CINCO
Desde la charla frente a la barraca con sus socios de correrías, el día del paseo a La Chorrera, la posibilidad de atisbar a la esposa de Clarence se volvió una obsesión. Por días buscó la forma de entreabrir la rendija propiciatoria en la pared común. Cerca de su cama, con el cuidado de un carpintero, con una gubia, perfiló el imperceptible ojo de buey. Aprovechó un instante en que no se encontraban sus padres ni la pareja avecindada para concretar la tarea. Sin embargo, a partir de entonces, temblaba de miedo al sólo pensar en su osadía. Por eso dejó que el tiempo jugara a su favor. Eso sí, por nada del mundo le soltaría prenda sobre el particular a sus amigos y, otra cosa, no podría permitirse errores. Si sus papás, o peor aún, la pareja del 13, lo descubrían, era niño muerto. Ni Dios mismo lo salvaría de las terribles consecuencias. Sin embargo, hecho a la idea, concluyó que el verano, como si se tratara de un fruto de temporada, a su ritmo, debía madurar la ocasión. Nada ni nadie podría sabotear ese empeño. Odette Forbes debería adoptarlo, y no precisamente como su hijo.
Esa divisa gobernaba sus días, pero en la calle y campos de juego escondía su secreto. Temía delatar, con el solo flujo de sus pensamientos, tan emboscado propósito. Y cosas de la vida, cierta tarde, se presentó la oportunidad de validar la conveniencia de la ranura urdida en la pared. Odette le pidió que la ayudara a ubicar la cómoda y el comedor que le acababa de traer el camión repartidor de la fábrica La Garantía. En el acto, bailando en un pie, Eloy se incorporó a la tarea. Los movimientos de la mujer -vestida con un suéter y un short-, alborotadores, resaltaban los femeniles meandros de su cuerpo. Entre tanto, hecho un pulpo visual y olfativo Eloy se atragantaba de los pechos y curvas de la ama de casa. Así, cuando la misma optó por colocar la cama exactamente debajo del recóndito mirador que él había labrado, con delectación, se felicitó por su prometedor acierto. Casi sería como dormir al lado de la divina. La fisura, igualando una mórbida alcahueta, le permitiría hurgar la intimidad de Odette. Al final, con la frente perlada de sudor, la dueña de cuarto, como si leyera su mente, volvió a convertir a Eloy en testigo de otro impúdico arranque:
- Me pica el seno, alguien debe estarse acordando de mí. ¡Espero que sea Clarence!
Al oírla, con un mohín vergonzoso, como si le huyera a un balde de agua hirviente, sin decir palabra, el taimado duende salió del cuarto. En el pasillo, Vanesa, la pizpireta sobrina de una vecina próxima, cimbreando un hullahoop, lo apañó con un cargante interrogatorio:
- ¿Y tú qué hacías en ese cuarto?
- Ayudaba a la señora Odette a mover sus muebles.
- Pero te veo pálido, como si estuvieras nervioso, ¿qué te ocurre?
- Nervioso de qué, lo que estoy es cansado.
- Ven, quiero mostrarte algo- ordenó la chica dejando de ondular el multicolor aro, justo cuando se postraba ante un banco-. ¡Mira curioso!
Y lo que le mostró fue una foto en blanco negro en que una mujer de rasgos aindiados, en toma frontal, lucía su sexo acoplado a un pene descomunal. Sacudido pero fingiendo indiferencia, Eloy le reclamó:
- ¿Para qué me muestras esta cosa? ¿Qué es lo que buscas?
- Nada, sólo que te pongas eléctrico- respondió la muchacha celebrando, con una risita, su insospechada pillería.
- ¿Sabes una cosa? No calientes la comida que no te piensas comer, ¿me entiendes?
- Para nada, bobalicón, ¿de qué comida hablas?- se defendió la jovencita.
- De ésta que tienes aquí- destacó Eloy simulando toquetear la entrepierna de su interlocutora.
- Eres un liso, pero, a decir verdad, no tienes con qué comerte eso que dices. ¡Eres un bebé todavía! Apuesto que ni vellos tienes, a ver, ¡muéstrame si te atreves!
- Eso quisieras, pero te quedarás con las ganas. ¡Eres una pobre buchipluma! Una calienta pollas sin oficio ni beneficio- adicionó descompuesto el joven-. ¿Quién te crees que eres?
- Una hembra a todo dar, con mis años bien puestos. ¡Mírame bien, torpe!
- Estás más loca que una cabra. ¡Lárgate de aquí con tu puerca foto! Anda a jugar con tus muñecos o con tu abuela.
- Ey, pero a éste qué mosca le picó, ¿qué te pasa?
- Pasas son los granos que tienes en las piernas- descerrajó Eloy, poniéndose de pie-. No digo yo, ¿quién inició esta indecente charla? Lo que debes hacer es buscar a alguien que te ponga como a la cochinilla de la foto.
- Obviamente, tú no serías. ¡No tienes con qué!
- Valiente descubrimiento- rezongó Eloy-. Estás para que tu madre te dé una tunda por carilimpia…
- Eres un morón, sólo quería que vieras una simple foto.
- Pero, ¿para qué?
- Eloy, la verdad, ahora no lo sé. ¡Discúlpame, no sabía que te sulfurarías así!
- Perdóname tú a mí. He sido un bruto- se retractó el doncel-. Ven, sigamos disfrutando tan increíble material didáctico, ¿quieres?
- Claro, imbécil, para eso me lo robé- consintió la quinceañera, dejándose caer en el suelo-. ¡Y no me estés mirando allá abajo, que se lo voy a decir a tu mamá!
- Ya basta, libertina, debiste suponer que esta lámina podría ponerme algo inquieto- se defendió Eloy, rozando el busto de la joven-. A propósito, ¿cómo se vería una foto tuya y mía en esa posición?
- No lo sé, pero eso nunca podría pasar, ¡voy a meterme a monja!
- A monja pervertida, dirás.
- Pues te informo que las hay. ¡He visto fotos de monjas fornicando con curas con penes de burro!
- ¿Y eso es lo que quieres tú?
- Pues sí, nunca me casaría con un hombre que no fuera así de responsable.
- Vaya, vaya, así que esos son tus sueños.
- Sí, Eloy, y unos sueños bien húmedos.
- Vanesa, ¿dónde aprendiste estas cosas?
- En la vida, Eloy, ¿o acaso crees que a ti te trajo la cigüeña?
- Claro que sí, soy el obsequio que mi madre recibió en París de la cigüeña.
- Qué tontuelo eres, amigo. ¡Soy hechura de mi barrio!
- ¿Y eso qué significa?
- Pues que sé todo de la vida.
- ¿Todo?
- Bueno, no todo, soy virgen. ¡Todavía nadie ha podido encajar su aguja en mi almohadilla!
- Yo seré el primero, ¿no es así?
- Nunca, Eloy, tú eres demasiado payaso, ¡un tonto de capirote!
- Nunca digas de esta agua no beberé. Yo estoy creciendo y, cuidado, acabo bebiendo agua de tu cantimplora.
- En este pozo jamás abrevarás, atrevido, y quita tus manos de mi pierna. ¿Qué te ocurre? ¿Ya te dio la comezón? ¡Ojo con tus manos, son demasiado rápidas!- simuló enfurruñarse la joven, al par que alisaba su falda-. Además, Eloy, ¿qué ganas con ver y tocar, si no puedes coger?
- Dímelo tú, tú eres la experta. Yo sólo soy un tarado- desestimó el muchacho-. Oye, Vanesa, ¿crees que una mujer sufre con una penetración como la de esta foto? Te lo pregunto, porque no lo sé.
- Si serás idiota, ¿es que nunca te has asomado a una casa de citas? Por estos alrededores hay montones- zarandeó al efebo la mozuela mientras le revolvía los cabellos de la frente-. ¿Ves acaso algún signo de dolor en la cara de esta chola?
- Bueno, no sé.
- Eres un niño, Eloy, mira bien la foto, ¡esa mujer está gozando a rabiar! Está loca de felicidad. Se nota a leguas el placer que siente. Tendrás que hablar con tu mamá, o mejor aún, con tu papá. ¡Él podrá ponerte al día en estos temas!
- Qué cosas, Vanesa, he terminado recibiendo una cátedra. ¡Gracias, amiga!
- Gracias de qué, ¡págame una soda en el quiosco!
- Vayamos, pues, de verdad, te la has ganado- reconoció Eloy ayudando a su amiga a incorporarse, lance que aprovechó para tantear sus avispadas nalgas-. Oye, Vanesa, pero tú también tienes lo tuyo.
- Deja, curioso, y eso que no has visto nada. ¡Te quedarías ciego si me vieras encuera! No te alcanzaría la noche para soñar conmigo, y pobre baño, ¡habría que abrir un kindergarten para alojar tanto chiquillo lanzado a las paredes por ti!
- Eres una malvada, pero te creo. ¡Me muero por echarle un ojo a lo que hay debajo de tus vestidos!
- Pues, Eloy, tendrás que conformarte con la foto, te la regalo. ¡Ella será tu novia cuando la madre naturaleza decida regalarte el primer derrame del palo! Pobre de ti, te quedarás sin sangre en el cuerpo.
- Tú me darás la tuya.
- La de mi regla, sí, te la puedo dar. ¡Desde ya es tuya!
- Qué horror, eres una bruja espantosa.
- Pero te atraigo, sé que te gusto, no lo puedes negar.
- No lo niego. Aunque, ¿qué chica que se te ofrece en bandeja de plata no es apetecible?
- No eres un caballero, sino un salvaje.
- Como dicen algunos pesados en los buses: caballeros hay, lo que no hay son asientos.
- Pamplinas, eres un salvaje. No sé por qué te busco para conversar.
- Es que sabes que te deseo.
- Sí, es verdad, por eso me encanta mortificarte- dijo Vanesa trenzando sus cabellos y acodándose en el mostrador del negocio-. Quiero una root-beer.
- Bebida de raíces, ¡qué profunda la niña!
- Pues sí, pero no sabes cuánto. ¡Te quedarás con las ganas de que algún día te conste!
Al retornar al cuarto, su madre, mirándolo de pies a cabeza, con aire de preocupación, le inquirió:
- Hijo, ¿qué era lo que peleabas con Vanesa?
- Nada, mamá, sólo le aclaraba algunas cosas.
- Lo que escuché, por retazos, no eran naderías.
- Bueno, mamá, ya conoces a esa gallinita, ¡se jura una mujer de cien años!
- Eso lo sé, lo que digo es que esas conversas no son apropiadas para dos piojos que no saben ni cambiarse los interiores, para no decir otra cosa- rugió la mujer-. No saben gatear y ya quieren correr. Por cierto, no te he visto tocar un libro en lo que va del verano. ¡Recuerda que en Primer Ciclo las cosas no son iguales a la primaria!
- Mamá, ¿en qué quedamos? Me dijiste que en las vacaciones no me querías ver en la biblioteca, sino distrayéndome. ¿Qué hago, entonces?
- Bueno, si bien no quiero que vayas a enloquecer de tanto rumiar libros, tampoco te quiero ver perdiendo el tiempo en malas compañías. ¡No hablarás más con esa casquivana! ¿Me estás escuchando?
- Sí, mamá, te escuché. Mañana volveré a la biblioteca. ¡Eres un caso, mamá!
- Sí, mi rey, tu caso. No quiero que cruces puentes indebidos y, mucho menos, antes de llegar al río de tu mayoría de edad. ¡Todo tiene su tiempo! Lo dice el Eclesiastés y, por cierto, yo también.
- Mi madre, la papisa Juana- zahirió el joven con ternura.
- Así es, Juana Baúles de Llorente, ¡tu admiradora número uno!- dijo tomándolo en brazos y cubriendo de besos su rostro-. Mi lindo bebé, ¡mataré con mis propias manos a quien pretenda sacarte de la bella vida que tendrás! Mañana volverás a la Eusebio A. Morales, ¡allí estarás a salvo de la liviandad de algunos en estas barracas!
- Sí, mamá, me pones contento.
- Lo sé, corazón, ahora vamos a comer algo. ¡Te preparé un dulce de marañón que está de rechupete!
- ¿Le darás a la vecina?
- Claro que sí, mi sol, esa mujer me cae de lo más bien; también su marido.
- Ya se lo llevaré, ¿quieres?
- Sí, mi amor, anda y llévaselo.
Concretada su placentera misión, Eloy se topó con Jacob y Raúl, quienes al verlo dejar la morada de la juvenil arrendataria, con torva expresión, dejaron notar su malicia, en particular el primero:
- Míralo ve, el muy beatito, ya está como una abeja merodeando la miel. ¿Qué pasó, cuñado, ya echó su primer curioseo? ¿Qué tal está la coneja?
- Déjense de vainas, no irrespeten a la mujer- hizo de escudo Eloy-. ¿Qué hacen por aquí?
- Es que hemos descubierto una guaca que queremos que tú también aproveches- llevó la voz cantante Jacob Mawwell, el espigado y macizo hijo menor de un pastor metodista, cuyos rasgos antillanos lo asemejaban grandemente a su madre.
- ¿Y de qué se trata?
- Mañana, a eso de las diez te buscaremos y podrás saberlo. Eso sí, trae algo de plata. Con un par de dólares bastará.
- ¿Te parece poco? ¿De dónde los voy a sacar?
- No lo sé y ni me interesa. Si hace falta pega un golpe de tablilla. ¡Así conseguirás la lana para que puedas darle gusto al cuerpo!
- Bueno, veré que hago. Pero, ¿de qué hablan?
- Sólo te digo que no debes faltar. ¿No es así, Raúl?
- Así es, Eloy, será algo bien chévere.
- Bueno, no entiendo nada de nada, pero allí estaré.
Cubierta la despedida, se fue a liquidar el fiambre aderezado por la autora de sus días. Adoraba estar con su madre. Gozar su compañía. No era la única mujer que había visto sin vestir, pero nunca le sirvió para pensar en nada voluptuoso. Vanesa sí desencadenaba ese apetito, pero sobre todo, la mujer del músico. La seguía como un lebrel a una pieza de caza. Odette, al igual que los lupanares próximos, le hacía añorar ser un adulto. Se moría por embicharse de pecado. De ese pecado tan mal visto y tan buscado por los humanos de todas partes. ¡Quería ser el Adán de alguna providencial Eva! Quién dijo Eva, podría ser Odette. Odette Forbes.