Capítulo 31

 

 

 

 

Las clases se me hacen largas y tediosas. Tengo el estómago cerrado y en todo el día apenas pruebo bocado, y por fin llega la hora y, con los nervios a flor de piel, me dirijo al despacho de Alice. Llamo y, sin esperar respuesta, entro.

—Hola, Alice —murmuro con el corazón atronándome en el pecho.

—Hola, corazón. Todo tuyo —me dice sonriendo y señalándome el teléfono.

—Quédate conmigo, Alice, no quiero estar sola.

—¿Segura?

—Sí —musito cogiendo aire profundamente y empiezo a marcar, dejando el manos libres conectado para hacer partícipe a Alice de la conversación.

Un tono, dos...

—Despacho De la Torre, ¿dígame?

—Buenos días. Soy Olivia Sánchez Márquez, la nieta de los señores Márquez; querría hablar con el señor De la Torre, si es posible. —Estoy tan nerviosa que mi voz es un susurro y mi corazón, una apisonadora dentro de mí.

—Un momento, por favor. —La voz eficiente de la señorita contrasta con la mía y me obligo a tranquilizarme.

Alice, entendiendo mi estado de nervios, se sienta junto a mí y coge mi mano con cariño, prestándome todo su apoyo.

—Hola, buenos días. —La voz masculina al otro lado de la línea me activa y me siento erguida, como si pudiera verme.

—Hola, buenas tardes. ¿Es usted Pedro de la Torre?

—Sí, lo soy.

—Encantada, soy Olivia Sánchez Márquez. Mis abuelos me explicaron que habían dispuesto que heredara una cantidad de dinero cuando alcanzara la mayoría de edad y me dieron su teléfono como contacto.

—Así es; me alegra que se haya puesto en contacto conmigo, puesto que llevo desde ayer llamándola al número que me facilitó su abuela, sin éxito. ¿Podríamos reunirnos? Es un tema un poco complejo para hablarlo por teléfono.

—No creo que eso sea posible de momento; me encuentro en Irlanda cursando mis estudios y le agradecería que no llamara más a ese teléfono. De ahora en adelante, si necesita cualquier cosa, puede localizarme en este mismo número hasta que pueda facilitarle otro.

—Muy bien. Le haré un breve resumen de momento; aun así, insisto en reunirme con usted cuando regrese a Madrid. ¿Le parece que nos tuteemos? Me hace sentir mayor hablándome de usted.

—Por supuesto.

—Como sabrás, durante años fui el abogado de tus abuelos. Ellos, en especial tu abuela, estaban preocupados por la relación que tus padres mantenían contigo y querían asegurar tu futuro a sus espaldas; en mi mano quedaba velar por esos intereses —me dice guardando unos minutos de silencio—. Ayer cumpliste dieciocho años y heredaste automáticamente la cantidad de 568.000 euros, repartidos en acciones bursátiles y efectivo a nombre de O.S. Márquez S.L., una sociedad de la que tú eres titular y de la que tanto Miguel, el asesor financiero de tu abuelo, como yo somos apoderados. Estos poderes puedes revocarlos cuando quieras —me informa ante mi sorpresa—. Te preguntarás, supongo, de dónde sacaron tanto dinero tus abuelos, ¿verdad?

—Sí... —murmuro en un hilo de voz.

—Tus abuelos adquirieron, hace muchos años, unas tierras que con el tiempo fueron revalorizándose y que cedieron a una sociedad con el fin de evitar que tus padres la heredasen a su muerte. Mi trabajo y el del asesor financiero de tu abuelo consistía en venderlas ante una buena oferta y gestionar ese dinero hasta que pasara a tus manos. La venta de esos terrenos se realizó hace unos meses y fue entonces cuando decidimos invertir una parte en valores bursátiles fiables, gestionados por Miguel, el asesor del que te hablaba.

»Estas acciones, hoy por hoy, están generando beneficio, pero, si lo deseas, pueden venderse y te transferiremos inmediatamente el efectivo a tu cuenta corriente. Entiendo que, a tu edad, pueda ser difícil gestionar todo esto, pero quiero que sepas que la promesa que tanto Miguel como yo hicimos a tus abuelos no tenía período de caducidad, por lo que siempre velaremos por tus intereses.

»A partir de hoy, recibirás un informe diario en el que podrás comprobar los movimientos bursátiles de tus acciones. No te preocupes si no lo entiendes, porque Miguel siempre estará dispuesto a resolver cualquier duda que pueda surgirte.

—No entiendo nada de valores bursátiles, por lo que, de momento, lo dejo en tus manos, pero una cosa sí tengo clara y es que, a partir de ahora, mi vida se separa de la de mis padres —afirmo con seguridad—. Cuando termine el curso en junio, volveré a Madrid y entonces podremos reunirnos.

—Como te he dicho, mi deber es velar por ti, se lo prometí a tus abuelos, así que voy a tomarme la libertad de darte un consejo, Olivia: no dejes de estudiar y continúa formándote; que te veas con dinero ahora no significa que puedas malgastarlo, porque el dinero sin cabeza desaparece tan rápidamente como aparece. Sé inteligente y haz que tus abuelos se sientan orgullosos de ti.

—No tengo intención de malgastarlo ni de dejar de estudiar, eso nunca: mi deseo es ser matrona y no cesaré en mi empeño hasta conseguirlo —contesto sintiendo inexplicablemente a Marcela cerca de mí después de tanto tiempo sin hacerlo.

—Un bonito trabajo, aunque también sacrificado.

—Es lo que deseo.

—No tengo nada que objetar a eso. Llámame cuando regreses y comeremos juntos. Olivia —guarda un minuto de silencio, como si estuviera midiendo sus palabras—: tu padre es el presidente del Gobierno y un hombre muy influyente. Legalmente no tiene autoridad sobre ti, pero el poder puede ser peligroso, así que no dudes en ponerte en contacto conmigo si intenta coaccionarte de alguna manera.

—Gracias —susurro entendiéndole de inmediato.

—Muy bien, me despido ya. Nos vemos en unos meses.

—Hasta entonces —murmuro y cuelgo.

—¿Qué te parece, Alice? —le pregunto sin poder reaccionar.

—No puedes hacerlo —me dice mirándome fijamente, obviando mi pregunta.

—¿El qué?

—Irte —susurra sin dejar de mirarme.

—¿Por qué? —le pregunto en un hilo de voz.

—Porque ayer el secretario de tu padre se puso en contacto con la directora para comunicarle que seguirás cursando tus estudios aquí en Irlanda, concretamente en el Trinity College, además de enviarle un detalle con varias carreras para que, una vez sepas tu nota media, elijas entre ellas —musita intentando calibrar mi reacción, a la vez que me tiende un folio con las carreras que mis padres consideran apropiadas para mí y que, de antemano, ya sé que voy a odiar.

—¿Cómooo? ¿Por qué no me lo contaste, Alice? ¿Cómo has podido ocultarme algo así? —le reclamo enfadada sin coger el folio que tiene entre los dedos.

—Porque ayer era tu cumpleaños y no quería estropeártelo.

—Alice, me importa bien poco lo que mis padres deseen que estudie o lo que quieran; por fin soy mayor de edad y puedo decidir por mí misma.

—Porque tienes dinero, ¿verdad? —me pregunta con seriedad y con un punto de crítica.

—Sí, eso facilitará mucho mi vida sin duda, pero, aunque no lo tuviera, me iría igual. ¿No lo entiendes, Alice? —me quejo frustrada—. Durante dos años he sido como una huérfana: no me han llamado ni una sola vez, no han sabido si estaba enferma o sana, triste o feliz; no he leído este listado, pero de antemano ya puedo decirte que la carrera de Enfermería no figura como opción. ¿Crees que es porque no lo saben? Por supuesto que lo saben, pero lo que yo desee no les importa, como tampoco les importa mi vida lo más mínimo. ¿Sabes por qué quieren que estudie en el Trinity? Para mantenerme alejada de su vida, porque les estorbo y porque no me quieren con ellos.

»Alice, tú no sabes nada de mi pasado —murmuro—, no sabes nada de ellos, ni de mi vida antes de llegar aquí, pero créeme cuando te digo que no les debo nada, y luego está el hombre del que te hablé. Alice, necesito encontrarlo, mi vida está junto a él.

—Entonces llámalos y díselo; deben saberlo, Olivia, porque sí les debes algo: tu formación. Entiendo que estés dolida con ellos, yo también lo estaría, pero aun así son tus padres. Haz las cosas correctamente y camina con la cabeza bien alta, porque será de la única manera en la que podrás ser feliz. Además, si te fueras de aquí sin que ellos lo supieran, ¿en qué situación dejarías al internado o a mí? Toda la responsabilidad recaería sobre nosotros.

—Alice, soy mayor de edad, no hay responsabilidad que valga —replico enfadada.

—¡Ni mayor de edad ni leches! Tus padres confiaron en nosotros para tu educación y también para tu bienestar; si te marchas como tienes intención de hacer, vas a dejar en muy mal lugar al internado y a mí como tu tutora. Creía que, durante estos años, este colegio te había aportado algo más que conocimientos, creía que te habíamos ayudado a crecer como persona —me recrimina.

—Eso no es justo, Alice —me quejo alzando la voz—. Sabes de sobra que ha sido así, pero ¿qué quieres que les diga? ¡Dime! ¿Qué les digo a dos personas a las que no les importa lo más mínimo mi vida?

—Lo mismo que me has dicho a mí, ni más ni menos. No te pongas a su mismo nivel, cielo, y haz las cosas bien. No tienes por qué llamarlos ni hoy ni mañana, pero hazlo. Vive tu vida sabiendo que has dados los pasos correctos y, cuando llegues a Madrid o donde esté ese hombre, busca una universidad y continúa estudiando y formándote. Nunca cojas el camino fácil, porque ése será un camino sin salida, ¿me lo prometes?

—Lo prometo —murmuro un tanto molesta por tener que llamarlos.

—Otra cosa: quiero que me prometas que me llamarás todos los días, quiero saber que estás bien y, sobre todo, quiero que me prometas que volveremos a vernos. —Promesas... más promesas... como en aquel sueño de Juan y Marcela, como las que nos hicimos Roberto y yo hace tanto tiempo, tan distintas pero con el amor como único nexo de unión.

—Te lo prometo —acepto sonriendo por fin—; también quiero volver a verte.

—Y yo —murmura abrazándome—. Te echaré de menos, mi niña.

—Y yo a ti.

 

 

Los siguientes meses son frenéticos. El fin de curso está cerca y, con él, el Leaving Certificate. Estudio hasta el agotamiento; me he propuesto sacar todas las asignaturas con honores y dedico hasta el último segundo de mi día a estudiar, sacando fuerzas de flaqueza por él, por mí y por estos dos últimos años.

Estamos en junio; hoy he realizado mi último examen y salgo del edificio principal satisfecha con el resultado, pues, aunque hasta agosto no sabré la nota final, algo en mi interior me dice que me licenciaré con honores. Todo ha terminado y me siento un momento en el banco que rodea el viejo árbol, que tantas veces me vio llorar al cobijo de sus ramas, y miro a mi alrededor, recordando mis primeros días, mi sufrimiento, mi angustia... y lo veo tan lejano... yo misma me veo tan distinta, tan diferente a cuando llegué. Por primera vez me siento en paz conmigo misma.

Los rayos del sol de principio de verano pintan de colores el paisaje... el verde del césped y de las hojas de los árboles, el azul del cielo, el blanco de las nubes... el viento cálido acaricia mi cara y me siento bien y en conexión con este lugar, mi hogar irlandés.

—¿En qué piensas? —me pregunta Alice sentándose a mi lado con una carpeta en la mano.

—Estaba recordando mis primeros días aquí —le digo sonriendo.

—No fue fácil.

—No... no lo fue.

—¿Y ahora?

—Lo echaré de menos, echaré de menos todo eso.

—¡Madre mía! —suelta con una carcajada—. Si llego a decirte eso el primer día que llegaste aquí, estoy segura de que me hubieras dado una buena torta.

—Fijo —le contesto riendo—; la verdad es que estaba muy enfadada —murmuro—. ¿Qué llevas en esa carpeta?

—La reserva de tu vuelo para el viernes. ¿Cuándo llamarás a tus padres?

—El mismo viernes, antes de ir al aeropuerto.

—Perfecto —musita con una cálida sonrisa— aunque ahora no lo creas, estás haciendo lo correcto.

—Gracias por todo, Alice.

—No me las des, sabes que te quiero mucho y haría lo que fuera por ti... y, ahora, vamos a divertirnos, que en el comedor han montado una pequeña fiesta de despedida —me informa riendo y tirando de mí hacia donde se encuentran mis amigas, como ha venido haciendo desde el primer día.

Mi Alice; sus tirones y su alegría son, junto con Elsa, lo mejor que me ha ocurrido estos dos últimos años.