33. DESPUÉS DEL GOLPE

Superado el conato de golpe de Estado, las fuerzas políticas tienen ante sí un panorama complejo.

Necesitan erradicar la tentación de la sublevación contra la democracia en los sectores ultraconservadores, en especial en el interior de las Fuerzas Armadas, y han de procurar no irritar gratuitamente a estas para no favorecer con algunos incidentes la actitud anticonstitucional de una parte de los Ejércitos. Esta es una situación que alimenta la especulación infundada sobre cualquier decisión del Gobierno y de la oposición.

El Rey recibió a los líderes de todas las fuerzas políticas, transmitiéndoles un mensaje de serenidad para evitar actitudes vindicativas contra instituciones o personas.

Leopoldo Calvo-Sotelo se sometió a una nueva investidura en la que Felipe González ofreció la colaboración del PSOE para gobernar, juzgándola situación como un momento excepcional para España. Calvo-Sotelo rechazó la oferta, actitud que hizo aún más evidente ante los ciudadanos quiénes mostraban responsabilidad en un trance tan difícil y quién no pensaba en otra cosa que en detentar el poder. Observado todo desde la distancia de más de veinte años, no está claro si la aceptación de un gobierno de coalición hubiera sido más favorable para la marcha del país. Creo que no. Posiblemente la oferta del PSOE se hubiese convertido en un error si el partido de CalvoSotelo la hubiera aceptado. Pero no lo hizo, y lo que pudo ser un error de los socialistas se convirtió en un aval de solvencia y crédito ante el electorado.

Del golpe de febrero de 1981 se derivaron muchas enseñanzas para los demócratas.

Personalmente observé con honda preocupación que los colectivos más informados son también los más ligeros. Las personas con responsabilidad pública: políticos, informadores, intelectuales, etc., entran en un juego peligroso. Cuando la libertad está muy asegurada, avanzan y avanzan, hasta el límite. Cuando ven una posibilidad real de pérdida de libertad, se pliegan en sus reclamaciones.

Hasta el 23 de febrero la canción que se oía en todos los ambientes bien informados era la del desencanto, "todos desencantados".

Llega el golpe y todo es ilusión. Se desvanece el desencanto y todos elogian el entusiasmo del pueblo por sus instituciones democráticas, las que solo unas horas antes, según ellos, les provocaban el desencanto. En cuanto nos alejábamos del golpe… se empieza a hablar de nuevo del desencanto. Es un juego de oleadas que nos ilustran bien sobre la condición humana. ¿Cuándo se "dispara" sin límite contra el sistema de partidos, contra el funcionamiento de la democracia?

Cuando la libertad es segura. Pero si, de pronto, se ven las orejas al lobo, si hay peligro de pérdida de la democracia, muchos se aprestan a reclamar un cambio de rumbo, un planteamiento "más realista", una orientación guiada por el "sentido común"; en definitiva, una restricción de las libertades.

El nombramiento por la Cámara de Calvo-Sotelo nos impulsó a redituar nuestra estrategia política. Fuimos conscientes de que nuestra misión hasta las elecciones de 1983 -que serían adelantadas- habría de consistir en sostener al Gobierno, ofrecer nuestra alternativa para el futuro y preparar las elecciones autonómicas de Andalucía.

Los veinte meses que transcurren desde el golpe de 1981 y el triunfo electoral del PSOE en octubre de 1982 corresponden a la etapa de gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo, que preside en este tiempo cinco gabinetes diferentes.

El día que se le eligió, con la actitud casi unánime de colaboración de los grupos de la Cámara, me acerqué a Miguel Herrero Rodríguez de Miñón para insistir en nuestro ánimo de colaboración.

- A ver si a este hombre [Calvo-Sotelo] le puedes meter en la cabeza que nuestro ánimo de apoyo es sincero y leal.

- Para eso haría falta que tuviera cabeza me contestó Miguel.

Más allá de mi conciencia de que Herrero siempre utilizaba ese estilo de semiprovocación a caballo de la frivolidad y la crítica, la broma me pareció trágica, pues confirmaba la idea, con escasos datos, que me había formado del nuevo presidente.

Los veinte meses del Gobierno Calvo-Sotelo fueron una etapa muy peculiar. Todos en la sociedad española estaban dispuestos a apoyarle, dados los riesgos que acababan de pasar, y sin embargo fue un tiempo de incertidumbres, el temor de un nuevo intento de golpe de Estado no desapareció, la crisis económica no se aliviaba, la integración española en la CEE seguía congelada desde que Valéry Giscard d.Estaing propuso retrasar la incorporación, la lucha antiterrorista no daba importantes frutos -a pesar de ciertos éxitos en la labor del ministro Rosón- y la crisis de UCD se iba haciendo patente cada día. Los militantes de UCD huían o se refugiaban, según se vea, hacia la AP de Fraga, el PDP de Oscar Alzaga o los recientes partidos, el socialdemócrata de Fernández Ordóñez o el CDS de Adolfo Suárez.

La única decisión clara de Calvo-Sotelo fue la integración en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que fue motivo de la única confrontación de los socialistas al Gobierno terminal de UCD.

Los socialistas tomamos una determinación firme: nuestra oposición no puede derivar en un derrumbe del Gobierno, lo que se traducía, en la política diaria, en un apuntalamiento de este. En momentos de fragilidad del sistema, ante la posibilidad de que el Gobierno se viese acosado y renunciara, nos temíamos un envalentonamiento de los sectores involucionistas que pudieran probar otra vez la eliminación de la democracia en España.

Nuestra actuación, a veces, no era entendida por los más informados de la política, pero nuestra convicción era firme en cuanto a la prioridad de la democracia sobre los réditos electorales. Pero, justamente haciendo honor a la inteligencia natural del electorado, nuestra actitud favoreció la corriente de simpatía que aupó al Partido Socialista hasta el gran triunfo de 1982.

Bastará un ejemplo para comprender el gigantesco esfuerzo que hicimos para soportar la debilidad del Gobierno. La televisión pública daba muestras de un sectarismo tan acusado que los grupos parlamentarios logramos llegar a un acuerdo para reprobar la labor de su director general, Carlos Robles Piquer. Este se refugiaba en una actitud rocosa, sin diálogo alguno. En las reuniones del Consejo de Administración de RTVE, cuando los representantes de los partidos políticos le sometían a una continua crítica por su arbitrariedad, Robles Piquer se limitaba a introducirse un pañuelo en la boca para ahogar su ira por las invectivas que recibía.

Por fin, todos los grupos, lo que significaba la mayoría de la Cámara, acordamos censurarlo, lo que equivaldría a su cese. Calvo-Sotelo no podría mantenerlo en la dirección de RTVE tras el descalabro parlamentario de unanimidad contra él.

La votación estaba prevista para la tarde del 15 de junio de 1982, casualmente aniversario de las primeras elecciones democráticas de 1977.

Durante el almuerzo recibí una llamada de Felipe González. Me instaba a retirar el asunto del orden del día en la Cámara de Diputados, preocupado por que la crisis del Gobierno se desencadenase inmediatamente tras la votación. Había recibido él una llamada del presidente del Gobierno, insinuando que podía abandonar su responsabilidad.

Felipe me invitaba a explicarlo en el Grupo Parlamentario. Mi respuesta fue negativa, por dos razones: no había tiempo ya, se votaba a las cuatro de la tarde, y sería un golpe duro para la imagen de la democracia y del partido. Las insinuaciones de democracia tutelada que se hacían tras el 23 de febrero quedarían confirmadas con un acto de renuncia a ejercer la oposición, lo que tendría un efecto destructor sobre el sistema democrático. Sin embargo, le prometí buscar una solución. Me fui inmediatamente al Parlamento, hablé unos minutos con Lamo de Espinosa y con Calvo-Sotelo, y comprobando que el peligro de vacío de poder era real, opté por recomendar a algunos diputados que no acudiesen a votar. El diputado Máximo Rodríguez Valverde, un hombre bueno y socialista de convicción, encargado del cumplimiento de las tareas de los diputados, no entendía nada:

- Esta vez lo tenemos, hemos logrado vencer al Gobierno, ¿cómo vamos a sacar diputados?

Tras una rápida información se prestó voluntario, pero protestón, a cumplir mis instrucciones.

Con la ausencia de ocho diputados, el Gobierno no sería derrotado. Al final faltaron veintitrés. A Máximo se le fue la mano.

Esta operación de apuntalamiento al Gobierno se repitió durante todo el mandato de CalvoSotelo.

El presidente demandó colaboración del PSOE en cuantos temas planteaba, y la tuvo siempre, salvo en el asunto de la OTAN.

Calvo-Sotelo eligió con determinación la decisión de ingresar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte como el hecho que marcara su paso por el Gobierno. No hay que dudar de que su intención se apoyase en un análisis coherente sobre la necesidad de que España participara en los órganos políticos y militares de Occidente. Probablemente tampoco sea imprudente albergar dudas sobre la influencia de las autoridades estadounidenses para consumar el ingreso antes del posible próximo éxito electoral de los socialistas. El hecho concreto es que el presidente del Gobierno planteó el asunto y que el partido de la oposición debía responder con su posición propia.

Nosotros teníamos una concepción de los bloques militares simple pero firme. La geopolítica mundial pivotaba sobre dos puntos de poder con sus apoyos expresos o tácitos: el enfrentamiento EEUU. URSS dominaba las relaciones políticas y militares, y cada uno de ellos, en la Guerra Fría que mantenían viva, contaban con un terreno propio en el que el otro aceptaba no intervenir. Así la URSS tenía su cinturón de seguridad en los países del este de Europa, auténticos satélites de Moscú en los que Estados Unidos no intervenía. Los estadounidenses contaban con los países de toda la América Latina, a los que consideraba el "patio de atrás" de su casa, y en los que la URSS nada tenía que decir, con la excepción en la "crisis de los misiles" de Cuba, que aproximó peligrosamente al mundo a una guerra nuclear. Además de esas zonas que se respetaban ambos colosos internacionales, figuraban en el mapa internacional dos extensas regiones que no pertenecían "por completo" a ninguna de las dos grandes potencias: Europa occidental, que se situaba claramente en la orilla de Estados Unidos, aunque con alguna independencia que le permitía ejercer la realpolitik; y Africa, territorio en el que pugnaban ambas, la URSS y Estados Unidos, por ganar la voluntad, el territorio desde el punto de vista estratégico, y la propaganda y extensión de sus posiciones políticas.

Tal panorama de equilibrio territorial y político era rechazado por nosotros como una visión bélica, militarista, de enfrentamiento, que podía producir roces cuyas consecuencias podían representar una catástrofe mundial.

La recuperación democrática en España suscitaba cuál sería el posicionamiento del nuevo Estado democrático en el contexto militar mundial. Estaba descartado, por tradición, historia, ideología, la aproximación al Pacto de Varsovia; solo quedaba, pues, aclarar si la inclinación hacia el polo de la OTAN podía romper el equilibrio, no de fuerza, pero sí político, de las dos opciones enfrentadas; si era más prudente mantener el statu quo, sin añadir un nuevo elemento de discordancia entre los bloques militares. Esta fue la posición mayoritaria de la dirección socialista.

Más vale no menearlo, podría ser la fórmula popular que reflejase el pensamiento honesto y riguroso, creíamos nosotros, que nos llevaba a rechazar la iniciativa del Gobierno Calvo-Sotelo de incluir a España en la estructura militar occidental.

Pero no solo basábamos nuestra posición en el análisis teórico que alcanzaba nuestro entendimiento del problema. No sería honrado eludir el componente favorable a tal posición de la opinión pública.