La curación por la peluquería
Fue Leon Frobenius quien se refirió a la botica de Tombuctú, cuyo boticario era de la familia real de los kambe-bezé, que se decían parientes del rey de Portugal porque una de sus mujeres había quedado embarazada una vez de un mercader lusitano, allá a principios del siglo XVI, y tuvo tres retoños del mismo vientre, lo que nunca había sucedido entre los fan, subdivisión kambe-bezé, tribu siempre muy reducida porque las más de las esposas salían estériles, o como diría en su lengua portuguesa, y decimos los gallegos en la nuestra, marondas. Cada uno de los tres críos fue hecho rey de una provincia, y parece que aún hoy siguen existiendo las tres dinastías kambe-portuguesas. Como es sabido, la legitimidad de los tres reyes kambe-bezé se prueba porque desde el portugués se conservan en pequeñas ánforas de barro rojo los cordones umbilicales de todos los antepasados reales, y cuando hay lo que llamaremos coronación, pasan ante el nuevo rey los cabezas de familia, llevando las ánforas con los cordones de los reyes antiguos. Pues bien, en dicha botica existían, o existen todavía, doce cabezas de madera, imitando las humanas, en las cuales el boticario colocaba trozos de pelo, ya en la testa, ya en la barba, para que le sirviese de modelo en el corte y afeitado que iba a hacer en el paciente que se presentaba a pedir medicina, y según dolencia. Y así entre los kambe-bezé solía —o suele— hallarse a gentes cuya cabeza bien afeitada mostraba un mechón en la nuca, en un temporal o cayéndole sobre el frontal, afeitado media mejilla o la otra pilosa, o solamente piloso el mentón, o afeitado, etc. Y tal peluquería pertenecía a una medicación de muy estricta observancia: un corte de pelo o un afeitado correcto curaba determinada enfermedad. Probablemente, supone Frobenius, tal medicina procede del Sudán oriental, y al Sudán habrá llegado de Egipto en tiempos muy remotos, ya que los egipcios tenían prácticas medicinales que exigían determinado afeitado o corte de pelo, y un cráneo mondo y lirondo siempre fue considerado allá como conveniente para una buena salud. Aun en tiempos de Herodoto, en un campo de batalla en una guerra entre sirios y egipcios, esparcidos por el suelo los esqueletos de los muertos, el viajero distinguía el cráneo del nilota que vivió sin pelo, con la piel craneal al sol, del cráneo del sirio, peludo y encima empelucado. El cráneo del egipcio era duro, casi pétreo, mientras que el del sirio se deshacía bajo la presión del pulgar del curioso.
Los kambe-bezé poseyeron secreta una ciencia médica que le envidiaban los pueblos vecinos, y era tal que lograba conservar la vida de un moribundo durante un cierto espacio de tiempo, el necesario para que regresase a la aldea el hijo y heredero que estaba fuera, de caza o de guerra, por ejemplo, o a que diese a luz su mujer, o a que hubiese en el cielo luna nueva, cosa conveniente para su viaje de ultratumba, que duraba una luna, precisamente. Los antropólogos han descubierto que tal medicina, retardatoria de la muerte, consistía en extraer de los oídos del agonizante con una minúscula cucharilla de ébano, todo el ceramen que se pudiese, y con la cera extraída se hacía una velilla, siendo el pabilo de pelo trenzado del pubis de la madre más anciana de la tribu. El moribundo viviría tantos días como veces al atardecer fuese posible encender la velita. Se encendía, y apagaba inmediatamente por el médico mago, buscando siempre hacerla durar. Estas extrañas y pequeñas velas, cuyo origen se ignoraba, fueron vendidas en Lisboa por los lusitanos de las grandes descobertas, y aún usadas en la botica real de los de Aviz.