Efectos colaterales: especulación petrolera y alimentaria

En mitad de ese proceso se produce otro fenómeno de gran importancia: los inversores que ven que las finanzas se han puesto feas para especular allí (que es lo que saben hacer) apuestan por invertir en otros mercados.

La lógica especulativa que mueve las finanzas de nuestra época consiste en tratar de obtener los máximos rendimientos económicos en el menor espacio de tiempo posible. Los grandes capitales que existen en los mercados, que son resultado de una serie de factores muy distintos, tal y como hemos señalado antes (concentración del ahorro familiar en los fondos de pensiones privados, grandes fortunas de multimillonarios, beneficios de las empresas multinacionales, reservas excedentarias en dólares de los países productores de petróleo o de China, los llamados “fondos soberanos”...) se mueven siempre hacia los espacios financieros donde se ofrecen mejores rentabilidades.

Esta es lo que provocó el traslado de los grandes capitales desde el mercado bursátil, que se desplomó en el año 2000, hacia el mercado inmobiliario, creando de esta forma la burbuja inmobiliaria. Y esta sería también la razón que llevó a los inversores especulativos a salir del mercado de derivados financieros cuando estalla la burbuja.

Pero no se vuelven hacia el aparato productivo, a crear empleo y riqueza. No. Dirigen su proa hacia a aquellos mercados en donde preven que pueden alcanzar rentabilidades de la misma naturaleza, altas, rápidas y a ser posible sin rastro fiscal.

Los mercados apropiados para ello en ese momento son los que tengan una cierta tendencia estructural al alza de precios. Es así que se podría ganar mucho dinero y fácilmente comprando y vendiendo enseguida.

Puesto que el inmobiliario ya no servía, los capitales se dirigieron a otros dos mercados con esta característica: el del petróleo y el de productos alimenticios.

Eso fue lo que produjo como de repente unas subidas espectaculares en los precios del petróleo y de los productos básicos en todo el planeta ante la perplejidad de la gente y ante la pasividad de los gobiernos que, como hasta entonces, dejaron hacer a los especuladores.

Los precios de las materias primas y del petróleo se incrementaban aparentemente sin lógica alguna, empujando al alza la inflación haciendo que la crisis real derivada de la falta de crédito se agudizara y, lo que es peor, provocando la muerte de miles de personas para las cuales el consumo de alimentos ocupa la mayor parte de la renta.

Por aquel tiempo, en la página web del Deutsche Bank, como en la otros muchos bancos podía leerse: “¿Quiere recoger los frutos de un posible aumento de los precios de los productos agrícolas? Deutsche Bank, como distribuidor, le propone dos maneras de beneficiarse”59. Y a continuación presentaba dos productos financieros a través de SICAV luxemburgueses.

Nadie puede extrañarse, pues, de que se haya roto la tendencia y vuelva a aumentar el número de hambrientos en el mundo. Esos beneficios que ofrecían los bancos como Deutsche Bank procedían de las subidas de los alimentos básicos de más de media humanidad.

Con tal de ganar dinero, los bancos y los especuladores provocaron la muerte de cientos de miles de personas pobres. Sin lugar a dudas, y para vergüenza de la humanidad, el dinero en manos de esa gente mata, es su terrible arma de destrucción masiva. Es el instrumento con el que se está cometiendo lo que el anterior relator de las Naciones Unidas para los problemas de la Alimentación, el profesor suizo Jean Ziegler, calificó con toda la razón como “un crimen contra la humanidad.