Capítulo 36
Cinco años después
—Cómo sobrevivir al EIR y no morir en el intento —sentencia Elsa levantándose y estirándose—. Si no nos volvemos majaras estos días, ya no lo haremos nunca. ¿Preparo otra cafetera?
—¿De verdad crees que otra cafetera nos espabilará? Estoy muerta, en serio; llevamos varias noches durmiendo lo mínimo. Yo voy a acostarme, Elsi, mañana más —le digo cerrando mis libros, completamente agotada.
—Tienes razón, pero es que estoy de los nervios. El examen es dentro de una semana... ¡Olivia, nos queda una semana para enfrentarnos a 235 preguntas en cuatro horas y media! ¿Cómo vamos a hacerlo? —me pregunta presa del pánico.
—Lo haremos porque llevamos un año estudiando como locas, porque le hemos dado la vuelta tres veces al temario y hecho cursos y miles de simulacros y porque lo sé, tranquila, estoy segura de que nos irá bien.
—Más nos vale, porque las plazas de matrona y de pediatría son las más demandadas; necesitamos sacar una buena nota si queremos elegir centro; yo no quiero irme de Valencia.
—Elsa, sabes que eso es una posibilidad.
—Ya lo sé, por eso tenemos que hacer el sprint final.
—Mañana, Elsi, mañana hacemos el sprint que quieras —le digo saliendo por la puerta seguida por ella.
—Vale, pero nos levantamos temprano —continúa su machaque incesante, a pesar de que apenas puedo tenerme en pie ni prestarle atención.
—Que sí —murmuro tirándome en plancha en la cama y quedándome dormida al instante.
La siguiente semana la dedicamos a estudiar desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, volcando todas nuestras energías en este examen que es la culminación de todos nuestros esfuerzos y, antes de que podamos darnos cuenta, estamos a 6 de febrero, el día en que se decidirá nuestro futuro.
—¿Preparada, Elsita? —pregunto a mi amiga antes de acceder a la sala donde realizaremos el examen.
—No, ¿y tú? —me responde atacada de los nervios.
—Tampoco —reconozco con una risa histérica—. ¡Venga! ¡Para dentro!
Entramos y me siento en un pupitre observándolo todo e, inconscientemente, me llevo una mano a la cadena que descansa en mi cuello, a este símbolo del infinito que no lo fue para nosotros. Esta cadena es lo único que me queda de él y, a pesar de los años, no he olvidado ni uno de los momentos vividos y su rostro permanece grabado inalterable en mi alma, como el sonido de su voz o de su risa... «¡Basta!», me ordeno volviendo de nuevo a esta sala repleta de gente que, como yo, aspira a conseguir una plaza.
Aunque para mí es algo más que una plaza, es un sueño, el único sueño al que aspiro y el único que depende de mí. Por este sueño llevo cinco años estudiando hasta el agotamiento, volcando toda mi energía e ilusión en él y relegando a un segundo plano mi vida personal, para frustración de Elsa y de la gente que me rodea.
Por fin tengo ante mí este ansiado examen... tantos simulacros, tantas horas de estudio para llegar hasta aquí, para demostrarme a mí misma que puedo hacerlo y que todo el esfuerzo ha merecido la pena.
Durante cuatro horas y media me evado del mundo, para centrarme en dar respuesta a estas 235 preguntas, y respiro aliviada cuando marco la última respuesta. «Chapó.» No he dudado en ninguna de ellas y lo más increíble es que, durante estos trescientos minutos, me he sentido completa, sabiendo que estoy en el camino correcto, haciendo lo que deseo.
Estamos a 15 de febrero, un día después de San Valentín. Posiblemente él ayer lo celebró con su pareja y, en cambio, yo hoy lo voy a celebrar con Elsa y mis amigas, pero no San Valentín... hoy vamos a celebrar que puede que lo hayamos conseguido, pues por fin el Ministerio ha publicado las respuestas del examen y, salvo error, nos ha salido de escándalo, así que, por primera vez en muchísimo tiempo, nos dedicamos a ser jóvenes, a desinhibirnos, a reír, a bromear y a salir de marcha. Necesitamos quitarnos de encima tanto estrés acumulado y de qué mejor manera que bailando hasta el amanecer como tantas veces deseé hacer en el pasado.
Llegamos a casa agotadas, pero felices. Me acuesto... y, después de siete años sin hacerlo, sueño de nuevo...
—Todo Madrid la llora, no puedo creerme que haya muerto —murmura Luisa mientras prepara la comida.
—Dicen que el rey está desolado —interviene Rosa—. Me contaba Trini, la carnicera, que algunas niñas van a cantar por las tardes a la plaza de la armería; es tan triste... —susurra antes de empezar a tararearla—: «¿Dónde vas, Alfonso XII? ¿Dónde vas, triste de ti? Voy en busca de Mercedes, que ayer tarde no la vi. Ya Mercedes está muerta, muerta está, que yo la vi. Cuatro duques la llevaban por las calles de Madrid...»
—Cállate, jodida, que nos harás llorar a todas —le espeta Luisa secándose las lágrimas—. Cinco meses les ha durado la felicidad; pobre niña, morir tan joven cuando estaba empezando a vivir... en el alma la tengo.
—No importa que seas rico o pobre, aquí cada cual tiene su ración de penas, guardaditas para cuando nos toque sufrirlas —sentencio con amargura, tragándome las lágrimas.
Cinco meses han estado casados, el mismo tiempo que nosotros separados. Desde que lo dejé, no hemos vuelto a estar juntos y la pena por esta separación me mata día a día. Lo echo tanto de menos que a veces estoy tentada a desdecirme y correr junto a él, pero entonces el sentido común se impone y retrocedo en mis deseos, porque, aunque él no ha muerto como nuestra reina, si lo ha hecho para mí.
Camino a través de las montañas, acompañada por el crujir de las ramitas al romperse a mi paso, por el sonido de los árboles al mecer el viento sus ramas y por el águila que planea sobre mi cabeza extendiendo sus imponentes alas...
Despierto con el corazón atronándome en el pecho, sudada, confusa y dándome cuenta de que, después de tantos años, durante unos momentos he vuelto a ser Marcela; durante este breve sueño, he hablado con Rosa y Luisa sobre la muerte de la reina Mercedes y he sentido su dolor desgarrador, el mismo que durante tantos años he sentido yo. ¿Cómo puede ser? Todavía lo siento, tan fuerte, tan brutal, tan doloroso... como las garras que durante tanto tiempo aprisionaron mi corazón sin piedad. Debo respirar profundamente varias veces hasta que consigo calmarme y entonces me doy cuenta... Tantas coincidencias, su dolor y el mío, tan idénticos que podrían ser el mismo, separada de Juan como yo lo estoy de Roberto... y ahora, al soñar de nuevo con ella, «¿significa que voy a verlo?», me pregunto llevando instintivamente la mano a la cadena.
—¡Elsa, Elsa! ¡Despierta, por favor! —susurro yendo hasta su cama, donde la zarandeo ligeramente—. Elsa, despierta.
—¿Qué pasaaa? —susurra arrastrando la voz, incapaz de abrir los ojos.
—¡Elsa, he vuelto a soñar con Marcela! —le confieso emocionada como hacía años que no estaba, llorando y riendo al mismo tiempo.
Esa simple confesión es más que suficiente para espabilar a mi amiga.
—¿Cómo que has soñado con Marcela? ¿Qué has soñado? —me demanda incorporándose, completamente despierta.
—No lo sé, ha sido un poco confuso y, sobre todo, muy rápido. Estaba en la cocina con Luisa y Rosa, hablando sobre la muerte de la reina Mercedes. ¿Recuerdas que te conté que Marcela vivió en esa época? Rosa ha cantado una canción y yo estaba allí, Elsa, te juro que durante ese breve sueño he estado en esa cocina, oyendo esa canción y tragándome las lágrimas, consciente de que no debo estar con él y deseándolo tanto que me dolía el corazón al igual que me duele a mí cada vez que pienso en él —murmuro secando mis lágrimas—. ¿Te das cuenta, Elsa? Mis sueños siempre han estado asociados a él, mi historia con Roberto siempre ha ido a la par con la de Marcela y Juan.
—Tú no, Olivia; tú no has estado en esa cocina, ha estado Marcela. No te confundas, es alguien posiblemente creado por tu imaginación —me dice con seriedad.
—¿De verdad crees que Marcela y Juan son fruto de mi imaginación? —le pregunto levantándome de su cama y mirándola con resentimiento.
—Olivia, yo también sueño mucho, es normal, pero puede que tú le des un significado que yo no le doy a mis sueños.
—¡No me jodas, Elsa! No compares sueños esporádicos con esta historia que me persigue desde hace tantos años. Además, yo no he vivido en esa época y podría describirte hasta el último detalle de esa casa, cómo huele la calle, cómo visten, incluso expresiones de esa época... ¡no son sueños normales, Elsa! ¡Encima están esas canciones populares que estoy segura de que existen y que por mi vida te juro que nunca había escuchado! —le explico, dolida por su insinuación.
—Muy bien, olvida lo que te he dicho e interpretemos esos sueños. ¿No te das cuenta?
—¿De qué tengo que darme cuenta? —le pregunto sentándome en mi cama, todavía molesta con ella.
—De que tienes que olvidarte de él. Suponiendo que, por lo que sea... ni me preguntes —me dice alzando sus manos y negando con la cabeza—, estés soñando con una historia ocurrida en el pasado, Marcela ya no está con Juan, y la historia de amor entre esos reyes ha sido truncada por la muerte de ella... Son todas historias rotas, Olivia, sin vuelta atrás. No significa que vayas a verlo, significa que debes dejarlo ir y vivir tú de una puñetera vez —murmura levantándose de su cama enfadada y sentándose a mi lado—. ¿Cómo puedes aferrarte así a un amor de adolescencia? ¿No te parece un poco obsesivo por tu parte? Tenías dieciséis años, Olivia, ¡dieciséis años! Le quisiste, y mucho, no necesito que me lo recuerdes otra vez, pero ahora tienes veintitrés, ¿a qué esperas para vivir?
—Ya lo hago, Elsa; posiblemente no como a ti te gustaría, pero ya lo hago, y estás completamente equivocada: no es obsesión, es amor, aunque no lo entiendas —suspiro cogiendo aire—. Elsa, no puedo estar con otro hombre que no sea Roberto porque mi corazón lo ocupa él por completo y, si tuviera dos corazones, los ocuparía ambos. No me importa que hayan pasado días o años, porque mis sentimientos son los mismos. ¡Y otra cosa! Estás equivocada, estoy segura de que era una señal —afirmo con convencimiento.
—¡Exacto! ¡Tú lo has dicho! Una señal para que lo olvides.
—No he terminado de contarte el sueño —le replico enfadándome con ella, cansada de tener que justificar mis sentimientos.
—Sorpréndeme, por favor —me dice armándose de paciencia.
—De repente estaba caminando por un sendero lleno de musgo y hojas, un águila volaba extendiendo sus alas, sólo se oía el crujir de las ramitas a mi paso y había muchas montañas.
—¿Y?
—¿Cómo que «y»?
—Has soñado con un paseo por la montaña. ¿Ibas con Juan o sola?
—Sola... —susurro sabiendo de antemano adónde quiere ir a parar.
—Ya lo tienes —suelta con exasperación levantando las manos de nuevo—. Puedes buscar mil interpretaciones posibles, pero la realidad está más que clara: has soñado con un camino, Olivia; un camino que podría ser tu vida. Dices que caminabas sola... tal cual estás haciendo ahora; llevas desde que llegaste aquí caminando sola sin dejar que ningún hombre se acerque a ti... ¿Puedes darme una interpretación distinta a ésta?
—Podría estar caminando hacia él —contraataco encogiéndome de hombros—. Además, supongamos que tienes razón. ¿Por qué lo he soñado ahora y no cuando volví de Irlanda?
—¡Porque no reaccionas, atontada! ¿Con cuántos hombres has estado desde que volviste de Irlanda?
—Hace unos años salí unas cuantas veces con Sergio.
—¿Eso lo consideras salir con alguien? Por favor, pero si fuisteis un par de veces al cine... ¿Te acostaste con él?
—Pero ¿qué empeño tienes en que me acueste con alguien? —le pregunto harta de este monotema que siempre acaba enfrentándonos—. Tampoco se trata de ir acostándome con el primer tío que me lo proponga.
—¿Con el primer tío? Ni con el primero, ni con el segundo, ni con nadie ¡Pero si parece que hayas hecho voto de castidad! ¡Que debes tener telarañas ahí abajo, tía!
—Elsa, te estás pasando —murmuro echando chispas—. ¿Te digo yo si te acuestas con muchos o con pocos? Sabes que, para mí, lo primordial son mis estudios. ¿Qué hay de malo en eso?
—¡Nada! ¡No hay nada de malo si tuvieras vida! Olivia, estás desaprovechando tu juventud y ahora no puedes culpar a tus padres, porque eres tú quien elige.
—Perdona, pero, que yo sepa, salgo lo mismo que tú, y no metas a mis padres en esto.
—Mira, dejémoslo. Saca las conclusiones que quieras... voy a ducharme —me dice enfadada saliendo de la habitación.
La miro derrotada mientras la sigo. Sé que está equivocada y que este sueño es una señal, pero no para que lo olvide, para otra cosa, aunque ahora no tenga ni idea de qué.
—¿Puedo pasar? —pregunto asomando la cabeza al baño.
—Qué pregunta, sabes que sí —me contesta desde dentro de la ducha.
—No nos enfademos, ¿vale? Sé que no lo entiendes, pero yo soy feliz así. Puede que algún día encuentre a alguien que me vuelva loca y que me haga olvidar a Roberto y, si llega ese día, te prometo que me lanzaré en picado, pero, hasta entonces, no me presiones.
—Olivia, es que me preocupas. Sé que los estudios son primordiales para ti, pero también lo son para mí y, aun así, durante estos años yo he mantenido varias relaciones. ¿Tan malo es que quiera verte completamente feliz? —me pregunta asomando la cabeza chorreante por la mampara.
—No, no lo es —murmuro apoyándome en el marco de la puerta.
—Pues olvídalo, tía; que un sueño no condicione tu vida y ábrete de una vez.
—¿De piernas? —la corto riendo.
—No estaría mal, pero eso es mucho pedirte de momento; abre tu corazón para que Roberto salga y otro hombre pueda entrar. Olvídate de él, porque seguro que a estas alturas es padre de dos niños y ha echado tripa.
—Venga, sal de ahí de una vez, que yo también necesito ducharme —murmuro negándome a creer nada de eso.
Los siguientes días los paso junto a Bruno siempre que tiene consulta, empapándome de todos sus conocimientos, y soñando sin cesar con montañas, ríos, bosques frondosos, ermitas, construcciones de piedra y una casa en particular. Es muy bonita, de dos plantas y con una enredadera en la fachada; al lado se levanta lo que parece una iglesia, pero, a diferencia de las otras imágenes, ésta no parece de otra época... y lo que me confunde es que, a pesar de que sólo son imágenes, exceptuando las de la casa de la enredadera, en las otras siento que formo parte de ellas, como si hubiera paseado entre esos bosques o hubiera estado en esas ermitas.