VI



El impacto de la muerte de Sallah Telgar repercutió en todo el continente. Era muy conocida, no sólo como piloto de lanzadera durante el desembarco, sino también como una capacitada administradora del campamento de Karachi. Sin embargo, su valor fue un estímulo inesperado para la moral general, como si la decisión tomada por Sallah de consagrar los últimos momentos de su vida al bien de la colonia obligara a todo el mundo a esforzarse aún más para justificar su sacrificio. O al menos, así lo pareció durante los ocho días siguientes, hasta que algunos rumores inquietantes empezaron a circular.

—Mira, Paul —empezó Joel Lilienkamp incluso antes de cerrar la puerta—. Todo el mundo tiene derecho a acudir a los Almacenes. Pero ese Ted Tubberman está sacando cosas que me parecen poco apropiadas para un botánico.

—¡Oh, no, Tubberman otra vez no! —se quejó Paul, reclinándose en el asiento con un hondo suspiro de fastidio. Tarv …Telgar, se corrigió Paul, había telefoneado el día anterior para preguntar si Tubberman tenía autorización para recoger piezas de la lanzadera que estaban desmantelando.

—Sí —dijo Joel—.Y por si me lo preguntas, sólo está utilizando la mitad de sus chips. Ya sé que tienes bastante sobre tus espaldas, Paul, pero debes saber lo que hace ese chiflado. Apuesto una botella de brandy a que trama algo.

—A petición de Wind Blossom, Pol le ha negado el acceso a los laboratorios de biología —dijo Paul con voz cansada—. Al parecer, actuaba como si el departamento de ingeniería biogenética fuera suyo. Además, a Bay tampoco le gustaba mucho.

—No es la única —replicó Joel, dejándose caer en una silla a la vez que se frotaba la cara—. Yo también quiero que me des permiso para cerrarle la puerta en las narices. Le sorprendí en el edificio G, donde se guarda el material técnicamente sensitivo. No quiero que nadie entre sin mi autorización. Pero allí estaba él, con toda su cara, actuando como si lo asistieran todos los derechos. Él y Bart Lemos.

—¡Bart Lemos! —Paul Benden volvió a enderezarse en su asiento.

—Sí. Ted, Bart y Stev Kimmer están relacionándose mucho estos últimos días. Y no me gustan los rumores que, según mis fuentes, están difundiendo.

—¿Está también metido Stev Kimmer? —se sorprendió

Joel se encogió de hombros.

—Ahora son íntimos.

Paul se frotó los nudillos, pensativo. Bart Lemos era una completa nulidad, pero Stev Kimmer era un técnico muy capacitado. Tras la marcha de Avril, Paul lo había sometido a una discreta vigilancia para conocer sus actividades. Tras una borrachera de tres días, le habían encontrado durmiendo en la lanzadera que estaban desmantelando. Tras recuperarse de los efectos del quikal había vuelto al trabajo. Según Fulmar, a los otros mecánicos no les gustaba estar con él, porque era bastante taciturno, cuando no francamente desabrido. La idea de los conocimientos de Kimmer en manos de Tubberman no era muy agradable para Paul.

—¿Qué es exactamente lo que oíste, Lili? —preguntó.

—Un montón de insensateces —contestó el pequeño encargado de los Almacenes—. No creo que nadie con una pizca de sentido común pueda creer que Avril y Kenjo estaban compinchados. O de que Ongola mató a Kenjo para evitar que fuera en busca de ayuda con la «Mariposa». Pero te aviso, Paul: si el programa de bioingeniería de Kitti no da resultados positivos, nos vamos a ver en aprietos. Apuesto a que os van a pedir a ti y a Emily que reconsideréis la idea de enviar una cápsula autodirigida.

La noche anterior, Paul había discutido sobre ese tema con Emily, Ezra y Jim. Keroon había sido el más ardiente opositor a enviar una cápsula autodirigida con una petición de auxilio, argumentando que era trabajo inútil. Como el propio Paul había comentado, la ayuda tecnológica no podía esperarse antes de diez años. Y la posibilidad de que la FPS actuara con cierta rapidez para ayudarles era muy remota. Pedir socorro no sólo parecía un rechazo del sacrificio de Sallah, sino también una cobardía por admitir el fracaso cuando aún no habían agotado los recursos y el ingenio de su comunidad.

—¿Qué clase de cosas ha estado solicitando Ted, Lili? —preguntó Paul.

Joel sacó un papel del bolsillo del pantalón, lo desdobló con solemnidad y empezó a leerlo.

—Cosas diversas, desde hidropónicos a materiales de aislamiento, postes y redes de acero, y algunos chips de ordenador que, según Dieter, es dudoso que pueda necesitar, utilizar o entender.

—¿Y no se te ocurrió preguntarle a Tubberman para qué los necesitaba?

—Pues sí, se me ocurrió. Me contestó con mucha arrogancia. Dijo que los necesitaba para sus experimentos —Joel dudaba claramente del valor de éstos — en la búsqueda de una defensa más eficaz contra las Hebras hasta que recibamos la ayuda.

Paul hizo un gesto de desagrado. Ya había escuchado las locas proclamas del botánico en las que aseguraba que sería él, no los biólogos ni sus lagartos mutados a toda velocidad, quien iba a proteger a Pern.

—No me gusta eso de «hasta que recibamos ayuda» —murmuró Paul, con los dientes apretados.

—Pues entonces, dame permiso para que le cierre la puerta en las narices, Paul. Puede que sea fletador, pero ya ha gastado de sobra sus créditos y algunos más. —Agitó la hoja de papel—. Tengo anotaciones para probarlo.

Paul asintió.

—Sí, pero la próxima vez que te presente una lista, consigue que te diga lo que quiere, y luego ciérrale la puerta. Quiero enterarme de lo que está tramando.

—Oblígalo a que se quede en su rancho —dijo Joel, poniéndose en pie con una expresión de preocupación sincera en su rostro redondo—, y así nos evitarás a todos un montón de problemas. Ese tío está loco, y nunca puedes estar seguro de cómo actuará la próxima vez.

Paul sonrió al encargado de los almacenes.

—Ya me gustaría, Lili, pero mi autoridad no llega a tanto.

Joel resopló burlón, dudó unos momentos y por fin, tras encogerse de hombros como sólo él sabía hacerlo, salió del despacho.

Aunque Paul no olvidó esta conversación, la mañana le proporcionó otras preocupaciones urgentes. A pesar de que Fulmar y sus ingenieros habían hecho todo lo posible, otros tres deslizadores habían fallado en las pruebas de vuelo. Eso significaba que habría que incrementar los equipos de tierra, la última línea de defensa y la más agotadora para personas que ya habían trabajado hasta el límite de sus fuerzas. Ni Paul ni Emily repararon en la importancia de tres informes que les llegaron por separado: uno, del laboratorio veterinario, diciendo que las salas donde guardaban su material de reserva habían sido saqueadas la noche anterior; otro, de Pol Nietro, notificando que Ted Tubberman había sido visto en el departamento de bioingeniería; y el tercero, de Fulmar, afirmando que alguien se había llevado uno de los cilindros vacíos de la lanzadera desmantelada.

Cuando le llegó la furiosa llamada de Joel Lilienkamp, Paul no tuvo demasiados problemas para sacar una conclusión.

—¡Ojala se le congelen todos los orificios y se le caigan las extremidades! —gritó Joel al límite de su voz—. ¡Ha conseguido la cápsula de autodirección!

La impresión hizo que Paul saltara en su silla, mientras Emily y Ezra lo miraban sorprendidos.

—¿Estás seguro?

—Claro que lo estoy, Paul. Escondí la caja de cartón donde estaba entre un montón de tubos de estufa y unidades de calefacción. Aún sigue en su sitio, pero ¿quién demonios podía saber que la caja 45/879 era una cápsula de autodirección?

—¿Ha sido Tubberman?

—Me apuesto mi mejor botella de brandy a que sí. —Joel hablaba con tanta rapidez que las palabras se le trababan—. ¡Cabrón, comemierda, gusano baboso!

—¿Cuándo lo has descubierto?

—¡Ahora mismo! Te estoy llamando desde el edificio G. Hago una ronda por él por lo menos una vez al día.

—¿Puede haberte seguido Tubberman?

—¿Pero tan tarugo crees que soy? —Tal sugerencia pareció provocar en Joel la misma apoplejía que el robo—. ¡Hago una ronda por cada edificio todos los días, y puedo decirte exactamente qué fue solicitado ayer y anteayer, así que puedes estar seguro que veo enseguida si falta algo!

—No he dudado de ti ni por un momento, Joel. —Paul se restregó la boca con la mano mientras pensaba a toda velocidad. En ese momento, reparó en las expresiones de inquietud de Emily y Ezra—. No cuelgues —le dijo a Joel, fiara informar a continuación de lo que había dicho.

—Bueno —repuso Ezra, con un gesto de intenso alivio en sus demacradas facciones—. Tubberman es incapaz de hacer volar una cometa. Apenas sabe manejar un deslizador. Yo no me preocuparía mucho por él.

—Por él, no. Lo que me preocupa mucho es que últimamente han visto a Stev Kimmer y a Bart Lemos en compañía de Tubberman —dijo Paul con tranquilidad. Ezra pareció encogerse y ocultó la cara entre las manos.

—Ted Tubberman lo ha hecho —dijo Emily, dejando sobre la mesa la carpeta que había estado estudiando y poniéndose en pie—. No daría ni un chip agotado por su posición como fletador ni por su derecho de propiedad sobre su rancho. Estamos buscando en Calusa. —Le dio a Ezra un golpecito en el hombro—. Vamos, tienes que saber qué componentes ha necesitado.

Oyeron que alguien se acercaba corriendo, después la puerta se abrió y Jake Chernoff irrumpió en la oficina.

—Señor, lo siento, señor —exclamó el joven. Tenía la cara colorada y jadeaba por el esfuerzo—. Su teléfono… —Señaló, con nerviosismo al aparato que el almirante tenía en la mano—. Es muy importante. Las antenas de la torre mete… algo ha despegado de Aterrizaje de Oslo, hace tres minutos. Y no era un deslizador. Era algo más pequeño.

Los tres a una, Emily, Paul y Ezra, se dirigieron hacia la puerta y corrieron a la sala del interface. Ezra manipuló torpemente la terminal en sus prisas por comprobar el informe. Había una estela de humo claramente visible, en dirección noroeste. Maldiciendo entre dientes, Ezra conectó con el monitor de la «Yoko», que ya estaba rastreando la señal. Observaron durante cierto tiempo, tensos a causa de la ira y la frustración. Después, Ezra irguió su alta figura, y sus manos quedaron colgando con flacidez.

—Bueno, lo hecho, hecho está.

—No del todo —dijo Emily con voz áspera, separando cada sílaba en una curiosa cadencia. Se volvió a Paul, con los ojos brillantes, los labios apretados y una expresión implacable—. Aterrizaje de Oslo, ¿eh? La cápsula acaba de despegar. Vamos a coger a esos bribones.

Paul y Emily salieron a la carrera, dejando a Ezra para que vigilara la ascensión de la cápsula. Por el camino ordenaron a los tres primeros hombres fuertes que encontraron que fueran con ellos. Paul vio de lejos a Fulmar y le dijo que pilotara el deslizador mejorado de Kenjo.

—No hagas preguntas, Fulmar —dijo Paul, siguiendo a toda prisa a otros dos corpulentos técnicos—. Limítate a llevarnos hacia el Jordán, y que todos tengan los ojos bien abiertos para ver qué deslizadores pasan. —Mientras se colocaba el arnés de seguridad, llamó por el comunicador—. ¿Quien está en la torre? ¿Tarrie? Quiero saber quién está volando sobre el río, dónde va y dónde ha estado.

Fulmar despegó tan súbitamente que durante un momento el ruido impidió que se oyera la respuesta de Tarrie Chernoff.

—Sólo hay un deslizador sobre el Jordán, señor, aparte de ese… otro vuelo. —Durante un momento le fallaron las palabras, después recobró el tono de reserva impersonal de una oficial de comunicaciones—. El deslizador no se ha identificado.

—Ya lo hará —aseguró Paul torvamente—. Sigue controlando todo el tráfico de esa zona.

Tubberman era lo bastante estúpido para exhibirse; de todas formas, Paul no pensaba que tal estupidez fuera compartida por Stev Kimmer, ni por cualquier otro a quien Ted hubiera podido convencer para que le ayudara en aquella descarada desobediencia a la decisión que la colonia había tomado democráticamente.

Tubberman estaba solo en el deslizador cuando Fulmar le obligó a tomar tierra junto al río, en la desolación del malparado rancho de Bavaria. Se encaró a ellos cruzando los brazos sobre el pecho y sacando la barbilla en un gesto de desafío; era evidente que no se arrepentía de su acción.

—He hecho lo que debería haberse hecho antes —afirmó con pomposa rigidez—. El primer paso para salvar a esta colonia de la aniquilación.

Paul cerró los puños y los apretó a sus costados. A su lado, Emily temblaba con una furia tan intensa como la suya.

—Quiero los nombres de tus cómplices, Tubberman —dijo Paul con los dientes apretados—. ¡Y los quiero ahora!

Tubberman tomó aliento y se abrazó a sí mismo.

—Haga lo que quiera, almirante. Soy lo bastante hombre para resistirlo.

Aquella actitud ridículamente heroica era tan absurda para los presentes que uno de los hombres, situado detrás de Paul, soltó una carcajada de incredulidad, que reprimió al momento. Pero aquel estallido de risa cambió el humor de Paul.

—Tubberman, no permitiría que nadie te tocara un solo cabello —dijo sonriendo, ya más relajado—. Hay otras formas mejores de tratar contigo, que están perfectamente estipuladas en el estatuto… nada tan cruel o tan bárbaro como los malos tratos físicos. —Se volvió para ordenar—: Llevadle de vuelta a Aterrizaje en su deslizador. Dejadle en mi despacho y llamad a Joel Lilienkamp. Él se hará cargo del prisionero. —Paul tuvo la satisfacción de ver cómo la expresión de mártir desaparecía de los ojos de Tubberman, para ser sustituida por una mezcla de ansiedad y sorpresa. Girando sobre sus talones, Paul indicó con un gesto a Emily, Fulmar y los otros que volvieran a subir al deslizador.

Tarrie informó de que no había ningún otro vehículo en la zona y se disculpó porque los registros de tráfico no se conservaran durante más tiempo.

—Excepto por ese… ese cohete, la pauta de vuelos era normal. Oh, y Jake ha vuelto. ¿Quiere usted hablar con él?

—Sí —respondió Paul, mientras deseaba que Ongola volviera pronto a su puesto—. Jake, quiero saber dónde están Bart Lemos y Stev Kimmer. Ah, y Nabhi Nabol.

A su lado, Emily asintió, aprobándolo.

Por entonces, Fulmar había recorrido la corta distancia aérea que separaba Bavaria y Aterrizaje de Oslo. Los restos de la plataforma de lanzamiento aún humeaban. Mientras Paul y los otros buscaban por la zona huellas de deslizador, Fulmar sondeaba cuidadosamente el círculo sobrecalentado que había quedado debajo de la plataforma, olfateando mientras lo hacía.

—Por el olor es combustible de lanzadera, Paul —informó—. Una cápsula autodirigida no necesitaría tanto.

—Pero necesitaría conocimientos —dijo Paul, frunciendo el entrecejo—. Y experiencia. Tu y yo sabemos exactamente cuántas personas son capaces de tratar con tecnología de este tipo. —Miró a Fulmar a los ojos, y los hombros de éste se hundieron—. No es culpa tuya, Fulmar. Yo tenía tu informe. Y tenía otros. Lo único que pasa es que no junté las piezas.

—¿Quien hubiese pensado que Ted interviniera en esta hazaña de chiflados? ¡Nadie se cree la mitad de lo que dice! —protestó Fulmar.

Emily y los demás regresaron en ese momento tras una infructuosa búsqueda.

—Hay muchas marcas de deslizador, Paul —informó—.

Y desechos. —Señaló una bolsa de combustible vacía y un manojo de empalmes y cables. El gesto de desolación de Fulmar se acentuó.

—Estamos perdiendo el tiempo aquí —dijo Paul, conteniendo su irritación.

—Vamos a decirles a Cherry y a Cabot que nos esperen en mi despacho —murmuró Emily mientras subían a su vehículo.


—Está orgulloso de lo que ha hecho —estalló Joel cuando Paul y Emily, le convocaron al despacho de esta última—. Dice que su deber era salvar a la colonia. Y que nos vamos a sorprender cuando sepamos la cantidad de gente que le apoya.

—Será el quien se lleve la sorpresa —contestó Emily. Su rostro mostraba decisión, y sus labios una extraña sonrisa que contradecía el cansancio de sus ojos.

—Sí, Em, pero ¿qué podemos hacerle? —preguntó Joel con la indignación de la impotencia.

Emily se sirvió otra taza de klah y bebió un sorbo antes de responder.

—Podemos condenarle al ostracismo.

—¿A quien vamos a condenar al ostracismo? —preguntó Cherry Duff con su voz ronca al entrar en el despacho. Cabot Cárter se hallaba detrás de ella, pues había acompañado a la magistrada desde su oficina para acudir a la cita.

—¿Ostracismo? —Una sonrisa iluminó las agradables facciones de Cabot Cárter; sonrisa que se hizo más amplia cuando miró, expectante, a Paul y Emily, pero que casi se disipó cuando vio al obstinado almacenero.

Paul le devolvió la sonrisa.

—¡Ostracismo!

—¿Ostracismo? —preguntó Joel con voz disgustada.

Emily ofreció a Cherry el sillón más confortable e indicó a los demás que se sentaran. Después, a una señal de Paul, informó sucintamente de 10 que había ocurrido y terminó con la utilización ilícita que Tubberman había hecho de la cápsula de autodirección.

—Así que estamos aquí para ordenar el ostracismo de Tubberman, ¿eh? —Cherry buscó a Cárter con la mirada.

—Es perfectamente legal, Cherry —contestó el legista—, puesto que no se trata de un castigo corporal, que según los términos del estatuto sería contra derecho.

—Refréscame la memoria sobre ese procedimiento —dijo Cherry en tono divertido.

—El ostracismo es un procedimiento empleado por ciertos grupos para disciplinar a un miembro descarriado —empezó Emily—. Las comunidades religiosas recurrían a él cuando alguien de su secta desobedecía sus normas. Realmente era muy efectivo. El resto de la secta actuaba como si el miembro trasgresor no existiera. Nadie le hablaba, nadie reconocía su presencia, nadie le ayudaba de ninguna manera ni hacía nada que le hiciera sentirse vivo. No parece cruel, pero en realidad el aislamiento es psicológicamente destructivo.

—Se hará —dijo Cherry, asintiendo—. Es un castigo admirable para alguien como Tubberman. ¡Realmente admirable!

—¡Y completamente legal! —coincidió Cabot—. ¿Redacto yo el aviso, o prefieres hacerlo tú, Cherry?

Cherry negó con un gesto de su mano.

—Hazlo tú, Cabot. Estoy segura de que sabes todas las fórmulas adecuadas. Pero explica con claridad en qué consiste el ostracismo. La verdad es que casi todos estamos tan hartos de los rumores y discursos de ese hombre, que creo que muchos se sentirán satisfechos de tener una excusa oficial para… ah… ¡condenarle al ostracismo! ¡Al ostracismo! —Echó hacia atrás la cabeza y emitió una escandalosa risotada—. ¡Por todo lo que es sagrado, y legal, me gusta, Emily! ¡Me gusta mucho! —De repente, su expresión cambió, aunque no su talante, y añadió—: Eso servirá para enfriar algunas cabezas calenturientas. —Su mirada penetrante se posó sobre Paul y Emily—. Tubberman no lo ha hecho solo. ¿Quién le ayudó?

—No tenemos pruebas —empezó a decir Paul, pero Joel lo cortó con un gesto:

—Stev Kimmer, Bart Lemos y tal vez Nabhi Nabol.

—¡Ostracismo para ellos también! —exclamó Cherry, golpeando los brazos del sillón con sus pequeñas manos de anciana—. Maldita sea, no necesitamos sembradores de discordia. Lo que necesitamos es ayuda, cooperación y trabajo duro. Sin eso, no sobreviviremos. ¡Por las llamas del infierno! —exclamó, levantando las manos—. ¿Qué vamos a hacer si la cápsula atrae sobre nosotros a los vampiros de la FPS para que nos chupen la sangre?

—No apostaría por eso —contestó Joel, volviendo la mirada hacia ella.

Cherry le miró con dureza.

—Me alivia saber que hay algo por lo que tú no apuestas, Lilienkamp. Muy bien, ¿qué hacemos con los cómplices de Tubberman?

Cabot se inclinó sobre ella y apoyó la mano sobre su brazo con suavidad.

—Primero tenemos que demostrar que eran sus cómplices, Cherry. —Miró a Paul y Emily con expresión expectante—. El estatuto dice que una persona es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad.

—Vamos a vigilarlos —dijo Paul—. Vamos a vigilarlos. Cabot, redacta esa nota y ocúpate de que se exponga por todo Aterrizaje, y de que los rancheros sean informados al respecto. Cherry, ¿quieres dictar la sentencia contra Tubberman? —Tendió la mano para ayudar a la anciana a ponerse en pie. *

—Con la mayor de las satisfacciones. ¡Qué manera tan soberbia de librarse de un pelmazo! —añadió entre dientes mientras caminaba. El avieso gozo que mostraba el rostro de la magistrada mejoró el humor de Joel Lilienkamp, que les siguió frotándose las manos.


Al mensajero le satisfizo bastante llevar una copia de la notificación oficial a Bay y Wind Blossom, que estaban de guardia en la gran cámara incubadora. La sala estaba separada del laboratorio principal y aislada del ruido y los cambios de temperatura. La incubadora propiamente dicha estaba colocada sobre pesados amortiguadores para que los embriones, en su precaria y temprana etapa, dentro de sus bolsas, no vibraran cada vez que hubiese movimiento de equipos en el laboratorio.

Aunque los huevos situados en una matriz natural, o incluso de una envoltura apropiada, eran capaces de resistir fuertes impactos, la fertilización ex útero inicial y la alteración habían sido operaciones demasiado delicadas para arriesgarse a que sufrieran la más mínima sacudida. El desarrollo aún no estaba controlado, ni la nueva estructura genética equilibrada, y cualquier variación en el entorno de los embriones podía ser causa de, quizá, graves perjuicios. Más tarde, cuando los huevos estuviesen en el estadio de su puesta natural en un nido serían trasladados a un edificio en el que un suelo de arena caliente y unas lámparas de sol artificial imitarían las condiciones naturales en las que los huevos de dragón se abrían. Todavía quedaban varias semanas para que llegara ese momento.

Habían creado unos paneles especiales de visión con baja luz, que no dejaban que ésta se filtrase en la sala de incubación, oscura como un seno materno, pero que permitía que los observadores viesen claramente su precioso contenido. También habían inventado una lente portátil que podía situarse en cualquier posición sobre la incubadora, cuyas cuatro paredes eran de cristal, para realizar inspecciones rápidas y rutinarias. En los laboratorios de Alfa y de la Tierra cada embrión en desarrollo hubiera sido observado y registrado por control remoto. Pero en las condiciones relativamente primitivas de Pern, de las cuales se quejaba constantemente Wind Blossom, la necesidad de evitar la presencia de cualquier sustancia tóxica impedía que se pudieran situar sensores en la cámara de cultivo cerca de los embriones.

Bay estaba tomando nota de la valoración de Wind Blossom cuando el mensajero les dio la noticia. El muchacho se mostraba bastante deseoso de explicarles todos los detalles del ostracismo, pero Bay se lo quitó de encima.

—Extraordinario —comentó Bay cuando terminó de leerle la noticia en voz alta a Blossom—. La verdad es que Ted ha sido últimamente muy fastidioso. ¿Has oído los rumores que estaba difundiendo, Blossom? Como si esa bruja de Avril Bitra hubiera tenido en mente algo más que sus propios planes cuando robó la «Mariposa». ¡A buscar ayuda, no me digas! —Entrecerró los ojos y miró a la incubadora, a las cuarenta y dos esperanzas de futuro—. Pero mira que mandar una cápsula autodirigida cuando votamos específicamente contra eso…

—Me siento aliviada —dijo Wind Blossom, con un suave suspiro.

—Sí, la verdad es que Ted estaba empezando a alterarte —comentó Bay con amabilidad.

Intentó convencerse de que la mujer sufría por su abuela. Pero últimamente había habido momentos en los que Bay hubiera deseado recordarle que no era sólo la familia Yung la que había sufrido una lastimosa pérdida. Pero no lo había hecho, porque en los últimos días Blossom se había mostrado bastante inquieta, y tal vez podía interpretar ese comentario como un desprecio de su capacidad para continuar con éxito el brillante programa de ingeniería genética de su abuela. Como ayudante principal de ésta, estaba técnicamente a cargo del programa archivado en el ordenador de biología Mark 42. Bay lo había examinado también para familiarizarse con el procedimiento. Kitti Ping había dejado abundantes notas sobre la forma de continuarlo, previendo posibles alineaciones menores, equilibrados u otras compensaciones que pudieran ser necesarias. Al parecer lo había previsto absolutamente todo, salvo su propia muerte.

—No me has entendido —respondió Blossom, inclinando la cabeza en un gesto que recordaba al de su abuela cuando corregía a un aprendiz equivocado—. Me siento aliviada porque han lanzado la cápsula autodirigida. Ahora ya la culpa no será nuestra.

Bay no estaba segura de haber escuchado bien.

—¿Qué demonios quieres decir, Blossom?

Blossom le dedicó una larga mirada, con una media sonrisa en los labios.

—Todos nuestros huevos están en una cesta —dijo en un tono extraño, y cambió de posición la lente del microscopio.

Entonces llegaron Pol y Radamanth a relevarlas, pero Bay se quedó un rato más. Últimamente Pol y ella no tenían demasiado tiempo para estar juntos, y no tenía la menor prisa por disfrutar de otra aburrida cena en la cocina comunal.

—Tenéis una copia, por lo que veo —ayo Pol, señalando la nota de ostracismo.

—Es formidable.

—Y más que oportuno —dijo Phas, levantando la mirada de las anotaciones de Blossom—. Esperemos que no fuera tan incompetente lanzando cohetes como en su profesión de botánico.

Bay miró con fijeza al xenobiólogo, atónita, y Phas tuvo la delicadeza de mostrarse avergonzado.

—Nadie aprueba las acciones de Tubberman, cariño —la tranquilizó Pol.

—Sí, pero si vienen… —El gesto de Bay abarcó la incubadora y el laboratorio, y todo lo que los colonos habían conseguido hacer con su nuevo mundo.

—Si te sirve de consuelo —dijo Phas—, Joel Lilienkamp no ha apostado a favor de que nos envíen ayuda.

—¡Oh! —exclamó Bay, para preguntar a continuación—. ¿Y qué le ha sucedido a Ted Tubberman?

—Lo han escoltado de vuelta a su rancho y le han dicho que se quede allí.

Pol podía parecer bastante cruel cuando así lo deseaba, pensó Bay.

—¿Y qué hay de Mary? ¿Y de sus jóvenes hijos? —preguntó.

Pol se encogió de hombros.

—Ella puede quedarse con el o venir. Nadie la ha condenado al ostracismo. Ned Tubberman parecía bastante sorprendido, pero nunca se ha llevado muy bien con su padre, y Fulmar Stone opina que es un mecánico muy prometedor. —Volvió a encogerse de hombros y después sonrió para dar ánimos a su esposa.

Cuando Bay se disponía a marcharse, el suelo tembló bajo ellos. Instintivamente se lanzó hacia la incubadora y se encontró con que Phas y Pol tuvieron la misma reacción. Incluso sin la ampliadora pudieron ver que el fluido amniótico de las bolsas no se había movido a causa del terremoto. Los amortiguadores habían funcionado.

—¡Lo que nos faltaba! —exclamó Pol, furioso. Se dirigió al comunicador y marcó el número de la torre, para colgar un momento después—. ¡Comunica! Bay, tranquilízalos. —Señalo hacia el grupo de técnicos que se dirigían ansiosos a la puerta de la cámara. Marcó de nuevo y consiguió comunicar al mismo tiempo que Kwan Marceau irrumpía en la sala—. ¿Va a haber más temblores, Jake? —preguntó Pol—. ¿Por qué no nos has avisado?

—Sólo era un temblor pequeño —respondió Jake Chernoff con suavidad—. Patrice de Broglie nos alertó, pero mi obligación es avisar primero a la enfermería por si están operando, y después vuestra línea estaba ocupada. —La explicación aplacó a Pol—.Patrice dice que al este hay cierta actividad en las placas tectónicas, y que puede que se produzcan más temblores en las próximas semanas. De todas formas, la incubadora es a prueba de sacudidas, ¿verdad? No hay nada por lo que tengáis que preocuparos.

—¿Nada de qué preocuparnos? —pregunto Pol y colgó.


Sonó una discreta llamada en la puerta del despacho del almirante, y cuando Paul contestó con un «adelante» rutinario, fue Jim Tillek quien la abrió. Emily suspiró de alivio. El jefe de la Bahía de Mónaco siempre era bien recibido. Paul se reclinó en su asiento giratorio, dispuesto a descansar un rato del deprimente inventario de deslizadores aptos para volar y lanzallamas en buen estado.

—Hola, ¿qué hay? —saludó Jim—. Sólo he venido para que me arreglen mi deslizador de superficie.

—¿Desde cuándo te hace falta ayuda para eso? —preguntó Paul.

—Desde que Joel Lilienkamp se llevó todas las piezas de recambio que yo tenía en Mónaco. —El tono de voz de Jim era alegre.

—Y los cerdos vuelan —respondió Paul.

—Oh, no me digas que ése es el próximo proyecto —contestó Jim con gesto burlón. Se dejó caer en el asiento que tenía más cerca y, enlazando los dedos, prosiguió—. A propósito, Maximilian y Teresa ya han informado sobre esa investigación que Patrice encargó a los delfines. Del volcán de Iliria están fluyendo torrentes de lava de cierta importancia. Y sólo es un volcán pequeño, así que no os sorprendáis si os llega polvo negro del este. No son Hebras muertas. No es más que sano polvo volcánico. Prefiero que lo sepáis antes de que se inicien nuevos rumores.

—Gracias —respondió Paul con sequedad.

—Las explicaciones lógicas son siempre bien recibidas —añadió Emily.

—También me he dejado caer para ver a nuestro paciente favorito. —Jim se retrepó en la silla y miró fijamente a Paul—. Está deseando salir, y amenaza con trasladarse al segundo piso de la torre y controlar las comunicaciones desde allí. Sabra le amenaza con divorciarse de él si hace algo antes de tener el alta de los médicos. Yo mismo le he dicho que no tiene por qué preocuparse, que el joven Jake Chernoff está haciendo bien el trabajo. El chico ni siquiera se arriesga a hacer un pronóstico del tiempo hasta que ha examinado dos veces el informe del satélite y se ha asomado por la ventana.

Paul y Emily sonrieron ante su versión de los hechos.

—Ongola necesita volver al trabajo —reconoció Emily.

—Está convencido de que nunca podrá utilizar el brazo. Mejor sería que sus ocupaciones fueran tantas que no le dejaran tiempo para pensar en cosas tan negativas. —Jim giró la cabeza hacia Paul.

—Según los doctores —dijo Emily con una sonrisa amable—, Ongola utilizará ese brazo, aunque no quiera creerlo; lo que aún no se sabe es cuál será su grado de movilidad.

—Lo recuperará —dijo Jim, en tono bajo—. Oye, ¿es cierto ese rumor de que Stev Kimmer estaba compinchado con Tubberman?

El rostro de Paul se tensó. Emily lo miró.

—Ya te advertí que la noticia se estaba difundiendo —dijo, y su tono denotó preocupación.

Jim Tillek se inclinó hacia adelante, con expresión ansiosa.

—¿Y es verdad que despegó con el gran deslizador presurizado, que había sido visto cerca de la Gran Barrera Occidental, donde Kenjo tenía su rancho? Kimmer es mucho más peligroso de lo que nunca puede llegar a ser Ted Tubberman.

Paul empezó a frotarse los dedos artificiales con el pulgar, pero se detuvo al ver que Jim Tillek había reparado en su nervioso movimiento.

—Así es. Como el comunicador de ese deslizador robado estaba funcionando cuando subió, tiene que saber que le queremos aquí para interrogarlo.

Jim asintió con solemnidad.

—¿Ha conseguido Ezra deducir algo lógico de los informes de esas sondas que Sallah…? —Jim pestañeó, con los ojos sospechosamente húmedos.

—No —respondió Paul, aclarándose la garganta—. Aún está tratando de interpretarlos. La impresión es confusa.

—Bueno —dijo Jim—, tengo algunas horas libres mientras arreglan mi deslizador. Antes de encontrar un planeta que me gustara miré cientos de informes de los equipos de reconocimiento del CEE. ¿Puedo echar una mano?

—Unos ojos descansados pueden ser útiles —repuso Paul—. Ezra no ha parado un minuto.

—¿Es verdad lo que escuché de que la «Mariposa» cayó directamente sobre el planeta excéntrico? —se atrevió a preguntar Jim.

Paul asintió.

—Pero ella no informó. —Aún sonaba en su mente la penúltima y misteriosa frase de Avril, «No es el…»; había allí un mensaje que Paul tenía la sensación de estar obligado a descifrar—. Bueno, Jim, ve y mira si puedes ayudar a Ezra. Necesitamos buenas noticias. La moral está aún más baja después de los asesinatos, y tener que condenar al ostracismo a Ted Tubberman y explicar cómo consiguió que llegara a sus manos la cápsula autodirigida no ha mejorado la imagen de la administración.

—De todas formas, es una buena jugada —dijo Jim, riéndose mientras se levantaba—. Os evita tener que violar la autonomía de los ranchos, y a la vez mantiene a ese chalado donde ya no pueda hacer más daño. Me voy a dar una vuelta por el cubil de Ezra. —Salió de la habitación haciendo un gesto de despedida con las manos.

Mucho más alegres tras su visita, volvieron a acometer la pesada tarea de programar los equipos para luchar contra las Caídas inminentes, y hacer listas de gente para recolectar todo vegetal comestible de las tierras aún no alcanzadas por el organismo destructor.