Capítulo 9

Habían trabajado con intensidad durante todo el día. Expusieron muchas ideas sobre cómo hacer llamativo y diferente el suplemento. La primera entrega debía ser espectacular, no podían permitirse el lujo de sacar algo mediocre. La gente tenía que hablar de ellos, había que agotar la edición y conseguir posicionarse bien para que los tuvieran en cuenta, lo demás llegaría solo.

Karen había trabajado sin descanso durante todo el día. Ni siquiera habían salido a comer. Habían pedido que les trajeran un par de sándwiches y dos refrescos y habían continuado desarrollando ideas.

Sabían que iría dirigido a un público mayoritariamente masculino, y también tenían claro que el suplemento saldría, en principio, cada quince días. Esa había sido la base de la que partir para trabajar. Tras esa primera fase, habían discutido el formato que tendría y, cuando hubo quedado claro, empezaron a trabajar en diseño.

De momento, sería como un folleto de unas veinte páginas que debían llenar de información diferente. Si algo tenían claro ambos era que iban a ofrecerlo de forma que captara la atención del público y que no se convirtiera en algo que tan solo ojearan, sino que la información les resultase interesante. Algo tan atractivo que no pudieran dejarlo hasta llegar a la última página. Tan atractivo como lo era ella. Si la primera vez que la vio pensó en que era demasiado exagerada su belleza para sus gustos, ahora no lo creía. Tenía una mente ágil, se involucraba a fondo y era incansable. Cada vez que daba con una idea interesante, una bonita sonrisa iluminaba su rostro y llenaba sus ojos de un brillo que hasta ahora no había visto.

Miraba por la ventana de su despacho. No quedaba nadie en el edificio. Estaba a solas, era lo peor de todo, esa soledad que lo corroía por dentro y lo llevaba de vuelta al pasado. Aunque le gustaba de vez en cuando recordar lo que pasó; así era capaz de mantenerse a flote, de no dejar que el mar lo arrastrara de nuevo a aguas profundas que no controlaba y que terminaban por ahogarlo.

Había sido engañado una vez, pero se dio cuenta demasiado tarde, cuando la policía lo estaba esposando. Lo peor había sido que la traición había llegado de la mano de la persona en la que más confiaba.

Recordaba el brillo de sus ojos cuando pasó a su lado. Había tejido una red de mentiras tan bien hilada que le había hecho parecer culpable, y ahora pagaría por ella una condena que no merecía, pero que se había ganado a pulso.

Lo peor de aquello fue que no le importó que no le correspondiera, él la amaba con una intensidad que no todos entendían. A veces le resultaba complicado entenderlo incluso a él mismo. Pero era su motor, su corazón, su alma. La razón de que él existiera, y sin ella nada tenía sentido. Muchas veces había pensado en ello, ¿de qué le servía seguir viviendo sin ella?

Era consciente de que no pasaría mucho tiempo en la cárcel. Sus padres no tenían una gran relación entre ellos, pero ambos tenían contactos. Si ella hubiese sido acusada y encarcelada, no habría ninguna posibilidad de que saliera con vida, así que apretó los dientes y se echó todo el peso a la espalda, por ella. Soportaría todo lo que llegara, solo por ella.

Unos meses después, tras su salida del infierno, fue más duro saber que lo había utilizado. No tuvo ningún reparo en escupírselo a la cara cuando se volvieron a encontrar. Era como si ahora estuviera casado con una extraña, ya que ninguno de sus recuerdos parecía real. Nunca lo había amado, tan solo había sido un peón fácil de sacrificar en su gran tablero de ajedrez.

Supo que se había dejado cegar por el deseo y la pasión que esa mujer despertaba en él. Unos sentimientos de un rojo tan brillante como el que llevaba por nombre: Akane.

En ese momento pensó que tenía que devolverle algo del dolor que le estaba causando con sus desprecios y esas palabras que dolían muy adentro y que cortaba su piel como si le clavase afilados puñales, pero no pudo y volvió a rendirse a ella.

De nada le sirvió luchar. Al final terminó enredado en su cuerpo, y cuando acabaron, su desprecio y su forma de hacerle saber que había sido solo un juguete lo dejaron destrozado. Así que se largó, perdido en el dolor que nacía en su pecho y se extendía como el veneno de una serpiente por todo su cuerpo, terminando esa noche entre los brazos de una joven con menos experiencia y menos maldad que ella.

Sabía que los negocios que llevaba no eran del todo limpios, aunque nunca pensó que sería la que le delatara. Mientras embestía a la joven que no dejaba de gemir, no podía dejar de imaginarse el rosto de Akane; la hacía suya con la rabia que había contenido durante tanto tiempo, y solo deseaba que se arrodillase y le suplicara por su compañía. Por su amor.

Quería terminar y llegar a casa para contarle lo que había estado haciendo, cómo había disfrutado en los brazos de otra mujer sin pensar en ella, aunque fuera todo una burda mentira.

Y, cuando llegó a casa después de follarse a esa joven desconocida, se encontró con la visita de varios agentes de policía que habían acudido a la llamada de una mujer que, asustada, les pedía ayuda. Alguien había entrado en la casa. Miró su teléfono, tenía varias llamadas de ella. Llamadas que no había contestado porque estaba follándose a otra mujer mientras la que amaba perdía la vida.

No era necesario preguntar quién había sido. Cualquiera de las personas con las que se relacionaba en esos trabajos algo sucios podía estar molesta, porque tras su encarcelamiento había dejado de hacer de intermediario para lavar el dinero que llegaba de ellos gracias a las drogas, la prostitución o la venta de armas. Ya no sería el que lavaría ese dinero. Hacerlo y que su mujer los descubriera le había costado caro.

Nunca se lo perdonaría, nunca. Sería un peso que arrastraría su alma por siempre, y aunque alguna vez había querido olvidarlo usando todas sus fuerzas, nunca fue capaz. La imagen de ella sin vida y cubierta de sangre, con la mirada perdida y el teléfono a su lado, estaba grabada a fuego en su mente, en su alma y en sus entrañas.

Todavía, algunas noches, el rojo brillante de Akane lo ahogaba impidiéndole respirar. Había sido el diablo para ella, y por eso se merecía seguir en el infierno, castigándose; porque nadie dijo que los diablos no merecieran pagar por sus pecados.

Por eso, decidió que debía darles placer a las mujeres cuya desesperación veía reflejada en los ojos, la misma desesperación que tuvo que sentir ella y que no supo ver ni aliviar. Un placer que le haría sentirse más humano y menos diablo. Pero nada era real, tan solo era el reflejo de un tiempo en el que no sufría, unos segundos en los que podía salir del infierno, aunque cada vez que regresaba era más duro y menos llevadero.

Akuma Nualart significaba «el diablo que se alzaba ante la adversidad». Pero tampoco era del todo cierto; era un demonio que se había rendido a su propio y particular infierno, el de recrear una y otra vez las caricias que no llegó a darle aquella noche a Akane porque se las prodigaba a otra. Un ser despreciable que no se merecía el perdón y mucho menos la redención. Aunque, para ser sinceros, tampoco los había pedido.

Era tan solo un demonio que por fin tenía su propio infierno.

Había empezado a llover. Todo se había enfriado a su alrededor, tal vez a causa de él. Apretó la mandíbula para dejar que el dolor quedara dentro y no escapara y, sin más preámbulos, se dispuso a marcharse. Era noche de Elección y estaba ansioso por pagar un poco de su condena, tal vez, después, el calor no quemara tanto. Echó un último vistazo a la calle y la vio. No podía creerlo. ¿No iba a dejarle descansar nunca? ¿Por qué le importaba, de todas formas, lo que hiciera? Era atractiva, sí, pero también impulsiva, brusca cuando se tenía con ella una acción amable, y esa costumbre de acercarse tanto a él, de tocarle sin previo aviso, que tanto le molestaba. A pesar de todo, no podía ignorarla. Y eso se estaba convirtiendo en un problema del que no necesitaba ocuparse en esos momentos.


Karen esperaba a que algún taxi se apiadara de ella. Había empezado a llover y todos parecían estar ocupados. Mientras tanto, no dejaba de darle vueltas a lo mismo: tenía la oportunidad de su vida y no pensaba perderla por nada en el mundo, así que había decidido dejar atrás sus torpes primeros encuentros con su jefe y trabajaría duro por su sueño. También estaba la cuestión de que no le gustaba que se acercara demasiado, así que tendría que tener cuidado en no olvidarse de que para su jefe era una extraña y no tenía derecho a tocarlo con familiaridad. Tras sus acercamientos pudo ver en los ojos del hombre que no le había gustado nada esa repentina proximidad. Con toda seguridad había pensado que tan solo buscaba una forma fácil de asegurarse el puesto para el que la había propuesto.

De pronto, sintió que el peso de todo aquello era demasiado para soportarlo sola. Pero así estaba. Sin familia, prácticamente sin amigos, sin nadie con quien compartir su felicidad. La única a la que podía llamar amiga, Yasnaia, estaba al otro lado del mundo, y no era algo figurado, era literal.

Agachó la cabeza, molesta consigo misma; debía dejar de compadecerse, su vida había sido así desde hacía mucho, estaba acostumbrada. Aun así, las ganas de llorar no cesaron y no pudo contenerlas más. Tal vez por la tensión, por la felicidad que le llenaba el pecho hasta resultar dolorosa, o porque se sentía sola…

El líquido salado se derramó por sus mejillas para caer al suelo formando uno con las gotas de lluvia. Limpió su rostro, sonriendo al ver que la tormenta cobraba intensidad, y, como no podía ser de otra manera, no tenía paraguas. Y los taxis seguían ignorando sus insistentes llamadas. ¡Cómo le gustaría poder silbar con fuerza!

Tal vez, si regresaba a la oficina, pudiera encontrar un paraguas en objetos perdidos, pero no se veía con ánimos. Se abrazó a sí misma y decidió esperar a que un taxi parase o que la lluvia cesara. Tembló. Hacía frío. Tampoco había cogido el abrigo. El día estaba acabando mal, pero no iba a permitir que nada le amargarse el buen sabor de boca que tenía. Habían sido horas intensas trabajando en lo que más le gustaba.

Un suspiro profundo tronó en su pecho y, en ese momento, un inesperado calor la invadió. Sintió la suavidad del abrigo que habían colocado sobre sus hombros y también advirtió que había dejado de llover a su alrededor.

Alzó la mirada hacia arriba. En ese momento se sentía tan frágil como un cristal a punto de colisionar contra la dura superficie de asfalto y se sorprendió al ver cómo un gran paraguas oscuro la arropaba.

Se giró con suavidad, agarrando con las manos temblorosas el cuello del abrigo y lo vio. Estaba tras ella. Mojado. La lluvia goteaba por su negro cabello otorgándole un brillo especial. Si era un hombre atractivo de por sí, allí, bajo la lluvia, sosteniendo el paraguas para que no se mojara, con la camisa pegándose a su cuerpo por la humedad y las gotas resbalando por sus afilados rasgos… parecía un modelo que se hubiera escapado de una valla publicitaria. Y se quedó sin aliento. Y su pulso se aceleró. Y su corazón tronó y rompió la quietud de su alma.

—Gracias —susurró al cabo de unos eternos segundos, sorprendida.

Él no dijo nada, tan solo asintió y le indicó con un gesto de la mano que sostuviera el paraguas. Lo hizo, sin preguntas. Y lo vio alejarse sin abrigo y sin paraguas, bajo la lluvia. El gesto la había pillado desprevenida. Y no pudo moverse, sus pies parecían anclados al suelo. Lo contempló aturdida mientras desaparecía de su campo de visión, confundiéndose entre la gente que caminaba con prisa para huir de la llovizna.

No, eso nunca le sucedería. Nunca iba a mezclarse entre la multitud. Sobresalía y, además, era el único que caminaba bajo la lluvia sin nada que lo resguardara porque había cedido su paraguas a otra persona.

Apretó el mango con fuerza y coló la mano libre por el abrigo. Se dejó embriagar por ese aroma tan especial que tenía y que hacía que su imaginación volase hasta tierras lejanas y orientales.

Y, cuando se percató de que soñaba con los ojos abiertos, se dio cuenta de que, por primera vez en muchos años, tenía miedo porque era consciente de que cerca de ese hombre corría verdadero peligro, ya que iba a ser muy difícil salir ilesa de esa situación.