Capítulo 18
—Dime.
—¿Dónde cojones estás? Habíamos quedado a las cuatro y media y son las cinco y cuarto —brama enfadado.
¡Mierda, mierda, mierda!
—¡Perdona, Javier! En diez minutos estoy ahí. —Cuelgo y miro a Roberto, que no entiende nada—. Tengo que irme. ¿Dónde está el baño? Pídeme un taxi, por favor.
—La primera puerta a la derecha —me contesta con dureza.
—¡Pídeme un taxi! —repito mientras salgo disparada hacia el baño.
Tengo sangre entre las piernas y me limpio sonriendo y sintiéndome mujer, sintiéndome diferente. Me visto más rápido de lo que he hecho nunca y en dos minutos estoy a punto para irme, pero me sorprendo al ver a Roberto vestido en la puerta, esperándome.
—Quiero una explicación; vamos, yo te llevo.
—Roberto, es una larga historia —contesto intentando zafarme del asunto, temerosa de que no lo entienda.
—Resume —me pide cortante mientras entramos en el ascensor—. ¿Por qué ese tal Javier está esperándote? ¿Y quién es?
—Es solamente un amigo, pero mis padres piensan que salgo con él. —Me mira con severidad y me apresuro en aclarárselo—. Roberto, mi vida en casa es una mierda; no me va el rollo de mis amigas y una noche, en una cena con uno de los colegas de mi padre, conocí a Javier. Él vive una situación similar en su casa y, cuando terminamos de cenar, le pidió permiso a mi padre para invitarme a tomar algo. Esa noche, por primera vez, me vestí como una chica de mi edad —le digo mientras subimos a su coche y le indico la dirección de Montse.
—Explícame lo de la ropa.
—¿Crees que mis padres consentirían que vistiera así?
—¿Cómo? ¿Medio desnuda? —me pregunta sonriendo por fin, en una clara alusión al día en que nos dimos nuestro primer beso.
—Muy gracioso —contesto sonriendo yo también—. Esa noche Javier me llevó a casa de Montse, una amiga suya. Allí es donde nos cambiamos y dejamos de ser los chicos megapijos que somos para ser jóvenes normales. Ella me presta su ropa y yo, la mía.
—¿Os cambiáis la ropa? —me plantea con incredulidad.
—Sí. Oye, puede que no lo entiendas, pero, si te dijera que en mi armario tengo ropa de las principales firmas y, en cambio, mataría por tener unas Converse y unos vaqueros, ¿lo creerías?
»Y no es sólo la ropa, es todo... Esa noche, también por primera vez, fui a un pub y probé el alcohol. Algo que para las chicas de mi edad es habitual, es una novedad para mí con dieciséis años. ¡Pero si no sabía que existía el vodka de colores!
—Tus padres piensan que sales con él —masculla apretando el volante, obviando todo lo que estoy contándole.
—Sólo así puedo estar aquí. Mis amigas llevan otro ritmo que a mí no me va... Mira, es ahí —le señalo mientras veo a Javier esperándome en la puerta de casa de Montse junto a ella—. Tengo que irme, nos vemos —me despido y salgo del coche disparada hacia ellos—. Lo siento, lo siento, lo siento —me disculpo mientras entramos en casa de Montse.
—Tía, no metas la pata; recuerda que me arrastras a mí también —me regaña Javier, enfadado.
—Venga, tío... no te preocupes, se ha despistado —intenta conciliar Montse, pero Javier está furioso y no se molesta en disimularlo.
—¡Una hora, Montse! —grita irritado.
—¡Ya te he dicho que lo siento! Te prometo que no se repetirá.
—Eso si no nos pillan y tus padres continúan confiando en mí.
—Tranquilo, tienen la reunión esa y luego la cena.
—¡Olivia, habrán llegado ya a casa! Esas cenas se alargan, pero no tanto; llegamos demasiado tarde. ¿Por qué has quedado con Montse a las cuatro y media? ¡Siempre nos vamos antes!
—¡Porque necesitaba estar más tiempo con él! —Estoy sudando del susto que llevo encima de tan sólo imaginar que mis padres puedan pillarme. ¡Mierda! ¿Por qué no me he dado cuenta de la hora que era?
—Tranquilos, ¿vale? Vuestros padres pasan de vosotros, no se enterarán de nada. Venga, que os pido un taxi.
—Ve inventándote una excusa —sigue regañándome Javier.
Me visto, me retoco el maquillaje después de quitarme las sombras ahumadas, me peino y me perfumo un poco y, en tiempo récord, vuelvo a ser la Olivia de siempre y, a toda prisa, salimos de casa de Montse.
Me quedo asombrada cuando a quien veo en la puerta es a Roberto, que me mira boquiabierto, y le sonrío con timidez.
—Qué elegante, pareces otra —dice devorándome con la mirada.
—Pensaba que te habías ido —susurro en un tímida sonrisa—. Roberto, te presento a Javier.
—Encantado —dice Javier tendiéndole la mano—. Estarás alucinado con todo esto, ¿no?
—Un poco. ¿Queréis que os lleve?
—No, gracias. Si mis padres nos pillan, no sabría cómo justificar que nos llevaras tú. Mira, Javier, ahí está el taxi. Adiós, Roberto.
Voy a marcharme disparada cuando, cogiéndome de la cadera, me acerca a él y, apretándome contra su cuerpo, me besa posesivamente, haciendo que me derrita entre sus brazos.
—Venga, tortolitos, que no vamos sobrados de tiempo.
—Quiero verte mañana —susurra.
—Dame tu número de teléfono, mañana hablamos.
Anoto su número y, como una exhalación, subo al taxi en el que ya está esperándome Javier y, a pesar de los nervios y el temor a ser descubierta, no puedo evitar sonreír.
—Te has acostado con él, ¿verdad? —me pregunta Javier cuando el taxi ya está en marcha.
—Sí —contesto feliz.
—¿Te ha gustado?
—Muchísimo; ha sido increíble, Javier.
—Parece un buen tío.
—Lo es.
—Olivia, siento haberme enfadado contigo. Sé cómo te sientes, pero, si quieres continuar viéndolo, tendrás que ser más cuidadosa.
—Te prometo que nunca más volverá a suceder.
—¿Mañana paso a por ti? —me pregunta sonriendo.
—Por favor —respondo también sonriendo—. Y tú, ¿qué harás?
—Irme con Toni, por supuesto.
—¿Estáis mejor?
—Sí, pero necesitamos pasar más tiempo juntos.
—Yo también, Javier, necesito estar con él todo lo que pueda.
Llegamos a mi casa, me despido y entro sigilosamente con el corazón latiendo desbocado dentro de mí... ¡pum!, ¡pum!, ¡pum! Voy directa a mi habitación y, tras ponerme el pijama, me acuesto con una maravillosa sonrisa en la cara... y sueño de nuevo...
Es tarde, pero no tengo sueño y decido quedarme un poco más en la cocina, tomándome un vaso de leche, envuelta en mi chal. Tanto esta estancia como el resto de la casa están en silencio; todos duermen menos yo, que no puedo dejar de pensar en Juan. Desde que lo vi en la chocolatería con la señorita Cayetana, no he vuelto a cruzar palabra con él y mi corazón se revela. Y, a pesar de que sé que no tengo razón, me siento traicionada y abandonada... «Mira que soy tonta», me regaño levantándome saliendo de la cocina hacia mi habitación.
Pero mis pasos traicioneros me llevan hasta la suya y, a pesar de ser consciente de que son los celos los que los guían, dejo de lado todos mis prejuicios y, tímidamente, abro la puerta sin llamar.
La habitación está a oscuras y diviso su silueta en la cama. El corazón late con fuerza dentro de mí; sé que no debo estar aquí, sé que no debo hacer lo que deseo hacer, sé que estoy siendo libertina e inmoral, pero también sé que no quiero perderlo, que, aunque no pueda ofrecerme una vida junto a él, puede prometerme una parte de su corazón... y con eso tengo suficiente, así que, titubeante, llego hasta su cama.
Me siento sobre ella y lo miro llena de amor. Su rostro masculino está relajado, tan bello como siempre, y, despacio, acerco mis labios a los suyos, con miles de sentimientos bullendo dentro de mí.
Profundizo en el beso y siento cómo, poco a poco, va despertando.
—¿¿¿Marcela??? —me pregunta incorporándose sin entender nada.
—Chis... no digas nada... sólo bésame —murmuro rozando sus labios.
—Marcela, ¿estás segura de que quieres esto? —añade apartándose ligeramente de mí—. Nunca podremos tener un futuro juntos.
—Lo sé, Juan, lo sé. Olvídate de todo y bésame, por favor —le pido intentando olvidarme yo también de todas las razones por las que no deberíamos estar juntos.
Su mano acaricia mi mejilla, haciendo que arda con su simple roce; su mirada enciende mi cuerpo, pero son sus labios los que lo hacen vibrar, apremiantes y anhelantes; son sus brazos los que me levantan, acostándome junto a él, y son sus manos las que suben por debajo de mi falda en busca de mi húmeda intimidad. Es mi gemido el que rompe el silencio de la habitación y mis manos las que tocan tímidamente su cuerpo.
—Te deseo tanto... dime hasta dónde quieres que lleguemos antes de que no pueda parar —jadea con sus labios a escasos centímetros de los míos y con sus manos rozando mi zona más íntima, que lo reclama apremiante.
—No hasta el final... no tan pronto, Juan —murmuro asustada, a pesar de que mi interior me pide más y más.
—Marcela... —susurra besándome—... sólo hasta donde tú quieras, mi niña...
Abro los ojos acalorada, completamente excitada por lo vívido que ha resultado el sueño, sintiendo mi sexo mojado y la necesidad de Marcela ahogándome. ¡Madre mía! ¿Por qué he tenido que despertar? Marcela y Juan juntos por fin, como nosotros... Cojo aire profundamente, intentando serenarme. «Anoche perdí la virginidad con Roberto y Marcela, en mi sueño, ha dado un paso increíble al aceptar ese tipo de relación con Juan, y ambas relaciones están prohibidas a los ojos de los demás —pienso de inmediato—. ¿Cómo podemos tener vidas tan distintas y tan similares en lo esencial?», me pregunto frustrada dirigiéndome a la ducha y dejando que el agua enfríe mi cuerpo acalorado por el sueño, mientras mis recuerdos regresan con fuerza... sus besos, sus caricias y la sensación de tenerlo dentro de mí... Los músculos de mi vagina se contraen de nuevo, necesito estar otra vez con él. Salgo de la ducha y, envolviendo mi cuerpo en una toalla, cojo el móvil y le envío un mensaje.
Estoy deseando verte...
Espero impaciente con la mirada fija en la pantalla, incapaz de moverme... ¡Venga! ¡Venga! ¡Venga! Contesta...
Yo también. ¿Vienes a mi casa a las doce?
Sonrío y le contesto feliz.
Allí estaré.
Miro el reloj; son las once y llamo a Javier.
—¿Quéee? —articula medio dormido.
—¡Javier! ¿Todavía estás durmiendo?
—¿A ti qué te parece, puñetera? ¿Para qué me llamas tan temprano?
—¡Despiértate! Has quedado con Toni a las doce y, como no te des prisa, llegarás tarde.
—¡Capulla! ¡Eres tú la que ha quedado! ¿Adónde vas tan temprano?
—Javier, te lo dije: necesito aprovechar cada segundo con él...
—Qué ansiosa, hija. ¿Sabes que el sexo no caduca, verdad? —me pregunta aún amodorrado.
—¿No me digas? ¡Venga! ¡Levántate, dormilón!
—¡Qué tortura! La que me espera contigo... Déjame dormir un poco más, te prometo que estaré ahí antes de las doce —suelta arrastrando las palabras.
—¡Te dormirás seguro! ¡Venga, levántate!
—¡Que nooo! Cinco minutos más y me espabilo, lo juro —me dice antes de colgar.
¡Mierda! Ojalá no se duerma; no quiero llegar tarde, pero tampoco quiero atosigarlo más y empiezo a vestirme. Hace fresco y opto por un vestido estampado de Andrew GN, con una americana roja y unas bailarinas. Me peino con una cola ligeramente deshecha, me maquillo suavemente y salgo hacia la cocina. No tengo mucha hambre, pero necesito un café urgentemente.
—Buenos días, Olivia.
Me giro y veo a mi madre en el salón.
—Buenos días, mamá. Qué guapa estás, ¿vas a salir? —le pregunto admirándola durante unos segundos. Lleva un vestido blanco, con unos zapatos nude a juego con su cartera de mano, y está radiante, como siempre.
—Sí; tu padre y yo vamos a comer con unos colegas del partido. ¿Y tú? ¿Adónde vas tan arreglada? No sabía que ibas a salir.
—No sabía que estabas en casa, por eso no te lo he consultado. He quedado con Javier. ¿Te parece bien que salga con él?
—Sabes que ese chico me cae muy bien; además, ahora, con el trabajo de tu padre, vamos a estar muy ocupados y Javier es una buena compañía para ti —declara mirándome de arriba abajo—. Me gusta el look que has elegido.
—Gracias. Voy a tomar un café, ¿quieres uno? —pregunto deseando que diga que sí y poder compartir unos momentos con ella.
—No, gracias, tengo que irme.
—Vale —murmuro con tristeza, para luego ver cómo abandona el salón sin molestarse en darme un simple beso.
Javier pasa a recogerme puntual a las doce. Mis padres ya no están en casa y, entre risas, nos dirigimos al taxi que espera en la puerta.
—¡Capulla! —me dice riendo. Tiene una risa contagiosa y me río con él.
Hablamos durante todo el trayecto sobre lo de anoche; a él tampoco lo pillaron, pero, aun así, me da la brasa sin descanso.
—Que síii, te prometo que no volverá a suceder —insisto mientras el taxi estaciona delante de casa de Roberto—. ¡Diviértete! ¡Luego nos vemos! —me despido dándole un beso y cerrando la puerta.
Nerviosa e impaciente por verlo de nuevo, llego hasta su piso; llamo y en dos segundos lo tengo frente a mí. Nos miramos con deseo y, cogiéndome del brazo, me mete en su casa y cierra la puerta con un sonoro portazo.
Me apoya contra la pared y me besa con rudeza, mientras sus manos recorren mi cuerpo y me despoja de la americana.
—¿Siempre vas tan elegante, Oli? —murmura rozando sus labios con los míos, torturándome, mordiéndolos y haciendo que me estremezca.
—Siempre —jadeo.
—Estoy deseando quitarte la ropa —me dice mientras me lleva a su habitación sin despegar su boca de la mía—. Ven, comenzamos nuevo tema hoy. —Sus ojos hierven de deseo mirándome y empieza a desnudarme, deshaciéndose del vestido y dejándome sólo con mi ropa interior—. Llevo desde que te fuiste anoche echándote de menos —murmura desabrochando mi sujetador y dejando mis pechos libres y dispuestos para él.
Traza círculos con su lengua alrededor de mis pezones para luego atraparlos, succionarlos y terminar con un mordisco, y gimo acalorada buscando sus labios y fundiéndonos en un beso ardiente y desesperado.
—Desnúdame, Oli —me pide con voz ronca.
Lo miro jadeando... es tan... todo, que no sé por dónde empezar. Le quito la camiseta, que se ciñe a su cuerpo, y le beso el cuello, deslizando luego mi lengua por su pecho hasta llegar al botón de su pantalón; lo desabrocho y me deshago de él, dejándolo únicamente con los slips. Lo miro fascinada y se los quito, liberando su enorme erección. ¡Dios mío! Necesito tocarlo y, dirigiendo mi mano hacia su miembro, lo acaricio... ¡Uau! Es tan suave y tan duro a la vez...
—Éste es el tema de hoy. Oli, ven —me dice sentándose en la cama—. Arrodíllate delante de mí —me pide con voz ronca.
Lo hago y su sexo queda frente a mi cara.
—En la cama, tan importante es que te den placer como que tú lo des. Dame la mano.
Lo hago y la pone alrededor de su sexo, y otra vez me sorprende su suavidad y su dureza.
—Muévela, arriba y abajo, así... presionando —murmura con voz ronca.
Lo hago y gime; incremento el ritmo, pero de nuevo quiero más, quiero descubrir a qué sabe, quiero hacerle sentir lo que él me hizo sentir a mí y, titubeante, acerco mis labios a su sexo, metiéndolo de lleno en mi boca. ¡Uau! Cubro mis dientes con los labios y me dejo llevar, chupando de arriba abajo, presionando, soltando y llevándolo al límite, actuando por instinto.
—Joder, Oli... sí... cariño... —jadea.
Me enciende oírlo e incremento el ritmo, excitándome con la situación. Estoy empapada; mi sexo palpita de anticipación y me demoro en el suyo metiéndolo hasta el fondo de mi garganta, imaginando que me está poseyendo la boca, y me aferro a ese trasero que tantas veces he deseado tocar... es mío, él es mío.
—Para, cariño, no quiero correrme en tu boca —me ruega jadeando, apartándome de él.
—¿Por qué? Yo sí lo hice ayer en la tuya.
—No es lo mismo; no sé si te gustaría. Ven —me dice tumbándome en la cama. Su mirada recorre mi cuerpo y se detiene en mi sexo, oscureciéndose y humedeciéndome—. Me parece que te sobra algo de ropa, ¿no crees? —murmura quitándome las braguitas de un tirón—. Mucho mejor así, completamente accesible para mí —susurra con voz ronca abriéndome las piernas y deslizando su dedo por mi sexo—. Estás tan mojada... —acercando su boca, barre mi sexo de un lengüetazo—, te chuparía durante horas —dice mirándome.
Tengo las piernas abiertas del todo y su cara en mi sexo, pero no siento vergüenza y es el deseo quien habla por mí.
—Hazlo, chúpame. —Mi sexo palpita de deseo; me duele y me arqueo, anhelando que lo haga cuanto antes.
—Me gusta oírte hablar así —susurra mientras succiona mi clítoris, empleándose a fondo.
Mete dos dedos en mi húmeda hendidura y me arqueo aferrándome a las sábanas, mientras su lasciva lengua no me da tregua. Voy a llorar de placer. Mordisquea y chupa mis labios, demorándose en ellos, y un espasmo recorre mi columna; mi hinchado clítoris lo reclama y, como si entendiera mi cuerpo, lo apresa entre sus labios, succionándolo y endureciéndolo; me tenso de pies a cabeza y estallo en un grito.
Se pone un preservativo y nuestras miradas se encuentran de nuevo.
—Hazme el amor, Roberto —pido jadeando.
—No, Oli. Siguiente lección... hoy voy a follarte.
Y sin darme tiempo a reaccionar, me sorprende dándome la vuelta sin apenas esfuerzo y, tras levantar mi trasero, me penetra desde atrás con fuerza, hasta el fondo. ¡Uau! Tiene una mano en mi cadera y la otra en mi nuca; guía mi cuerpo, que reacciona por instinto a sus potentes embestidas... dentro, fuera, fuerte, duro, rápido... Miles de sensaciones arrasan mi cuerpo y grito sin contenerme, echándolo de menos cuando abandona mi interior y recibiéndolo con posesión cuando regresa, más, más, más...
—¡No te contengas, quiero oírte! —ruge a mi espalda sin dejar de moverse con fiereza.
La sangre me quema, haciendo que arda. Lo siento llegar profundo; estoy sintiendo demasiado y, antes de que me pida lo imposible, estallo en un increíble orgasmo que me inunda, llenándome de él, mientras Roberto continúa con sus embestidas para dejarse ir conmigo con un rugido que llega hasta mi interior, cayendo sobre mi espalda.
Siento mi cuerpo desmadejado debajo de él; no quiero moverme, me quedaría así el resto de mi vida, con su cara enterrada en mi cuello y su cuerpo cubriendo el mío.