LAS MIL Y UNA NOCHES.

Éste es el libro de las «Mil y una Noches», maravillosa colección de cuentos árabes, bizantinos, indios y persas. Los recopilaron los poetas arábigos en honor de Haroum-Al-Raschid, quinto califa de la dinastía de los Abbasydas, que reinó en Bagdad.

Las crónicas de los antiguos reyes de Persia, que habían extendido su imperio por toda la India y más allá del Ganges, cuentan que hubo en otro tiempo un Sultán de aquella poderosa dinastía, llamado Schariar, amado por su sabiduría y su prudencia, y temido por su valor y el poder de sus ejércitos.

Su pueblo le quería ciegamente, y su reinado fue largos años feliz. Hasta que un día, enloquecido por la traición de su esposa, y creyendo en su furor que todas las mujeres eran lo mismo, concibió realizar una terrible venganza contra todas las doncellas de su reino. Llamó a su gran Visir y le dio orden de decapitar a la Sultana y a todas sus sirvientas. Y a partir de entonces, cada noche se casaba con una nueva esposa, a la que mandaba degollar sin compasión al día siguiente. Al anochecer, una nueva doncella entraba todos los días en el aposento del Sultán, y al amanecer era degollada por el alfanje del Visir.

El rumor de esta bárbara venganza causó una consternación general en toda la ciudad, en la que no se oían más que gritos y lamentos. Y todo eran maldiciones y sangre en el reino que hasta entonces había sido el más feliz de la tierra.

El buen Visir sentía gran congoja y espanto ante las órdenes crueles que se veía obligado a acatar ciegamente todos los días. Y sus ojos derramaban lágrimas todas las mañanas al serle entregada la nueva víctima.

Tenía este Visir dos hijas, la mayor llamada Scherazada, y la menor Dinarzada. Una y otra eran extremadamente hermosas; pero Scherazada unía a su extraordinaria belleza una gran sabiduría y una profunda virtud. Nadie como ella supo jamás el arte de contar hermosos cuentos, de los que guardaba millares en su memoria; fábulas, encantamientos y maravillas, historias antiguas de reyes y princesas, adivinanzas, cuentos de genios y dragones, de aventuras, de batallas y de amor. Oyéndola, nadie sentía el paso de las horas, y el alma se quedaba extasiada ante sus cuentos, como un peregrino hambriento ante un jardín de frutas maravillosas.

Y esta habilidad de Scherazada vino a salvar milagrosamente el reino de Schariar y la vida de millares de doncellas. Porque un día la hija del Visir concibió el atrevido proyecto de ofrecerse por esposa al vengativo Sultán. Ni el llanto de su padre, ni el terror de su hermana, ni el miedo al peligro cierto la pudieron disuadir. Puesta de acuerdo con su hermana, pasó la noche en el aposento del Sultán; por la mañana, una hora antes de amanecer, Dinarzada vino a despertarla Y le suplicó que, por ser el último día de su vida, le contara antes de morir alguno de aquellos hermosos cuentos que sabía, si el Sultán se dignaba autorizarlo. Schariar accedió a oírlo, y cuando el cuento estaba a su mitad, amaneció. Era la hora en que el Sultán debía levantarse y acudir a la oración del alba; pero tan interesado estaba en oír el final del cuento, que decidió perdonar por un día la vida a Scherazada para oírlo a la noche siguiente. Y cada mañana Scherazada comenzaba un nuevo cuento, y Schair volvía a perdonarle la vida para oír la terminación al otro día.

Así, el príncipe oyó los cuentos de Scherazada por espacio de mil y una noches. Hasta que, olvidada su venganza, y enamorado tiernamente de la hija del Visir, perdonó por ella a todas las mujeres, la hizo reina de su corazón y volvió a ser a su lado un príncipe justo y benévolo, amado de su pueblo.

Oíd ahora uno de los cuentos que la discreta Scherazada contó al príncipe Schariar, y que comienza así: