Ala derecha del tríptico
Esa fue la tirada de Ámsterdam, la de las nueve cartas: en el centro, el Colgado; por encima, el Ermitaño; por debajo, la Estrella; a la derecha de la Echadora de cartas, la Luna, y a la izquierda, el Hierofante o Sumo sacerdote, invertido.
Para completar, las cuatro verticales, de abajo a arriba: el Mago, el Diablo, el Mundo y el Loco.
No pensé jamás que fuera necesario un libro para interpretar una tirada de cartas. Para encontrar la clave. Las señales son solo eso, señales. De nada vale reclamar al arúspice la intriga, el hilo conductor. Desmadejada de la vida, como quien dice. Así que todo se mezcla, naipes y arquetipos que tienden al desorden y al enredo: atavíos, conductas, personalidades, costumbres, caminos esotéricos, algunos personajes, varias épocas y situaciones. Toda novela es como una obra alquímica, abanico de posibilidades: encajadas todas las piezas, en el atanor se destila la posible piedra filosofal, la rosa rúbea de la creación.
Tirada de cartas, fábula del mundo, pintura que refleja lo opaco de una sociedad, su espejo oscuro: el miedo, el poso de lo bárbaro y atávico, animal, en nuestros genes. Infiernos distintos en el tiempo y en el espacio que son en realidad los mismos, los que se obstina en perpetrar el ser humano con sus propios semejantes.
No hay una, sino muchas búsquedas. La palabra es una de ellas, ciclo en eterno movimiento. Con la inconsciencia del Loco y su impulso glorioso de emprender la senda, comienza la obra: se abre el tríptico, se peina la baraja, se revelan los augurios, trabajan los magos y se disponen las conjunciones estelares.