8
Chile, Enero de 2010
—Vamos, belleza. Demuéstrame de lo que estás hecha —murmuró la teniente Maya Donovan al deslizar con mucha sutileza su dedo índice por el gatillo del arma que sostenía en una de sus manos, lista y dispuesta a disparar en el cubículo de tiro en el cual se hallaba, preparándose para lo que acontecería.
Estaba nerviosa, y más ante las buenas noticias que había recibido esta mañana de parte de su Comandante de Cuadrilla, las que claramente le señalaban que su próximo destino se hallaba muy lejos de su país.
Sonrió de medio lado al recordarlo porque, la verdad, se sentía plenamente orgullosa de cada uno de sus logros, los cuales había conseguido con sangre, sudor y lágrimas, y siendo quien era, una corajuda, valiente y avezada francotiradora y la única mujer de su promoción que optó por especializarse en esta materia, claramente habiendo otras. Pero para Maya no existían “otras” dentro de su sobresaliente carrera militar, la que hasta el momento había desarrollado con muchísima dedicación y esmero.
—A la cuenta de tres, bonita. Ein, zwei, drei —murmuró, contando en Alemán, teniendo a su objetivo en la mira al mismo tiempo que disparaba con suma precisión hacia el panel balístico sin errar un solo tiro, percibiendo además la estoica presencia de un hombre que la observaba a través del grueso cristal del módulo con evidente dejo de fascinación. Sí, un hombre uniformado del alto mando que no le quitaba la vista de encima a ella y al panel al que, ciertamente, hizo trizas cuando su armamento se descargó al disparar sobre él la última de sus municiones.
Maya, al instante, dejó escapar un profundo suspiro tras cerrar los ojos y soplar por sobre el cañón de su pistola Famae FN-750 de calibre 9x19mm, como lo hacía desde que tenía uso de razón cuando por primera vez utilizó un arma de fuego bajo la custodia y extricta supervisión de su hermano mayor, también oficial como ahora lo era ella.
Evocando el vivo recuerdo del teniente coronel José Tomás Donovan, desacopló el panel para admirar y analizar en detalle cada uno de los orificios de las balas que había disparado hace un par de minutos siendo, en ese momento, interrumpida por la gravedad de una poderosa voz masculina que se situó tras su espalda, inquiriendo:
—¿Cartucho completo, soldado?
Aquella inesperada interrogante atrajo toda su atención. Por lo cual, se volteó de rápida manera hacia la persona que la había formulado, a quien le otorgó el debido saludo militar y sus respetos, cerciorándose de que la máxima autoridad de su cuartel general se encontraba ahora en ese sitio, contemplándola fijamente a sus ojos castaños.
—¡Señor, sí, señor! —contestó en concordancia a lo que el comodoro Donovan le había preguntado cuando él se acercaba aún más hacia el cristal para admirar en rigor los agujeros que había dejado regados, como toda una profesional, sobre el panel balístico.
—Directo al corazón —comentó, contándolos uno a uno—. No quisiera tenerla jamás como enemiga, teniente.
Ante sus palabras, Maya intentó esbozar una traviesa sonrisa que no logró dibujar del todo en sus labios.
—Menos ser ese panel.
Y ahora suspiró, tensándose ante el enunciado de su superior que también era su padre, a quien le bastó solo un par de segundos girar su cuerpo para encontrarse nuevamente con su presencia, a la que admiró con detenimiento, pero también con mucho orgullo y amor, guardando cierta distancia como el protocolo castrense así se los exigía. Y silencio... Sí, un perturbador silencio por un breve instante hasta que por fin habló.
—Felicitaciones, teniente.
—Muchas gracias, señor. —Maya sabía que la estaba felicitando por las buenas noticias que había recibido esta mañana y no por haber hecho añicos el panel.
—Su primera misión humanitaria la espera.
Y después de ello solo asintió aunque, la verdad, se moría de ganas de echarse en sus brazos para que ese hombre de cuerpo y altura imponente, de pelo cano, de piel clara y ojos intensamente azules como el cielo la estrechara con fuerza, expresándole a la par lo mucho que la amaba y lo feliz que se sentía de que hubiese obtenido ese importante y honorable logro, pero... ¿Qué fue lo que consiguió a cambio? Solo una de sus manos que se alzó de inesperada manera hacia su cuerpo, a la cual apretó con una de las suyas como si fuese un saludo cordial entre un superior y un subalterno.
—Su madre estará orgullosa de usted cuando sepa la noticia.
Su madre... Maya pensó en ella sin soltar la extremidad de su padre a sabiendas de lo que realmente le diría. Porque ya lo había hecho en primera instancia con su hermano mayor el día en que él había pasado a formar parte de los Boinas Negras o, también, denominados “Comandos” del Ejército de Chile que actualmente encabezaba en el asentamiento de la Franja de Gaza.
—Sinceramente, señor, desde que lo supe he estado preparándome mental, física y emocionalmente para decírselo. —Tras su acertiva acotación el comodoro Donovan liberó una preponderante carcajada que no evitó reprimir.
—¿Cree que necesitará ayuda para llevar a cabo esa solemne y difícil misión, soldado?
—Sí, señor, y nada menos que la de todo el cuartel general.
Los dos rieron al unísono, pero todavía sin desprenderse de sus manos.
—Cuente con ello, teniente.
—No esperaba menos de usted, señor. Muchas gracias.
El comodoro asintió, soltando su extremidad para ahora colocarla sobre uno de sus hombros, al que apretó significativamente un par de veces antes de volver a alzar la voz y decir:
—Sabes que así lo haré, Maya, pero a cambio necesito que me prometas una cosa.
Tragó saliva al oírlo y más, al quedarse prendada de su refulgente y cristalina mirada con la cual no cesaba de observarla.
—Señor... —balbuceó, notando como le temblaba su barbilla.
—Ocurra lo que ocurra, prométeme que vas a regresar...
Esas palabras... Sí, esas mismas palabras las había oído con anterioridad, pero más bien desde los labios de su madre cuando José Tomás le había comunicado de su inminente partida.
—Señor... —repitió con un nudo alojado en la garganta, comprobando que ahora no era su superior quien se las estaba manifestando, sino su padre.
—A casa, hija mía. Prométemelo.
Se le estrujó el corazón ante su ferviente ruego.
—Señor... Sí... Señor.
—Prométemelo por tu vida —recalcó, endureciendo su voz de mando y lanzando al demonio el protocolo que los distanciaba—. ¡Prométemelo, por favor, porque me niego a recibir de tu hermano y de ti una bandera junto a una placa!
—Te lo prometo —le contestó, finalmente, cuando un cúmulo de sentimientos la invadían, al igual que cientos de hermosos e imborrables recuerdos que tenían directa relación con él—. Volveré, papá. Lo haré. Prometo que regresaré a casa.
Después de ello, un largo mutismo los invadió. Un inquebrantable y temeroso silencio que, al parecer, al comodoro le partía el alma.
—Conocerás... Conocerá a su equipo, soldado —prosiguió, retractándose y apartando su mano de su hombro derecho para volver a retomar la charla como lo que era, su superior—. El capitán Erickson estará aquí dentro de un par de días. Lo conocerá en una de sus clases de balística, teniente. Él será su Capitán de Bandada y su superior al mando.
—Muy bien, señor.
—Después de que ocurra ese acontecimiento todo el equipo táctico antiaéreo que viajará a desarrollar esa misión humanitaria se reunirá en nuestras dependencias, así que... cuando eso suceda... ¿Podría hacer algo por mí?
Sorprendida se quedó al oír aquello.
—Claro que sí, comodoro. Lo que usted ordene. ¿Qué debo hacer?
Al segundo, una maquiavélica sonrisa invadió su semblante. Maya la conocía de sobra porque algo tramaba su padre para esbozarla así, de tan soberbia y fascinante manera.
—Dejarlo con la boca abierta, teniente, para que sepa con creces quien es usted y por qué se ha ganado el legítimo derecho y el honor de ir a Costa de Marfil —espetó con mucho orgullo.
—Así será, señor. No le quepa duda de eso.
—¡Más fuerte, soldado! ¡Necesito que me demuestre toda su convicción!
—¡Así será, señor! —replicó fuertemente, pero esta vez adoptando también la posición firme frente a él.
—Sé que así será —repitió, totalmente convencido de ello, asintiendo y clavando sus ojos azules sobre la inmensidad de los suyos para, en conclusión, añadir—: porque sé muy bien que a usted, teniente Donovan, coraje, gallardía y determinación jamás le han faltado.
—Como en todas las oportunidades que me ha brindado la vida, señor, vistiendo o no este uniforme. Y estoy segura que también será así en lo que se avecina para mí en esas lejanas tierras.
—Donde dejará en alto el honor y la gloria de su país, soldado.
—Al igual que lo hizo usted, señor.
El comodoro sonrió, pero esta vez realmente satisfecho al ver en ella a toda una decidida mujer, pero también a su pequeña niña a la que amaba por sobre todas las cosas.
—Por donde se le mire, teniente, usted es toda una Donovan.
—De tal palo tal astilla —le señaló Maya con mucho orgullo y satisfacción—. De tal palo tal astilla, señor.
Afganistán, Abril de 2012
—¡Mierda! —exclamó Maya, abriendo los ojos e intentando recuperarse de la milagrosa y violenta caída que había sufrido hace un instante junto a Iñaki... Iñaki... ¿Dónde se encontraba Iñaki? Era en todo lo que podía pensar al levantarse de entre las ruinas y los escombros que habían quedado a su paso tras la detonación de un misil aéreo-terrestre que había impactado de lleno en el costado izquierdo del edifício en el cual ambos se hallaban al momento de que todo ocurriera—. Capitán Ruiz, ¡Capitán Ruiz! —vociferó, perdiendo de vista su armamento al tiempo que conseguía ponerse de pie y en contacto con alguno de los miembros de su equipo—. ¡Habla la teniente Maya Donovan del grupo táctico de fuerzas especiales! ¿Alguien puede oírme? ¡Habla la teniente Maya Donovan del grupo táctico de fuerzas especiales...! —Pero nada sucedía porque por la frecuencia no lograba siquiera escuchar ni un solo chirrido, menos alguna voz, como la que tanto ansiaba oír en ese momento—. ¡Mierda, Águila, responda! —volvió a vociferar desesperada e intranquila tras percibir un líquido caliente y espeso deslizarse rápidamente por su frente. Sin dejar de pronunciar con fuerza y vigor el nombre del capitán Ruiz se llevó su mano libre hacia su rostro para cerciorarse del corte que había sufrido en la cabeza. “Lo que me faltaba”, pensó furiosa, repitiendo a viva voz—: ¡Habla la teniente Maya Donovan, perteneciente al equipo táctico de fuerzas especiales de la Fuerza Aérea de Chile! ¿Alguien puede oírme maldita sea? ¡Respondan!
—¡Fuerte y claro, soldado! —Oyó de pronto a su espalda y no precisamente por el intercomunicador, volteándose y admirando como Iñaki Ruiz hacía su aparición alzando una de sus extremidades desde debajo de los escombros, tranquilizándola.
Sin meditarlo, fue hacia él a sabiendas de que el ataque con misiles aún se seguía ejecutando desde algún punto de la ciudad, porque así se lo daban a conocer los atronadores estallidos que le erizaban la piel y le ensordecían los oídos. Pero no podía pasar por alto la sangre que brotaba del corte que se había hecho luego de la detonación y la posterior caída. Por lo tanto, deslizó su antebrazo por su frente para detenerlo y con él haciendo presión avanzó con cautela hasta llegar al punto exacto donde se encontraba Iñaki.
—¿Está bien, señor? ¡Dígame algo! —le pedía a viva voz, exasperada.
—Estás herida, Donovan —fue lo primero que escuchó de sus labios al ayudarlo a ponerse de pie con sumo cuidado.
—No es nada —le contestó fríamente cuando sus miradas volvían a confundirse en una sola, tal y como aquella vez en Mali, bajo la quietud y el silencio reinante de la noche que cobijó y envolvió sus más ardorosos y lujuriosos deseos.
—Estás sangrando —repitió Iñaki con su preponderante voz, bastante preocupado al notar su frente nuevamente teñida de rojo—. ¿Cómo que no es nada? —Quiso quitarle el casco, pero ella no se lo permitió alegando en su defensa que se lo había ganado porque era un gaje más en su oficio—. ¡Joder, Maya! ¿Estás bien?
—¡He dicho que sí! —gritó irritada, realizando el mismo movimiento con su otro antebrazo para que la sangre no llegara a sus ojos—. ¡Debemos salir de aquí, señor! ¿Dónde está su armamento?
Iñaki advirtió en el acto que había perdido su fusil de asalto tras la caída.
—En algún lugar bajo los escombros —le dio a entender, sacando desde debajo de su chaqueta militar un arma, más específicamente desde su cinto una pistola semiautomática de calibre 9mm que Maya conocía muy bien porque, sin duda alguna, la había disparado junto con él en algunas prácticas de tiro en el pasado.
—¿Aún posee el mismo juguetito, señor?
—¿A cuál de todos mis “juguetitos” se refiere, teniente? —formuló con malicia, pero evidentemente molesto por la inesperada negativa de Maya de no querer que la tocara—. Veo que a pesar del tiempo los recuerdas muy bien, y no sabes cuánto me gusta y me alegra saberlo —añadió en el mismo instante en que una nueva detonación los obligaba velozamente a echar sus cuerpos a tierra. Iñaki, con su fornida anatomía, cubrió el cuerpo de Lince, cayendo sobre ella, pero cerciorándose de que ésta no volviera a azotarse la cabeza contra los restos de concreto que se situaban por debajo de sus pies, consiguiendo que su mano recayera primero, lastimándosela en el acto—. ¡Joder! —gruñó cual bestia de las cavernas cuando finalmente sus cuerpos estuvieron uno sobre el otro y ya en el piso—. ¡Malditos terroristas hijos de puta! —chilló brutalmente, jadeante al respirar y con Donovan bajo la totalidad de su anatomía, inhalando y espirando de forma simultánea.
—¿Se ha lastimado, señor? —preguntó ella al instante, tragando saliva con dificultad gracias a la proximidad de su rostro y el acecho de su peligrosa boca.
—No es nada —le manifestó en su defensa y de la misma forma que lo había hecho ella unos minutos antes.
—Debió quitarla ante la caída, capitán.
—Sí, sí... ¡Joder, coño! —gruñó Ruiz, gesticulando con dolor y apartándola levemente desde debajo de su casco para analizarla en detalle, tal y como lo hacía, pero sin que ella lo notara, con cada una de sus frenéticas y nerviosas respiraciones—. Estoy fregado, chilenita. No podré disparar. Sabes de sobra que no poseo con la izquierda el mismo don que me hace tan particularmente único con la derecha —hablaba en relación a sus manos—. Tendrás que hacerlo por mí, ¿de acuerdo?
—Lo haré cuando se quite de encima de mi cuerpo, señor. —Pero una lluvia de balazos silenció sus voces al escucharlos a la distancia, dándoles a conocer que la fiesta allá afuera aún se estaba llevando a cabo.
—Está cargada, Donovan, y lista para disparar. Te la daré con mi mano libre, pero sin levantarnos del piso. No estamos seguros aquí, ¿me oyes? Y tampoco estamos en condiciones de echarnos a correr como unos malditos suicidas. Será mejor que nos mantengamos en esta posición hasta que dejemos de oír las detonaciones. ¿Está claro?
Maya, al escuchar sus instrucciones sonrió y movió su cabeza de lado a lado, despectivamente.
—¡Me vale una mierda lo que has dicho! —le espetó en el rostro, pasando por alto su rango superior—. Vas a moverte ahora, ¿me has oído tú a mí? Mis compañeros me necesitan.
—Sí, sí... tus compañeros... —se burló, siguiendo su juego cuando sabía muy bien el trasfondo que tenía esa frase en específico—. ¡Por un demonio, Donovan, estás herida! —le contestó de la misma manera, recordándoselo—. ¿Crees que te dejaré correr así hacia una muerte segura? ¡Qué tan gilipollas me crees, eh!
—Aparta tu maldito cuerpo del mío, Ruiz. No estoy bromeando al exigírtelo
—¡Coño y yo tampoco! —bramó encolerizado, pero ahora depositando sus labios sobre los de ella en un fugaz movimiento que realizó, paralizándola junto a la más ínfima fibra de su cuerpo. Iñaki la besó con poderío, con pasión, con frenesí y entusiasmo sin que ella respondiera en ningún momento a su calurosa bienvenida. No como lo había hecho en Mali cuando se había dejado llevar y arrastrar por su boca furtiva, por sus caricias abrazadoras, por su caliente cuerpo y el poderío de sus manos, estallando en ambos el irrefrenable y salvaje deseo de poseerse y fundir sus cuerpos en tan solo uno. Ruiz, por su parte, intentó adentrarse en su boca, hacerla suya, someterla, penetrarla, hurgarla y beber de ella, pero solo obtuvo a cambio un intencional movimiento de cabeza de Maya que dio por zanjado ese inesperado y violento beso que le había propinado, sorprendiéndola.
—Dame tu maldita arma —replicó esta vez con furia, una que por lo demás no quería volver a sentir por él, menos en este momento.
—Maya...
—¡Entrégame tu maldita arma, Ruiz! ¡Qué mierda estás esperando!
Y él así lo hizo tras suspirar y deslizar la mano que la sostenía hasta depositarla en la suya y por completo.
—Y por tu vida... —giró su cabeza hacia el frente para que otra vez sus miradas volviesen a encontrarse—... no vuelvas a besarme así nunca más. Te lo advierto. Ahora, señor —subrayó muy molesta—, apártese de mí.
—Maya, por favor...
—He dicho en un fluido español, capitán —alzó la pistola semi automática hasta situar su cañón sin piedad en su cuello—, apártese de mí. ¡Ahora!
Los segundos transcurrieron de prisa al tiempo que Iñaki aguzaba la mirada, se ponía de pie lentamente y observaba con detenimiento a Lince hacerlo de la misma manera, pero tambaleándose, como si no lograra mantenerse estable.
—Teniente...
—Tenemos que salir de aquí...
—Maya, espera un momento...
—No. Necesito regresar con mi equipo —balbuceó, desestabilizándose al mismo tiempo que no conseguía mantener sus ojos del todo abiertos porque los párpados le pesaban, sus extremidades también le pesaban y algo comenzaba a nublar su visión.
—¡Maya! —Ruiz fue a su encuentro tras su descompensación, sosteniéndola entre sus brazos para nuevamente cubrirla con su cuerpo ante las explosiones y la balacera que no arreciaba cuando ella soltaba el arma y la dejaba caer—. ¡Teniente Donovan, responda! ¡Maya, por favor, no me hagas esto! ¡Maya! —Pero nada sucedía hasta que, de un momento a otro, consiguió oír un susurro de sus labios. Uno que corroboró en gran medida todas y cada una de sus apreciaciones con respecto a ella y a sus sentimientos, escuchándola claramente decir:
—Damián... Debemos ir por... Damián...
Contra todo pronóstico, el Capitán Ruiz apretó sus dientes, frunció el ceño y maldijo en silencio mientras se aprestaba a vociferar por la frecuencia de su intercomunicador:
—¡Soldado herido! ¡Repito, soldado herido! ¡Necesito ayuda para sacarlo lo antes posible de aquí!
—¡Posición, señor!
—¡Edificio en ruinas! ¡Flanco oeste! ¡Rápido, coño! ¡¡A qué están esperando!!