DIECIOCHO
La piscina Adán Gordón, un remanente en Bella Vista de los Juegos Olímpicos Centroamericanos de 1938, fue en su momento una original cara de la ciudad. Su apariencia de dinosaurio proyectada por el trampolín y estructura global, hacía pensar en un futuro sin precedentes para el país. Tal era el atractivo y poder de su expresionista diseño. En ese centro destinado a la natación y la esgrima, se apersonó el joven ingeniero. A pie recorrió la distancia entre su oficina y el complejo deportivo. Con los ojos bien abiertos, buscó por cada ámbito a la mujer de sus sueños. Y la encontró al borde de la alberca. Se zambullía en el agua para luego emerger chorreando tal una escultura de miel. Hecho un camaleón, decidió evaporarse del sitio a través de un mimético camuflaje. Y lo que hizo fue aflojar el nudo de su corbata y arremangarse la camisa. Después, a pasos lentos, examinó la argamasa de acero y hormigón donde los saltos ornamentales y mandobles eran el plato fuerte.
Al ver a la mujer embutirse en una bata y caminar rumbo a los vestidores, supo que había llegado la hora. Por una puerta lateral, circunspecto, desapareció. A los minutos la avistó ingresando a un área de depósito. Allí, sin titubear, tras trancar la puerta, la nadadora se arrancó su traje de baño y se lanzó a los brazos del hombre.
- Te necesito, estoy loca por ti.
Y como condenados a muerte, sus cuerpos deshabitados se fueron poblando de sus besos y carnaza. Al rato, pendientes de la horca del placer, aullaban desorbitados. Empapada en lágrimas y asida del cuello masculino, la mujer le hizo saber sus sentimientos:
- Eloy, ésta es una maravillosa locura. He recuperado a mi amante. Te deseo tanto.
- Y yo también, Odette, pero ahora deberás decirme qué pasa con tu vida.
- Es un desastre mayor, cariño, no tienes idea.
- Como lo es que no pueda estar contigo. Ahora estás mucho más guapa que antes.
- ¿Te lo parece? ¿De verdad, te gusto todavía?
- Siempre me he devanado los sesos por ti. Llevo tu cuerpo, tus pechos, tus nalgas, tu rostro, en mis manos. Eres una presencia permanente en mis ojos. Siempre he estado enamorado de ti.
- Eloy, cuánto me alegra y asusta escucharlo. Temo por ti, por nosotros- amplió la mujer higienizando sus genitales con el pañuelo que el hombre le entregara-. Ahora se supone que estoy en el baño de mujeres. Andan por ahí mis guardaespaldas, mis indeseados edecanes.
- Pero, ¿quién es tu marido? ¿Por qué estás con él?
- No te he dicho toda la verdad.
- Pues debes hacerlo, Odette, pues quizá sea el padre de tu hijo.
- Dios te oiga, sería gloriosamente feliz.
- Pero, ¿qué ocurre?
- Mi supuesto marido es, en verdad, mi cuñado, el hermano de Ernesto Ampudia, mi esposo, un piloto de avión, quien está preso en Estados Unidos por tráfico de estupefacientes.
- Odette, te juro que no entiendo.
- Lo que ocurre es que, dado el encierro de mi esposo, mi cuñado, Magdaleno Ampudia, se convirtió en mi guardamujer y, por ese camino, en mi marido. Me tiene encarcelada en esta absurda relación.
- ¿Y por qué no le dices nada a tu verdadero esposo?
- No me deja comunicarme con él. Además, él paga mis facturas. Me mantiene.
- No termino de entender, pero menos lo puedo aceptar. Te has convertido en prisionera de ese sátrapa.
- Él tiene el poder y los contactos para borrarnos a ti y a mí de la faz de la tierra.
- Odette, nadie tiene semejante poder. Ni siquiera el Estado Mayor de la Guardia Nacional.
- Eloy, sí lo tiene, puede desaparecernos. Estoy en sus manos. Vivo en mansiones y pisos como una odalisca, pero tengo menos libertad que una reclusa de La Modelo.
- O sea, hemos vuelto a la época de las cavernas. Eres la prisionera de un fulano porque tiene dinero y vínculos con el régimen actual.
- Palabras más, palabras menos, así es.
- No lo acepto, Odette. No admitiré que te he perdido.
Y diciéndolo, la estrujó en sus brazos y maceró tiernamente su busto y cadera:
- Tú eres mía, Odette, eso será así aunque deba acabar con mis huesos en las mandíbulas de un tiburón o de una ballena.
- Yo podría ser esa ballena, tu Moby Dick, mi valiente Jonás.
- Eres tan bella que no cabe ni remotamente esa comparación. Tu sexo es mi redención. Siempre sabía que al mirarte a escondidas me apoderaría de ti. Que nunca serías de nadie más.
- Mi amor y mi ser son tuyos. Nadie podrá tener mi corazón.
- Pero te puede tener y manipular el monstruo de tu cuñado. Es un incalificable psicópata. Eso es intolerable.
- Mi Cirano de Bergerac, ¿sabes a lo que te expones? ¿Tiene sentido pelear por esta ruin tarambana?
- Ni lo repitas. Eres la mujer que amo. Desde mis trece años quedé enamorado de ti. Me moría por verte y escucharte. Era tu servil amante.
- Mi cholito de hacer mandados acabó en mi cama. Me hizo su amante. Y todo en las narices de Clarence y de sus padres. ¿Cómo pasó eso? ¿Cómo lo hiciste?
- Hice que fueran ciertas las canciones de amor de toda la vida. Mis ojos te dejaron en mis brazos. Soñaba con exprimir tus pechos y muslos y extraer de ellos su caldo divino. Sabía que terminarías conmigo. Fue algo prodigioso. El día que te desnudaste para mí sabía que Dios existía. Tan bella mujer me distinguía con la gracia. Por eso no aceptaré perderte. No lo haré, Odette, no lo permitiré.
- ¿Qué harás conmigo ahora?
- Hacer realidad mis fantasías de la ciénaga, ¿quieres?
- Lo que sea, mi amor, yo soy tuya. Tuya es esta mujer echada a perder por la vida.
- Eso jamás ha sido ni será cierto. Eres un glorioso timbre de orgullo para mí. Tu rostro y tu cuerpo han sido para mí distintivos de felicidad- decía mientras hacía que la mujer se deslizara entre sus manos-. Para no engañar del todo a tus escoltas, has pis abrazada a mí.
- ¿Eso quieres que haga? ¿Aquí?
- Sí, mi amor, aquí mismo.
Y una lengua de fuego fue manando de los muslos de la mujer. Entre besos y abrazos se fue esparciendo el cálido manantial. De rodillas, con sus labios, como una esponja, Eloy secó el meato urinario y el vello circundante. Por minutos, esa asepsia gestó un vergel de gemidos y tersuras. Después, en el piso, apretujados como sardinas en lata, volvieron a desencadenar el ciclo de una descaderada danza de amor. Al rato, encharcada por fluidos de toda especie, Odette inquirió:
- ¿Qué será de nosotros? ¿Qué nos espera?
- Por lo pronto, debes quedar preñada. Ese hijo será nuestro destino. El adulterio facineroso que te ha impuesto tu cuñado no puede ser. Esa barrabasada se acabará- expresó el hombre vistiendo con el bañador a la mujer-. Has quedado perfecta. Como debe lucir la mujer que amo. ¡Sucia de besos!
- Es lo que siempre quisiste.
- Es cierto, preciosidad, siempre quise estar así contigo.
- Te hice madurar a la fuerza.
- Es verdad, tus encantos lo prohijaron. Ahora deberé matar a tu cuñado. ¿Y qué pasaría con tu marido oficial?
- Eso nunca fue nada serio. Fue un escape a mi situación económica. Me fui a vivir con él a Nueva York, desde Nueva Jersey, pero al año el matrimonio estaba listo para el certificado de defunción. No nos hemos divorciado por el arresto de Ernesto. Ahora está al cuidado del Programa Federal de Protección de Testigos de los Estados Unidos. Soy una soltera en poder de su cuñado.
- ¿Y él puede estar contigo? ¿Tenerte?
- Si lo desea, lo logra. No me puedo negar. Para mi desgracia, le gusto. Por eso ha llevado tan lejos este cautiverio marital. Es una desgracia que tengo que aceptar. Bueno, hasta ahora. Confío en poder convertirme en la madre de tus hijos, o en tu abuela. ¡Soy una zorra corruptora de menores!
- Ni zorra ni corruptora de menores, tengo cédula y te adoro a más no poder. Eres mi chica. Siempre lo has sido y lo serás.
- ¿Y qué pasó con las estudiantes que conociste? ¿Nadie en la empresa Annie te gusta? ¿Qué pasa contigo? ¿Acaso estás ciego?- repreguntó la mujer mordisqueando los labios del hombre y llevando las manos de él hasta sus muslos-. ¿O es que esta zorra te ha dejado hipnotizado para siempre? ¿Qué tiene que te ha hecho perder la cabeza de esta forma?
- Tú te encargaste de mi vida. Mi madre me parió pero tú me inventaste para ser tuyo. Ahora deberás vivir con eso. Cuando murió Clarence te prometí que te buscaría.
- Por un tiempo lo creí, pero luego la vida me llevó a desestimar esa esperanza. Era una mujer sola y con necesidades de todo tipo. Al dejar Panamá, aunque siempre me acordaba de ti, tenía la esperanza de que terminaras casado con otra. Jamás pensé que nos volveríamos a encontrar.
- Verte en la Joyce’s me devolvió al camino. ¡Supe que serías mía otra vez!
- Esa vez te ignoré por tu seguridad. No quería que te lastimaran. Es más, traté de huir, pero, increíblemente, aquí estoy contigo. ¡Estamos condenados a ser uno del otro!
- Bien dicho, Odette. Eres mía. Y quiero ese hijo.
- La flecha ya está disparada. Sueño conque suceda. Que se vaya la regla y empiece a formarse en mi interior nuestro cachorro.
- Así será, Odette, Dios está con nosotros. Él nos ayudará en este amancebamiento que deberá terminar en la iglesia.
- Mi rey, eso deseo yo- musitó la mujer oprimiendo sus tetillas-. Te diré por teléfono cómo vernos. Estamos como fugitivos que deben encontrarse donde los lleve el viento. Ahora me voy, dale un beso a tu símbolo sexual, hoy se lo merece.
Y, de bruces sobre ella, separando sus muslos, descorrió el traje de baño y depositó dos tiernos besos en su cavernosa hendidura. Luego, casi llorando, se dijeron adiós. Ya en la Avenida Justo Arosemena, aledaña al gigante olímpico, Eloy se dejó llevar por sus pasos al local de Bandera Popular. No le importó el aroma que dimanaba de su cuerpo. Éste encarnaba a la mujer que era su razón de ser. Al verlo llegar, Jorge lo laceró:
- ¿De dónde vienes?
- De ser molido por el trabajo.
- Pero hueles a charca. ¿Dónde estabas?
- Ya te lo dije, vengo de empresas Annie.
- Coño, entonces acabas de cocinar con agua de alcantarilla. Ve y báñate en el local.
- Estás ebrio, estoy bien así.
- Pero vamos a reunirnos con una gente de Checoslovaquia que está por aquí.
- No creo que yo huela peor que ellos. A los europeos el trópico los deja apestando a perro muerto. ¡No seas terco!
- Qué vaina, a estos militantes una hembrita les muestra algo de piel, y quedan alimentándose de sus ventosidades- rabió Jorge echando a caminar hacia la madriguera partidaria.
- Qué imagen más vomitiva. ¡Se está echando a perder el Pablo Neruda que hay en ti!
- Mira quién habla, un perfecto traga sapos, y de cloaca.
- De ciénaga dirás- se dijo para sus adentros el ingeniero industrial-. Además, son de incomparable sabor las ancas de rana. ¡No sabes de qué hablas!
El resto de la tarde fue el hazmerreír de la agrupación. Nadie se quiso sentar a su lado. Ya a solas, en confianza, Julia Barnes, se hizo cargo del sofoco:
- Hueles a bacanal. ¿Quién fue tu compañera de celda?
- El señor Meyer, un hórrido menestral con rango, con quien estuve en la planta, nunca podría ser mi amante. No seas sosa. Huelo a embutidos, a sopa de mariscos, a salsas frías.
- Y a lácteos. Eres un caso, Eloy, pero te diré una cosa, me gusta tu olor. Esa chica debe estar en algo. Tus ojos te denuncian. Eres un hombre ostentosamente feliz. Estos bobos ignoran que vienes de escalar un monte sensacional.
- ¿De qué monte hablas?
- Bien que lo sabes, Eloy, pero tranquilo. Te deseo lo mejor con esa chica. Ella sí tiene suerte. ¡Es una lechuda!
- Si tú lo dices.
Y la cháchara no se terminó en toda la jornada. Al abordar el taxi, el operario se le quedó mirando intrigado. Ya en el condominio, ni su madre lo perdonó:
- ¿Y tú de dónde vienes?
- De la piscina.
- ¿De la piscina? ¿Y con qué te bañaste?
- Mamá, qué preguntas haces. Me bañé con agua.
- Pues alguien debió orinar esa agua, porque hueles a berrinche puro.
Y qué berrinche. Odette nunca salió de su piel. Abrazado a su olor durmió hasta el día siguiente. Linda Blair tenía razón. Era un loco endemoniado por el amor. Debería buscar la forma de liberar a su novia. No era justo compartirla con su cuñado. Y no hablaba por hablar. Ya tenía en su poder la 38 de propiedad de Bandera Popular que le descargaría en el pecho. Así de simple sería el fin de la tropelía. Odette nunca más sería el ajuar de su sórdido atropello. No podría seguir asaltando el sexo de la mujer como la micción de un perro el tronco de un árbol.