VEINTE

Desde la pasada cita con Odette, su mundo cambió radicalmente.  Se dijo que tenían trabajo sus neuronas de conspirador.  Hasta dormido urdía mil planes para salir del gorila civil que mantenía en su mazmorra a la mujer. En busca de ideas se lanzó al Cuartel Central.  Allí algo se le podía ocurrir.  Esa arca de la alianza verde olivo había sido el origen de más de una trapisonda en la historia de la república.  Desde los inicios, con el general Esteban Huertas hasta Omar Torrijos, pasando por Bolívar Vallarino, la fuerza pública había devenido un eficaz instrumento de manipulación del destino nacional.  Ese nido de serpientes podía ser la fuente de inspiración que andaba buscando.  No abrigaba grandes expectativas, pero algo debía hacer.  Y, cosas del azar, visualizó en el patio del búnker con forma de navío, en ropa de fatiga, a Alex Rujano, un militante de Bandera Popular más conocido como Mono Metralla por su afición a las armas de fuego y su fe inquebrantable en la vía violenta para la captura del poder.

- ¿Qué haces por aquí?- inquirió el soldado.

- Trajinando un asunto personal- repuso Eloy-. ¿Y tú que haces con ese uniforme?

- ¿Es qué no lo sabes?

- ¿Qué cosa debo hacer?

- Si no lo sabes, deberás hablar con Ceccaldi.  Él te explicará.

- ¿Qué deberá explicarme?  ¿Qué vamos a infiltrar a las fuerzas armadas?

- Algo así.  No puedo dar detalles.

- No me parece mala idea.  Es más, creo que es genial la argucia.

- Es lo que pensaron los Reyes Magos del triunvirato- ponderó el recluta-. ¿Y qué te trae por aquí?

- Alex, te invito a comer algo en el restaurante del cuartel.  ¿Puedes?

- No faltaba más.

A los minutos, estaban liquidando sendos sándwiches cubanos y tazas de café con leche. Sin perder tiempo, Eloy fue al grano:

- ¿Conoces a un tipo de nombre Magdaleno Ampudia?

- ¿Qué si lo conozco? Soy uno de sus guardaespaldas.

- Mierda, Mono, eres un genio.

- ¿Por qué lo dices?

- ¿Has tratado a la mujer de este señor?

- ¿Cuál de ellas?  Tiene más concubinas que un pachá.

- Hablo de una de nombre Odette. 

- Odette es la principal, pero está peor que las otras.  No puede ni respirar.

- Alex, ¿y tú como lo sabes?

- Ser escolta de estos fachosos te hace conocer su círculo íntimo. Esas mujeres son peores que la vajilla de su mesa.  Las usan y, cualquier día, a la basura.  ¿Por qué lo preguntas?

- Ella es amiga de un empleado de la empresa donde laboro- evadió delatar su punto el ingeniero-. Una cosa deseo que me aclares, ¿podría yo ingresar a la Guardia Nacional?

- Cualquiera puede, sólo se trata de adelantar las gestiones- ventiló con largueza el hombre en fatiga-. Tú podrías ingresar como profesional en la unidad de proyectos civiles.  Ya sabes, eso de Todo por la patria.

- Sí, esa porquería dominical pasada por televisión- asintió Eloy-. Alex, ¿puedo confiarte algo?

- Dispara, soy tu camarada.

- Esa tal Odette, era mi prometida.  El cochino de Ampudia la tiene aprisionada.

- Vaya el diablo de enredo, ¿y cómo quedó en la pileta del infeliz?

- Está casada con el hermano de él, quien está detenido en Estados Unidos, en Louisiana.  El maldito de Magdaleno Ampudia se ha aprovechado de esto y la tiene sometida.

- Me consta.  No la suelta ni a sol ni a sombra. ¡Es un verdadero sádico!- asintió Alex Rujano.

- La pregunta es, ¿qué podría hacer yo para sacarla de este manicomio?

- Pegarle un tiro al señor Ampudia.

- ¿Harías eso por mí?

- Eloy, yo no la haría, pero tú podrías hacerlo.

- ¿Hablas en serio?

- Tan en serio como una patada en los huevos.  A mí ni me va ni me viene lo que le ocurra a este espantapájaros.  Eso sí, yo nunca debería salir vinculado a este ajusticiamiento.

- Alex, qué fortuna haberte encontrado.

- Bueno, dado que este parece el día de las casualidades de ambos, te quiero hacer una confesión- señaló el militante acercándose a Eloy.

- ¿Qué cosa?  ¿Que estás enamorado del despreciable patán del que te hablé?

- No sea así, compadre, soy un macho a carta cabal.

- ¿De qué se trata entonces?

- De que al Jefe del G-2, ahora se le ha metido convertirme en su novio. 

- ¿Cómo?  ¿El héroe del 10 de diciembre de 1969, del Día de la Lealtad?

- Ese mismo mamarracho. Desea que lo abroche y, luego, así dice, me premiará.

- Caramba, ahora sí que llegamos a donde íbamos.  ¿Y qué harás?

- ¿Que qué voy a hacer?  Nada haré.  Estoy en un lío de los mil diablos- valuó el militante-. Si me lo cojo, me jodo y, si no lo hago, también estoy en vainas.

- Alex, ¿cuándo se dio la orden de jorobarnos a los dos?  Qué desmadre, entonces, ¿qué resolverás?

- Cuando nos encontramos hace un rato, pensaba escapar del cuartel y que me dieran de baja.  ¡No puedo ser el padrote del líder máximo de la Inteligencia del Estado!

- Sí puede, camarada, Jorge Ceccaldi estaría contento con una cosa así.  ¡Los Tres Reyes Magos saltarían de gozo!

- Ellos estarían complacidos, pero la cabeza que estaría en el cadalso sería la mía, ¿qué te ocurre?

- Alex, pero trata de demorar esta deserción de la fuerza.  Ayúdame con lo de Odette. 

- Eloy, pero, ¿hablas en serio?

- Muy en serio.  Ese maldito no seguirá abusando de mi chica.  Se lo tengo prometido a los gallinazos. 

- ¿Y cómo lo harás?

- De forma simple.  Un día entro a su mansión y le relleno el pecho de plomo.  Luego, muy campante, dejo el lugar- esquematizó, exicial, el ingeniero Llorente.

- ¿Sabes una cosa?

- ¿Qué?

- Estás viendo demasiados programas de televisión sobre la mafia, o el LSD que estás consumiendo te está haciendo desvariar.

- No jodas, Alex, voy a echarme al neandertal ése.  No estoy jugando.

- Está bien, Eloy, te creo- convino el recluta auscultando su rostro-. De veras te tiene chiflado esa mulata. Te puedo decir de qué sitio es un pertinaz asiduo.

- Alex, por el amor de Dios o del Diablo, desembucha ya.

- Él es asiduo de la cantina del Marbella Hutton- señaló, al fin, Alex Rujano.

- Un lugar ideal para matarlo- concedió categórico el ingeniero Llorente.

- Ni Sherlock Holmes podría esclarecer el homicidio- acotó el recluta.

- ¿Y cuándo lo hacemos?

- Cuando quieras.

- No se hable más.  ¿Cómo sabré cuando irá al sitio?

- Eloy, yo te llamaré.

Al intercambiar teléfonos y rutas, Eloy no podía creer lo acordado. Como quien descuartiza un pargo en el malecón se había aliñado la fórmula para liquidar al abusador de Odette. Ese miserable iría a cebar los insectos de su propia muerte.  El rostro de Eloy despedía la luz de un faro tornasol.  De camino a casa, aunque no era lunes, decidió visitar a Vanesa.  A esa hora, las seis de la tarde, todavía debería estar en casa. Al tocar la puerta, la encontró a medio vestir:

- Pensé que era mi amiga Zulma, pero es algo mejor, es mi hermano del alma.

- ¿Te acuerdas de ese decir?

- Siempre, mi amor- lo abrazó la vedette- ¿Cómo olvidarlo?  Éramos unos hermanos incestuosos, ¡unos locos egipcios!

- ¿Qué harás, ahora?

- Ahora que estás aquí, prepararme para ti.  ¿O no quieres tumbarte en la cama con tu hermanita de la ciénaga?

- A eso vine y a hablar contigo. 

- ¿Y qué has sabido de Odette?

- De eso quería hablarte, ya la localicé.

- ¿Y qué sucedió?

- Tiene más problemas que estrellas el cielo.  Será un quebradero de cabeza estar con ella.

- Pero lo harás, ¿no es así?

- Claro, por ella moveré montañas.

- Qué suertuda esa mujer, ¡por algo es tan linda!

- Tanto como tú, Vanesa, no te menosprecies.

- Pero ella se lleva al caballero de mis sueños.  Debe ser mejor.

- Mejor no.  Es que el amor es una divina pesadilla.

- La Divina, así le decíamos, ¿te acuerdas?

- Así la bautizó Jacob, quien se moría por meterla a la cama. Yo no le permitía ni mirarla.  Es bonita en verdad, esa prieta.

- Pero, ¿podré verte todavía?

- Claro, siempre te he admirado. Lo sabes.

- Me palpabas hasta delante de mi tía.  Debía gustarte. 

- Nunca lo he negado- ratificó Eloy cargando a la mujer-. ¿Y cuándo vendrá tu amiga? 

- Espero que nunca.  Ahora vamos a recuperar el tiempo perdido.  ¿Te acuerdas de la vez que aguaitamos juntos a Odette y Clarence?

- ¿Cómo olvidarlo?  Tuviste que refugiarte bajo la cama pues llegó una de mis tías.

- Pues eso quiero hacer ahora. ¡Quiero premiar tus labios con eso que tocabas como un sonámbulo! 

Y, por minutos, en silencio, se entregaron al connubio. Eloy no pensaba que le era infiel a  Odette.  Sentía que su ayuntamiento con Vanesa era su necesaria despedida de soltero. Al fin y al cabo, nada más tenía veinticuatro años. Al salir la dueña de casa del lecho y saludar a su amiga, quien tocaba la puerta, ésta ironizó:

- Señora, con razón no tomaba el teléfono.  Estaba dándole gusto a la verija.

- Zulma, éste es el hombre de mi vida.  Él debió ser el padre de mi hijo.  Ahora se lo robo, por momentos, a su bella prometida. 

- Somos unos amantes sin tiempo ni domicilio- precisó Eloy, besando el cuello de su íntima.

- Una rara variedad del amor- disputó la recién llegada.

- Pero funciona.  Nunca habrá divorcio.  Sólo gozo y afecto- adujo Vanesa-. Además, soy una chica con más amantes que postes de luz la Ciudad de Panamá.  ¿Qué le puedo pedir?

- Eloy, el día que puedas la sacas de esta vida.

- Así será.

- Esta mujer vale su peso en oro.  Yo la quiero mucho- enfatizó la visitante.

Al rato, el hombre dejaba la vivienda.  Al pasar por la Joyce’s se tropezó con Jorge y Rubén.  Al instante, reveló su hallazgo del día:

- Hoy hablé con Alex Rujano.

- Ya me lo informó- contestó el Secretario General.

- ¿Y qué te dijo?

- Nada, sólo me habló del encuentro- prosiguió Jorge.

-  Me pareció brillante la estratagema.

- Lo es, camarada, la dirección política de este partido sabe lo que hace- alardeó con rara entonación el dirigente leninista-. Sírvete un trago. 

- Gracias, pero lo que me apetece es una Atlas.

 

Agotado el pedido, se enfrascaron en el análisis de la coyuntura política, la que se pintaba crispada por la agorera disidencia del sector empresarial:

- Los motores de los aviones para exiliar ya están encendidos- acuñó Jorge Ceccaldi-. Los milicos piensan perpetuarse en el poder.

- Sólo a patadas saldrán de escena- interpuso Eloy.

- Al coronel Remón lo sacaron de la presidencia a balazo limpio- apostilló Rubén.

- No es una mala forma de salir de los enemigos- sentenció el ingeniero Llorente.

- La verdad es que no lo es.  Es económica y rotunda- contrastó Jorge.

- Muerto el perro, se acaba la rabia- sintetizó Eloy con áspero retintín-. Una buena lección de plomo a algunos les puede enseñar a no molestar.

- ¿Ésa es tu fantasía?- ensartó luciferino Jorge Ceccaldi-.  Que algún oficioso Bob Ford te ayude a salir de tu Jesse James.

- No sé de qué hablas- perjuró el ingeniero.

- Te pesqué, matador- rió el líder-.  Te mueres porque ocurra algo así de providencial.

- Estamos hablando de los gorilas, no de mis enemigos- se defendió Eloy, para luego, reconsiderando, deponer sus armas-. Bien mirado, a nadie le cae mal que sus adversarios sean abatidos por algún oportuno sicario. Sería hipócrita negarlo.

- Es lo que decía, compañero.  Es una bendición ver pasar frente a tu casa el cortejo fúnebre con el cadáver de un enemigo.  ¡No hay nada más delicioso!

- Y hablando de enemigos, ¿cómo va el juicio de los compañeros?

- Como el país, a paso de tortuga.  ¡Sólo corren las malandanzas del régimen!

Y con estas palabras, se clausuró el coloquio en la Joyce’s.  Eloy iba poseso de una exaltación inconfesable.  Esa noche, más de mil veces probó la 38. Como ella, estaba listo para matar.  Odette se encontraba en las puertas de su liberación.  Sería por fin suya.  Una sonrisa asesina calcinó su rostro. Ese 1977 sería cerrado con el funeral del bruto que ultrajaba a su mujer.  Se durmió en los aneblados brazos de Odette.