CAPÍTULO 4. LA SOLICITUD




Claudia le cuenta a la madre María el día en el que en su corazón volvió a nacer la chispa de querer ser madre; ella pasa un pañuelo sobre sus ojos, le cuenta cómo el médico le dijo unos cuatro años atrás sobre los riesgos de volver a quedar embarazada. Ahora con la mayoría de edad de Susana, quiere revivir la experiencia de ser madre de una pequeña. 

Susana le señala a su mamá que Karlita viene de regreso, Claudia seca sus ojos. El padre Gabriel se da la vuelta hacia Enrique y le pregunta a qué se dedica. Karlita viene tarareando una canción, regresa a su lugar y da un sorbo de agua mientras los mira a todos.

Enrique le cuenta al padre Gabriel que él es arquitecto y tiene una empresa que se dedica al diseño de casas. Karlita toma otro sorbo de agua y da un bocado de fruta mientras ve al padre Gabriel y a Enrique platicar. Enrique le cuenta que también ha ayudado a familias adineradas a organizar mejor sus propiedades, construyendo piscinas, casas de juegos, casas en árboles y ahora está haciendo el intento de incursionar en el negocio de la construcción de edificios de más de cuatro niveles.

El padre Gabriel asienta con la cabeza a lo que Enrique le está relatando. La madre María interrumpe dirigiéndose a Claudia —Y usted señora Claudia, ¿A qué se dedica?—. Claudia le responde que desde que se casaron con Enrique acordaron que ella se quedaría en la casa cuidando de Susana. Con el tiempo, y cuando Susana fue creciendo, entonces ella comenzó a preparar pasteles, los cuales vende en varias cafeterías de la ciudad y con eso logra estar entretenida, y al mismo tiempo, recibe un ingreso extra para la familia. 

—¿Te gustan los postres, Karlita?— le pregunta Claudia con un pequeño toque de ansiedad en su voz.

Mmm… sí— Karlita toma otro sorbo de agua —, lo que más me gusta son los helados, pero no esos de sabores comunes, me gustan los que no lo son, como el de guanábana—. Claudia sonríe mientras la mira, Karlita toma su tenedor para terminar su plato de fruta.

—¿Qué canción estabas tarareando?— Le pregunta Enrique. El padre Gabriel interrumpe y le dice que es una canción que desde que ella entró al orfanato la ha tarareado, y es una que él nunca la había escuchado antes. El padre Gabriel voltea a ver en dirección al cuarto de Emily, y luego agrega —Pero creo que ya saben de cuál se trata, es muy conocida.

Sí, pues, es una que…. yo creo que la cantaba, o sea, cuando estaba en el colegio la cantábamos con mis amigas, ji, ji, es una de dar una vuelta al toronjil o algo así… ¿Verdad que es esa?— le pregunta Susana dirigiéndose a Karlita, pero ella sigue atenta a su plato de frutas. Susana se cruza de brazos y le dice a su papá que en verdad no la quiere como hermanita.

Karlita toma una servilleta para limpiarse, luego le pregunta a Claudia si tienen un piano en su casa. Ella le dice que su papá le compró uno cuando ella era pequeña, pero que nunca aprendió; luego quiso que Susana aprendiera pero ella tampoco pudo aprender —Creo que ninguno sacó talentos artísticos— le bromea —. ¿Sabes tocar?— le pregunta. Karlita asienta con su cabeza. La madre María les pide que hagan una pausa, ya que quizás Emily ya haya despertado, y ella quiere verla.

Enrique le pide unos minutos mientras va a cancelar la cuenta de la comida, y que al regresar van todos a la habitación de Emily. —No te tardes, amor— le dice Claudia. Enrique se aproxima a la caja, —Sólo efectivo señor— le dice la encargada. Enrique se le queda viendo, en eso recuerda que lleva un billete de cien en el bolsillo, lo saca y paga la cuenta.

Al regresar Enrique, se levantan y se dirigen hacia el cuarto de Emily. Claudia le extiende la mano a Karlita para que vaya con ella. Al aproximarse al cuarto Claudia pregunta por qué hay tanto movimiento. Hay varios enfermeros corriendo en los pasillos. Al acercarse un poco más, Claudia le pide a Susana que lleve a Karlita de regreso a la cafetería, pero que se vayan de inmediato; Susana le pregunta por qué, Claudia le indica con su mano que obedezca y vayan las dos a donde le está indicando. Una sensación fría y horrorosa invade el sentir de todos.

Enrique y el padre Gabriel corren hasta la puerta del cuarto de Emily, sus corazones se están acelerando por cada segundo que pasa —Esto es como si fuera una escena de doctores de la televisión— piensa Enrique. Los médicos están alrededor de Emily —¡Vamos, nena!, ¡no puedes dejarnos!— gritan todos.

El padre Gabriel le pide a uno de los enfermeros que le explique qué ha pasado con Emily, él no le puede dar alguna información por ahora, le pide que espere. El padre Gabriel observa aquella situación, ve todo como si transcurriera en cámara lenta, al ver el crucifijo sobre la cama de Emily le pide a Dios que obre un milagro. Uno de los enfermeros se acerca a ellos para decirles que por favor se sienten porque en unos minutos vendrá el doctor José para hablarles.

La madre María besa el rosario que lleva y reza moviendo la cabeza de adelante para atrás con las mejillas húmedas; a su mente llega el día en que el padre Gabriel presentó a Emily, recuerda correr detrás de una niña de tres años quien era recién llegada al orfanato, recuerda esos rizos que nunca pudo alisar y unos ojos redondos que hizo que todos se enamoraran de ella.

Claudia lleva su mano a la boca mientras Enrique se aproxima a ella para que pueda reposar su cabeza en su hombro, él no le dice palabra alguna, tan sólo la abraza para que pueda encontrar un poco de reposo. El celular de Enrique vibra, es un mensaje de texto recordándole de la materia prima para la obra que están construyendo, Enrique se disculpa y sale a realizar una llamada. 

Hola, padre Gabriel, ¿Usted viene con Emily?— Se acerca el doctor José.; quien está empapado en sudor.

Sí, José. Vive con nosotros en el orfanato— le responde el padre Gabriel —, dime, José… ¿Cómo está ella?— el padre Gabriel sabe la respuesta, pero en su interior guarda la esperanza que le den una buena noticia.

Padre, lamento tener que dar esta noticia, pero Emily acaba de fallecer— un golpe se escucha. Al voltear a ver se dan cuenta de que la madre María había caído sentada en una de las sillas con sus ojos empañados, los tiene tan cerrados por llorar que casi no pueden verse. Claudia está cruzada de brazos llorando.

El doctor José les explica que al parecer Emily sufrió de un ataque al corazón. La madre María le dice que ella era sólo una niña —¿Cómo podría haber tenido un ataque al corazón?— le pregunta tragando un poco de saliva. El doctor José le dice que tiene razón, es inexplicable, también agrega que el examen que se le realizó no arrojó ningún problema de ese tipo. Lo único que les preocupaba a los doctores fue el golpe en la cabeza.

Claudia corre a los brazos de Enrique al verlo regresar. Enrique intuye lo que ocurrió, sin preguntarle nada a Claudia, la abraza diciéndole al oído que él está con ella. Unos enfermeros llegan con la madre María para colocarle un inhalador de oxígeno para ayudarle a respirar. Una enfermera llega y le dice a la madre María que le pondrá una inyección para que le ayude a calmarse.

El padre Gabriel se acerca con Enrique y le pide que por favor lleve a la madre María y a Karlita de regreso al orfanato. Le indica que él necesita encargarse de los trámites pertinentes, él pedirá que después lo lleven en un taxi. El padre Gabriel se acerca a la madre María —Madre María, espere hasta mañana para que juntos le demos la noticia a los niños—. La madre María no puede contenerse, pero le dice que hará lo posible por ser fuerte.

Antes de retirarse, el padre Gabriel se acerca a Claudia y le dice que no le pueden decir a Karlita lo que ocurrió, al menos no por ahora; ellas eran amigas, y a pesar de sus peleas, se querían mucho. Secándose los ojos con un pañuelo, Claudia le dice que pierda cuidado. Claudia le dice a la madre María que vayan juntas al baño para lavarse el rostro.

Al salir del baño, Enrique las espera, pasan recogiendo a Karlita y a Susana quienes están en la cafetería.

—¿Y Emily?, ¿Qué tal siguió?, me preocupa mucho mi amiga— le pregunta Karlita.

Ella… no podrá venir con nosotros Karlita, ya vámonos, ven— le responde Claudia.


Al llegar al orfanato, Claudia le da un abrazo a Karlita y se despide de la madre María, sus miradas se cruzan. Karlita le da las buenas noches a Enrique y a Susana, se arregla su cabello verificando que su diadema esté bien puesta. Karlita se retira dando pequeños saltos mientras va cantando.

—¿No le da miedo la oscuridad?— pregunta Enrique, al ver que Karlita va sola por el pasillo.

La verdad, creo que no. Es la única que no le tiene miedo, siempre ha pedido un cuarto para ella sola pero… con tantos niños—. Suspira la madre María viendo hacia abajo y luego hacia ellos.

 —Increíble. Susana ya estaría gritando que la llorona viene por ella— le cuenta Enrique. Susana le hace una mueca de desagrado a su papá. Claudia le susurra que su comentario esta fuera de lugar.

La familia González se despide de la madre María y suben todos a la camioneta. Susana les pide que le digan qué fue lo que ocurrió y por qué le dijeron que se fuera a la cafetería. Los ojos de Claudia se vuelven a empañar y comienza llorar. Susana cree comprender lo que ocurrió —A la madre… ¿le pasó algo a Emily? Pues… ¡díganmelo!— les pregunta. Al ver la reacción de su mamá, Susana se tapa la boca y de golpe se hace hacia atrás Pero es— Susana hace una pausa —sólo una niñita— Susana ve hacia afuera, y como si fuera un reflejo, mira la carita de Emily sonriendo.

 Claudia va con la mirada fija en el camino, un suspiro denota el sentimiento que la oprime. Enrique, con su serenidad, pone un poco de música de los años ochenta para calmar un poco el ambiente, al observar por el espejo retrovisor ve que Susana está dormida.

Claudia… Claudia— la voz se vuelve a escuchar. Claudia sacude su cabeza, piensa que el cansancio la está haciendo escuchar bobadas. Con la mirada hacia afuera, ve pasar los árboles, —Enrique. Mañana llamamos al abogado para que inicie los trámites de adopción de Karlita— le dice con tenacidad. Claudia recuesta su asiento, se da media vuelta, y cierra sus ojos para llorar; poco a poco se va quedando dormida.

Claudia… Claudia— Una voz que ahora le suena familiar la llama.

—¿Quién eres? ¿Por qué me estás llamando?— le pregunta con angustia. Sólo una sonrisa se deja escuchar.

Pero no corras, ven aquí. Quiero saber quién eres— le pide Claudia mientras corre detrás de esa pequeña figura que relucía a pocos metros de ella.


—Amor… amor… ya son las seis de la mañana—. Enrique mueve a Claudia para despertarla. Casi sin poder abrir los ojos, ella trata de recordar el resto del viaje, no sintió nada más desde que se quedó dormida en la camioneta, tampoco recuerda cómo subió las gradas para llegar a su dormitorio. Al verse con su pijama y en la cama, Claudia siente un ligero miedo, pero después piensa que quizá su olvido es por la conmoción de lo que vivieron el día anterior.

Con un poco de esfuerzo, Claudia se levanta, sabe que tiene que ir a despertar a Susana. Al entrar al cuarto de Susana la ve aún acostada, le pide que se levante pero ella le dice que quiere dormir todavía un poco más. Con un suspiro le quita las sábanas y la obliga a ir a darse un baño para que se aliste —Apúrate que tu papá te tiene que pasar dejando a la universidad— le regaña. —¡Qué cruel eres! quiero dormir—. Susana se levanta y se va caminando a la ducha con los ojos cerrados mientras arrastra su toalla y alega en murmullos.

Bueno, a preparar el desayuno— piensa Claudia. Se acomoda el cabello y se soba los ojos con los puños de las manos. De no haber sido por Enrique que la había despertado quizá hubiera descubierto quién era la pequeña que la llamaba en su sueño —¿Será Karlita?— se pregunta cada vez que recuerda el sueño —¿Y si me estaré volviendo loca?— se pregunta —No seas boba, Claudia— se dice a sí misma y se dirige a la cocina.

—¿Por qué los dos no podrán comer lo mismo?— Claudia prepara unos huevos con frijoles para Enrique y unos panqueques para Susana. Al abrir la puerta del refrigerador ve la nota que dejó el viernes para recordarse que en el transcurso de la tarde tiene que llevar unos cubiletes que le encargaron. —El lugar queda a pocos minutos del orfanato— piensa. Claudia comienza a tramar lo que hará, toma la leche y sigue cocinando.

—¡Enrique!, ¡Susana!— les grita Claudia —, ¡La comida ya está servida!— Ambos bajan corriendo le dicen que ya son casi las siete y media, se sientan y comen a prisa. Adiós amor y adiós mamá fue lo único que escuchó. Al ver a la mesa se percata de que no se acabaron la comida, lo cual la enfada un poco, así que para evitar desperdiciarla toma lo que queda para desayunar ella también —Cuando será el día que estos dos me ayuden a lavar los platos— da un suspiro.

Al terminar de desayunar, Claudia llama al abogado Carlos Ramírez, un hombre de cincuenta años quien ha sido el abogado de su papá desde hace muchos años. Sosteniendo el teléfono con la cabeza y su hombro, habla con el abogado mientras bate la mezcla de los cubiletes. Claudia está interesada en conocer cuáles son los requisitos para poder adoptar a Karlita.

No se ilusione, doña Claudia, es un proceso que toma mucho tiempo— le dice con calma el licenciado Ramírez.

Pero licenciado, ¿hay algo que podamos hacer para agilizarlo?— Claudia se agacha para ver si la temperatura del horno es la adecuada, coloca su mano sobre la ventana y la quita sacudiéndola.

Mire, lo único que usted podría hacer es pedirle al padre Gabriel que la niña los visite y se quede unos días con ustedes, siempre que firmen un documento donde se hacen responsables, pero no serían los tutores legales aún—. Claudia se levanta con los ojos brillantes.

Bien, ¡eso haré! Mientras envíeme un correo con los documentos que necesita, los revisamos con mi esposo y se los enviamos lo antes posible—. Claudia le da su dirección de correo electrónico. Al colgar llama a Enrique, quien ya está en su oficina, para contarle lo que habló con el licenciado Ramírez. Al escuchar a su esposa, Enrique choca su mano sobre su frente y suspira —Está bien amor, hagámoslo así— le responde. Enrique cuelga y arroja el teléfono sobre su escritorio.

Mientras se hornean los cubiletes, Claudia llama al orfanato, pero nadie le contesta, vuelve a intentarlo hasta que le responden. Liliana, la encargada de la limpieza, le cuenta que todos están en la capilla velando a Emily y que a mediodía se irán al cementerio «Los Jardines». Claudia le da las gracias y piensa que quizá no es el mejor momento para hablar sobre Karlita, y mucho menos sobre la idea de que ella se vaya a vivir con ellos.

Claudia se dirige hacia la computadora y revisa su correo electrónico, en la bandeja de entrada están ya los documentos que le está solicitando el licenciado Ramírez, así como una carta de solicitud de adopción que debe llenar y dársela al padre Gabriel para que él acepte que se pueda iniciar el proceso.

—¡Los cubiletes!— dice de un salto en la silla al escuchar la campanilla del horno. Claudia camina dando pasos largos hasta llegar al horno —¡Qué aroma!— dice en voz alta al tenerlos en las manos —Dejaré que se enfríen antes de empacarlos—. Los coloca sobre la mesa de la cocina y sube para darse una ducha.

Unos treinta minutos después, Claudia baja, va secándose el cabello, va a la computadora para imprimir los documentos que le envió el licenciado Ramírez. —¡Listo! Ya tengo impreso esto, ahora ¿qué me falta?, creo que con esto es suficiente. Ahora sólo la firmo y— hace una pausa —¡Tengo que empacar los cubiletes!, ¡Qué descuidada soy!— Claudia vuelve a correr a la cocina para empacar los cubiletes, luego va al segundo nivel para terminar de arreglarse. 

El pensamiento de que quizá no sea un buen momento, vuelve a su mente, aun así toma la decisión de ir al cementerio. Va a recoger los cubiletes para guardarlos en la camioneta, después regresa para tomar la documentación que imprimió. Antes de subirse a la camioneta se persigna y hace una pequeña oración pidiendo guía para que le permitan llevar a Karlita a su casa.


Al llegar al cementerio se da cuenta de que todo el orfanato está reunido allí. Con los ojos humedecidos, un hombre lleva en hombros una pequeña caja blanca de no más de un metro de largo, va adornada con muchas flores. Un cuadro de la virgen adorna el lugar en donde será sepultada. Al colocar el ataúd, una de las hermanas coloca una foto de Emily sobre éste.

La madre María llora con el mismo desconsuelo que podría tener una mamá al perder a su hija. La persona quien traía el ataúd, lo acomoda frente a todos para que el padre Gabriel pueda dar unas últimas palabras y rociarlo con agua bendita. Los llantos de los compañeros de clase se escuchan sin consuelo. Danielito está con la hermana Francisca, se desprende de ella y sale corriendo a abrazar el pequeño ataúd, le pide perdón a Emily por haberla golpeado con la pelota. El padre Gabriel acaricia su cabeza, Danielito se da la vuelta para abrazarlo —Fue culpa mía, padre Gabriel. ¡Fue culpa mía!— Danielito no deja de culparse, muy dentro de su corazón siente que fue él quien mató a Emily.

El padre Gabriel le pide a la hermana Francisca que lleve a Danielito hacia una de las sillas y que se esté con él. Danielito la abraza sin querer soltar a la hermana Francisca, se recuesta sobre las piernas de ella.

 El padre Gabriel comienza a dar el último adiós a Emily. La foto que está puesta sobre el ataúd describe lo alegre que ella era, siempre tenía una sonrisa para todos. El padre Gabriel les cuenta a todos sobre cómo era de bien educada y una buena estudiante que sin duda hubiera podido encontrar a una familia que la quisiera como a una hija, pero que fue Dios quien la quiso adoptar, y por eso se la llevó.

Claudia observa desde un pequeño montículo aquel paisaje verde, pero que un espacio está teñido de negro con un pequeño punto blanco y uno celeste —Ella ha de ser Karlita— piensa. Karlita está frente a una lápida que tiene inscrito: 


«Lucrecia Soto 1937-1967, que Dios te tenga en su gloria. Te amaré para siempre. Rodrigo».


Mientras tanto, el padre Gabriel les pide a todos que pasen a dar el último adiós a Emily. Cada uno de los niños toma una flor en su mano y pasa al frente para depositarlo en la cripta. La hermana Francisca le da un toque suave a Danielito, le dice que ella lo llevará de la mano para que no se sienta solo.

Karlita al ver a todos los niños pasando con una flor, se aproxima, y toma también una flor. El padre Gabriel le pide que pase, pues es la única que falta. En silencio ve a todos, se dirige al ataúd y arroja la flor, se queda observando mientras el ataúd poco a poco desciende hasta llegar al fondo. Karlita mira al padre Gabriel y vuelve a ver hacia abajo diciéndole adiós con su mano.

La madre María le pide a Karlita que regrese y deje a las personas terminar su trabajo. Claudia da un respiro hondo y se acerca. Karlita, al verla, sale corriendo hacia ella y le da un abrazo. Claudia acaricia su cabeza y le dice varias veces que todo estará bien.

El padre Gabriel se aproxima, él no esperaba verla ese día. Claudia sabe que está haciendo mal en forzar la adopción en esta situación, pero aun así quiere hacerlo antes de que pase más tiempo.

Karlita se voltea para ver al padre Gabriel sin soltar los brazos de Claudia. Ambos cruzan miradas y él le pregunta a qué ha llegado. Ella le pide que la disculpe y le dice que sabe no es el momento adecuado pero en verdad quiere que hablen del asunto, señalando de forma discreta a Karlita; también le informa que ya ha platicado con el licenciado Ramírez y que tiene todo lo necesario para empezar la adopción.

El padre Gabriel le dice que tiene razón en que es imprudente y poco considerado de su parte hablar del tema en ese preciso momento. Aunque él está molesto le pide que llegue al día siguiente al orfanato para hablar del tema. Claudia asienta y le vuelve a pedir perdón —Mañana estaré ahí por la mañana— le indica.

Claudia se despide de Karlita y le dice que muy pronto se volverán a ver, Karlita le da un abrazo y Claudia se retira. Karlita voltea a ver al padre Gabriel y le dice que ella es una señora muy amable, sonríe y se dirige otra vez a ver aquella lápida. El padre Gabriel la observa preguntándose ¿Por qué le llamará la atención esa tumba?

La madre María se acerca con el padre Gabriel para preguntarle por qué había llegado Claudia. 

—Quieren adoptar a Karlita— le responde. 

—Que desconsideración venir a hablar de eso hoy— le dice la Madre María —, aun así, padre Gabriel, yo sigo sin estar de acuerdo.

Karlita voltea a ver a madre María.