CAPÍTULO VIII
Brillantes chorros de luz hacían que el aparcamiento de la planta «Richland» pareciera una especie de chillona imitación del día. Una de las grandes lanzaderas se encontraba allí con las puertas de su bodega abiertas, mientras Tony Leonetti y Mike Donovan se arrastraban cautelosamente a través de un laberinto de conductos al nivel del suelo para agazaparse, ocultos, detrás de un receptáculo de desperdicios. Tubos aislantes iban desde los grandes depósitos criogénicos elevados hasta los depósitos más pequeños, situados a bordo de la lanzadera. Dos técnicos visitantes se encontraban allí, junto con dos humanos que llevaban cascos.
— Esto está muy concurrido, Mike —le susurró Tony—. ¿No crees que deberíamos llamar a un vehículo de patrulla y subir como hemos hecho hasta ahora?
Donovan movió la cabeza, calculando la distancia hasta la abierta bodega de la nave de carga y sopesando la «Sony Betacam». Era su cámara de vídeo más pequeña y ligera.
— De esta forma no sabrán que estamos a bordo, y tendremos más oportunidades para encontrar un escondrijo.
Lanzó una rápida mirada hacia su socio.
— Confío en que con esto consiga una película de buena calidad. ¿Qué me dices del sonido?
Tony se encogió de hombros.
— Como siempre, Mike. Tendrá que funcionar.
Varios Visitantes comenzaron a desenganchar el conducto aislante. Donovan se puso tenso.
— Estupendo, ya han terminado con los productos químicos… Estáte preparado.
Tony tragó saliva con un ruido audible, consiguiendo un bufido de reprobación por parte de Donovan. Los técnicos humanos se alejaron mientras los dos Visitantes subían al compartimiento de los pilotos en la lanzadera.
— ¡Ahora! —silbó Donovan.
Trepó por los conductos, lanzándose hacia delante, y saltó por encima de otras tuberías a nivel del suelo, ocultándose en las sombras y apartándose del incandescente resplandor. Tony corrió detrás de él pero no vio una conducción, metió el pie en ella y cayó al suelo. Donovan, que ya había llegado a la entrada de la bodega, escuchó su ahogado «¡Ay!».
— ¡Maldita sea!
Tony se arrastró hacia la puerta de la bodega, en el momento en que sus dos mitades comenzaban a unirse. Mike alargó la mano y le agarró por las muñecas.
Leonetti saltaba a la pata coja:
— No puedo… levantar… la pierna…
— Yo lo haré por ti —susurró Donovan.
Pero un segundo después admitió su derrota al ver que las puertas seguían cerrándose. En el último instante, pudo ver cómo Tony se alejaba a rastras del vehículo, antes de que las puertas se cerrasen del todo.
— ¡Mierda!
Se agazapó detrás de unos contenedores de la bodega, abrazado a la «Betacam». La oscuridad era total.
Sintió el ahora familiar ascenso y balanceo del aparato y supo que se encontraban ya de camino.
El atracadero de lanzaderas de la Nave Madre le resultaba ya conocido. Escuchó una voz de mujer que daba —en inglés— los aterrizajes y las salidas cuando las puertas de la bodega comenzaron a separarse. Donovan se escurrió a través de las mismas, casi antes de que cupiese del todo por la abertura y, en unos segundos, se hallaba oculto detrás de una barricada de aquellas unidades criogénicas que había visto que los técnicos Visitantes transportaban consigo. Escuchó los anuncios, preguntándose de pronto por qué allí, cuando no había humanos presentes —excepto, probablemente, Kristine, se recordó amargamente—, los Visitantes no empleaban su propio idioma.
— Preparados para la operación de vertido —anunció la voz.
¿Operaciones de vertido? —frunció el ceño Donovan—. ¿Qué diablos es eso?
Tras avizorar cautelosamente, vio a los técnicos Visitantes acoplar otra manguera aislante al depósito de almacenamiento de productos químicos de la bodega de la lanzadera, y luego unir su extremo en una boquilla en el piso del atracadero. Donovan quedó intrigado: a juzgar por las muchas veces que había visto el atracadero, cuando se aproximaba al mismo en los vehículos de patrulla, no se veían conductos 0 contenedores de almacenamiento en el exterior de la gran Nave Madre. Y, desde este ángulo, si la boquilla se encontraba exactamente en el suelo del atracadero, bajo ella no había más que el aire exterior.
Siguió mirando, ahora ya en plena filmación, cómo los técnicos abrían una válvula; se escuchó el zumbido de los gases al escaparse. Uno de los técnicos se desentumeció.
— Esto es lo que los humanos llamarían una chorrada —comentó, mientras la reverberación de su voz levantaba ecos a través del cavernoso atracadero—. Traer todo esto a la nave y luego sacarlo otra vez… ¡Vaya manera de perder el tiempo!
— Sí —convino su compañero—. No acabo de entender por qué hacemos esto noche y día.
— ¿Quién conoce el por qué de cualquiera de las órdenes del Jefe? —inquirió el primero—. Pero no se me ocurrirá preguntarlo: no sería demasiado saludable.
— Tienes razón —convino su compañero, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie les había escuchado.
Donovan se arrastró detrás de las unidades criogénicas, con la mano rozando una estructura en forma de acordeón y que tenía un asombroso parecido con un anticuado radiador. El metal grisplateado tembló bajo su brazo. Donovan se lo quedó mirando, luego tiró de él para probar y se abrió por completo, revelando una escalera que llevaba a una conducción y cuyos escalones se perdían en la penumbra.
Alguna entrada de servicio —pensó, arrastrándose por la misma—, o bien ese auténtico recurso de todos los héroes de espionaje y aventuras: un conducto de ventilación…
Cerrando detrás de él lo mejor que pudo aquella cosa extraña en forma de rejilla, Donovan comenzó a trepar con rapidez por la escalera. Se encontró en una conducción en penumbra. Casi podía permanecer erguido, pero debía tener cuidado para no golpearse la cabeza contra las cañerías que colgaban.
La luz se filtraba desde rejillas situadas en las paredes, y de pequeñas luces que aparecían en el suelo de la conducción, cada medio metro. Donovan echó a andar por allí, sintiendo un gran frescor. Los Visitantes debían de mantener secciones de su nave a menor temperatura de la que los seres humanos considerarían confortable.
Parte de aquel helor procedía del aire circulante. Donovan sonrió tímidamente cuando la ráfaga le alcanzó el cabello.
¡Vaya, hombre! Es un conducto de ventilación…
Siguió adelante, con sus zapatos flexibles alzando leves ecos en el suelo metálico. No estaba demasiado preocupado por el ruido que hacía, puesto que el rugido del aire y las vibraciones de la maquinaria apagarían cualquier sonido.
Alcanzó una rejilla, miró cautelosamente a través de ella y oyó voces. Dos Visitantes se encontraban al lado de una de las puertas marcadas de amarillo que ya había visto antes: las que, según Diana, resultaban inaccesibles a causa de la radiación. Uno de los Visitantes sacó un cristal con llave dorada parecido al que Donovan había regalado a Sean, y lo introdujo en una ranura. Surgió un rayo de luz, que iluminó el cristal, y la puerta se deslizó hacia un lado.
Interesante —pensó Mike—. No llevan ninguna clase de trajes protectores… Si allí hay tanta radiación, ¿cómo es que no los necesitan?
Siguió adelante y luego hacia abajo, cuando el conducto principal empezó a descender. Movió con cuidado la cámara; Tony le había dicho que era bastante sólida, pero no se había preocupado demasiado al respecto. Otra rejilla del lado opuesto de la conducción le permitió ver a otro de los Visitantes —esta vez una mujer—, reclinada en una litera y leyendo algo que se parecía vagamente a un libro, si es que los libros se imprimían sobre hojas de aluminio y en papel tamaño folio. Llevaba un atuendo ajustado que le dejaba desnudos brazos y piernas, y que guardaba un gran parecido con un traje de baño. Donovan, que se había visto privado de compañía femenina desde que se marchase Kristine del apartamento, hacía ya un mes, se fijó un momento en sus piernas.
No están mal. Un poco regordetas, pero bonitas…
Siguió adelante caminando en silencio. Tuvo buen cuidado de memorizar la ruta por la que avanzaba: si le pillaban en este conducto, quería saber por dónde retrocedía.
Como una rata en su laberinto, pensó, apreciando lúgubremente la analogía, mientras en el conducto se presentaba un nuevo recodo. Tuvo que agacharse para evitar las tuberías situadas por encima.
Delante de él oyó voces…, y algo en ellas le resultó familiar. Donovan se acercó con cuidado a una rejilla más grande, observando a través de la misma. Diana andaba por allí, con una especie de larga y escotada bata roja. El pulso de Mike se aceleró ligeramente al ver la forma en que la prenda de seda se ceñía en torno a los pechos y muslos de la mujer. Hablaba con un hombre, al que Donovan reconoció como Steven, el oficial Visitante que dividía su tiempo entre la planta «Richland» y la casa de Eleanor.
— Deberías sentirte complacida, Diana —decía Steven—. Estamos a punto de asegurarnos el control de la mayor parte de los continentes.
Diana sonrió maliciosamente.
— Está bien, digamos que lo que me complace es servir a nuestro Líder…
Su mirada de reojo a Steven resultó tan afectada, que Donovan casi se echó a reír.
— …con el escaso talento que poseo…
Anduvo por el cuarto hasta una especie de armario de plexiglás. En unos pequeños compartimientos alineados en las paredes, Donovan vio una gran variedad de animalitos; supuso que de laboratorio.
Dado que la «Betacam» era casi silenciosa, comenzó a filmar a la segunda en el mando. La mujer metió la mano en uno de los compartimentos y sacó un ratón blanco. El pequeño roedor chilló frenéticamente cuando ella lo agarró, pero en seguida se quedó rígido, con sus ojillos vidriosos a causa del pánico.
— El Líder debe de encontrarse muy complacido con tu proceso de conversión, Diana —le dijo Steven.
Aún sosteniendo al ratón, Diana se volvió, atravesó la estancia y salió fuera del alcance de la cámara. Mike la oyó hablar.
— Sí…, pero ya sabes lo impaciente que puede llegar a ponerse nuestro Líder…
Se produjo una pequeña pausa.
Steven pareció divertido.
— ¿Incluso contigo, Diana? Dada la intimidad de vuestras relaciones, yo diría que…
Diana irrumpió de improviso dentro del campo de captación de la cámara e, incluso desde la penumbra del conducto, Mike pudo advertir su ira. Hizo unos ademanes con sus finas y cuidadas manos. Donovan se preguntó por un momento dónde habría dejado el ratón.
— Ten cuidado, Steven —silbó.
Steven extendió ambas manos en un ademán a la vez de disculpa y de mofa.
— Se trata, simplemente, que aborrezco verte preocupada…
La voz de Diana sonó a frustración.
— No entiendes que mi proceso de conversión es aún limitado. No funciona siempre lo mismo con cualquier sujeto humano.
— No —convino Steven—, pero cuando funciona…, como en Duvivier y los otros, los resultados son notables…
— Sí, ¿no te parece?
Diana pareció engreída. Alargó la mano hacia otra de las jaulas y extrajo una rana. Sonrió abiertamente a Steven, al pasar junto a él, de nuevo lejos del alcance de la cámara de Donovan.
— Realmente creen que la conspiración existe, incluso algunos de ellos piensan que forman parte de la misma…
Steven, sonriendo, entró dentro del campo de visión de Donovan.
— Naturalmente, todas las pruebas que colocamos subrepticiamente no han hecho más que reforzar esa creencia —prosiguió Diana.
Debemos emitir esto, pensó, excitado, Donovan.
Por un momento pensó en irse, pero cuando Steven regresó a su campo visual, encaminándose hacia las jaulas de la pared opuesta, decidió ver qué más revelaba el oficial Visitante. No tuvo que aguardar mucho. Steven se detuvo delante de las jaulas, pero Donovan oyó cada una de sus palabras.
— La operación está funcionando a las mil maravillas. Los científicos están siendo condenados al ostracismo, y desorganizados a nivel Mundial. Y ellos son los que plantean la mayor de las amenazas. Una Vez eliminados, o convertidos…
Hizo un gesto con los dedos, como si hiciese desaparecer un polvo inexistente.
Diana habló con cierto pesar.
— El problema ahora son las pretensiones de nuestro Líder sobre convertirlos a todos. No comprende que los humanos son demasiado fuertes para hacerlo… ¡Convertirlos a todos nos llevaría una eternidad!
Steven asintió, aún de pie, dando la espalda a Mike; luego alargó una mano hacia las jaulas pequeñas y sacó un ratón.
— Sin embargo, continuaremos perfeccionando el proceso —afirmó Diana.
— Sí, estoy seguro de que así será —repuso Steven, alzando el ratón, aparentemente para examinarlo.
Cuando Diana fue hacia él, Steven le dio la espalda, y sólo los largos años de experiencia lograron evitar que Donovan dejase caer la cámara.
Los cuartos traseros del ratón sobresalían de la boca del oficial y, mientras Donovan lo contemplaba horrorizado, Steven movió varias veces la cabeza en un pintoresco movimiento en staccato. Las agitantes patas y cola desaparecieron por su garganta con un sonido audible.
Las palabras de Diana se sucedieron en el mismo tono uniforme.
— Pues bien, es importante que aprendamos los métodos más efectivos para emplearlos contra ellos…
La mujer alargó la mano hacia otra jaula y luego atrapó a un grande y sedoso conejillo de Indias. Mientras la aterrada criatura chillaba y forcejeaba, Diana abrió la boca —cada vez más y más—, con su quijada amenazando dislocarse de un momento a otro, y se introdujo al frenético animal entre los labios.
Donovan apretó con fuerza los dientes, mientras el estómago le daba vueltas, al ver a Diana tragarse vivo al animal.
¡Oh, Dios mío!, ¿qué está sucediendo? ¿Qué son esas cosas?
La garganta de la segunda en el mando se hinchó y comenzó a ondularse a medida que el animal descendía. Steven habló:
— No creo que nuestro Líder hubiera podido elegir a alguien que hiciese el trabajo mejor que tú, Diana.
Estremecido, Donovan no pudo aguantar más. Agarrando con firmeza la cámara, se dio la vuelta y regresó tambaleándose por el penumbroso conducto. En su mente revivió las imágenes de aquel retorcido conejillo de Indias y la cola del ratón y, de repente, dándose la vuela y apoyándose en la pared del conducto, sintió náuseas.
¡No vomites, maldita sea! —se dijo frenéticamente—. No querrá que sepan que has estado aquí…
Le costó unos segundos recuperar el dominio de sí mismo, pero finalmente pudo proseguir el camino de regreso por el conducto.
Cruzó ante la rejilla próxima al cuarto de Diana, por la que ya había pasado antes, y se detuvo un momento para echar un vistazo.
Visitante se encontraba allí ante una especie de lavabo, al parecer, haciéndose algo en los ojos. A Donovan le pareció familiar su postura, y en seguida la recordó. Kristine llevaba lentes de contacto, y por lo menos desde detrás, los movimientos del Visitante parecían casi idénticos a los de una persona que se pusiese o quitase unos lentes de contacto. A pesar de la prisa que tenía, Mike titubeó y siguió observando.
Había alguna clase de recipiente al lado del alienígena. Un semicírculo redondeado, con el centro azul, sobresalía en la elevada superficie en el interior del recipiente. Mientras Donovan lo observaba, el Visitante colocó otra de las cosas al lado de la primera. Al verlas juntas, Mike comenzó a filmar de nuevo. Tenían el aspecto de globos oculares, como si el alienígena llevase ojos humanos de la misma forma en que Kristine se ponía lentes de contacto. El Visitante se dio la vuelta y, aunque Donovan estaba bien colocado, no se encontraba preparado para asimilar lo que vio: los ojos del hombre eran rojo-anaranjados, con pupilas negras verticales.
Y aquellos espantosos ojos vieron a Donovan a través de la rejilla.
La criatura lanzó un silbante jadeo de sorpresa, y luego, alargando la mano hacia la rejilla, desgarró la estructura metálica de la misma con una mano, agarrando al cámara con la otro. Donovan se echó a un lado, pero la cosa se movió con una difusa rapidez, tan inhumana como aquellos ojos. Sujetó a Mike y le hizo salir a través de la rejilla con una mano, arrastrándole por el pequeño camarote hasta el lavabo.
Donovan aterrizó en mala postura, buscando algo en que apoyarse. El Visitante avanzó hacia él, mientras su respiración pareció un sibilante jadeo al mezclarse con el sonido del aire en la apertura de la ventilación. Reuniendo todas sus fuerzas, Donovan soltó una patada, que alcanzó al alienígena en el bajo vientre, lanzándole hacia atrás. Aquel golpe hubiera lisiado a un hombre, pero la criatura se recuperó inmediatamente y avanzó de nuevo hacia Mike, con aquellos terribles ojos brillando como charcos ensangrentados en la oscuridad.
Hacía mucho tiempo que Donovan no peleaba, pero su entrenamiento anterior como piloto de reconocimiento y fotógrafo de los Servicios de Inteligencia habían surtido su efecto. Consiguió tirar la cámara al camastro, mientras la criatura se precipitaba hacia él. Donovan dio gracias al cielo por habérsele ocurrido emplear el objetivo granangular en la filmación del cuarto de Diana. Tal vez aquellos ojos habían quedado registrados…
El Visitante se lanzó contra Donovan, alcanzándole en los hombros, aunque el periodista consiguió agacharse lo suficiente como para que el golpe perdiese la mayor parte de su fuerza. Lanzó un izquierdazo al rostro del alienígena, pero el golpe ni siquiera desconcertó a la criatura. Lucharon cuerpo a cuerpo en el pequeño camarote, rebotando contra las paredes, empujándose y forcejeando. Donovan consiguió poner las dos manos alrededor de la garganta de la criatura, pero, a su vez, sintió que las manos del Visitante se aferraban bajo su mentón apretando cuanto pudo la mandíbula contra su pecho, Mike trató de golpear aquellos dedos que le atenazaban, mientras aumentaba su propia presión.
El Visitante abrió ligeramente la boca, y Donovan tuvo sólo un segundo para percatarse de que la boca parecía tener dos hileras de dientes, antes de que algo le alcanzara. Una cosa roja y seca salió de la boca de la criatura, esparciendo gotitas de un ardiente líquido; aquel apéndice tenía más de medio metro de longitud…
La lengua azotó de nuevo, bifurcada, y Mike sintió una terrible repulsión. Recuperó los reflejos y levantó la rodilla, asestando un tremendo golpe, que alcanzó de lleno y con fuerza al extraterrestre.
No consigo hacerle daño.
Esto, más que cualquier otra cosa que hubiese podido ver, le hizo comprender claramente cuán alienígena era aquella criatura. Presa de pánico, se aferró locamente a aquellos ojos, intentando cegarlos. Su propia visión comenzaba a tornarse borrosa, a medida que los dedos de su asaltante apretaban con mayor fuerza su garganta, cerca de la tráquea.
Sus dedos se hundieron en el rostro de la cosa. Asombrado, Mike miró los trozos de piel que habían quedado desgarrados en su mano, dejando un jirón negro verdoso y aceitoso.
En el momento en que la cara comenzó a rajarse, la criatura aflojó un poco su presión, dándose a medias la vuelta, como si quisiese ocultar la abertura. Donovan renovó sus esfuerzos, agarrando con más fuerza el trozo desgarrado y tirando de él con ambas manos.
El resto de la cara se descompuso en unas tiras alargadas como de plástico, semejantes a la mozzarella de las pizzas. Donovan tenía ante sí una cara reptiliana, con el falso cabello hacia atrás y revelando una cabeza crestada. La cosa le silbó sordamente, mientras la lengua salía y entraba; mientras continuaba forcejeando con aquel ser, Mike se percató de que aquello hablaba en su propio idioma.
No hay que maravillarse de que estos bastardos hablen inglés. No pueden hablar en su propia lengua cuando llevan las máscaras…
Consiguió asestar dos terribles golpes en la cabeza de la criatura, lo cual la hizo tambalearse. Donovan agarró la «Betacam», que se hallaba en el camastro detrás de él y, rogando que fuese tan fuerte como le había dicho Tony, golpeó con ella brutalmente en un lado de la cabeza de la criatura, y luego otra vez más en el rostro. El ser se deslizó y cayó.
Mike no aguardó para ver si volvía a ponerse en pie. Sujetando con fuerza la cámara, atravesó la rejilla sin ni siquiera detenerse a respirar hondo.
Forzando el paso para avanzar lo más de prisa posible, regresó hacia el embarcadero de las lanzaderas, sintiendo que la sangre le corría por el rostro a causa de un corte que tenía encima del ojo. Además, la sustancia que aquel ser le había escupido ardía con intensidad en su niel, pero, afortunadamente, pensó, tocándose la cabeza, al parecer la mayor parte del líquido le había alcanzado el cabello, sin tocarle los ojos.
Se arrastró por la rejilla del embarcadero de las lanzaderas, comprobando que se estaban dando instrucciones para el inmediato despegue de una lanzadera. Varios técnicos Visitantes se hallaban al lado de las puertas de la bodega. Por algún lugar encima de sus cabezas, un sonido pulsante empezó a reverberar a través del embarcadero.
— Emergencia —decía la voz—. Emergencia en el nivel sesenta y tres. Emergencia. Presencia de intrusos en el nivel sesenta y tres.
Las puertas de la bodega comenzaron a alzarse mientras los dos técnicos Visitantes se apresuraban a alejarse.
¡Oh, mierda!, pensó Donovan, al ver cómo, lentamente, se le cerraban las puertas de la libertad.
Uno de los pilotos Visitantes se volvió hacia el otro.
— Estoy harto de estos simulacros. Vayámonos, antes de que nos hagan sentarnos aquí y esperar a que se desarrolle uno de ellos.
Su compañero asintió con la cabeza y ambos treparon al compartimiento del piloto, dejando el atracadero, por lo menos de momento, desierto.
Mike se quedó inmóvil durante un precioso segundo, incapaz de creer en su buena suerte. Luego, echándose hacia delante, corrió en dirección a las puertas de la bodega, que tenían ahora una separación de no más de 75 cm y que continuaban cerrándose. Donovan dio un salto y se hizo un ovillo en el aire, lanzándose hacia delante en un improvisado impulso de salto de longitud.
Al pasar, una de las compuertas le golpeó en el mentón con fuerza paralizadora; luego, una vez dentro, se frotó el mentón y parpadeó para eliminar unas lágrimas, no supo si de dolor o de agradecimiento.
Sintió la familiar elevación de la lanzadera y, apresurándose y arrastrando la pierna, llegó detrás del depósito del cargamento. Se agazapó en la oscuridad, frotándose la mandíbula, respirando hondo, tratando de enlentecer la rápida carrera de la sangre en sus venas. Temblaba violentamente a causa de la sobrecarga de adrenalina…
No emplees eufemismos, Mike —se dijo cínicamente—: Lo de sobrecarga de adrenalina no es sino una expresión para referirse al mido y estás condenadamente asustado, reconócelo por lo menos…
— Muy bien, estoy asustado —musitó, apoyando la cabeza contra la frialdad de la «Betacam», que descansaba en sus alzadas rodillas.
¿Oué diablos nos va a suceder? ¿Qué es lo que nos hemos estado buscando?
La lanzadera se inclinó levemente al aterrizar. Empujándose la pierna dolorida, Mike se arrastró hasta las compuertas y miró a través de ellas. Observó que los dos pilotos Visitantes se alejaban de la lanzadera, y luego, cuando la zona quedó desierta, salió, cojeando, del aparato.
Apenas había alcanzado el otro lado del aparcamiento, cuando una forma oscura se alzó de una posición sedente al lado de un vertedero Donovan se tensó, dispuesto a emplear otra vez la «Betacam».
— ¡Mike! —exclamó un aterrado Tony—. ¿Qué diablos te ha sucedido, tío?
Se apresuró a quitar la cámara de los dedos sin fuerza de Donovan.
— ¡Parece como si hubieras visto al diablo!
— Algo así… —admitió Donovan, tambaleándose ligeramente al aliviarse su tensión.
— Estoy muy contento de verte, compañero. Vayamos en seguida a la emisora. Tengo ganas de ver lo que he grabado.
— ¿Qué…?
Mike meneó la cabeza.
— Si te lo cuento, creerás que me he vuelto loco. O que estoy borracho. Apenas puedo creerlo yo mismo. Hemos de conseguir ver esta cinta…
Al entrar en el coche de Tony, Donovan se quedó mirando el reloj digital iluminado que había en el salpicadero. Luego, emitiendo una apagada exclamación, se fijó en su propio reloj, al mismo tiempo que se enjugaba, entre maldiciones, la sangre que le caía ante los ojos.
— ¿Va bien este trasto? ¡No puede ser!
Leonetti puso el coche en marcha.
— ¿Qué?
— ¿Quieres decir que sólo estuve allí veinticinco minutos?
Tony verificó su reloj antes de poner la primera velocidad en el «Toyota».
— Sí… ¿Te ha parecido más tiempo?
Donovan se reclinó en el asiento y exhaló un largo, muy largo suspiro.
— Sí… Una auténtica eternidad…
Extrañamente, se adormeció durante el viaje de veinte minutos hasta la emisora. Cuando Tony detuvo el vehículo en el aparcamiento, se despabiló y se incorporó con una sacudida.
— ¿Qué…?
— Calma, Mike. Ya hemos llegado…
Mientras salía del pequeño coche, Donovan gimió, sintiendo la rigidez de sus golpeados músculos, y un fuerte dolor en la espalda, donde de el Visitante le había golpeado contra el lavabo. Casi agradeció aquel dolor, pues le convencía de que todo aquello no había sido un sueño.
Entraron por la puerta trasera, y fueron directamente hacia el despacho del presidente de la red de televisión. Eran más de las nueve y ya se había marchado a casa, pero el director nocturno se hallaba allí, haciendo los preparativos para el telediario de las once. Dejando a Donovan, Tony se acercó a hablar con aquel hombre, un tipo calvo y de robusta complexión. Mike recordaba haberle visto antes una o dos veces. Sentado cautelosamente en el borde de uno de los escritorios de la sala de noticias, Donovan intentó recordar su nombre.
¿Martini? ¿Gibson? Tenía nombre de bebida… —pensó borrosamente.
Los dolores en el cuello le martirizaban.
Leonetti regresó con el calvo.
— Mike, éste es Paul Madeira. Desea emitir un boletín especial, si tu cinta realmente vale la pena. ¿Quieres llevar a cabo una entrevista en directo para acompañar la información?
Durante todos aquellos años detrás de la cámara, Donovan nunca había sentido una enfocada sobre él, excepto aquella vez en que la Prensa se había reunido para seguir su primera visita a la Nave Madre. Vaciló.
— Está bien. Pero no esperéis de mí que lo haga igual que Barbara Walters…
Se dirigieron a una de las salas de proyección más próximas, mientras Tony preparaba la cinta. Donovan se sentó en la penumbra de la sala, con las pulsaciones elevándose a medida que las imágenes empezaban a desarrollarse.
En primer lugar, el atracadero de aterrizaje.
— ¿Qué es eso de «operación vertido»? —quiso saber Madeira.
— Evidentemente, se llevan esos productos químicos de aquí, pero luego los arrojan a la atmósfera —explicó Donovan—. La historia ésa de los productos químicos no es más que una tapadera…
— Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Para qué una falsificación tan elaborada? —inquirió Tony.
Mike se encogió de hombros, haciendo un gesto de dolor a causa de su espalda.
— No lo sé, compañero. Pero dudo que se tomen tantas molestias para una visita social.
A continuación venía la escena del conducto en tinieblas.
— Cortad esto cuando hagamos la emisión —sugirió Donovan—. No se ve muy bien y allí no sucedió nada.
A continuación oyeron unas voces distantes. Donovan se tensó cuando volvió a ver la escena entre Diana y Steven. En el momento en que Diana entró en la cámara sujetando el ratón, Donovan tragó audiblemente saliva, percatándose por primera vez de lo que les estaba pasando a las criaturas ante la cámara.
— Atención —les susurró a Madeira y a Leonetti—. Lo que viene a continuación no es apto para cardíacos. Espero que tengáis estómagos fuertes.
— ¿Qué? —preguntó Madeira.
El hombre se inmovilizó al ver a Steven zamparse el ratón.
— ¡Vaya porquería! —exclamó Tony.
Donovan tragó de nuevo saliva.
— Aún no habéis llegado a lo mejor, chicos y chicas…
Observó cómo Diana levantaba el conejillo de Indias, mientras sus mandíbulas se abrían cada vez más.
Luego, casi sin ser consciente de ello, se encontró inclinado al lado del cubo de la basura, vomitando. Tony detuvo la máquina profiriendo un juramento y, a continuación, encendió las luces.
— Mike…
Donovan le alejó con un ademán y prosiguió con las arcadas.
— No os preocupéis… Estoy bien…
Se enderezó, jadeando, y luego se enjuagó la boca con el vaso de agua que Madeira le había tendido.
— Gracias. Me siento como un idiota… Supongo que me encontraré mejor allí, cuando deban oírme.
— Creedme —afirmó Tony—. Casi grité sólo de ver la cinta. ¿Qué son esas cosas?
Donovan se quedó mirándolo.
— Ya lo comprenderás… Al menos así lo espero…
— Empieza otra vez. Tony —le pidió Madeira.
Donovan hubiera besado la «Betacam». Aquella fuerte y pequeña cámara, al aterrizar en el camastro, había seguido filmando de lado, pero inclinando la cabeza pudieron ver la mayor parte de la pelea. Uno o dos primeros planos del alienígena, su máscara humana desprendiéndosele por un lado de la cara, todo lo cual hizo jadear a Madeira y a Tony.
Una vez encendidas dé nuevo las luces, los tres se quedaron mirándose.
— Reptiles de alguna clase —indicó Madeira—. Es como una película de ciencia ficción, pero hecha realidad. Esas cosas son realmente muy fuertes, Donovan. Has tenido mucha suerte de no haber recibido heridas más graves.
— Sí —convino Tony.
— Lo que debemos hacer ahora es lanzar al aire ese boletín de noticias —explicó Donovan.
Minutos después, Donovan estaba sentado al lado del presentador de las noticias de las once, escuchando las llamadas que se producían en el estudio.
— ¡Luces! ¡Dadme luces, maldita sea…! Ahora…
— Lo estamos preparando todo; en seguida pondremos la sintonía.
— Dan, comprueba tu parte…
— Quiero que les ponga dos micrófonos…
Se presentó una técnica y les proveyó de diminutos micrófonos. Luego se ofreció para poner un poco de antiséptico en el magullado rostro de Donovan, pero éste le hizo ademanes de que se fuese, al ver que el director daba la señal de empezar la emisión.
Mike escuchó una voz fuera de cámara.
Interrumpimos este programa para dar un boletín especial de noticias, desde nuestra redacción de Los Angeles.
La voz de Madeira llegó hasta Donovan.
— Preparada la una… Adelante la una… Ya puedes hablar. Charles.
El presentador que se hallaba al otro extremo de la mesa alzó la mirada.
— Un asombroso suceso acaba de producirse a bordo de la Nave Madre. Esta noche está con nosotros…
— ¡Eh! ¿Qué diablos pasa? —le interrumpió la voz de Madeira—. Aguanta, Chuck… Hemos perdido la conexión…
La ayudante de dirección, una joven negra de largos cabellos, alzó asombrada la vista.
— No estamos en antena.
— ¿Qué?
Madeira pareció frenético. Las luces del estudio brillaron sobre su calva cabeza.
— Alguien ha desviado nuestra frecuencia. Toda la red de emisoras ha desaparecido del aire…
— También los otros… —gritó el director técnico.
— ¡Acabo de perder Nueva York! —exclamó la mujer en tono desesperanzado.
El monitor empezó a brillar por encima de la cabeza de Mike.
— ¡Algo es algo! —gritó Madeira.
En aquel momento, la pantalla se llenó con el símbolo de los Visitantes.