Una burbuja detrás de otra: el origen de la crisis en Estados Unidos

Entre 1993 y el año 2000 la economía de Estados Unidos parecía ir viento en popa con un crecimiento medio anual del Producto Interior Bruto de un 4,8%, basado en el alto nivel de consumo de los hogares y en la fuerte inversión de las empresas.

Las altas expectativas de beneficio generadas por las nuevas tecnologías animaron a los empresarios a lanzar grandes inversiones en equipos y software, estimulando la actividad económica. Estas expectativas tan positivas se daban en un contexto de creciente internacionalización de las finanzas, lo que hacía que inversores de todo el mundo pudieran invertir en Estados Unidos con un par de clicks de ratón, y viceversa.

Eso provocó grandes entradas de capital en la bolsa buscando rentabilizar a corto plazo, lo que se traducía en compras y ventas inmediatas tratando de aprovechar las constantes subidas en el precio de los valores.

En realidad, se había desatado otra burbuja, ahora bajo la forma de una espiral especulativa en torno a los valores que emitían, sobre todo, las nuevas empresas de base tecnológica, las llamadas empresas puntocom. Su valor subía vertiginosamente a partir de la expectativa de que tal valor subiría y seguiría subiendo indefinidamente... tal como se cree siempre en medio de ese tipo de burbujas.

No sólo los grandes inversores sino incluso muchos hogares participaban del fiestón bursátil, viendo así incrementarse su riqueza que, al añadirse además a un endeudamiento al que nadie temía en ese entorno de ebullición financiera, permitió mantener el consumo estadounidense en niveles muy altos que empujaron el crecimiento económico.

Pero mientras que el consumo y la inversión nacional eran elevados, la tasa de ahorro descendía prácticamente a cero, lo que generaba desequilibrios comerciales (las importaciones estadounidenses eran cada vez mucho más grandes que las exportaciones) que obligarían a financiar dicho desfase a través de la entrada de capitales externos.

Hacia el año 2000, cuando finalmente estalló la burbuja bursátil, se iniciaba un nuevo periodo de vacas flacas que vino a coincidir con el ataque a las Torres Gemelas

El Presidente Bush llamó enseguida a los estadounidenses a consumir pero las deudas acumuladas y la pérdida de ritmo que venía sufriendo la economía hacían que para que se pusiera en práctica su llamamiento se necesitara algo más que proclamas.

La Reserva Federal salió al paso de las dificultades y rebajó los tipos de interés hasta un mínimo histórico y así los mantuvo durante meses.

Desde mayo de 2000 hasta diciembre de 2001 bajó los tipos de interés en once ocasiones, pasando desde 6,55% a un mínimo histórico de 1,0%.

Esa decisión tuvo como consecuencia la creación de una burbuja inmobiliaria que, teniendo como motor a la especulación, empujó los precios de las viviendas al alza de forma constante. El endeudamiento no sólo salía barato, como consecuencia de los bajos tipos, sino que además podía servir para especular en un mercado en alza y obtener altos beneficios. Con ese panorama, la demanda de préstamos se incrementó.

Entre 1997 y 2006, los precios de las viviendas en Estados Unidos se incrementaron un 130%. El endeudamiento familiar también había aumentado notablemente, y mientras que a principios de esta década había rondado el 100% de los ingresos, durante 2007 se incrementó hasta un 130%10. Este endeudamiento había facilitado, de hecho, el incremento del consumo en EEUU, que pasó de ser de 67% del PIB en el año 2000, a ser el 72% en 200711.

Para entender la naturaleza del problema estadounidense basta saber que durante el año 2005, aproximadamente un 40% de las viviendas compradas no fueron destinadas a viviendas para residencia primaria, sino que se compraban como segunda vivienda o para especular con ellas en el mercado12.

De nuevo la participación en la burbuja sirvió para que un sector de los hogares obtuviera rentas financieras que complementaran sus rentas del trabajo. Sin embargo, en esta ocasión los beneficiarios de esta burbuja fueron muchos menos. De hecho, los datos no dejan lugar a dudas: el 1% de los hogares más ricos son los propietarios de una tercera parte del patrimonio inmobiliario, y el 50% más pobre sólo tiene un 3%13.