CAPÍTULO 9. EL REGRESO
La alarma lleva cinco minutos sonando. Afuera en los árboles se posan varios pajaritos con un bello cantar. Claudia apaga la alarma y mueve a Enrique para despertarlo, le recuerda que le pidió que lo acompañara esa mañana para llevar a Karlita a la escuela del orfanato, y que tienen que manejar por una hora.
—Amor, sólo recuérdame hasta cuándo tendremos que levantarnos tan temprano— le pregunta Enrique con un gran bostezo.
—Bueno, estamos a finales de septiembre… entonces sería— Claudia hace una pausa mientras cuenta con sus dedos —. Sí, en la segunda semana de octubre—. Enrique bosteza de nuevo mientras se rasca la cabeza y ve el reloj despertador que marca las cinco menos quince de la mañana.
Claudia le recuerda a Enrique, que solo será este día que la acompañará a llevar a Karlita al colegio, después la llevará ella sola. Enrique se levanta diciéndole que irá a ver que Karlita se prepare para que se duche y pueda desayunar, Claudia le dice con una media sonrisa que no se va a tener que preocupar de eso.
Enrique sale de la habitación hacia el cuarto de Karlita, pasa primero por el de Susana tocando a su puerta, —no seas malo… déjame dormir más— le responde Susana cubriéndose con las sábanas. Se da cuenta en seguida que la puerta del cuarto de Karlita está abierta. —¿Será que ya se levantó?— murmura. Va hacia la puerta y toca sin hacer ruido pidiendo permiso para entrar, pero nota que la cama está tendida, la bolsa de útiles está colocada al pie de la cama y su muñeca está en medio de dos almohadas colocada como si lo estuviera viendo.
Enrique regresa a su cuarto para decirle a Claudia que Karlita no está en su habitación, Claudia le dice que baje a ver si está en la cocina porque cree que ella ya está allí. Enrique le dice que está bien, que ella vaya a ducharse mientras él va con Karlita. Enrique baja las gradas cuando empieza a escuchar música clásica.
—¡Buen día, Karlita! Qué bonita música. ¿Qué escuchas?— Saluda Enrique a Karlita quien está a la mesa con su desayuno.
—¡Enrique!, hola, es música de Beethoven, se llama la Marcha Turca— le responde Karlita mientras con una cuchara corta en rodajas un banano para su cereal.
—Veo que ya sabes cómo usar el equipo de sonido— le dice Enrique rascándose la cabeza. Karlita sonríe.
Claudia baja con bata y una toalla en el cabello, al ver a Karlita sentada desayunando le pregunta por qué no la deja que ella le prepare la comida. Karlita sin despegar la mirada de su comida le dice que eso solo es para los niños que no saben hacer nada. Claudia le dice que le asombra ver cómo ella solita se preparó toda su comida. Claudia sube a cambiarse. Enrique se sienta a la mesa para charlar un rato con ella.
En la plática, Karlita le cuenta lo mucho que le gusta la música clásica, y también sobre sus compositores favoritos. Enrique la escucha asintiendo con la cabeza, demostrando que le está poniendo atención, aunque él está sintiendo que no comprende mucho lo que ella le está diciendo.
Al terminar Karlita su desayuno, le dice a Enrique que irá por sus cosas y a lavarse los dientes, pide permiso y sube al segundo nivel. Enrique también sube al minuto para ducharse y cambiarse rápido ya que deben salir en menos de media hora para poder llegar a tiempo a la escuela.
Al bajar Enrique y Claudia, ven a Karlita quien los está esperando con su mochila en el sofá. Susana también baja y le pregunta a su mamá por su comida, ella le dice que no tiene tiempo para prepararla, si Karlita puede prepararse su comida ella también puede hacerlo. Claudia mira a Karlita y le guiña el ojo. Susana ve a Karlita con una mirada de —ash—. Karlita le sonríe. Claudia le da un abrazo a Susana y le pide que no haga berrinche.
Susana entra a la cocina de tal forma que se escucha hasta el segundo nivel. Enrique va detrás de ella y le dice que no hay motivo por el cual enojarse. Le recuerda que al lunes siguiente él la llevará a comer y la pasará dejando a la universidad. Enrique le da un beso en la frente, —Pues… como ahora ya tienen una «nena» a quien consentir— le dice Susana con cejo fruncido. Enrique se ríe con sigilo —Estás celosa— le agrega. Antes de retirarse, Enrique le dice a Susana que le pidió un taxi para que la pase a recoger, así que debe estar lista en media hora.
—¡Enrique!, ¿Nos vamos en tu camioneta o en la mía?— le pregunta Claudia con fuerza para que él la escuche hasta la cocina. Enrique se despide de Susana y sale para la sala.
—En la mía— le responde Enrique, mientras la camioneta da el sonido de desconexión de la alarma.
—Les gusta el color azul, ¿No es así?— pregunta Karlita mientras abre la puerta de atrás de la camioneta.
—Pues, no nos habíamos percatado— le responde Enrique, mientras Claudia y él se acomodan. —Karlita puedes ponerte el cin…— Enrique se queda sin poder terminar al ver que Karlita ya se lo había puesto.
En cuestión de cuarenta y cinco minutos, los tres llegan al orfanato. Enrique manejó lo más rápido que pudo porque no se percataron que su reloj está atrasado quince minutos. —A tiempo llegaron— les dice la hermana Francisca. Luego le dice a Karlita que corra para llegar al sermón antes del inicio de clases. Claudia y Enrique la saludan y le preguntan si pueden platicar unos minutos con el padre Gabriel. Ella les dice que no habría inconveniente, solo que lo tendrían que esperar porque está dando el sermón de los viernes. Ellos aceptan esperar. La hermana Francisca les pide que la acompañen a la antesala de la oficina del padre Gabriel.
Media hora después llega el padre Gabriel, los saluda y se sienta frente a ellos. Claudia le comenta que le pidió a su esposo que la acompañara esa mañana para demostrarle que la familia está comprometida con lo acordado. Además, le menciona que trae consigo los documentos que servirán para dar trámite a la adopción de Karlita.
El padre Gabriel toma los documentos y comienza a tocar sus bolsillos en busca de los anteojos, se pone en pie y va a su escritorio preguntándose dónde los dejó; los encuentra y se los coloca. Al revisar los papeles se da cuenta de que ya están firmados por ambos, el padre Gabriel le pregunta cuál copia le queda a él; Claudia se pone en pie y le dice que es la que está en el cartapacio amarillo, pero también le dice que falta que los firme el abogado del orfanato.
Claudia le dice que también hay otro tema que quisieran platicar con él. Ella ve a Enrique y él le hace una seña con la cabeza como diciendo «adelante, pregúntale». Claudia le cuenta que ella supo que Karlita puede tocar el piano, pero que quedó muy impresionada al escucharla tocar.
El padre Gabriel la escucha y le interrumpe para contarle que cuando ellos llegaron al orfanato los llevaron a dar una vuelta por todo el lugar, al llegar a la capilla Karlita vio el piano, sin decir nada se apresuró y comenzó a tocar; las hermanas y él se quedaron admirados de la forma en la que ejecuta el instrumento, y también lamentan que ella nunca ha querido tocar en las misas. Lo curioso es que siempre que le preguntaban dónde aprendió ella les decía que no recordaba, lo único que sabe es que puede tocar. Es algo que ha sido todo un misterio, al principio creían que tenía amnesia, pero el doctor la examinó y les dijo que todo estaba bien.
Mientras el padre Gabriel continua narrándoles la historia, coloca los documentos en su escritorio y regresa para sentarse a la par de ellos en el sillón. Claudia coloca su mano sobre la barbilla tiene miles de pensamientos por su mente, luego ella lo interrumpe —Padre, usted dijo «Cuando llegaron», ¿Había alguien más?— El padre Gabriel la mira por encima de los anteojos, da un suspiro y se los quita; se da cuenta de que mencionó algo que no debía.
—Eh… Sí. Julián y Karlita vinieron el mismo día, él es el niño de quien les hablé adoptaron hace varios meses y que era muy amigo de Karlita—. Claudia asiente con la cabeza conforme con la respuesta, el padre Gabriel está orando en su mente a la Virgen para que no le pregunten algo más sobre Julián.
Enrique se dirige al padre Gabriel para contarle lo del incidente de anoche antes que cenaran. Le explica cómo después de tocar el piano, la mamá de Claudia le preguntó si ella creía en los ángeles y Karlita le respondió con un rotundo ¡no! —La verdad, Padre, nos inquieta un poco eso— le expone Enrique.
El padre Gabriel da un suspiro mucho más profundo, coloca las gafas en la mesita que tiene a la par, se pone en pie y les comienza a relatar que a Karlita nunca le han gustado las misas, ni le gusta orar —Pero muchos niños son así a esa edad. Ustedes no tienen nada de qué preocuparse. Karlita es una niña muy madura para su edad— les dice mientras los voltea a ver con sus manos detrás de él.
Claudia le pregunta si habrá algo que puedan hacer por la pequeña. —Amor… hija, amor de padre y de madre— les contesta mientras los ve a ambos. Claudia y Enrique le dicen que se sienten aliviados y se despiden de él. —Vayan con Dios, hijos— les dice dándoles una bendición. El padre Gabriel se siente aliviado que no hayan hecho más preguntas.
Al retirarse los González, el padre Gabriel recibe una llamada a su celular, es del hospital donde se encuentra internada la madre María. El doctor José lo llama para decirle que dará de alta a la madre María. —Ayer varios especialistas la examinaron pero no encuentran ninguna enfermedad que la haya llevado a la situación en la que se encuentra— le relata —. Consideramos que con suficiente descanso y terapia puede regresar a ser ella misma— le agrega.
El padre Gabriel le pregunta sobre las sospechas que tuvo, que podría tener algún tipo de tumor o derrame. El doctor José le explica que le hicieron todos los exámenes recomendados y que ninguno arrojó la posibilidad de que ella tuviera un derrame o algún tumor —Todo en su cerebro está bien— le responde —, lo que sí le recomiendo es que consulte con algún buen terapeuta para que la ayuden a salir de su estado actual.
La hermana Francisca y la hermana Verónica llegan con el padre Gabriel, él les murmura, sin despegar el auricular de su oreja, que darán de alta a la madre María. La hermana Francisca le pide que le pregunte si ya puede hablar, él le realiza la pregunta, pero le responde que no. La hermana Francisca comienza a lanzar una serie de preguntas, el padre Gabriel la detiene para preguntarle al doctor José si no tiene inconveniente en ponerlo en altavoz para que las hermanas puedan escuchar la conversación y realizarle algunas preguntas, el doctor José le dice que no hay inconveniente.
La hermana Francisca le pide le dé una explicación de qué es lo que tiene la madre María. —Ella se encuentra en un estado como «ido», por decirlo de alguna forma, está aquí pero al mismo tiempo no lo está, las pruebas que se le realizaron no señalan ninguna causa de tumor o derrame. Lo que sí es notable es su elevada ansiedad y depresión, pero no es algo que requiera mantenerla hospitalizada, esperamos que con el apoyo de ustedes, los medicamentos y la ayuda del terapeuta ella pueda salir de esto— concluye el doctor.
La hermana Francisca escucha con atención mientras tiene en su mano el crucifijo. El padre Gabriel le agradece y le dice que buscará quién los lleve al hospital para recoger a la madre María, el doctor José lo interrumpe para explicarle que él ya arregló que los bomberos la lleven de regreso al orfanato —Véalo como un regalo de Dios— le agrega.
El padre Gabriel y la hermana Francisca le agradecen al doctor José por la información y por el buen gesto. Las hermanas colocan sus manos en señal de agradecimiento y ven hacia el cielo con una sonrisa en sus rostros.
La hermana Francisca se pone de acuerdo con la hermana Verónica para ir a arreglar el cuarto de la madre María antes de su llegada. El padre Gabriel las detiene y les pide que mejor la trasladen al cuarto que está libre en la parte de abajo, ya que por su condición podría no poder subir las gradas, ellas están de acuerdo y piden ayuda para ir a limpiar el cuarto y para bajar sus pertenencias.
El padre Gabriel se dirige a su escritorio, la pierna le está molestando de nuevo, se toma una de las pastillas contra el dolor. Con su pierna en agonía, el padre Gabriel se dirige al sofá. Al recostarse cierra los ojos, y se queda dormido.
En sus sueños recuerda cuando la madre María se opuso a que Karlita fuese adoptada. Sin darse cuenta, todo el ambiente cambia por completo, ahora escucha a la madre María que le pide auxilio —Ayúdeme, ayúdeme, por favor padre Gabriel no la deje que se me acerque… por favor se lo suplico— le pide con mucha agitación.
Poco a poco ve como el cuerpo de la madre María va quedándose inmóvil. Él siente que su piel se le eriza. Madre María solo puede mover sus ojos. En la oscuridad se escucha una risa infantil —¿Quién está ahí?— pregunta el padre Gabriel con el crucifijo en la mano. A lo lejos escucha —¡Paaadreeee Gabrieeeel!— en la misma tonada que usan los niños al jugar al escondite.
El padre Gabriel se despierta como si le hubieran tirado un balde de agua fría, su corazón palpita con rapidez, mira hacia todos lados pero no hay nadie en su oficina, comienza a pedir a Dios y a la Virgen por sabiduría para poder sobrellevar esta situación que lo comienza a incomodar. A pesar de que está acostumbrado a luchar con los demonios en los exorcismos, la pequeña risa lo aterra.
Las hermanas regresan con él para decirle que el cuarto ya está arreglado, él les pregunta cómo lo pudieron hacer tan rápido si se acaban de ir. Ellas extrañadas le dicen que les tomó casi dos horas la limpieza. Él se da cuenta de que había estado soñado durante ese tiempo. Ellas le preguntan si se siente bien o le gustaría que le preparen un té de manzanilla, él les dice que no se preocupen, y que mejor se vayan alistando porque en cualquier momento llegarán a dejar a la madre María.
Al salir de la oficina, los niños están jugando y el griterío se deja escuchar por todos lados. Un —¡no corras, Josecito!—se oye por un lado y un —¡Bájate de ahí, Ximena!— se oye por otro, la hermana Verónica le dice a la hermana Francisca que es una bendición que estos niños aún no estén contaminados por la tecnología, otros niños tendrían la mirada viendo una pantalla de teléfono en lugar de disfrutar su niñez. La hermana Francisca le dice que está de acuerdo, aunque a ella le gustaría mucho tener un teléfono de esos que tienen internet.
Un grupo de niños se acerca a Karlita quien está sentada leyendo el libro que trajo de la librera de Enrique. La hermana Francisca se da cuenta de ello y le da un ligero codazo a la hermana Verónica quién voltea a ver hacia donde están los niños.
Uno de los niños se acerca a Karlita para señalarla con el dedo, pero ella continúa con la mirada en el libro, pasa con tranquilidad hacia la siguiente página. Otro niño hace lo mismo poco a poco todos comienzan a señalarla. Karlita cierra el libro con fuerza, levanta la mirada hacia ellos. Los niños se agrupan para abrazarse. Karlita se aproxima, ellos empiezan a retroceder en la medida en la que ella se acerca. Karlita ve de reojo a las hermanas, regresa su mirada a los niños, se aproxima un poco más, les dice algo y se voltea para tomar su libro e irse.
Las hermanas se preguntan si vale la pena ir a averiguar qué sucedió, pero la llegada de la madre María las tiene con otra prioridad, así que dejan pasar ese incidente.
El sonido de la ambulancia de los bomberos alerta a las hermanas sobre la llegada de la madre María. Salen a la puerta para recibirla. Con mucho cuidado la descienden a una silla de ruedas, las hermanas se abalanzan hacia ella para abrazarla, besarla y expresarle el cariño que sienten; ella las ve y comienza a llorar, pero sin poder hablar.
El padre Gabriel se aproxima para darle la bienvenida y decirle lo mucho que han estado preocupados por ella. Le menciona también que hasta que mejore, le prepararon un lugar en la planta baja para evitar que tenga que subir las gradas. Los bomberos le dicen que con gusto la llevarán hasta su habitación.
Al dejar a la madre María, los bomberos le dicen al padre Gabriel que el hospital donó la silla de ruedas y que cualquier problema que tengan puede llamarlos. Él se los agradece y le pide a hermana Verónica los acompañe hasta donde está la ambulancia.
La hermana Francisca le da un abrazo y un beso a la madre María, le dice lo preocupadas que han estado, que aunque fue sólo un día que ella estuvo hospitalizada, les ha hecho mucha falta; en especial por la figura maternal que ella representa para todas las hermanas y para los niños.
La madre María toma con fuerza el brazo de hermana Francisca quien siente la está apretando, trata de decirle algo, pero solo logra un seseo. La hermana Francisca la tranquiliza y le dice que ahora la llevarán a su nueva habitación.
La hermana Francisca lleva a la madre María a su nueva habitación, la ayuda a acomodarse y le dice que necesita ir a hacer unas actividades pero que pronto regresará. La madre María se queda viendo hacia todos lados deseando poder decir lo que le había ocurrido el día en que estaba dormida, dentro de ella anhela poder contar los sueños que la atormentan cada noche, y cómo fue que quedó en el estado en que está.
—Madre María, Madre María… ji, ji, ji—. La pequeña vocecita vuelve a su mente, con dificultad la madre María trata de pedir ayuda, esperando que alguien la pueda escuchar. La risa juega con sus sentidos, revolotea de un lado a otro dentro de su cabeza. En ese instante entra la hermana Verónica, la ve temblando y con los ojos moviéndose sin razón, sale a llamar a la hermana Francisca para que regrese. La hermana Verónica no sabe qué hacer al verla en esa situación, al llegar la hermana Francisca, toma la mano de la madre María, poco a poco la logra calmar.
Después de algunos minutos, la madre María se queda dormida. Las hermanas van a buscar al padre Gabriel para comentarle lo sucedido, creen que la madre María se está volviendo loca, la dejaron sola por unos instantes y al regresar se dan cuenta de que está en pánico con temblores por todo el cuerpo.
El padre Gabriel les dice que si la situación prosigue de la misma forma durante el fin de semana, entonces llamaran al hospital psiquiátrico. Las hermanas se ven entre sí y agachan la cabeza, no quieren pensar en ello, pero saben que es lo mejor si ella no logra recuperarse.
El sonido de los niños gritando hace que la plática entre ellos termine. El día de clases terminó y por ser viernes los niños se sienten más eufóricos por los dos días de descanso que vienen por delante.
—¡Padre Gabriel!, ¡hermanas!— grita Karlita con una sonrisa de par en par.
—Karlita… ¿Qué tal estás?, ¿ya lista para ir a casa?— le pregunta el padre Gabriel. Karlita asienta con la cabeza mientras lleva su mochila y sostiene el libro en sus manos. Al ver hacia la puerta de salida puede ver a Claudia que la espera saludándola con la mano y pidiéndole que se apure.
—Adiós, padre Gabriel— se aproxima para darle un abrazo —¡Hermanas!— le da un abrazo a cada una de ellas— Ah, casi lo olvido. Díganle a la madre María que le mando un saludo, que por favor cuide mucho su salud y le dicen que la quiero mucho—. Karlita les sonríe y sale saltando de pie en pie hacia Claudia.
El padre Gabriel les pregunta a las hermanas si alguna de ellas le contó a Karlita que la madre María ya estaba con ellos. Las hermanas se ven entre sí y le responden que ninguna le ha mencionado algo a ella ni a los niños.
Al llegar Karlita a la puerta de la camioneta se da la vuelta para decirles adiós con su mano.