CAPÍTULO IX
— ¡Maldita sea! —exclamó Donovan, alzando la mirada hacia los monitores de la pared de la sala.
Las pantallas parpadearon y luego se llenaron con los familiares rasgos de Kristine Walsh.
— Aquí Kristine Walsh. El Comandante Supremo de los Visitantes, está aquí para hacer una declaración.
Mike suspiró, desplomándose detrás de la mesa de los programas.
Llegamos tarde…, condenadamente tarde…, y ahora ya no tenemos la menor oportunidad…
No alzó la vista cuando John comenzó a hablar.
— Amigos de todo el mundo. En primer lugar, debo dar las gracias los dirigentes de cada uno de vuestros países que, tan amablemente y en interés de la paz, nos han dado toda clase de facilidades para emitir y, así, evitar la confusión en esta crisis…
Donovan escuchó el rumor de incredulidad e ira creciente, a medida que la sala de emisiones fue reaccionando ante las mentiras del jefe de los Visitantes.
— Me duele decir que ha existido una cuidadosamente coordinada y violenta intentona, por parte de la conspiración de científicos, de hacerse con el control de nuestras instalaciones en muchos lugares clave en todo el mundo.
Los monitores se llenaron de filmaciones de varias refinerías en llamas.
— Estas escenas proceden de Río de Janeiro, Tokio y El Cairo, donde nuestras plantas han sido objeto de furiosos ataques por parte de terroristas y, por lo menos, otros doce lugares han sufrido intentos semejantes de asaltos, aunque han sido total o parcialmente repelidos.
Se vieron ahora ambulancias y sanitarios llevando camillas, contra un telón de fondo de depósitos químicos en llamas y contiendas aisladas. Las víctimas llevaban ropas humanas, así como uniformes de Visitantes. Las palabras de John se superpusieron en las escenas.
— Las pérdidas de vidas han sido grandes, tanto por parte de vuestro pueblo como del nuestro. Además, otros millares han sido heridos, y tememos fundadamente que se produzcan aún más ataques.
La imagen de John llenó de nuevo las pantallas.
— Esta violencia se halla tan extendida y es tan peligrosa, que la mayoría de miembros civiles de vuestros Gobiernos nos han pedido que extendamos la protección hasta ellos…, la cual, naturalmente hemos proporcionado muy gustosos. Se encuentran a salvo a bordo de nuestras naves y cuidaremos muy bien de ellos…
— ¡Estás mintiendo, hijo de perra! —aulló el ayudante del director— Donovan miró a Madeira, que parecía encontrarse en estado de shock.
John suspiró, con aspecto pesaroso.
— Lamento también informar que este hombre, una persona en la que habíamos depositado gran confianza…
Apareció una foto en la pantalla, y, con escasa expectación, Mike pudo contemplar su propio rostro.
— Michael Donovan, de los Estados Unidos, ha demostrado ser mayor de los traidores a la paz y al bienestar del mundo. Es uno los dirigentes de la conspiración y responsable de la preparación los violentos ataques llevados a cabo hoy.
— Es una pena que no hayan presentado tu mejor perfil —comentó, una voz asqueada; Donovan bajó la vista y vio a Tony Leonetti acurrucado a su lado.
— Vamos, será mejor que te largues. Éste será el primer sitio que registren.
Donovan siguió a su socio a la sala de vídeo.
— ¿Has tenido posibilidad de hacer una copia de mi cinta?
— Podríamos hacerlo ahora. Tío, estamos ante un problema…
— No hace falta que me lo digas —replicó Donovan amargamente, mientras escuchaba las últimas palabras de la declaración de John.
— Cualquier persona que facilite información conducente a la captura de Donovan, será generosamente recompensada por la Asamblea General de las Naciones Unidas y por el Gobierno de los Estados Unidos.
»Si ven a ese hombre, no intenten, repito, no intenten detenerle o hablar con él. Está armado y es peligroso.
— ¿Qué?
Donovan se volvió hacia Leonetti. Nunca había pensado que pudiesen llegar tan lejos. Era algo que parecía sacado directamente de la Edad Media.
Un grito estalló en el plato del telediario y, luego, el lugar pareció entrar en erupción con los sonidos de botas, al tiempo que se producían extraños y pulsantes sonidos.
— ¡Ya están aquí, Mike! —gritó Tony.
La cerrada puerta se desplomó hacia dentro y, más allá de la misma, Donovan vio a los Visitantes, que llevaban extraños cascos protectores y pesadas armas. Se dirigió a abrir la otra puerta, en el momento en que Tony le tiraba su cinta.
— Toma…
Leonetti volcó una hilera de componentes de los vídeos al paso de los Visitantes, cortando de forma efectiva su propia vía de escape. Donovan no tenía la menor elección: o huía o sería abatido allí mismo.
Echó el cerrojo de la puerta y se precipitó por el pasillo, golpeó la salida de incendios con los hombros y, acompañado por el alarido de la alarma, se precipitó en la noche. El pasamanos de la escalera le golpeó en la cintura e, incapaz de detenerse, trepó por encima de la misma y se dejó caer en el aparcamiento. No había mucha altura, apenas metro y medio, pero Donovan cayó mal, quedándose sin respiración.
A pesar de todo, aquella caída le salvó la vida. Casi antes de que tocase el suelo, una descarga de energía cortó el aire por encima de la barandilla de forma parecida a un látigo, levantando un intenso olor a ozono. Poniéndose en pie, Donovan se metió la preciosa cinta en el bolsillo de la chaqueta y corrió por la avenida hacia donde veía que se hallaba el aparcamiento.
Dobló una esquina, chocando de frente con otro hombre de uniforme, esta vez un patrullero californiano de autopistas. El policía se inclinó hacia atrás, y luego, al ver el rostro de Donovan, se echó la mano al arma. El pie de Mike salió disparado y el policía perdió su pistola.
Presa de pánico ante esta nueva prueba de que su propia gente creía en las patrañas de los Visitantes, y que le tratarían como a un criminal, Donovan echó a correr hacia el extremo más alejado de la avenida. Horrorizado, se percató de que había perdido el sentido de la orientación, pues en lugar de encontrar el aparcamiento, allí no había otra cosa que un alto muro.
Escuchaba detrás de él el batir de pisadas de botas, y luego, aquel extraño zumbido, cuando los soldados de choque extraterrestres dispararon sus armas. Percatándose de que no tenía la menor elección, Donovan alargó la zancada y, cuando se encontraba a poco más de un metro de la pared, se lanzó contra ella saltando, con los brazos por encima de la cabeza. Sus inseguros dedos se cerraron en la parte superior del muro, y se quedó colgando allí, con los pies pateando salvajemente, tratando de conseguir un punto de apoyo que le permitiese trepar por la pared…
Un rayo zumbó en el muro a su lado, y Donovan sintió un súbito calor en el glúteo derecho. Aquel estallido provocó en él el mismo efecto que un latigazo a un caballo recalcitrante. Mike se alzó, consiguiendo que una pierna se balanceara y coronase el muro. Titubeó sólo un segundo; luego, otra descarga zumbó justo por encima de su cabeza, y el periodista saltó hacia delante, cayendo en la oscuridad.
Daniel Bernstein se levantó excitado cuando el jefe Visitante, John, describió el violento atentado que había tenido lugar en las plantas químicas.
— Me pregunto si alcanzarán también a «Richland» —murmuró Stanley Bernstein.
Abraham se hallaba sentado al otro lado de la habitación, muy rígido, moviendo sólo los ojos.
— ¡Oh, Dios mío, Stanley…! —gimoteó Lynn—. ¡Fíjate en todos esos heridos! ¿Qué nos va a suceder?
— Nada, cariño, nada…
Bernstein dio unos cariñosos y alentadores golpecitos en los hombros de su esposa.
— ¡Silencio, papá! —Daniel se había vuelto—. ¡Esto es importante!
John acababa de describir la caza de que iba a ser objeto el periodista Michael Donovan. Los labios de Daniel se curvaron al ver la foto.
¿Después de todo lo que estos tipos están haciendo por nosotros, ese hijo de perra trata de joderlo todo? Será mejor que no se cruce en mi camino…
John sonrió tranquilizadoramente desde la pantalla, y Daniel le volvió la sonrisa automáticamente. John parecía conseguirlo todo. Sus jefes nacionales han sugerido que una declaración de ley marcial sería lo más apropiado en estas circunstancias, y nosotros no hemos mostrado de acuerdo. A nivel local, la Policía comenzará a actuar junto a nuestras patrullas; también hemos solicitado la ayuda, en todas partes, de las unidades de «Amigos de los Visitantes»…
— ¡Eso es!
Daniel se puso en pie, cuadró los hombros y se dio unos toquecitos en el uniforme para alisarlo.
— Anticipamos que esta crisis pasará relativamente pronto. Mientras tanto, amigos míos, yo y mis compañeros Visitantes haremos todo lo que podamos para superar este mal trago y ayudarles a conservar el control. Habrá más declaraciones ulteriores, con reglas específicas que deberán observarse durante la crisis.
La pantalla del televisor se oscureció. Daniel se puso en pie.
— ¡Vamos, mamá y papá! Ya habéis oído al Comandante Supremo…
Se fue, mientras oía cómo su madre decía detrás de él:
— ¡Oh, Dios mío, Stanley!…
Luego buscó una manifestación tranquilizadora por parte del padre:
— Esto pasará… Ya has oído lo que ha dicho John… ¿No es así, papá?
Pero Abraham no respondió.