SEIS

Luego de bajarse del autobús en la parada próxima a la octava, Eloy volvió a sentirse inmerso en el microcosmos de su infancia. El barrio había cambiado, pero no tanto. Se habían construido algunos edificios y galeras, pero pervivía su variopinto perfil.  Las casas de madera y los patios con tenderetes de ropa y los niños correteando por pasillos y vías, subsistían invariables. Aún el entorno te obsequiaba la postal de gráciles jovencitas paseando distraídas o bailando algún calipso o rumba.  Eran iguales los olores a fritangas y a dulces horneados. Reverenciaba esta calle y su población, pero, a la vez, éstas le patentizaban un mundo perdido que lo hizo un damnificado, un desarraigado. En la octava convivían sus orígenes y demonios.  Eso lo sabía como que ahora se dirigía a la Venecia de su infancia.

Es decir, a la Casa de Guerra, colectivo aposento que, luego de cada precipitación, quedaba flotando en un lago de aguas achocolatadas y mefíticas. Sus habitantes ya se habían resignado a esa suerte de vida en palafitos.  Eran la gente de la ciénaga, y no sólo por la linfa torrencial de los aguaceros, sino por las pésimas excretas y el crecimiento inmemorial de la inmundicia. Cada vez que algo trágico lo agobiaba, Eloy soñaba con los excusados desbordados de este galeón en tierra o sentía que caía por un precipicio en cuyo fondo lo aguardaba la sórdida proa de esta finca de suburbio. Esa vez, con nada más aproximarse, fue saludado con júbilo por sus conocidos.  La pregunta silvestre tenía que ver con sus padres y estudios. Rato después, agotada la etapa ritual del recorrido, se fue a buscar a Jacob Maxwell, a quien encontró llegando a su morada:

- Vaya la puta, si es el ratón de biblioteca, ¿qué haces por aquí?

- Vine a dar una vuelta.  Ya sabes, nostalgias del pasado.

- Siempre has sido un pendejo, pero, ¿cómo están tus viejos?  ¿Te graduaste ya?

- Mis padres están bien, y me gradué de ingeniero. Trabajo en la Fábrica de Embutidos Annie. 

- Cuánto me alegro, friend, te ves muy bien.

- Siempre he sido tu marido soñado.  ¡Veo que eso no ha cambiado!- escarneció con virulencia el visitante.

- No seas maricón, bien que sabes que yo te hice mujer, ¿o ya te olvidaste de las retretas de pinga bajo el puente de Río Abajo?- se ensañó Jacob, propinándole un tenue puñetazo en el pecho.

- Eso jamás, hasta hora, nadie lo logrado. Soy, a poca y desganada honra, virgen de asentaderas- rompió a reír el ingeniero-. Pero, ¿cómo están los tuyos?

- Mi mamá murió, pero mi papá está bien. Ya sabes que siempre ha sido fuerte como un roble. Ricardo trabaja y mi hermana está en Estados Unidos.  Yo soy técnico de refrigeración.

- Magnífico, Jacob.  ¿Y qué es de Raúl?

- Es todo un chef en el hotel Continental.

- Caramba, confío en que no escupirá la comida de los clientes groseros o tacaños- conjeturó Eloy echando a volar su risa-. ¿Ya te casaste?

- Todavía no, compadre, estoy bien así.  ¡Quiero gozar la vida primero!  Eso sí, tengo un pelao, pero no me amarré con su mamaíta.  ¡Soy duro de casar!

- Un hijo de puta picaflor, ¡ya somos dos!

- Así mismo.  La vida es corta y no estoy para dejarme maniatar en un casamiento.  Contraeré náuseas matrimoniales cuando esté cansado de picotear traseros y beber como un marino. Por cierto, Manuel se embarcó en un atunero.  Está ganando plata a granel.  Tienes que verlo, parece un toro, un colorado vikingo. Ser albañil por un tiempo, le dio un cuerpo con músculos de acero y una mano de hormigón en la piel.  Una bofetada suya sería peor que una patada de mula.  Oye, pero tú no has crecido mucho, ¡te quedaste chaparro!

- Como perjuraba mi madre cuando descubría que había fumado. Pero, bueno, lo que soy es lo que tengo. Soy hijo de mis padres.  Heredé su físico, pero también su miedo a las alturas- ridiculizó Eloy sacudiéndose el pantalón-. Eso sí, saqué la herramienta de Babá, ¡y qué venas y tiesura!

- Eres un huevón, eso no te lo creo ni aunque me pagues.  ¡Tenías una salchichita de a medio que daba pena!

- Ni el tiempo me ayudó con eso, pero por ahí voy.  Me sostengo con aquello de que no es fuerza, sino maña lo que se necesita- sancionó Eloy mirando su reloj-. Te invito a algo en el salón Rocío, ¿puedes o debes pedirle permiso a tu cachero?

- Estoy soltero y sin compromiso, ya te lo dije.  Déjame llegar un rato al rancho y, enseguida, vamos- aceptó Jacob mostrando un falso engolosinamiento-. ¿Cómo voy a dejar pasar la invitación de un codo duro como tú?  Espérame, ya vengo.

En el portal del bungaló de dos plantas de propiedad de los padres de su compañero de brega, el que pese a su despintado aspecto no perdía su encanto de arquitectura canalera, Eloy vio pasar su infancia.  El tiempo parecía detenido en los techos y tablas de ese poblado.  Los árboles del predio, lo mismo que el bosque próximo apenas evidenciaban las cicatrices del cambio urbanístico. A lo lejos, distinguió a Gloria, la hermosa hermanastra de Araña Chávez, uno de sus cómplices de farras y algazaras.  Era un admirador de su apretado cuerpo y deslumbrante sonrisa. Sus dientes y labios siempre despertaron en él pensamientos turbiamente deliciosos.  Mirándola pasar por la calle, oculto tras una pilastra, pudo advertir su germinal gravidez. Seguía igual de preciosa y atrayente. Tuvo que suspender tan bienhechor espectáculo por la llegada de Jacob quien, irónico, le dijo:

- Te regodeas con otro amor imposible.

- Así es, siempre me encandiló esa muchacha. 

- Eras tan imberbe que ni te volvía a ver.

- Ya sabes, estaba fuera de orden soñar con una muchacha así.

- ¿Por qué?  ¿Estabas enamorado de tus manos?- se hizo antipático Jacob.

- No, era muy tímido y no tenía dónde caerme muerto.

- Ella tampoco tenía, ¿qué pasó?

- Nunca la avisté como algo de vida o muerte. Me atraía, pero igual ocurría con otro montón de chicas. Casi nunca tuve suerte, pero mejor que fue así, porque a lo mejor hubiera terminado en un matrimonio precoz, lleno de hijos y sin carrera alguna. Además, en la Universidad había, y hay, miles de mujeres bonitas. 

- Pero no te has casado con ninguna.

- Tienes razón, estoy libre, pero con muchos planes. El espacio para el amor no es tan amplio como se pudiera esperar en un soltero- concluyó el hijo de barrio de paseo por su antiguo redil.

Ya dentro de la cantina, encontraron que estaba semivacía, aunque los parroquianos presentes colmaban de bullicio el lugar. Las incidencias de las carreras de caballos en el Hipódromo Presidente Remón difundidas por la radio, y la música del traganíquel retumbaban sin piedad. Nunca faltaban las charlas ruidosas y los alaridos por cualquier diferendo.  La población femenina era rala, pero destacaba por sus risotadas y desabrido vestir.  El Salón Rocío era un sitio agradable, pero de pésima fama.  Era un club para hombres y mujeres en busca de acción. Marinos, soldados, lugareños y policías se daban cita en este concentracionario entramado de licor, entremeses y bronco talante. Ante una mesa, luego de devorar huevos cocidos y puñados de maní en el mostrador, los amigos pidieron sendas cervezas y piscolabis y dejaron fluir la charla:

- En este mismo sitio mataron a tu vecino.

- Eso mismo pensaba en este instante- reconoció Eloy fijando la vista en el bailoteo de una pareja a medio pelo que le seguía el ritmo a Virgen de medianoche, el almibarado bolero de Daniel Santos-. Qué muerte tuvo el pobre.

- Así es, a mí me interrogó la Policía Secreta por ese asesinato.  ¿Lo puedes creer?

- Me acuerdo de eso.

- Y todo porque estaba atrás en el reservado con una tipa que, para colmo, estaba preñada y quería pegarme el chiquillo. ¡Fue un lío por partida doble!- relató Jacob con humor-. Por fortuna, no me permití caer en este engaño y me mandé a cambiar.  Mi pobre madre casi se muere de pena por estos inesperados incidentes. Ella estaba ilusionada con lo del nieto, pero yo no tuve más remedio que aclarar las cosas.  ¡No quiero hijos míos tirados por ahí!  Mi salario y ganas no dan para tanto. ¡Sé muy bien cuál es el mantenimiento correcto para que una caldera funcione bien!

- ¿Y con quién tuviste el hijo?  ¿Y cómo se llama éste?

- El niño se llama Ricardo, como mi hermano, y su madre, Olga. Es una empleada de la empresa donde laboro, quien me salió una vez con un domingo siete.  Acepté la barriga, pero no a la dueña. No podía casarme con alguien por obligación.  Eso sólo lo hacen quienes no valoran el matrimonio. No hay nada más fastidioso en la vida que un mal casorio, ¡mi vieja siempre me lo decía!

- Y deberás creerle siempre- reafirmó Eloy bebiendo su cerveza y entrándole a los patacones con carne frita que le habían depositado en la mesa-. Oye, Jacob, ¿qué es de los vecinos de la Casa de Guerra?

- Muchos se han mudado, unos están presos y, otros, sencillamente, están en el hueco.  Eso allí se ha acabado de dañar.  Hay drogas a morir, prostitución y atracos.  Ya no es como antes.

- Algunos dirían que acabas de describir el paraíso: drogas, mujeres y dinero fácil- replanteó Eloy-. Pero tienes razón, la gente de la ciénaga se ve mal.  La casa está deteriorada y el hedor es insoportable.  Para no hablar de la mugre y la basura.  ¿Y qué es de Adolorido y de Lola, su mujer?

- Allí está Nazario, ese chiricano gruñón y mal hablado- expuso Jacob-.  Después de la vez que berreó como un bebé por el abandono de su mujer, lo que le valió ganarse como apodo el nombre de la popular tonadilla de Antonio Aguilar, ha seguido con su vieja.

- Lola, una vez me llamó hijo de las siete leches porque arrojé un papel a la zanja.

- Tiene una lengua de acetileno, pero es que ese vecindario es horripilante. ¡No defecan en el plato de comida que se avientan porque Dios es muy grande!  Tienen las barracas como si las trapearan y pintaran con la mierda de sus ocupantes- reprobó Jacob.

- En cierta forma es así. ¡Pareciera que allí todo el mundo piensa que la limpieza de las barracas es un asunto que le concierne a los marcianos!

- Es decir, a Nazario y Lola, los marcianos de la ciénaga- encareció Jacob dejando entrever su sonrisa de relumbrantes dientes y róseas encías.

- Cambiando de tema, recuerdo que Clarence tenía un sobrino, ¿dónde está él?

- Te refieres a Steve King, el marido de La Marquesa, ¿a él te refieres?

- A ese mismo. Por orinar frente a su casa, el brujo homosexual lo amenazó con provocar que se le secara el miembro. Este trance fue saldado con la rendición de Steve, lo que lo hizo convertirse en macho del adivino- recordó Eloy arrellanado en su silla-.  ¡Medio Río Abajo rió a mandíbula batiente viendo a Steve en baby doll caminando por el porche de La Marquesa!

- Y todo por hacerse el gracioso. Nunca se me olvida que él lloraba a cántaros al contarnos sus desgracias con el cartomántico. Ya se veía castrado y con el arma más inservible que la de un cadáver. 

- Pues bien, Jacob, ¿dónde puedo localizar al semental?

- Vive en la Boca Town.  Si preguntas por él, allá podrás localizarlo. Ya está viudo, pues La Marquesa falleció. ¡Debe estar dándose banquete en el mundo de los invertidos luego de tan afamado romance!- asentó Jacob.

- No lo dudo, ¿y qué es de Palé?

- Estuvo preso en La Modelo y allí murió.  Un policía le pegó un tiro.

- Era mi héroe.  Lo tenía idealizado- rememoró Eloy pidiendo otra ronda de cervezas.

- Era un campeón del coraje, pero de buenas maneras- retrotrajo el hijo del pastor-. Tenía una hermosa mujer.

- Sí, Nadia era muy linda, un pudín seductor. ¡Palé y Nadia no parecían de este mundo! Eran una inusual pareja respetable: una prostituta y un vendedor de drogas- aseguró Eloy encendiendo un camel-. Palé le habría vendido, sin inmutarse, canyac y pichicata al mismísimo Bolívar Vallarino, Comandante en Jefe de la Guardia Nacional, si éste hubiera llegado por su rancho. Era como un hacendado del Viejo Oeste o un boina verde del crimen, ¡tenía estilo ese señor!

- Un día le oí decir, delante de Nadia, que la mujer que se acostaba con él por semanas tenía que sentarse en bloques de hielo. Ella al escucharlo, con sarcasmo, le devolvió la guarrería: “Eso será con tus zorras de la Calle 21, en El Marañón, porque conmigo de lo que traes llevas.”  Al oírla, enlazándola por la cintura, aclamó: “Ésa es mi chica. Por eso se la robé al marido en cuanto la conocí”.  Era increíble ese sujeto.

- Así es, Jacob, mi mamá lo apreciaba. Tenía que decirle: “Oye, Palé, ni se te ocurra andar en paños menores delante de mi vieja”. Descarado y brutal, reponía: “Tranquilo, chiquillo, tu vieja está bien. A mí sólo me gustan las rameras.  Adoro esa mercancía con tetas.  Son mi tipo.”

- A su búnker llegaba todo tipo de gente: marines, policías, hampones, drogadictos, millonarios, y todos le hacían la corte al mariscal Palé.  ¡Qué tiempos aquellos!

- A mí me mandaba a comprar comida china a la cantina Morgan, y siempre me obsequiaba alguna orden.  Un día quise comprarle unas calillas de marihuana y, con cajas destempladas, me atronó: “Zoquete del carajo, lárgate de mi casa. Voy a hablar con tu mamá.” No habló con ella, pero, por semanas, no me dirigió la palabra. Cuando lo choteaba, me ignoraba, era como si le hubiera hablado un desconocido.  Me castigó con su ley de hielo- evocó Eloy echándose un largo trago de su cerveza.

- Una vez le metió dos patadas a Steve, porque éste le faltó el respeto a Nadia.  Le hizo saber que aunque su mujer era una callejera, merecía respeto.  ¡Clarence le dio la razón a Palé!

- ¿Cómo no dársela a ese caballero de aguerrida armadura? Le habría pateado el trasero al mismísimo Clarence o, peor aún, le habría dado muerte con su machete, su arma preferida para arreglar entuertos- refrescó Eloy, escuchando el estropicio provocado por una discusión en una mesa próxima.

- Le habría ganado la partida al asesino de años después- cerró el círculo Jacob, para luego agregar: - Se está calentando el corral.  ¡Esto sí que no cambia en la octava!

- Amigo, ha sido emocionante departir contigo. ¡Estas cervezas y bocadillos me han sabido a gloria por tu compañía!

- A propósito, Eloy, ¿qué pasó en la U?  ¿Cómo ocurrieron esas muertes?

- Algo muy simple.  Una guerrilla de café se zanjó a tiros.  Una estupidez sangrienta.  Ojalá no se repita.  El país no está para despelotes como éstos.

- Eso pienso yo- tragó saliva Jacob-. ¿Y tú que eres?  ¿Derecha o izquierda?

- Si hablas de política, de izquierda; si hablas de masturbación, ambidiestro.  ¡Tengo las manos más rápidas del país en eso de coños y pajas!

- Así que eres un ñángara, pues cualquier día te recoge la Secreta- sonsacó Jacob.

- Espero que no, pues odio estar lejos de la Gruta o la Fénix, ¡los santuarios predilectos de mi Izquierdismo!- espetó Eloy tirando hacia atrás la silla-. La ventaja es que en estos lugares no deben llevarme cigarrillos, si acaso, pagarme un trago o un polvo con alguna geisha.  ¡Amo esas casas de citas, por eso odio la pérdida de la libertad!

- Esas estatuas de la libertad de carne y hueso justifican brindar por el mal vivir y el dinero- refrendó Jacob triangulando con sus dedos los genitales de una mujer-. Bueno, Eloy, hasta aquí llego. Debo emperifollarme para ir a buscar una monada hasta Pedregal, ¡imagínate! 

- Yo también debo partir.  Gracias por tu compañía. 

De camino a la vía España, tomó un taxi hacia la Boca Town, el gueto afroantillano construido en los años treinta con madera de segunda procedente de la Zona del Canal. Steve King podría darle noticias de  Odette.  Esa era su esperanza. Tras tocar la puerta del escueto cuarto del viudo de La Marquesa, hamacándose en la mecedora encontrada en el portal, sin dejar de sonreírle, Eloy no lo pensó dos veces:

- Bulla, necesito saber de Odette.

- ¿De la divina?  Estás más perdido que Lindberg y su hijo.  Ya no formo parte de su clan.  ¡Ella ahora se codea con la high class! 

- No lo puedo creer, ¡si tú eres todo un marqués!

- Eloy, eres un cabrón, eso ya pasó. ¡Ahora soy plebe pura!  ¿Podrás obsequiarme un camel?

- No faltaba más, Excelencia, pero hábleme de la divina.  ¡Soy todo oído!