10

 

 

Aquella noche, a Maya la invadía un inquietante silencio.  Un mutismo que tenía directa relación con Damián y la tanda de palabrotas que hace varias horas le había vomitado al rostro de tan “sutil” manera. 

Jamás lo había visto tan molesto. En realidad, la palabra “molesto” se quedaba corta ante tal situación que lo había sacado por completo de sus casillas al tomar, quizás, una apresurada decisión con respecto a ella.

Suspiró, llevándose por inercia una de sus manos hacia la venda que tenía alojada en la parte superior de su frente, la que cubría su herida que, gracias al sedante que Sophie le había suministrado, había dejado de punzar. Pero ese dolor ni siquiera llegaba a comparársele con el que percibía en el pecho y que le parecía que obstruía a cada segundo su respiración. Porque aún no podía creer que Damián la hubiese relevado de su cargo, menos de las misiones de reconocimiento y de los patrullajes que se suscitarían con el correr de los días.

—¡Mierda! —se quejó muy malhumorada, murmurándolo bajito para no llamar la atención del suboficial francés que esta noche le correspondía estar de guardia en el consultorio. Porque gracias a Dios Sophie se había marchado a descansar, dejándola a solas como tanto quería estarlo para poder pensar. ¿Pero en qué? Nada menos que en la pronta decisión que ya rondaba en su cabeza, la cual tenía directa relación con lo que Damián se había negado a escuchar de sus labios. ¿Y ahora? ¿Tendría que comunicársela a Velázquez a sabiendas de que gratuitamente le regalaría otro sermón? Tal vez sí o tal vez no... Pero no pudo profundizar en ello al rodar los ojos de inesperada manera hacia la entrada de la unidad médica, hallando allí a quien no esperó volver a ver tan pronto y menos bajo estas condiciones.

—Buenas noches, teniente —la saludó Ruiz sin dejar de admirarla a la profundidad de sus ojos almendrados. Estaba nervioso, se le notaba en la mirada y en el vaivén que realizaba su cuerpo al tener sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón militar—. Me alegra saber que ahora está en buenas manos.

—Buenas noches, capitán —le respondió realmente sorprendida con su aparición—. Veo que sigue cometiendo malas prácticas... Como sobornar a oficiales de más bajo rango que usted.

Iñaki sabía muy bien a qué se referia con ello porque Sophie había dispuesto de forma enérgica y tajante que no recibiera por esta noche ni una sola visita más. Y aquí estaba él frente a ella, sonriéndole, a la par que intentaba relajar el gesto y la mirada.

—¿Podrías guardarme el secreto? Prometo que no volverá a suceder.

Lince no respondió. Prefirió ante todo hablar lo justo y lo necesario. ¿Por qué? Porque era lo mejor después de lo que había pasado entre ambos.

—¿Cómo te sientes?

—Como una inútil, señor.

Al oírla, Ruiz entrecerró la vista animándose, también, a dar sus primeros pasos hacia el interior de la habitación. De inmediato, se quedó prendado de la venda que cubría su herida y ante ella y la curiosidad que lo embargaba no pudo dejar de inquirir:

—¿Por qué hablas de esa manera? ¿Qué ocurrió?

—Nada, señor. Nada que no pueda mejorar con el correr de los días.

—Si te refieres a la herida sí, eso sucederá en la medida que le hagas caso a la teniente Doussang, pero algo me dice que tu respuesta no se debe solo a ello. Hay algo más, ¿verdad?

Donovan volvió a suspirar, evitando profundizar en ello y cambiando olímpicamente el tema de la conversación.

—Gracias por ayudarme, señor. Gracias por todo lo que hizo por mí durante y después de la balancera y las detonaciones.

—No me agradezcas. No vine hasta aquí para ello, sino para saber de ti.

—Pues ya me vió, capitán, ya supo que estaba viva. Gracias por eso también.

Iñaki percibía su ofuscación. Ella no estaba bien y él tampoco comenzaba a estarlo, todo y gracias a la forma en que lo evitaba, limitando a su vez cada una de las respuestas que le brindaba y que él ansiaba conocer, pero en mayor detalle.

—No soy un gilipollas, aunque sí lo parezca, Maya.

—Señor, sí, señor.

—Y sé muy bien que no estás a gusto con mi presencia, y debido a ello necesito saber el por qué. Desde que te marchaste de Mali junto a tu equipo yo...

Automáticamente, Lince alzó una de sus manos, acallándolo. No quería recordar, no deseaba rememorar lo que ya se había obligado a borrar de su mente.

—Le reitero, señor, ya estoy bien y necesito descansar. Así me lo comunicó la teniente Doussang y estoy obligada a hacerle caso. Así que, por favor...

—Réspóndeme lo que te acabo de preguntar, Maya —le pidió con cierto dejo de exigencia—. Respóndeme, por favor, para dejar de creer que me odias.

No pudo evitar sonreír despectivamente ante su enunciado. ¿Odiarlo? No. Ya no. La verdad, tenía mejores cosas en qué pensar que andar odiando a diestra y a siniestra a “personajes de su pasado”.

—Maya... Ten la amabilidad de...

—¿Cómo está su esposa, señor?  —Por más que lo intentó no pudo quedarse callada. “La otra”, pensó, “siempre serás la otra”. El capitán Ruiz, por su parte, empuñó sus manos con molestia al escuchar su interrogante porque Lince lo había apuñalado en una dolorosa herida que, desde hace un par de meses, no dejaba de sangrar y le dañaba de significativa manera el corazón.

—Embarazada, teniente —se animó a confesar, hoscamente—. Mi mujer está embarazada, pero no precisamente de mí. ¿Contenta? ¿O prefiere que sea más específico y le entregue detalles de cómo ha sucedido?

Maya abrió sus ojos como platos. La verdad, Iñaki no se merecía pasar por una situación así porque en el fondo era un buen hombre que había sucumbido ante el placer y el deseo en conjunto con las ansias de una mujer que siempre supo que no tendría cabida en cada uno de sus planes.

—No, señor, no necesito conocer más detalles al respecto. Lo siento mucho.

—No lo sienta, soldado. Después de todo, así funciona el karma, ¿no? Engañé a mi mujer y obtuve de vuelta lo que me merecía, pero con creces. Al parecer, conseguí el boleto premiado.

Lo contempló a los ojos fijamente, sin nada que añadir, y de la misma manera como él la admiraba a ella.  Estaba estático y muy lastimado por aquella situación que jamás esperó que ocurriera así como así.

—Lo... lamento... —volvió a repetir, balbuceándolo—. No sé que más decir. Sería muy hipócrita de mi parte añadir algo más cuando... fui “la otra” en toda esta historia, ¿no crees?

El capitán Ruiz suspiró profundamente al tiempo que clavaba la vista en el piso.

—Jamás fuiste “la otra”, Maya. 

—¡Qué extraño! En mi país se les llama así a las zorras que se meten en las relaciones que ya están establecidas. 

—Nunca fuiste una de esas —le reiteró, subrayándolo con vigor—, porque yo te mentí desde el primer momento.

—Sí, me mentiste, pero yo me dejé llevar por voluntad propia, jugando con fuego. Lamentablemente, terminé quemándome y ¿sabes? No me siento para nada orgullosa de ello.

Ruiz alzó la cabeza para conectar sus ojos con los suyos antes de añadir:

—Quizás, te mentí ocultándote mi situación marital, pero no te engañé en cuanto a mis sentimientos.

—Nunca existieron sentimientos de por medio, señor.  Recuérdelo. Usted y yo solo follamos para matar el tiempo y por mero placer.

—Estás errada, Donovan. Estás muy equivocada porque no es así. ¡Asúmelo!

—Usted y yo cogimos, follamos, tuvimos sexo, señor, como quiera llamarlo —enfatizó decididamente, dejándoselo muy en claro—. Sí, en muchas oportunidades, pero solo para matar el tiempo y aplacar así el deseo carnal que padece cualquier ser humano. Le reitero, capitán, jamás existieron sentimientos de por medio.

—¿Cómo los que ahora sientes por tu capitán?

Maya se calló de golpe cuando un fuerte y violento estremecimiento la sacudía.

—No sabes disimular, Donovan. Ahora dime, ¿él lo sabe? ¿Damián está enterado de que vives y mueres por él?

—Y si así lo fuera, en primer lugar, ese no sería tu problema, sino el mío. Y en segundo lugar, no pretendas hablar desde el despecho porque créeme, no te queda para nada bien ese papel de “super gilipollas” que pretendes interpretar.

Iñaki rió con sorna, evitando explotar como tanto deseaba hacerlo para decirle unas cuántas cosas más, entre ellas comentarle que, a pesar de todo, aún la seguía queriendo, tal y como se lo dijo en Mali al momento de despedirse y partir hacia una nueva misión.

—Tal vez tengas razón o, tal vez soy un super gilipollas encubierto.

—Pregúntaselo a tu mujer. Estoy segura que en ella encontrarás la respuesta que tanto anhelas escuchar.

—No —movió su cabeza de lado a lado, desinteresadamente—. Ella está haciendo su vida muy lejos de la mía y está feliz con quien realmente la merece, la cuida y quiere lo mejor para ella y para su futuro bebé —Inesperadamente, volteó su cuerpo para darle la espalda—.  Además, solo quiere el divorcio —agregó, levemente irritado—. Se cansó del super gilipollas que la engañó. Sí, el mismo que terminó confesándole nuestra historia luego de que partí de Mali.

Maya, negándose a comprender cada una de las palabras que decía, tragó saliva con evidente dejo de dificultad percibiendo, además, un nuevo temblor que la sacudió por completo.

—Si no existían sentimientos de mi parte hacia ti, ¿por qué crees que me animé a contarle lo nuestro a mi mujer? ¿Por simple gusto? ¿Por quedar bien con ella? ¿Por enmendar mi “supuesto” error? ¿Por mero placer, como te refieres a lo que vivimos juntos? No, teniente, porque simple y llanamente me enamoré de usted —confesó, pero sin mirarla a los ojos. ¿El por qué de su desición? Damián y lo que ahora ella sentía por su superior y Capitán de Bandada—. Sé que no me equivoqué. Sé que hice lo correcto. Y sé también que lo arriesgué todo, pero ya vez, perdí como en la guerra, y como dijo Buitre una vez “quedándome sin pan ni pedazo”.

—Perdiste lo que nunca fue para ti.

—No era precisamente eso lo que me decías cuando estabas entre mis brazos y te hacía jadear y gritar de placer. ¿Tan rápido lo olvidaste, mujer? ¡Joder! ¡Qué mala memoria tienes!

Y tenía que asumirlo como tal, aunque la verdad no era del todo cierto porque recordaba muy nítidamente todos y cada uno de esos encuentros clandestinos en los cuales le había manifestado que era suya y de nadie más.

—¡Eres un idiota, Iñaki!

—Lo soy, y más por haber dejado que mucho tiempo transcurriera sin que supieras de mi boca cada uno de mis sentimientos hacia ti.

—¡Eres un maldito hijo de...!

—Lamento interrumpir —expresó Damián, apareciendo de intespestiva manera por la puerta de la unidad y situándose a tan solo un par de pasos de la erguida presencia del capitán Ruiz, quien no lo cesó de admirar completamente sorprendido mientras éste lo contemplaba sin siquiera parpadear, desafiante—. Creí que la teniente Doussang había manifestado muy claramente que no tenía permitida ningún tipo de visita, teniente.

—El capitán Ruiz ya se va, señor.

—De hecho sí, ya me iba a descansar, pero antes quise cerciorarme por mí mismo del real estado de salud de la teniente Donovan. Me quedé muy preocupado por ella y no podía irme a la cama sin verla otra vez. Espero que no te moleste que esté aquí a esta hora de la noche. En realidad... No tendría por qué molestarte, ¿o me equivoco?

—Te equivocas —atacó soberbiamente, enarcando una de sus cejas al tiempo que lo contemplaba con enfado—. Sí me molesta porque Lince debe descansar. Así lo expresa su debido parte médico y contigo aquí, charlando tan animadamente con ella, no puede hacerlo.

Al oírlo, Iñaki cruzó sus extremidades por sobre su pecho, acotando:

—¿Y qué haces tú aquí si ella debe descansar?

—Soy su superior. Mi deber es estar al tanto de su situación y la de cada uno de los miembros de mi equipo.

—¿A estas altas horas de la noche, Erickson?

Al escucharlo, le sonrió de medio lado antes de volver a hablar, diciéndole:

—Sí, a estas altas horas de la noche, Ruiz. De pronto me han invadido unas poderosas ansias de quedarme a dormir aquí, velando su sueño.

Al capitán Ruiz se le desencajó el rostro en el acto.

—De hecho, esa silla que está junto a su camilla me parece ideal para llevarlo a cabo —Le otorgó un guiño cuando se decidía finalmente a hacer ingreso a la habitación—. Con tu permiso, Iñaki, pero tengo algo de sueño, y por la cara que trae Lince, sé que también quiere dormir. ¿Podrías dejarnos a solas, por favor?

Maya casi se atragantó cuando esa interrogante invadió sus oídos porque... ¿Qué mierda trataba de hacer?  ¿Marcarla como a un bobino?

Ruiz se giró sobre sus talones para observar a Donovan por última vez. Y cuando lo hizo, se podía ver concretamente en su semblante la furia que irradiaba cada gesto de su cara, al igual que sus movimientos corporales que lo delataban sin que pudiese llegar a disimularlos.

—Buenas noches, teniente. Espero que bajo esta compañía consiga descansar.

—Lo hará, capitán Ruiz, no se preocupe por ello —contestó Damián, deteniendo así el leve asentimiento que ejecutó la cabeza de la joven en conformidad a las palabras del oficial.

—Lo sé. A eso has venido después de todo, ¿o no?

—Sí, solamente a eso, capitán. Buenas noches —le respondió hoscamente, concluyendo la charla. Una que, por lo demás, ansiaba finalizar y no precisamente para que Lince cerrara los ojos.

—Con su permiso.

—Suyo... capitán —balbuceó Maya sin querer observar a quien se sentaba a su lado, sobre la silla de junto que momentos antes había indicado para tener sobre ella un sueño reparador.

Cuando quedaron finalmente a solas la tensión entre ambos creció. Si hasta se podía cortar el aire con un filoso cuchillo porque Damián no hablaba, solo respiraba pesadamente como si esperara el instante propicio para volver a vomitar —en teoría—, lo que a todas luces deseaba expresarle.

—¿Podría hacerme un favor, señor?

—Le recuerdo que no está en calidad de pedirme nada, soldado.

—Lo sé, capitán, pero por lo que percibo... aún se encuentra ofuscado por mi culpa, ¿verdad?

—En resumidas cuentas, Maya, feliz no estoy, menos después de lo que atentamente he escuchado.

Maya... Él la había llamado por su nombre de pila y no por su grado.

—¿Qué... quieres oír, Damián? —preguntó con temor.

—Nada. Ruiz hace un momento lo dijo todo. Creo que por mi parte no hace falta profundizar en ello.

—¿Desde hace cuánto estabas ahí?

—¿En el umbral? Mmm... Lo suficiente como para comprender muchas cosas que daban vueltas en mi cabeza y a las cuales no me voy a referir por respeto a tu persona. Es tu vida, Donovan, y son tus decisiones, las cuales a mí no me competen.

—¿Ya no? —Deliberadamente, volteó su rostro para fijar sus ojos en los suyos—. ¿Realmente ya no te competen o te dejaron de interesar?

—Duerma, teniente —le exigió, acomodándose de mejor manera en la silla que se situaba a su lado, evitando así su refulgente mirada—, no vine hasta aquí para charlar, sino a velar por su sueño y su tranquilidad.

—Gracias por dejármelo muy en claro, señor —respondió muy decepcionada porque, la verdad, creía que él, tal vez, había regresado para... Se limitó a cerrar los ojos, evitando pensar en necesades. Por ahora, se encontraba bastante avergonzada por lo que había acontecido y más, por lo que Damián se había enterado de tan sorpresiva manera y de lo que, claramente, se negaba a hablar. 

—Por nada, teniente. Y ahora, por favor, evite murmurar e intente cerrar los ojos.

—Águila...

—Es una orden, Lince. Una simple orden de su superior. ¿Puede usted obedecerla esta vez?

—Afirmativo, señor.

—Muy bien. Sabía que en el fondo podría llevarla a cabo.

Como la que ya tenía alojada al interior de su cabeza y de la cual no se iba a retractar. Menos ahora, cuando podía percibir de él todo su maldito desprecio, al igual que su enfado.

“Ya sabes lo que debes hacer, Lince”, pensó para sus adentros, estremeciéndose una vez más. “No tienes otra opción, mujer. Por “The Animals”, el bienestar y la seguridad de cada miembro de tu equipo, ya sabes lo que debes hacer.”