CAPÍTULO XXII

EL MISTERIO DEL VALLE

Pete Rice mantuvo su revólver al nivel del asombrado rostro de Jed Larking.

—¡Levántese y siéntese en aquella otra silla!

Larking lo hizo así y Pete se colocó entre él y el fúsil. Pete se pasó el revólver a su mano izquierda y alargó la derecha al enmascarado.

—Quítese el antifaz, Jim. Reconocí su voz. Pero antes ya lo había adivinado todo. Vi la marca grabada en el mango de aquella navaja.

Jim Carey, primitivo dueño de la hacienda de Larking, se arrancó del pálido rostro el antifaz y logró sonreír al estrechar la mano de Pete Rice.

—Ya sabía yo que te sorprenderías al verme vivo, querido Pete —murmuró.

—Mi sorpresa fue al pie del Pompano, Jim —contestó Pete—. Entonces me dieron ganas de bailar de alegría. Todo se me pareció completamente aclarado. Recordé su figura y ella me explicó la extraña conducta de Tod. ¿Cuándo le vio a usted por primera vez el chiquillo?

—Fue anoche, Pete. Yo estaba rondando por aquí. Quería verme con este miserable a solas. Pero no acababa de presentarse la ocasión. Salió entonces Tod para dirigirse al granero y me acerqué a él, quitado el antifaz para que me viera. Tuvimos una explicación... Le hice que cogiera su caballo y fuimos a escondernos entre aquel grupo de árboles donde me encontraste.

Pete apuntó un dedo hacia Jed Larking.

—Larking, le detengo a usted como responsable de los asesinatos que han ensangrentado este Valle. Todo está aclarado. Usted mató también a Galt “Dinamita”. Es inútil que lo niegue. Lo colgarán de todos modos.

—Yo no estoy tan seguro —replicó Larking. Había en su rostro una sonrisa extraña y amenazadora—. Es cierto que maté a Galt-confesó tranquilamente —. Pero no para traicionarle, como usted cree. Galt era Gila Kid y tuve que ajustarle una cuenta. Cuando Jim Carey se me presentó aquí anoche con su antifaz verde, yo, naturalmente, lo tomé por Galt. Me figuré que había venido a matarme... y que había desistido de hacerlo ante la repentina aparición de Booneford en la casa.

“Por eso, cuando usted y sus hombres partieron a seguirle la pista, yo me deshice de Tod dejándole ir con ustedes y corrí a la choza de Galt. Llevaba el propósito de matarle antes de que hiciera el menor movimiento y vacié en él todo un cargador en cuanto me abrió la puerta. Me hubiera él matado a mí si tardo más.

El ranchero puso en su vez un tono suplicante.

—Ahora, muchachos, tened compasión. Sé que no me he portado bien con Jim. Y sé que usted es honrado, Pete Rice. Pero...

Pete iba a interrumpirle, pero Larking alzó la voz y continuó:

—¡Nada más que un momento! Déjeme terminar antes de que venga alguien. Galt ha muerto. Él es el único que sabía lo que yo sé. Vosotros podréis odiarme y pensar de mí lo que queráis. ¡Pero no seáis tontos! ¡Si muero, desaparecerá conmigo una fortuna! Me llevaré el secreto a la tumba. Y como dicen que cada hombre tiene su precio...

Pete levantó el puño para cerrar la sobornadora boca del ranchero; pero le venció la compasión al contemplar el ya maltrecho rostro de Larking.

—Estás perdiendo el tiempo, Larking —replicó—. Sí, dicen que cada hombre tiene su precio. Pero cuando un hombre se vende, el precio que pide es siempre demasiado elevado. Una ínfima moneda de cobre vale mucho más que él.

Se aproximó a la ventana y silbó. Teeny Butler y Hicks “Miserias” surgieron de entre los hierbajos y saltaron a la habitación.

—Muchachos —dijo Pete a sus comisarios—, tenéis derecho a intervenir en lo que estamos tratando. Larking es el miserable que sembraba el terror en el Valle de Agua Fría. —Y añadió señalando a Jim Carey:— Vosotros no conocéis a este hombre tan bien como yo, pero es posible que le hayáis visto una o dos veces. ¿Sabéis quién es?

Jim Carey sonrió a los comisarios. Los trabajos y las privaciones le habían cambiado mucho, pero, de repente, “Miserias” lanzó un estridente silbido y le tendió la mano.

—¡Recoyotes! ¡Yo nunca olvido un rostro que he afeitado! Hace tres años le corté el pelo y le afeité a usted en la Quebrada. ¡Usted es Jim Carey!

—Acertó usted, Hicks —dijo Carey, estrechando las manos de Hicks “Miserias” y Teeny Butler, a quien nunca había visto antes.

—Muchachos —dijo con voz insegura—, hubo un tiempo en que yo llamaba a Larking mi amigo. Hubiera sido mejor poner mi afecto en una culebra. Hace unos quince meses Larking y yo salimos a cazar en los Pompanos. Larking me disparó un tiro... me disparó deliberadamente y por la espalda.

Jim miró a Larking, que bajó la mirada.

—Cuando recobré el conocimiento me enteré de que luchaba con la fiebre desde hacía varias semanas. Deliraba aún casi constantemente. Los indios que me cuidaban me dijeron que me habían encontrado en el fondo de una barranca, donde Larking me había arrojado creyéndome muerto.

Miró de nuevo a Larking y continuó:

—Me encontraba débil como un gato. Estuve privado de la memoria durante más de un mes.

Jim Carey siguió explicando que, pasados algunos meses, había vuelto al Valle una noche. Sólo entonces pudo convencerse de la perfidia de Larking. El miserable había hecho registrar su muerte como “accidental” y se había casado con la señora Carey.

—La noticia casi me hizo enloquecer prosiguió. —Yo no censuraba a María. Sabía que era una mujer buena, que se había dejado atrapar en la red tendida por este criminal. ¿Qué sabía de engaños aquel ser tan ingenuo y tan sencillo?

—Tiene usted razón, Jim —se apresuró a decir Pete—. La señora Carey no fue infiel a su memoria casándose al poco tiempo de su supuesta muerte. Puedo asegurárselo. Aceptó a Larking porque le creía su mejor amigo y, como tal, el único hombre que podía salvar su hacienda. Le parecía, además, que Larking poseía el carácter más apropiado para ejercer una beneficiosa influencia sobre Tod. Pero, ahora que lo nombro, ¿dónde está el muchacho?

—Vendrá enseguida —dijo Jim con cierto disimulo—. Sí, yo nunca perdí mi fe en María. Estaba en su lecho de muerte cuando yo regresé. Supongo que moriría con el pesar de tener que dejar a su hijo en manos de un miserable.

—¿Pero por qué volvió usted a marcharse? ¿Por qué no vino a ver a María? —preguntó Pete.

—Debiera haberlo hecho así —confesó Carey—. Pero María era muy sensible. Y, además, muy orgullosa. Era una Todhunter. Si llegara a saber que se había casado estando yo vivo, se hubiera muerto de vergüenza. Y pensé que como mejor podía demostrarle mi cariño era desapareciendo, ya que estaba hecho todo el daño.

Se quebró su voz. Volvió la cabeza para ocultar las lágrimas. Pete le apoyó una mano en el hombro.

—Quizá fue lo mejor que pudo usted hacer, Jim —dijo dulcemente.

—Ese era mi consuelo —sollozó Carey—. Pero cuando Mary murió, volví y me oculté en este país. Mi guarida era la cueva donde tú encontraste la navaja.

Pete le interrumpió para explicar el detalle a sus comisarios.

—Cuando yo era peón de la hacienda “Rockin R.” Jim era capataz. Él me enseñó a montar y a lanzar el lazo. Yo le estaba muy agradecido, y en cierta ocasión le regalé esa navaja. Hoy la reconocí. Sabía que no podía ser otra. Y eso me dio la clave.

Pete Rice se sentía todavía intrigado. Desconocía aún los motivos que habían impulsado a Larking a aterrorizar a los habitantes del Valle.

—Cuidad de Larking un minuto —ordenó a sus comisarios—. Jim, salga usted conmigo un momento.

Carey siguió al sheriff a la habitación inmediata.

—Jim, ¿conoce usted el juego de Larking? —preguntó Pete en voz baja.

—No —confesó Carey—. Esa es otra de las razones que me inducían a seguir escondido. Quería descubrir lo que tramaba. Pero nada he podido averiguar. ¿Para qué querría esta árida faja de tierra?

—Yo le acusaré de lo que sé —dijo Pete—. Quizá entonces se figure que lo hemos descubierto todo y escupa el secreto.

Pete y Carey volvieron a la primera habitación.

—Larking —dijo Pete—, estamos más enterados de tus andanzas de lo que usted se figura. Usted y Galt y el hombre del cuello largo, que mataron ustedes, asaltaron el tren de Agua Fría. Usted llevaba bajo su antifaz una barba postiza. De este modo, si alguno de los empleados del tren vivía para contarlo, como en efecto sucedió, buscaríamos a un hombre barbudo en lugar de a un barbilampiño como usted. ¿Acierto?

—Como el mismísimo demonio, sheriff —contestó Larking, deslizando una furtiva mirada al reloj.

—Después, usted y Galt quemaron las valijas que contenían las solicitudes de registro de los mineros. Sabían ustedes que el tiempo límite era el día uno del mes, y que los mineros no tendrían tiempo de enviar nuevas solicitudes. Necesitaban ustedes expulsarlos del Valle.

Larking no dijo nada, y Pete continuó:

—Usted y Galt trabajaron mano a mano para apoderarse de estas tierras. Hicieron creer que se odiaban mutuamente; pero estaban de acuerdo para sembrar el terror. Lo ensayaron todo. Llevaron ustedes el cuerpo del vagabundo que Pock Drake arrojó del tren y lo colgaron de un árbol de esta misma hacienda, poniéndole aquel letrero firmado por Gila Kid. Y todo con el mismo objeto.

—Ya veo que sabe usted mucho —confesó Larking con indiferencia—. Yo podría contar el resto.

A Pete le dio un vuelco el corazón. Creía que, al fin, había logrado inducir a Larking a revelar el secreto del Valle de Agua Fría. Larking contó calmosamente que, a fin de asaltar el tren con más seguridad, había enviado a su hijastro Tod a la Quebrada del Buitre con el pretexto de regalar a Pete el caballo “Medianoche”. Confesó también que había matado a puñaladas al empleado de correos, y había colocado el cadáver de Zeke, antiguo miembro de la banda de Galt, para despistar a Rice y a sus comisarios cuando realizasen cerca de los mineros la gestión que él había sugerido.

Él no podía aparecer inmune a las depredaciones de Gila Kid, y por eso había convenido con Galt el prender fuego a su granero. Este era muy pequeño, y las pérdidas fueron insignificantes. Después había discurrido con Galt el que el pistolero desafiara a Trant Rowland. El malhechor llevaba todas las de ganar, y les habría librado de uno de los más testarudos rancheros de la región.

También había llegado a preocuparles Pete Rice. Unos individuos pagados, tenían la misión de espiarle en la Quebrada del Buitre, y hasta de quitarle de en medio. El hombre que había sustituido las balas de los revólveres de Pete era uno de esos espías. Y el otro, el que provocó a Pete.

Larking confesó también haber fingido un afecto que no sentía por Tod, su hijastro. Era su tutor oficial, y tenía la esperanza de dominar al joven en provecho propio o hacerlo desaparecer para heredarlo. Lo confesaba todo... excepto una cosa. Y el ranchero se echó a reír.

—Usted es listo, Pete, no hay que negarlo, —terminó diciendo—. Sabe usted muchas cosas de mí. Pero hay una que no puede usted saber. Es la que me impulsaba a ahuyentar la gente de aquí para comprar después sus tierras a bajo precio.

—Explíquese —dijo Pete con cierta avidez.

—Con una condición. Somos cinco en este cuarto. Se ventila una fortuna. Hace unos minutos podríamos habérnosla repartido en tres partes iguales. Pero, aun contando con sus comisarios, podríamos tocar a muchísimo dinero.

Hicks “Miserias” lanzó un bufido, pero Larking continuó diciendo:

—Piénselo, Hicks. En lugar de afeitar a los otros, serán los otros que le afeiten a usted. Y en cuanto a Butler, podrá volver a Texas y comprar el mayor rancho de aquel Estado. —Hizo una pausa y añadió, dirigiéndose a Jim:— Aunque me odies, reflexiona en lo que esto significará para tu hijo Tod. Se hará independiente, rico...

—¡No sé cómo me contengo! —le interrumpió Carey—. Aunque se tratase de un billón de dólares no me asociaría con un reptil como...

¡Bang! Sonó una detonación allá afuera. La lámpara voló hecha pedazos. La habitación quedó a obscuras. Pete se lanzó a la ventana seguido de Carey y los comisarios. Las bocas de sus pistolas empezaron a escupir llamaradas.

Por la corralada del rancho se agitaban unas sombras. Se trataba indudablemente de los pistoleros que Larking esperaba, pues el sheriff había observado que procuraba alargar el relato y miraba al reloj de vez en cuando.

Dos de los malhechores cayeron atravesados por el plomo de la Ley. El resto empezó a replegarse hacia el granero quemado. No esperaban, por lo visto, tan calurosa acogida.

Pero otros dos revólveres empezaron a disparar por la parte del granero... y los disparos iban dirigidos a los bandidos, no partían de ellos. Pete comprendió que uno de los revólveres pertenecía a Larry Keeler, que había acudido atraído por el tiroteo. Pero sólo cuando los malhechores se rindieron pudo averiguar quien era el dueño de la otra arma. ¡Se trataba del joven Tod Carey!

Entretanto, Larking había escapado de la habitación tan repentinamente sumida en las tinieblas. Pete escuchó, esperando oír el galope de un caballo. No oyó nada. Pero sobre un pequeño montículo, unos centenares de metros más allá, descubrió una figura que corría a la luz de la luna. El sheriff echó a correr tras el fugitivo. Sus largas piernas cubrían el terreno en gigantescas zancadas.

El fugitivo era Larking, a juzgar por su carrera vacilante. El ranchero distaba mucho de encontrarse en condiciones para tal esfuerzo. Pete vio que el homicida penetraba en un pequeño cobertizo a orillas de un arroyo. Quizá se propusiera recoger algún arma oculta allí y hacer resistencia. No obstante, Pete siguió avanzando.

Estaba ya casi en lo alto del montículo, cuando reapareció Larking en la puerta del cobertizo. Llevaba en la mano un puñado de cartuchos de dinamita. Pete observó con espanto las chisporroteantes mechas unidas a cada uno de ellos.

Rió Larking demoníacamente.

—¡Voy a burlar la ley! —gritó—. ¡Voy a volarme a mí mismo! ¡Y a ti también, Rice, si te acercas! ¡Me llevaré mi secreto!

Pete empuñó instantáneamente su Colt. ¡Bang! Disparó a la mano de Larking. Vio que el criminal dejaba caer los cartuchos de dinamita, los vio hundirse en el profundo arroyo mientras Larking saltaba de dolor sobre la orilla.

¡¡¡BUUU-UUUUM!!!

La detonación fue ensordecedora. Todos los cartuchos explotaron al mismo tiempo. Pete se sintió levantado en vilo mientras la tierra retumbaba y se estremecía. Un terremoto no habría sido más violento y aparatoso.

El cerebro de Pete funcionaba todavía. Mientras llovían rocas y barro a su alrededor, continuaba atisbando, medio ciego, por entre la terrible cortina de Larking antes de que el asesino pudiera volver al cobertizo para coger más dinamita. Quería salvar a Larking para entregárselo a la ley.

Y sucedió entonces como un milagro ante los asombrados ojos de Pistol Pete Rice. ¡De las profundidades del arroyo surgió como un inmenso surtidor de espejeante agua!

La columna líquida alcanzó a Larking, que, loco de dolor, continuaba sobre la orilla, y lo derribó. Otra maravillosa cascada pareció alargar su brazo para coger al homicida y lo arrastró al arroyo convertido ahora en un torrente enfurecido y espumeante.

La columna de agua fue elevándose, ensanchándose. Inundaba ya las orillas del arroyo y se precipitaba como líquido alud colina abajo.

—¡Agua! —exclamó Pete—. ¡Toneladas y toneladas de agua! ¡Océanos de ella! ¡Aquí, en el árido Valle de Agua Fría! ¡Qué inmenso, qué deslumbrante Tesoro!

¡Aquel era el secreto de Jed Larking... sacado involuntariamente a la luz por su propia mano! ¡Por debajo del Valle había un lago que no tardaría en convertir en un vergel el desierto!

¡Pete Rice había triunfado otra vez y había descubierto el secreto del Valle!

FIN