Melle de Loboso
Un tal Melle, vecino de Loboso, no era curador, pero eradiagnosticador. Le llevaban el enfermo, lo miraba, le hacía frotar las manos, le tomaba el aliento, y decía simplemente: —¡Morirás de lo mismo que el sastre Antón Meirado, de Molgas!
La mujer y el hijo mayor de mi pariente fueron a Santiso, y se encontraron con que Pedrón Cortón aún vivía, muy bien en sus noventa y dos años, y carnívoro, y los días festivos tortilla al ron. El propio Pedro Cortón les dijo a mis parientes que no podía servirles.
—¿Quién sabe de lo que voy a morir? ¡Vuestro José que aguante como estoy aguantando yo!
Pedro Cortón, de Santiso, cayó por las escaleras y se mató. Poco después mi pariente de Bretoña, también cayó por las escaleras, y se fracturó la base del cráneo. Tuve que ir yo al entierro una mañana en la que nevaba y venteaba como nunca he visto.
Melle, cuando cumplió los sesenta años, decidió aprender a leer y a escribir. En menos de un mes leía de corrido en manuscrito y escribía con mayúsculas. A los que le preguntaban a qué venía el tomarse aquel trabajo a sus años, contestaba que a lo mejor podía mandar algún recado desde el otro barrio, y que siempre sería mejor por escrito que de palabra. Para que no hubiese duda de que era él quien mandaba la noticia, dejaría antes de morir una muestra de letra con una seña en papel de barba. La seña consistía en poner dos oes en lugar de una, coomo poortador, Cooncha, que era el nombre de la mujer. Y mandó Melle que cuando muriese le metiesen en un bolsillo de la chaqueta papel, sobres y lápiz tinta. Se murió Melle y lo enterraron con el recado de escribir que pidiera, y el lápiz tinta afilado por las dos puntas, y aun le metieron en otro bolsillo una navajita, por si quebraba aquellas, que cargaba mucho al escribir, como todos los que aprenden tarde. Pasó tiempo, y no llegaba noticia ninguna de Melle difunto, y la gente de Loboso se iba olvidando de la ocurrencia que tuviera el diagnosticador. Pasaron dos largos inviernos en aquella alta sierra, y dos cortos y alegres veranos. Un sobrino de Melle fue a Meira a la feria y compró un par de gallinas, una pintada castellana y otra del cuello pelado, y al soltarlas en la era les miró el huevo, y la del cuello pelado, venía con él a punto, tanto que lo puso al otro día muy de mañana, y lo cacareó muy bien. Era un huevo alargado, con la cáscara amarillenta y manchada. El sobrino de Melle creyó que tendría dos yemas, y se le antojó de parva una torreznada, y cuando ya se arrugaban en la sartén los torreznos —que para tortilla, cortados finos, los gallegos llamamos liscos—, partió el huevo en un plato para batirlo, y el huevo por dentro estaba vacío de clara y yema, y solamente guardaba un sobre en el que estaba escrito con lápiz tinta, en letra comprobada de Melle y la seña patente, esto:
—«Arreglai la chimenea. Tu tioo que loo es Vitoorino Melle».
Y debajo un solemne rubricado. Y los observadores coincidieron en que Melle había mojado con su saliva por dos veces seguidas el lápiz tinta.
—¿Cómo es que hay saliva en el otro mundo?, se preguntaban los de Loboso. La gallina murió al día siguiente, después de que le entrasen unos temblores. Y el aviso del difunto habría llegado a tiempo si hubiese sido atendido, que dos noches después un vendaval que venía loco, se llevó la alta chimenea de la casa patrocial de los Melle, gente rubia, germánica, lacónica.
Y esto es todo. Los Melle de Loboso conservan la carta del tío. Y hay vecinos que aseguran que recibieron otras, con consejos para pleitos. Estas no las muestran. Y todas ellas con la doble o de la seña: «Soobrinos míoos», etcétera.