CAPÍTULO XIX

EN LA GUARIDA DE GALT “DINAMITA”

El grupo de jinetes abandonó el pueblo como una cadena de exhalaciones. Pete iba delante sobre “Sonny”. Tod Carey, montado en “Rowdy”, galopaba a su lado. Booneford el ranchero, corría con Larry Keeler, y “Miserias” y Teeny cerraban marcha.

“Vulcano”, con la lengua fuera, luchaba bravamente por conservar al nivel de las veloces patas de los caballos. Pete había decidido llevarlo. “Vulcano” podía ser una ayuda valiosísima para seguir el rastro a partir del rancho de Larking. A menos de media milla del pueblo alcanzaron al médico.

—¡Vaya lo más aprisa que pueda, doctor! —le gritó Pete—. ¡Nosotros prestaremos los primeros auxilios hasta que usted llegue!

El grupo siguió galopando velozmente. El médico se perdió pronto de vista en una curva de la carretera. Booneford espoleó a su caballo y se aproximó al sheriff, que le había llamado agitando la mano.

—¿Viste a Gila Kid en persona? —le preguntó Pete sin dejar de galopar.

—¡Ya lo creo! Fue poco después de anochecer. Pasaba yo junto a la casa de Jed y me dieron ganas de entrar para tomar una copa. Y entonces vi que salía corriendo un individuo con zahones verdes.

—¿Tuviste ocasión de verlo bien?

—Al principio, no. Pero sí un minuto más tarde. ¡Casi choco con él! Me apoyó su revólver en el vientre... y me quitó mis armas. Después se escurrió y desapareció en la oscuridad.

—¿Iba enmascarado?

—Sí, con un antifaz verde. Y llevaba pantalones como los de los Mejicanos.

—¿Corpulento?

—Me llevaba la cabeza a mí.

—¿Hablaba como un Mejicano?

—Pues, a decir verdad, a mí no me lo pareció —contestó el ranchero.

—¿Nunca habías oído su voz?

—No, que yo recuerde, sheriff.

Mientras el grupo seguía galopando, Boneford explicó que había entrado en la ranchería. Esperaba encontrar a Jed Larking asesinado. Pero no, sólo estaba gravemente magullado. Era su opinión que Gila Kid pudo matar a tiros a Larking, pero oyó el caballo del ranchero y se vio obligado a terminar sin ruido.

Booneford encontró a Larking tendido en el salón. Por lo visto, había estado jugando a los naipes con el único peón que no había ido al pueblo a divertirse aquella tarde.

La baraja había caído al suelo. A Larking le habían golpeado en la cabeza con el cañón de un 45. El criado se desplomó de un puñetazo a la mandíbula cuando trataba de sacar su revólver para defenderse de Gila Kid. Pete abrió un nuevo paquete de goma y se metió en la boca dos pastillas. Sus angulares mandíbulas se movieron a compás de los cascos del caballo. Su cerebro trabajaba rápidamente.

¿Por qué Gila Kid no había matado a Larking y al criado? No habría necesitado meter ruido para “despacharlos” a golpes o a cuchilladas después de dejarlos sin conocimiento. ¿Y por qué había respetado la vida de Booneford? Tanta bondad no estaba de acuerdo con sus anteriores procedimientos.

Pete desvió a “Sonny” hacia la derecha.

—Yo y mis comisarios vamos a tomar este atajo —dijo a Boneford—. Tu caballo está muy cansado y no podría seguirnos por camino tan accidentado. Mejor será que continúes por la carretera.

El ranchero se mostró de acuerdo y torció hacia la izquierda, mientras los comisarios y el joven Tod seguían a Pete. El atajo estaba formado por una pronunciadísima pendiente a cuyo final había una estrecha torrentera que había que saltar. Al aproximarse a ella, la arena y las rocas sueltas formaban un piso resbaladizo y peligroso. Bajo la experta mano de Pete, “Sonny” bajó la pendiente, medio resbalando, sin perder pie. Los demás jinetes lo hicieron más lentamente y con grandes precauciones. Llegaron al final de la rampa cuando Pete coronaba la ladera del otro lado.

El alazán cubría el terreno a veloces trancos y, llegado a la barranca, la franqueó de un salto con la facilidad del águila. Pete se detuvo para observar a Tod. Pero lanzó un suspiro de alivio al ver que el pequeño “Rowdy” franqueaba el abismo con la misma seguridad y casi con la misma gracia que “Sonny”.

Los comisarios eran expertos jinetes sobre adiestrados caballos y dieron el peligroso salto sin incidentes. La distancia que les separaba del rancho de Jed Larking, quedaba así acortada en cerca de tres millas. Cuando llegaron a la hacienda, la ranchería estaba sumida en la oscuridad. La razón de ello quedó explicada al surgir un fogonazo de una de las ventanas.

—¿Quiénes sois? —preguntó una voz.

—Booneford nos contó lo sucedido —contestó Pete.

—Oh, all right, sheriff —le interrumpió la voz—. He disparado por si se trataba de Gila Kid que volvía con refuerzos. Ahora mismo abriré la puerta.

A los pocos segundos abrió la puerta el ranchero de Jed Larking. Tenía una mandíbula casi dislocada y una gran contusión en un pómulo.

—He dejado a Jed tendido en el camastro de la sala —explicó mientras encendía una lámpara. Luego cogió ésta y guió a los visitantes.

Larking tenía todo su conocimiento, pero presentaba la fractura de la nariz, una rozadura en la sien y había manchas de sangre en los vendajes con que el ranchero le había envuelto la cabeza. No obstante, se incorporó cuando Pete entró en la habitación, y palmoteó la espalda de su hijastro, Tod.

—Se ve que Pete está haciendo un buen comisario de ti —dijo—. Bien ¿qué tal lo pasas en tus correrías con el sheriff?

—Nunca me he divertido tanto, padre —contestó Tod—. Me paso todo el día a caballo y...

Enrojeció al darse cuenta de que estaba hablando de sí mismo sin preocuparse de las heridas de su padrastro.

—¿Pero cómo se siente usted, padre? —preguntó—. ¡Temíamos encontrarlo muerto!

—Ha faltado muy poco, Tod. Estábamos jugando a los naipes cuando entró Gila Kid. No le sentimos hasta que saltó por la ventana. Booneford pasaba en aquel momento por delante de la puerta. Y esa fue nuestra suerte. Gila Kid no se atrevió a dispararnos. Debió creerse que se trataba de Pete Rice. A mí me derribó de un golpe y lo mismo hizo con Mel. —El ranchero señaló al cowboy que sostenía la lámpara. Después se dirigió al sheriff.

—No creo que se le pueda seguir el rastro, Pete. Tengo la sospecha de que no trajo caballo. Probablemente lo dejó atado a una milla de aquí y se acercó a pie para espiar. Cuando vio que Mel y yo jugábamos tranquilamente a los naipes, saltó por la ventana y nos acogotó.

Pete habló con el ranchero unos minutos. Todos los detalles coincidían con los dados por Boneford. Gila Kid era un hombre corpulento, alto y fuerte. Llevaba un antifaz verde y zahones del mismo color.

—¿Reconoció usted su voz? —preguntó Pete.

—No pude. No pronunció una palabra. Oí un ruido en la ventana, y un segundo después ya estaba en la habitación. Recibí un golpe en la cabeza y perdí el conocimiento. Cuando me recobré, Mel me estaba lavando las heridas con agua fresca.

Mel, el peón, no pudo dar más detalles. Le habían golpeado duro y fuerte, según dijo. Gila Kid no pronunció palabra. Cuando Mel recobró el conocimiento ya había desaparecido. Booneford llegó a la ranchería cuando Pete interrogaba a Larking, y vinos minutos más tarde el doctor Okey se apeaba en la corralada. Curó rápidamente las cortaduras de Larking. No había conmoción ni fractura, dictaminó. Larking haría su vida ordinaria dentro de un par de días.

Mientras curaba a los heridos, Pete y sus comisarios se dedicaron a examinar el corral del rancho. No había señales de que Gila Kid hubiese llegado a caballo hasta allí.

Descubrieron pisadas que llegaban a la puerta del pajar y se perdían a su pie. Pete opinó que Gila Kid debía haber trepado por la escalerilla hasta el henil, había cruzado éste y había descendido por el lado opuesto.

Una rápida investigación probó lo acertado de sus suposiciones. Pero las huellas se detenían de nuevo en el corral, donde Gila Kid había robado tres de los caballos de Jed Larking. Las huellas de las doce patas salían después de la corralada. Pete adivinó enseguida la intención del fugitivo.

Era evidente que había cabalgado en uno de los caballos, empujando delante de sí a los otros dos; luego, ya lejos del rancho, se habría pasado a otro caballo, ahuyentando a los restantes en direcciones diferentes. De este modo sería difícil seguir tan intrincado rastro en la oscuridad.

A Pete se le ocurrió una idea. Volvió a la casa y esperó a que el doctor terminase la cura. El sheriff necesitaba saber si Borklund continuaba en el domicilio del doctor. Si Borklund era Gila Kid, podría haberse escapado de él para realizar aquel rápido “raid”.

Pero el doctor Okey contestó riendo que Borklund tenía cama para muchos días. Aquella tarde la había pasado sin conocimiento, y quedó al cuidado de la señora Okey cuando el doctor había sido llamado para asistir a Larking.

Pete volvió a la corralada y reunió a sus comisarios. Booneford y el peón de Jed insistieron, en acompañarles, y Pete consideró más seguro llevar a Tod que dejarle en la ranchería a cargo de un hombre mal herido.

Antes de partir, Pete se cercioró de que estaban cerradas todas las puertas y ventanas de la casa, y colocó un fusil cargado junto a la cama de Jed. La persecución de Gila Kid resultó tan difícil como Pete había imaginado. “Vulcano” ayudó mucho a descubrir el rastro del fugitivo, pero fracasó al llegar al sitio en que Kid había cambiado de caballo y ahuyentado a los otros dos. Posiblemente el rastreo podría continuar a la mañana siguiente.

—No perdamos más tiempo esta noche —dijo Pete a sus hombres—. Tengo ya formada una idea de quién pueda ser ese Gila Kid. No puedo adivinar el objeto que persigue, pero creo haber dado con la persona. Continuemos investigando. Seguidme.

Dio vuelta a “Sonny” y se dispuso a cruzar el valle a buen paso. Cabalgaron durante una buena media hora y, finalmente, se detuvieron ante una casa campera rodeada de una cerca encalada.

—¡Pero si aquí es donde vive Galt “Dinamita”! —exclamó Hicks “Miserias”.

—Lo has adivinado —contestó Pete con sorna—. Veamos si Galt está en casa.

Desmontó y llamó a la puerta de la cocina. No se oyó en menor ruido allá dentro. Pete probó la puerta. No tenía echado el pestillo. La empujó y entró en la cocina. Rascó un fósforo en la suela de su zapato y encendió una lámpara que encontró sobre una mesa, entre unos platos sucios.

Booneford y Mel quedaron afuera como centinelas, pero Tod y los comisarios habían seguido a Pete. Este tomó la lámpara y se dirigió a la próxima habitación. Se detuvo en el umbral, paralizado por un trágico espectáculo. Galt “Dinamita” yacía tendido en el suelo. Estaba muerto. Fluía la sangre de sus múltiples heridas.