Capítulo 28

 

 

 

 

El avión aterriza en Irlanda el 2 de febrero a las cuatro y media de la tarde. A través de la ventanilla veo como las gotas se estrellan contra el cristal; el cielo está encapotado y casi ha anochecido, a pesar de lo temprano que es: una bienvenida deprimente completamente en sintonía con mi estado de ánimo. Me pongo la chaqueta y, pacientemente, espero mi turno para salir del avión e ir a recoger mi equipaje. Ojalá pudiera echar a correr y desaparecer para siempre.

Un empleado, supongo que del internado, está esperándome con mi nombre escrito en un cartel y me dirijo hacia él cargada con todas mis maletas.

—Hola, soy Olivia —le digo con apatía.

—Sígame, por favor.

Coge el carrito con todas mis maletas y salimos del aeropuerto en silencio; fuera, un vehículo con el nombre del internado en un lateral está esperando estacionado en doble fila. Llueve, el viento frío golpea mi rostro sin piedad y subo al coche sin dilación mientras él carga las maletas en la parte trasera.

Arranca en silencio. Veo sin ver el paisaje, arrebujada en mi asiento, sintiendo que estoy viviendo una pesadilla de la cual despertaré en cualquier momento. La pena que siento me ahoga y, a pesar de mis lloros, no desaparece porque está amarrada a mi alma como si de unas crueles garras se tratara.

—Te quiero —susurro sólo para mí, acariciando de nuevo la cadena y cerrando los ojos—. Espérame, por favor. —Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, pero no las seco; no me importa mi aspecto, no me importa nada, ahora sí que estoy sola de verdad.

—Señorita, hemos llegado —me anuncia deteniendo el vehículo—. En ese edificio se encuentra Secretaría; allí pregunte por la señorita Green; ya me encargo yo de llevar el equipaje a su habitación.

Farfullo un «gracias» y bajo. Por primera vez desde que ha comenzado toda esta pesadilla, miro con interés todo lo que me rodea. Morrigan College es enorme, como un pequeño pueblo con calles y jardines. Está compuesto por varios edificios, todos de piedra, siendo el más imponente el principal, que parece un monasterio. Todo el entorno en sí parece un lugar encantado, posiblemente por la niebla que todo lo envuelve y le confiere ese aura mágica y misteriosa.

Llego al edificio principal y durante unos segundos salgo de mi estado apático para mirarlo todo con la boca abierta; por dentro también es de piedra, pero con toques actuales, como esculturas de madera pintadas de alegres colores, cuadros abstractos colgados estratégicamente o algunas paredes naranjas o verdes, todo lo contrario a lo que esperaba encontrarme.

Entro en Secretaría, donde pregunto a una señora de unos cincuenta años por la señorita Green y espero paciente sentada en una de las sillas. Miro mi entorno vagamente y termino centrando mi atención en la pared de enfrente, viendo sin ver de nuevo, mientras noto como las lágrimas se forman en mis ojos sin reaccionar, esperando encontrarme con una señora mayor de cara amargada que acabe de hundirme en la miseria.

Se abre la puerta y ante mí aparece una joven, de pelo oscuro, mirada alegre y sonrisa contagiosa.

—¡Hola, Karen! —saluda vivaracha a la mujer que no deja de teclear delante de su ordenador—. ¿Tú eres Olivia? —me pregunta acercándose a mí sin dejar de sonreír.

—Sí —susurro bajando la mirada.

—Bienvenida, soy la señorita Green y tu tutora, pero mejor llámame Alice —se presenta sentándose a mi lado—. Oye, ¿a qué viene esa cara? Si es porque está lloviendo, lo siento, vas a tener que acostumbrarte, cielo, éste es el pan nuestro de cada día —añade riéndose feliz.

La miro sin abrir la boca. «¿Esta mujer es mi tutora?, pero si parece una alumna. ¿Cuántos años tendrá?», me pregunto pensando de repente en Roberto y en el día en que lo vi por primera vez en clase. Lágrimas amargas comienzan a fluir libremente, me tiembla el labio y tengo que mordérmelo para frenar estos temblores humillantes.

—Bueno, si llego a saber que te pondrías así, te miento y te digo que nunca llueve —me dice sonriéndome dulcemente y rodeándome con sus brazos, consolándome como si nos conociéramos de toda la vida... y yo, que nunca he perdido el control de esta forma, no puedo creerme que esté llorando así en los brazos de una desconocida—. Ya sé que puede resultar difícil de creer, pero ya verás como dentro de unos meses lo verás todo diferente.

«Lo dudo —pienso cobijada entre sus brazos, intentando calmarme—; dentro de unos meses nada habrá cambiado para mí y ésa es y será mi tragedia.» Aun así, me mantengo en silencio, tranquilizándome poco a poco.

—¿Mejor? —Asiento y sonríe secándome las lágrimas—. Ven, quiero enseñarte el centro, ya verás como te superencanta —me propone riéndose de nuevo—. De juntarme tanto con vosotras, al final hablo como si tuviera dieciséis años; suerte que la directora ya no me hace caso —me comenta guiñándome un ojo—. ¡Mira, ahí está Elsa! Ella será tu compañera de cuarto.

Estamos saliendo del edificio principal y, acercándose a nosotras, veo a una chica con el pelo castaño, cortito y rizado, con curvas y de cara simpática.

—¡Elsa! ¡Ven aquí, valenciana mía! —la llama Alice.

Veo cómo Elsa se acerca a nosotras sonriendo y rodea la cintura de Alice con familiaridad, como si en lugar de su tutora fuera una amiga.

—Te presento a Olivia, tu nueva compi de cuarto. ¿No decías que estabas harta de estar sola? ¡Pues ya no lo estás!

—Encantada, Olivia, ya verás como te gusta estar aquí —me dice sonriendo.

«¿Porque tienen que sonreír todos en este lugar?», me pregunto con amargura sin poder contestarle.

—¿Cómo llevas el berrinche, Elsita de mis amores? —le plantea Alice obviando mi falta de educación.

—Muy mal —responde cruzándose de brazos—. Alice, queda un mes y pico, ¿de verdad que no puedes solucionarlo? Una semana únicamente, sólo te pido una semana —suplica con todo el sentimiento reflejado en el rostro.

—Nuestra Elsa es la única valenciana y fallera del colegio —me comenta como si con esa mínima explicación estuviera todo claro, aunque sinceramente me da igual que sea valenciana, fallera o marciana.

—Y voy a perderme las fallas —me aclara la tal Elsa como si eso fuera una tragedia—. Alice, por favor, ¡voy a perderme la ofrenda! ¿Sabes lo que eso significa para mí? ¡Todo! Ese día lloro como una magdalena entregando mi ramo a la Mare de Déu...

«¿A quién ha dicho que va a entregarle el ramo? ¡Bah! Como si me importara. Además, qué exagerada, por favor, ponerse así por entregar un ramo», pienso mirándola con antipatía, cegada por mi amargura.

—Sabes que no puedo hacer nada, no puedes cogerte una semana así porque sí.

—¿Y dos días? ¡Dos! ¡Sólo dos!

—Elsa, déjalo, ya sabes que no puede ser —niega paciente.

—Alice, no molas nada —le suelta con el ceño fruncido—. Y tú, ¿de dónde eres? —me pregunta sonriendo de nuevo, olvidando rápidamente su enfado.

Continúo en silencio, sin contestarle y sin reconocerme; estoy siendo antipática y maleducada a más no poder, pero no me sale la voz ni tengo fuerzas ni ganas para ser mínimamente educada.

—Olivia es de Madrid y no está especialmente feliz de estar aquí, así que te dejo a ti la labor de subirle esos ánimos y ayudarme a conseguir que se sienta cómoda entre nosotras —le dice guiñándole un ojo—. Nadie como Elsa para arrancarte una carcajada —me asegura sonriendo—. Anda, vamos a terminar de ver el centro.

—¡Chao, Oli! Nos vemos luego.

—Me llamo Olivia —contesto bruscamente, sorprendiéndome de mi reacción exagerada y porque es lo único que me ha hecho reaccionar desde que he puesto un pie en este país.

—Vale, Olivia, pues —acepta pacientemente—. Bueno, nos vemos luego.

—Olivia, relájate ¿vale? —me recomienda Alice cuando Elsa desaparece por la puerta principal—. Siéntate conmigo un momento —me pide sentándose en uno de los bancos a pesar del frío y de la fina llovizna que poco a poco va calando—. Mira, no sé qué ha pasado en tu vida, ni por qué estas prisas ahora para matricularte cuando tus padres ya estuvieron viendo este internado y lo descartaron... Ni lo sé ni quiero saberlo si tú no deseas contármelo, pero, sea lo que sea, queda fuera de este campus; no importa, porque ahora tu vida es todo esto —me dice abriendo sus brazos y abarcándolo todo—. Tu familia ahora somos nosotras, te guste o no, y tienes la suerte de que vas a compartir habitación con una de las mejores niñas de Morrigan College y quiero que le des una oportunidad... a ella, a mí y a todo esto, aunque ahora lo detestes.

»Yo voy a estar aquí para todo lo que necesites, pero también para corregirte cuando tengas un mal comportamiento —me señala mirándome fijamente y guardando un momento de silencio, dejando que sus palabras calen en mí como la fina lluvia—. Y, ahora, ¡venga, arriba, que nos estamos empapando! —me dice riéndose y tirando de mí para ayudarme a levantarme.

«¿Mis padres ya estuvieron viendo este internado?», pienso asombrada atando cabos; por eso ha sido todo tan rápido.

—Mira, ese edificio de ahí es el de secundaria y éste —me explica señalando el imponente edificio de donde acabamos de salir— es el principal, donde impartimos las clases de educación superior; aquí se encuentra la biblioteca y también los despachos del profesorado. Aquel de ahí es el de ciencias y, el de enfrente, el de música, donde damos conciertos, representamos obras de teatro y, ocasionalmente, nos sirve como cine improvisado —me detalla mientras caminamos hacia ellos a través de un cuidado jardín—. Si te gusta la música, me lo dices y te incluyo en las clases; puedes aprender a tocar cualquier instrumento o apuntarte a la coral del colegio; han ganado varios premios —apostilla con orgullo—. Además, te vendría bien para canalizar todos esos sentimientos que ahora no sabes cómo gestionar —me recomienda con dulzura—; la música es un buen calmante, te lo aseguro.

No le contesto y durante unos minutos caminamos en silencio. Apenas presto atención a mi alrededor, centrándome en la sensación de las gotitas finas sobre mi cara o el ruido que hacemos al pisar la gravilla del camino. Alice no me presiona y se lo agradezco.

—Mira, aquéllos son los edificios para los residentes; tú estarás en el A, y el de enfrente es el B. El edificio que los une con la pared acristalada es el comedor y la cafetería —me señala un edificio un poco más pequeño que el resto, anexado a ambos; es de piedra, como todos los que integran el centro, pero con un gran ventanal—. Debido a la cantidad de internos que tenemos, hay un menú muy amplio y puedes encontrar desde comida vegetariana hasta comida para celiacos. Ven, vamos y te enseño tu habitación.

Llegamos al edificio de residentes que será mi nuevo hogar. Sigue la misma línea que el principal, de piedra pero con toques alegres, como una pared naranja caldera o un cuadro impresionista en la entrada. Subimos al segundo piso, donde, a través de un largo pasillo lleno de puertas, llegamos a la 215; abre y entro seguida por Alice.

La habitación está bastante bien para ser de un internado; compuesta por una litera, dos armarios y dos escritorios, está pintada en el color naranja que ya he visto anteriormente y que le da ese punto alegre que le falta al entorno. Veo mis maletas en un rincón y las cosas de Elsa esparcidas por todos los sitios; se nota que está sola, porque tiene ambas literas ocupadas por sus pertenencias, así como las dos estanterías, pero no me importa.

—Dime qué talla utilizas y te subiré un uniforme; exceptuando los fines de semana, el resto de los días deberás llevarlo.

Murmuro mi talla y me siento en una de las camas. Alice me imita y, cogiéndome la mano, guarda unos minutos de silencio antes de proseguir.

—Mañana tienes el examen de admisión; por supuesto estás admitida, pero, aun así, no te confíes, ¿vale? —Asiento sin mirarla y continúa—. Deshaz tu equipaje mientras voy a por tu uniforme y a por tu horario —me dice dándome un ligero apretón de manos antes de dejarme sola.

«Roberto... —murmuro como si el simple hecho de decir su nombre en voz alta pudiera consolarme de alguna forma—... Roberto, búscame por favor...», susurro llorando de nuevo, acurrucada en la litera entre los fulares y los gorros de lana de Elsa, sintiéndome más sola y desamparada de lo que me he sentido nunca y dejando que la pena, la presión y la angustia de estos últimos días den paso a un sueño reparador, que calma momentáneamente mi alma.