LOS FENÓMENOS DE ARATO

Proemio

Júpiter1 es el que me indica el tono de este poema: bajo el amparo de Júpiter abandono las tierras, la inspiración de Júpiter me abre las alturas del espacio, vamos a las estrellas con el consejo de Júpiter, bajo el auspicio de Júpiter se halla el cielo y por mandato de Júpiter desvelo el espacio sideral a los mortales.

Allí está la residencia, allí está la morada2 del Padre [5] primigenio. Él es el principio del movimiento generador3, él es la energía del rayo fulgurante4, la vida de los elementos5, el calor del universo, el fuego del éter, el vigor de los astros, la esencia eterna de la luz, el número de la [10] armonía excelsa6. Él es el aire ligero y la pesada amalgama de la materia, la savia de los cuerpos procedente de las alturas del cielo, el nutrimento de todas las cosas, flor y llama del alma7, el que horadando canales que corren por diferentes lados en el sólido núcleo del magma originario, se esforzó en colmar las arterias con su amor a raudales8, [15] para darle la consistencia de un código propio. Fue él quien infundió el calor, a fin de que el cosmos fuera capaz de cohesionar los átomos disgregados. Con justicia una escondida voz lo ensalza primero, luego y después; ya que fuertemente cohesionado consigo mismo por doquier y sosteniéndose en sí mismo por ambos lados9, es uno sin [20] alteración, promotor de toda actividad, creador del amor que le es propio y, de cierto, el padre sacrosanto del universo10. Él hizo añicos con su luz la profundidad del vacío; él fue el primero que disipó las ataduras de las tinieblas y, siendo él el propio padre de la realidad, dio cohesión a las partículas en suspenso; él situó los átomos dispersos en sus emplazamientos precisos; él otorgó figura a los elementos [25] disgregados; él imprimió color a la materia e, imbricado en los dos sexos11 y dado que, de igual modo, posee una doble duración12, al observarlo a un tiempo todo, provee a los seres de sexo alternativamente. Él es el artífice de la naturaleza y es el que la nutre; rey del mundo, potestad excelsa del éter y del Érebo13, inclinación indolente [30] del nodo14, distinción legítima de dioses incompatibles15, cuya obra postrera es la tierra; suyas son las ígneas luces establecidas espaciosamente: el Sol y su Hermana, a fin de que aquel difunda el fulgor resplandeciente que se derrama por el día y ella desgarre los celajes tenebrosos de [35] la noche mediante su antorcha llameante. Y, como Padre, no falta ni por un momento a las creaturas que ha engendrado: ese hermoso ciclo del año, según el cual la tierra se adormece bajo el hielo espeso, la primavera sonríe por las besanas apacibles, el estío polvoriento abrasa de sed los labrantíos y regresa la pesada granazón del otoño fecundo16. [40] Bajo su guía nos desplazamos por el oleaje del encrespado abismo marino, siguiendo sus enseñanzas roturamos el suelo con los pesados arados. Él determinó la magnitud de las constelaciones, él infundió hermosura a la [45] creación; en medio de las tinieblas él se desliza por las entrañas del espacio y, todopoderoso para engendrar, vivifica los miembros eternos.

Por último, para que los corazones no se hundieran en una decadencia prolongada, para que la conciencia, perdido el recuerdo del nacimiento del mundo, no generara insensiblemente ideas despreciables, sin arrobarse jamás a los orígenes de la fuente eterna, de la cual, como un torrente de [50] rápido curso, al que la naturaleza, acuciante, urge, deslizándose sin cesar, brotan las almas prestas a precipitarse hacia nuestros cuerpos y se entrelazan en serie por el espacio17; él fue el que, por vez primera, orientó la vara del anciano de Cnido18 hacia los astros y enseñó a un mortal hablar de la bóveda celeste de los dioses: ¿por qué el Caparazón19 obliga a dar la vuelta a los fuegos de Hiperión20 ante el regreso del otoño?, ¿por qué bajo el helado Capricornio el solsticio de [55] invierno desata el melancólico yugo del año cuajado de escarcha?, ¿por qué Libra y el rápido Aries, ya en el ecuador de la masa celeste21, igualan la extensión de la luz del día y por qué la duración de la húmeda noche?, ¿en qué sector el [60] polo más elevado, merced a su alto eje, no toca las aguas azulinas de Tetis22?, ¿qué polo queda oculto inclinándose en el eje umbroso, y por qué unos astros23 errantes se desplazan por trayectorias a la deriva? Cuestiones estas que, una vez más, el mismo Júpiter otorgó al talento y al estro del poeta de Solos24 propagarlas mejor, de modo que la Musa, [65] habitante del monte Tauro25, se precipitara sobre los campos cecropios y aonios26.

También a mí ahora una inspiración semejante me incita a difundir en verso las estaciones en que conviene roturar las tierras con los recios azadones, cuándo largar el velamen de lino al mar, donde las velas vuelan, y cuándo podar la [70] cabellera de Lieo27, coronado de pámpanos. ¡Oh, divinidades del santuario del Parnaso28, a quienes ya conozco!, ¡oh, Camenas29, de quienes siempre me cuidé a lo largo de tantas ocupaciones! Me agrada alzar ya la mirada a lo alto del [75] cielo y abrir a mis ojos una senda por entre las estrellas. Un dios más importante, más grande de lo acostumbrado, guía mi inteligencia; la extensa Cirra30 se me franquea y el Helicón31 me inspira desde todas sus cavernas.

Cielo, ejes, potos

A todos los astros, cuyas llamas radiantes esmaltan el espacio, los guía la Noche y, como si se hallaran fijos, son arrastrados por la rotación del firmamento. Pero, no obstante, no debe considerarse que todos se regulan según el sistema de las constelaciones: [80] un grupo se encuentra privado de catalogación y de renombre. En todos brilla el fuego y a todos les refulge su ígnea cabellera con resplandeciente centelleo, pero como no todos están encuadrados de acuerdo con figuras de luz precisa, sucede entonces que sobra una multitud de estrellas fuera de las constelaciones32. Y hete aquí que la maquinaria del cosmos, dotada de movimiento, va rotando sobre sí misma y la inercia de su propio peso arrastra al firmamento. Pero el eje no va incluido en la rotación de la esfera celeste, como un punzón en el que girara un disco movedizo: permanece quieto siempre y, sutil, horada en lontananza las entrañas augustas del cielo y sostiene la mole de la tierra por su centro. No lo inmutan ni la duración del día, ni la carrera de la bóveda celeste hacia el ocaso, ni lo remueve de su emplazamiento esfuerzo alguno, pues, una vez encajado, quedó fijo y permitió que toda la creación se desplace en tomo suyo. Asimismo, en cada extremo del eje se halla un polo diferente: uno se alza a lo alto por encima del océano; el otro, sumergido bajo las olas, penetra hasta el [95] Érebo y permanece como cómplice del siniestro Dite33. Aquí el noto es soberano, allá todo se encuentra helado por los terribles aquilones34 y el torneado eje rechina35 en su revolución doble. Uno es fácilmente visible, el otro en cambio se encuentra oculto y se hunde en las hondonadas de la sima infernal.

Osas

Pero en el sector en que la punta más elevada del eje abandona el oleaje [100] de la borrascosa Tetis36, repleto de cetáceos, fíjate cómo el firmamento alza las Osas sagradas. Tal es la denominación que dio el astrónomo de Cnido37 a este asterismo; mas en expresión ausonia38 acostumbramos a llamar a estos mismos animales Osas y Carros39: pues los relatos míticos dan en ver unas [105] osas y, por su aspecto, unos carros. El Padre todopoderoso a estas Osas40, habituadas antaño a la dureza de las cacerías en el valle boscoso del Liceo41, las trasladó al espacio y así las consagró en compensación por haberle arrebatado la flor de la virtud a la madre42. O también, según nos enseña otra leyenda, en el paraje en que Creta43 es batida por las olas, retumbando a lo largo y ancho bajo los cauros44 malsanos, [110] el mismo Júpiter, guardando buena memoria de los favores recibidos y para corresponderlas con una merced afectuosa, por haber salvado y vigilado su vida cuando, siendo aún un niño, se mantuvo escondido largo tiempo entre los toscos Curetes45 y las carracas de los peñascos dicteos46, después de salir vencedor, les concedió ascender al firmamento flameante; [115] son constelaciones47 que desconocen el mar salado e ignoran el ocaso nocturno y cobijan a los furiosos aquilones. Por otro lado, no presentan enfrentadas las cabezas o el pecho en un movimiento opuesto, sino que las figuras de estas Osas Licaonias48 pueden contemplarse en lo alto vueltas; sus plantas se hallan equilibradas con referencia al polo49, echadas sobre su espina y los lomos fulgentes de [120] llamas. Así, las nodrizas de Júpiter, Hélice y Cinosura50, vueltas por la cabeza y los hombros cerca del eje torneado del polo, ofrecen sin cesar señales de advertencia sobre las tormentas a punto de llegar. Pues es Hélice la que guía en alta mar a los griegos, en tanto que la pequeña Cinosura orienta a los tirios. Ninguna estrella encendería jamás su [125] antorcha primero, ni ninguna otra iniciaría antes su salida flameante, cuando el hijo de Titán51, sumergido ya su disco [***]52 y tiñe el dorso marino de Tarteso53 de un rubor tembloroso, antes que la Cretense Mayor54 saque sus llamas al despuntar la noche y muestre su rostro sagrado al firmamento. [130] La otra puede tenderse con su pequeña lanza por el espacio55, pero, con todo, es más segura para cuantos surcan la traidora planicie marina56. Pues cuando efectúa una vuelta completa en el eje del polo, no se muestra perezosa haciendo grandes giros ni, como si se hubiera removido por un [135] momento, se aparta de su trayectoria, ni reprime su lentitud deslizándose indolentemente: en fin, bajo tu guía, Cinosura, las quillas de Sidón57 surcan las aguas encrespadas con rumbo más certero.

Dragón

Acto seguido, entre ambas Osas de ilustre nombre, como ríos que se desligo zan [140] tortuosos, el Dragón58, cubierto de escamas, con una multitud de estrellas a su zaga se enrosca y rodea a las dos Osas con los curvos anillos de sus espirales. Y, como tales amplios anillos despliegan unos miembros que se extienden muy a lo largo, también a él lo encuadran por los Carros que compone el coro Licaonio59. Hacia la zona en que se halla la cabeza de Hélice, se desenrolla el último tramo [145] de este monstruo y apenas se aquieta60 la cola en ese sector del cielo. La otra Osa61 mete el extremo de su cabeza en el ámbito del pliegue de una espiral y, como cercada por el sinuoso Dragón, se recuesta, situando su lomo contra el lomo de la primera Osa. La Serpiente se enrosca frente a su hocico y, después de deslizarse rodeando ampliamente a la Osa hasta el final, regresa de nuevo a las cercanías de la [150] constelación más grande62. La estrella que engalana su cabeza con llamas especiales, no brilla sola63, ni solos están tampoco los incendios que enrojecen su cresta, antes bien un doble resplandor enciende las dos sienes peludas64 y los dos ojos65 echan ascuas bajo fulgores idénticos. Asimismo, [155] un fuego exclusivo arde en la barbilla66 y la propia silueta de la cabeza, inclinándose por un instante como si hiciera señal de asentimiento, se dobla y parece contemplar la cola de Hélice, hacia cuyo extremo, a muy poca distancia, se acercan por el espacio las fauces sibilantes [160] del Dragón, que se lanza hacia ella. Más aún, incluso por encima de estas fauces, colindantes con la punta de la cola, en la dirección vertical de una raya trazada gradualmente, se presenta una estrella cuyo fuego relumbra en la sien derecha y cuyas luminarias se inflaman retando a las llamas próximas. Pero puede observarse cómo se inclinan la cabeza y la coronilla de este asterismo, en posición muy oblicua, en esa zona del firmamento sagrado en la que el [165] Océano paternal, que renueva la fulgente aurora, abraza ocasos y ortos, regulados por el salado mar, y funde la doble separación que implican los dos límites alternos67.

Arrodillado

Después, si desde el Dragón cubierto [170] de escarcha dirigieras la luz de tu mirada hacia la bóveda celeste, para bajar luego los ojos hacia la zona del universo colindante, hacia el sector en que el círculo más elevado se desarrolla sobre un globo68, aparecerá al punto una figura parecida a alguien que estuviera realizando un esfuerzo69, de la cual antaño dijo Arato70 que carecía de nombre y también que quedó oculto el motivo de este esfuerzo. [175] En cambio sí que lo supo Paníasis71, cuya larga vida le valió desentrañar los principios ocultos tras serios estudios. Así, recuerda este autor que, bajo la férrea ley de un tirano sin control, el hijo de Anfitrión72, en plena flor de la [180] juventud, había llegado a los parajes de las Hespérides73, donde se esconden los secretos del mediodía y que había tomado con sus manos las manzanas de oro, vigiladas sin cesar por una guardiana ignorante de la suavidad del sueño, y después que esa guardiana, la serpiente propiedad de la madrastra de odio insaciable74, hubo sucumbido bajo los golpes del vencedor Hércules, aflojando los pliegues de sus espirales y la fortaleza de sus tenazas; así dicen que Hércules [185] sostuvo el peso de su corpulencia apoyándose en la rodilla izquierda75; de este modo cayó desmadejado, vencido por el esfuerzo, según se contaba. Pero cuando el Tirintio76 fue situado en el espacio y, ya en las alturas, se apoyó en el trono de su padre, entonces Júpiter, compadecido por la amargura de sus trabajos, le devolvió ese aspecto y permitió [190] que fuera contemplado en tal postura en el firmamento. Y he ahí que la propia mano77 del dios se alza dispuesta a descargar un fuerte golpe y, además, con la pisada del pie derecho aplasta las sienes inclinadas del moteado Dragón.

Corona Boreal

A continuación, allí donde se extienden las anchas espaldas de la constelación que se dobla sobre la corva y en la [195] que sus altos hombros yacen vueltos78, contempla cómo tremola la luz de Cnoso79 en llamaradas rutilantes. Resplandece ésta en recuerdo de un antiguo amor de Baco y testimonia ésta asimismo el aderezo honorífico de la cabeza de Ariadna80. Por tres veces la iluminan [200] tres luminarias81. Parte de la Corona se aproxima por debajo a la Serpiente82 en la zona en que el Dragón83, inclinando hacia la Osa sus fauces silbantes, y rechina bajo los vendavales del aquilón; la otra parte rota tras la espalda del Arrodillado y, como si estuviera pegada a éste, se revela a su vez mensajera de esa silueta agotada.

Ofiuco

Bajo la punta de la cabeza de tal silueta, [205] es decir, de la cabeza de la constelación Arrodillado, reconocerás al resplandeciente Ofiuco. La constelación de la divinidad de Trica84 se halla en pie, para el cual también los altares del santuario de Epidauro queman espeso incienso. Luego que los husos de las Parcas hubieron recorrido su trayecto de principio a fin, su última hora había sumergido a Hipólito85 en la Éstige y ya a través de las hondas tinieblas del Cocito y las negruzcas lagunas de [210] Dite, el conocido barquero Caronte transportaba los hados del hijo de Teseo. Pero, compadecido Asclepio del amargo castigo que suponía una muerte antes de tiempo y de las duras órdenes de Neptuno, hace salir de las lejanas honduras del Érebo los miembros ya rígidos y, revitalizadas de nuevo [215] sus entrañas por el calor del espíritu, como dios de la medicina, las hace volver a las orillas del mundo de los vivos. Pero el todopoderoso no toleró que a alguien engendrado por el linaje de Deucalión86 le estuviera permitido vencer las últimas disposiciones del destino y que el cupo de lana de las Hermanas87 se desarrollara en vano. Entonces, arrojando [220] inmediatamente los rayos de tres puntas desde lo alto del cielo y blandiendo sobre su cabeza los fuegos de la llama espacial, arroja, tras conducirlo a la muerte, al descubridor de esta medicina insolente al mundo de las sombras; pero en compensación, para consolar a su hijo Febo88 y compadecido del arduo destino de su nieto, ya fallecido, le ordena [225] alzarse entre las constelaciones en un movimiento nocturno. Así pues, ahí está Ofiuco89, con sus ardientes venas que se destacan; ahí se hallan sus miembros yertos, erguido en la gallarda postura del Serpentario, ahí está: sus hombros tremolantes despiden tales bocanadas de fuego que, cuando la luna resplandece con el disco lleno y mediante su impresionante [230] salida regula los períodos del mes, la luz que desprenden sus hombros serenos no se oscurece ni se marchita en absoluto. Por el contrario, en las manos no enrojece una llama semejante (pues estas extremidades difusas refulgen con una luz débil); pero con todo se las puede contemplar [235] enseguida, porque en sus extremidades brilla un fuego moderado. Aquella figura se alza con las dos manos entrelazadas por la Serpiente; Serpiente que se escurre después, flexible, de entre ambas manos y ciñe sus espiras en tomo a la cintura de Ofiuco, al que, firmemente plantado sobre los dos pies, sostiene el Escorpión, que extiende las entrañas de su [240] cuerpo a las dos bandas, con los ojos machacados y el moteado pecho comprimido. En los aires contiguos se desenrosca la Serpiente, en dos partes desiguales y desplegando volutas de distinto tamaño. Pues en el sector en que la mano derecha se aferra a la sinuosa Serpiente, ésta despliega el dorso muy cerca de su dueño90; en el otro sector, por el contrario, [245] se extiende muchísimo, deslizando a la izquierda su muy pesada corpulencia, y por la barbilla luciente, en la que se engarza una luz ígnea91, se inclina resbaladiza hasta las proximidades de la Corona de Ariadna. Tras la espiral contemplarás los brazos antaño temidos por el feroz Orión: en [250] efecto, ésa es la circumscripción asignada a las curvas Pinzas92, allá reptaron los cuernos en hoz del monstruo de Quíos93, demasiado carentes de luminarias estelares; pues su fuego es apagado, sus llamas se marchitan consumiéndose en hebras mortecinas.

Boyero

¿Qué estrellas hacen resplandecer a Calisto94, cómo inclina hacia adelante su [255] figura de fiera, sobre qué eje hace girar al firmamento alzando la antorcha de llamas siempre sin ocaso? [***]95 el Guardián de la Osa o Bootes, tal como lo cantaron los antiguos, que atestigua las célebres falsedades del tirano Arcadio96. Pero, aunque pareciendo acosar y amenazar, presione de cerca [260] enhiesto los lomos de Hélice, sin embargo, en ningún momento le está permitido abalanzarse a la carrera contra el Carro de su madre, recamada de estrellas, porque se halla en él la contaminación de un antiguo delito y es mantenido a raya por su culpabilidad en pasadas fechorías. No por eso deja de reverberar en todos sus miembros una luz de la mayor intensidad: arde una lengua de fuego sobre su cabeza, [265] brilla su mano derecha, que arde intensamente, los hombros despiden llamas, el pecho despide también llamas; pero por debajo, entre las dos piernas, allí donde éstas se prolongan juntas hasta los pies lucientes, una antorcha de luz más intensa parpadea en los aires y la constelación hierve, más ardiente por este rutilante astro. Tal es la ubicación sagrada [270] atribuida a Arturo; allí, donde un cinto de oro ciñe la parte superior de la clámide, se levanta esta estrella embriagada de un rubor flameante97.

La Virgen

En el área en que se extienden las puntas de los pies de Boyero y en la que el círculo portador de los astros se prolonga ampliamente98 a través de la inmensidad [275] del espacio, describiendo una órbita oblicua con un coro de estrellas ardientes en tomo, observa los sagrados miembros de la Virgen99, situada por debajo. ¿Cómo podré invocar tu recuerdo, cómo? Ya sea tu progenitor el supremo Júpiter y hayas sido enviada a la tierra por tu madre Temis100, o bien seas prestigioso linaje [280] de Astreo101, tu padre, del cual son descendencia los astros de oro y el cual, en premio por sus costumbres sin tacha, pudo dar su nombre a todos los astros; o más bien eres Isis102, la diosa de las costas Pelusíacas, digna del firmamento, compañera y desvelo de Anubis103 el ladrador, o quizá seas tú la divina Ceres104 —ya que presentas una espiga [285] ardiente y esta Espiga105, en tu mano tendida, es como si se abrasara bajo el calor de Sirio106—, o la que, aun dotada de rápidas alas107, no caminas con bastante seguridad y, despojada de la parte más alta de la cabeza, haces girar tu esfera a ritmo lento, a fin de que la suerte escurridiza desgrane el tiempo y el destino caprichoso se inmiscuya en cualquier instante de la vida: te lo suplico, desvía tus ojos [290] hacia la tierra desde las lejanas alturas del espacio y te lo pido, digna de veneración, presta oídos favorables a mis piadosas súplicas.

Tú, cuando la vida de los primeros hombres se desarrollaba pura, sin necesidad de ninguna ley, y aquella edad de oro108 custodiaba la inocencia de las costumbres por propia [295] iniciativa y no había vía libre ni propensión al delito, entonces te desenvolvías a gusto y libremente en medio de las reuniones desordenadas de los pueblos y, manteniendo sus corazones al margen de toda culpa, garantizabas un tono general de castas costumbres. Ninguna linde se había puesto a la tierra, ningún [300] hito delimitaba cultivos, ni todavía ningún sistema había indicado cómo parcelar la tierra entre dueños; las cosas pertenecían al que en la práctica se servía de ellas, los derechos en los campos eran comunes: se prefería que la totalidad pareciese pertenecer en conjunto a todos. Por último, en aquella época en que la diosa venía a visitar con frecuencia las deleitosas ciudades y entraba sin distinción en [305] las casas de los hombres honrados, el mundo del mar espaciosamente agitado, esas aguas saladas en constante movimiento por el oleaje y las olas encrespadas de la azulada mar, en cuyas profundidades abismales, blancas de espuma, el anciano Nereo109 cría los delfines verdes y los sopladores [310] jadeantes, permanecía todo plenamente desconocido y aislado por sus propios confines. No había ninguna confianza en las olas; no se procuraba ningún intercambio comercial sobre el encrespado oleaje; un marino no se veía obligado a introducir su nave en puertos de tierras lejanas, para transportar como un exiliado, a través de inhóspitas llanuras marinas, [315] riquezas foráneas, procedentes de todas las costas y a menudo quedarse pendiente de un hilo sobre las profundidades enfurecidas. Antes bien, la Justicia de oro concedía que todos los bienes se produjeran en todas las tierras y no había diferenciado los reinos por sus condiciones atmosféricas.

Pero después, al sobrevenir la edad de plata, los tiempos se degradaron y la diosa ya inclinaba muy raramente su noble [320] rostro sobre la tierra; por último, apenas se acercaba a las cumbres de las montañas, y cuando, al remitir el día, Febo, ante la inminencia de la noche, apresuraba por occidente su carro, inclinado hacia las llanuras marinas, entonces la diosa se presentaba con claridad a la vista de todos los que acudían corriendo, no para revitalizar con su figura la alegría [325] ya agostada de los hombres, sino para echarles en cara grandes reproches con voz resonante: «Basta ya, raza miserable —decía rompiendo a llorar—. La causa de mis quejas es vuestra maldad. En tiempos pasados, teniéndome a mí como juez, vuestros padres vivieron siglos de oro, pero vuestro espíritu ha degenerado, vuestra malicia no descansa, [330] os resulta ya habitual el pasar la vida innovando constantemente; con vuestros afanes forjáis todo tipo de mal. Además, para colmo, nacerá después una edad más miserable todavía, —¡qué vergüenza y dolor!— y Belona110 recorrerá las ciudades con las mejillas desgarradas para que las luchas cruentas turben en las almas malignas. Y después de hacerles [335] un cúmulo de reproches con la voz enronquecida, en medio del abatimiento de la gente, se desplazaba al punto hacia la bóveda celeste, en alada carrera, y rehuyendo, llena de aborrecimiento, los ojos de los que la seguían, abandonaba las reuniones de los hombres.

También, a su vez, pasó esta generación de mortales y vino en su lugar la vergonzosa índole de los siglos de bronce. [340] Al instante la falsedad, la locura exacerbada, la pasión sangrienta por la espada, la mórbida sensualidad, la malhadada voracidad de riquezas hicieron su aparición; un terror vil y el rostro del lívido pánico lo inundan todo. Tifís111, sin control, remueve las más remotas aguas del abismo recóndito; entonces el color de la púrpura de los descendientes de [345] Agenor112 empieza a deslumbrar falsamente y los vellones nuevos se empapan del tinte asirio, hasta que la lana resplandece embriagada por esta ponzoña extranjera. Así se inflamó presto el justo aborrecimiento de la Virgen sin mácula contra los hombres; la diosa penetra con alas veloces en el cielo y, después de elevarse por los aires, toma a su gusto un [350] amplio lugar junto a las estrellas titilantes de Boyero, desde donde, en lo alto del espacio, apenas pueda contemplar de lejos la tierra. En el extremo de sus hombros una estrella concentra su antorcha113 y cual enrojecen las llamas de los [355] fuegos114 que, situados a lo lejos bajo la cola de la Osa Mayor, giran en torno al polo del olimpo invernal115, tal brilla esta luz en dos sentidos: no sólo por su magnitud, sino también por su resplandor. Ciertamente son muchísimas las luminarias de la resplandeciente Osa que arden en lontananza y no cuesta ningún esfuerzo el contemplarlas: todas estas [360] estrellas parpadean, por así decir, localizables a primera vista. Uno de los fuegos sobresale frente a la cara, en la zona en que se hallan las patas delanteras de la bestia; otra estrella se abrasa del mismo modo en la parte que corresponde a las patas de la grupa, más luego una tercera se presenta como rival en las rodillas, hacia donde se consumen los límites [365] de la rutilante cola. Sin embargo estas estrellas no poseen ni figuras ni nombres concretos: van rotando entremezcladas todas a la vez como una masa informe.

Gemelos

Aquélla, la Osa, engastada en lo alto del firmamento, retrocede ignorante en todo momento del mar salado, rico en peces; pero, situados bajo su cabeza, te es [370] posible observar a los Gemelos116: a los Gemelos, estirpe espartana y descendencia ilustre del Tonante117; divinidades que después fueron restituidas a su propio cielo. Pues, habiéndose enfurecido Marte en Afidna, la implacable guerra cecropia les arrebató Cástor a los lacedemonios. Y su hermano118, detestando la luz de la vida y los hados de sobreviviente, suplica con lágrimas la misma suerte. Al punto Júpiter ensalza a los dos hermanos concediéndoles una periodicidad de vida alterna119 y recibiéndolos en lo alto del cielo les ordena que ardan los dos con los fuegos de una antorcha eterna.

Cáncer

Cáncer120 rota bajo el vientre de Hélice, con esas estrellas que Juno asignó a Cáncer para pregonar por siempre su cólera [380] de madrastra. Pues éste, cuando el hijo de Alceo llevando una antorcha abrasó a la hidra de la laguna Lernea, se atrevió a arrastrarse para acometer al propio vencedor. En la zona del compacto dorso, constituido por la curvatura del caparazón cóncavo, brilla en los aires un fulgor doble, al que dieron el nombre [385] de Asnos121, nacidos en tierras de la Tesprótida y estrellas que son propiedad tuya, Leneo; los delimita un aire muy condensado, tal cual con la forma de un pesebre normal y corriente122. Las llamas que relumbran en las pinzas son desiguales, porque tres estrellas se abrasan en la pinza derecha de Cáncer, mientras la izquierda da escaso pábulo a dos [390] llamas.

Leo

En el área en que brillan las plantas de las patas posteriores de la Osa, el universo arrastra las fauces enormes del flamígero León123. Después los miembros, que se extienden inmensos y ocupan un vasto sector del cielo, se abrasan uno por uno en medio de afiladas llamas [395] y las entrañas del León arden inextinguibles. Aquí se calcina la trayectoria del Sol Hiperionio y bajo su guía regresan los días del azulado calor124. Entonces Ceres, una vez recolectada, se amontona en gavillas de paja bien atadas y ordenadas; [4oo] se siegan las rubias cabelleras de todos los trigales y las mieses acarreadas en una amplia era maduran al sol. También entonces los aquilones tracios recobran del polo sus vigorosas rachas, entonces estos vendavales cíclicos125 del cielo remueven el piélago sombrío. En esta estación del año los largos remos descansan y es el propio mar el que lleva las quillas.

Auriga

[405] Hay que poner la misma atención para ver al Auriga126, pues ya la interesante narración sobre el ganado cretense colmó tus oídos: en efecto, se dice que amamantó con su leche a Júpiter, como si fuera su cría; la Cabra127, llamada nodriza del Tonante, fue luego alzada al firmamentó constelado. Y aquel Auriga, el diligente y hermoso [410] Erictonio, unció en tiempos pasados cuatro caballos a los carros; se halla éste inclinado hacia adelante, no lejos y a la izquierda de los Gemelos y se tiende sobre ellos enorme, extendiendo toda su corpulencia e inclina su cabeza en la misma dirección que la boca de Hélice. Ciertamente, aquél extiende sus miembros en el espacio, como la Cabra que, fija en su hombro izquierdo, se levanta resplandeciente; pero [415] en el extremo de las manos del Auriga contempla las llamas modestas de los Cabritos128; los cuales, después de desprenderse del océano resonante, arrojan terribles vendavales sobre las aguas tempestuosas, de modo tal que un oleaje impresionante machaca las espumeantes costas y las llanuras [420] marinas rodean ondulantes las popas azuladas.

Tauro

Asimismo, junto a los pies del curvo Auriga se extiende el amplio pecho del Toro129, portador de cuernos. Recuerda escrutar allá la frente peluda de estares; allá se encuentra echado sobre una pata doblada, clavando sus ojos amenazadores en la tierra. Las [425] restantes figuras no pueden exhibir a lo lejos, entre las constelaciones, unas llamas de envergadura pareja; tal es la rigidez del fuego espacial que se alza en los cuernos de doble silueta y hasta tal punto el fuego consume por ambos lados el contorno de estos curvos cuernos. No tienes que recurrir [430] a otras referencias para observar cómo la frente de este animal se levanta por la llanura del océano: distinguirás a Tauro por su cabeza típica, hasta tal punto la curvatura de sus cuernos se abre ofreciendo una figura precisa, tan concentrado es el fuego que arruga el centro de la frente de esta res, tanto relumbran las Híades130 en la lejanía por toda la [435] cara de Tauro. En cambio en la zona en que Tauro embiste al bóreas131 con su pitón izquierdo, el pie derecho del Auriga domina por encima a esta constelación: una única estrella abarca el pie derecho del Auriga y el cuerno izquierdo del bicho132. Juntos se desplazan por la bóveda celeste, si bien Tauro penetra primero en las olas del marino llano occidental.

Cefeo

[440] Y mi Musa no pasará por alto al anciano Cefeo133: las alturas del firmamento hacen girar también a Cefeo, de la familia de Yaso; por lo tanto, este digno emplazamiento no desdice de tal nombre. Es a él, es a él, repetimos, a quien el Padre trasladó al espacio luciente y le hizo el regalo del cielo. Reside tras el lomo de la Osa Cinosura y tiende las dos manos apartándolas del pecho. [445] La distancia que separa los pies del anciano es equivalente a la que dista desde uno de sus pies y el extremo de la Osa134.

Casiopea

Si, por el contrario, orientas la vista hacia abajo, de modo tal que dejas la primera espiral del enroscado Dragón, verás [450] a la desgraciada Casiopea135. Pero, sin embargo, cuando la luna llena ilumina todo el cielo hasta el punto de que su antorcha de oro domina la tenebrosa noche, esta progenitora no se presentará con gran claridad a los ojos de los que la buscan: le faltan luminarias a su tristeza; un simple débil fuego la enrojece y una luz [455] mortecina baña el dolor de esta madre136. Como la llave que encajaba en las férreas cerraduras137, conocida ya en tiempos antiguos por Caria, así apenas unas estrellas, separadas entre sí, delinean su figura y así apenas extiende los brazos nivelados con sus estrechos hombros: el terrible destino de su hija la anonada.

Andrómeda

Así pues, Andrómeda138, situada por debajo de aquélla, va rotando a la vez en la esfera del torneado polo y, siempre resplandeciente [460] de intensa luz, arrebata espontáneamente la vista hacia su cuerpo. En suma, la cabeza arde con el resplandor de una antorcha titilante139, los hombros difunden una luz doble por el aire140 y un fulgor de fuego se abrasa en la punta de sus pies141. Más aún, la ígnea cintura de Andrómeda es un ascua [465] en el cielo142 y por todo su cuerpo chisporrotean las llamas. Pero también aquí, no obstante, se mantiene viva la pena de esta doliente, pues extiende los brazos separándolos en la infinitud del espacio y las ataduras la inmovilizan incluso en el cielo: efectivamente, unas nubes sutiles143 constriñen sus brazos con nudos entrelazados.

Pegaso

[470] Volviendo a ese sector en que la cabeza de Andrómeda aumenta de volumen por los perfumados cabellos, se encuentra enclavado, bajo dicha testa, el vientre incompleto del Caballo144. La antorcha que chispea en el extremo de la cabeza de la doncella y que se eleva a los aires como una enhiesta cimera, es el mismo fulgor [475] áureo que brilla bajo el vientre seccionado del solípedo: una luz semejante los abarca simultáneamente y una llama común tornasola continuamente a las dos constelaciones145. Otras tres estrellas pintan los flancos e ijares del animal: son antorchas separadas a la misma distancia, que compiten en arder; poseen un fuego penetrante; son un globo de fuego que se abrasa en un amplio disco146. Pero la cabeza no presenta [480] la misma tintura rojiza147 y su propia, débil, cerviz, a pesar de alzarse del largo cuello una crin enorme, apenas puede contemplarse por su fuego marchito148. La última estrella que se extiende en la barbilla no es más pequeña que las otras cuatro primeras149, que delinean la figura del solípedo [485] con su luz nítida. Este Caballo no presenta todos los miembros, no es un cuadrúpedo que se levanta en el cielo; por el contrario, se eleva sólo hasta la mitad del vientre: pues carece de los cuartos traseros y golpea los aires del espacio tan sólo con las patas delanteras150. Cuentan que éste fue aquel que antaño en el Helicón aonio, tras su regreso de [490] los afamados combates con la Quimera de Licia151, en el paraje en que el peñasco mistérico Murmura ante las grutas de la sabiduría, pastó la hierba que Crecía como una cabellera y sació su hambre en aromáticos pastizales; pero como una sed desecante le abrasaba las fauces y no brotaba ningún surtidor de grieta alguna, dio un golpe con una pata y al [495] punto el casco hizo manar el líquido que derramó a lo lejos a Hipocrene, la de las Camenas (fueron unos pastores aonios los que denominaron con este nombre tal manantial equino). Resuena éste por entre la roqueda con placentero murmullo y despeñándose del Helicón, se adentra en las [500] praderas sedientas, mientras empapa con su caudal errante los valles ascreos. También en ella se refresca la fogosa juventud tespia y las gentes ansían las linfas de esta fuente nutricia. Por lo demás, el Caballo regresa entre las constelaciones moviéndose cíclicamente y saca la cabeza fuera de [505] las saladas aguas del océano. No te resultará muy trabajoso contemplar al solípedo en el límpido cielo, pues brilla en la lejanía con sus astros ardientes y saca el pecho recién bañado en el ponto.

Aries

Viene a continuación aquel rápido Carnero152 que, atravesando el espacio según una órbita de amplio recorrido, nunca gira [510] más lento que el suave deslizamiento de la Osa Cinosura153; puede verse no lejos de la constelación del Caballo y corta las alturas del espacio con un movimiento considerable. Siempre muy sobrio en el resplandor de su luminaria, puede verse carente del fuego preciso154, pues con la misma luminosidad que presentan habitualmente los astros a los que la áurea luna mella el filo [515] de su nitidez, así se levanta la figura lánguida del Lanífero por los aires, aun cuando el comienzo del período lunar mantenga a Febe155 en ligero creciente y la diosa no presente ningún resplandor en el rostro. Pero es posible que lo busques en vano con la mirada a través del espacio (pues se halla siempre desprovisto de fuegos específicos); hete aquí que cerca, en el nítido asterismo de Andrómeda, un cinto [520] resplandeciente se extiende visible en lo alto: este enorme talabarte llama la atención del observador por sí mismo156. El Camero, situado en un emplazamiento no muy lejano, regresa a la bóveda celeste, mantiene una pequeña separación por debajo y recorre rápido el cielo por una banda mediana, en la que un círculo157, que se desplaza por un firmamento [525] brillante, secciona por un lado las puntas de los brazos de las Pinzas y por otro al fúlgido Orión.

Triángulo

Hay aún otra constelación que entre nosotros se menciona siempre bajo el nombre griego de Deltoton158. Tiene la misma longitud por dos lados; un ángulo articula el punto culminante de esta figura y muerde [530] el punto de conexión de los dos brazos. El tercer lado, que sostiene las rectas trazadas a plomo, es el más corto y no se extiende con la misma longitud; en cambio, aunque corto de medida, rebasa a los otros dos por la luminaria de sus flameantes estrellas159. Más aún, a las luces que, situadas por debajo del asterismo del animal lanudo se debilitan y se entibian ya por su proximidad al noto lluvioso, las sobrepasa este lado más pequeño con la luminosidad y el fulgor de su antorcha; pero la ubicación que se le ha otorgado se encuentra tras la espalda de Andrómeda (así lo contempla el plan)160.

Peces

Si desde allí desvías la mirada al campo [540] de visión contiguo y si sabes bajar los ojos poco a poco desde el polo boreal hacia el noto, podrás ver elevarse a la tercera generación del Pez Bambicio161: ciertamente, la ubicación concedida a los dos Peces se halla en la zona en que el círculo de enorme perímetro secciona las alturas del espacio162, donde extiende el Caballo alado163 el [545] extremo del ala izquierda, donde el Lanífero164 impulsa el pecho en lo alto del universo y mira atrás para ver alzarse al Toro vuelto por el lomo. Tales son las señales que identifican a los Peces en el centro de su constelación, uno de los cuales levanta más arriba en el espacio su figura tiesa y sube [550] más cerca del bóreas165; el otro, ávido de las aguas que derrama el efebo troyano de su cántaro áureo, se halla situado por detrás e inclinado hacia las brumas del noto166. Pero, no obstante, los dos están enlazados por las colas mediante una amplia hilera de estrellas diseminadas y ambas ligaduras son arrastradas con flexibilidad por el cielo, cintas que a su vez [555] se unen y, por así decir, quedan empalmadas una sobre otra por un fuego resplandeciente, que la sabia Grecia167 denomina Nudo Celeste168. A partir del hombro izquierdo de Andrómeda también podrás reconocer muy fácilmente al Pez169 que mira la bóveda helada del polo superior, pues se alza con un color azulado muy cerca del antebrazo izquierdo de Andrómeda.

Perseo

A los pies de la cual puedes además [560] buscar a Perseo170, de figura voladora: frente a su cabeza y hombros la maquinaria del cosmos hace girar a la desafortunada Andrómeda. Pues el vengador de pies alados se apoya bajo los vendavales del aquilón tracio y [565] su mano derecha se extiende solemne cerca del sitial de la afligida Casiopea y, desde aquí, levanta a grandes zancadas nubes de polvo con sus pisadas, en un aire como blanquecino en la lejanía171.

Las Pléyades

Igualmente, bajo el extremo de su pierna izquierda, Perseo hace aparecer delante a las Pléyades172. Un área muy reducida las abarca a todas concentradas. A todas [570] ellas, que son de luminar mortecino, las resalta no lejos la luz de una estrella resplandeciente173: endebles son los resplandores de estas hermanas y, aunque nítidas, no arde un rubor de oro en sus estrellas. Su progenitor, si la leyenda corre de fuente fidedigna, es el cartaginés Atlante174, [575] que se echó encima el peso de la elevada mole del cielo, como portador del mismo, y sobre sus hombros hace girar la inmensidad del espacio. Una antigua fábula recuerda que nacieron siete hijas de tal padre, ya avanzado en edad (tan sólo seis se alzan entre las constelaciones rutilantes); otra narración primitiva aporta los nombres de las siete hermanas (sólo [580] seis se muestran bajo una luminosidad suave): Electra, Alcíone175, Celeno, Taígete, Estérope, Mérope y al mismo tiempo Maya, célebre por la crianza de un dios176. Esmintes177 asevera en su poema que sólo se divisan seis y recuerda que Electra abandonó antes las honduras del cielo por miedo de Orión. [585] Otros autores cuentan que, llorando el incendio devastador de la Troya Idea178 y deplorando las innumerables muertes de su pueblo, Electra ofrece su disco oscurecido por nubes siniestras, aunque generalmente es la cabeza la que aparece ceñida de sombrías tinieblas. En algunas ocasiones, sin embargo, [590] emerge de las olas del océano para subir hacia la bóveda celeste, pero no presenta la ubicación de sus hermanas y, apartada en la lejanía, enseña su rostro, para distanciarse de la violencia y del grupo de sus hermanas, destrozada por el desastre de sus hijos; puede distinguirse su figura con la cabellera dispersa y se la señala con sus guedejas sueltas. La leyenda [595] evoca que los terribles cometas aparecieron en la lejanía con esta sombría silueta, que su faz arde largo tiempo, que extienden sus cabellos en el espacio, tintados de sangre y rojizos de heridas brillantes179. Más aún, se cree que Mérope, después de acceder al enlace con Sísifo y al matrimonio que le cupo en suerte según los implacables presagios de los dioses, más [600] bien resultó indigna de un emplazamiento en el espacio. Así, la leyenda es ambigua respecto al número y el hecho cierto es que se perciben en el firmamento sólo seis Pléyades, aunque todas se concentraron a la vez en un grupo compacto. Tres ángulos, que irradian llamas, se proyectan en el aire y las Atlántides se abrasan en un fuego común. Con todo, su energía [605] no es pareja a su renombre: una tradición ilustre hace célebres a estas hermanas; en cambio, son de moderada extensión y el fuego que desprende su débil antorcha apenas es visible de lejos. Cuando el crepúsculo toma por dos veces en el universo de modo alternativo, ya sea que la noche azulada prenda las llamas de las estrellas, ya sea que la aurora desvanezca [610] las constelaciones, el padre del espacio supremo las permite rotar en grupo por la bóveda celeste180. Asimismo, cuando el estío se alza con sus cabellos abrasados, o bien cuando con la cabellera nívea regresa el solsticio de invierno con la estación del hielo, aquéllas son las que determinan el momento. Pues si las Pléyades se alzan del abismo marino, han llegado los días aptos para hacer trabajar las curvas hoces [610] en las mieses rubias181; si hunden sus llamas en la llanura marina, es hora de roturar las tierras apretando el arado182.

Lira

A continuación se halla la famosa Lira183, con la que Mercurio, el dios artesano, se divirtió cuando era un niño pequeño, engarzando cuerdas en una hueca [620] concha de tortuga, con el fin de construir un regalo inolvidable para Febo, habitante del Parnaso184. Cuando a su vez el hermoso Apolo la colmó de armonías divinas, instruyó a Orfeo para que la utilizara en una caverna del Pangeo185. Entonces éste, hijo de una Musa, a imitación de las Musas, hizo vibrar las nueve cuerdas con doctas [625] cadencias (él, su descubridor, había desgranado sus cantos del número de las Pléyades). Pero después que la diestra criminal de las Basárides hubo despedazado al poeta y Libetra hubo enterrado piadosamente el cadáver de este héroe, [630] Júpiter, compadecido del arte del distinguido joven, que con sus cantos había doblegado animales y ríos, trasladó el instrumento al cielo. Así pues, en el sector en que se eleva la constelación del Arrodillado, aparece erguida esta Concha al lado de la pierna izquierda. Por lo demás, junto al otro costado vuela el Ave186 y extiende el pico hacia las cuerdas melodiosas: así la Lira se halla consagrada en un lugar mediano, [635] en las cercanías de la cabeza del Cisne y la silueta encorvada187.

Cisne

Pues también el Cisne surca los espacios con sus plumas consteladas, después de recibir el cielo como regalo; pero no resplandece por la nitidez de sus astros188; con todo es de cabeza ardiente y su garganta, larga y fulgente; no presenta ciertamente estrellas grandes, pero tampoco sus estrellas centellean opacas o foscas. [640] Traza el vuelo hacia la bóveda celeste con plena facilidad, rozando con el remar de su extensa ala derecha189 la mano derecha de Cefeo, mientras con la izquierda190 se inclina hacia el extremo de las patas del Caballo. Así, se alza en vuelo veloz, por la inmensidad del firmamento, así, también, penetra en el oleaje marmóreo del poniente.

Acuario

Como tras el de los cascos córneos [645] arden los dos asterismos de los Peces, los Peces Bambicios, entonces bajo la cabeza del Caballo se extiende la mano derecha del joven hijo de Laomedonte191; desde aquí el propio Acuario, al que se puede distinguir caracterizado por sus miembros alargados, se yergue hermoso hacia la cola del peludo Capricornio.

Capricornio

[650] Cuando el anillo portador de los signos192 desciende hasta el fondo en el hemisferio austral y cuando la órbita del sol resplandeciente cae hacia el noto193, languidece la figura velluda de Capricornio194, cubierto de cerdas. En ese momento, procedente del polo tracio, Febo cambia de dirección y el empuje del solsticio de [655] invierno (¡qué cosa más admirable!) obliga al dios a volverse. ¡No me arriesgaré a tentar entonces las extensas llanuras del mar en esquife, ni tampoco entonces nadie debe enfrentarse a las aguas turbulentas en nave de pino! Pues al recorrer su ruta abreviada, el día se acorta y, sorprendido luego en la inmensidad de la mar abierta, el navegante clamará [660] inútilmente al astro de luz perezosa. Entretanto el afilado noto se ensañará de pleno sobre las olas, el noto barrerá las encrespadas aguas saladas. Cuando la rueda áurea del sol ha impelido a la constelación del encornado Capricornio, entonces un frío glacial regresa del cielo y resulta arduo el oficio de los navegantes, que van y vienen por las olas. Con todo, ellos, sin preocuparse a menudo de estas calamidades [665] consumen su vida durante largos años en la mar; semejantes a los somormujos y a las focas, el oleaje los trae y lleva espantados, en tanto que otean con la vista las costas en lontananza, mientras que por otra parte un afán de lucro insaciable los impulsa sin cesar a hacerse a la mar195.

Sagitario

Teme también por un igual al mar cuando el sol exhale sobre la flecha ligera, [670] cuando la luminosidad del fuego del universo prenda en su caña, cuando la punta del dardo se abrase, cuando vaharadas de oro calcinen el arco de Sagitario196. También en esas fechas, si vieras levantarse una noche negra como la pez, tal que con sus tenebrosas alas velase la tierra borrosa, desea entonces la costa, escapa hábilmente a los celajes oscuros [675] de la noche, anticípate al desastre en las aguas saladas del mar y a los peligros del ponto rabioso: recuerda arriar ya las velas flotantes del mástil y aflojar la tirantez de las largas vergas. Como indicio de ese mes funesto o bien de esa ardua constelación, que te sirva la salida de Escorpión ya [680] avanzada la noche197: éste, apareciendo en lontananza por la llanura marina de la mañana, saca su dardo del piélago, dardo que arrastra el extremo de la cola198; titubeante se acerca por detrás la constelación perezosa del Arquero y libera sus miembros lentamente del abismo marino. También es entonces [685] cuando Cinosura, ya entrada la noche, se alza muy alto hacia el bóreas, mientras Orión se retira al regresar el día, momento en que Cefeo se sumerge, los brazos y las manos extendidos, hasta la mitad del vientre.

La Flecha

Más aún, la bóveda celeste de los dioses [690] conoce otra Flecha199; si bien ésta carace del arco torneado: nada sabe de la cuerda, nada de su dueño. Por encima de este proyectil vuela el Ave, el Ave Cisne, pero, colindante con la zona celeste de Tracia, alarga su cuello blanco bajo las Osas cubiertas de escarcha.

Águila

También el escudero200 de Júpiter vuela por los aledaños de esta Flecha, que [695] regula el fuego espacial201, pero su figura es menor. No obstante, cuando regresa de la lejana profundidad y desde el piélago rompe a volar hacia la bóveda celeste al filo de las tinieblas, en el confín declinante de la noche, revuelve a lo largo y ancho el mar espumeante: enseguida vendavales furiosos lo barrerán todo en el cielo y en la tierra202.

Delfin

[700] A continuación con la cola torneada se alza entre las estrellas el Delfín203, que antaño fue, Neptuno, tu guía en lances de amor sobre el llano marino. Pues él pulverizó el refugio lejano en que se había precipitado Anfitrite, donde el progenitor de las Pléyades soporta erguido los cielos occidentales sobre sus hombros204. Él, errante por todo el abismo marino, transportó la amada del [705] soberano del mar sobre su blando lomo desde confines del universo. Su figura entre las constelaciones es de magnitud moderada y surge del mar sobre Capricornio, de grandes orejas. El centro de sus miembros se halla tétricamente oscurecido, en cambio un fulgor de oro ilumina la otra parte con cuatro luminarias y, distribuidas en paralelo de dos en dos, [710] centellean con una luminosidad de fuego intenso205.

Todas estas constelaciones, diseminadas entre el sol y el helado aquilón206, a las que la mole del espacio curvo hace girar y el olimpo moderador arrastra hacia los ocasos y ortos una y otra vez, ya las he clasificado. En cuanto a las que se precipitan desde el lindero de Hiperión en dirección a las [715] honduras del austro207 lluvioso, hasta la tenebrosa área del espacio que abarca el noto, me esforzaré en exponerlas con ingenio en este canto en la lengua de Rómulo.

Orión

En el sector en que el anillo portador de las figuras, de órbita oblicua, se retira hacia el bóreas, para abandonar las sombras australes que cubren ya la mitad del [720] total del firmamento, Orión208 contempla desde una posición inferior el pecho feroz de Tauro. A nadie le pasaría desapercibido en una noche despejada: se despliega en lo alto del espacio holgadamente y de su fulgente talabarte cuelga una espada áurea209.

Can Mayor

Tal es también el centinela en persona que sigue tras las huellas dobles de aquel [725] varón210, de tal suerte el conocido Can211 del espacio sideral se distingue gracias a una estrella flameante; el mayor fulgor arde en su barbilla, mientras un resplandor considerable le tiñe la cara. La antorcha de esta constelación perniciosa crepita jadeante, abrasa la atmósfera al moverse y calcina las tierras212 con los fuegos de este astro de desmedido tamaño. [730] Sus miembros centellean tachonados de estrellas refulgentes, si bien no todos presentan el mismo brillo, ya que, en efecto, el vientre se halla completamente oscuro, en tanto que la llamarada más intensa brota de la barbilla: el Sirio que abrasa el espacio bajo nombre tan temido. Cuando el sol oriente hacia él sus rayos resplandecientes213, ¡qué gran [735] agobio se cernirá entonces sobre las creaturas, qué gran trabajo planeará sobre los campos! Todos los sembrados se marchitarán durante largo tiempo, pues los que faltos de jugo vital yacen tendidos, caen agostados por un calor intenso y languidecerán los brotes de las flores calcinadas. En cambio, a aquellas plantas que se hallan vivificadas por una energía interna, Sirio las impulsa a crecer; un suave hálito se [740] desliza por el interior de la vegetación y la nutre, entibiecida por la dulce bonanza. Es a éste, a éste, tan pronto como tiembla flameando al salir, al que captamos a lo lejos con los oídos y la atención. En lo que se refiere al resto, si alguna de sus estrellas brilla con un color amarillo, como son las que este animal lleva en abundancia a lo largo de un costado, no resplandecen con luz intensa y tan sólo se le han asignado para trazar sus miembros214.

La Liebre

Pequeñita es también entre las estrellas la Liebre215; pues allí donde centellea el gran Orión, debajo de sus dos pies, se ve acosada por la carrera del Can rutilante. Escapa aquélla a través [750] del espacio a su hostigador, aunque Sirio la apremia con la boca. Tan pronto como la sima marina hace emerger de las olas a este animal orejudo, se arroja también aquél amenazador sobre su aterrada víctima e igualmente en la lejanía, cuando la Liebre se ha inclinado hacia la planicie marina de occidente buscando en las aguas, por así decir, una guarida, [755] Sirio se desliza desde lo alto del cielo y la busca sumergida ya en las aguas.

El Navio

El Can Mayor hace salir con su cola a la Argo216 de Jasón, de popa fulgente, pues la nave tesalia no se desplaza por el espolón, hacia su figura acostumbrada, sino que es el extremo de la popa el que [760] emerge del océano. Como cuando los marinos que arriban a puerto desde alta mar, dan la vuelta ansiosos a la gavia, que flota al viento, y se echan a la espalda la maroma de remolque, tirando a porfía hacia la sinuosa costa, al tiempo que aquélla, ya cumplidas sus singladuras, entra de popa en las algas de una alejada y retirada ensenada de la costa [765] y alcanza tierra firme para descansar segura, así se desplaza la nave Argo entre las constelaciones, centelleando sólo por la popa y oculto el resto hasta el enhiesto mástil. La propia popa, desde su altura, hace bajar el timón hasta las olas y se hunde en las llanuras del mar217 con el gobernalle sumergido.

La Ballena

A Andrómeda, que se halla a una gran distancia en el cosmos, la aterroriza la Ballena218, [770] puesto que, cercana a las ventiscas del bóreas tracio, el eje del universo hace rotar a Andrómeda en lo alto del espacio y a su vez el terrible Monstruo es llevado por el noto, mientras el austro arrastra sus fauces hostiles por el sombrío y salado mar219. Ya que en el sector en que Aries, cubierto de lana, se alza en las alturas del cielo, allí donde las constelaciones aumentan su número gracias a los Peces, centellea por debajo la [775] Ballena de Nereo, que se adelanta en su carrera, no mucho, al fluir astral del Río. Pero Andrómeda recuerda su miedo intenso y, firmemente retenida por sus sufrimientos en medio de las figuras celestes, se horroriza ante el lomo repelente del Monstruo que aparece a lo lejos y por encima de él zambulle su cabeza llena de pavor en las olas.

El Río

Por lo demás, también el Río220, que [780] fluye en azulados borbotones entre las estrellas y las moradas de los dioses, han considerado algunos que forma parte de las aguas ausonias. Pues nuestros antepasados denominaron Erídano a aquel que discurre largamente por los campos vénetos y con su caudal nacido en los Alpes rechaza, al desembocar, las aguas del Adriático. Éste, ya [785] muy anciano, acogió antaño en sus aguas a Faetonte, desplomado desde el cielo, cuando el tiro de caballos aéreo detectó la ligereza del peso de su auriga y cuando el cielo ardiente despreció unas riendas mortales en la ruta del universo. Entonces [790] extensos incendios cubrieron de pleno las tierras; un fuego voraz abrasaba los astros y las llamas calcinaban regiones enteras, hasta que Júpiter, compadeciendo el destino del cosmos, devolvió a Febo el control de la ruta aérea. Mientras que a Faetonte221 lo lloraron las endurecidas Faetóntides222 con los brazos extendidos y la paz de oro regresó [795] a las alturas del universo, al anciano Erídano lo acogieron las estrellas a una indicación de Júpiter, creador del universo. Otros autores recuerdan al Nilo Fario223, porque con su copioso caudal hace crecer las mieses y sus aguas vivificadoras fecundan los parajes desérticos, o porque, después de [800] deslizarse desde la zona del mediodía, desemboca desmedido en las llanas aguas del piélago. El Río pasa bajo el pie izquierdo del resplandeciente Orión y las ataduras, que desplegadas sujetan a los dos Peces, se entrelazan en las sinuosidades del Erídano. Allá donde a lo lejos se extiende el Río derramándose con la fuerza que le dan los borbotones de su [805] caudal, también allí aparece el extremo de la cresta, en la cual una luz centellea desde arriba en lo alto del lomo de la Ballena y con su llama sella las cintas de las colas224.

Estrellas Anónimas

Entre la caña del timón, que se hunde en las remotas aguas azuladas, de la Popa de Jasón y la coloreada parte posterior de la quilla y la Ballena, que vive en la mar, en el sector en que se extiende el vientre de la Liebre, centellea el cúmulo rojizo de unas estrellas225. Sin [810] embargo, no brillan con una luz intensa, ni poseen un nombre digno de recuerdo, pues, en efecto, Júpiter no distribuyó los fuegos de estas llamaradas de modo que dibujaran alguna silueta; no representan estos fuegos los miembros de ninguna figura, como las que el sagrado cosmos hace girar en un orden regulado, haciéndolas retomar a todas sin cesar a su primitiva [815] órbita en el devenir de los siglos. Por último, largos intervalos señalan estas luminarias; todas vienen a tener una luminosidad parecida y una potencia semejante; son traídas y llevadas a la par por el ocaso y el orto, y no serían visibles aunque se hallaran solas, carentes de la referencia del mar. Las restantes estrellas cuadran una por una con los miembros [820] bien dispuestos de figuras concretas; en cambio, este grupo, situado en el área en que el sofocante Sirio acosa a la Liebre, va pasando por completo débil y sin nombre exacto.

Pez del Sur

Por otra parte, más allá de la silueta de Capricornio, cubierto de cerdas, allí donde soplan las ventoleras australes del polo sumergido, se alza la figura de un [825] Pez que vuelve su cuerpo contra la horrible Ballena: Grecia lo llama el Pez del Sur226.

Acuario

Otras estrellas en el firmamento se encuentran en medio del área que señorea el hermoso Acuario y aquella en que la Bestia227 levanta la cresta del lomo, llegando hasta por debajo del centelleante asterismo [830] del Pez aéreo: llamas apagadas y privadas de luminosidad, que se extienden en el espacio por doquier como un grupo desconocido228. Sin embargo, sólo junto a la mano derecha del joven que, según cuentan, suministra las copas en las mesas de los dioses229, se derrama, por así decir, un [835] chorro de agua, que fluye partido en dos. Allá tan sólo dos luminarias poseen una luz diáfana; no se hallan entre sí a una gran distancia por el espacio, ni tampoco tan cerca que colisionen sus luces, desviadas de su fuente: pues la chispa de una brilla por debajo del joven frigio y la otra se hace [840] notar en el sector en que la Bestia acaba su cola enroscada, porque vomita un amplio globo de fuego. Al conjunto se le da el nombre de Agua230. Hay además, por último, unas estrellas231 que junto a las piernas de Sagitario y en la zona en que aparecen perfiladas las patas delanteras del solípedo, van evolucionando en círculo a través del firmamento, cuyo fulgor sombrío se marchita en una débil antorcha.

El Altar

He aquí que allá donde el corpulento [845] Escorpión endereza el arma de su cola ponzoñosa y brilla imponiéndose al tibio austro, en ese punto un pequeño sector hace salir al Altar232 y durante un escasísimo instante lo contemplarás volver a salir en el resplandor del espacio. Pues el polo que se alza en el área celeste de Boyero, contrario al Altar, abandona las aguas turbulentas, [850] en la ingravidez del firmamento, tanto cuanto hunde en el océano las estrellas que le son opuestas: la alta cúspide eleva a Arturo, el umbroso polo austral hace desaparecer al Altar. Breve es su trayectoria por el cielo y rápido su ocaso; sin embargo, la Noche, progenitora de la luz, compadecida [855] antaño del destino de los hombres, compadecida de sus penalidades, decidió establecer señales seguras para las tormentas. Y ojalá que, cuando el cielo se condense en un aire espeso, no se te ofrezca a la vista el Altar del firmamento en medio de nubes tormentosas, mientras se aglomeran en derredor y por encima grandes vellones de nubes preñadas de [860] escarcha, como esos nubarrones que, concentrados por un viento desapacible y alzados desde la tierra al espacio, derraman desde las alturas las lluvias que han ido absorbiendo. ¡Que la cúspide del Altar no resplandezca excesivamente en tales circunstancias! Pues a menudo la Noche nos ha enseñado a reconocer de antemano al noto mediante esta señal. Si se siguen los avisos de la Noche, inútilmente los céfiros233 [865] revolverán el mar; pero si se desdeñan, los vendavales sacudirán las quillas desprevenidas. A duras penas, si una compasión tardía por los avatares vence a Júpiter, llegará la salvación lentamente a los marinos que flotan agitándose en [870] alta mar. Pero les sobrevendrá una esperanza de salvación más segura si, en el punto más alto del firmamento boreal, la cabellera de un relámpago fulgurante rasga las auras. Mediante estos indicios las ventiscas del austro provocarán mar gruesa, hasta que un centelleante fogonazo restalle desde el firmamento boreal234.

Centauro

Pero, si ves a Centauro235 en medio [875] de su trayectoria celeste, de modo que se halle tan alejado de las aguas orientales cuanto cercano al ocaso y tenga el hombro cubierto desde arriba por una nube y en el cielo aparecieran todas las señales anteriores, vendrá entonces el euro y este euro barrerá las aguas de las profundidades saladas236.

Observa, pues, el cuerpo resplandeciente de doble silueta, [880] cuyos miembros se encuentran bajo dos signos. Porque en la zona en que el cuadrúpedo alza un torso de hombre asentado sobre su vientre de caballo, evoluciona el enorme Escorpión; pero en aquélla donde, desde el centro del vientre, el hombre se alarga convirtiéndose en solípedo, tan sólo se hallan los brazos corvos de la figura envenenada. [885] Por otra parte, puede verse al Centauro alargando la mano derecha hacia el Altar de los habitantes celestes, satisfaciendo así el don de una vida irreprochable y llevando en la mano una presa silvestre237. Aquí donde el Pelión se yergue con su crestería y encaja los picos boscosos en las nubes etéreas, había ejercido de moderador de la justicia y preceptor [890] de las leyes para el Alcida tras sus batallas.

La Hidra

En lo alto la Hidra238 alarga la enorme hilera de su cuerpo y, una vez que ha salido del mar, prolonga largamente sus flancos en el espacio, con la cabeza extendida hacia el Cangrejo, mientras dobla la cola en dirección al terrible Centauro, recorre el amplio cuerpo del León, y acaba descansando bajo la gigantesca [895] Virgen. Podría creerse incluso que exhala vida cuando retuerce en el cielo la resbaladiza línea de su cuerpo, cuando enrosca sus espirales colgando del vacío y cuando sus fauces llameantes disparan la lengua trifurcada. A la mitad de los anillos lleva la Copa239 centelleante y la última fila de [900] estrellas soporta al oscuro Cuervo240, de suerte que el ave escarba con el pico tenaz las entrañas ondulantes de la Hidra.

Can Menor

Proción241 se halla el último, colocado bajo la constelación de los Gemelos, brillante con sus fauces encendidas, e iluminado su cuerpo con tres antorchas. Éste es, pues, el conjunto de las constelaciones [905] visibles a lo largo de los años: el venerable océano las lleva a todas y ese mismo océano las absorberá de nuevo una vez sumergidas. La gigantesca maquinaria del firmamento las arrastra a todas en las alturas y sus estrellas esmaltan la rutilante noche.

Los Planetas

Igualmente cinco estrellas242, que no sugieren ninguna figura concreta y a las que ningún entendido podría clasificar según el parámetro de siluetas precisas, [910] discurren a través de los doce signos fulgentes del firmamento. Que nadie pretenda identificarlas tomando como referencia otro asterismo: pues el conjunto se desliza recorriendo todo el espacio por una ruta errante y van y vienen sin fin por trayectorias contrarias a las del universo243. El cosmos se ve arrastrado en un movimiento que [915] se renueva constantemente, desde el lejano Oriente, y se va inclinando hacia las lejanas aguas azuladas del mar Atlántico; este grupo de estrellas fuerza su trayectoria contra la rotación del espacio, que lo rige todo, intentando dirigirse hacia el techo del firmamento y se desplazan moviéndose contrarias a los rayos del sol. Como cuando las aguas llevan un barquichuelo proa adelante y si alguien intenta retroceder [920] desde lo alto de la proa hasta la popa, debe tomar entonces una dirección opuesta a su desplazamiento inicial, del mismo modo estas estrellas poseen una energía que las hace elevarse sin cesar en sentido contrario al deslizamiento del espacio. Es más, son capaces de mantener fuegos incandescentes con sólo sus llamas; sin embargo sus órbitas se cumplen en el transcurso de largos períodos de tiempo y todas [925] van regresando lentamente a sus puntos de partida asignados por el azar. Por lo tanto, no tendremos la audacia de tocar este grupo, ni de exponerlas a ciegas en este poema; básteme tan sólo esto, Musa, baste a mi esfuerzo, largamente mantenido, el desenmarañar las trayectorias y las figuras de las estrellas fijas.

Círculos celestes

Cuatro círculos244 ciñen las rutas del [930] espacio, cuatro anillos que basta conocer si se desea entender las trayectorias y los períodos de los astros. Aún más, hay muchísimas constelaciones que, enclavadas en estas cuatro franjas, van rotando conjuntamente. Estos mismos anillos se mantienen inalterables durante años en su emplazamiento y engarzados unos con otros, se muerden [935] por la parte de conexión mutua, si bien la dimensión de dos de ellos es sensiblemente mayor245.

Vía Láctea

Si te agrada levantar la mirada hacia las áureas estrellas que constelan el velo de la noche, aunque no cuando los fulgores de Febe dividen el mes por la mitad246 (porque entonces el aspecto de las estrellas se debilita, [940] al iluminar esta diosa la totalidad del cielo e imponerse sobre las llamas menos potentes), sino cuando no presenta el disco lleno, permitiendo así que las estrellas hiervan en fuegos afilados, observa cómo se extiende en lo alto del cielo el espectáculo del blanco incandescente de la Leche247. Este color es el que le ha determinado el nombre desde el mismo comienzo [945] del universo; así, la sabia Grecia solemniza este anillo y así, también, en nuestra lengua identificamos esta franja. No hay otro círculo que pueda compararse ni en forma ni en color, en tamaño y medida es equivalente sólo a los otros dos248; los dos que quedan son de trazado más corto y su perímetro no los hace extenderse en exceso por el amplio espacio249.

Trópico de Cáncer

[950] Uno de estos dos círculos, allí donde los recios aquilones desatan ventiscas y donde se lanzan las brisas del bóreas, aparece en el sector del cielo Licaonio250. En este punto están las cabezas de los Gemelos, aquí descansan firmes las rodillas del Auriga. Este mismo círculo detiene a Perseo por el pie izquierdo y el [955] hombro también izquierdo; asimismo, aguanta hasta el codo el brazo derecho de Andrómeda (el extremo de la mano se levanta en alto hacia el cortante bóreas, mientras por el codo la abatida Andrómeda se inclina hacia el austro). Este anillo pasa rozando las puntas de las patas del Caballo veloz, roza al Ave por el mismo extremo de la cabeza. Secciona este [960] círculo los hombros de Ofiuco y hace rotar consigo sus espaldas ardientes. Erígone251 se echa abajo hacia el tibio austro y, pudorosa, hurta en lo alto sus miembros virginales a este cinto252. Pero el León y también el Cangrejo alargan sus [965] cuerpos en esta dirección del cielo boreal; en cambio, el círculo va por la parte inferior del pecho del ardiente León y recorre su vientre hasta la lejana parte trasera. Por otro lado, corta a la segunda bestia a través de su cuerpo aplanado253 y divide por debajo la hueca coraza en dos, dejando separadas las luminarias de sus ojos a una y otra parte del círculo254. Además, si este anillo del firmamento se fracciona en ocho [970] segmentos, cinco evolucionan por encima del horizonte y, en cambio, tres penetran en las aguas de las saladas profundidades marinas. A partir de este anillo el sol flameante vuelve a repetir ya su ruta por el espacio y el dios, según la secuencia fijada de una vez para siempre, cambia de rumbo ante el empuje del verano y la trayectoria del astro solar no [975] se alza ya hacia lo alto del firmamento: una senda ya conocida recibe el tiro de su carro y la órbita del sol centelleante regresa a la región del noto255.

Trópico de Capricornio

Este círculo, que llega ciertamente hasta Cáncer256, confina con el área del cielo que no presenta ocaso257. Más lejos, el otro círculo, en el polo austral, separa por la mitad el cuerpo de Capricornio, [980] portador de lluvias258, los pies del muchacho del Ida259 y la punta de la cola azulada260. Brilla en él la exigua Liebre, aquí el Can asienta los extremos de sus miembros, aquí puede contemplarse la Argo tesalia, aquí el lomo feroz del corpulento Centauro está seccionado. Este trópico mutila las [985] volutas dispersas de la cola envenenada261; aquí se tensa una gran saeta en el Arco262; aquí Febo tiene su último emplazamiento, cuando deslizándose hacia el austro se ve rechazado: al blanquear los días bajo las nieves del invierno, aquí se encuentran los límites de este astro263; a esas lejanías desciende el sol en su carro celeste desde la región del aquilón [990] bonancible. De este círculo sólo aparecen visibles tres partes, las otras cinco permanecen ocultas, sumergidas bajo las aguas de las resonantes profundidades.

Ecuador

Ahora bien, entre ambos trópicos, con el mismo perímetro que presenta la Cinta visible en el espacio bajo la apariencia de la blanca Leche264, se halla trazada una línea265 de enorme longitud que divide las [995] profundidades del noto y separa las alturas del aquilón. Aquí la duración de la luz y las tinieblas es compensada por una ley reguladora: al día le sigue una noche equivalente, a la que Febo reemplaza mediante las luces rivales del día y rota a lo largo de horas de igual duración266, bien cuando el momento culminante del estío calcina las entrañas de los campos resquebrajados, o bien cuando la tierra se estremece [1000] con la primavera cuajada de flores. Por lo demás, a este círculo, que se despliega siguiendo su trayectoria en lo alto del espacio, le sirve de punto de referencia Aries, al que en su totalidad sostiene ciertamente esta franja. Aquí se doblan las patas del Toro amenazador y aquí resplandecen las estrellas del cinto de Orión. Aquí aparece un anillo de la Serpiente267 [1005] y la Copa ligera268 y se mantiene abierto el pico insaciable del Cuervo; aquí, en definitiva, se encuentran las llamas de las corvas Pinzas; aquí tremolan las rodillas del rígido Ofiuco. Y no le falta a este círculo el alado escudero de Júpiter, dado que el Águila brillante se halla a lo largo del mismo. [1010] Aquí el Caballo destaca su cabeza, aquí se alza el que proporciona la famosa Hipocrene con su cerviz cubierta de crines. A estos tres círculos completos, trazados en línea recta por el firmamento y separados entre sí a la misma distancia, los traspasa un eje y a este mismo eje, a su vez, lo rodean todos por el centro tres veces269.

Zodíaco

A esto se suma la trayectoria oblicua [1015] de otro círculo, el cuarto270, que se encuentra sujeto por la masa271 de las otras dos franjas, que dispuestas en áreas contrarias del universo272, hemos dicho que imprimen un movimiento al astro del sol, rechazado así hacia atrás273. Este anillo y el central se cortan mutuamente por la mitad274. Ni la diosa Palas, a pesar de sobrepasar a [1020] todos los demás dioses en agudeza mental, podría montar semejante ingenio de ruedas deslizantes y móviles275, de modo que lograra encajar estos anillos guardando entre sí las distancias correspondientes, cual es el conjunto que se halla engastado en posición oblicua, impelido a seguir una trayectoria similar día y noche, desde el oriente en dirección a las aguas remotas de Calpe276. Así, después de haberse elevado [1025] de las profundidades Titoneas277, cada objeto celeste se sumerge nuevamente uno por uno en las aguas occidentales según su orden correspondiente: tienen un orto semejante cuando nacen, una única ley que los impulsa a ascender; una declinación idéntica por último para todos y, en definitiva, una caída semejante278 para todos los astros. Pero [1030] este anillo portador de los signos desciende hacia la llanura del océano el mismo trecho que Capricornio dista del azulado Cáncer; y la dimensión del segmento que abarca, cuando realiza su orto saliendo del abismo marino, equivale precisamente al que emplea en deslizarse hasta las aguas opuestas279. En el espacio, cuyos remotos límites le determinan un perímetro enorme, debe situarse la tierra a modo de un [1035] punto, desde donde, cuando los ojos proyectan el filo de la mirada (que también radica en un punto mínimo), corre adelante lanzada por las auras. Si se dirige la vista rápida para percibir la lejanía, desde el centro de la trayectoria del [1040] zodíaco, en dirección al infinito (mirada a la que, por otra parte fatigada debido a la larga distancia de los objetivos, la atmósfera, hasta la más ligera, le quita precisión); y si, considerando la dimensión del radio visual abstraída de esto, se transfiere sobre el extenso círculo del portador de los signos, esta circunferencia de enorme amplitud ofrecerá seis veces su equivalente; pero estas partes están dispuestas de [1045] acuerdo con una ley de distribución del espacio, de modo que en cada una de estas partes troceadas se incluyen dos constelaciones280.

En el círculo zodiacal se encuentra Cáncer, el León flameante, la Virgen Ática y asimismo se hallan los brazos de las Pinzas y el propio Escorpión, más el Portador del arco; rota, después, la imagen cerdosa de Capricornio; Acuario [1050] alarga su vasija áurea; luego, están los dos Peces, Aries, Tauro y los Gemelos. El sol se aproxima a estas doce figuras y, pasando revista a todas, va desgranando años completos, renovándose sin cesar. Cuando el sol avanza áureo gradualmente por el círculo portador de los signos, una a [1055] una las estaciones presentan sus rostros fructíferos. El segmento del Zodíaco que se sumerge en las profundidades del océano, equivale al que sobresale sobre la tierra. Al deslizarse todas las noches introduce seis asterismos en el mar y repone otros seis. La húmeda noche dura siempre el tiempo preciso para que este círculo se eleve fuera de las aguas...281.

Sincronismos de salidas y puestas

Pero si quieres saber282 cuánto hay [1060] que esperar para la llegada de la luz del día y cuánto tiempo la noche oscura prolongará aún su sosiego, toma nota de las figuras que en la lejanía se levantan del océano, pues siempre es compañero de una de ellas el Titanio283. Recuerda buscar con los ojos los primeros balbuceos del nacimiento de estas figuras, detectándolas con [1065] la simple práctica de tu mirada errante, a ellas mismas, repito, ubicándolas en el cosmos. Y si se esconden entre las nubes o si, al salir, dado que la tierra presenta a menudo protuberancias, se ocultan cubiertas por los picos de una montaña o una roqueda que se extendiera por delante, hay un sistema rápido para identificar, mediante otras señales, las horas en que aparecen: pues las captarás todas merced [1070] a la referencia del propio océano, que abraza con su oleaje el contorno extenso de la tierra, hasta arquear las costas para velar el firmamento con mayor amplitud y absorber las estrellas en el seno de sus extensas aguas saladas284. Siempre serán sus extremos los que brinden señales, bien [1075] hacia la zona en que la atmósfera retumba bajo el oleaje de la mañana, o bien hacia donde se desata la furia de la marea en la planicie del Atlántico285.

Salida de Cáncer

Pues cuando Cáncer inicia su orto, no son precisamente oscuras las estrellas que evolucionan en tomo a ambas orillas del océano, deslizándose hacia las aguas o mostrándose [1080] de nuevo en la región oriental [1080] del universo. Las lucientes guirnaldas de la Corona minoa286 caerán; caerá asimismo el dorso del Pez287, que habita en el austro; no obstante, a éste siempre lo verás mitad gravitar y mitad también retirarse por el lomo bajo las aguas, a la vez que desciende la resplandeciente Corona. En cambio, aquel loss [1085] que se encuentra vuelto por el enorme dorso288, lo verás entre las más altas estrellas hasta el extremo del vientre; por lo demás, el rostro, el cuello y el ancho pecho se sumergen en la llanura marina. Cáncer hace descender a Ofiuco desde las rodillas hasta los altos hombros; Cáncer, recién salido, hace bajar también a la Serpiente289 en la zona en que la cabeza bascula en un extenso cúmulo de estrellas y en la que se [1090] hincha su rugosa cabeza y donde se inflan los primeros anillos del pecho. Y Arturo290 no equidistará ya mucho de ambos extremos del horizonte: mostrándose escasamente en las alturas, esconde el grueso de su cuerpo en las profundidades del mar; de esta manera, cómplice de cuatro asterismos, lo recibe el océano. Apenas harto éste de luz, desaparece por completo [1095] y fijando sus ojos en el firmamento, abandona por fin la bóveda celeste. Entonces la noche irá declinando pasada ya la mitad de sus horas, cuando al apagarse el día acompañe a Febo para hundirse en las aguas. Tales son, pues, las constelaciones que se sumergen en lo profundo del enorme abismo marino; sin embargo, enfrente, embelleciendo el rostro con toda su silueta, Orión, a la par que centellea [1100] a distancia su talabarte ardiente, inflamados los hombros y resplandeciente con su fulgente espada, y arrastrando al Erídano, aparece en la otra ribera.

Salida del León

Al llegar, a continuación, el León con su melenudo cuello, desaparecen todos los asterismos que, en el momento de emerger Cáncer, se hallaban en el extremo de su [1105] trayectoria por el espacio. Incluso el Ave de Júpiter291 se hunde en las olas y se dirige rápida a las llanuras marinas a pleno vuelo. Pero el Arrodillado, siempre firme sobre sus rodillas, apoyado en la corva doblada, encubre ya los miembros superiores del cuerpo, si bien no oculta todavía la rodilla, ni el pie izquierdo en el abismo marino: el océano, [1110] en suma, no devora la totalidad de su figura. Saca la Hidra su cabeza; la Liebre salta en un orto nítido junto con Proción y las patas delanteras del Can de ígneo pelaje.

Salida de la Virgen

Una vez que Erígone292 ha sacado el semblante de las olas saladas para, dueña ya de la inmensidad del aire, recorrer el espacio, hace descender a muchos astros. [1115] Pues al alzarse la Virgen por el mar de oriente, se retira la Lira de Cilene293, se retira el Delfín por el piélago, se retira también la Flecha y las plumas extremas [1120] de las alas hunden al Cisne plateado: apenas ya su cola asoma por el horizonte del mar salado; apenas sobresale el Erídano, dotado de una luminosidad moderada: su caudal se funde en la lejanía con el mar. El nervioso solípedo294 oculta su cabeza, su gallarda cerviz se dirige a las honduras de Tetis295, humedecida la cerviz de rocío salado. Por otro sector la Hidra se desplaza en lontananza hacia la Copa, que se [1125] halla situada por encima, y Sirio296 fulge con las patas posteriores liberadas, sacando la Popa del azulado llano marino. Brilla ésta y Argo sobresale hasta el mástil, en tanto que el espacio arrastra ya más altos los miembros de la Virgen.

Salida de las Pinzas

No, cuando la marmórea superficie del mar envía fuera las curvas Pinzas, desprovistas de estrellas y carentes de luz [1130] nítida, ese día no resulta entonces desconocido y su amanecer no es vulgar. Pues vienen precedidas de la señal de Bootes con su rostro típico, alzándose con toda su envergadura, y en la lejana altura del firmamento prende fuego a Arturo. Y ya la Popa tesalia se [1135] alza en las alturas del espacio, ya la Hidra se despliega ampliamente en el universo, aunque asciende al firmamento privada aún del extremo de la cola. Cuando surgen por el cielo las pinzas curvas del signo de Quíos297, observa cómo toma a salir de la planicie marina el pie derecho del Arrodillado y cómo apoyándose en la rodilla, presenta su orto con un sólo pie. Centellea éste próximo a la Lira y en las meras [1140] tinieblas de la noche se dirige a las aguas azuladas del mar occidental, para renovarse enseguida, y reaparece brillante por el océano oriental. Por lo tanto, junto con las Pinzas sólo muestra un pie y después su persona, vuelto a lo lejos cabeza abajo, aguarda a que salga la última parte del dorso del Monstruo298, aguarda hasta que el Portador del Arco exponga sus dardos en el cielo y los tense belicoso apuntando a [1145] las alturas del espacio. Esta constelación trae consigo lo siguiente: las Pinzas aportan la pierna, el propio Escorpión el resto hasta la mitad; a su vez, la mano izquierda, la cabeza y el rostro los guía el Arco. Por fin, éste endereza sus miembros adormecidos en tres fases, es decir, tres figuras son las que lo liberan totalmente del mar. Así, media guirnalda de [1150] la Corona299 y el extremo de la cola que extiende el Centauro emergen del océano tan pronto como empiezan a reptar las Pinzas del monstruo venenoso. Y ya el abismo obliga a sumergirse en el llano marino la última parte del Cisne y la cabeza del nervioso Caballo; ya en la lejanía estas constelaciones se han dirigido por completo a las profundidades del [1155] marmóreo mar occidental, absorbidas por las aguas saladas. La inmensidad de las aguas acoge la cabeza de Andrómeda y el austro trae por encima la imagen temida del Monstruo generado por las olas en la bóveda celeste que va declinando. Pero hacia la zona del crudo bóreas, Cefeo, como si lo [1160] observara todo desde lo alto de un alcor, situado en el eje enhiesto del polo superior y extendido a lo lejos ante el espectáculo, extiende sus brazos inseguros y advierte a Andrómeda que se acerca el cruel Azote del mar. Éste, en cambio, vuelto hacia el Río300, baña en las aguas profundas la parte posterior del cuerpo, desde la espina dorsal cercana al [1165] extremo de la cabeza. Siguiéndolo hacia las olas, Cefeo sumerge la cabeza y los brazos extendidos.

Salido de Escorpión

Más aún, cuando el peligroso Escorpión nace del océano, todo lo que, como si fuera agua, arroja el padre Erídano en medio de las constelaciones, se esconde en la profunda Tetis y la llanura marina [1170] de occidente cubre al Po301. El Escorpión aterroriza al enorme Orión, reptando desde el piélago. Se trata, doncella Latonia302, de una antigua leyenda y no somos nosotros los que urdimos patrañas en nuestros versos: fue la edad de la raza cruel303 la primera que inventó esta infamia, la primera en propagarla a las gentes. La conducta irresponsable de una [1175] voluntad implacable y la locura desmedida habían atravesado el corazón impío del héroe con el aguijón del crimen. Prendieron entonces al punto fuegos terribles por el interior de su médula y una intensa llamarada se encendió en su pecho. ¿Acaso ese perverso y procaz se atrevió a tocarte a ti, diosa; se atrevió a tocarte con su ruda diestra, mano impía [1180] que había arrasado los bosques sagrados de Quíos, las impresionantes ramas frondosas de los bosques, los cuellos y cabelleras de la selva, puestos bajo tu propia advocación, para, con esta intrépida hazaña, ofrendarle un presente a Enopión304? Pero digno pago tuvo allí mismo este atrevimiento [1185] sin límites, pues la diosa, reventando las entrañas de la montaña preñada de nubes305, arroja de su guarida a la bestia terrible contra los miembros crueles del enemigo. Así pues, cuando el monstruo atacó a Orión a mordiscos como golpes de hoz, desgarrándole totalmente los miembros con sus pinzas feroces306, aquél experimentó el castigo por su fechoría. Tales son los premios reservados a la locura, tal es [1190] siempre la única relación posible con las divinidades cuando se las ha ofendido307. Éste es el miedo, el miedo agudo que permanece en esta constelación: tan pronto como el Escorpión rompe a salir, Orión se dirige en desenfrenada carrera hacia el fin de la tierra. Igualmente todo lo que de Andrómeda gravitaba todavía en el espacio y si es [1195] que los cielos llevaban todavía algo de la Ballena, desaparece todo al salir Escorpión. A todos el terror los sumerge en las aguas y en conjunto un mismo pánico los obliga a zambullirse en las llanuras marinas. El propio Cefeo sumerge su cabeza y sus brazos extendidos en las anchuras del mar, el extremo de su talabarte roza la línea terrestre [1200] del horizonte y solamente el pecho del anciano se zambulle en el resonante océano; al resto, el polo más alto lo hace girar en la zona del espacio en que no hay ocaso. También Casiopea, la progenitora308, sigue las estrellas deslizantes de su hija, que declina ya, y arrastra a lo lejos su hundimiento vergonzoso en las aguas sombrías. Con la [1205] cabeza inclinada hacia su trono, por encima de cuyo trono se alzan sus pies dignos de lástima: la ira y la furia de Dóride y Pánope309 golpean a esta madre tras sus recientes desgracias y su resentimiento rencoroso reclama este castigo. Todos estos asterismos se deslizan a la vez en el [1210] oleaje de occidente; sin embargo, el universo repone otros muchos y en sustitución de los que han caído repone muchos otros. Así pues, es éste el instante en el que el resto de la guirnalda de la Corona310 se libera del mar y en que la Hidra alza la cola en el extremo de la hilera que forma su cuerpo. La cabeza y los miembros corpulentos de Centauro sobresalen, la mano derecha saca la presa arrebatada [1215] a los bosques311. Pues las patas delanteras de la vigorosa fiera aguardan perezosas al Arco y cuando regresa el Arco por el espacio, empiezan a asomarse e, igualmente, el Arco trae consigo al resto de la Serpiente312 y los miembros de Serpentario, tan pronto como sale de las olas. Las cabezas [1220] de ambos y las dos manos de Ofíuco y el primer anillo de la resplandeciente Serpiente emergen del océano oriental guiados por la salida del Escorpión. Después del pie, el Arrodillado, al que en lontananza las profundidades del mar salado arrojan siempre en posición invertida, saca a la vez de las aguas del abismo espumeante bien la mitad de los miembros, bien su ancho pecho, el hombro y el brazo derecho.

Salida de Sagitario

La cabeza y la otra mano313 empiezan [1125] a desplazarse cuando centellea el asterismo completo de Sagitario. Asimismo, la Lira de Mercurio314 rompe a girar y Cefeo, que ya levanta sus pies en lo alto del polo, no libera todavía el pecho del abismo marino, sino que, mientras mantiene sumergido el pecho, impulsa por [1230] encima con el pie a los Carros315 de la Osa Licaonia. No es otra la ocasión en la que las estrellas ígneas del Can Mayor desaparecen, ya a lo lejos las aguas han engullido en el piélago al extendido Orión. Y la Liebre se pone con todo su asterismo316. También entonces Sirio la acorrala al huir por el océano. Pero tras el Auriga, cuando se dirige con los pies [1235] a las profundidades del abismo sin fin, no van la Cabra, ni los Cabritos: éstos brillan en el firmamento, aquél se anega en las cárdenas aguas. Se los puede contemplar separados de los demás miembros, sobresaliendo por encima del hombro izquierdo y alzándose hasta el extremo de la mano, hasta que, caminando con la puesta del sol, perturban las [1240] aguas azuladas con sus astros que van descendiendo.

Salida de Capricornio

Así pues, a la mano que queda del Auriga y el extremo de su brillante cabeza y la columna vertebral que recorre su largo dorso, las hunde la salida de la constelación del cerdoso Capricornio (los miembros [1245] posteriores desaparecen al regresar Sagitario). El alado Perseo no retrasa ya la silueta de su cuerpo en los espacios aéreos, ni Argo salva la caña del timón de las aguas del mar salado: Perseo, al fin con el pie derecho y la rodilla libres, [1250] sumerge al resto en el mar; la Argo, dado que arrastra desde arriba la popa de contornos redondeados, se hunde y entra en contacto con las aguas azuladas por la sólida quilla. Ella aguarda después al nacimiento del helado Capricornio y declina entera desde las alturas del cielo hacia el ponto, cuando [1255] Proción, tras seguir los pasos de su dueño, penetra en las llanuras marinas y trueca las alturas del firmamento por la profundidad del océano. Tales son las constelaciones que posee la zona del abismo occidental; éstas son las que sumerge el mar en sus resonantes y saladas aguas. A su vez, en la lejanía el espacio hace elevarse al Cisne y al Águila de Júpiter; se alzan los astros llameantes de la Fecha y por la [1260] zona del noto brilla el Altar de la majestad divina; y Capricornio hace aparecer al Delfín hacia su pequeño hueco en los aires.

Salida de Acuario

Mas cuando Acuario se eleva por el horizonte al amanecer, el Caballo recién llegado saca la cara y las patas. Y he aquí que en el sector del cielo que declina, la noche oscura arrastra al Centauro por la cola bajo el llano marino occidental, si bien no recibe a la [1265] vez la cabeza y la envergadura de los hombros: la figura del solípedo permanece con el pecho erguido y el cielo se apoya sobre su cabeza. A continuación, la Serpiente317 esconde sólo la cabeza y los primeros anillos, en tanto que arrastra por detrás la larga hilera de su enorme cola.

Salida de los Peces

Se desliza ésta bajo el mar salado, se desliza de nuevo bajo las llanuras marinas, cuando el Centauro completo se ha [1270] arrojado a las aguas del océano y los Peces han hecho brillar sus astros nuevos. Y al elevarse éstos a lo más alto del firmamento, regresa igualmente por el austro aquel otro Pez318, al que el hermoso Acuario presiona con el pie; si bien no aparece con la totalidad del cuerpo, sino que aguarda la hora de llegada del [1275] otro signo: en parte se oculta, pero por otra se desliga de las olas rumorosas del mar, para ascender a las alturas de la bóveda celeste. De este modo los brazos de la apenada Andrómeda, así como después las piernas y los hombros resplandecientes, van regresando poco a poco desde sus refugios del mar, luego que los Peces hayan encendido sus fuegos de [1280] oro en el cielo. Finalmente, cuando los Peces centellean en el universo, aquélla, Andrómeda, alza el brazo derecho y el costado izquierdo del cuerpo de la doncella aparecerá a su vez, después que hubiera iniciado su orto el ganado de Frixo319.

Salida de Aries

Este Aries se aproxima en lontananza hacia el Altar austral desde las aguas de la sima marina occidental. Por la zona en que la luz regresa, esta misma constelación incita a Perseo para que levante las estrellas de su distinguida cabeza y para que fulguren sus nítidos hombros; en cambio el resto de la figura aún no se ha desprendido del mar salado. Es más, la naturaleza, capciosa con la verdad, ha dejado en completo estado de ambigüedad [1290] si es Aries el que saca los restantes miembros de Perseo o bien éste rechaza las aguas con la salida de Tauro.

Salido de Tauro

A una con él sube Perseo entero por el cielo. Sin la menor pereza en su cuerpo se separa de las estrellas recientes del Toro que nace, a cuyas llamaradas, en efecto, se apega la constelación del Auriga y [1295] al cual, no obstante, el Toro no lo levanta todo entero hacia el espacio: al Auriga lo hace desembarazarse por completo de las aguas saladas el orto de los Gemelos. Con Tauro, la Cabra, el pie izquierdo320 y los Cabritos aparecen por la línea del horizonte tan pronto como, emergiendo de nuevo de las olas, la corpulenta figura de la Ballena se remonta hacia [1300] las alturas del cielo: es entonces cuando su cola y su rígida y enhiesta cresta regresan a lo alto de los aires. Y desde el momento en que la declinación esférica del cosmos en rápido movimiento hace girar a las estrellas del terrible Monstruo fuera de la sima marina, a lo lejos el gigantesco Boyero inicia la primera fase de su ocultación. En efecto, éste, al [1305] salir cuatro constelaciones321, se introduce apenas en el seno del piélago y ni siquiera Arturo se desliza entero desde lo alto del espacio: su mano izquierda322 permanece siempre y se levanta por encima hacia las Osas que se hallan en las alturas.

Salido de los Gemelos

Pero, cuando ya Ofiuco regresa al oleaje por sus pies, de modo que el océano hace desaparecer sus rodillas en la extensa y lejana superficie marina, será [1310] entonces la señal de que los Gemelos avanzan por la zona oriental. Y la Ballena no es avistada en las proximidades de ningún punto del horizonte, sino que ya se alza entera en las alturas; ya el mar ha arrojado su oscura silueta sin que todavía la absorba la lejanía. Además, el navegante levanta la mirada hacia el primer [1315] grupo estelar del Po323, en el momento en que nace del mar, contemplando cómo hormiguean entonces sus estrellas por el cielo despejado y espera las antorchas próximas del centelleante Orión, de suerte que hábilmente capta enseguida, a una señal cierta, el devenir seguro de las tinieblas y es capaz de explorar fielmente los notos según los astros y de largar confiado velas a mar abierta. Y a no ser [1320] que le falte la atención debida a estas importantes señales, hay un camino directo para reconocer siempre tales signos; bajo la enseñanza del propio Júpiter y del magisterio celeste obtendrás todas las orientaciones precisas: nos las hace saber Júpiter una a una desde lo alto del espacio y, como juez absoluto y generoso, nos ha dado una sabiduría auténtica, para que los amagos inapreciables de los cambios [1325] de tiempo no se nos pasaran por alto324.

Fases de la luna

¿No ves acaso tan, pronto como Febe se levanta en suave creciente e irradia luz por el espacio desde su rostro estrecho, al declinar el día y próxima ya al ocaso la ruta del sol, cómo te expresa con ingenio [1330] los días en que entra el mes325? Pues declarará paladinamente por sí misma que se halla en la antorcha de su cuarta jomada ígnea, desde el momento en que, bañando de luz por completo nuestros cuerpos, prolongue una sombra débil sobre el plano del suelo. En cambio, si Cintia326 corta la forma de su disco por la mitad, señalará su octava salida y la octava [1335] carrera de su carro. Por último, cuando la diosa se levante ya con el rostro entero, de modo que resplandezca el contorno completo de su amplio disco, indicará en el cielo que ya han transcurrido los días y las noches de medio mes. Y cuando de nuevo se desplace privada de su cara llena, [1340] avanzando investida de una figura luminosa equivalente a la faz de fuego que la diosa oculta tras las nubes etéreas, muestra entonces el desgaste ocasionado por el mes que va envejeciendo; por todo lo cual apenas le queda en el firmamento un tercio de ruta para acercarse a su centelleante hermano. Pero cuando ya no provoca sombras, se dan entonces [1345] cuatro salidas de la luna que se marchita, correspondientes a las cuatro sombras de resplandor mortecino que aparecen al renacer el mes, y con éstas abarca un período regular de ocho días. También es sencillo el camino para conocer el número de días intercalados: siempre que la diosa [1350] se presenta con una faz peculiar, indica qué tamaño tiene al subir por el firmamento, cuántas veces ha uncido los novillos327 a la lanza de su carro y cuánta ruta ha cubierto ya desde que abandonó las olas.

Trayectoria del sol

En cambio, los extremos crepusculares del final de la noche te los señalarán los doce signos que hace girar el círculo portador de los zignos zodiacales, pues Febo en su trayectoria recorre siempre estos signos uno por uno y durante su curso se acerca a todos [1355] por tumo. Mientras acaba su ruta etérea, unas veces abrasa un astro con sus llamas como una bola de fuego, otras Titán328 funde sus luces de oro con otro, o bien cuando, habiendo descendido ya, se desliza en el interior de las aguas, mientras las tinieblas borran las siluetas de los objetos, o bien cuando regresa de mañana tras abandonar su cuna [1360] en el mar y mediante su luz infunde colorido a la naturaleza. Así, distintos astros acompañan siempre a cada día.

Caiendario

No voy ahora a recordar los astros que regresan a sus emplazamientos primitivos tras una larga revolución; ya lo incluyen los tratados de mis antecesores y los tratan dando a veces explicaciones inseguras.[1365] Pues Solón329 considera que han de transcurrir por el cielo nueve inviernos para que la luna vuelva a su posición anterior; Hárpalo330 la reduce más rápido a su sitio y movimiento primitivos, en tanto que al cómputo de aquél [1370] añadió Metón331, con su sabiduría cecrópea332, según se dice, un largo decenio y lo propagó a todo el mundo; enseguida, la inteligente Grecia hizo suya esta especulación y transmitió tal hallazgo por largos años. Pero Metón adoptó como método para comenzar el año el instante en que Febo abrasa [1375] a Cáncer con su astro resplandeciente, en el que el piélago se lleva lejos el talabarte de Orión y en el que arde el astro azulado de Sirio. Por tanto, de semejante fuente Metón calibró las fases de la luna: aquélla durante la cual un navegante podría recorrer una larga derrota en una maniobrable nave; aquella otra en que un amante del campo podría entregar las [1380] semillas de trigo a la madre tierra. Tenga en cuenta siempre estos datos, indagando en profundidad, aquél que larga velas a mar abierta o aquel que entrega simiente a la tierra. Aprender esto no es lento, tan sólo reclama un poco de esfuerzo y un poco de tiempo; a cambio, esta dedicación conlleva innumerables frutos.

Pronósticos meteorológicos. Introducción

[1385] Un provecho cierto te aguarda si te place conocer con antelación las turbulencias de la atmósfera y desvelar el origen de estas perturbaciones. En primer lugar, te guardarás por instinto natural de las borrascas repentinas y así, habiendo sido tú el primero, evitarán otros la marejada si, dadas unas señales determinadas, fueras capaz de diferenciar cada período. Pues toda vez [1390] que el eje del universo ha dado una vuelta, se repite la cólera del mar de ronco bramido, como desatada de golpe; en efecto, a menudo, aunque reposa mansa la superficie del extenso y profundo mar bajo el manto de una noche serena, el navegante experimentado retira su flota del llano marino a buen recaudo y conserva la chalupa atracada al muelle ribereño, cuando por la mañana barrunta indicios de galerna. [1395] En otras ocasiones, si Febo hace ver su luminaria en el cielo tres veces, es entonces cuando se desata esa impresionante e irrefrenable furia del salado mar, perturbación del piélago relacionada con el astro que había predicho era inminente. A menudo, en otras ocasiones, el quinto día es el que conmociona a Anfítrite333 y con frecuencia el desastre de la [1400] desgracia se precipita de improviso. Todos estos datos te los proporcionará la luna mediante señales seguras, bien aparezca su luminaria cortada antes y después de su plenitud, o bien su torneado disco alcance el creciente. El sol también te descubre con frecuencia la inminencia de las tormentas, ya mostrando su astro, ya ocultándolo en el mar salado. Asimismo será posible reconocer las perturbaciones de la [1405] planicie marina gracias a otros recursos y estar al corriente de las grandes borrascas del cielo, conocer qué turbulencias pueda producir un día concreto y las que aporten en el transcurso de un largo mes la sucesión de los astros y la maquinaria del universo.

Hay unos vapores de aire muy húmedo que produce la tierra y que arroja en bocanadas. Cuando la tensión de sus [1410] venas los ha expandido por los aires, cubre las anchuras de los campos imperceptiblemente, indetectable para la vista, y esta vaporosidad húmeda gravita sobre toda la tierra; cuando el calor de las estrellas, de ígnea cabellera, la ha absorbido, [1415] la levanta a las capas más altas del aire y, una vez condensada, se solidifica en nubarrones persistentes en el espacio. Si esta sustancia húmeda se eleva desde la base de la tierra en menor proporción, entonces neblinas ligeras propagan por el cielo una calina difusa. Pero, si presenta mayor sequedad, se disuelve por doquier en rápidas ráfagas de [1420] viento y además impulsa el aire de su entorno mediante ventoleras rotundas. Si una humedad mayor se ha alzado directamente de la tierra, entonces los nubarrones derraman incluso lluvias; y estas lluvias las genera el calor en un extenso sector: él es el que provoca desde lo alto las precipitaciones [1425] y descarga la acuosidad acumulada del obstáculo que viene a representar el universo centelleante. Si una gran masa de uno y otro elemento concurren, por decirlo así, una frente a otra, al punto, a consecuencia del choque aéreo, restalla el estampido estridente del trueno y en lontananza un fragor intenso se propaga parejo al retumbar de las auras. Esta confrontación y esta colisión furiosa de elementos [1430] opuestos, que a menudo se produce desde los estratos elevados de la atmósfera, provoca igualmente los fogonazos del fulgente relámpago y constriñe todo el ámbito espacial de llamas voladoras y por el cielo se difunde el olor a azufre. La tierra es la progenitora de todos estos meteoros y desde las capas profundas de la tierra se derivan las perturbaciones más altas. Y son los luminares ígneos del universo, [1435] esto es, Febo resplandeciente en su carro de lanza flameante y la Luna, que guía sus novillos errantes por la noche334, los que han producido los principios de estos males. Pues, cuando el calor de estos dioses conmueve por azar la tierra, los respiraderos del suelo, distendidos súbitamente, dejan al descubierto las hondas venas y las entrañas profundas de la tierra; [1440] se empapa la tierra íntimamente de este calor procedente de las alturas y el suelo, entibiecido, espira humedad. Estas turbulencias del aire y el voltear enloquecido del oleaje, los vendavales de las galernas, la cólera del espacio celeste: todo ello conviene prevenirlo. Capta con inteligencia cada uno de estos apartados y abre tu corazón sediento a [1445] las observaciones de los sabios.

Previsiones que pueden obtenerse de la luna

Tan pronto como Cintia exhibe en el cielo sus cuernos nuevos, observa cauteloso a esta diosa por ambas puntas. Pues, cuando vuelve a salir, tiñe su salida de una luminosidad sin par en absoluto, antes bien comporta apariencias distintas y se señala por lo variado de sus siluetas: cuando se eleva con una luminosidad de fuego el primer día, cuando resplandece al tercero, cuando con mayor cuerpo astral escala el espacio e ilumina las playas etéreas al cuarto día, entonces te dará la luna información plena acerca del mes que comienza. Si al tercer día se mostrara fulgente en una salida perfecta, límpida y libre de toda mancha, indicará que va a haber un tiempo sereno, despejado y estable; pero si se alzara con un luminar suave y esmaltara su rostro de un rubor ígneo, entonces los cauros belicosos barrerán de pleno las turbulentas llanuras marinas. Por otro lado, si con una luminosidad espesa y los cuernos difuminados inicia su cuarto orto, de modo tal que alargara suavemente la sombra del cuerpo afectado, se debilitará por efecto de las lluvias o de los céfiros y denunciará espontáneamente ventoleras del noto o lluvias, pues un aire denso, procedente de estratos superiores, comprime sus cuernos privados de luz; el húmedo noto espesa los aires. Si, de nuevo, al tercer día Cintia levanta su carro, a la vez que mantiene enhiesta su antorcha y centellean sus puntas desplegadas, de modo que no inclina la curvatura de los cuernos, ni, echada hacia atrás, se divide su luminar derramando la luz por las auras, presagiará entonces el levantamiento del céfiro [1470] por la región occidental o del noto desde la zona de Libia335. Ahora bien, si, por cuarta vez, Cintia asciende al cielo en su carro y hace ver unos fuegos desde sus cuernos fulgentes y prominentes en exceso, entonces una cólera duradera removerá la salada mar, muy rápidamente los cauros arrollarán la superficie marmórea entera y salvajes vientos [1475] racheados barrerán el hondo mar. Si la punta del cuerno que yergue hacia el bóreas aparece curvo, como inclinándose, pronosticará en ese caso que se van a presentar en el cielo las terribles ventiscas del tempestuoso aquilón, pues afirma que es acosada por este viento y hasta abrumada por él, y enseña que las alturas se inclinan ante un viento procedente [1480] de los últimos estratos. A la inversa, bajo esta misma señal sobrevendrá el noto, cuando veas que esa parte de la luna se echa hacia atrás y se abre espontáneamente a esa postura inclinada de espaldas: se trata del austro que, procedente de un área más baja, le levanta la punta. Si en su tercera salida [1485] la luna muestra sus contornos rodeados de un anillo rojizo, enseguida verás que el piélago se toma blanco de espuma en medio del fragor de la galerna; y una borrasca más grande aún revolverá las olas del bronco abismo marino, si la propia luna enrojece también el rostro desmesuradamente.

[1490] Observa asimismo si Cintia ensancha su disco luminoso al máximo o si su contomo circular se halla seccionado y, como privado de la mitad de la luz por ambos lados, soporta una merma de su figura, que se ha quedado oscurecida, volviendo a llenar los cuernos primitivos o abriendo sus cansados cuernos. Por lo que se refiere a la tonalidad del color que reviste el rostro cuando sale, sopésala con la vista cuidadosamente [1495] y, siendo así que este mismo color advierte sobre los días venideros, retén sus señales y aprende a distinguir la totalidad del mes en fases. Los indicios que has captado no se refieren a un solo día, ni tampoco todos los días hay indicaciones para el mundo en general, sino que las señales que se dan durante la tercera o cuarta luna, desde el principio de un período, permanecerán en el cielo hasta [1500] tanto que Cintia levante la mitad del rostro, y las que da a entender la media luna, tendrán vigencia hasta que exhiba la plenitud de sus fuegos. Luego, para el período decreciente quedan caracterizadas, al contrario, otras etapas diferentes en la previsión de la luna, las que, desde entonces hasta que [1505] Febe alcance los fuegos luminosos de su hermano, marcarán la última parte del mes.

El componente que el cosmos inmenso lleva en su extenso y vacío seno recibe el nombre de aire; las emanaciones que exhala la superficie de la tierra se denominan nubes. La parte superior, el cielo, morada de los dioses, va rotando en un eje diamantino336. Allí las divinidades tienen sus propias [1510] residencias: lo alto del polo boreal es la mansión real de Saturno; en el área en que el período más seco del año espira los lucientes rigores del estío, en ese éter caluroso, permanece Júpiter; los estratos desde los que el fuego abrasa sin medida la tierra, los habita Gradivo337; en el sector en [1515] que el sol del invierno se ve impelido a volver riendas, se enseñorea Venus, la de hermosa estrella338; en cambio, allí donde un anillo oscuro se oculta, con su contorno sumergido en el horizonte, se brinda un paraje umbroso a Mercurio. Por encima de todo esto, la trayectoria ardiente del sol abarca cinco zonas extensas y discurre por una ruta precisa; a [1520] continuación se halla la luna junto a las nubes, en el área en que las emanaciones, que exhala el suelo, se coagulan en vapor húmedo, desplazándose por las capas más bajas del cielo. Mientras la luz, a menudo fragmentada, llega al interior de las nubes desde la antorcha resplandeciente de la luna, la diosa se nutre de esta acuosidad y, perforándola con sus rayos luminosos, provoca siluetas variadas; así, en defínitiva, [1525] se considera frecuentemente a Febe rodeada de nubes, cuando en rigor las nubes se hallan por debajo de la luna. Por lo tanto, siempre que se la ve engastada en un halo, éstas son las previsiones que se derivan en orden específico: en ocasiones ese halo rodea a la luna con un triple anillo y por lo general la circunda doblemente, aunque también suele [1530] ceñirla un único anillo. Si un solo halo rodea su contorno, será señal certísima de tormentas, si bien ofrecerá también indicios de tiempo tranquilo; un halo quebrado previene repentinos golpes de los euros; si se debilita de modo gradual en una calina ligera y se difumina en la amplitud del espacio, [1535] muestra que sobre el oleaje se extenderá bonanza. Si dos círculos rodean la luna, el mar experimentará de repente la mayor explosión de violencia y esta misma explosión de violencia barrerá las tierras; además, galernas aún más grandes perturbarán las aguas si un tercer círculo constriñera el disco centelleante de la luna; el austro desatará su ira [1540] en medio de un terror desmedido, si el trazado de estos anillos apareciera fosco en el ámbito celeste. Por último, si estos halos de la luna se hicieran añicos, una tempespestad extrema se desplomará sobre las aguas del profundo abismo marino.

Previsiones deducibles del sol

Más aún considera al sol339, considera la observación del sol como la más conveniente; las previsiones obtenidas del sol son más indicadas y las señales del guía340 [1545] de los astros persisten con mayor firmeza, ya se dirija, al declinar, hacia las aguas de occidente, ya se levante revivificador desde las riberas portadoras de luz. Sus rayos majestuosos disuelven con el poder de su luz la negrura de la calígine y los jirones de tinieblas nebulosas, negros como la pez, cuando su vigor flameante atraviesa el caos [1550] umbroso o cuando a través de los celajes de la noche inyecta el fulgor de su antorcha aérea. Con su calor reaviva los seres aletargados, aguijan sus llamas lucientes a los embotados; el sol reanima a los seres adormecidos, el sol, padre primigenio, franquea la rudeza de los obstáculos con su [1555] carro diamantino; Febo solidifica las acuosidades mediante su fuego, Febo con sus rayos disuelve las condensaciones. Pero, cuando el vigor preclaro del sol irradiante amengua carente de luz, mientras el dios queda oculto por el obstáculo de una nube densa, no sólo en el cielo, sino también en el mar predice que habrá grandes turbulencias.

¡Y ojalá que, tan pronto como asome su rostro desde la [1560] hondonada marina, no ofrezca una variada gama de colores en una faz iridiscente! Pues ante el regreso de un sol semejante ya no podrás aguardar la mansedumbre del cielo sereno. Pero si el dios ha recorrido tranquilo con su astro la bóveda [1565] celeste y ha sumergido entero su antorcha en el ponto, el rostro libre de nubes, límpida la cabellera y fulgente el disco, puede esperarse una salida serena del día por oriente. Pero si su rostro parece convexo y con el centro del disco hundido o si, por decirlo de alguna manera, se desciñe los [1570] rayos por sí mismo para fijarlos hacia la zona austral, alargando su figura, y dispara al bóreas un rayo de fuego luminoso en línea recta, entonces a ese día que empieza no le faltará viento y lluvias.

Finalmente, hacia la lejanía, a través de las llamas y los propios fulgores del dios, si lo tolera la luminosidad de un [1575] sol suave, dirige tu mirada (se obtendrán señales seguras de su magisterio) y ojalá que un tono rojizo color sangre no empañe su ancho rostro, como esos grupos de nubes sin rumbo, a menudo enrojecidas, o bien ojalá que un color negro como la pez no cubra su antorcha de una veladura plomiza. Observa detenidamente todo esto. Si se presenta muy [1580] ensanchado con el disco ceñudo, la tierra se empapará de lluvia, los ríos, crecidos, desbordarán sus altas orillas, rebasando los muros de contención; si un resplandor muy fuerte recorre su rostro de fuego, entonces frecuentes ventiscas batirán las aguas del salado mar, los vendavales barrerán todas [1585] las tierras y las ventoleras del recio aquilón doblegarán las cabelleras de los bosques y sus altas copas; si la energía de estos dos meteoros se difundiera por el semblante del sol, los notos lo batirán todo y los chaparrones regarán las lejanas besanas.

En algunas ocasiones he aquí que, nada más comenzar a salir el sol o bien cuando el dios hunde sus fuegos, que van [1590] decayendo, en el piélago, sus rayos se agrupan formando una nebulosa (en efecto, el resto de la antorcha de Hiperión centellea y entonces el vigor fulgente de sus cabellos muestra unas luces que se difunden por el universo; también en ese caso unos nubarrones plomizos se amalgaman en un globo negro); otras veces el sol irrumpe en la bóveda celeste [1595] cubierto por un denso velo nebuloso, o, al contrario, cuando se precipita desde un cielo despejado, escondiendo su rostro tras una barrera brumosa: según todas estas señales una lluvia copiosa se derramará sobre la tierra. Algunas veces puede verse una nube sutil adelantar al dios; si esta nube se ha levantado rápidamente precediendo al sol, en tanto que el [1600] propio sol siguiendo detrás es visto privado de sus rayos, los labrantíos se empaparán bajo intensos aguaceros. Pero si la línea del litoral de la mañana ha ofrecido un Febo más grande de lo acostumbrado y a través del espacio el contorno del disco se ha disipado como languideciendo, y, al ascender a [1605] las alturas, el sol aminora después su luminar ignífero, habrá tiempo despejado y tranquilo: pues el aire de la hondonada marina, muy denso, en un primer momento le había ensanchado el disco desmedidamente y luego, elevándose ya a un área del cielo ligera, contrae su luminar, olvidado de su medida exacta. El sol también, cuando el día, humedecido a [1610] consecuencia de las tormentas, se presenta desagradable, al declinar con el rostro lívido, asegura un tiempo límpido y tranquilo; en efecto, al restallar las nubes por el espacio despejado, el sol empalidece su rostro, que se debilita como enfermizo; en cambio, una acumulación de nieblas dispersas en una gran extensión, señala que la faz del nítido universo [1615] va clareando. Además, al nacer el día conviene aprender a conocer las lluvias que sobrevendrán, cuando veas en los lejanos límites del cielo de poniente desplazarse unos nubarrones de aspecto sombrío como la pez; y cuando los rayos se echan a ambos lados de dichos nubarrones, mientras se [1620] apaga la luz del día con el ocaso, como una noche helada siembre el rocío, habrá precipitaciones. Si Febo oculta sus riendas límpidas y baña en las profundidades de Calpe341 una luz apacible, pero, en cambio, una nube inflamada lo sigue en tanto se pone, el día y la noche que sobrevendrán, [1625] procedentes de la nueva aurora, permanecerán libres de nubes y sombrías galernas. Pero cuando el resplandor de los rayos se debilita apagándose, y, ¡ay!, se despliegan inútiles las crines de Febo en finas agujas, una tempestad fosca aportará nubarrones de aguacero y se verá el cariz del día [1630] oscurecido, como cuando la luna empaña su luz, cubriendo por debajo el tiro del carro de su hermano; ella se desplaza más baja que la luz venerable del sol, que va por encima, y, situando en medio el disco de su antorcha, rechaza los rayos que emite la lumbrera flameante del sol342. A su vez, cuando [1635] Lucifer343 promueve las salidas matutinas, ¡ojalá no se te presenten unas nubes tintadas de sangre, revolviendo bajas vinosos vellones!, pues al punto se derramará desde el cielo un intenso aguacero.

Si, en tanto que el sol se retrasa entre las aguas centelleantes, sobresalen sus rayos y, además, una sombra muy cerrada cubre tales rayos, ese día no se verá libre de lluvias [1640] y viento. Asimismo, habrá igualmente lluvia, si un anillo negro rodea al sol recién salido; en fin, un aguacero más intenso se desplomará desde el cielo, un chaparrón más abundante inundará los suelos, si los anillos difundidos en tomo al dios, incapaces de disolverse, conservan entumecidos [1645] el cariz de una masa fosca. También con frecuencia una nube herida por Febo enrojece y, encuadrando la silueta del dios, tras recibir su fuego lejano, concibe la figura de un disco luminoso ficticio. En cualquier sector del firmamento en que contemples este meteoro, ten presente que de esa zona sobrevendrán vientos. No obstante, estos datos, repito, todos estos datos sin embargo, siempre revelarán mejor el [1650] porvenir si se dan al ponerse el día.

Previsiones que obtenerse del Pesebre

Conviene aquí observar también al pequeño Pesebre344. Tal es el nombre que la sabia Grecia ha dado a la nebulosa que evoluciona en las alturas frente a Cáncer. A su lado, en fin, contempla a los dos Asnillos: uno de ellos abrasa las estrellas próximas al septentrión, [1650] el otro mira a lo lejos al templado austro. En medio se aglomera una concentración a modo de nube: es lo que se llama el Pesebre. Si este Pesebre se retira de repente lejos de la vista, mientras arde adecuadamente el rojo del fuego en los Asnillos etéreos, las galernas que azotarán las aguas no [1660] serán nada ligeras. Pero si estas dos estrellas mantienen un resplandor parecido y el Pesebre presenta un cariz sombrío, se precipitará entonces desde nubes altas un aguacero muy suave y la tierra se empapará enseguida de un escaso rocío. Y si hacia la zona del feroz bóreas una estrella, como privada [1665] de su fulgor regular, parece debilitarse en un fuego mortecino y en lontananza la crin del segundo Asnillo arde intensamente, al instante se levantará el austro desde los valles de los etíopes345. En cambio, si en dirección al noto una estrella va apagando su luz, entonces el recio aquilón ululará desde los confines rífeos346.

Previsiones obtenibles del mundo terrestre: señales de viento

[1670] A menudo toma también de fuentes terrestres datos fiables sobre las tormentas. Pues, cuando en las planicies marinas se ha desencadenado una extensa marejada, cuando los recovecos de la costa resuenan por sí mismos a lo lejos, sin que el oleaje azulado los [1675] bata, o cuando la cima de unos altos montes retumba por sí misma en el aire, todo esto significará que se aproximan vientos.

Y cuando la pequeña fúlica347 se echa a los labrantíos en vuelo presuroso, abandonando las aguas, y repite largos lamentos a graznidos, da a entender que pronto las aguas se rizarán de blanco bajo vientos furiosos. Al cabo, cuando por [1680] el cielo se extiende un tiempo límpido y tranquilo, si desde lo alto están a punto de precipitarse vendavales, entonces, enseguida el voraz estornino348 vuelve su pecho tornasolado contra esos vientos, para que el embate descargue de frente sobre las plumas de su grácil cuerpo y no dejar desguarnecido el lomo, a merced del euro. Podrás ver también muy [1685] frecuentemente al ánade de anchas patas alejarse del mar y extenderse la niebla en lo alto de un picacho, y ya a ras de las aguas revolotear la pelusilla de las flores349, estallar a lo lejos las cabelleras de las estrellas350, verlas caer desde las alturas del espacio sobre la tierra, derramar sus crines de llamas centelleantes y arrastrar por detrás largos regueros; también [1690] por la orientación previene la experiencia que pronto se presentarán vientos.

Y si por doquier brincan fuegos en lugares diferentes del firmamento, barrerá el piélago un tropel de borrascas sin límite ni medida, si desde los aledaños del bronco euro, si desde el área del noto, si desde la región del suave favonio o [1695] desde el cielo bistonio351, restallan relámpagos allá lejos en el firmamento.

Señales de lluvia

Si vellones de nubes352 se arremolinan por el cielo, si la iridiscente Iris353 desciende a tierra formando un arco doble, si un anillo oscuro parece contornear una estrella blanca, si por la superficie de las aguas alborotan las aves, si una y otra vez sumergen el [1700] pecho en las profundidades del abismo marino, si la golondrina se precipita con frecuencia trinando sobre las aguas a los primeros destellos del alba, si las ranas reiteran su viejo lamento por los estanques, si los autillos emiten arpegios melodiosos por la mañana, si la dañina corneja hunde la cabeza en aguas profundas, bañando el lomo en el río, si se [1705] ensaña en roncos graznidos, un abundantísimo aguacero se derramará desde las nubes, una vez que hayan reventado. Habrá también precipitaciones cuando la ternera aspira el aire por las narices y la totalidad del suelo en un amplio sector se empapará de lluvias cuando la industriosa hormiga, [1710] abandonando su madriguera habitual, saca los huevos de los escondrijos de sus guaridas (sin duda un tiempo desapacible, un día gélido y un ambiente frío relegan el calor a las profundas entrañas de la tierra), cuando la pollita se expurga el pecho con su pico ganchudo, cuando en formación cerrada [1715] se ve revolotear al grajo formando círculos y cuando los cuervos graznan como con sordina, cuando la estilizada garza real va una y otra vez al agua gañendo repetidamente, cuando las moscas pequeñas clavan sus aguijones y si en las lucernas de barro, que arden por la noche, se aglomeran los [1720] hongos, si de las llamas brinca una lenguarada de fuego o si la energía de la luz se va debilitando por sí misma: es conveniente advertir con antelación las precipitaciones inminentes. Para acabar, cuando Vulcano354 calienta una ancha caldera de bronce, deja escapar chispas mientras las llamas chisporrotean lamiéndolo todo alrededor, si el noto arrastra desde los cielos de Libia355 nubes empapadas de agua.

Señales de buen tiempo

[1725] Pero, si hasta las estribaciones de una montaña se extiende un velo espeso de nieblas, en tanto que las roquedas de los altos picos quedan despejadas, e, igualmente, si por la zona en que las extensas aguas del mar se hallan en reposo, se difunden unos nublados que se van depositando bajos en largos jirones, habrá [1730] paz para el cielo, Tetis y la faz de las tierras, y por ningún sector del firmamento se precipitará la lluvia en abundancia.

Ahora bien, cuando bajo la tranquilidad del cielo se despliega una amplia calma, es entonces cuando conviene captar con antelación los indicios de borrasca inminente y, a la inversa, cuando se desatan las impresionantes iras del éter, observa qué señales retomarán la bonanza a la tierra y al mar. Entre las más importantes toma nota del Pesebre, aunque [1735] pequeño, al cual el elevado Cáncer hace girar en lo alto del cielo; él, cuando el aire condensado comienza a aligerarse, se sacude la ancha masa del velo que tiene puesto encima, ya que se extiende próximo a las rachas del aquilón, que difunde serenidad y queda limpio al primer soplo de [1740] viento. Entonces, a su hora, la lechuza entona el canto modulado; entonces la longeva corneja provoca el eco de la tarde; entonces los cuervos graznan y animándose a graznidos de su ronca garganta, reclaman a los numerosos escuadrones de sus congéneres, entonces contentos se retiran a una hacia sus bien conocidas guaridas, entonces aplauden [1745] golpeando sus cuerpos con las alas; entonces también podrás contemplar a las grullas estrimonias356 revolotear de repente en círculo a cielo abierto, cuando la época más apacible del año haya disipado por el cielo los aires de tormenta.

Señales de tormenta

Asimismo, en el momento en que la luz de todas estrellas se debilita por sí misma y los nubarrones no han desplegado en [1750] torno densos jirones que llegaran a sofocar su resplandor, simándose frente a sus ardientes llamas, ni la calígine anula los fuegos de su centelleante luminar, ni la luna llena embota esos astros sagrados con su disco completo, sino que, antes bien, la luminosidad de las estrellas se debilita por sí misma, es conveniente advertir [1755] de antemano la dureza de las tormentas invernales. Si ves que los nubarrones se detienen en el cielo, que estos nubarrones pasan y se rebasan unos a otros; si la oca se ceba con mucha avidez en el césped medio comido; si te canta la corneja [1760] de noche, si, al reaparecer Héspero357 en el espacio, el grajo insiste en su canto sin parar; si el pinzón hace resonar su canto desde la mañana; si las aves rehúyen apresuradamente las aguas turbulentas de Nereo; si el reyezuelo, hostil a los himeneos coronados de flores, se dirige a las partes bajas de [1765] la tierra; si, por último, el pequeño petirrojo penetra tembloroso en las oquedades de una roqueda pedregosa; si las abejas cecropias358 se limitan al pasto cercano, frente a su propio cuartel y liban entristecidas las primicias de las flores próximas; si las grullas tracias se muestran turbadas espontáneamente [1770] al aire libre y no se entregan al espacio con sus alas audaces, sino que describen con frecuencia largos vuelos sobre nosotros; si la araña suelta sus telas; si el austro dispersa por todo el aire la urdimbre de tales telas, enseguida tempestades y nubarrones sombríos se ponen en marcha.

¿Y para qué voy a cantar meteoros de más envergadura? [1775] Fíjate en la ceniza, la simple ceniza: cuando se apelmaza de pronto, es que la nieve viste las tierras cubriéndolas con su blanco manto. La nieve cubre la tierra cuando la capa superior de los carbones incandescentes se enrojece luminosa y en su núcleo interno unas gasas reducidas de humo denso se desplazan errantes y, en pleno núcleo del fuego, el pábulo se [1780] va apagando por completo. Cuando el acebo se reviste de flores en exceso, revela la pronta llegada de los austros lluviosos: pues la naturaleza de su dura madera tiene deficiencia de savia y cuando sus ramas se cargan de una nueva floración y de bellotas, indica por sí mismo que los elementos que la nutren, procedentes de la humedad celeste, actúan ocultamente. Incluso el lentisco amargo es también una señal [1785] de lluvia. Por tres veces da fruto este árbol y otras tantas nutre matemalmente la nueva frutación y al resplandecer con el adorno de estas tres floraciones, descubre tres períodos para la labranza. La flor cilíndrica de la escila, que se abre por tres veces, se alza señalando por otras tres veces que ha llegado la hora de labrar el suelo.

Y así también si ves revolotear los roncos escuadrones de [1790] zánganos al aire libre hacia finales del otoño, tan pronto como su salida vespertina pone en movimiento desde el mar a las Pléyades, podrás afirmar que amenaza tormenta. Si unas cerdas perezosas, si la diligente productora de lana, si la cabra [1795] que vaga por la maleza de los bosques se afana en volver al amor (sin duda la humedad del aire les provoca este deseo íntimo, removiendo sus entrañas), podrás prever no sólo la llegada al punto de tempestades, sino también sombríos nubarrones. Además, se alegrará el labrador que removiera el suelo [1800] en los meses adecuados del año, coincidiendo con la primera bandada de grullas; se alegrará también el labrador rezagado ante el contingente de las retrasadas, si en virtud de alguna ley de los dioses la lluvia es su compañera. Por último, si el ganado productor de lana escarba la tierra, mientras tiende la cabeza hacia la Osa, tan pronto como su húmedo ocaso oculta [1805] a las Pléyades en la superficie marmórea del turbulento mar, cuando el otoño fructífero se retira hacia los fríos del solsticio de invierno, se precipitará desde el cielo un aguacero repentino. ¡Pero ojalá que el ganado no escarbe la corteza de las tierras haciendo hoyos desordenados! Si abrieran extensas fisuras [1810] en las entrañas de la tierra, se presentará en todo el cielo la violencia impresionante de las tormentas, la nieve cubrirá todos los campos, la nieve dañará las hierbas tiernas, la nieve quemará las espigas.

Señales de sequía

Pero si sucede que centellean abundantes cometas, un aire muy reseco abrasará [1815] las mieses debilitadas. Pues las emanaciones que brotan espontáneamente del suelo según leyes de la naturaleza, si les falta la humedad adecuada, son secas, e irguiéndose por el espacio, se inflaman al contacto con las llamas de la capa superior de la atmósfera; impelidas por el calor del cosmos hacen saltar estrellas y se enrojecen con una crin densa.

[1820] Observa asimismo lo siguiente: si desde el vasto mar numerosos escuadrones de aves apresuran el vuelo para acercarse en grupo a tierra firme, se desatará un estío estéril y los campos arderán sedientos. Pues en las zonas en que el mar baña la tierra en derredor, un aire muy seco [1825] abrasa las venas profundas de la árida corteza terrestre y la tierra así ceñida por el mar salado percibe más rápido el calor: por ello se produce la inmediata escapada de las aves hacia tierra firme; en viéndolas, el labriego teme al estío y llora ya amargamente por sus gavillas de paja seca. Pero, si aparecen en grupos comedidos procedentes del [1830] mar y no trastornan la totalidad de la bóveda celeste con su vuelo trepidante, los sufridos pastores se llevan una alegría: presienten que habrá lluvias moderadas. De esta manera, los hombres nos vemos abocados siempre a deseos contradictorios y por afán de ganancia personal imprecamos el perjuicio para el prójimo359.

Señales de destemplanza

Pero para cada cual la misma sabiduría de la naturaleza y la fecundidad ordenada del universo360 han grabado en las ocupaciones de cada uno señales seguras sobre el porvenir. Pues, en efecto, si la oveja pace la hierba con avidez, sin saciarse de pasto y arrasando zonas muy amplias de los campos, dará a su pastor indicios de frío lluvioso; y si el carnero, brincando sin parar, [1840] busca ansioso hierbas o los cabritos dan saltos o bien si desean pegarse al rebaño constantemente, sin apartarse nunca de sus madres, y si degustan los pastos sin límite ni medida, cuando el atardecer los obliga a recogerse en sus seguros apriscos, indicarán que se aproximan precipitaciones. De [1845] sus bueyes el labrador obtiene igualmente señales de negra borrasca, si por casualidad los ve lamerse las patas delanteras o bien recostarse sobre el hombro derecho o si inundan las auras de prolongados mugidos, cuando al atardecer dejan [1850] los pastos a regañadientes. La cabra proporciona, a su vez, señales de perturbaciones en el cielo, cuando apetece con ansia las espinas del acebo negro. Esto mismo lo muestra la cerda embadurnada de cieno, si se revuelca excesivamente en la porquería de la charca.

Cuando el propio lobo de Marte361 vaga por los aledaños de las granjas y ronda los parajes habitados por el hombre, [1855] buscando por instinto lecho y hogar, previene sobre la aparición de nubarrones en un cielo enrarecido. Para acabar, cuando los ratones pequeños lanzan chillidos agudos, cuando se los ve por casualidad brincar en el suelo o juguetear, te brindan esas mismas previsiones; el perro también presiente lo mismo, según los entendidos, al escarbar la tierra. [1860] No obstante, estas previsiones, todas estas realidades sin embargo, te enseñarán que las precipitaciones van a llegar pronto o bien recién salido el sol, o bien cuando brille la luz de su última carrera, o cuando se haya producido su tercera salida tras la rotación del firmamento.

Últimas observaciones. Conclusión

No tienes que despreciar tales señales, [1865] pero cuando recuerdes bien una, relaciónala siempre con otra; por último, si aparece una tercera señal, podras predecir el futuro con aplomo. Y procurarás también cotejar hábilmente las indicaciones dadas en los meses pasados: si las previsiones anteriores se han desarrollado de la misma manera, ningún reparo te lleve a titubear en absoluto. [1870] Estudia la caída de los astros, la salida de los astros, si una estrella ha manifestado a través del espacio circunstancias semejantes. Así, partícipe de esta venerable sabiduría, puedes explicar el último crepúsculo del mes ya pasado e igualmente los comienzos del que empieza: los límites extremos [1875] de dos meses permanecen ocultos en la oscuridad, pues abarcan un período de ocho días sin saber nada de la antorcha lunar362. Escudríñalos con aplicación tenaz, y, si por casualidad descubres algo, recuerda reforzarlo inteligentemente con el mayor número posible de previsiones.