La botica de Hama la Melodiosa

Fue en Hama de Siria donde, al parecer, se inventó esa práctica medicinal que consiste en curar catarros, enfermedades del pecho y los diversos vértigos poniendo al enfermo en un columpio, y columpiándolo, ya sobre arena, ya sobre campo de hierbas de olor o medicinales, ya sobre agua, según la dolencia que hubiese de ser curada. Tenemos testimonios fehacientes, desde el siglo XV hasta nuestros días. Cuando por los años diez de este siglo comenzó la emigración siria y libanesa a América del Sur, especialmente a la República Argentina y al Brasil, las mujeres que emigraban, antes de tomar el barco, italiano o alemán, viajaban a Hama si tenían posibles a columpiarse sobre agua, con lo cual, ya embarcadas, cruzaban el Océano sin marearse, mientras que se mareaban todas aquellas maronitas que no se habían columpiado en Hama la melodiosa, así llamada por la música de las fuentes en los patios de las casas. En Hama vivió aquella inglesa de sorprendente vida, lady Stanhope, amante de un héroe de las guerras napoleónicas, sir John Moore, muerto en La Coruña de las heridas recibidas en la batalla de Elviña. (A veces, el fantasma de lady Stanhope, una neblina blancuzca, se acerca, en el jardín de San Carlos de la ciudad gallega, al sepulcro de aquel a quien tanto amó. A causa de esto se ha sugerido que el Ayuntamiento coruñés coloque un letrero prohibiendo pisar la niebla que vaga alrededor del mausoleo de sir John). Pues lady Stanhope, cuando soñaba que regresaba desde Siria y el Líbano a Inglaterra, sólo con soñar el viaje marítimo se mareaba y vomitaba el desayuno de leche de cabra e higos en almíbar, y así, cuando sentía que le venía la nostalgia de la patria lejana —y lo notaba por sofocos y sudor—, iba a la botica más famosa de Hama a columpiarse sobre agua, primero, para quitarse el mareo aquel y, luego, sobre nueve rosales, cada uno con rosas diferentes, para reavivar los recuerdos amorosos. Que esta era otra de las virtudes de los columpios de las boticas de Hama. Dos que se habían querido y se habían separado, y no se habían vuelto a ver, se encontraban columpiándose, uno en una dirección y otro en otra, sobre campo de hierbas de olor o de rosas, les volvía el amor antiguo, con olvido de todo lo que los había separado. Y era una nueva primavera, con más besos que pájaros.

Las boticas de Hama, además del arte del columpio, muy complejo, puesto que el boticario columpiador tenía que medir, según las dolencias, los impulsos y vuelos, y buscar el suelo adecuado sobre el que se columpiaba el doliente, acostumbraban a tener un iraní entre los botes, para el que se buscaba un asiento de rejilla y tenía siempre al alcance de su mano una gran copa llena de agua. Estos iraníes de las boticas de Hama eran todos ellos ciegos, a causa de un sacrificio ritual. La ceguera, que se hacía con un hierro en forma de serpiente al rojo vivo, era, por así decir, como la sustitución de la muerte: cegar equivalía a matar. Casi todos estos ciegos eran soñadores, y por un arte que se nos escapa, capaces de vender a otros sus sueños, y era para esto para que los tenían entre sus pócimas los boticarios de Hama. Lady Stanhope misma compró dos o tres sueños a uno de estos persas, y los usaba a voluntad. Las farmacias de Hama se especializaron, y había la que tenía un soñador joven, otra tenía un adulto, otra un anciano, y así cada comprador adquiría el sueño que quería. Eran, en general, sueños amorosos y sentimentales, pero había quien compraba sueños de dinero, poder y gloria, como Abdullah, el rey hachemita del Jordán, ya en nuestros días, quien compró el llamado «sueño del malik vestido de seda», y lo consideró cumplido cuando, vestido de chaqué y con guantes de cabritilla en una mano y en la otra reluciente chistera, fue elegido vicepresidente del Parlamento turco. Durante años, Abdullah soñó que era malik, es decir, rey, pero se contentaba con la vicepresidencia otomana. «Los sueños se apoderaban del soñador —dijeron los hermanos Tharaud— y eran como opio o como masturbarse».

Las boticas de Hama eran ricas en aguas de los pozos del desierto, que ya se sabe que todas ellas son diferentes, y hierbas armenias y kurdas contra la epilepsia, la tartamudez y la sordera llamada de la araña. Probablemente parte de los métodos de curación de la sordera proceden de la ciencia médica china, conocida en el Oriente más cercano a través de las caravanas que acudían, por la ruta de la seda, a la feria de Samarcanda y al zoco de Damasco. En las boticas de Hama se vendía un paño de color verde, muy piloso, que era el utilizado para dejar expedito un oído. Ciertas sorderas son producidas porque dentro del oído se introduce una araña, la cual teje allí su tela de invierno, esperando alguna mosca friolera. Para expulsar a la araña, que impide oír, se pone sobre el hombro del sordo el dicho paño verde, y el boticario, en un tambor especial hecho el parche de piel de cordero nonnato, hace un redoble imitando el trueno de las tormentas de abril. Entonces la araña cree que ha llegado la primavera, se asoma, ve el campo verde, se confirma en su suposición y abandona el oído, dejándolo expedito para todos los sonidos. El boticario coge la araña con una pinza y la mata echándola en agua hirviendo. Siempre pensé que si yo hubiese enfermado de melancolía, acudiría a Hama la melodiosa, a columpiarme en un patio con una fuente en la que a mediodía beberían pájaros cantores. A columpiarme sobre los rosales.