálculo de latitudes14.
En cuanto al período romano, su tendencia práctica, ya observada a propósito de la astronomía, con el interés económico y militar que llevó a la exploración minuciosa de amplias regiones de Europa, Asia y África, hasta el Océano Índico, se manifestó en la geografía por su inclinación a inventariar y redactar listas, más que a componer tratados o estudios científicos. Es significativo que siga siendo un griego, Estrabón (64 a. C.-23 d. C.), el mejor notario de la realidad de su tiempo: viajero por varios países y zonas del Mediterráneo, en su monumental Geografía pasó revista al mundo conocido y aportó una definición de la geografía conforme a los postulados modernos. En el libro dedicado a Hispania (III), recogió una documentación que correspondía a épocas distintas, anteriores a la suya, como la de Posidonio. Entre los innumerables autores de menor importancia, habría que citar al ilustrado y romanizado Juba II de Mauritania, protegido de Augusto —al que Avieno recuerda en sus Costas (vv. 275-283a)—, autor de unas Arábigas sobre la costa del Mar de Omán, el golfo Pérsico, Arabia, Mar Rojo, etc.; y unas Líbicas, sobre su propio país. Hubo, además, obras anónimas, como el Periplo del mar Eritreo, básico para la reconstrucción de las relaciones comerciales.
Pero, aunque la aportación romana fue, sobre todo, cartográfica, hay que contar con geógrafos como Pomponio Mela, español de época de Claudio (41-54 d. C.), que redactó en tres libros una Corografía, o geografía descriptiva, a partir de la información de otros autores, más que de su propia investigación in situ, logrando, sin embargo, un excelente resumen —hoy diríamos «un buen manual»—. Plinio el Viejo, ya consignado por su interés astronómico, dedicó también una parte de su Historia Natural a estos estudios (libros I y III-VI), compilando en el tercero toda la información sobre Hispania. Séneca, en sus ya mencionadas Cuestiones Naturales, recogió observaciones geográficas relevantes: «Sobre las aguas» (en el libro III); «Sobre el Nilo» (en el IVa); «Sobre el viento» (en el IVb) y «Sobre el terremoto» (en el VI). También merece ser citado, como buen representante de una geografía que dependía de la historia, Tácito (55-120 d. C.), que en la Germania y el Agrícola, redactados hacia el 98 a. C., recoge información geográfica valiosa sobre Germania y Britania. A partir del s. III, con una crisis generalizada en todo el Imperio, sin lugar ya para los estudios geográficos, ni, en realidad, para ninguna otra ciencia, aunque fuera aplicada, se recurre a compilaciones y guías itinerarias, de ciudades y distancias. En este contexto hay que situar a Avieno y a Prisciano (s. IV), destacados traductores —más que autores—, cuya obra, curiosamente, se conservó, en tanto que muchas otras, sin duda de mayor importancia, se perdieron o conservaron sólo en fragmentos recogidos por otros autores.
Un último aspecto ligado al mismo comienzo de la geografía es la confección de mapas. Las descripciones de la Tierra anteriores al s. IV a. C. debían llevar adjunto siempre un mapamundi, que, aunque imperfectos, contenían elementos correctos en su diseño. El método de trazado fue geométrico y puede señalarse a Anaximandro de Mileto (s. VI a. C.) como el primero en realizar uno; luego sería corregido por Hecateo de Mileto, Demócrito de Abdera y Eudoxo de Cnido. También debieron construirse globos terrestres, de mayor dificultad; de hecho, no se cita al primer fabricante sino hasta el s. II a. C.: Crates de Malos.
Fue mérito de Eratóstenes realizar un ensayo de proyección científica —la llamada «escenográfica»—, a base de representar la Tierra como si se contemplase a una distancia determinada sobre la línea de intersección de los paralelos y del meridiano medio; y la trazada sobre el paralelo medio de Rodas, con longitudes contadas desde el meridiano de Alejandría15, la «plana», se consideró modélica —luego la técnica fue perfeccionada por Hiparco con las proyecciones orto-y estereográfica—. La confección de mapas fue aumentando hasta el punto de que en los pórticos de algunas ciudades se ofrecían a la vista de los ciudadanos al modo de grandes murales. Así, ya entrada la República, en que las compilaciones de itinerarios eran necesarias para el mantenimiento y control de la administración provincial, por razones militares, fiscales, o de puro recreo, César tuvo la intención —y lo llevó a cabo Augusto—, de realizar un estudio estadístico general de todas las provincias, conocido como Breviarium Imperii, para lo que se necesitaba una gigantesca obra de medición de todo el Imperio; ejecutada por cuatro especialistas, en unos veinte años de trabajo, con sus conclusiones se redactó un informe, los Comentarios de Agripa, y se trazó un mapa de gran formato que, acabado hacia el 7 d. C. y expuesto en un pórtico de Roma16, ejercería gran influencia. Estos mapas generales y particulares, que suponían una iconografía de gran impacto propagandístico, fueron muy corrientes entre los romanos como muestran Propercio17, Vitrubio (VIII 2) —que diferenciaba los mapas en sí (picta, «pintados») y la explicación (scripta, «escritos»)—, Varrón18 y Plinio el Viejo (XII 8). Por su fragilidad no se conserva ninguno; sí quedan, en cambio, algunos itinerarios, como los llamados Vasos de Vicarello —una lista de paradas o posadas, las antiguas mansiones romanas, grabada en unos vasos votivos a Apolo, que recogía la vía de Gades a Roma, la primitiva vía Domicia, a la que ya nos referimos—, el Itinerario de Antonino y la Tabla de Peutinger19.
3. EDICIONES
Todas las ediciones de la Descripción posteriores a la princeps20 quedaron superadas definitivamente por la de P. Van de Woestijne, La «Descriptio orbis Terrae» d’Aviénus, Édition critique, Brujas, 1961; en ella nos hemos basado para la traducción, como ya hemos indicado en la Introducción General.
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