CAPÍTULO 8. LA BIENVENIDA
En el área de jardines de la Universidad San Pablo, se encuentra Susana esperando por su mamá. Está sentada en una de las bancas con su amiga Rocío. Susana le había contado sobre la idea de su mamá de adoptar a una niña, ahora le está contando que lo consiguió.
—¿En serio tu mamá adoptó a una niña?— Rocío hace una pausa —Bueno, mi hermanito también es adoptado— le confiesa.
—¿En serio?— Susana hace una pausa —va «what ever» o sea, así como que… vas a ver que mi mamá se mandó con el cuarto y con todas las cosas que le compró. ¡Hasta le mandó a afinar MÍ piano!—. Susana le muestra una foto que le tomó con su celular al cuarto sin que su mamá se diera cuenta. Rocío toma el celular y al ver la foto abre por completo los ojos y la boca.
—¡No te creo…! Pues, te juro que mis papás nunca me dieron algo así a mí, ¡ni en toda mi vida, ni existencia!— Rocío hace una pausa —Pero tú tranquis Susy— le dice devolviéndole el celular.
—¿Y cómo es esa niña?, ¿Cómo se llama?— le pregunta Rocío con mucha curiosidad.
—Ash, se llama… ¿Cómo es que se llama?— Susana baja y sube la cabeza haciendo memoria.
—Ah, sí, se llama Karla, pero le dicen «Karlita». ¡Todos le dicen así! ¡¿Podes creer?! O sea pues, ash, la cosa es que la niña es pequeña, siempre anda con el pelo suelto, así todo liso, que por cierto, a la madre… le envidio su pelo, es toda seria y tiene una mirada que para que te cuento. Es una niña bien rara—. Susana mira hacia la distancia y ve que su mamá está cerca.
Susana busca en su celular una foto que tomó mientras Karlita estaba distraída. Rocío le dice que le encantaría tener el pelo así. Susana le continua contando sobre Karlita, sobre cómo no aceptó la ayuda de su mamá cuando una niña derramó su espagueti sobre el vestido. Susana voltea a ver al escuchar la bocina de la camioneta de su mamá, se despide de Rocío con un beso en la mejilla, agarra su mochila, se coloca sus audífonos y se dirige a la camioneta.
Mientras va caminando se da cuenta de que alguien está al lado de su mamá en el asiento del copiloto, pero no alcanza a distinguir por el vidrio polarizado. Al llegar ve que es Karlita, quien al mirarla acercarse, baja el vidrio para ver a Susana. Claudia le levanta los hombros a Susana como diciéndole «te toca ir atrás». De mal gusto, Susana se sube.
Claudia ve a Susana y Karlita, con una sonrisa —Bueno niñas, ¿Qué les gustaría comer?— les pregunta.
—Ash, pues, yo ya no soy una niña, tengo dieciocho años… vamos a comer pizza—. Claudia voltea a ver a Karlita para ver si está de acuerdo —¿Te gustaría eso, Karlita?— le pregunta Claudia con tono maternal.
—¿Ahí venden también algo que no sea pizza?, preferiría pollo y fruta— le dice Karlita mientras sube el vidrio. Claudia se queda observando el camino —No lo puedo creer, ¡ahora tengo que pensar en mis dos hijas!, ¡ay! Gracias Dios mío— piensa por un instante.
—¿Saben qué?, para que todas podamos comer algo que nos guste y estemos contentas iremos al centro comercial al área de comida, así cada quien escoge lo que más le guste. ¿Les parece?— Karlita sonríe con un gesto de afirmación. —Sí mamá, lo que sea, «what ever»— le responde Susana.
Claudia les dice —Bien, allá iremos entonces. ¿Quieres escuchar un poco de…?— Karlita la interrumpe —Wagner estaría bien—. Claudia piensa en lo bien que hizo al comprar una colección completa de música clásica para su reproductor —Wagner será— le dice mientras coloca la obra «Siegfried Idyll». Karlita cierra los ojos mientras disfruta la música y le dice que ella sabe tocar esa melodía en el piano. Susana le sube volumen a su reproductor y recuesta su cabeza hacia atrás del sillón viendo hacia la calle.
Al llegar al centro comercial las tres suben al patio de comidas que está en el último nivel. Claudia busca efectivo en su bolso para darle a Susana y que pueda comprar lo que ella desea comer. —Me traes el cambio— le pide. Susana le dice que está bien.
Karlita le dice que ella puede quedarse apartando una mesa mientras ellas van a comprar la comida. Claudia se siente incómoda ante eso, por su mente pasan las historias sobre niños desaparecidos y no quisiera que en el primer día que ella está bajo su cargo le pudiera pasar algo. Sin darse cuenta Karlita ya había ido a buscar una mesa. Karlita le da pequeño grito indicándole que encontró un lugar para las tres. Claudia se acerca y Karlita le pide que le traiga un emparedado de pollo, un poco de fruta y agua embotellada. Claudia ríe y le dice que regresa en unos minutos.
Susana por su parte está pidiendo una pizza en El Italiano, mientras hace la cola piensa en lo rara que es Karlita. Claudia pensaba pedir sólo una ensalada, pero para no perder más tiempo en ir a dos lugares distintos, prefiere comprar algo en el mismo lugar en el que pedirá la comida de Karlita. Al llegar al mostrador, ordena el menú de Karlita y se alegra al ver que también venden ensaladas, así que pide una para ella, junto con una soda de dieta. —Son cincuenta— le dice el cajero, Claudia saca de su bolso y le paga, el cajero le entrega una figura de un pollo donde tiene el número 66, con el cual le irán a entregar la comida a la mesa. Claudia les da las gracias y guarda el cambio, se lleva el número y va a la mesa para no dejar sola por más tiempo a Karlita.
Al estar cerca se da cuenta de que dos hombres están hablándole a Karlita, ella se apresura a ir creyendo que quieran hacerle algún daño.
—Karlita, hija, ¿con quienes estás hablando?— Claudia coloca su mano sobre el hombro de Karlita y dirige su mirada hacia los dos hombres con los que está hablando.
—No se preocupe señora, somos oficiales de seguridad, esta es nuestra identificación— le extienden la identificación para que pueda verla, luego continúa —. Con mi compañero la vimos sola y queríamos verificar que ella estuviera bien. Le recomendamos no dejarla sola. Por cierto, señora, tiene una niña muy inteligente, estábamos hablando de música clásica y sobre cómo se parece al rock, es la primera niña que conozco que me puede dar una cátedra completa sobre eso. Cuídela—. Los oficiales se retiran y Claudia se siente aliviada de que sólo fue un mal susto.
Susana llega con sus pizzas y pregunta qué había sucedido porque la vio platicando con unas personas. Claudia le dice que nada importante. Susana se disculpa y dice que muere de hambre, así que empieza a comer, mientras su mamá y Karlita esperan a que les lleven su pedido.
—¡Susy!, O sea, así como que tanto tiempo «sin vernos»—. Susana se levanta y ve a Rocío, ambas comienzan a reír porque tan solo pasó una hora y se vuelven a encontrar.
—¡Hola, señora Claudia!— Rocío la saluda. Al ver a Karlita titubea en cómo saludarla. —Me llamo Karla, pero me dicen Karlita—. Karlita le extiende la mano. —Hola Karlita— le responde Rocío dándole la mano y se agacha para darle un beso en la mejilla.
Rocío se despide y quedan con Susana de verse al día siguiente en la universidad. Al retirarse Rocío se aproxima un joven con la comida que les faltaba. Karlita aplaude diciendo que ya muere del hambre.
—¿Está completa su orden?— pregunta el mesero.
—Sí, gra…
—Podría traerme una botella de agua que esté sellada, por favor, esta está abierta— interrumpe Karlita.
—Cierto, nena, déjame te traigo otra—. El mesero toma la botella y va a cambiarla.
—¡Qué niña tan rara!— piensa Susana mientras le da una mordida a su pizza y se queda observando a Karlita, pero voltea la mirada cuando Karlita cruza la suya con la de ella.
—Quieres que oremos por los alimentos, Karlita— propone Claudia.
—Ustedes oren yo ya empecé— les dice Susana con un toque de burla. Claudia la ve con su mirada fulminante, Susana tira su pizza al plato y junta sus manos para orar.
—Si tú quieres, a mí me da lo mismo— le responde Karlita sin dejar de arreglar sus cubiertos para empezar a comer.
—¿El padre Gabriel nunca te enseñó a orar?— le pregunta Claudia con una mirada de preocupación.
—Todas las mañanas nos ponen a orar, yo sólo hago como que oro, pero la verdad no me gusta— le dice mientras corta su emparedado por la mitad. Claudia le dice que no se preocupe, pero que a ella sí le gustaría hacer una oración por los alimentos. Ella y Susana inclinan la cabeza para orar por la bendición de la comida. —¡Buen provecho!— les dice para que puedan disfrutar. Susana toma su pizza para devorarla.
—A la madre… o sea… ¿Siempre comes así? Tan… no sé… ¿formal?— Susana da un sorbo a su soda para bajarse la pizza.
—¿Y tú siempre hablas con la boca llena?— Karlita levanta su mirada para observarla mientras limpia sus manos para tomar la mitad de su emparedado. Susana coloca su soda sobre la mesa y toma su pizza para voltear a ver para otro lado.
Al ver la escena, Claudia se preocupa —Bueno niñas. Creo que… necesitamos ir conociéndonos mejor. Ya verán que poco a poco nos iremos integrando, nos llevaremos bien… veremos cuando nos vamos las tres al salón para hacernos las uñas, una pedicura o manicura— les dice Claudia tratando de animarlas. Karlita asienta con su cabeza y una sonrisa mientras come de su emparedado.
—O sea… pero… nunca hemos ido nosotras dos… pues— le reclama Susana mientras continúa masticando su pizza.
—Hija, creo que tiene razón Karlita… hablas con la boca llena—. Karlita dice que sí con su cabeza mientras mastica. Susana voltea a ver a Karlita. —Además, Susana fuimos la semana antes de tu cumpleaños, ¿Ya lo olvidaste?— Susana mira hacia arriba para recordar —Ahh… sí… ya me acordé… ji, ji, ji.
Después de una hora, Claudia había tratado de hacer que Karlita y Susana platicaran, pero ella siente que tomará más tiempo para que ellas se empiecen a agradar.
Mientras Claudia continua tratando de que Karlita y Susana conversen, el teléfono de Claudia comienza a sonar —Permítanme niñas, es su papá. Aló, hola mi amor. Sí, ya vamos para allá— le responde —. Niñas ya vámonos, su papá va para la casa—. Karlita le pregunta si puede llevarse su botella de agua, Claudia le dice que sí. Karlita se levanta y recoge su bandeja para ir a tirar la basura. Claudia mira a Susana y mueve la cabeza señalando los botes de basura, Susana le hace una mirada —ash— le dice. Susana se levanta recogiendo su bandeja para tirar la basura —Todo por culpa de esa niña rara— se queja al tirar la basura.
Mientras van caminando por el estacionamiento, Enrique llama otra vez para decirles que ya se encuentra en la casa. Claudia le dice que llegarán en unos treinta minutos, mira a las niñas y les dice que tienen que apresurarse para poder llegar a la casa porque su papá ya está ahí.
Al llegar a la garita de la salida, Claudia se da cuenta de que olvidó pagar el parqueo, el oficial le dice que puede pagar ahí mismo, sólo que le costará cinco más. Claudia ve el reloj y le dice que no hay problema, le paga y las deja salir.
Al llegar a la casa ven a Enrique que está parado frente a la puerta esperándolas. Claudia estaciona la camioneta y abre el baúl para poder recoger la maleta de Karlita.
Karlita baja de la camioneta y se apresura hacia el baúl, pero Enrique le dice que lo deje ayudarla. Ella le pide que sólo la ayude bajándola y que después ella se la llevará. Enrique le dice que está bien pero que antes le quiere dar un abrazo de bienvenida. Enrique se agacha para darle un abrazo a Karlita.
Enrique baja la maleta y se la entrega. Claudia se aproxima y Enrique le da un beso en los labios. Susana se acerca a su papá para abrazarlo. Enrique se vuelve con Karlita y le pide que lo acompañe porque irán a conocer su habitación —Sólo que al llegar a las gradas yo te ayudo a subirla— le agrega dándole una pequeña caricia sobre la cabeza.
Al llegar a las gradas, Enrique toma la maleta de Karlita para subir hacia el segundo nivel, Claudia le dice a Karlita que está segura de que reconocerá cuál es su habitación con tan solo ver la puerta.
Karlita camina despacio, mira para todos lados conociendo su nueva casa, observa con mucha curiosidad cada mueble, cada cuadro y cada detalle. A pocos metros ve una puerta de color celeste que se encuentra medio abierta, Karlita voltea a ver con ilusión a Claudia y ella le mueve la cabeza diciéndole que sí, esa es su habitación.
Al entrar Karlita ve una habitación pintada de su color favorito, con algunas mariposas de adorno colgadas del techo. Un pequeño escritorio con una luz blanca para que pueda leer, ve que tiene su propio baño. Se acerca al librero y nota que hay un espacio, saca su muñeca y la coloca ahí.
—Esta sí es habitación, y para mi solita— les dice Karlita mientras los ve y deja reflejar una sonrisa que pocas veces expresa. Enrique coloca la maleta sobre la cama, Karlita le da las gracias y le dice que ella sacará sus cosas. Karlita se pasea por todo el cuarto, encuentra su guardarropa y se apresura a abrir la maleta para guardar sus pertenencias. Enrique le susurra a Claudia si no la va a ayudar, pero ella le dice que a ella le gusta ordenar sus propias cosas. —¿En serio?— vuelve a preguntar Enrique y Claudia le dice que sí —Ojalá ya sabes quién aprenda algo— le dice Enrique soltando una carcajada. Claudia sólo sonríe mientras ve a Karlita abriendo las gavetas.
Claudia le pide a Karlita que la acompañe para mostrarle la casa, le dice que después podrá regresar a ordenar sus cosas como ella guste.
—Y a todo esto, ¿Susana?— pregunta Enrique.
—No sé qué se hizo— le responde Claudia volteando a ver a la puerta.
—Está en su habitación, oí cuando cerró la puerta— les responde Karlita.
Enrique y Claudia le dan un recorrido a Karlita por el segundo nivel, le muestran la habitación donde ellos duermen y la de Susana, que está cerrada con llave. Le enseñan una pequeña sala de descanso donde hay una librera, Karlita se aproxima para ver qué libros tienen, toma un libro sobre la biografía de Beethoven y les pregunta si lo puede tomar prestado. Enrique le dice que sí, la única regla es siempre volver a ponerlo en su lugar, Karlita lo vuelve a colocar y les dice que regresará después a tomarlo.
Luego se aproximan al balcón desde donde tienen una vista que da hacia unas montañas. Claudia menciona que gracias a que Enrique es un buen arquitecto, supo muy bien qué terreno comprar para tener ese paisaje. —Los amaneceres desde aquí son preciosos— le dice a Karlita, quien se pone de puntillas para tratar de ver algo. Enrique acerca una silla y Karlita se para en ella para apreciar un poco aquello que le cuenta Claudia.
—Vamos, te voy a enseñar la sala principal que está en el primer nivel— le dice Claudia extendiéndole la mano para ayudarla a bajar de la silla. Karlita da un pequeño salto. Los tres bajan las gradas hacia el primer nivel. Al llegar a la parte baja de la casa, Karlita se queda admirando la enorme ventana que da hacia el jardín trasero de su nuevo hogar, todo está lleno de flores. Claudia le hace un llamado hacia una puerta blanca de madera que está detrás de la ventana.
Karlita se aproxima y al entrar se encuentra con un piano de color blanco que está colocado cerca de una de las esquinas. —Recién lo mandamos a afinar y a limpiar— le cuenta Claudia. Karlita la voltea a ver —Siempre quise un piano— le dice. Karlita se aproxima, pasa las manos sobre la cubierta de las teclas, al frente ve dos cuadros que adornan el lugar, sobre el piano está una foto de la familia; ella levanta la cubierta, acomoda la silla y presiona las teclas, los voltea a ver con una sonrisa y les dice que está bien afinado.
Karlita comienza a tocar una melodía, casi no se puede ver los dedos de lo rápido que se mueven por cada una de las diferentes octavas, Karlita se encorva sintiendo el sonido de la melodía.
Claudia y Enrique escuchan la interpretación abrazándose y sonriendo, murmuran entre ellos que la casa nunca ha estado llena con una música tan exquisita. Karlita repite la melodía, ahora con más intensidad, los sonidos de los acordes producen una sensación de calma hasta que concluye. Claudia y Enrique, le aplauden diciendo ¡bravo!
—¿Cómo se llama esa melodía?— le pregunta Enrique al aproximarse y presionar una tecla.
—Se llama: «El canto de la alondra», es de Tchaikovsky— le responde mientras cierra la cubierta del piano.
—¿Quién te enseñó a tocar, Karlita?— le pregunta Claudia.
Karlita pone su dedo sobre la barbilla —Mmm… no recuerdo— le dice colocando sus dedos sobre la cabeza para hacer memoria —Voy a terminar de ordenar mis cosas— agrega. Susana estuvo escuchando la melodía recostada en la puerta, Karlita al pasar enfrente de ella la ve de arriba para abajo y voltea la mirada para continuar hacia las gradas.
—O sea, ahora resulta que es una «súper pianista» pues… como que es algo «rarita» la «nena», ¿no?— refunfuña Susana.
—No te pongas celosa hija, te quiero— le dice Enrique mientras le da un beso en la frente —Aunque más pareces ser tú la que tiene ocho años y Karlita la que tiene dieciocho— le dice Enrique dando una carcajeada. Susana frunce el entrecejo y le dice con voz chillona que ella ya es una mujer madura. Enrique ríe aún más.
—Amor, por cierto había olvidado comentarte algo— le interrumpe Claudia —, este… hoy van a venir a cenar mis… papás. Les conté de Karlita y la quieren conocer— le dice y se muerde el labio como tratando de que no se enojara por el olvido.
Enrique da un fuerte suspiro y le dice que le alegra que lleguen sus suegros, y le agrega que Susana tiene tiempo de no saludar a sus abuelos.
Claudia le da un abrazo y le pide que suba a ver que Karlita esté bien mientras ella va a preparar la cena junto con Susana, quien de pronto se vuelve muy responsable porque le dice que tiene mucho que estudiar, pero Claudia le lanza una mirada. Susana va a la cocina.
Enrique le pregunta cómo van a preparar el pescado que trajo para la cena, ella le dice que preparará el róbalo con salsa de vino, además le agregará ensalada, arroz, fruta y que abrirá una botella de vino para los mayores de veintiún años, haciendo énfasis en «veintiún años» mientras mira a Susana que hace un gesto de inconformidad.
—¿Y no será muy temprano para empezar a cocinar?— pregunta Enrique. Claudia le dice que necesita por lo menos unas tres horas para que todo esté bien preparado.
Claudia y Susana se van a la cocina mientras Enrique sube al cuarto de Karlita para ver cómo está y si hay algo en lo que la pueda ayudar. Al entrar a su habitación puede ver a Karlita en su escritorio leyendo el libro de la biografía de Beethoven que le había llamado la atención desde que llegó.
—Hola, Karlita. ¿Terminaste de guardar tus cosas?— le pregunta Enrique mientras se sienta en una banca a la par de ella.
—Sí, esa es la ventaja de tener pocas cosas, las guardas rápido— le responde mientras cambia de página.
—¿Siempre te ha gustado leer?— Karlita despega por un momento la mirada del libro —No lo recuerdo. Sólo sé que siempre me ha gustado leer— vuelve su mirada al libro. Enrique la ve con extrañeza, le respondió lo mismo que cuando le preguntaron por el piano. —Bueno, si quieres te dejo para que leas, nosotros estaremos abajo preparando la cena para cuando desees bajar—. Karlita baja el libro —¿No es muy temprano para empezar a cocinar la cena?— le pregunta. Enrique le dice que eso mismo le preguntó él a Claudia. Karlita hace una expresión de «está bien» y continúa con su lectura.
Enrique baja al comedor y ayuda a preparar la mesa. Después de estar varias horas en la cocina, Claudia le dice a Susana que suba a cambiarse porque sus abuelos no tardarán en llegar. Claudia le pide a Enrique que cuide que la comida no se enfríe en lo que ella también sube para darse una ducha.
Después de poco más de media hora, Claudia regresa y pregunta si hay noticias de sus papás, en ese instante el sonido típico de la bocina de los padres de Claudia los hace ver el reloj.
—Tus papás sí que son puntuales, amor. Vinieron justo a las siete en punto—. Enrique se dirige a la puerta para recibirles.
Claudia le pide a Susana que antes de bajar pase por Karlita. Al pasar Susana a buscar a Karlita se da cuenta de que ella va bajando las escaleras recién bañada y con el vestido que le regalaron. Susana le dice a su mamá que Karlita ya va sola y que además se peinó sin ayuda. Susana va a su habitación para ver si está bien peinada y darle unos últimos toques a su maquillaje. Luego baja ella también.
Don Jorge y doña Leonor abrazan a Enrique y luego le reclaman que ya no han llegado a visitarlos —Si no fuera porque nos llamó nuestra hija para contarnos sobre Karlita, y que nosotros somos los que venimos, nunca la habríamos conocido— continuaron.
—¡Abues…!— les grita con suavidad Susana mientras extiende los brazos para darle un abrazo a sus abuelos. Ellos le dan un beso. Los abuelos le dicen lo mucho que ha crecido y que lamentan no haberlos podido acompañar el día del desayuno por su cumpleaños. Le hacen ver que su mamá les había dicho pero que ellos estaban fuera del país.
—Doña Leonor, don Jorge—. Ellos miran hacia abajo para ver a Karlita quien los saluda.
—Tú debes ser… Karlita, ¡ven dame un abrazo!— le pide doña Leonor —Qué lindo tu vestido, y tu diadema… estás tan linda—. Doña Leonor la abraza con delicadeza.
—Eres toda una princesa— le dice don Jorge mientras se agacha para darle un abrazo. —¿Princesa? Esas son unas aburridas y mantenidas que siempre quieren que un «príncipe» las salve. Yo soy una niña inteligente que hace su propio destino— responde Karlita con seriedad. Don Jorge y doña Leonor cruzan miradas, se extrañan de la respuesta, pero después Karlita les sonríe y les da otro abrazo dándoles las gracias por aceptarla en la familia.
Don Jorge le susurra a su hija que Karlita es una niña muy inteligente y muy diferente, es la primera vez que escuchaba que una niña de su edad le dijera que no es una princesa. —Después te contaré más despacio— le responde Claudia. Enrique les pide a todos que pasen a la sala y esperen unos minutos mientras sirven los alimentos para cenar.
Enrique le pregunta a Karlita si le gustaría tocar algo en el piano para los abuelos. Karlita sonríe y le dice que tocará una melodía de su propia inspiración. Al ver a Karlita acercarse al piano, don Jorge pregunta si ella sabe tocar; Enrique les dice que ya la escucharán y que quedarán impresionados. Doña Leonor le pregunta también si ya la han escuchado tocar antes y Enrique responde que sí, que Karlita tocó una melodía muy bonita, pero que no recuerda el nombre.
Karlita se sienta al piano y sin voltear a ver les dice que había tocado el «Canto de la Alondra» de Tchaikovsky. Enrique les susurra —esa—. Karlita respira hondo y comienza a tocar. Entre movimientos lentos y aligerados sus dedos comienzan a moverse en el piano, yendo con bajos lentos y altos rápidos, la melodía cobra vida en la mente de los abuelos, doña Leonor toma las manos de don Jorge y se recuesta en su pecho al escuchar la pieza musical.
Susana observa desde el marco de la puerta, Claudia se aproxima a ella para darle un abrazo. Karlita continúa ejecutando su obra, una parte lenta de bajos fuertes y una parte rápida con agudos que alegran el corazón de los abuelos, doña Leonor sonríe junto con don Jorge. Karlita les dice que escuchen el final.
—¡Bravo!— le aplauden todos. Karlita se da la vuelta para verlos.
—Tocas hermoso Karlita, como si fuera una melodía de ángeles— le dice don Jorge con una mirada inspiradora.
—¿Crees en los ángeles, Karlita?— le pregunta doña Leonor para poderle dar uno que ella lleva consigo en su bolso.
—No, no creo en ángeles— Karlita hace una pausa —… y tampoco creo en demonios— Karlita inclina su cabeza un poco hacia la izquierda —. Para mí son historias viejas como la de Santa Claus o la del hada de los dientes— le responde a doña Leonor —. Vamos a comer, tengo hambre— agrega con una sonrisa que deja entrever un poco los dientes. Da un pequeño salto para bajar del asiento.
Don Jorge y doña Leonor voltean a ver con los ojos abiertos a Enrique y Claudia, ellos solo levantan los hombros, pues también han quedado impresionados con la respuesta de Karlita, y no solo con ésa, sino también con las respuestas a muchas otras preguntas que le han hecho.
Doña Leonor le pregunta si es cierto que ella estaba en un orfanato católico. Claudia le dice que sí, pero que le preguntará al padre Gabriel por qué Karlita no cree en ángeles y de otras cosas que le llaman la atención.
Karlita se aproxima a ellos —Tengo hambre. ¿Cenamos?