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Por una razón u otra me sentí decepcionada con lo que vi al volver a la recepción.

Kari Thue y Mikkel hablaban en voz baja sentados a la larga mesa y cerca del desgastado tresillo tapizado en tela escocesa. La recepción estaba tan atestada de gente que no se percataron de mi llegada. Sus cabezas se tocaron en un gesto de complicidad que no me gustó nada. Kari Thue estaba sentada en la cabecera de la mesa, Mikkel de espaldas a mí.

Por supuesto, no debía entrometerme.

El que Mikkel me hubiera salvado la vida y además hubiera empezado a comportarse de un modo casi decente no lo convertía en una persona con la que se pudiera contar. Al contrario, ocupaba uno de los primeros puestos en mi lista de los sospechosos de haber matado a Cato Hammer y a Roar Hanson. Cierto es que la lista era muy larga y que no tenía más indicios contra el joven que su fortaleza y agilidad, aun así Mikkel, el del pañuelo, no era mi amigo.

De pronto se levantó tan bruscamente que tiró la silla. No logré oír lo que dijo, pero el gesto del dedo resultó muy claro.

Sonreí. Kari Thue cogió a toda prisa un libro, y enseguida pareció tan inmersa en la lectura que empecé a dudar de lo que acababa de ver. Pero seguí sonriendo.

Mikkel estaba tomando unas importantísimas decisiones en su vida.