Capítulo 35
Despierto con los rayos del sol y me levanto dejando a mi amiga durmiendo como una bendita. Me aseo y bajo a la cocina, donde Paqui está preparando el desayuno.
—¡Buenos días, Paqui! ¿Te ayudo?
—Sí, hija, prepara el café, que hoy llego tarde seguro. —Aunque sé que no lo soy, me gusta que me llame hija.
—¿Y Bruno?
—Se marchó hace un par de horas; hoy tenía el día a tope entre consultas y partos —me contesta poniendo a calentar la leche.
—Entre partos estaré yo dentro de unos años —digo sonriendo—. Estoy deseando comenzar la universidad, pero antes tendré que encontrar piso —añado tendiéndole el café.
—Siéntate aquí conmigo —me pide dándole un sorbo—. ¿Para qué quieres buscar piso cuando esta casa es tan grande? ¿No te sientes a gusto aquí?
—Claro que sí, no es por eso —murmuro.
—Entonces, ¿por qué quieres irte?
—Paqui, vine para unos días y llevo apoltronada en tu casa casi tres meses —respondo sonriendo.
—Como si fueran tres años o treinta... bueno, treinta no, por favor —se corrige riéndose con ganas—. En serio, estamos encantados contigo, tanto Bruno como yo, la abuela, David... todos te hemos cogido cariño y nos encanta tenerte con nosotros, quédate. A no ser que quieras vivir sola, ahí ya no me meto.
—No, no... qué va, pero no quiero ser un estorbo.
—¡Anda ya! ¿Cómo se te ocurre pensar algo así? Quédate, en serio. Elsa te quiere mucho y nosotros también.
—Y yo... —susurro emocionada—. Vale, ¡me quedo! —acepto riendo para ahogar las ganas que siento de llorar.
—¡Estupendo! ¡Ya verás cuando se entere Elsa! Bueno, me marcho, que llego tarde —me dice despidiéndose con un beso—. Nos vemos luego.
La veo salir de la cocina y me llevo una mano a la mejilla que ha besado; todavía me sorprende cuando me dan besos así de espontáneos, Paqui sobre todo, y ese simple gesto, que mi amiga o David pasan por alto, para mí es sorprendente y siempre me pregunto ¿a mí también?
Septiembre da paso a octubre y a nuestro comienzo en la universidad. Elsa va a estudiar también la carrera de Enfermería, posiblemente contagiada por mi entusiasmo, pero teniendo claro, para frustración de Bruno, que su especialización no será la de matrona, así que juntas y de la mano, continuamos nuestros estudios como en Irlanda.
Acompaño a Bruno todas las tardes que puedo a su consulta privada, donde absorbo como una esponja cada una de sus explicaciones y, aunque no le digo nada, para asombro mío, muchas de ellas no son nuevas para mí; no sé si es instinto, como él piensa, o porque, durante las veces que soñé con Marcela, era yo la que palpaba, la que atendía las indicaciones de Inés, la partera, o la que ayudaba a nacer a la sobrina de Juan; sea lo que sea, esos conocimientos permanecen en mí, inalterables a pesar del tiempo.
Salimos los fines de semana con los amigos de Elsa, que terminan siendo los míos, pero sólo eso, pues soy incapaz de fijarme en ningún hombre, para cabreo de Elsa, que no deja de repetirme que no puedo pasarme la vida viviendo de recuerdos. Pero ¿de verdad no puedo? Porque yo estoy bien así; estudiando lo que quiero y viviendo con una familia que me quiere más de lo que me ha querido la mía, exceptuando por supuesto a mis abuelos.
—Hoy Carlos me ha pedido tu número de teléfono —me comenta Elsa mientras entramos en la cafetería de la uni.
—¿No se lo habrás dado, verdad? —pregunto entrecerrando los ojos.
—Por supuesto que sí —me contesta tan tranquila, sentándose en nuestra mesa.
—¿Por qué? —me quejo enfadada, sentándome frente a ella.
—¿Por qué va a ser? ¡Para que te llame!
—¿Y si yo no quiero que lo haga?
—¿Y por qué no vas a querer? Es guapo, divertido y buen tío. ¿Qué más quieres?
—Elsa, no me gusta —contesto armándome de paciencia.
—No lo conoces, ya te gustará. Esto es como el comer: aunque no tengas hambre, mientras vas comiendo, te va entrando —me dice guiñándome un ojo.
—Que no, tía, que no... que me conozco y sé que no va a gustarme.
—¿Por qué? ¿Por Roberto? Olivia, ese hombre está casado y es padre, ¿vas a guardarle luto de por vida? No me jodas —me replica haciendo una mueca.
—No se trata de eso, es solamente que todavía no estoy preparada.
—¿Y cuándo vas a estarlo? ¿Cuando tengas ochenta años?
—¿Y yo qué sé? La verdad es que no me apetece nada estar con alguien.
—Entonces, hazte monja —me riñe enfadándose conmigo.
—No lo entiendes, Elsa. Él era mi todo; no es tan fácil olvidar a alguien a quien has querido con toda tu alma.
—Y al que te aferras como un clavo ardiendo, ¿a qué esperas para dejarlo ir?
—No quiero hacerlo —susurro.
—¿Por qué? —me pregunta frustrada alzando la voz.
—Porque no puedo; no me presiones, yo soy feliz así.
—¿Feliz? ¿En serio? ¿Llorando todas las noches?
—Es una felicidad agridulce —murmuro encogiéndome de hombros.
—Vete a hacer puñetas; no pienso decirle nada a Carlos, ya te apañarás tú con él.
Respiro profundamente, no pienso salir ni con Carlos ni con nadie. Por suerte, poco a poco comienzan a llegar nuestras compañeras y Elsa deja el tema para centrarnos en los estudios y en mi primer traje de fallera.
Aconsejada por ella y por Paqui, he comprado la tela para que su modista de toda la vida me lo haga: el cancán, las manteletas, los zapatos, la mantilla, el aderezo... un sinfín de cosas para lucir como una auténtica fallera. Y así, entre nuestros estudios, las comidas esporádicas en el casal, punto de encuentro entre falleros de una misma comisión, y nuestras salidas los fines de semana, van transcurriendo los meses.
Por primera vez paso mis Navidades con una familia unida... tíos, primos, sobrinos, todos me acogen con los brazos abiertos, haciéndome sentir una más, y las disfruto de verdad, patinando en la pista de hielo que montan en la plaza del ayuntamiento, comprando regalos para todos, yendo al cine y saliendo de marcha con Elsa y nuestras amigas y, sin darme cuenta, los días pasan volando entre risas, comidas, cenas y unión... y siempre esperando, esperando encontrarme de nuevo con él.
Diciembre y enero dan paso a febrero y, con él, la primera vez que me visto de fallera para la presentació, y, de su mano, marzo y las fallas, que en casa de Elsa se viven intensamente; a casa sólo vamos a dormir, porque el resto del día lo pasamos metidas en el casal.
La despertà, que como el propio nombre indica en valenciano es ir por las calles tirando petardos y despertando al vecindario, la plantà de la falla, las comidas en el casal —la paella, el arroz al horno, los buñuelos...—, la mascletà con el terratremol final, el olor a pólvora, las charangas, las cenas, la ofrenda, la cremà de la falla... Por fin entiendo que Elsa no quisiera perderse nada de todo esto. Yo, que no soy valenciana, estoy viviéndolo como si lo fuera; lo más emocionante es la ofrenda, en la que, junto a Elsa, entrego mi ramo de flores a la Mare de Déu llorando, presa de la emoción.
Entrar en la plaza vestida con este maravillo traje, con la música, las flores... y ver a la Virgen en medio de ella, con su manto creado con todos nuestros ramos, y con Elsa a mi lado llorando como una magdalena, me emociona de tal forma que acabo llorando yo también al entregar el mío y, frente a esta Virgen con su niño en brazos, siento que todo es posible y pido mi deseo, «haz que pueda estar con él», entre lágrimas.
Los días se convierten en semanas; las semanas, en meses, y la familia de Elsa, en la mía. Sus padres velan por mí como lo hacen por Elsa y David, y esa preocupación me emociona y me llena por completo. Por primera vez desde que murieron mis abuelos, no me molesta que me digan qué debo hacer, porque sé que esos consejos o normas son fruto de la preocupación y del amor, algo tan valioso para mí.